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Espartaco No. 49

Abril de 2018

La campaña de Marichuy

Bolchevismo vs. populismo pequeñoburgués

¡Por un gobierno obrero y campesino!

El Congreso Nacional Indígena (CNI) y sus aliados del EZLN postularon a María de Jesús Patricio, Marichuy, una indígena nahua de Tuxpan, Jalisco, para buscar una candidatura independiente a la presidencia. Sin embargo, Marichuy sólo pudo recolectar alrededor del 30 por ciento de las 867 mil firmas requeridas por el INE y no podrá contender en las próximas elecciones. Nos oponemos a la legislación antidemocrática que hace extremadamente difícil que alguien pueda ser votado en comicios por fuera de los partidos políticos burgueses. Estas restricciones mostraron ser particularmente elitistas y racistas. Las firmas requeridas tenían que ser capturadas mediante una aplicación que sólo ciertos teléfonos inteligentes podían soportar. En un país donde 81.7 por ciento de la población gana menos de tres salarios mínimos, y donde mucha gente no tiene energía eléctrica ni conexión a Internet, esto significa la exclusión de campesinos pobres e indígenas.

Al mismo tiempo, como cuestión de principios los marxistas no llamamos a firmar por Marichuy; lo contrario habría sido equivalente a una “solicitud de nominación”. Sólo firmaríamos por organizaciones o individuos que quisiéramos que estuvieran en la boleta electoral: organizaciones de la clase obrera que tracen, al menos, una tenue línea de clase, una extensión de la táctica leninista del apoyo crítico. El CNI y el EZ son organizaciones pequeñoburguesas (con base en el campesinado pobre) cuyo programa populista radical, circunscrito al sistema capitalista y por ello burgués, es incapaz de poner fin al atraso del campo mexicano. (Para mérito propio, Marichuy rechazó recibir un solo peso del estado burgués para su precampaña, mostrando así más dignidad que los autoproclamados trotskistas del Movimiento de los Trabajadores Socialistas, quienes no han dudado en utilizarlo en pos de su cretinismo electorero [ver “Ciudad de México: El circo antidemocrático de la asamblea constituyente”, Espartaco No. 46, octubre de 2016].)

Los espartaquistas nos solidarizamos con la lucha del campesinado indígena contra su ancestral opresión. Para la burguesía mexicana, los campesinos indígenas son simplemente población excedente. La inmensa mayoría de éstos vive en la más abyecta pobreza, trabajando la tierra para el autoconsumo, sin ningún tipo de financiamiento y con las técnicas de producción más arcaicas. A partir de la entrada en vigor del TLC en 1994, su situación no ha hecho sino empeorar, obligando a muchos a migrar a los cinturones de miseria alrededor de las ciudades o a EE.UU. La educación que reciben es precaria: un cuarto de los hablantes de lenguas indígenas es analfabeta, apenas uno de cada cinco termina la primaria y sólo 3.6 por ciento logra obtener un título universitario.

En las comunidades indígenas los servicios de salud son inexistentes y la gente a menudo se ve obligada a recurrir a “médicos tradicionales” para tratar sus afecciones. Los niveles de desnutrición y mortalidad infantil entre los indígenas son muy superiores al del resto de la población del país. Y si la situación de los indígenas en general es horrenda, la aguda opresión y la degradación de las mujeres indígenas son escalofriantes, sancionadas en particular por los “usos y costumbres”, como la venta de novia, tan habitual en estas comunidades. Los comunistas nos oponemos decididamente a la idealización de los “usos y costumbres” para justificar el atraso campesino.

En este contexto, y en medio del circo electoral, la campaña de Marichuy, quien llama a que “descolonicemos el pensamiento capitalista y patriarcal”, ha levantado simpatías entre jóvenes de mentalidad izquierdista. El oficio de Marichuy también ha contribuido a su relativa popularidad, y no ha escapado a la infinita condescendencia de intelectuales liberales. Marichuy ejerce la “medicina” natural y da clases de herbolaria en la Universidad de Guadalajara. Según ella misma relata, por décadas se ha dedicado a curar de “[mal de] ojo, susto y empacho” a su comunidad, ofreciendo terapias alternativas con medicina tradicional indígena, homeopatía, herbolaria e iridología.

Los marxistas no idealizamos la “medicina natural”, otro rasgo del atraso, la miseria y el aislamiento a que se encuentran sometidos los campesinos pobres; estamos decididamente a favor de la ciencia médica y en contra de las mal llamadas “medicinas alternativas”, que en el mejor de los casos resultan inocuas o a lo más ofrecen un efecto placebo, pero más a menudo son peligrosas tanto por sí mismas como por el hecho de que evitan que los pacientes reciban el tratamiento médico necesario. Lo que es necesario es industrializar el campo y poner los avances de la ciencia y la tecnología al servicio de los pobres rurales y urbanos.

No hay nada en las propuestas de Marichuy (ni las de los zapatistas) que atente contra la fuente de toda explotación y opresión: el régimen de propiedad privada de los medios de producción. En realidad, el supuesto “anticapitalismo” del EZ y Marichuy no es sino oposición a los excesos más brutales del neoliberalismo dentro de los marcos del capitalismo. Su discurso se circunscribe completamente a la Sexta Declaración zapatista (de la cual ella es adherente), cuyo principal llamado es por una nueva constitución que “defienda al débil frente al poderoso”, que habrá de obtenerse mediante un “movimiento civil y pacífico” (ver “¡Sólo la revolución obrera puede emancipar a los explotados y oprimidos!”, Espartaco No. 25, primavera de 2006). A tono con la idea zapatista de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, Marichuy ha declarado: “Tenemos que buscar nuevas formas, las hay, sólo es cuestión de escucharnos entre todos. No queremos llegar allá arriba, porque está corrompido todo ese poder, queremos que el poder surja de abajo, queremos que el pueblo sea el que mande y que el gobierno obedezca”.

Es utópico pensar que se puede reformar este régimen para ponerlo al servicio de los explotados y oprimidos. Bajo el capitalismo, toda la economía está al servicio de la extracción de ganancias por un puñado de burgueses que poseen los medios de producción. En la era del imperialismo, las burguesías tercermundistas —atadas a los imperialistas— son incapaces de desarrollar la economía al nivel de los países avanzados, incluyendo la modernización del agro. Por ello, no pueden realizar tampoco la genuina emancipación nacional. Hay que derrocar el capitalismo mediante una revolución socialista que abola la propiedad privada —es decir, que colectivice los medios de producción— y planifique la economía para satisfacer las necesidades de la población y romper el yugo imperialista.

La clase obrera, debido a su relación con los medios de producción, es la única con el interés histórico y el poder social para acaudillar a las masas oprimidas hacia ese fin. Sin más que su fuerza de trabajo para vender, la clase obrera no tiene interés objetivo alguno en la conservación del régimen de la propiedad privada; al contrario, su interés está en la colectivización de los medios de producción. Además, los proletarios producen la riqueza de la sociedad colectivamente, lo cual les confiere una enorme fuerza social. En contraste, el campesinado es una capa heterogénea que forma parte de la pequeña burguesía. Los campesinos pobres, cuya nimia producción se reduce al autoconsumo, carecen de poder social y añoran su propia parcela; los campesinos minifundistas compiten entre sí para colocar sus productos en el mercado. El interés objetivo del campesinado como estrato social está en la propiedad privada de la tierra. Debido a estas características, el campesinado —y la pequeña burguesía entera— es incapaz, por sí mismo, de plantear un programa revolucionario propio: siempre sigue a una de las dos clases fundamentales del capitalismo —el proletariado o la burguesía—. En ausencia de un partido obrero revolucionario en una lucha franca por el poder, los campesinos se han restringido a apelar a la buena fe de los gobernantes burgueses para satisfacer sus sentidas demandas.

Después de casi 25 años, la política zapatista confirma y refuerza este análisis. Desde su origen, y tras un breve periodo de insurrección armada, el EZ llamó a votar por Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD burgués. Decepcionados ante la participación de este partido en la legislación y represión antiindígenas, los zapatistas lanzaron la Sexta Declaración y llamaron a construir “la otra campaña” hace ya doce años, aunque sin contraponerla a votar por los partidos capitalistas. El programa zapatista, que se reduce a reformas democrático-burguesas, es en realidad una variante pequeñoburguesa del populismo (enarbolado actualmente por el Morena de AMLO), cuyo objetivo es presionar a un ala de la burguesía nacionalista.

Los zapatistas no han cambiado mucho el mundo ni siquiera dentro de los confines de Chiapas. La economía en los caracoles zapatistas sigue siendo sobre todo agricultura de subsistencia, reminiscente del ejido comunal tradicional, pero sin los magros subsidios estatales que los ejidos tuvieron durante un tiempo. Esta autonomía empobrecida es insostenible a largo plazo en medio de un mundo capitalista donde la búsqueda de ganancias inevitablemente llevará a arrancar de raíz formas sociales antiguas en interés del mayor acceso a recursos, mercados y producción.

Sólo un gobierno obrero y campesino —la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado— podría otorgar y garantizar una verdadera autonomía para las comunidades indígenas, como parte de un esfuerzo consciente y planificado por eliminar la miseria rural y la contradicción entre la ciudad y el campo. Así, el campesinado pobre sería un aliado clave del proletariado en la lucha por la revolución socialista. Los millones de antiguos campesinos, sobre todo jóvenes, que a raíz de la pauperización rural han tenido que trasladarse como obreros a las ciudades y a modernos agribusiness norteños, constituyen un vínculo importante con el campesinado indígena. La alianza revolucionaria obrero-campesina sólo es posible bajo la dirección de un partido revolucionario de la vanguardia proletaria. Nuestro propósito es construir ese partido, uno como el de los bolcheviques de Lenin y Trotsky, capaz de dirigir a la clase obrera en esta tarea histórica.

 

Espartaco No. 49

Espartaco No. 49

Abril de 2018

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