|
|
Espartaco No. 41 |
Junio de 2014 |
|
|
Ex guerrilleros continúan al mando del estado capitalista El Salvador Traducido de Workers Vanguard No. 1046 (16 de mayo).
A principios de marzo, el pequeño país centroamericano de El Salvador se polarizó profundamente por unas elecciones presidenciales en las que contendieron Salvador Sánchez Cerén, del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), y Norman Quijano, de la derechista Alianza Republicana Nacional (ARENA). La victoria de Sánchez Cerén por un margen de apenas 6 mil 364 votos, de tres millones emitidos, marcará el segundo periodo consecutivo en que la presidencia ha ido a la ex guerrilla del FMLN, quienes entraron a la política electoral tras la sangrienta guerra civil de 1980-1992. Durante aquella guerra, los capitalistas y terratenientes salvadoreños, así como sus patrones imperialistas estadounidenses, hicieron que el ejército y los escuadrones de la muerte de ARENA masacraran a decenas de miles. Otras decenas de miles se convirtieron en refugiados. Serán pocos los sobrevivientes que logren olvidar los horrores de la guerra civil: los bombardeos, las masacres, los cuerpos mutilados de supuestos subversivos arrojados al borde de las carreteras. Pero hoy, tanto el FMLN como ARENA son partidos burgueses opuestos a los intereses de los trabajadores y los oprimidos.
Las profundas divisiones sociales que detonaron la guerra civil permanecen. La riqueza sigue concentrada en manos de una pequeña oligarquía, mientras que las masas desposeídas apenas sobreviven. Más de un tercio de la población vive en una pobreza aplastante y el 60 por ciento carece de electricidad o de agua corriente. En estas circunstancias no resulta sorprendente que El Salvador tenga una de las tasas de asesinatos más altas del mundo y sufra bajo el peso de una población carcelaria creciente, situación que la política estadounidense de repatriación en masa de los ciudadanos salvadoreños considerados delincuentes ha empeorado.
Con el telón de fondo de una profunda desigualdad económica, Sánchez Cerén ha prometido expandir los populares programas de gasto social que inició el gobierno capitalista saliente del FMLN, al que él mismo perteneció. En respuesta, Quijano lo acusó histéricamente de seguir los pasos de populistas burgueses como el fallecido Hugo Chávez de Venezuela, cuyas reformas en beneficio de los pobres y los trabajadores, financiadas por los réditos petroleros, siguen enfureciendo a las fuerzas derechistas de ese país respaldadas por Estados Unidos. Aunque Sánchez Cerén jura que no tiene intención alguna de emular a Chávez, Quijano consiguió disminuir la brecha entre ellos en la segunda vuelta de las elecciones gritando que sus medidas supuestamente izquierdistas llevarían al caos y a la violencia. Evocando los dolorosos recuerdos de la guerra civil, Quijano incluso amenazó con que el ejército intervendría para impedir que Sánchez Cerén tomara posesión.
Tras una sucesión de gobiernos militares que comenzaron a principios de los años treinta, seguida de dos décadas de gobiernos de ARENA desde 1989, el FMLN se hizo cargo de las riendas del gobierno por primera vez en 2009, cuando Mauricio Funes fue electo presidente y Sánchez Cerén vicepresidente. Periodista simpatizante con el FMLN durante la guerra civil, Funes nunca fue un rebelde, y no se unió al partido sino hasta 2008. Sánchez Cerén, en cambio, se identifica fuertemente con la valerosa lucha guerrillera contra los carniceros respaldados por Estados Unidos.
Siendo maestro de primaria, Sánchez Cerén fue activista sindical del magisterio y en los años setenta se aproximó a los rebeldes conforme la sangrienta represión caía sobre los dirigentes sindicales salvadoreños. Bajo el nom de guerre de Comandante Leonel González, llegó a ser uno de los cinco dirigentes centrales del FMLN. Aun cuando hablaba de la necesidad de erradicar el capitalismo, dentro del movimiento rebelde Sánchez Cerén era conocido como un partidario del “diálogo” con la sangrienta junta. Posteriormente, fungió como negociador en los acuerdos de “paz” patrocinados por la ONU, que en 1992 acabaron con la guerra civil pero dejaron en el poder al régimen de escuadrones de la muerte de ARENA.
Desde entonces, Sánchez Cerén ha impulsado explícitamente la reforma del capitalismo bajo el disfraz de promover una distribución igualitaria de la riqueza. En su libro La guerra que no quisimos: El Salvador, 1980-1992 (2013), afirma que el FMLN se levantó en armas como la única manera de lograr la “democracia” y se refiere a la lucha guerrillera como “patriótica”. Durante la campaña electoral, Sánchez Cerén prometió proteger los negocios y la propiedad privada en nombre de tenderle la mano a todos los salvadoreños, mostrando exactamente el tipo de democracia al que se refería. Y en un gesto para la Iglesia Católica y los socialmente conservadores, no quiere legalizar el aborto —en un país donde las mujeres, principalmente pobres, son encarceladas como resultado de una prohibición absoluta de este procedimiento médico, que debería ser gratuito y accesible—.
Ahora Sánchez Cerén asumirá la responsabilidad central del aparato estatal burgués —incluyendo al ejército—, cuyo propósito es defender el dominio de los explotadores y los opresores. Ya desde ahora, ha dado pasos para tranquilizar a sus antiguos enemigos. Extendiendo una rama de olivo a los asesinos de ARENA, llamó a la reconciliación y a la unidad al poco tiempo de que se anunciaron los resultados electorales. También prometió mantener buenas relaciones con los imperialistas estadounidenses. No es sorprendente que William Walker, quien fuera el embajador estadounidense en El Salvador de 1988 a 1992, opinara que Washington “no debe temerle a la perspectiva de otros cinco años de gobierno del FMLN” (New York Times, 30 de enero).
El FMLN y la Guerra Civil Salvadoreña
Pocos meses antes de que estallara la guerra civil, escribimos en el artículo “Massacre on the Cathedral Steps” (Masacre en los escalones de la Catedral, WV No. 233, 8 de junio de 1979):
“Poco conocido, El Salvador es en sí mismo prácticamente una caricatura de una dictadura oligárquica latinoamericana del siglo XIX, en la que un caudillo militar fatuo gobierna un país en que catorce familias señorean tradicionalmente sobre una masa de peones empobrecidos. Como dijo un cura salvadoreño ‘los campesinos viven como los siervos europeos de hace 400 años’”.
A principios del siglo XX, estas opresivas relaciones agrarias detonaron el primer levantamiento dirigido por comunistas de las Américas, una revuelta en 1932 en la que los campesinos sin tierra se levantaron contra los oligarcas. En venganza, en pocas semanas 30 mil personas murieron en La Matanza. A partir de entonces, los campesinos y los obreros fueron mantenidos a raya por la más larga de las dictaduras militares de Latinoamérica.
En 1980, el creciente descontento social estalló con el asesinato del arzobispo Óscar Romero, a quien se consideraba un defensor de los pobres y los oprimidos. Los grupos opositores —incluyendo sindicatos obreros, asociaciones campesinas, partidos socialdemócratas y el Partido Comunista Salvadoreño— se unieron para formar el FMLN, que adoptó como bandera el nombre del líder del levantamiento de 1932, Agustín Farabundo Martí. El FMLN enarbolaba una mezcla ecléctica de estalinismo y nacionalismo pequeñoburgués. Sus principales grupos de izquierda tenían bases en organizaciones de masas de obreros, campesinos y pobres urbanos, y vínculos con los maestros y trabajadores rurales. Por ejemplo, el Frente Unido de Acción Revolucionaria controlaba la mayor federación sindical del país, que representaba entre otros a los trabajadores electricistas.
Al poco tiempo de su fundación, el FMLN lanzó una campaña militar contra las fuerzas del gobierno, a las que Washington había entrenado y equipado por décadas. Cuando Reagan llegó a la Casa Blanca, retomó la labor iniciada por su predecesor demócrata enviando fusiles, lanzagranadas y helicópteros, y despachando “asesores” al país. Pese a la ayuda estadounidense que recibió la junta gobernante, las guerrillas pudieron tomar el control de partes significativas del país para mediados de 1981 y para el final de la década ya habían alcanzado un empate. El estancamiento se rompió con la ofensiva que el FMLN lanzó en noviembre de 1989, en la que los rebeldes lograron apropiarse de sectores de San Salvador y conservarlos por varios días a pesar de un intenso bombardeo aéreo, sólo para retirarse, sin haber organizado una insurrección de masas que pudo haber aplastado al ejército.
Este fracaso no se debió fundamentalmente a un error de cálculo en el campo de batalla: el propósito del FMLN no era la victoria militar, sino un “acuerdo negociado”, que permitiera formar un gobierno con un sector “democrático” de la clase dominante, es decir, un gobierno capitalista. Estos frentes populares —coaliciones de colaboración de clases en los que uno o más partidos obreros se unen a fuerzas burguesas para gobernar en nombre de los capitalistas— han pavimentado una y otra vez el camino para el triunfo de la reacción, como con el golpe de estado de Pinochet de 1973 en Chile. La presencia de políticos de pequeños partidos burgueses en el brazo político del FMLN, el Frente Democrático Revolucionario, representaba un juramento por anticipado, ante los oligarcas y los imperialistas de Estados Unidos, de que los líderes guerrilleros no trascenderían los límites del sistema capitalista. Su corolario fue el no emprender una movilización cabal de las masas explotadas y oprimidas para ganar la guerra.
Así, la lucha por una victoria de los rebeldes en la cruenta guerra civil fue la arista principal de la lucha por una oposición proletaria al frente popular. En ese tiempo, El Salvador tenía la clase obrera más numerosa de Centroamérica, concentrada en San Salvador, donde la industria se había expandido rápidamente en los años sesenta y setenta. Una victoria militar de la guerrilla hubiera servido como catalizador del aumento de la lucha de la clase obrera. Como escribimos entonces: “Una revolución obrera en El Salvador sería imposible sin la victoria militar de los insurgentes izquierdistas... La victoria militar de la izquierda abriría un periodo de poder dual, planteando la necesidad —y la posibilidad directa— de una revolución que barrería con todo el sistema capitalista” (“Smash the Junta, Workers to Power!” [¡Aplastar la Junta, obreros al poder!], WV No. 283, 19 de junio de 1981). Además, la revolución socialista en El Salvador podría haber encendido la lucha de clases a lo largo de Latinoamérica, y en las entrañas mismas del monstruo estadounidense. El elemento necesario para dirigir esa lucha era un partido obrero comprometido con un programa revolucionario internacionalista. Eso sigue siendo el caso hoy.
“¡Defensa de Cuba y la URSS comienza en El Salvador!”
En los años previos a los acuerdos de “paz”, los líderes del FMLN fueron deshaciéndose cada vez más de su retórica anticapitalista con la esperanza de poder tener un lugar en la mesa de Washington. La “Proclama a la nación” que el FMLN emitió en septiembre de 1990 llamando por una “revolución democrática” ya ni siquiera hacía sus usuales referencias obligadas al “socialismo” en el futuro indeterminado. Este proceso de limpiar al FMLN del estigma marxista obtuvo un mayor ímpetu tras la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética en 1991-92, que retiró de la escena internacional el principal contrapeso a los imperialistas. La URSS había surgido de la Revolución Bolchevique de 1917, la primera revolución proletaria exitosa de la historia. Pese a su degeneración a manos de la burocracia estalinista comenzando en 1923-24, el estado obrero soviético siguió siendo el blanco principal de las potencias imperialistas, y especialmente de Estados Unidos. Desde el principio de la guerra civil, los gobernantes estadounidenses habían declarado que su apoyo a la junta militar y los carniceros de ARENA era necesario para “contener el comunismo” en Latinoamérica. Hasta el día de hoy, el himno de ARENA contiene el horripilante grito: “El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán”. Como afirmamos en “El Salvador: There Is No Peace” (El Salvador: No hay paz, WV No. 542, 10 de enero de 1992), escrito pocos días después de la firma de los acuerdos:
“El fin de la guerra de guerrillas en El Salvador, al igual que la derrota electoral que sufrieron los izquierdistas sandinistas en 1990 frente a fuerzas ligadas a la contra en la vecina Nicaragua, reflejan directamente el colapso de los regímenes estalinistas en Europa del Este y la Unión Soviética, pues la lucha en el istmo no era un ‘conflicto regional’ aislado, sino un punto candente de la Guerra Fría antisoviética que libraba el imperialismo estadounidense. El conflicto salvadoreño se originó cuando el gobierno de Reagan, al poco tiempo de haber tomado posesión en 1981, prometió ‘pintar su raya’ contra la ‘subversión comunista’ en Centroamérica”.
Al hacer esto, Washington estaba reafirmando su reclamo imperialista de su propio patio trasero, apuntando al mismo tiempo contra la URSS y el estado obrero deformado cubano, donde el capitalismo fue derrocado tras la toma del poder por las fuerzas de Castro en 1959. Reagan presentó al FMLN (así como a los sandinistas y las guerrillas izquierdistas de Guatemala) como compinches de los soviéticos con el fin de preparar y movilizar a la población estadounidense para una guerra verdadera contra el bloque soviético. Sin embargo, la dirigencia soviética traidoramente se abstuvo de brindarle apoyo militar o financiero al FMLN durante la guerra, pues temía que la victoria de las masas trabajadoras salvadoreñas pudiera inspirar un desafío proletario a su propio dominio parasitario. Y lo mismo sucedió con el régimen estalinista de La Habana, con Castro aconsejando a los insurgentes izquierdistas centroamericanos que no siguieran la “vía cubana”, es decir, el derrocamiento del dominio capitalista en elemental defensa propia. Tras la restauración del capitalismo en la URSS, los imperialistas estadounidenses ya no tuvieron necesidad de satanizar al FMLN como un auxiliar del “Imperio del Mal” soviético, lo que hizo a un lado la principal motivación de la guerra civil.
En los años ochenta, grupos de la izquierda reformista de Estados Unidos como el Socialist Workers Party [Partido Obrero Socialista] y el Workers World Party (WWP, Partido Mundo Obrero), por no mencionar al Committee in Solidarity with the People of El Salvador (CISPES, Comité en Solidaridad con el Pueblo de El Salvador), apoyaban políticamente el programa entreguista del FMLN de un acuerdo negociado. Hoy, el Party for Socialism and Liberation [Partido por el Socialismo y la Liberación], una escisión del WWP, sigue apoyando políticamente al FMLN burgués, como lo expresó en su “Solidarity Statement to the FMLN” (Declaración de solidaridad con el FMLN, 30 de enero) que ensalzaba a Sánchez Cerén y a su compañero de fórmula como “líderes ejemplares en la lucha por la victoria del pueblo salvadoreño”.
En cambio, en la Spartacist League/U.S., sin darle apoyo político al FMLN, durante la guerra civil estábamos: “¡Por el triunfo militar de los insurgentes de izquierda!”. Nos oponíamos al acuerdo negociado que impulsaban los dirigentes guerrilleros y los reformistas, y llamábamos por: “¡Aplastar el terror de la Junta en El Salvador!—¡Por la revolución obrera!”. Para subrayar nuestra defensa militar incondicional de los estados obreros soviético y cubano frente al imperialismo, insistíamos: “¡Defensa de Cuba y la URSS comienza en El Salvador!”. La SL y sus partidarios en la industria también instábamos a los sindicatos de estibadores a que boicotearan el material militar que Washington enviaba a sus asesinos derechistas de Centroamérica. Al mismo tiempo tuvimos que enfrentar tanto ataques físicos como censura política por parte de los reformistas, que construían protestas en torno a políticos del Partido Demócrata para impulsar un acuerdo traidor.
El FMLN se alía con los imperialistas estadounidenses
Cuando su esfuerzo de varios años por llegar a un acuerdo negociado rindió frutos en 1992, el FMLN fue reconocido como partido político, para poder contender en elecciones locales y nacionales. Se obligó a los guerrilleros a entregar sus armas, y algunos se unieron a la nueva Policía Nacional Civil, junto con sus enemigos de los escuadrones de la muerte. El FMLN también respaldó una versión modificada de la Ley de Asociaciones Público-Privadas del gobierno de ARENA, que enfrentó la oposición del movimiento obrero, incluyendo una huelga en 2002-03 por parte de médicos y trabajadores de la salud que derrotó un intento de privatizar algunos servicios de salud públicos.
Tras llegar a la presidencia en 2009, el FMLN de Funes y Sánchez Cerén duplicó el gasto público en salud y repartió gratuitamente desayunos, uniformes, zapatos y materiales escolares. El Plan de Agricultura Familiar distribuyó gratuitamente fertilizantes y semillas, además de otorgar créditos a bajo costo a pequeñas explotaciones agrícolas familiares. Más de 17 mil títulos de propiedad se transfirieron a los campesinos. El FMLN también creó algunos empleos nuevos dándoles asistencia financiera temporal a los desempleados y creando pensiones para los pobres. Sin embargo, estas medidas inevitablemente están lejos de lo que hace falta en un país empobrecido en las garras del imperialismo estadounidense.
Mientras tanto, las profundas raíces del crimen organizado en el país le han dado al gobierno del FMLN un pretexto para fortalecer más el aparato represivo del estado capitalista salvadoreño. Incluso después de haber continuado las políticas de “puño de hierro” que introdujo ARENA, Funes expandió el ejército en un 57 por ciento en sus primeros dos años y medio de gobierno, desplegando tres batallones para patrullar áreas urbanas lado a lado con la policía. Incluso nombró a un antiguo oficial del ejército jefe de seguridad interna, hasta que los tribunales revirtieron el nombramiento por ser anticonstitucional. La “Ley de Proscripción de Pandillas” de 2010 dejó que la policía llevara a acabo arrestos masivos de cualquier sospechoso de pertenecer a una pandilla, considerando los tatuajes como “prueba” suficiente de actividad criminal. En un país en el que cerca del 40 por ciento de la población tiene menos de 18 años, en 2012 Sánchez Cerén, entonces Ministro de Educación, impuso un esquema que permitía a los policías posar como entrenadores y patrullar las escuelas “infestadas de pandillas” para espiar a los jóvenes.
Medidas como éstas le valieron a Funes los elogios del Comandante en Jefe estadounidense, Obama, cuyo gobierno ha destinado mucho dinero al ejército salvadoreño. Al ayudar a Estados Unidos a librar su “guerra contra las pandillas” y su “guerra contra las drogas” en Latinoamérica, el primer gobierno del FMLN sirvió como policía regional para el imperialismo yanqui, anotándose a la Fuerza Nacional de Tareas de Pandillas MS-13 del FBI. Organizada originalmente en 2004 y retomada por el gobierno del FMLN, esta fuerza de tareas intercambia información entre las agencias policiacas de Estados Unidos y las de Centroamérica. El gobierno de Funes/Sánchez Cerén también apoyó la Unidad Transnacional Antipandillas y la iniciativa asociada de Explotación Centroamericana de Huellas Digitales, que suministra a las bases de datos del FBI registros biométricos de México, El Salvador, Guatemala, Belice y Honduras.
En 2005, ARENA estableció en San Salvador, semiclandestinamente, un local de la Academia Internacional de Policía (ILEA, por sus siglas en inglés) estadounidense, cuyos egresados en general se integran a la Policía Nacional salvadoreña para combatir el “narcotráfico” y el “terrorismo internacional”. CISPES informa que las funciones de la ILEA se asemejan a las de la infame Escuela de las Américas, que en los años ochenta entrenaba a los líderes de los escuadrones de la muerte latinoamericanos. El FMLN ha mantenido su colaboración con la ILEA. En el mismo espíritu, en marzo de 2013 el ministro de relaciones exteriores del gobierno del FMLN firmó un acuerdo con el embajador estadounidense para establecer una fuerza de tareas conjunta contra las drogas.
Los marxistas nos oponemos a la llamada guerra contra las drogas, que no es sino una coartada para el control social y el encarcelamiento masivo de negros y latinos en Estados Unidos y de la intervención imperialista en el exterior. Si bien la drogadicción, al igual que el alcoholismo, puede tener peligrosas consecuencias físicas, es un asunto personal y médico, y no policiaco. Llamamos a despenalizar las drogas y por tratamientos gratuitos para la drogadicción. También nos oponemos a la “guerra contra las pandillas” —ya sea en Estados Unidos, en El Salvador o en donde sea— porque criminaliza a la juventud pobre y trabajadora, y la acompañan más leyes que amplían los poderes represivos del estado burgués, que en última instancia se dirigen contra los trabajadores y los pobres.
¡Por la revolución obrera en todas las Américas!
Sánchez Cerén habla de hacer más para ayudar a los pobres, haciendo avanzar al mismo tiempo el programa burgués de reformas fiscales y más inversiones extranjeras, de tenderle la mano al sector privado salvadoreño y defender la propiedad privada. Sin importar si quien está en el poder es el FMLN o ARENA, el gobierno capitalista no quiere ni puede mejorar fundamentalmente la suerte de las masas trabajadoras y empobrecidas. Tal como en otros países económicamente atrasados y dependientes, los gobernantes burgueses de El Salvador están encadenados a los imperialistas por miles de hilos económicos, sociales y militares. Como enseña la teoría de la revolución permanente del líder bolchevique León Trotsky, [la resolución de] las tareas de la liberación social —que van desde satisfacer la sed de tierra de los campesinos y aliviar la pobreza rural hasta sacudirse a la rapaz oligarquía y a sus amos imperialistas— recae en la clase obrera al frente de las masas oprimidas. Esta lección obtuvo una resonante confirmación en la Revolución de Octubre que dirigieron los bolcheviques en Rusia en 1917.
Una revolución obrera y socialista en El Salvador enfrentaría inmediatamente una legión de enemigos capitalistas entre sus vecinos, tanto de Centroamérica como del resto de América Latina, y sobre todo a la bestia imperialista estadounidense. Esto apunta al inextricable vínculo entre la revolución proletaria en El Salvador y la del resto del continente. Como afirmamos en “For Workers Revolution in El Salvador!” (¡Por la revolución socialista en El Salvador!, WV No. 271, 2 de enero de 1981), escrito en medio de la guerra civil salvadoreña:
“Los pequeños estados centroamericanos, que surgieron del dominio colonial como un solo estado federado, nunca fueron viables como unidades económicas o políticas independientes...
“Ante la probable intervención imperialista, y meramente para derrotar a sus ‘propias’ burguesías, las fuerzas que luchen por la revolución proletaria en cualquier parte de Centroamérica serán derrotadas si se limitan a las fronteras nacionales artificiales”.
Hoy, cerca de dos millones de salvadoreños viven en el Norte, concentrándose en Los Ángeles, Washington, D.C., la ciudad de Nueva York y otras áreas metropolitanas. En Estados Unidos, la población salvadoreña se ha integrado al movimiento obrero organizado, donde ha desempeñado un papel activo en sindicatos que representan a intendentes y trabajadores de hoteles y restaurantes. Estos obreros pueden formar un puente humano con el proletariado salvadoreño en casa. La tarea que se plantea es forjar partidos obreros revolucionarios de Latinoamérica a Estados Unidos para vincular las luchas de los trabajadores y dirigirlas a destruir el marco del capitalismo en las Américas y más allá.
|
|
|
|
|