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Espartaco No. 35 |
Junio de 2012 |
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Sobre el llamado por una asamblea constituyente
En nuestra propaganda sobre el derrocamiento del dictador egipcio Hosni Mubarak, en la Liga Comunista Internacional enfatizamos la necesidad de que el proletariado se erigiera como el dirigente de todos los oprimidos en la lucha por la revolución socialista. Escribimos: “Derechos democráticos elementales como la igualdad legal de la mujer y la plena separación entre la religión y el estado; la revolución agraria que le dé tierra a los campesinos; el fin del desempleo y la miseria absoluta: las aspiraciones básicas de las masas no pueden verse satisfechas sin derrocar al orden capitalista bonapartista” (Espartaco No. 33, primavera de 2011). Sin embargo, también lanzamos el llamado por “una asamblea constituyente revolucionaria basada en el sufragio universal”, como hicimos en artículos sobre el derrocamiento de Ben Ali en Túnez en otros periódicos seccionales de la LCI.
Al examinar esta cuestión con mayor profundidad, hemos cambiado nuestra posición. Aunque hemos llamado por una asamblea constituyente en muchas ocasiones en el pasado y bajo circunstancias distintas, como lo hicieron nuestros predecesores en el movimiento trotskista (incluyendo a Trotsky mismo), sentimos que era necesario cuestionar, a la luz de la experiencia histórica, si este llamado es válido o principista desde el punto de vista de la revolución proletaria. Una resolución recientemente adoptada por el Comité Ejecutivo Internacional de la LCI señala:
“Si bien la Asamblea Constituyente desempeñó un papel progresista en la gran revolución burguesa de Francia en 1789, toda la experiencia histórica ha demostrado que ése dejó de ser el caso desde entonces. Empezando con las revoluciones de 1848, en cada situación en la que una asamblea constituyente o un cuerpo legislativo burgués similar fue convocado en el contexto de una insurgencia proletaria, su propósito fue reunir las fuerzas de la contrarrevolución contra el proletariado y liquidar el poder proletario. Lo anterior fue evidente en la Comuna de París de 1871, la Revolución de Octubre de 1917 y la Revolución Alemana de 1918-19. Aunque la IC [Internacional Comunista] nunca lo codificó como una declaración principista general, la línea general de los bolcheviques bajo la dirección de Lenin y Trotsky tras la Revolución de Octubre consistió en tratar a la asamblea constituyente como una agencia contrarrevolucionaria”.
Así, la LCI ha rechazado, como cuestión de principios, el llamado por una asamblea constituyente. En nuestra propaganda sobre Egipto insistimos en la necesidad de abordar las demandas democráticas candentes de las masas tras décadas de dominio dictatorial, como una palanca para movilizar a la clase obrera, y a los oprimidos tras de ella, en la lucha por la revolución socialista. Esas demandas incluyen la libertad de prensa, de reunión, la separación verdadera entre la iglesia y el estado, etc. Sin embargo, el llamado por una asamblea constituyente no es una demanda democrática, sino un llamado por un gobierno capitalista. Nuestro rechazo de este llamado refleja la experiencia histórica del proletariado así como la extensión del programa marxista a lo largo de los años. (Lo anterior es una cuestión distinta a la de presentar candidatos en elecciones a cuerpos parlamentarios burgueses con el propósito de utilizar la campaña electoral, así como los escaños en caso de ser elegidos, como una plataforma para llamar a los obreros a organizarse como una clase para sí, es decir, a luchar por su propio dominio de clase.)
Marx se basó en la experiencia de las revoluciones de 1848, en las cuales las burguesías europeas hicieron causa común con las fuerzas de la reacción aristocrática, para impulsar la “revolución permanente”. Señalando la perfidia de la pequeña burguesía democrática, Marx argumentó que la tarea consistía en “hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el poder del estado” y la revolución se extienda internacionalmente (“Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, marzo de 1850). Trotsky extendió este entendimiento a la Rusia zarista en sus escritos de 1904-06 y posteriormente, durante la Segunda Revolución China, generalizó el programa de la revolución permanente a los países de desarrollo desigual y combinado al nivel global. Nuestro entendimiento del carácter reaccionario de la burguesía, en los países semicoloniales tanto como en los estados capitalistas más avanzados, significa que no puede existir un parlamento revolucionario. En consecuencia, el llamado por una asamblea constituyente contradice la revolución permanent.
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