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Espartaco No. 35

Junio de 2012

¡Defender al estado obrero deformado chino!

“Tíbet Libre”, grito de guerra de la contrarrevolución

El siguiente artículo ha sido adaptado de Workers Vanguard No. 911, 28 de marzo de 2008, e incorpora un par de correcciones al original publicadas en el No. 917, 4 de julio de 2008.

En el año de 2008 se llevaron a cabo protestas, iniciadas en la Región Autónoma del Tíbet, para conmemorar el aniversario del levantamiento de 1959 contra el dominio chino —un levantamiento inspirado, armado y financiado por la CIA—. Las protestas, descritas por el único corresponsal extranjero en Lhasa como “una orgía de motines antichinos” (Economist en línea, 14 de marzo de 2008), fueron dirigidas por lamas budistas y recibieron eco en las provincias chinas de Gansu, Qinghai y Sichuan, donde existen poblaciones tibetanas significativas. También hubo una marcha en la India desde el centro del “gobierno en el exilio” del Dalai Lama. Al grito de “Viva el Tíbet” y “Viva el Dalai Lama”, los participantes en los motines dirigidos por los monjes, con frecuencia a la cabeza de pandillas de adolescentes, causaron destrozos en el viejo barrio tibetano de Lhasa, incendiando y destruyendo tiendas administradas por gente de etnia china y dando muerte al menos a trece personas. Entre los que sufrieron los ataques se encuentran los chinos de la etnia hui, una minoría musulmana en la región. El Economist (22 de marzo de 2008) reportó que “las tiendas propiedad de tibetanos fueron señaladas como tales con mascadas blancas tradicionales... Se salvaron de la destrucción”.

Estas protestas en el Tíbet fueron reaccionarias, anticomunistas y contrarrevolucionarias. Como trotskistas (es decir, marxistas genuinos), en la Liga Comunista Internacional luchamos por la defensa militar incondicional del estado obrero deformado chino contra el ataque imperialista y la contrarrevolución capitalista —como hacemos en el caso de los otros estados obreros deformados restantes en Corea del Norte, Vietnam, Cuba y Laos—. La Revolución de 1949 que derrocó el dominio capitalista en China ha dado como resultado enormes conquistas para las masas trabajadoras y campesinas de ese país, incluida la gente del Tíbet, que, hasta la victoria allí de las fuerzas chinas en 1959, era gobernado por una “lamacracia” proesclavista. La causa por un “Tíbet Libre” tuvo su origen en las maquinaciones de la CIA y otras fuerzas imperialistas determinadas a restaurar el capitalismo en China, lo que reduciría una vez más al país al yugo semicolonial. El llamado por un “Tíbet Libre” es el grito de guerra de la contrarrevolución y significaría en los hechos el señorío imperialista sobre las masas tibetanas. La destrucción contrarrevolucionaria del estado obrero deformado chino constituiría una derrota tremenda para el proletariado internacional, incluido el pueblo del Tíbet.

Antes de ser aplastada por el Ejército de Liberación Popular en 1959, la teocracia lamaísta del Tíbet tal vez era, proporcionalmente, el estrato gobernante más grande y holgazán de la historia humana, apoyado económicamente por campesinos, cultivadores de cebada y pastores de yaks. En esencia, esto significaba que el trabajo más inclemente era hecho en su mayoría por las mujeres, ya que tanto los monjes como una porción nada pequeña de la población masculina, que emulaba la vida monástica después de “pecar” al procrear, se dedicaban a la contemplación.

Después de suprimir el levantamiento respaldado por la CIA de 1959, el gobierno chino abolió el ulag (trabajo campesino forzado) y puso fin a los azotes, la mutilación y la amputación como formas de castigo penal. La tierra, los animales y las herramientas de los aristócratas que huyeron al exilio fueron distribuidas entre los campesinos, al igual que la tierra y los bienes muebles de los monasterios que habían participado en el levantamiento. El estado obrero deformado chino estableció la educación laica y construyó sistemas de agua corriente y eléctricos en Lhasa. Como resultado, el promedio de vida de los tibetanos, que era de 35 años en 1950, se elevó a 67 en 2001. La mortalidad infantil, que llegaba a un impresionante 43 por ciento en 1950, disminuyó dramáticamente hasta el 0.661 por ciento en 2000. La reciente apertura del ferrocarril entre Lhasa y Qinghai, que une al Tíbet con el resto de China, ha conducido al desarrollo económico y a una mejora de los estándares de vida. Estas conquistas dan testimonio del progreso social resultante de la expropiación de la clase capitalista y los terratenientes y la instauración de las formas de propiedad proletarias que emergieron de la Revolución China de 1949.

Especialmente desde la destrucción contrarrevolucionaria de los estados obreros deformados de Europa Oriental y, en particular, desde la destrucción del estado obrero degenerado soviético en 1991-92, China se encuentra cada vez más en la mira de los imperialistas. Para promover la contrarrevolución, éstos combinan el aprovechamiento de las aperturas económicas ofrecidas por la burocracia estalinista de Beijing, a través de las que buscan fomentar la contrarrevolución interna, con el incremento de la presión militar. China, el más poderoso de los estados obreros deformados restantes, está rodeada por todo un sistema de bases militares estadounidenses. Junto con Corea del Norte, se encuentra en la lista de objetivos potenciales del Pentágono para un primer ataque nuclear, en tanto que el programa estadounidense de Defensa Nacional de Misiles tiene el objetivo estratégico de neutralizar las modestas capacidades nucleares chinas.

Los gobernantes imperialistas procuraron aprovechar las Olimpiadas de Beijing 2008 para intensificar la presión que ejercen sobre China a través de su apoyo al Dalai Lama. En una provocación que prefiguró los motines en el Tíbet, en un espacio de cinco semanas a partir de septiembre de 2007, el Dalai Lama se reunió con la canciller alemana Angela Merkel en Berlín, el entonces presidente estadounidense Bush en Washington —la primera vez que un presidente estadounidense en funciones se reunió públicamente con el Dalai Lama— y el primer ministro canadiense Stephen Harper. En mayo de 2008 también el entonces primer ministro británico, Gordon Brown, se reunió con el Dalai Lama en Londres.

Aunque el gobierno de Bush había llamado a China a “contenerse” en el Tíbet, los demócratas han buscado superar a la pandilla de Bush en su beligerancia contra China. Después de que estallaron las revueltas en el Tíbet, la portavoz demócrata en la cámara baja, Nancy Pelosi, visitó el cuartel general del Dalai Lama en Dharamsala, India. En una declaración del 12 de marzo de 2008, Pelosi condenó “la violenta respuesta de las fuerzas chinas a los manifestantes pacíficos en el Tíbet”; la entonces aspirante a candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, emitió una declaración afirmando que “la represión en el Tíbet continúa” y Barack Obama hizo eco de Pelosi al condenar “el uso de la violencia para aplacar a manifestantes pacíficos”. De hecho, durante los violentos motines, las fuerzas de seguridad chinas “parecen haber actuado con relativa mesura”, como reportó la edición en línea del Economist (16 de marzo de 2008). Desde entonces, las presiones, amenazas y provocaciones imperialistas contra China se han sucedido una a otra.

Los falsos socialistas, por su parte, marchan sin perder el ritmo detrás de los intentos de sus gobernantes imperialistas de fomentar la contrarrevolución en China, de igual modo que apoyaron la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS, una derrota histórico-mundial para el proletariado internacional que ha llevado devastación y miseria a los pueblos de la antigua Unión Soviética. En Francia, el Nuevo Partido Anticapitalista (en ese entonces Ligue communiste révolutionnaire), asociado con Socialist Action en EE.UU. y el PRT y la LUS en México, inmediatamente se solidarizó con los lamas, condenando la “represión ejercida por el régimen de Beijing” y llamando por la “autodeterminación” (declaración del 18 de marzo de 2008). Su afiliado japonés, Kakehashi, llamó por el “derecho a la autodeterminación del pueblo tibetano” y exigió que China “acepte un equipo de investigación internacional” (Kakehashi, 24 de marzo de 2008).

Mientras tanto, los reformistas del Committee for a Workers’ International (Comité por una Internacional Obrera), que publica China Worker y está asociado con Socialist Alternative (Alternativa Socialista) en EE.UU., han declarado que están por el “derecho a la independencia” del Tíbet. Aclamaron a las supuestas “capas radicales” entre la juventud tibetana en contraposición al “acercamiento conciliador” del Dalai Lama, aunque admiten que “la independencia nacional sobre una base capitalista no puede resolver en modo alguno los problemas de las masas empobrecidas” (China Worker, 18 de marzo de 2008). Estos oponentes del movimiento obrero revolucionario internacionalista, enemigos del estado obrero deformado chino, están dispuestos a entregar a las masas tibetanas al regreso de la lamacracia. Los llamados de los seudomarxistas a la “independencia” del Tíbet se encuentran a la derecha incluso del Dalai Lama, que admitió en 2005: “Conforme avanza el desarrollo material de China obtenemos conquistas materiales, como el tren. Si fuéramos un país separado sería muy difícil y no obtendríamos beneficios” (South China Morning Post, 14 de marzo de 2008).

Modelado a partir de la Unión Soviética después de la usurpación del poder político de la clase obrera por parte de la burocracia estalinista, el estado obrero chino estuvo deformado desde sus inicios. El Partido Comunista Chino (PCCh) de Mao Zedong que llevó a cabo la Revolución de 1949 no era un partido basado en la clase obrera, sino en el campesinado. Desde el inicio, el régimen del PCCh suprimió la acción independiente de la clase obrera, excluyéndola del poder político. Representando a una casta burocrática nacionalista que descansa sobre la economía colectivizada, el régimen estalinista de Beijing proclama la noción profundamente antimarxista de que el socialismo —una sociedad igualitaria y sin clases basada en la abundancia material— puede ser construida en un solo país. En la práctica, el “socialismo en un solo país” significó la adaptación al imperialismo mundial y la oposición a la perspectiva de la revolución obrera internacional.

En su vana búsqueda de la “coexistencia pacífica” con el imperialismo mundial, los falsos gobernantes estalinistas mismos socavan la defensa del estado obrero chino. Las declaraciones oficiales de Beijing condenando los motines del Tíbet responsabilizaron exclusivamente al Dalai Lama; lo que queda sin decir es el papel de los imperialistas. Pero como señaló un artículo de opinión en el New York Times (22 de marzo de 2008) escrito por un tal Patrick French, antiguo director de la “Campaña por un Tíbet Libre” en Londres: “La Campaña Internacional por el Tíbet, con sede en Washington, es ahora una fuerza más poderosa y efectiva sobre la opinión global que el grupo del Dalai Lama en el norte de la India”. Este partidario de un “Tíbet Libre” procedió a subrayar que “las organizaciones pro Tíbet europeas y estadounidenses son la cola que agita al perro del gobierno tibetano en el exilio”. También señaló que “después de peinar los archivos en Dharamsala” encontró “que no hay evidencia” para apoyar la afirmación hecha por su grupo y otros que pretenden un “Tíbet Libre” de que 1.2 millones de tibetanos han sido asesinados desde que los chinos entraron al Tíbet en 1950.

Parte de este mito es la popular distorsión promovida por el bando del Dalai Lama y por los imperialistas de que durante la Revolución Cultural Mao movilizó jóvenes estudiantes de la etnia han para “aplastar y destruir” mucho de lo que estaba al centro de la cultura tibetana. Pero fue en su mayoría la juventud tibetana la que destruyó muchas reliquias y palacios budistas. Wang Lixiong, en su muy serio artículo, “Reflexiones sobre el Tíbet” (New Left Review, marzo-abril de 2002), señala:

“La verdad es que, debido a la mala transportación y las enormes distancias implicadas, sólo un número limitado de Guardias Rojos de la etnia han llegaron en realidad al Tíbet. Aún si algunos de ellos participaron en el desmantelamiento de los templos, su acción sólo pudo haber sido simbólica. Cientos de altares se encontraban dispersos en pueblos, pastizales y las escarpadas laderas de las montañas: nadie hubiera sido capaz de destruirlos sin la participación de la gente local. Más aún, la mayoría de los Guardias Rojos que de hecho llegaron a la RAT [Región Autónoma del Tíbet] eran estudiantes tibetanos, que regresaban de universidades en otros lugares...

“Seguramente estas acciones son evidencia de que, una vez que se dieron cuenta de que podían controlar sus propios destinos, los campesinos tibetanos, en un gesto indudablemente liberador, hicieron a un lado el espectro de la próxima vida que había colgado sobre ellos por tanto tiempo y aseveraron por la fuerza que preferían ser hombres en esta vida que almas en la próxima”.

La mal llamada “Gran Revolución Cultural Proletaria”, que comenzó a mediados de los años 60, fue la movilización por parte de Mao de millones de jóvenes estudiantes para afianzar su posición en una guerra de pandillas fraccional al interior de la burocr acia. La Revolución Cultural infligió un enorme daño humano y económico sobre el Tíbet, como hizo en todo el resto de la República Popular China. Fue, de hecho, anticultural, incluyendo la cultura de los han al igual que el arte y la música occidentales. Al mismo tiempo, hubo de hecho chovinismo han. El lenguaje y el atuendo nativo tibetano —como fue el caso con todas las minorías nacionales— fueron atacados durante la Revolución Cultural.

Después de la muerte de Mao, Deng Xiaoping levantó las prohibiciones contra el lenguaje, el atuendo y los peinados tibetanos. Al mismo tiempo, se reconstruyeron y remozaron algunos monasterios y los monjes holgazanes —que antes se habían visto empujados a trabajar como un efecto secundario benéfico de la Revolución Cultural— regresaron a montones, hasta volverse entre 40 mil y 50 mil a fines de la década de 1990. Mientras tanto, las “reformas de mercado” iniciadas bajo Deng han incrementado los privilegios de los han en el área. Las conquistas auténticas obtenidas por las masas tibetanas a partir de la Revolución China de 1949 existen lado a lado con continuas desigualdades.

Más del 92 por ciento de la población de China es han. Es vital para el proletariado chino combatir el chovinismo han de la burocracia estalinista y oponerse a toda discriminación contra los tibetanos, los uighurs musulmanes de Xinjiang y otras minorías étnicas y nacionales. Lo que se necesita es una lucha para barrer con el dominio burocrático estalinista en China y remplazarlo con un régimen basado en la democracia obrera, expresada a través de consejos obreros y campesinos y arraigada en el internacionalismo marxista. Esto constituiría una revolución política obrera, no una revolución social. Su base sería la defensa del estado obrero chino y la lucha por la revolución socialista internacional. La clave para llevar a cabo esta perspectiva es el forjamiento de un partido trotskista en China. El destino del pueblo tibetano está inextricablemente ligado a la lucha por una revolución política proletaria en China y la revolución socialista en los países capitalistas —desde el Subcontinente Indio hasta Japón, EE.UU. y otros centros imperialistas—.

Allá en 1959, en la estela del fallido levantamiento tibetano, James Robertson, uno de los dirigentes fundadores de nuestra tendencia internacional y presidente nacional de la Spartacist League, escribió un volante que fue impreso en Young Socialist (junio de 1959), periódico de los Young Socialist Clubs (Clubes Juveniles Socialistas), antecedente del grupo juvenil del entonces trotskista Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista). Robertson había sido miembro de una organización schachtmanista que tenía una posición “tercercampista” (es decir no defensista) hacia la Unión Soviética. Siendo un ardiente comunista, fue ganado al trotskismo y se unió al SWP. Este volante, titulado “La brigada tibetana: Las lágrimas de cocodrilo manchan el hábito monacal” y publicado por el Eugene V. Debs Club de Berkeley, fue su primera declaración de defensismo soviético trotskista. En él afirmaba:

“La verdadera alternativa para el Tíbet si el control chino fuese expulsado no es la independencia como nación, sino la dependencia abyecta en el armamento, el dinero y los asesores estadounidenses...

“La victoria del gobierno comunista chino es claramente la opción progresista en la actual disputa. Sin embargo, reconocer esto no significa lavarle la cara al régimen. Pero aún de forma distorsionada, es parte de grandes y positivos cambios en el Asia continental, cambios que eventualmente serán el fin de los propios maoístas. A través de estas mismas conquistas, el régimen será derrocado por las masas de personas ansiosas por gobernar sus propios destinos sin intervención de una élite privilegiada. Ése es el futuro; los monjes gobernantes tibetanos son el pasado”.

 

Espartaco No. 35

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