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Espartaco No. 47

agosto de 2017

Trump quiere profundizar el saqueo, AMLO y PRD renegociarlo

¡Abajo el TLCAN, rapiña imperialista contra México!

¡Por un gobierno obrero y campesino!

Además de machacar con que México pagaría por su muro antiinmigrantes, el demagogo racista Donald Trump centró buena parte de su campaña presidencial en despotricar que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) “ha beneficiado más a México” y que sacaría a EE.UU. del “peor tratado de la historia”. El ahora Comandante en Jefe imperialista anunció el 26 de abril que, en cambio, buscará “renegociar” el tratado para hacerlo aún más provechoso para EE.UU. Lo cierto es que, en poco más de dos décadas, el TLCAN ha significado el incremento de las ganancias y el poderío de los gobernantes estadounidenses y sus socios menores canadienses a costa de la superexplotación de los obreros y la miseria de los campesinos mexicanos. Tras el anuncio de la Casa Blanca, el gobierno del lacayo Peña Nieto se ha congratulado, cacareando que “hoy tenemos una gran ventana de oportunidad de poner al día este acuerdo de libre comercio y lo que vamos a buscar es que sea para beneficio, crecimiento, desarrollo y competitividad de América del Norte”.

Por la mala suerte de compartir con el vecino del norte una frontera de más de 3 mil km, México es la principal neocolonia de EE.UU. México es un exportador de manufacturas porque es un enorme importador de capital. En 2015, la inversión estadounidense en México alcanzó casi 93 mil millones de dólares. En 2016, el comercio entre ambos países llegó a un total estimado de casi 580 mil millones de dólares —una cifra sólo rebasada por el comercio de EE.UU. con China y Canadá—. El famoso “déficit comercial” de EE.UU. frente a México (de 55.6 mil millones de dólares en 2016), sobre el que tanto balbucea Trump, se debe sobre todo a la exportación por parte de firmas estadounidenses establecidas en México, incluyendo a grandes consorcios monopólicos como Ford y General Motors, las cuales se llevan sus enormes ganancias de vuelta a su propio país. La economía mexicana también está atada a los imperialistas a través de empréstitos del gobierno: entre 2000 y 2015, el pago de amortizaciones e intereses (más de 516 mil millones de dólares) de la deuda externa pública equivalió a siete veces el saldo de la misma en el año 2000. Nosotros decimos: ¡Repudiar la deuda!

El propósito fundamental del tratado ha sido permitir a la burguesía imperialista estadounidense recuperar algo de competitividad respecto a sus económicamente más pujantes rivales de Alemania y Japón (frente a los cuales, por cierto, EE.UU. tiene déficits comerciales aún mayores que con México). Ante el declive económico estadounidense, Trump procura, entre otras cosas, restringir algunas exportaciones a EE.UU., limitar aún más el sector público mexicano frente al capital privado imperialista, someter las disputas a los tribunales estadounidenses y nada menos que restringir la capacidad de los países firmantes a devaluar su moneda. Como muestra el ejemplo de Grecia y otros países dependientes en el consorcio imperialista chupasangre de la Unión Europea —atados al euro para beneficio de los capitalistas alemanes—, esto último significaría un golpe para la soberanía de México frente a su vecino y una amenaza de mayor hambre y miseria para las grandes masas explotadas y oprimidas.

Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, es ampliamente percibido en México como un aliado y un contrapeso al enloquecido Trump. Pero Canadá es una potencia imperialista en su propio nombre, aunque de menor envergadura y supeditada a EE.UU. La brutalidad y la ambición de la industria minera canadiense, especialmente en América Latina, expone como un completo fraude la noción de Canadá como una potencia benévola en la escena mundial. Sus pretensiones “multiculturales” no son más que una fachada para encubrir el hecho de que el Canadá angloparlante —con Trudeau a la cabeza— mantiene subyugada por la fuerza dentro de sus fronteras a una nación entera —el Quebec francófono—. Y el TLCAN sirve a las burguesías estadounidense y canadiense también para incrementar la explotación de sus propias clases obreras y enfrentar al proletariado de las distintas naciones con la demagogia de que “nos roban los empleos”. Lo que se requiere es la lucha obrera internacionalista: ¡Por lucha de clases conjunta contra los gobernantes capitalistas en EE.UU., Canadá y México! ¡Por la independencia de Quebec!

Rivalidades interimperialistas y saqueo neocolonial

El imperialismo es la fase superior del capitalismo, caracterizada por la formación de monopolios, la exportación de capital financiero y el reparto del mundo entero entre un puñado de potencias con sus ejércitos y flotas para defender sus intereses —incluyendo en las guerras entre ellas para redividirse el mundo—. Como Lenin nos enseñó:

“Lo típico del antiguo capitalismo, cuando la libre competencia dominaba plenamente, era la exportación de mercancías. Lo típico de la última etapa del capitalismo, cuando impera el monopolio, es la exportación de capitales...

“Mientras el capitalismo sea lo que es, el excedente de capital será utilizado, no para elevar el nivel de vida de las masas de un país determinado ya que ello significaría disminuir las ganancias de los capitalistas, sino para acrecentar sus beneficios, exportando capitales al extranjero, a los países atrasados”.

El imperialismo, etapa superior del capitalismo (1916)

La firma del TLCAN fue parte de una ofensiva capitalista a escala mundial detonada por la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-1992, una gigantesca derrota para los trabajadores que dio forma al mundo en el que todavía hoy vivimos. Un mundo en el que el arrogante imperialismo estadounidense se ve a sí mismo como omnipotente y recorre el planeta misiles en mano confiado en que no va a encontrar ninguna oposición real. En ausencia del otrora poderoso “enemigo común”, las rivalidades económicas entre las potencias imperialistas han vuelto a primer plano.

Los espartaquistas nos hemos opuesto desde el principio al TLCAN. No basta “renegociarlo”, ¡es necesario echarlo abajo! Cuando el tratado empezó a negociarse entre los gobiernos de Carlos Salinas y George Bush padre en 1991, el Grupo Espartaquista de México, la Spartacist League/U.S. y la Trotskyist League of Canada, secciones de la Liga Comunista Internacional (LCI), emitimos una declaración internacionalista en oposición al tratado (ver “Alto al TLC, rapiña a México por el imperialismo EE.UU.”, Espartaco No. 2, verano-otoño de 1991). La declaración explicaba:

“Lejos de ‘liberar’ el comercio a escala internacional, el tratado tiene como meta el establecimiento de un coto de caza privado para la burguesía imperialista estadounidense, sus socios menores canadienses y sus lacayos en la clase dominante mexicana. Ya desde los tiempos de la Primera Guerra Mundial, Lenin señalaba que los estrechos límites del estado-nación capitalista se habían convertido en una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, dando origen a una lucha por una nueva repartición del mundo. Los diversos ‘mercados comunes’ de ningún modo superan esto, sino que intensifican las rivalidades interimperialistas. Nosotros los trotskistas, los comunistas, luchamos por la integración económica del mundo sobre bases socialistas. Pero el TLC es un paso reaccionario hacia la guerra comercial mundial (y de ahí a una guerra armada). El pacto comercial con México es la respuesta del imperialismo estadounidense al IV Reich y a Japón, S.A.”.

La devastación del campo mexicano

En México existen aproximadamente 20 millones de campesinos. De las 5.4 millones de Unidades de Explotación Rural (UERs), sólo 0.3 por ciento son consideradas “empresariales dinámicas”, es decir, grandes explotaciones capitalistas modernas —los kulaks, parte del diminuto puñado de capitalistas mexicanos que se han enriquecido a través del TLCAN—, principalmente localizadas en el norte del país. Más del 80 por ciento de los campesinos viven en la miseria, centralmente produciendo para el autoconsumo, sin financiamiento suficiente, con técnicas de producción obsoletas e incluso ancestrales. Para colmo, gran parte de sus tierras ni siquiera son aptas para el cultivo.

Como advertimos hace más de 23 años, para un país atrasado como México la apertura comercial frente a EE.UU., con su industria agrícola altamente tecnificada, productiva y subsidiada —en 1994, la productividad del sector agrícola en EE.UU. era diez veces más alta que en México—, sólo podía significar la condena a muerte por inanición de miles de campesinos. El tratado ha traído una mayor devastación al ya de por sí pauperizado campo mexicano; de hecho, los productos agrícolas mexicanos —como el jitomate— han perdido competitividad en el mercado estadounidense, incluso ante países que no tienen libre comercio con EE.UU. El gobierno mexicano, como parte de su apertura irrestricta al imperialismo, ha eliminado los viejos subsidios a pequeños productores rurales y a los consumidores urbanos. Hoy, México importa insumos alimenticios básicos como el maíz y otros cereales, la carne de cerdo y de res, además de gasolina, lo cual ha ocasionado una carestía galopante. Incapaces de competir con los modernos agribusinesses, millones de campesinos pobres se han visto obligados a abandonar sus parcelas, emigrando a las ciudades —condenados a una vida de mendicidad, ambulantaje o prostitución— o al país del norte.

Ahora, un subcomité del congreso estadounidense ya aprobó 1.6 mil millones de dólares para la construcción del muro con México —pero eso sí, va a ser bonito, transparente y amigable con el planeta, pues contará con paneles solares—. Trump está envalentonando a las fuerzas del terror antiinmigrante, desde la policía fronteriza hasta vigilantes racistas y abiertos fascistas. Pero sus políticas son sólo una expresión más grotesca —sin la piadosa retórica “humanitaria”— de las de sus predecesores demócratas. Baste recordar que Obama deportó a más personas que ningún otro presidente en la historia. Si bien el TLCAN llevó a un incremento paulatino en el flujo de migrantes, a partir de 2007 esa válvula de escape se cerró, y el flujo disminuyó drásticamente a raíz de la gran recesión iniciada en 2008 y las medidas antiinmigrantes implementadas por el gobierno demócrata.

El capitalismo engendra a su sepulturero

La “libre competencia” con EE.UU. exige al capitalismo mexicano un recrudecimiento en su campaña por la “competitividad” —una guerra permanente contra los sindicatos y las conquistas obreras—. Así, siguiendo las exigencias de los organismos imperialistas como el FMI y el Banco Mundial, durante treinta años los gobernantes capitalistas mexicanos han lanzado una andanada de “reformas estructurales” destinada a extraer hasta la última gota de sudor y sangre de los trabajadores mexicanos. Y es que son precisamente la mano de obra barata y la brutalidad de las condiciones de trabajo en México lo que atrae a los voraces capitalistas de EE.UU., Canadá, Alemania y otras potencias. Con la reciente privatización del sector energético —cuya nacionalización defendimos los trotskistas como una medida de autodefensa elemental del México semicolonial—, el petróleo se ha convertido en uno de los blancos de la “renegociación”.

México es un país de desarrollo desigual y combinado, donde las formas más ancestrales de pequeña producción campesina coexisten con el último grito de la gran producción industrial. La industria automotriz ha pasado a ser la principal generadora de divisas en México —por encima del petróleo, las remesas y el turismo—, representando más de un tercio de las exportaciones manufactureras. México es hoy el séptimo productor mundial de vehículos, el cuarto exportador de autos, y el sexto productor de autopartes. La importancia de la industria automotriz es mucho mayor, pues tiene una enorme red de articulaciones con otros sectores: industrias de bienes de consumo intermedios —siderurgia, metalurgia, vidrio, hule, energéticos, etc.—, distribución y venta de vehículos, talleres de mantenimiento, investigación y desarrollo tecnológico, etc. Esto ha traído consigo un acontecimiento positivo, el fortalecimiento de un sector clave del proletariado con un enorme poder social: el capitalismo genera a su sepulturero.

En contraste con el campesinado —que como estrato social tiene un interés en la propiedad privada de la tierra—, la clase obrera no tiene interés objetivo alguno en la conservación del régimen de propiedad privada; al no tener sino su fuerza de trabajo para vender, su interés está en la colectivización de los medios de producción. Al mismo tiempo, los proletarios producen la riqueza de la sociedad colectivamente, lo cual les da una enorme fuerza social. La clase obrera, debido a su relación con los medios de producción, es la única con el poder social para acaudillar a las masas oprimidas —en particular, los campesinos pobres— en la lucha por derrocar este sistema de explotación.

Revolución permanente vs. nacionalismo populista

En el contexto del rabioso proteccionismo de Trump, el PRD burgués ha querido posicionarse como el mayor defensor del TLCAN. Uno de sus dirigentes y miembro fundador, Carlos Navarrete, declaró: “Cuando nos opusimos al TLC el siglo pasado no calculamos lo que podría significar esto, y hoy, paradojas de la vida, creo que la izquierda tiene que defender la vigencia del TLC”. Dejando de lado eso de que el PRD es de “izquierda”, este partido nunca se opuso al TLCAN, sino que se limitaba a pedir que su capítulo agrario se renegociara para que fuera menos desfavorable. Ésta es también la posición básica del Morena de López Obrador. Aunque concede que el TLCAN no es una “panacea” ni la “salvación” de México, AMLO ha dejado claro que está a favor del libre comercio y que buscaría liderar, como presidente, la renegociación del tratado.

Morena es un partido burgués que busca presentarse como una opción de recambio ante el desprestigio del PRD y el creciente descontento de las masas pobres. El PRD y Morena representan a un ala nacionalista de la burguesía mexicana que procura regresar a alguna versión del viejo populismo priísta; quieren apoyarse en el proletariado para renegociar los términos de su propia subordinación al imperialismo. En los países capitalistas subdesarrollados, como México, las débiles burguesías nacionales son incapaces de romper con los imperialistas, a los cuales se encuentran atados por miles de lazos. Populistas nacionalistas y entreguistas neoliberales difieren tan sólo en la forma de administrar el sistema de explotación capitalista, a cuya defensa se encuentran comprometidos. Los políticos nacionalistas burgueses temen por sobre todas las cosas a la única fuerza capaz de acabar con el yugo imperialista: la clase obrera.

El nacionalismo burgués —la noción de que todos los connacionales deberían mantenerse unidos para “sacar adelante” al país— es el cemento ideológico que usan los políticos capitalistas y sus lugartenientes en los sindicatos para mantener a los obreros atados a sus explotadores. Pero burgueses y proletarios tienen intereses antagónicos. La ideología nacionalista burguesa procura separar a los obreros mexicanos de sus verdaderos aliados: los proletarios del resto del mundo. ¡Romper con el PRD y el Morena burgueses!

Los espartaquistas nos basamos en la perspectiva de la revolución permanente de Trotsky, vindicada en los hechos por la Revolución Rusa de 1917. Las aspiraciones de los obreros y campesinos a los derechos democráticos y nacionales y a la emancipación social sólo pueden satisfacerse mediante una revolución proletaria que destruya al estado burgués y establezca la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado —un gobierno obrero y campesino— sobre la base de la colectivización de los medios de producción. La revolución debe extenderse internacionalmente, especialmente a los países avanzados, pues una economía planificada internacionalmente es el único medio a través del cual se podrá comenzar a eliminar realmente la escasez y la miseria que aquejan hoy al grueso aplastante de la humanidad.

¡Por una dirección clasista en los sindicatos!

Los sindicatos son la primera línea de defensa necesaria contra los ataques capitalistas. Los sindicatos en México —que organizan a sectores poderosos de la clase obrera, pero agrupan apenas a alrededor del 13 por ciento de la misma— se encuentran debilitados, habiendo pasado por una serie de derrotas, muchas de ellas sin haber librado una lucha —notablemente, la destrucción del SME—. Se encuentran además divididos por las lealtades de sus dirigencias a partidos burgueses en competencia. Las direcciones actuales de los sindicatos son la correa de transmisión de la ideología burguesa y atan a la clase obrera a sus enemigos de clase. Difunden entre los obreros la noción suicida del estado capitalista —que existe para defender el régimen de explotación y opresión— como un árbitro imparcial.

No hace falta extenderse sobre las arrastradas burocracias priístas. Por su parte, los burócratas supuestamente “independientes” de la UNT y la Nueva Central de Trabajadores (NCT) —atados al PRD y/o al Morena—, según una conmovedora declaración que suscribieron junto con otros sindicatos de EE.UU. y Canadá, quieren un tratado comercial que conduzca “hacia un desarrollo sustentable, sostenible y ampliamente compartido en toda América del Norte”. Su objetivo es “lograr un nuevo modelo de comercio que anteponga a los pueblos y al planeta por encima de las ganancias de las corporaciones”. Pero, como escribió Lenin, “si el capitalismo hiciera esto dejaría de ser capitalismo, pues tanto el desarrollo desigual como el miserable nivel de vida de las masas son condiciones fundamentales e inevitables y constituyen premisas de este modo de producción” (op. cit.).

Desde el inicio, la burocracia de la estadounidense AFL-CIO ha denunciado al TLCAN desde el punto de vista del chovinismo proteccionista, movilizándose en contra de que los mexicanos “roben empleos estadounidenses”. El pasado 12 de junio la AFL-CIO se pronunció a favor de la renegociación total del TLCAN y presentó al gobierno de Trump sus “recomendaciones” para la misma. Entre éstas propone que se respete la política de “Buy American” (comprar lo hecho en EE.UU.), clama porque se sancione la “manipulación” del cambio de moneda y se endurezcan las reglas de origen para los autos y las autopartes. Así, estos venales y racistas burócratas dirigen sus ataques contra los obreros mexicanos, en lugar de dirigirlos contra los imperialistas, los responsables de la explotación y opresión de las masas trabajadoras estadounidenses. En realidad, la burocracia sindical de la AFL-CIO es un componente clave del Partido Demócrata, la cual sustituye la lucha de clases necesaria para defender los medios de vida de los obreros por el voto por ese partido burgués, tan imperialista como el republicano.

Los comunistas luchamos por fortalecer la organización obrera y por la sindicalización de todos los obreros, y estamos por la defensa de los sindicatos existentes frente a todo ataque del estado burgués. La independencia política del movimiento obrero frente al estado y los partidos de la patronal es nuestro principio guía en la lucha por remplazar a sus actuales direcciones procapitalistas con direcciones clasistas. La lucha sindical, aunque puede dar golpes importantes a las condiciones de la explotación de la clase obrera, no puede por sí misma poner fin a esa explotación. Para ganar esa guerra se debe luchar por el poder obrero bajo la dirección de un partido revolucionario que arme al proletariado con el entendimiento y la conciencia de sus propios intereses de clase en la lucha por la emancipación de la clase obrera y de todos los oprimidos de la esclavitud capitalista.

¡Por el internacionalismo proletario!

En México muchos ven incorrectamente a EE.UU. como una masa reaccionaria e imperialista homogénea —una visión basada en el nacionalismo burgués—. Pero Estados Unidos es una sociedad dividida en clases. Las clases obreras y los oprimidos de México y EE.UU. tienen un interés común en la revolución socialista. Nuestros camaradas estadounidenses luchan por movilizar a la clase obrera multirracial estadounidense —incluyendo a sus poderosos componentes negro y latino— en oposición a los designios del imperialismo yanqui. Luchan por plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes como una forma concreta de crear vínculos de solidaridad entre ambos proletariados, todo bajo una perspectiva de lucha de clases contra los partidos burgueses republicano y demócrata. Las luchas del proletariado mexicano contra sus explotadores capitalistas nacionales y el saqueo neocolonial están necesariamente entrelazadas con la lucha por el poder obrero en Estados Unidos, el corazón del imperialismo mundial, con sus millones de proletarios. La Liga Comunista Internacional lucha por construir secciones nacionales de una IV Internacional reforjada, partido mundial de la revolución socialista, que organice y eduque a la clase obrera en un espíritu de hostilidad intransigente a las depredaciones del imperialismo y al dominio capitalista mismo.

 

Espartaco No. 47

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