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Espartaco No. 51 |
Abril de 2019 |
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¡Manos fuera de China!
¡Abajo los aranceles y las provocaciones militares de EE.UU.!
¡Defender las conquistas de la Revolución China de 1949!
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1142, 19 de octubre de 2018. Desde que el artículo se publicó en WV, las negociaciones comerciales entre Estados Unidos y China se han reanudado. Además, el aumento de los aranceles a productos chinos proyectado para inicios de este año ha sido temporalmente suspendido.
El gobierno de Trump ha lanzado una amplia ofensiva contra China centrada en una agresiva guerra comercial combinada con provocaciones militares. Escaló la ofensiva este verano con una serie de aranceles cada vez más duros sobre las exportaciones chinas. Sin embargo, esta campaña reaccionaria va mucho más allá de ejercer presión sobre Beijing para obtener concesiones comerciales. La burguesía estadounidense está decidida a dar un serio golpe contra China. Para esto, el presidente Trump está implementando políticas que miembros del Partido Demócrata han promovido por años.
A principios de julio, Trump impuso aranceles del 25 por ciento sobre importaciones chinas por un valor de 34 mil millones de dólares. Continuó [en septiembre] con aranceles del 10 por ciento sobre productos por un valor de 200 mil millones de dólares (programado para subir al 25 por ciento a inicios del año próximo para limitar el efecto sobre los precios durante las compras de fin de año). Trump está amenazando con imponer una nueva ronda que afectaría esencialmente lo que resta de las exportaciones chinas a EE.UU., por un valor de 267 mil millones de dólares. China ha tomado represalias con aranceles punitivos sobre productos estadounidenses por un valor de 110 mil millones de dólares, pero Trump alardea, con su manera fanfarrona de siempre, que la mayor fortaleza de la economía estadounidense garantiza que saldrá triunfadora del conflicto.
La campaña actual es parte de una ofensiva contrarrevolucionaria sin tregua por parte de EE.UU. y otras potencias imperialistas contra el estado obrero deformado chino. La Revolución China de 1949 fue una conquista histórica para la clase obrera internacionalmente. La revolución, llevada a cabo por un ejército guerrillero campesino dirigido por el Partido Comunista Chino (PCCh) de Mao Zedong, derrocó el dominio de los capitalistas y los terratenientes y estableció un estado obrero, con una economía basada centralmente en formas de propiedad colectivizada. Sin embargo, el estado obrero estuvo deformado desde el principio debido al dominio de una burocracia parasitaria fundamentalmente similar a la que llegó al poder en la Unión Soviética por medio de una contrarrevolución política dirigida por Stalin, a partir de 1923-1924.
La economía colectivizada liberó a China del dominio imperialista, sacó a cientos de millones de la pobreza más terrible y sentó las bases para avances industriales significativos. A pesar de varias décadas de “reformas de mercado”, China sigue siendo un estado obrero deformado. Como trotskistas, enfatizamos que, de igual forma que los obreros en EE.UU. deben defender sus sindicatos de los patrones a pesar de las dirigencias obreras vendidas, la clase obrera internacional, y en especial en Estados Unidos, debe estar por la defensa militar incondicional de China contra el imperialismo y la contrarrevolución interna. Estamos por la revolución política proletaria para barrer con la burocracia estalinista y remplazarla con un gobierno de consejos obreros y campesinos comprometido con la lucha por el socialismo mundial.
Los demócratas y los dirigentes sindicales respaldan la guerra comercial de Trump
Desde el inicio de esta guerra comercial, Trump ha contado con el apoyo de los demócratas. El líder de la minoría en el senado, Chuck Schumer, declaró: “El presidente Trump ha dado en el blanco” porque “China es nuestro verdadero enemigo comercial”. Bernie Sanders, adorado por la izquierda reformista, repetidas veces ha declarado su apoyo a los aranceles sobre las importaciones provenientes de China.
Los altos dirigentes de la burocracia sindical también han adoptado esta postura. Reconociendo que los aranceles afectarían a algunas industrias estadounidenses y a sus trabajadores, así como a los consumidores, el presidente de la AFL-CIO, Richard Trumka, declaró: “En el largo plazo, si es bueno para el país, va a ser bueno para todos”. De igual manera que los dirigentes de la AFL-CIO se contaban entre los partidarios más fervientes del imperialismo estadounidense contra la Unión Soviética durante la era de la Guerra Fría, hoy en día, estos falsos dirigentes de la clase obrera están ayudando a los imperialistas a movilizarse para lograr su principal objetivo: la restauración del dominio capitalista en China.
El proteccionismo es veneno para el movimiento obrero estadounidense. Significa culpar a los trabajadores extranjeros por la pérdida de empleos en EE.UU. en vez de luchar contra los capitalistas en casa y forjar lazos de solidaridad de clase con los obreros en otros países. La lucha de clases necesaria ha sido socavada y hecha pedazos por los burócratas sindicales. Éstos han sido cómplices activos en la guerra de clases unilateral de los capitalistas al vender esquemas de múltiples niveles salariales y otras concesiones para defender la rentabilidad del capitalismo estadounidense contra sus rivales.
Los dirigentes sindicales promueven la mentira de que la clase obrera y los capitalistas tienen un interés común. Un ejemplo claro es el arancel sobre las importaciones de acero, empujado de manera entusiasta por los dirigentes del United Steelworkers (USW, Acereros Unidos). Con la garantía de precios más elevados, los patrones del acero están acumulando ganancias aún más multimillonarias. Los miserables dirigentes del USW esperaban que los trabajadores también fueran recompensados. Todo lo contrario. Después de que expiraran sus contratos sindicales, U.S. Steel y ArcelorMittal han tomado una posición inflexible contra el USW, exigiendo que acepte concesiones.
Trump esencialmente está implementando el “pivote hacia Asia” que Barack Obama anunció pero implementó sólo parcialmente dado que las fuerzas estadounidenses permanecían empantanadas en el Medio Oriente y Afganistán. El gobierno de Trump, intensificando lo que se inició bajo Obama, ha estado llevando a cabo operaciones militares agresivas en el Mar de China Meridional y alrededor de la costa oriental de China. Destructores estadounidenses han entrado repetidas veces a aguas territoriales alrededor de las islas Spratly, como a veces ha sido el caso con buques de guerra británicos y franceses. Recientemente, un buque de guerra estadounidense estuvo a 40 metros de chocar con un destructor chino.
Mientras tanto, bombarderos estadounidenses de largo alcance B-52, han sobrevolado la región, incluso en ejercicios conjuntos con aviones caza japoneses. Japón orquestó una provocación adicional, con un ejercicio en el que participaron un submarino, dos destructores y un portahelicópteros. Fuerzas de la marina y del cuerpo de marines estadounidenses también han llevado a cabo ejercicios con “fuego vivo” en el área. Adicionalmente, el mes pasado EE.UU. hizo enfurecer a Beijing con la imposición de sanciones contra el Departamento de Desarrollo de Equipo del ejército chino porque éste adquirió de Rusia aeronaves de combate y un sistema de misiles tierra-aire.
El mes pasado, Washington aprobó una venta de armas por 330 millones de dólares al Taiwán capitalista para fortalecer sus capacidades en aire y de combate. Se reporta que el Pentágono está considerando una vasta operación militar en noviembre que involucraría buques de guerra, aeronaves de combate y el despliegue de tropas estadounidenses. Esta demostración de fuerza propuesta tendría lugar cerca de las aguas territoriales chinas, no sólo en el Mar de China Meridional, sino también en el Estrecho de Taiwán. El control sobre el estrecho sería crucial en el caso de una guerra entre la República Popular China y EE.UU. por Taiwán, que ha sido parte de China desde finales del siglo XVII. Una parte clave de nuestra defensa militar incondicional del estado obrero deformado chino es nuestra posición a favor de la reunificación revolucionaria de China, por medio de la revolución socialista en Taiwán y la revolución política en China continental.
En una diatriba el 4 de octubre, el vicepresidente Mike Pence denunció a China no sólo por involucrarse en una “agresión” militar, sino también por subsidiar injustamente compañías estatales y por buscar el dominio en el campo de la tecnología de punta con su plan “Hecho en China 2025”. Mientras tanto, EE.UU. ha buscado alinear a sus aliados en la guerra económica contra China. A insistencia de Washington, se introdujo una cláusula en la nueva versión del TLCAN —un tratado de rapiña imperialista contra México—, que esencialmente otorga a EE.UU. un poder de veto sobre cualquier acuerdo comercial que México o Canadá pudieran negociar con China. Esa cláusula está siendo promovida como un modelo para futuros acuerdos comerciales, con el objetivo de suprimir los intentos de Beijing de compensar los aranceles estadounidenses transfiriendo su comercio hacia la Unión Europea, Japón y Canadá.
EE.UU. exige que Beijing reduzca la centralidad de las empresas de propiedad estatal (EPEs) en la economía china y que se les permita a las compañías estadounidenses obtener participación mayoritaria en empresas en China. ¡Esto equivale a exigir que China abandone las relaciones de propiedad colectivizada! Así mismo, Washington exige que Beijing abandone su requisito de que las compañías estadounidenses que invierten en China establezcan empresas conjuntas que compartan sus conocimientos tecnológicos con sus contrapartes chinas. Sin embargo, incluso el Wall Street Journal (26 de septiembre)
reconoció que: “Las compañías estadounidenses inicialmente llevaron a China la idea de empresas conjuntas como un vehículo para acceder a un mercado de mil 400 millones de personas y aprovechar una fuerza de trabajo de bajo costo. El acuerdo incluía ayudar a las compañías chinas a volverse más avanzadas tecnológicamente”. Según se informa, el acuerdo fue propuesto por primera vez por los patrones estadounidenses de la industria automotriz a finales de la década de 1970 cuando el dirigente chino Deng Xiaoping daba inicio a un programa de “reformas de mercado”.
Un objetivo importante de los aranceles estadounidenses es incrementar el costo de los productos hechos en China importados a Estados Unidos para así incitar a las compañías extranjeras a empezar a mover sus inversiones fuera de China. Las compañías privadas en manos de extranjeros y las empresas conjuntas representan casi el 10 por ciento de las exportaciones a Estados Unidos. Estas compañías, no las EPEs, serán las más afectadas por los aranceles de Washington. Desde que los aranceles fueron anunciados, varias compañías extranjeras que hacen productos de alta tecnología, como componentes electrónicos o fresadoras, en China para exportar a EE.UU. han anunciado planes para mover sus operaciones a Japón, Corea del Sur, Tailandia u otros lugares en Asia.
China no es capitalista
Contrario a las afirmaciones de la mayoría de los comentaristas burgueses de que China se ha convertido en una nueva potencia capitalista —una afirmación que repiten la International Socialist Organization [Organización Socialista Internacional], Socialist Alternative [Alternativa Socialista] y muchos otros reformistas en la izquierda—, la economía china opera de forma fundamentalmente distinta al capitalismo. El núcleo de la economía está colectivizado, no es propiedad privada de explotadores capitalistas. Las empresas de propiedad estatal dominan sectores industriales estratégicos, al igual que el sistema bancario. Hoy en día, las EPEs mantienen propiedad exclusiva o control absoluto en sectores estratégicos como la industria de defensa, la generación y distribución de electricidad, las telecomunicaciones, la aviación civil, el transporte de bienes, el carbón, el petróleo y los petroquímicos. En otros sectores clave, se ha otorgado a las EPEs poderes de supervisión administrativa, de asignación de personal, etc., lo que les confiere un alto grado de control.
Es un testimonio de la superioridad de la economía colectivizada el que la producción de China continuó al alza mientras el mundo capitalista estaba hundido en una crisis económica posterior al colapso de 2007-2008 alimentado por la especulación financiera de Wall Street. En EE.UU. se acabó con millones de empleos mientras que los bancos, las compañías de seguros y los patrones de la industria automotriz recibían billones de dólares para salvarlos. En contraste, China canalizó inversiones masivas para el desarrollo de infraestructura y de capacidad productiva.
Aquéllos que argumentan que China representa una forma de capitalismo de estado enfatizan el crecimiento de un extenso sector privado desde las reformas de mercado iniciadas por Deng. Esas medidas eran un intento de enfrentar la inestabilidad y la incompetencia inherentes a la administración de la economía planificada por el régimen estalinista, que excluye a la clase obrera del poder político. Como escribimos en la década de 1980:
“Dentro del marco del estalinismo, hay una tendencia inherente a remplazar la planificación y la administración centrales con mecanismos de mercado. Dado que los gerentes y los obreros no pueden ser sometidos a la disciplina de la democracia de los soviets (consejos obreros), la burocracia tiende a ver cada vez más la sujeción de los actores económicos a la disciplina de la competencia de mercado como la única respuesta a la ineficiencia económica”.
—“For Central Planning Through Soviet Democracy” [Por una planificación central mediante la democracia soviética] (“Market Socialism” in Eastern Europe [El “socialismo de mercado” en Europa Oriental], panfleto espartaquista, julio de 1988).
La burocracia estalinista abrió China a la inversión imperialista, privatizó muchas compañías de propiedad estatal (no estratégicas) y remplazó el monopolio estatal sobre el comercio exterior con una mezcolanza de controles estatales ad hoc. Las “reformas de mercado” llevaron a un desarrollo de la economía más rápido y más amplio respecto al periodo anterior bajo Mao, cuando el comandismo burocrático marcaba la operación de la economía planificada. Sin embargo, la desigualdad ha crecido ampliamente, junto con el fortalecimiento de las fuerzas de la contrarrevolución, particularmente los empresarios capitalistas de nueva creación en China continental y la vieja y establecida burguesía china en Taiwán, Hong Kong y otros lugares.
Especialmente desde la crisis financiera mundial de 2008, Beijing ha realizado un esfuerzo concertado para reforzar a las EPEs y reafirmar el dominio estatal sobre la economía. Cada vez más, las EPEs están adquiriendo compañías privadas u obligándolas a crear empresas mixtas. De manera más amplia, el PCCh ha dejado claro que piensa controlar las decisiones de negocios de las compañías privadas así como de las empresas conjuntas con socios extranjeros. Cada vez más, el PCCh está estableciendo células del partido en tales compañías, jugando un papel clave en las decisiones administrativas.
Uno de los principales factores detrás de estas medidas es el miedo que le tiene el régimen estalinista a las masas de trabajadores, que con mucha razón están ofendidos por la corrupción burocrática, la creciente desigualdad, el inadecuado servicio de salud y las míseras pensiones, al igual que por el brutal abuso de los trabajadores, particularmente en el sector privado. En 2005, el gobierno chino reconoció unos 87 mil “incidentes masivos” de protesta, principalmente por parte de obreros y campesinos. Desde entonces, Beijing simplemente ha dejado de publicar los números. Mientras tanto, chinos ricos buscan invertir su dinero en el extranjero, drenando recursos del país.
Una revolución política proletaria barrería con la casta parasitaria estalinista y establecería una democracia soviética, basada en consejos obreros y campesinos. Ese gobierno expropiaría a los capitalistas chinos locales y a los magnates de Hong Kong y renegociaría los términos de la inversión extranjera en China en beneficio de los trabajadores. Una dirección internacionalista proletaria defendería las relaciones de propiedad colectivizada en China buscando la revolución socialista mundial.
El estalinismo mina al estado obrero
El documento National Security Strategy [Estrategia de seguridad nacional] publicado por Washington en 2017 detalló que durante décadas la política estadounidense estaba basada en la noción de que el desarrollo económico de China y su integración con el orden internacional “harían que China se liberalizara”. Pero China no se “liberalizó”, es decir, no se convirtió en un nuevo miembro del orden capitalista. El documento concluyó que es necesario “repensar las políticas de las dos últimas décadas”.
Los imperialistas estadounidenses han estado pregonando su posición como la “única potencia mundial” desde la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-1992. Supusieron que reproducirían en China su victoria sobre la Unión Soviética por medio de la destrucción del estado obrero que emergió de la Revolución de 1949. En los años que condujeron a la destrucción de la URSS, la principal base social de la perestroika (reformas de mercado) del líder soviético Mijaíl Gorbachov, que resultó ser la antesala de la contrarrevolución capitalista, fue la privilegiada generación más joven de funcionarios, tecnócratas e intelectuales. Los gobernantes estadounidenses creían que con la creciente integración económica de China en el mercado mundial, una creciente “clase media” con intereses económicos personales alineados con el capital occidental y japonés presionaría al régimen del PCCh a abrir la vida política, permitiendo así el surgimiento de corrientes de oposición anticomunistas.
Sin embargo, los estalinistas chinos, preocupados sobre todo por preservar su posición privilegiada a la cabeza del estado obrero, no ignoraron los eventos que llevaron a la destrucción de la Unión Soviética. Estaban determinados a que no habría liberalización política, incluso al nivel académico o intelectual. Aunque ha habido un crecimiento significativo de elementos capitalistas en China, éstos permanecen atomizados políticamente. Al mismo tiempo, los burócratas estalinistas continúan reprimiendo vigorosamente cualquier expresión política independiente por parte de los obreros y los campesinos chinos.
Los dirigentes del PCCh creen falsamente que pueden transformar a China en la superpotencia global del siglo XXI, incluso ante el mayor poderío militar, la tecnología más avanzada y la mayor productividad laboral de los imperialistas. Esta visión ilusoria es una expresión del dogma estalinista del “socialismo en un solo país”. Para los marxistas, el socialismo —la primera etapa del comunismo— es una sociedad sin clases que tiene un desarrollo económico más elevado que el del capitalismo más avanzado. Para esto, la precondición es la abolición del capitalismo a escala mundial por medio de la revolución proletaria y el establecimiento de una sociedad de abundancia material basada en una división internacional del trabajo. Las fuerzas productivas desde hace mucho han superado las limitaciones de las fronteras nacionales. Tratar de lograr el “socialismo” al nivel nacional es la antítesis del marxismo.
¡Reforjar la IV Internacional!
El incremento actual de las medidas proteccionistas y las amenazas militares de Washington demuestra que los imperialistas buscan, en última instancia, destruir el estado obrero deformado chino. Esto no puede ser vencido con la búsqueda quimérica de una “coexistencia pacífica” con el imperialismo por parte de la burocracia del PCCh, sino sólo por medio de la lucha por extender el dominio obrero a lo largo del mundo.
El proteccionismo comercial estadounidense, un mecanismo para compensar una competitividad disminuida, señala el continuo declive económico relativo del capitalismo estadounidense. Las consecuencias de la ofensiva por parte de los gobernantes estadounidenses para revertir el declive de su importancia económica han quedado de manifiesto tanto bajo los gobiernos demócratas como bajo los republicanos: la guerra de décadas contra los obreros; la creciente pauperización de los pobres y los ancianos; la desesperación en los guetos y en los barrios, donde no hay esperanza alguna de obtener un trabajo industrial decente.
Al luchar por sus propios intereses de clase contra los depredadores imperialistas estadounidenses, el proletariado de EE.UU. también da un golpe en favor de la liberación de los explotados y los oprimidos en todo el mundo. El propósito de la Liga Comunista Internacional es reforjar la IV Internacional de Trotsky, el partido mundial de la revolución socialista, que traerá al frente el principio de la unidad de la clase obrera en la lucha por un mundo socialista.
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