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Espartaco No. 39 |
Septiembre de 2013 |
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Golpe de estado en Egipto:
El sanguinario ejército derroca al reaccionario Morsi
Traducido de Workers Vanguard No. 1027 (12 de julio).
8 DE JULIO—Cinco días después de haber derrocado al
reaccionario gobierno de Mohamed Morsi y la Hermandad Musulmana, el ejército egipcio derribó a tiros a más de 50 partidarios de Morsi afuera del club de oficiales de la Guardia Republicana en El Cairo, donde se cree que está detenido el líder islamista. Con esta masacre, los militares han enviado un mensaje: lo que hoy están haciendo a los seguidores de la Hermandad, se lo harán mañana al que sea un obstáculo al orden.
El golpe del 3 de julio tuvo lugar después de días de protestas masivas en todo el país exigiendo la renuncia de Morsi, cuyo año en el poder estuvo marcado por el continuo colapso económico, la creciente escasez de combustible y otros bienes y los intentos implacables de reforzar la regimentación islámica en la ley y en la sociedad. Los cientos de miles de manifestantes que se habían congregado en la Plaza Tahrir de El Cairo recibieron con júbilo las noticias del golpe y la detención de Morsi. Los helicópteros militares y los jets de combate sobrevolaron la plaza, enviando el mensaje de que los generales eran “defensores de la nación” y los árbitros definitivos que deciden quién gobierna. En los choques nocturnos entre los partidarios de Morsi y sus adversarios, ambos bandos sufrieron muchas bajas. Ahora, tras el baño de sangre de hoy, la Hermandad Musulmana ha llamado a convertir las protestas en un levantamiento nacional.
Como marxistas, nos oponemos tajantemente tanto al golpe como al gobierno de los islamistas. Muchas de las organizaciones nacionalistas-burguesas o liberales reformistas que ayudaron a desatar las protestas contra Morsi han tratado de lavarle la cara al golpe, que los militares habían anunciado con bastante anticipación, afirmando que son las masas en las calles las que están determinando los sucesos. Los oportunistas Socialistas Revolucionarios, que hace un año llamaron a votar por Morsi, ahora se llenan la boca hablando de una “segunda revolución”. Las masas que hace dos años se levantaron contra el odiado régimen bonapartista de Hosni Mubarak buscaban un cambio fundamental en sus condiciones de pobreza, opresión brutal y falta de derechos democráticos. Mubarak fue derrocado, pero lo que obtuvieron los trabajadores y los oprimidos no fue una revolución sino un nuevo rostro del mismo sistema de opresión capitalista —primero bajo el Supremo Consejo de las Fuerzas Armadas (SCFA), luego mediante la presidencia electa de Morsi y ahora de vuelta al gobierno militar directo—. Como escribimos en 2011 tras el derrocamiento del régimen de Mubarak:
“Los marxistas rechazamos este marco reformista en bancarrota, que no le plantea más que dos ‘opciones’ a la clase obrera egipcia: o capitular a un régimen nacionalista burgués ‘secular’ apoyado por el ejército o capitular al Islam político. De hecho, éstos no son sino modos alternativos de reforzar el dominio capitalista, el sistema que le asegura una vasta riqueza a los gobernantes y una horrible pobreza a las masas urbanas y rurales. En cambio, buscamos la movilización revolucionaria del proletariado egipcio, marchando al frente de todos los oprimidos, en una lucha por la revolución socialista, lo único que puede resolver los problemas fundamentales que enfrentan las masas”.
—“Pandering to Reactionary Muslim Brotherhood” [Alcahuetes de la reaccionaria Hermandad Musulmana] (WV No. 974, 18 de febrero de 2011)
Las mismas fuerzas armadas a las que se les aplaudió en la Plaza Tahrir rodearon en 2011 a miles de manifestantes, para someterlos a choques eléctricos y otras torturas brutales. La “Calle de los Ojos de la Libertad” de la Plaza Tahrir se ganó ese apelativo tras un ataque cruel y deliberado por parte de las fuerzas de seguridad contra los rostros de los manifestantes que protestaban contra el gobierno del SCFA. Durante la masacre de Maspero del 9 de octubre de 2011, vehículos militares blindados, coludidos con la policía y los islamistas, dispararon contra decenas de cristianos coptos que protestaban por la quema de sus hogares e iglesias. Las manifestantes detenidas por el ejército fueron sometidas a humillantes “pruebas de virginidad”. Ahora nuevamente hay un gran número de mujeres manifestantes que están sufriendo violaciones tumultuarias y otros ataques bajo la mirada de las fuerzas de seguridad.
Como era de esperar, durante el golpe los funcionarios egipcios se mantuvieron en constante comunicación telefónica con sus contrapartes estadounidenses. El ejército egipcio depende de los mil 300 millones de dólares en ayuda que recibe anualmente de Washington. El general Abdul Fattah Al Sisi, figura central del golpe (y ministro de defensa de Morsi) fue entrenado en el Colegio de Guerra del ejército estadounidense y mantiene estrechas relaciones con los altos mandos militares de Estados Unidos. También Washington le dejó claro a Morsi que había llegado su hora. Usando una referencia común a Estados Unidos, poco antes del golpe un ayudante de Morsi le envió un texto a un colaborador: “Madre acaba de decirnos que dejaremos de jugar en una hora”.
El ejército —que junto con la policía ha constituido la espina dorsal de los regímenes capitalistas egipcios— procedió a detener el descontento social para parar el colapso económico, que ha afectado a toda la sociedad egipcia salvo a sus capas superiores. La deuda pública ha aumentado en 10 mil millones de dólares en los últimos dos años y las reservas de divisas del país se está agotando rápidamente. La vital industria turística ha llegado al borde del colapso desde las primeras protestas de 2011. El valor de la libra egipcia se desplomó durante el año pasado, mientras el precio de los alimentos se disparaba. El desempleo juvenil llega casi al 80 por ciento.
A los ojos de los capitalistas, la única política con la que se puede enfrentar semejante crisis es hacérsela pagar a los trabajadores. Mientras quebraba huelgas, el gobierno de Morsi comenzó a introducir crueles medidas de austeridad contra los pobres para cumplir las condiciones para recibir un préstamo del FMI. La clase obrera no podía esperar menos del SCFA, que tiene un largo y sangriento historial de represión de las luchas obreras y la disidencia política. Para ello, los generales están recurriendo nuevamente a los veteranos del régimen de Mubarak. Adly Mansur, un viejo compinche de Mubarak, fue nombrado para remplazar a Morsi. Otros hombres del llamado “Estado Profundo” de Mubarak también se han puesto al frente del gobierno.
Una tarea clave de los marxistas revolucionarios es el combatir la extendida ideología nacionalista evidente entre los manifestantes que ondean banderas egipcias y le aplauden al ejército, e incluso a la policía, como aliados. La semana pasada, las multitudes opuestas a Morsi coreaban, “El pueblo y la policía son una sola mano”, mientras combatían a los partidarios de la Hermandad Musulmana. Incluso el New York Times (6 de julio) consideró aquello “un espectáculo curioso, pues la policía era ampliamente repudiada por haber matado manifestantes durante el levantamiento contra Mubarak”. Especialmente entre la pequeña burguesía, hay sentimientos por hacer que la policía vuelva a las calles a restaurar “la ley y el orden”.
Las ilusiones en el ejército son particularmente profundas en Egipto, donde los oficiales dirigidos por Gamal Abdel Nasser derrocaron a la monarquía respaldada por los británicos en 1952. Pese a las pretensiones del “socialismo árabe” de Nasser, su régimen torturó, mató y desapareció a cientos de opositores, incluyendo a obreros y comunistas. También fue hábil para cooptar a comunistas y otros, quienes le juraron lealtad.
Durante los levantamientos de la “Primavera Árabe” de
Túnez y Egipto en 2011, señalamos que la clase obrera, cuyas huelgas cumplieron una función central en el derrocamiento de ambos regímenes despóticos, era la potencial sepulturera del orden burgués. Subrayamos la urgente necesidad de que el proletariado actuara en defensa de todas las capas oprimidas de la sociedad, incluyendo a las mujeres, los coptos y los campesinos pobres. La clase obrera sigue librando luchas económicas, como la del pasado abril, cuando una huelga nacional de los conductores de trenes paralizó el servicio ferroviario egipcio durante varios días. Sin embargo, políticamente, el proletariado sigue subordinado a fuerzas burguesas.
La única manera de acabar con la explotación de los trabajadores y de conseguir la emancipación de la mujer y la liberación de las masas campesinas es mediante una revolución proletaria que barra el estado burgués, expropie a los capitalistas como clase y proceda a establecer una economía colectivizada. No hay ningún camino nacionalmente limitado hacia la emancipación de los obreros y los oprimidos. El poderoso proletariado egipcio puede ser la fuerza dirigente en la lucha por una federación socialista del Medio Oriente, parte de la lucha por la revolución proletaria internacionalmente, que de manera crucial incluya a los centros imperialistas. Llevarle esa perspectiva a la clase obrera exige la construcción de un partido leninista de vanguardia, que se forjará en la lucha política contra los reformistas, los liberales y todo aquél que busque subordinar a la clase obrera a los imperialistas, los nacionalistas o las fuerzas de la reacción islámica.
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