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Espartaco No. 51 |
Abril de 2019 |
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Trump y los demócratas impulsan un cambio de régimen
¡Imperialismo estadounidense, manos fuera de Venezuela!
El siguiente artículo, ligeramente editado, ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1148 (8 de febrero), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.
El transparente intento de los imperialistas estadounidenses de preparar el derrocamiento del régimen populista burgués de Nicolás Maduro en Venezuela es una terrible amenaza para los obreros y los pobres. El 23 de enero, Juan Guaidó, líder de la opositora Asamblea Nacional, se declaró presidente y fue inmediatamente reconocido como tal por Estados Unidos, Canadá y la mayoría de los estados latinoamericanos. Cinco días después, el gobierno de Trump, que ya había declarado que la “opción militar” seguía sobre la mesa, impuso sanciones contra la compañía petrolera estatal PDVSA, que aporta casi todas las divisas de Venezuela. Esto empeorará inmensamente la escasez de alimentos y medicinas para las empobrecidas masas urbanas y rurales, dañando al mismo tiempo el único activo económico del país.
Posteriormente, la Casa Blanca declaró todas las posesiones venezolanas en el extranjero propiedad del grupo de Guaidó. El Banco de Inglaterra se sumó a este latrocinio de estado reteniendo oro venezolano con valor de 1.2 mil millones de dólares. Un coro creciente de imperialistas europeos se ha unido al clamor por nuevas elecciones para forzar un “cambio de régimen”.
El intento estadounidense de derribar a Maduro cuenta con el apoyo tanto del Partido Demócrata como del Republicano, cuyos intentos de destronar al régimen venezolano se remontan al fallido intento de golpe de estado de 2002 contra Hugo Chávez. Como su sucesor Maduro, escogido por dedazo, Chávez era un gobernante capitalista bonapartista. Sin embargo, en esa condición, utilizó los ingresos petroleros para financiar reformas sociales que beneficiaron a los pobres rurales y urbanos, y se ganó la hostilidad de Washington denunciando las intervenciones militares estadounidenses y oponiéndose a sus políticas en Latinoamérica.
En particular, comenzando con Chávez, Caracas estableció estrechos vínculos con La Habana y ha provisto petróleo a su régimen estalinista, ayudando a mantener a flote al estado obrero burocráticamente deformado cubano ante la implacable hostilidad de los imperialistas estadounidenses. La campaña por derrocar a Maduro también busca matar de hambre a Cuba, que por casi 60 años ha estado sujeta a un bloqueo económico, y fomentar la contrarrevolución capitalista en la isla. A diferencia de Venezuela, en Cuba la burguesía fue expropiada como clase en los años que siguieron a la Revolución de 1959 dirigida por las fuerzas guerrilleras de Fidel Castro. Para el proletariado internacional es crucial asumir la defensa militar incondicional de Cuba contra el imperialismo y la contrarrevolución.
Además, la Casa Blanca de Trump tiene en la mira al estado obrero deformado chino que, junto con la Rusia capitalista, le hicieron préstamos a Maduro cuando la economía venezolana cayó en picada hace unos años. Los gobiernos ruso y chino expresaron su oposición a las provocaciones de Washington. El régimen de Beijing, al que se le liquidan las deudas con petróleo, también ha tenido discusiones con Guaidó, quien ofreció respetar los acuerdos de Venezuela con China [posteriormente el gobierno chino negó haber tenido esas discusiones].
La clase obrera de Estados Unidos tiene el deber particular de oponerse a las maquinaciones imperialistas de su clase dominante, que por más de un siglo ha dejado un largo y sangriento rastro de guerras, golpes militares, escuadrones de la muerte y embargos para mantener a Latinoamérica bajo su bota. Oponerse tanto a las sanciones económicas como a la intervención militar en Venezuela fortalecería el puño de los obreros estadounidenses para librar luchas de clase contra los racistas gobernantes capitalistas en casa. También está en el interés de los trabajadores exigir: ¡Cancelar la deuda de Venezuela con Estados Unidos!
Como marxistas, nuestra oposición a la intervención estadounidense en Venezuela no implica el menor apoyo político al régimen burgués de Maduro. Mientras Washington intensifica sus sanciones hambreadoras, los propagandistas imperialistas señalan la hiperinflación, la escasez de artículos de primera necesidad y el colapso de la industria petrolera de Venezuela como prueba del fracaso del “socialismo”. En realidad, la “Revolución Bolivariana” no tuvo nada de socialista. Tras tomar las riendas del aparato del estado capitalista en 1998, Chávez, un exteniente coronel del ejército, se vio obligado a restaurar las ganancias petroleras en decadencia, que habían sido el oxígeno de la burguesía venezolana. Inmediatamente procedió a disciplinar al sindicato petrolero y a incrementar la eficiencia de la industria de propiedad estatal. Estas medidas le ganaron el apoyo de una buena parte de la clase dominante, incluyendo la mayoría del alto mando militar, que le ayudó a restaurar su poder tras el golpe de 2002.
Cuando Chávez comenzó a usar parte de los ingresos petroleros para aliviar la carga de las masas terriblemente empobrecidas, un sector creciente de la burguesía, el cual se enriquecía al acaparar para sí las ganancias petroleras, se le puso en contra. A esos blancos chupasangre les horrorizó el que un hombre de herencia negra e indígena usara parte de esos recursos para financiar reformas en beneficio de los venezolanos pobres y de piel oscura. Sin embargo, lejos de constituir un paso hacia el socialismo, las reformas sirvieron para disipar el descontento de los obreros y los pobres y para atarlos ideológicamente al dominio capitalista por medio del burgués Partido Socialista Unido de Chávez.
Mientras los precios del petróleo se mantuvieron al alza y el gobierno rebozaba de liquidez, Chávez pudo esquivar los retos a su dominio y mantener su popularidad entre los trabajadores y también entre un sector de la clase capitalista a la que no le estaba yendo nada mal. Pero con la drástica caída de los precios internacionales del petróleo entre 2014 y 2016, Maduro ha tenido que enfrentar una crisis económica cada vez más profunda. Hoy, mientras Guaidó y sus patrocinadores estadounidenses incitan al descontento, Maduro confía en el ejército, la fuerza principal dentro del aparato del estado. Tanto Chávez como Maduro buscaron asegurar la lealtad de los altos oficiales dándoles puestos en la distribución de alimentos, la industria petrolera y otros negocios lucrativos. Si bien la mayor parte del alto mando sigue leal a Maduro, un general de la fuerza área se pasó con Guaidó, quien, junto con sus patrones imperialistas, está llamando a los militares a cambiar de bando.
La semana pasada, mientras las movilizaciones derechistas continuaban, los trabajadores petroleros se manifestaron contra las sanciones estadounidenses y en defensa de Maduro. Nos opondríamos a cualquier golpe de estado apoyado por Estados Unidos contra Maduro y decimos que el proletariado debe ponerse al frente de la lucha contra el imperialismo y sus secuaces venezolanos. Pero los obreros deben organizarse con base en la independencia política respecto al régimen de Maduro y todas las fuerzas capitalistas. La clase obrera tiene el potencial para dirigir a todos los pobres y los oprimidos en una revolución socialista que barra al estado capitalista. Eso requiere la dirección de un partido leninista-trotskista comprometido a luchar por el poder obrero desde Venezuela hasta Estados Unidos.
La carta de la “democracia” de los imperialistas
Juan Guaidó, nos dicen, reclamó legítimamente la presidencia porque Maduro no fue “democráticamente electo” y el poder por lo tanto pasa a manos del líder de la Asamblea Nacional venezolana. En realidad, este desconocido de 35 años fue elegido presidente de la asamblea en diciembre por los líderes de su partido, el derechista Voluntad Popular. Preparado en la Universidad George Washington, en Washington, D.C., Guaidó es un discípulo de Leopoldo López, líder de Voluntad Popular. Hoy bajo arresto domiciliario, López, que desciende de la élite venezolana, se graduó de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard, un campo de reclutamiento de la CIA.
Guaidó preparó su intentona visitando Washington en diciembre, antes de pasar por los países vecinos de Colombia y Brasil. La “democracia” colombiana está encabezada por Iván Duque, uno de una larga estirpe de gobernantes derechistas conocidos por aterrorizar y matar campesinos e izquierdistas. A Brasil lo gobierna Jair Bolsonaro, un admirador de la dictadura que vivió ese país entre 1964 y 1985. Ayudando a dirigir las operaciones contra Maduro estará el viejo guerrero de la Guerra Fría Elliott Abrams, recientemente nombrado enviado de Estados Unidos en Venezuela. En los años 80, Abrams fue el hombre clave de las guerras sucias anticomunistas que el gobierno de Reagan libró en Centroamérica y en su apoyo a las sangrientas juntas militares de Argentina y Chile. En 2002, fue uno de los principales protagonistas del fallido golpe contra Chávez.
Si bien los republicanos de Trump están al frente, el Partido Demócrata es un socio pleno en la campaña por someter a Venezuela y echar a Maduro. Esto incluye al estadista “socialista” Bernie Sanders, quien el 24 de enero emitió una declaración condenando “el violento ataque contra la sociedad civil venezolana” por parte de Maduro y su “fraudulenta” reelección del año pasado, desaprobando también, delicadamente, la historia estadounidense de intervenciones “inapropiadas” en países latinoamericanos. El llamado de Sanders por “elecciones limpias” no es sino otro medio de cubrir el puño del imperialismo estadounidense con el guante de la “democracia”.
Ambos partidos del imperialismo estadounidense, el Demócrata y el Republicano, ven cada pulgada de territorio al sur de la frontera de EE.UU. como su imperio. Sanders puede pensar que enviar tropas estadounidenses a Venezuela podría ser contraproducente y desatar el descontento en Latinoamérica. El modo en que el gobierno de Barack Obama operaba era imponiendo sanciones hambreadoras y transmitiéndole fondos a la oposición, un método que Trump simplemente mantuvo al asumir la presidencia. Sin embargo, no es que los demócratas se opongan a la “opción militar” en América Latina o en otras partes (por ejemplo, la invasión de Cuba en Bahía de Cochinos [Playa Girón] por John F. Kennedy en 1961; la invasión de la República Dominicana por Lyndon Johnson en 1965; el golpe de Honduras de 2009 apoyado por Obama; por no hablar de los millones de muertos de las guerras de Corea y Vietnam).
Socialist Alternative (SAlt, Alternativa Socialista) y la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional), que posan como oponentes del imperialismo estadounidense, fueron porristas de la campaña presidencial de Sanders en 2016, con SAlt trabajando abiertamente como parte de ella. Del mismo modo, estos grupos reformistas aplaudieron la elección de la congresista del Partido Demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, quien pertenece a los Democratic Socialists of America (DSA, Socialistas Democráticos de Estados Unidos). SAlt y la ISO son auxiliares de personajes como Sanders y los DSA, cuyo fin es que los demócratas recuperen el control de la maquinaria imperialista. En la Spartacist League buscamos romper las ataduras de la clase obrera con el Partido Demócrata y construir un partido obrero revolucionario que vincule las luchas contra las depredaciones de Estados Unidos con el combate contra la esclavitud asalariada y la opresión racial en el corazón imperialista.
El callejón sin salida del populismo burgués
Algunos reformistas, como el Workers World Party [Partido Mundo Obrero] y el Party for Socialism and Liberation [Partido por el Socialismo y la Liberación], han acudido en defensa de Venezuela, mientras siguen apoyando al régimen de Maduro y el mito de que el chavismo era la vía hacia el “socialismo bolivariano”. Una organización que apoyaba a Chávez, la Corriente Marxista Internacional (CMI) de Alan Woods, se está distanciando de Maduro conforme su dominio se vuelve más impopular. Después de décadas de aconsejarle a Chávez cómo administrar su gobierno, la CMI hoy proclama que los problemas de Venezuela demuestran la “imposibilidad de regular el capitalismo, y el desastre de las medidas de intervención estatal dentro de los límites del capitalismo” (marxist.com, 29 de enero). Mientras tanto, sus camaradas en Venezuela declaran que el problema no es la fraudulenta Revolución Bolivariana, sino los “líderes mediocres”.
En contraste con esos oportunistas, nosotros dijimos la verdad sobre el régimen burgués de Chávez/Maduro desde el principio. Mientras nos oponíamos a la intentona golpista de 2002, señalamos que, si bien Chávez había conseguido un apoyo masivo por su irreverencia hacia los ricos y por su orgullo ante sus orígenes indígenas, “el papel de populistas como Chávez es proteger el orden capitalista mediante el descarrilamiento de la justificada furia de las masas oprimidas” (“Venezuela: Chávez en la mira de la CIA”, Espartaco No. 19, otoño-invierno de 2002).
El que Venezuela exporte la mayor parte de su petróleo a Estados Unidos y que dependa de la importación de alimentos, medicinas y bienes manufacturados es un testimonio de su continua subordinación al imperialismo. En los países de desarrollo capitalista atrasado, la burguesía es demasiado débil, muy temerosa del proletariado y muy dependiente del mercado mundial para romper las cadenas de la subyugación imperialista y resolver la pobreza masiva y otras cuestiones sociales candentes. Las reformas populistas y la austeridad neoliberal son dos caras del dominio de clase capitalista en esos países, caras que se alternan de acuerdo a las condiciones políticas cambiantes.
La Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) neomorenista, sección venezolana de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI), con sede en Argentina, dice denunciar la injerencia del imperialismo estadounidense en Venezuela y al “golpismo” de Guaidó, al mismo tiempo que denuncia al régimen chavista como responsable de la actual crisis en Venezuela. Contra ellos propone “el derecho del pueblo trabajador a imponer una Asamblea Constituyente verdaderamente libre y soberana, sin ninguna restricción antidemocrática”, supuestamente como “un poderoso factor de unificación y movilización de las masas”, sembrando ilusiones de que tal asamblea podría incluso ¡disolver el poder presidencial! (laizquierdadiario.mx, 24 de enero). No importa qué tan “soberana” o “democrática” sea, una asamblea constituyente es un parlamento burgués (ver “Por qué rechazamos la consigna por una ‘asamblea constituyente’”, Spartacist [Edición en español] No. 38, diciembre de 2013). Así, estos seudotrotskistas proponen como solución a la crisis en Venezuela construir un nuevo gobierno capitalista.
El único camino hacia adelante es el de la revolución permanente, la teoría que desarrolló y extendió León Trotsky, principal dirigente, junto con V. I. Lenin, de la revolución obrera rusa de Octubre de 1917. Como enfatizó Trotsky en su libro de 1930 La revolución permanente, la lucha debe ser por “la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”.
El poder obrero pondría en el orden del día no sólo las tareas democráticas, como la revolución agraria que daría tierra a los empobrecidos campesinos venezolanos, sino también tareas socialistas como la colectivización de la economía. Esto le daría un poderoso impulso a la extensión internacional de la revolución socialista. Sólo la victoria del proletariado en el mundo capitalista avanzado puede asegurar la defensa de la revolución frente a la reacción burguesa, erradicar la pobreza y abrir el camino a una sociedad de abundancia material. Ésta es la perspectiva de la Liga Comunista Internacional, que busca reforjar la IV Internacional de Trotsky como partido mundial de la revolución socialista.
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