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Espartaco No. 51 |
Abril de 2019 |
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López Obrador, enemigo de explotados y oprimidos
Revolución permanente vs. populismo burgués
¡Por la revolución obrera!
Los primeros meses del gobierno de López Obrador han estado marcados por la insurgencia obrera más importante en décadas: el movimiento 20/32 en Matamoros, Tamaulipas. Iniciada originalmente en 45 maquiladoras en contra de los capitalistas chupasangre y en desafío directo a su dirigencia sindical, esta ola huelguística victoriosa se extendió a otras plantas y otros sectores de dicha ciudad —trabajadores de Coca-Cola, de tiendas de autoservicio y de colecta de basura, por ejemplo— (ver “¡Victoria a la huelga de las maquiladoras!” en pág. 9).
Los patrones no han dejado pasar esta afrenta sin consecuencias: miles de trabajadores han sido despedidos desde entonces, y el gobierno estatal panista ha desatado la represión brutal en contra de las huelgas que persistían. Nosotros decimos: ¡Reinstalación inmediata de todos los despedidos! Estamos por el control sindical de la contratación. Las huelgas en Matamoros han mostrado la candente necesidad de luchar por una escala móvil de salarios que asegure un aumento de salario en
proporción al aumento de precios y por una escala móvil de horas de trabajo para dividir el trabajo disponible, así como por un extenso programa de obras públicas, para combatir el masivo y crónico desempleo en las ciudades.
En contraposición a nuestros oponentes reformistas, la burocracia sindical y direcciones alternas que han surgido en el curso de la lucha —como la abogada Susana Prieto, por ejemplo—, los espartaquistas intervinimos en esta lucha con un programa revolucionario, insistiendo en la necesidad de la independencia política de la clase obrera respecto a todo partido de la burguesía y su estado. Aunque los trabajadores de las maquiladoras han mostrado su poder, la clase obrera mexicana continúa políticamente atada al populismo nacionalista. Los índices de popularidad de López Obrador —incluyendo entre el proletariado— son los más altos para un presidente en décadas. Como pudo constatar nuestro equipo en Matamoros, las ilusiones en AMLO son muy extendidas entre los trabajadores, quienes ven a éste como un aliado en su lucha contra los patrones. Nosotros buscamos romper las ilusiones en que el régimen lopezobradorista pueda servir a los intereses de los obreros y los oprimidos.
La popularidad de AMLO, así como la de otros líderes populistas en Latinoamérica en el último par de décadas, debe entenderse en el contexto de una desesperada situación de miseria y de la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética, que por mucho tiempo fue un faro de esperanza para los oprimidos alrededor del mundo a pesar de la degeneración estalinista. Ahora, tras casi 30 años de propaganda de “muerte del comunismo”, la Revolución Rusa es ampliamente percibida como un “experimento fallido”, y se rechaza el entendimiento marxista de que la clase obrera es el único agente para una revolución social en contra del orden burgués. El capitalismo se ha equiparado con un conjunto particular de políticas burguesas conocidas como “neoliberalismo” —extendidas privatizaciones, destrucción de programas sociales, penetración imperialista sin restricciones—. Sin embargo, la historia del último siglo en México —y América Latina entera— ha demostrado ampliamente que tanto neoliberalismo como populismo no son sino dos caras de la misma explotación capitalista.
¡Ninguna ilusión en López Obrador/Morena!
López Obrador es un político burgués populista-nacionalista, y para estándares históricos dista mucho de ser uno radical. Lázaro Cárdenas, una de las referencias de AMLO, nacionalizó la industria petrolera, que era propiedad de imperialistas estadounidenses y británicos, e hizo redistribuciones significativas de tierras en la década de los 30 en beneficio del régimen capitalista —teniendo como marco, principalmente, la existencia de la Unión Soviética—. Sin el margen de maniobra respecto del imperialismo del cual gozaba Cárdenas, López Obrador —que decía oponerse a la privatización de la industria energética fraguada y consumada en el último par de sexenios— ha prometido respetar todo compromiso con empresas y bancos nacionales y extranjeros. Buscando apaciguar a los sectores de la burguesía que lo ven con recelo, ha dejado más que claro que no habrá ningún tipo de confiscación o expropiación de bienes. Igualmente, ha prometido a los acreedores imperialistas que su gobierno mantendrá una disciplina financiera y fiscal.
El populismo empujado por AMLO es simplemente una política alternativa del capitalismo que no busca más que renegociar los términos de la subordinación de la burguesía tercermundista respecto al imperialismo, apoyándose en la clase obrera. Mediante migajas a los obreros y los pobres y su retórica demagógica nacionalista (combinados con represión), el populismo de López Obrador ayuda a perpetuar este brutal régimen. El nacionalismo burgués —la noción de que todos los connacionales deberían mantenerse unidos para “sacar adelante” al país— es el cemento ideológico que usan los políticos capitalistas, como AMLO, para mantener a los obreros atados a sus explotadores.
El propósito fundamental de la llamada “Cuarta Transformación” lopezobradorista es hacer una cirugía cosmética al corrupto régimen burgués mexicano, renovando las ilusiones en la reforma democrática del capitalismo y en que éste tenga un “rostro humano” con “justicia social”. Así, por ejemplo, AMLO declaró abolido “el modelo neoliberal y su política de pillaje, antipopular, entreguista”. López Obrador ha llegado al rescate de las desprestigiadas instituciones de la democracia burguesa, al tiempo que promueve un programa de “austeridad republicana” que supuestamente traerá alivio a la ruina provocada por “los malos gobiernos anteriores”. Si bien sus recortes presupuestales han tocado ligeramente los obscenos salarios de los altos funcionarios, en realidad la austeridad ha significado despidos de trabajadores al servicio del estado, pérdidas de prestaciones, recortes a la salud y programas sociales, etc. Como hemos advertido antes, la inmensa popularidad de AMLO lo coloca en mejor posición para llevar a cabo ataques antiobreros y otras medidas contra los oprimidos.
¡Abajo la militarización del país!
En el contexto de su “guerra contra el huachicoleo (robo de combustible)”, AMLO logró la aprobación casi unánime en el Congreso para la creación de la Guardia Nacional. Esta medida refuerza la militarización del país, iniciada bajo la presidencia de Calderón y continuada por Peña Nieto, y le da un marco legal. Se trata de una amenaza para todos los obreros y los pobres de la ciudad y el campo. López Obrador ha comparado a la Guardia Nacional con el “Ejército de Paz de la ONU” —esa herramienta de intervención imperialista— y ha dicho que su propósito será hacerse cargo de la seguridad pública. La Guardia Nacional tendrá un presupuesto para 2019 de entre 15 y 20 mil millones de pesos para su operación, y contará con 80 mil elementos de inicio, alcanzando 150 mil efectivos en 2023.
El estado capitalista —en cuyo núcleo se encuentran la policía, el ejército, las cárceles y los tribunales— es una máquina de represión sistemática, dirigida contra todos los explotados y oprimidos, al servicio de la burguesía para mantener sometida a la clase obrera y asegurar el dominio de clase de los capitalistas. Dicho estado no puede ser reformado para servir a los intereses de la clase obrera; debe ser destruido por una revolución socialista y remplazado por un estado obrero. La guerra emprendida por el gobierno contra el huachicoleo no tiene nada que ver con mejorar las condiciones de vida de explotados y oprimidos, así como la “guerra contra el narco” no tiene nada que ver con proteger a la población; su propósito es fortalecer al estado capitalista. Los espartaquistas estamos por la despenalización de las drogas, y nos oponemos a las medidas del estado burgués que restringen o impiden que la población porte armas, lo que limita sus derechos y garantiza el monopolio del estado y los criminales sobre ellas. ¡Abajo la “guerra contra el narco”! ¡No a la Guardia Nacional!
Los gobiernos anteriores habían preferido rematar al mejor postor, extranjero o nacional, la industria energética nacionalizada, mientras participaban de una red gigantesca de robo de gasolina. López Obrador y un ala de la burguesía mexicana prefieren desarrollar y sacar lo más posible de lo poco que queda de la industria petrolera nacional, sabedores de las jugosas ganancias que se pueden extraer de ésta. Fundamental para este propósito es cooptar y disciplinar a los trabajadores petroleros. El gobierno de López Obrador presentó ya una denuncia ante la Fiscalía General contra Carlos Romero Deschamps, dirigente del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), por enriquecimiento inexplicable y otros ilícitos; mientras tanto, dio reconocimiento oficial al sindicato competidor Petromex. ¡Son los obreros los que tienen que limpiar su propia casa! Gobierno, ¡manos fuera de Romero Deschamps y el sindicato petrolero!
¡Por un gobierno obrero y campesino!
La confianza en que existen sectores “progresistas” de la burguesía y que es posible reformar al estado capitalista es una ilusión mortal para la clase obrera y los oprimidos en la lucha por su emancipación. El ejemplo de Cárdenas es notable. El resultado de la confianza del proletariado en Cárdenas —producto de la nacionalización del petróleo y los ferrocarriles, el reparto agrario y su retórica nacionalista— fue la atadura de los sindicatos al estado mediante la camisa de fuerza corporativista y 70 años de priato brutal.
El seudotrotskista Movimiento de los Trabajadores Socialistas (MTS), sección mexicana de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI), impulsa ilusiones suicidas en que López Obrador puede ser presionado para servir a los intereses de explotados y oprimidos. Mostrando una conmovedora fe en este político burgués, el MTS se queja:
“Los multimillonarios propietarios de las maquiladoras en Matamoros han intentado desde el principio generar un clima de ‘linchamiento’, amenazando con llevarse sus capitales de la región por la ‘afectación’ a sus ganancias y porque una mano de obra más cara no es ‘negocio’ para ellos. Lamentablemente de este discurso se ha hecho parte el gobierno de AMLO, quien recientemente responsabilizó a los obreros por la ‘huida de inversiones’ en Matamoros, mostrando mayor preocupación por los intereses del capital privado que por los de miles de obreros ultraprecarizados y sus familias” [nuestro énfasis].
—“¿Qué podemos aprender los telefonistas de la lucha obrera en Matamoros?” (laizquierdadiario.mx, 19 de marzo)
Lo que el MTS encuentra lamentable no es más que el ineludible interés de clase de la burguesía mexicana, a cuya cabeza de su estado se encuentra AMLO. López Obrador y su Morena son tan enemigos de la victoria de la clase obrera como el PRI, el PAN y el PRD.
En contraste con estos reformistas, entendemos que no puede existir un ala “progresista” de la clase capitalista. Las burguesías en los países de desarrollo capitalista atrasado, sin importar qué tan radicales suenen sus regímenes, son muy débiles, muy temerosas del proletariado y muy dependientes del capital extranjero imperialista. López Obrador defendió la existencia del TLCAN —tratado de rapiña imperialista contra México— y su equipo participó en las negociaciones y aprobó la versión final del nuevo T-MEC que profundizará la opresión neocolonial (ver “TLCAN/T-MEC: ¡Abajo el pillaje estadounidense de México!” en pág. 2).
Ante la amenaza del racista Trump de cerrar la frontera porque México “no está haciendo nada” para detener el flujo de migrantes, López Obrador ha dicho que la posición de Trump es “legítima”. De hecho, la acusación del jefe del imperialismo estadounidense es falsa. El chovinista estado mexicano bajo AMLO continúa fielmente desempeñando su papel como perro guardián de la frontera sur estadounidense, un reflejo fiel de la subyugación neocolonial de México al imperialismo de EE.UU. El gobierno mexicano continúa bloqueando el paso de grupos de migrantes en las ciudades fronterizas, los deporta y azuza un clima antiinmigrante. La administración actual ha permitido que el gobierno de Estados Unidos regrese a territorio mexicano a migrantes de varios países que buscan asilo, sirviendo como redil de migrantes para los imperialistas. Junto con nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S., luchamos por plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes, en México y EE.UU.
Como mostró la Revolución de Octubre de 1917, las sentidas aspiraciones democráticas de obreros y campesinos —especialmente la emancipación nacional y la modernización del campo— sólo pueden ser resueltas en los países de desarrollo capitalista tardío mediante el dominio de clase del proletariado. La clase obrera en el poder expropiará a la burguesía como clase con el fin de establecer una economía planificada y colectivizada, donde la producción se base en la satisfacción de las necesidades sociales y no en la ganancia privada. Ésta es la teoría de la revolución permanente de Trotsky, en cuyo corazón se encuentra el internacionalismo proletario. Extender la revolución a los países capitalistas avanzados, como EE.UU., sería urgentemente necesario para eliminar la amenaza militar y financiera del imperialismo, y abrir el camino al desarrollo socialista. Las luchas del proletariado en México se encuentran inextricablemente vinculadas con la lucha por el poder obrero al norte del Río Bravo. ¡Por lucha de clases conjunta en ambos lados de la frontera!
¡Por una dirección clasista del movimiento obrero!
Convertir a los sindicatos en instrumentos del movimiento obrero revolucionario es fundamental en la lucha por la emancipación de la clase obrera. Esta perspectiva requiere una lucha política para forjar nuevas direcciones clasistas en los sindicatos, que entiendan que los intereses de los obreros y de los capitalistas no pueden reconciliarse. Años de traiciones por parte de los falsos líderes sindicales han minado la conciencia de la clase obrera y mermado su capacidad de respuesta ante los incesantes ataques de la burguesía en los últimos años. La tasa de sindicalización se encuentra en un nivel muy bajo. Además, los prejuicios antisindicales están extendidos, incluso entre la clase obrera.
En Matamoros, encontramos que muchos trabajadores igualaban al sindicato con la patronal; algunos incluso decían que estarían mejor sin sindicato, motivados por el entreguismo y gansterismo de los líderes cetemistas. Los sindicatos son las organizaciones de defensa básica de la clase obrera y no deben ser desechados por las políticas vendidas de sus dirigentes. La efectividad de los sindicatos reside en su capacidad para llevar a cabo acciones por medio de su poder colectivo; los obreros que abandonan su sindicato se convierten en una potencial reserva de esquiroles. Una dirección clasista de los sindicatos lucharía por sindicalizar a los no sindicalizados, los trabajadores más vulnerables a los ataques patronales.
Susana Prieto, abogada laboral que ganó prominencia en luchas sindicales en Ciudad Juárez, se ha convertido en la dirección de facto del movimiento 20/32. Pero su política sólo puede debilitar aún más a los sindicatos y renovar sus ataduras y control al estado burgués. Prieto hace constantes llamados a que López Obrador tome el lado de los trabajadores y le ruega: “A mí me encantaría que usted fuera el presidente que yo soñé”. Asimismo, ha dicho en reiteradas ocasiones que demandará a los burócratas de la CTM, y exige auditorías a los sindicatos. Esto significa meter al estado burgués en los asuntos de las organizaciones de la clase obrera, y sirve para reforzar las ilusiones entre los trabajadores en la supuesta neutralidad del estado. Prieto también pretende escindir a los sindicatos, creando nuevas organizaciones “independientes”, previsiblemente atadas al Morena. Los comunistas nos oponemos a la escisión de la clase obrera en sindicatos competidores basados en diferentes tendencias políticas; todos los trabajadores de un mismo ramo industrial deben pertenecer a un mismo sindicato. De igual manera, nos oponemos, como cuestión de principios, a la interferencia del estado burgués en los sindicatos. La intromisión del enemigo de clase en las organizaciones de la clase obrera tiene como propósito reforzar su subordinación al gobierno de los patrones —o, de plano, eliminarlas— y minar su capacidad de librar luchas clasistas.
El desarrollo de los sindicatos en la era imperialista se caracteriza por su cada vez más estrecha vinculación con el estado. Como Trotsky escribió:
“O [los sindicatos] están bajo el patrocinio especial del estado o sujetos a una cruel persecución. Este tutelaje del estado está determinado por dos grandes tareas que éste debe encarar: en primer lugar atraer a la clase obrera, para así ganar un punto de apoyo para la resistencia a las pretensiones excesivas por parte del imperialismo, y al mismo tiempo disciplinar a los mismos obreros poniéndolos bajo el control de una burocracia”.
—“Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista” (1940)
En México esto tomó la forma del llamado corporativismo. Para romper con el grillete corporativista es necesaria una lucha contra todas las medidas antisindicales que subordinan a todos los sindicatos —corporativistas e “independientes”— al estado burgués. Nos oponemos al arbitraje obligatorio, a la “toma de nota”, y al control de las cuotas de los sindicalizados por el estado. Ahora, la cámara de diputados dominada por Morena ha aprobado ya una reforma que busca estrechar el control sobre los sindicatos, sus dirigencias y sus finanzas, bajo el pretexto de democratizar a los sindicatos. ¡Abajo la reforma laboral de AMLO!
Aunque la burocracia de la CTM —y de los demás sindicatos corporativistas— tiene una merecida reputación de emplear los métodos más brutales para disciplinar a la clase obrera, los espartaquistas no reconocemos ninguna diferencia de clase entre los sindicatos cetemistas y los demás. Las burocracias sindicales de los mal llamados sindicatos “independientes” son, igualmente, lugartenientes del capital en el movimiento obrero y apuntalan, como aquéllos, la hegemonía del nacionalismo burgués dentro de la clase obrera. La premisa fundamental que guía nuestra lucha contra todas las burocracias es la total independencia política del proletariado respecto del enemigo de clase y su estado.
Grupo Internacionalista: reformistas rompesindicatos
A la derecha de Susana Prieto se encuentran los seudotrotskistas del Grupo Internacionalista (GI). Según estos reformistas, los sindicatos corporativistas priístas, incluido el Sindicato de Jornaleros y Obreros Industriales de la Industria Maquiladora (SJOIIM), no son organizaciones obreras sino el “enemigo de clase”, cualitativamente iguales a porros y policías. El GI descarta de un plumazo a poderosísimos sindicatos, como el petrolero, identifica a las bases con sus dirigencias y se niega a defender a estos sindicatos frente al ataque estatal. Denigrando la lucha de los obreros matamorenses, el GI dice que los jefes “instruyeron que el SJOIIM y su secretario general, el desgraciado Villafuerte, se pusieran a la cabeza de una huelga oficial para así mejor controlarla”. Fueron las bases del sindicato las que se impusieron a su dirección y la obligaron a declarar la huelga. Esto sería imposible para una institución estatal, de porros o policías. Al igualar a las organizaciones básicas de defensa de la clase obrera con el estado burgués, el GI borra toda línea de clase y se pone objetivamente del lado de los patrones.
En su artículo “Matamoros: insurgencia obrera en la maquila, crisol de la batalla contra el corporativismo” (marzo de 2019), el GI despotrica contra nosotros:
“Érase una vez, hace un cuarto de siglo, antes de que abandonaron [sic] el trotskismo revolucionario, que el GEM y la LCI reconocían que los gremios corporativistas son instrumentos de control estatal capitalista, y que había que luchar por la independencia sindical con respecto a ese estado y los partidos burgueses. Hoy citan la acertada frase de León Trotsky, quien afirmó que ‘En la época de la decadencia imperialista, los sindicatos solamente pueden ser independientes en la medida en que sean conscientes de ser, en la práctica, los organismos de la revolución proletaria’. Pero estos revisionistas avergonzados se olvidan del resto del artículo de Trotsky (aun no terminado cuando fue abatido por un asesino estalinista), según el cual, ya para ese entonces ‘En México los sindicatos se han transformado por ley en instituciones semiestatales, y asumieron, como es lógico, un carácter semitotalitario’. Y esto fue aún antes de la toma de los sindicatos por el estado en el charrazo de 1946 a 1949”.
Cualquier lector atento y honesto se daría cuenta que es el GI el que ha roto con el análisis trotskista sobre los sindicatos, y decide olvidar el resto del artículo de Trotsky.
De su análisis sobre la cada vez mayor integración de los sindicatos al estado —algo que no es exclusivo de México—, Trotsky jamás concluyó que el carácter de clase de éstos cambiara. En cambio, fustigó a quienes se negaban a realizar trabajo político en estas organizaciones bajo dichas condiciones. Esencialmente se trata de luchar para ganar a la vanguardia obrera a la lucha por el socialismo. El artículo de Trotsky continúa:
“A primera vista, podría deducirse de lo antedicho que los sindicatos dejan de serlo en la era imperialista. Casi no dan cabida a la democracia obrera...
“Al no existir la democracia obrera no hay posibilidad alguna de luchar libremente por influir sobre los miembros del sindicato. Con esto desaparece, para los revolucionarios, el campo principal de trabajo en los sindicatos. Sin embargo esta posición sería falsa hasta la médula. No podemos elegir a nuestro gusto y placer el campo de trabajo ni las condiciones en que desarrollaremos nuestra actividad. Luchar por lograr ascendiente sobre las masas obreras dentro de un estado totalitario o semitotalitario es infinitamente más difícil que en una democracia. Esto se aplica también a los sindicatos cuyo sino refleja el cambio producido en el destino de los estados capitalistas...
“Se trata esencialmente de luchar para ganar influencia sobre la clase obrera. Toda organización, todo partido, toda fracción que se permita tener una posición ultimatista respecto a los sindicatos, lo que implica volverle la espalda a la clase obrera sólo por no estar de acuerdo con su organización, está destinada a perecer. Y hay que señalar que merece perecer”.
En contradicción con su línea, el GI hace maniobras para presentar al SJOI (antecesor del SJOIIM) como un genuino sindicato —el cual ciertamente era— mientras era dirigido por el caudillo Agapito González Cavazos, un burócrata priísta de viejo cuño que incluso fue diputado federal por ese partido. El GI clama falsamente que González mantenía su “distancia de la CTM”; en realidad, fue su dirigente regional hasta 1990 cuando fue destituido de ese puesto. Posteriormente, también se le forzó a dejar la dirección del SJOI acusado de evasión fiscal. Su persecución fue parte de una campaña de represión antisindical, lanzada por el gobierno de Salinas de Gortari, bajo la justificación de que los sindicatos eran grilletes para la economía mexicana. Esta campaña se intensificó en 1989 con el “Bazukazo” al sindicato petrolero, cuando su dirigente, “La Quina”, fue detenido y encarcelado por su oposición a la privatización de Pemex y sus coqueteos con Cuauhtémoc Cárdenas. En ese entonces, nosotros fuimos únicos en la izquierda en oponernos al ataque y exigir la liberación de los dirigentes sindicales presos, sin darles ningún tipo de apoyo político.
En contraste con la política espartaquista, el GI hace a un lado todo criterio de clase y juzga si un sindicato es auténtico dependiendo de cuán democrática parezca su dirección y a qué partido burgués apoye. El GI capitula al populismo nacionalista mediante las burocracias sindicales “independientes”, atadas actualmente al PRD o al Morena burgueses, como puede verse claramente en su seguidismo de años a la dirección de la CNTE (ver “Trotskismo vs. populismo radical sobre la democracia burguesa”, Espartaco No. 44, noviembre de 2015). De manera integral a esta perspectiva, el GI se niega a combatir las muy reales ilusiones en AMLO que existen entre la clase obrera. Su artículo señala que los trabajadores en Matamoros recibieron “un curso exprés de marxismo que algunos revolucionarios de salón deberían tomar de vez en cuando”. Esto es un embellecimiento de la conciencia imperante entre los trabajadores y un desprecio por la concepción leninista del partido de vanguardia de la clase obrera.
¡Forjar un partido obrero revolucionario!
El proletariado mexicano debe pasar de ser una clase en sí —definida simplemente por su relación con los medios de producción—, a una clase para sí: consciente de que debe tomar el poder y crear una sociedad socialista donde quienes trabajen gobiernen. La herramienta esencial para llevar esta conciencia a la clase obrera es un partido leninista-trotskista.
Sólo la clase obrera tiene el poder social y el interés objetivo para liberar al género humano de toda opresión. Sin interés alguno en la preservación del orden burgués, su enorme poder deviene de su papel en la producción —como nos han mostrado las huelgas en Matamoros—, sus números y su organización. El Grupo Espartaquista de México, sección de la Liga Comunista Internacional, tiene como propósito forjar un partido revolucionario internacionalista, como los bolcheviques de Lenin, capaz de dirigir a la clase obrera al poder. ¡Reforjar la IV Internacional, partido mundial de la revolución!
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