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Spartacist (edición en español)
Número 35 |
Agosto de 2008 |
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China y la cuestión rusa
La defensa militar incondicional de China contra el ataque imperialista y la contrarrevolución interna es central a nuestra perspectiva marxista en este periodo. China es el más poblado y más poderoso, económica y militarmente, de los estados obreros burocráticamente deformados que aún existen. Además, es hoy en día un productor importante de bienes en el mercado mundial, con un proletariado industrial creciente y vibrante. Los siguientes fragmentos editados del documento de la V Conferencia Internacional de la LCI, “Manteniendo un programa revolucionario en el periodo postsoviético”, bosquejan discusiones recientes en la LCI que han tenido el propósito de profundizar nuestro entendimiento de los sucesos contradictorios en China en los años desde la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética en 1991-92.
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El que hayan sido necesarias repetidas luchas en el partido a finales de los años 90 y principios de la década presente contra el agnosticismo sobre la cuestión de la defensa del estado obrero chino y/o formulaciones tercercampistas en nuestra propaganda sobre China (“estado obrero moribundo”, “conquistas atenuadas de la revolución de 1949”, “la burocracia estalinista está dirigiendo la contrarrevolución en China”) revela que la importancia crítica de esta cuestión no fue asimilada por la dirección previa del partido. Un factor que contribuyó a la desorientación fue que se vio cada aspecto de las reformas de mercado como algo negativo, lo cual no se comenzó a corregir sino hasta finales de 2003 con un artículo en Workers Vanguard (WV), el cual representó un gran paso adelante en el análisis del impacto de las reformas de mercado sobre la economía china y la sociedad en su conjunto [“China: ¡Derrotar la campaña imperialista de contrarrevolución!”, Espartaco No. 22, invierno de 2004].
Las reformas de mercado y la creciente desigualdad en China han dado pie a una gran escalada de luchas obreras y campesinas. Según estadísticas gubernamentales, ocurrieron 87 mil “incidentes masivos” de descontento en 2005 —un promedio de alrededor de 240 por día— contra la corrupción, la desigualdad social, la pérdida de prestaciones y la toma de tierras campesinas por parte de funcionarios sin una compensación justa. El régimen de Hu Jintao y Wen Jiabao, alarmado por estas luchas, ha declarado un proyecto de construir una “sociedad socialista armoniosa”. El régimen ha procurado, de forma modesta, aliviar las condiciones sociales mediante un recorte sustancial de impuestos a granjeros y la reducción de las cuotas escolares, al tiempo que da más prioridad al mejoramiento de las provincias más pobres en el interior del país. Ha ampliado también, incluso en el sector privado, los derechos de sindicalización y la autoridad de la federación sindical controlada por el estado. Si los obreros tratan realmente de poner esto a prueba en la práctica, se plantearía de manera más tajante nuestro llamado por sindicatos independientes del control burocrático que defiendan las relaciones de propiedad colectivizadas. El descontento social en China ha instigado un renovado debate, incluso al interior del PCCh, entre elementos que quieren que la “apertura” económica continúe sin restricciones, “conservadores” maoístas que quieren volver a la economía burocráticamente planificada y neomaoístas y simpatizantes de la “Nueva Izquierda” que aceptan el marco de referencia de las reformas de mercado pero favorecen una mayor intervención gubernamental para proteger los intereses de los obreros y campesinos.
Desde la IV Conferencia nuestra propaganda ha logrado intersecar mejor la realidad social en China y abordar los problemas de nuestro enfoque anterior. Ante el llamado de la burocracia por más privatizaciones, nuestra respuesta impulsiva, que reflejaba una “ortodoxia estéril”, había sido simplemente exigir la abolición del mercado. El borrador del artículo “Resurgent Japanese Imperialism Sparks Protests in China” [El imperialismo japonés resurgente provoca protestas en China] (WV No. 847, 29 de abril de 2005) contenía un argumento en favor de la expropiación “sin compensación de las fábricas y otras empresas pertenecientes a imperialistas japoneses y occidentales”. Esta formulación, que ya había aparecido en artículos anteriores, es un llamado a la autarquía estalinista y no toma en cuenta el relativo atraso económico de esa sociedad. Nuestro razonamiento estaba contrapuesto a la forma en que el gobierno bolchevique de Lenin abordó la cuestión de las concesiones extranjeras. Una moción del S.I. de mayo de 2005 afirmó: “Soviets obreros en China abordarían la presencia de capital extranjero de manera acorde con los intereses de los obreros. Una promesa de expropiar sin compensación el capital extranjero es una promesa de retirarse del mercado mundial y una promesa de perder una revolución política.” Una moción de la reunión del CEI de 2006 criticó una formulación en nuestra prensa que afirmaba: “Son los aspectos ‘socialistas’ (es decir, colectivistas) los responsables de los acontecimientos económicos positivos en China en los últimos años... Y son los aspectos de mercado de la economía china los responsables por los acontecimientos negativos.” La moción del CEI señaló que esta formulación:
“Tiende a obliterar la diferencia cualitativa entre nuestro programa por una economía centralmente planificada y con democracia obrera y la economía planificada y centralizada por mandato de la burocracia china (que incluía la política autárquica de ‘autosuficiencia’) bajo Mao. Si bien la significativa industrialización bajo la economía planificada por mandato de Mao sentó las bases para el continuo crecimiento industrial bajo la ‘economía socialista de mercado’, la ineficacia y las contradicciones de la economía planificada por mandato fueron, en primer lugar, las que indujeron a la burocracia a usar el fuete de las reformas de mercado para incrementar la productividad...
“Lo que distingue de manera fundamental el programa trotskista del de los burócratas estalinistas, ya sea del tipo de Mao o de Deng y Hu, es nuestra lucha por la revolución proletaria internacional en oposición al ‘socialismo en un solo país’.”
La discusión y el debate internos nos han ayudado a tener un entendimiento más preciso y dialéctico de las contradicciones de las “reformas de mercado” en China. El artículo en dos entregas citado arriba, así como el artículo “Las ‘reformas de mercado’ en China: Un análisis trotskista” [Espartaco No. 27, primavera de 2007], menciona que los elementos esenciales de la economía china, establecidos tras el derrocamiento del sistema capitalista en la revolución de 1949, siguen colectivizados. Las empresas estatales dominan los sectores industriales estratégicos, mientras que la nacionalización de la tierra ha evitado el surgimiento de una clase de capitalistas agrarios a gran escala que dominen socialmente el campo. El control efectivo del sistema financiero ha permitido hasta ahora que el régimen de Beijing aísle a China de los movimientos volátiles del capital-dinero especulativo que devastan periódicamente a los países capitalistas neocoloniales. Durante el último cuarto de siglo ha habido un crecimiento económico significativo y en particular el desarrollo de un proletariado industrial sustancial, el cual, desde un punto de vista marxista, es un suceso progresista de importancia histórica. Además, ésta no es simplemente una “economía maquiladora”. Por ejemplo, China se ha convertido en una gran manufacturera de las gigantescas grúas que cargan y descargan contenedores [en puertos]. Al mismo tiempo, las políticas de los estalinistas de Beijing han victimado y empobrecido a sectores significativos de la clase obrera y los trabajadores rurales, han ensanchado el golfo entre la China rural y la urbana, han dado origen a una clase de empresarios capitalistas con vínculos familiares y financieros con los funcionarios del PCCh, así como con capitalistas chinos de ultramar, y han generado un estrato gerencial-profesional-tecnócrata que disfruta de estilos de vida occidentalizados.
Como revolucionarios marxistas, no nos oponemos a las extensas relaciones económicas de China con el mundo capitalista por sí mismas, mediante el comercio e inversiones conjuntas con corporaciones japonesas y occidentales. Los bolcheviques de Lenin y Trotsky mantuvieron relaciones tanto económicas como diplomáticas con potencias imperialistas y más de una vez se vieron obligados, después de tomar en cuenta la relación de fuerzas real, a llegar a compromisos desagradables, tales como el tratado de Brest-Litovsk de 1918 con los alemanes. La Nueva Política Económica (NEP) introducida en 1921 otorgó concesiones significativas a pequeños comerciantes y al campesinado acomodado. Lenin, sin embargo, insistió en una aplicación estricta del monopolio estatal del comercio exterior para proteger al nuevo estado obrero. Además, para los bolcheviques de Lenin la NEP significaba una retirada temporal, diseñada para ganar espacio de maniobra hasta que la relación de fuerzas pudiera modificarse a su favor a escala internacional mediante la extensión de la revolución proletaria. El verdadero crimen de la burocracia estalinista china —pasada y presente— es que ayudó a perpetuar y de hecho a fortalecer el sistema capitalista-imperialista a escala mundial. Al perseguir la “construcción del socialismo en un solo país”, los estalinistas chinos han traicionado oportunidades revolucionarias en el extranjero, de manera más notable en Indonesia en 1965, donde las políticas derivadas del maoísmo en apoyo a la burguesía nacional “progresista” condujeron a la aniquilación del partido comunista más grande del mundo capitalista. La China de Mao y de Deng fue un componente estratégicamente importante en la alianza dirigida por EE.UU. contra la Unión Soviética durante las últimas dos décadas de la Guerra Fría.
La creciente inversión de capital en Asia la ha convertido en un componente importante de la economía mundial, así como en una notable concentración del proletariado industrial (particularmente en el noreste del continente). Los tres países constructores de barcos más importantes del mundo son China, Japón y Corea del Sur. El noreste asiático es un nexo significativo en el comercio internacional, mientras que la expansión de la economía china impulsa tanto la economía de EE.UU. como la de Japón (donde a la década de recesión de los años 90 le ha seguido una “recuperación sin empleos”). China sirve como un mercado para las exportaciones industriales de Alemania; es importante también para exportadores de materia prima como Australia, Latinoamérica y África, así como de petróleo del Medio Oriente. Al mismo tiempo, la inversión extranjera directa en China ha sido sustancial. En 2005, compañías con fondos extranjeros realizaron 58 por ciento de las exportaciones chinas. En los hechos, la burocracia china sirve como contratista de mano de obra (pero no como dueña) para los imperialistas.
La región del Pacífico contiene tres de los cuatro estados obreros deformados. Este hecho, combinado con el creciente peso económico de la región, no ha pasado desapercibido por los imperialistas estadounidenses. Para el último año del gobierno de Clinton, el Pentágono había comenzado a desplazar recursos significativos hacia la región del Pacífico. En 2002, el “Análisis de Postura Nuclear” del gobierno estadounidense apuntó contra China y Corea del Norte, entre varios países, para un potencial primer ataque nuclear. Las armadas estadounidense y japonesa se han dividido las aguas entre Japón y el Asia continental; la armada estadounidense patrulla el Mar del Japón y la japonesa lleva a cabo provocaciones contra los embarques chinos por el sur, en el Mar de la China Oriental. En febrero de 2005, Japón y EE.UU. publicaron una declaración de política conjunta que manifiesta que Taiwán es una “preocupación mutua de seguridad”. Como señalamos durante una reexaminación de una discusión sobre las islas Diaoyu-Senkaku, Taiwán es la cuestión política y militar clave y significativa para la defensa de China en el Mar de la China Oriental. Una declaración conjunta de las secciones estadounidense y japonesa de la LCI afirmó que “Taiwán ha sido, desde tiempos remotos, parte de China, y nosotros, como trotskistas, estaremos del lado de China en caso de cualquier conflicto militar con el imperialismo en torno a Taiwán.” Nuestro programa para la reunificación revolucionaria de Taiwán con China se contrapone tanto a la perspectiva de unificación del PCCh basada en “un país, dos sistemas”, que incluye la acomodación al Guomindang, como a la del movimiento independentista taiwanés. Mientras tanto, la guerra de EE.UU. en Afganistán y la ayuda estadounidense a la India, poseedora de un arsenal nuclear, han contribuido a ceñir un peligroso cerco militar alrededor de China. En este contexto, la importancia de Indonesia está creciendo. Esta gran barrera de tierra bordeada por vías navegables estratégicas como la profunda depresión marina de los Estrechos de Ombei Wetar, y el angosto Estrecho de Malaca, a través de los cuales fluyen muchas de las importaciones energéticas de China, podría convertirse en un potencial punto de estrangulamiento en cualquier conflicto futuro entre EE.UU. y China. No es pues un accidente que mientras que el estado obrero deformado chino procura más comercio y éxitos diplomáticos en la región Asia-Pacífico, EE.UU. levantó su embargo de armas sobre Indonesia en noviembre de 2005 y está planeando la construcción de dos bases nuevas en Australia. Una neocolonia de los imperialistas estadounidenses en el área son las Filipinas, donde el ejército estadounidense ha sido un factor clave en cuanto al apoyo al terror de los escuadrones de la muerte del régimen de Arroyo, bajo el cual se ha asesinado a cientos de izquierdistas y otros elementos de oposición.
Mientras China se ha ido convirtiendo en un taller para el mundo, la creación de riqueza en EE.UU. en años recientes ha tenido un carácter en gran medida ficticio. La contribución al aumento nominal de bienes domésticos representada por el alza de precios de las acciones de empresas es en gran parte ilusoria, mientras que la debida al aumento del precio de la vivienda propia es completamente ilusoria. Al tiempo que los déficits gubernamentales aumentan significativamente, el estancamiento de los salarios reales ha llevado a una disminución del ahorro doméstico. Dichos ahorros habían sido un componente importante del excedente económico interno disponible para la inversión empresarial en nuevas plantas y equipo. Una consecuencia ha sido un incremento sostenido y masivo de la deuda externa estadounidense. En los últimos diez años, las compras de valores del gobierno y empresas estadounidenses desde el extranjero han crecido de menos del 10 a más del 30 por ciento de la inversión nacional. China ha desplazado a Japón como el poseedor de las reservas de divisas extranjeras más grandes del mundo, cerca del 70 por ciento de las cuales consiste en instrumentos de deuda en dólares, gran parte en bonos de la Tesorería de EE.UU. La estabilidad financiera de la economía estadounidense se ha vuelto críticamente dependiente de la disposición de China y Japón a acumular más deuda estadounidense. En realidad, los chinos le están prestando dinero a EE.UU. para comprar bienes producidos en China.
La acomodación de la burocracia china al imperialismo ha sido producto del falso postulado de que si se logra “neutralizar” la posibilidad de intervención militar a través de la “coexistencia pacífica” entonces China podría convertirse en una superpotencia mundial y de hecho construir el “socialismo en un solo país”. A pesar de sus impresionantes conquistas en cuanto a la industrialización, el capital social per cápita es aún 30 veces más grande en EE.UU. y Japón que en China. Las dificultades del gobierno de Bush en Irak y su fijación con el “terrorismo islámico” lo han desviado temporalmente de la persecución de la meta de la burguesía de derribar al estado obrero deformado chino. Pero sólo un impresionista creería que la actual coyuntura continuará indefinidamente. Más aún, los imperialistas tienen otras armas aparte de las militares. La presión económica sobre los estados obreros deformados representa peligros iguales, si no mayores. Un objetivo central de los imperialistas es socavar el control del gobierno chino sobre movimientos bancarios y monetarios. Los enormes superávits en la balanza comercial de China han creado presiones sustanciales dentro de los círculos gobernantes estadounidenses y algunos europeos hacia el proteccionismo antichino, una política favorecida por los demócratas. Una caída económica importante en EE.UU. y/o medidas proteccionistas antiimportación serían un severo golpe a la economía china y podrían hacer estallar luchas sociales importantes en ese país. Debe señalarse que en la década de 1990 y hasta principios de la presente impulsamos un análisis y proyecciones catastróficos respecto a China. Debemos estar prevenidos contra una sobrecorrección, es decir, una suposición implícita de que China continuará experimentando una alta tasa de crecimiento económico y de desarrollo industrial con un régimen estable del PCCh en el futuro previsible. Las reformas de mercado han agudizado las contradicciones en China, por un lado al incitar las fuerzas potenciales de la contrarrevolución capitalista, y por el otro al aumentar el peso social de la clase obrera que tiene el potencial para llevar a cabo una revolución política proletaria.
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