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Espartaco No. 39

Septiembre de 2013

PRI y PAN van por la privatización petrolera

¡Defender la industria energética nacionalizada!

¡Ninguna ilusión en los nacionalistas burgueses, AMLO/Morena/PRD!

Una clarificación anexada

Desde los años 80, los gobiernos del PRI y el PAN han estado empeñados en privatizar todo lo que puedan vender de la propiedad estatal —desde fábricas de bicicletas y textiles hasta ramos estratégicos como los ferrocarriles y las telecomunicaciones—. Pero el premio mayor que los imperialistas estadounidenses (y algunos magnates locales) han estado esperando es la industria petrolera, nacionalizada en 1938 por Lázaro Cárdenas. Aunque la reforma energética de 2008 abrió la puerta a la participación privada en áreas limitadas, ningún gobierno se había atrevido, hasta ahora, a impulsar la privatización de la industria energética. Se trata de una cuestión potencialmente explosiva, ya que grandes masas de obreros y pobres mexicanos perciben la expropiación petrolera como una conquista histórica que toca lo más profundo de sus sentidas aspiraciones democráticas, particularmente en lo que respecta a la emancipación nacional. Decenas de miles se han estado manifestando en protestas convocadas por AMLO y el PRD.

La propuesta de Peña Nieto abriría al capital privado nacional y extranjero esencialmente el proceso entero relacionado con el petróleo y el gas: desde la exploración y extracción de hidrocarburos y el procesamiento de gas natural, hasta la comercialización de energía eléctrica. A diferencia de los contratos para servicios que ya se permiten, con la reforma actual el capital privado (a pesar de no ser legalmente dueño de los recursos naturales) se llevaría las ganancias. La reforma presentada por el PAN igualmente implica la privatización del sector. El gobierno y el PRI sostienen que su reforma no es privatizadora porque Pemex mismo no se va a vender —“ni un tornillo”—, ¡excepto que básicamente todas sus funciones se abrirán al capital privado!

Los marxistas revolucionarios defendemos la industria energética nacionalizada como una medida elemental de autodefensa del México neocolonial frente al imperialismo. Como el revolucionario bolchevique León Trotsky —codirigente junto con Lenin de la Revolución Rusa de 1917— escribió en defensa de la expropiación petrolera contra las intrigas y ataques de los imperialistas británicos, principales afectados por la nacionalización:

“Los magnates del petróleo no son capitalistas del montón, simples burgueses. Poseen las más importantes riquezas naturales de un país extranjero, se apoyan sobre sus millares de millones y sobre el respaldo militar y diplomático de sus metrópolis, y se esfuerzan por establecer en el país sojuzgado un régimen de feudalismo imperialista, procurando subordinar a sus intereses la legislación, la justicia y la administración. En estas condiciones, la expropiación es el único medio serio de salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia”.

—“México y el imperialismo británico” (junio de 1938)

¡Por un gobierno obrero y campesino!

Como Trotsky mismo explicó, “la expropiación del petróleo no es ni comunismo ni socialismo”. Aunque representa un freno a la dominación imperialista, la nacionalización petrolera o de otros ramos estratégicos de la industria no conduce, por sí misma, a la genuina emancipación nacional. Los espartaquistas nos basamos en la teoría de la revolución permanente de Trotsky, confirmada por la Revolución Rusa, que sostiene que la burguesía de los países atrasados como México, sin importar lo radicales que puedan sonar sus representantes políticos, es incapaz de llevar a cabo las tareas históricas asociadas con las revoluciones democrático-burguesas de los siglos XVII y XVIII. Los problemas de la democracia política, la revolución agraria y el desarrollo nacional independiente sólo pueden ser resueltos bajo el dominio de clase del proletariado, mediante la revolución socialista. La clase obrera en el poder no puede detenerse en estas tareas democráticas, sino que debe pasar inmediatamente a las tareas socialistas —la expropiación de la burguesía como clase, es decir, la colectivización y la planificación económica—. La revolución necesita extenderse internacionalmente. La supervivencia de la revolución en México y su ulterior desarrollo hacia el socialismo es impensable, económica y militarmente, sin la ayuda del proletariado multirracial de EE.UU., y una revolución obrera en México daría un formidable impulso a la revolución al norte del Río Bravo. El proletariado estadounidense debe hacer sentir su poder en lucha de clases conjunta con sus hermanos mexicanos contra los designios de los gobernantes capitalistas.

¡Romper con los nacionalistas burgueses!

La penetración imperialista ha desarrollado en México un proletariado poderoso. La burguesía nacional, temerosa de la clase obrera y atada por miles de lazos a sus amos imperialistas, zigzaguea en distintas épocas entre éstos y aquélla. Como Trotsky explicó, en tanto que el gobierno capitalista intenta ofrecer alguna resistencia a las exigencias excesivas de los imperialistas, necesita apoyarse en el proletariado; ése fue el caso de Lázaro Cárdenas en los años 30, quien impulsó el desarrollo capitalista nacional mediante algunas nacionalizaciones y procuró el apoyo de obreros y campesinos ante el acoso de los imperialistas. Por otro lado, los gobiernos de países atrasados que consideran inevitable o más provechoso marchar mano a mano con el capital extranjero, destruyen las organizaciones obreras e implantan un régimen más o menos totalitario.

Hasta los años 80, los gobiernos priístas posteriores a Cárdenas siguieron en mayor o menor grado esa política nacionalista. Los nacionalistas burgueses mexicanos mantuvieron el patio trasero de los imperialistas con relativa estabilidad durante medio siglo mediante la represión brutal contra huelguistas, la izquierda, los disidentes en los sindicatos y las guerrillas rurales, al tiempo que otorgaban concesiones significativas a la clase obrera y el campesinado y llevaban a cabo algunas nacionalizaciones. Luego, impulsados por la crisis, por sus propias inclinaciones ideológicas y ciertamente por la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-1992, que retiró un contrapeso al imperialismo estadounidense al nivel mundial, los gobernantes mexicanos han abierto la puerta a la expoliación irrestricta del país por parte de los imperialistas, especial pero no únicamente mediante el TLCAN, tratado de rapiña imperialista contra México.

Si algo demuestra la historia reciente de México, es que el neoliberalismo y el populismo no son sino dos caras de la misma moneda. El PRD y el Morena representan un ala nacionalista de la burguesía que procura regresar a alguna versión del viejo populismo priísta; estas organizaciones sirven a los intereses de clase de la burguesía mexicana y, a través de ella, al imperialismo mundial.

En cualquier caso, el PRD tiene mucha desvergüenza al presentarse como opositor a la privatización energética. Este partido, junto con el PRI y el PAN, firmó el año pasado el “Pacto por México”, que incluye impulsar “las reformas necesarias para crear un entorno de competencia en los procesos económicos de refinación, petroquímica y transporte de hidrocarburos” —el núcleo de la reforma de Peña Nieto—. Ahora el PRD, también desprestigiado por su apoyo a la nefasta reforma educativa, sacó de su sarcófago a Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del Gral. Lázaro Cárdenas, para lanzar una campaña contra la privatización.

Gobierno, ¡manos fuera del sindicato petrolero!

La privatización significará también un ataque contra el sindicato petrolero y las conquistas laborales de sus agremiados. Dado el carácter estratégico de la industria petrolera y el monopolio estatal de la misma, el sindicato petrolero es el más poderoso del país. The Economist (10 de agosto) declara que un problema de Pemex es que “nunca ha sido tratada como una compañía avocada a la producción de ganancias”; Pemex proporciona alrededor del 40 por ciento de los ingresos del gobierno en vez de reinvertir ese capital. El mismo artículo se queja de que el sindicato petrolero, “abotargado y consentido”, es una carga para la compañía, pues muchos de sus trabajadores no pueden ser despedidos incluso cuando los pozos en los que trabajan se hayan secado. Un artículo en Letras Libres (septiembre de 2008) se queja de que “en la actualidad, los sindicalizados de Pemex poseen el mejor régimen contractual entre los trabajadores al servicio del Estado”; “son los únicos que poseen un sistema de salud propio, que en la actualidad se compone de decenas de consultorios, quince clínicas y veintidós hospitales”. Los petroleros también tienen derecho a 60 días de aguinaldo y ayuda sustancial de la empresa para la renta, compra, construcción, remodelación o reparación de vivienda, entre otras prestaciones. ¡Éstas son conquistas que vale la pena defender y extender!

Carlos Romero Deschamps, dirigente del sindicato petrolero y senador priísta, ha evitado tomar una posición clara respecto a la propuesta de Peña Nieto. Lo que sí dejó claro es que el sindicato petrolero va a “defender sus derechos por medio del diálogo” y no la movilización; “los trabajadores petroleros sindicalizados no actuarán como los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) cuando se aborde la reforma energética” (El Economista, 21 de agosto).

Por el momento, el PRI no parece estar interesado en ir tras el sindicato en la víspera de la votación de su reforma. Pero el PAN, el PRD y el Morena por igual no pierden oportunidad de exigir acción estatal contra el sindicato. Jesús Zambrano, líder principal del PRD, sostuvo que no puede haber mayor desarrollo petrolero “sobre la base de la corrupción en la que está fincado el sindicato de la paraestatal” (La Jornada, 19 de marzo). De hecho, la demanda “¡Fuera Romero Deschamps!” es parte de la “propuesta energética” del Morena.

Los obreros deben oponerse a cualquier intervención del estado burgués en los sindicatos. Romero Deschamps es sin duda un burócrata corrupto y gangsteril, pero es la clase obrera quien debe limpiar su propia casa. Como han demostrado el “Quinazo” y el “Elbazo”, la intervención estatal en las organizaciones elementales de defensa de la clase obrera no tiene otro objetivo que atarlas cada vez más a su control, sino es que destruirlas de plano. El estado capitalista —en cuyo núcleo se encuentran la policía, el ejército, las cárceles y los tribunales— es una máquina de represión sistemática, dirigida contra todos los explotados y oprimidos, al servicio de la burguesía para mantener sometida a la clase obrera y asegurar el dominio de clase de los capitalistas. El estado no puede ser reformado para que sirva a los intereses de la clase obrera; debe ser destruido por una revolución socialista y remplazado por un estado obrero para defender al proletariado como nueva clase dominante.

El sindicato petrolero, como todos los demás, está dirigido por una burocracia procapitalista que responde a sus propios privilegios. Las burocracias priístas mantienen a raya a sus bases generalmente mediante el puño de la represión, en tanto que las leales al PRD procuran recurrir más a menudo a la ideología nacionalista burguesa para impulsar la colaboración de clases y las ilusiones en el estado. Pero, independientemente de su ideología y diferencias políticas, todas estas burocracias imploran ayuda al estado como protector, y a menudo como árbitro.

Para luchar por la independencia de clase del movimiento obrero y conseguir la genuina democracia sindical, se requiere forjar una dirección revolucionaria. Los espartaquistas luchamos por construir un partido obrero leninista-trotskista para remplazar a las burocracias procapitalistas. La independencia respecto a la burguesía se consigue y manifiesta en la lucha contra la burguesía. Los sindicatos de nuestros días sólo pueden ser independientes en la medida en que sean conscientes de ser, en la práctica, los organismos de la revolución proletaria.

La LTS: Por un “frente único” con el Morena y el PRD

La seudotrotskista Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) ha lanzado una “amplia campaña de movilización” para hacerse “parte de toda lucha y convocatoria que llame a la movilización obrera y popular” contra la privatización del petróleo (Estrategia Obrera No. 111, agosto de 2013). Parte fundamental de dicha campaña ha sido la formación de un frente propagandístico con organizaciones nacionalistas pequeñoburguesas tales como la “Unión de Pochtecas de México” (los pochtecas eran una casta comerciante azteca). En una declaración conjunta con ésta y otras organizaciones, la LTS hace eco de la mitología del nacionalismo burgués en torno al petróleo, al afirmar que “Pemex es el principal patrimonio de la nación, consecuencia de las luchas del pueblo de México por su independencia y soberanía” (“Declaración del Frente en defensa de Pemex”, s/f, ltscc.org.mx). Es el ABC del marxismo que la “nación” y el “pueblo” están divididos en dos clases fundamentales con intereses antagónicos: el proletariado y la burguesía. Pese a la emotiva retórica de la LTS, la realidad es que Pemex, aun nacionalizada, pertenece a la burguesía, y le seguirá perteneciendo en tanto que esta última se mantenga como clase dominante.

La adaptación de la LTS no se detiene ahí. Su declaración continúa:

“Por tanto nosotros, mientras llamamos al más amplio frente único en la movilización y la unidad de acción con todas las fuerzas que se oponen a la privatización, mantenemos una posición crítica de la propuesta de López Obrador y de Cuauhtémoc Cárdenas, porque son impotentes e insuficientes para efectuar la transformación profunda que se requiere para superar la actual situación de explotación y saqueo de ambas paraestatales [Pemex y la CFE]”.

La LTS se ha estado liquidando en las multitudinarias marchas de AMLO y el PRD, y pretende que esto es una aplicación de la táctica comunista del “frente único” (o frente unido). Esta táctica, como la desarrolló y argumentó la Internacional Comunista bajo Lenin y Trotsky, tiene el propósito de ganar el apoyo de un sector de las bases de los partidos obreros reformistas de masas mediante acciones comunes que ayuden a demostrar la superioridad del programa y la organización marxistas.

Pero el Morena y el PRD son partidos burgueses, y lo que la LTS impulsa con su “amplia campaña” contra la privatización es un bloque político continuo con los representantes de la burguesía nacionalista, una nueva versión del “frente único antiimperialista”, patraña muy favorecida por estalinistas y seudotrotskistas para impulsar la unidad con su propia burguesía nacional “contra el imperialismo” sobre la base del nacionalismo “antiyanqui” —huelga decir que la LTS no tiene ningún peso para interesar a la burguesía en la formación de “frente” alguno—.

La LTS procura distanciarse de las “limitadas propuestas del MORENA” al llamar por “la renacionalización sin indemnización”, “mayores impuestos a las grandes fortunas”, menores salarios para legisladores, etc. (Estrategia Obrera No. 111), demandas que no van más allá de un programa democrático-burgués. Para hacerlo parecer más combativo, la LTS, como la virtual totalidad de la izquierda reformista, recurre al fetiche del “control obrero”. El control obrero de la producción significa el poder dual al nivel de la producción, una situación inestable y necesariamente limitada en el tiempo en la que los obreros imponen directrices al patrón. No es una demanda dirigida al patrón o al estado, sino una condición de la lucha. Esta consigna sólo es apropiada en situaciones de ofensiva proletaria. Al plantearla hoy y desligada de la lucha por la revolución socialista, los seudotrotskistas le confieren un carácter reformista acorde con su perspectiva general nacional-democrática (ver “El seudotrotskismo y el ‘control obrero’ de Pemex: Sintomatología menchevique”, Espartaco No. 30, invierno de 2008-2009).

Así, según la LTS, el control obrero de Pemex sería suficiente para “garantizar una producción al servicio de la población trabajadora”, incluso bajo el dominio del capitalismo y el estado burgués. Lo único que garantizará que la producción —de Pemex y de la economía en su conjunto— esté avocada a la satisfacción de las necesidades de la población trabajadora es una revolución socialista que derroque al estado capitalista y expropie a la burguesía como clase.

El programa de Trotsky de la revolución permanente es la alternativa a la confianza en fantasías respecto a la atrasada burguesía mexicana, lacaya del imperialismo, como el vehículo para la liberación. Los comunistas del Grupo Espartaquista de México, al lado de nuestros camaradas de la LCI entera, luchamos por una economía socialista internacional mediante nuevas revoluciones de Octubre alrededor del mundo, para acabar con el imperialismo y toda forma de explotación y opresión.


Una clarificación

En el artículo “¡Defender la industria energética nacionalizada!” Espartaco No. 39, septiembre de 2013), escribimos:

“Para luchar por la independencia de clase del movimiento obrero y conseguir la genuina democracia sindical, se requiere forjar una dirección revolucionaria. Los espartaquistas luchamos por construir un partido obrero leninista-trotskista para remplazar a las burocracias procapitalistas”.

Ésta es una formulación incorrecta que puede dar pie a posiciones falsas sobre la relación entre el papel del partido y el de los sindicatos, como la noción de construir “sindicatos rojos” minoritarios dirigidos por comunistas mediante la escisión de las organizaciones de lucha económica de la clase obrera o el entendimiento de que el trabajo sindical de un partido revolucionario se enfoca en ganar puestos en el aparato sindical como medida principal (o única) de su “influencia”.

Los sindicatos son las organizaciones elementales de defensa de la clase obrera, en tanto que el partido revolucionario es la organización de combate cuya finalidad es la toma del poder político por parte del proletariado. Así, en tanto que los comunistas estamos por la unidad de la clase obrera en los sindicatos independientemente de la perspectiva política de los obreros que los forman —cuanto más amplias son las masas que aglutinan los sindicatos, éstos cumplen mejor su misión—, un partido proletario revolucionario requiere homogeneidad ideológica y unidad de acción y de organización.

Un partido obrero leninista interviene en las luchas sindicales para introducir en el proletariado la conciencia revolucionaria: el entendimiento de la clase obrera como una clase distinta —la única revolucionaria— e internacional con el interés objetivo de derrocar el capitalismo y dirigir una obra de emancipación universal mediante la revolución proletaria y la reorganización de la sociedad bajo un orden socialista mundial.

 

Espartaco No. 39

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