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Espartaco No. 29 |
Primavera de 2008 |
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Segunda Parte
Desde hace mucho, los mencheviques y los estalinistas han descrito la Revolución de Febrero, que derrocó al zar de Rusia, como el inicio de una “primera etapa” necesaria de la Revolución Rusa. De hecho, la Revolución de Febrero no resolvió ninguna de las tareas democrático-radicales de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” que V.I. Lenin había proyectado en 1905.
En un “Informe sobre la Revolución de 1905” del 9 de enero de 1917, Lenin ya había dejado de lado toda mención a su fórmula de 1905. Su discurso reflejó el desarrollo de la lucha de clases en Rusia en vísperas de la Primera Guerra Mundial, una guerra interimperialista. Después de los años de reacción de 1907 a 1910, el proletariado había vuelto a levantar la cabeza. Para la primera mitad de 1914, el nivel de actividad huelguística había llegado a alturas nunca vistas desde 1905. Y esta vez, cerca de un 80 por ciento de los obreros políticamente activos seguían a los bolcheviques.
En su discurso, Lenin habló de 1905 en los términos de la revolución permanente de Trotsky: “En realidad, todo el desarrollo de la revolución rusa impulsaba de modo inevitable a la lucha armada, al combate decisivo entre el gobierno zarista y la vanguardia del proletariado con conciencia de clase.” Como Trotsky, ahora él argumentaba que la revolución venidera “sólo puede ser una revolución proletaria, y además, en un sentido todavía más profundo de la palabra: una revolución proletaria y socialista también por su contenido...sólo los proletarios con conciencia de clase pueden dirigir y dirigirán a la inmensa mayoría de los explotados.”
La Primera Guerra Mundial tuvo un profundo impacto en el pensamiento de Lenin. La II Internacional había colapsado en el socialchovinismo, con la mayoría de sus secciones apoyando a sus propias burguesías en la guerra. Esto llevó a Lenin a generalizar su curso de escisión con los mencheviques rusos, misma que había hecho definitiva en 1912. Lenin concluyó que el oportunismo no era un fenómeno residual o localizado; más bien, como lo estableció en su monumental estudio El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), las superganancias derivadas de la explotación imperialista de las colonias generan una base material para una capa oportunista y procapitalista del movimiento obrero. Lenin luchó por una ruptura total internacionalmente con todas las corrientes reformistas y centristas, y lanzó el llamado por una III Internacional. Contra los socialchovinistas y socialpacifistas, llamó por una política de derrotismo revolucionario contra todas las burguesías contendientes y lanzó la consigna de convertir la guerra imperialista en una guerra civil.
La guerra había interrumpido el ascenso de lucha de clases en Rusia, conforme la marejada inicial de patriotismo inundaba al proletariado. Pero el estado de ánimo reaccionario no duró mucho. Los horrores de la guerra hablaban en voz más alta que todos los curas y patriotas. Rusia habría de sufrir las bajas de cinco millones y medio de soldados por muerte, heridas o captura. La esclavitud de las mujeres empleadas en las plantas de municiones con salarios lastimosos era una “cascada de oro” para quienes lucraban con la guerra.
La Revolución de Febrero se desató por una huelga principalmente de obreras textiles en Petrogrado (como se rebautizó a San Petersburgo cuando Rusia entró en guerra con Alemania) el Día Internacional de la Mujer, en demanda de un aumento en las raciones de guerra. Los choques callejeros con las fuerzas del “orden” produjeron bajas numerosas. Pero, al final, el zar no pudo hallar tropas leales y se vio forzado a abdicar. Inmediatamente se eligieron soviets en las fábricas, las guarniciones del ejército y el frente. En las provincias, la policía y los funcionarios estatales fueron arrestados o enviados a hacer sus maletas. En la capital, la autocracia había sido derrocada por los obreros, pero el gobierno que surgió fue un gobierno burgués.
En su Historia de la Revolución Rusa (1932), Trotsky señala que la Revolución de Febrero representó el despertar del ejército basado en el campesinado. La primera ola de delegados electos del ejército a los soviets consistía en gran medida en pequeños burgueses letrados que en general apoyaban a los socialrevolucionarios (eseristas) de base campesina. Así, la guerra dio a los eseristas y a los mencheviques reformistas, que representaban a capas pequeñoburguesas urbanas y a un sector de los obreros, una preponderancia inicial masiva pero históricamente accidental en los soviets de obreros y soldados.
Mientras los combates callejeros aún sacudían Petrogrado en febrero, el Gobierno Provisional se formó con el objetivo de erigir una monarquía constitucional. Mientras tanto, dentro de los soviets, los delegados eseristas y mencheviques, leales al republicanismo burgués, mantuvieron a raya a los obreros y campesinos insurgentes y apelaron desesperadamente a la burguesía para que tomara el poder político. Pero las masas eran hostiles a la burguesía y confiaban en los soviets. Eso hizo de estos órganos, a pesar de sus dirigencias traidoras, el poder de facto en el país. De ahí la paradoja de la Revolución de Febrero: los obreros, muchos de ellos inspirados por los bolcheviques, llevaron a cabo la revolución, pero el gobierno que resultó de ella fue burgués.
La Revolución de Febrero resultó en una situación de poder dual. Como lo describió Lenin en “La dualidad de poderes” (abril de 1917), “Junto al gobierno provisional, el gobierno de la burguesía, ha surgido otro gobierno, débil e incipiente todavía, pero sin duda un gobierno que existe realmente y se desarrolla: los soviets de diputados obreros y soldados.” Esta situación no podía durar: debía gobernar una clase u otra.
Lenin rearma a los bolcheviques
Mientras tanto, el Partido Bolchevique, con Lenin todavía exiliado en Suiza, estaba siendo conducido a un curso conciliacionista bajo la dirección de I.V. Stalin y Lev Kámenev. Tras su regreso del exilio en Siberia en marzo de 1917, Stalin y Kámenev tomaron el control del órgano central bolchevique, Pravda, y usaron la vieja fórmula de Lenin de la “dictadura democrática” para pisotear la oposición intransigente de Lenin a la burguesía liberal. El número de Pravda del 15 de marzo, el primero que menciona a Stalin y Kámenev como editores, llamaba a apoyar al Gobierno Provisional “en cuanto luchase contra la reacción y la contrarrevolución”. Volviéndose tajantemente contra el derrotismo revolucionario de los bolcheviques, Pravda declaraba que el soldado ruso “deberá permanecer firme en su puesto” y que “todo derrotismo, o, por mejor decir, lo que la prensa mal informada estigmatizaba bajo la censura zarista con este nombre, desapareció en el momento de aparecer en las calles de Petrogrado el primer regimiento revolucionario.” Pravda también llamaba por la fusión de los partidos menchevique y bolchevique.
En su informe a una conferencia del partido bolchevique de marzo de 1917, Stalin sonaba como el menchevique Gueorguii Plejánov, denunciando la insurrección de Moscú de diciembre de 1905 por antagonizar a la burguesía. Stalin afirmó que “no nos convendría forzar por ahora los acontecimientos, acelerando el proceso de eliminación de los sectores burgueses, que más tarde deberán inevitablemente apartarse de nosotros. Es necesario que ganemos tiempo poniéndole el freno a la escisión de las capas medias burguesas” (“Borrador de protocolo de la Conferencia de Trabajadores del Partido de Toda Rusia de marzo de 1917”). También declaró: “Hay que apoyar al Gobierno Provisional en la medida en que éste consolide los avances de la revolución; por el contrario, no se le deberá apoyar en aquello en que sea contrarrevolucionario.”
Al ofrecimiento menchevique de fusión planteado en esa conferencia, Stalin respondió: “Debemos acceder a lo solicitado. Es necesario que definamos nuestro punto de vista acerca de la unificación.” Los líderes mencheviques y eseristas estaban radiantes, pero hubo varias protestas entre los cuadros bolcheviques. Como lo puso el obrero bolchevique y miembro del Comité Central Aleksandr Shliápnikov: “En los suburbios la indignación era inmensa, y cuando los proletarios se enteraron de que se habían apoderado de la Pravda tres compañeros llegados de Siberia, antiguos redactores del periódico, se exigió su exclusión del partido” (citado en Trotsky, Historia de la Revolución Rusa).
Lenin leía Pravda con alarma. Incluso antes de regresar del exilio el 3 de abril, advirtió en sus “Cartas desde lejos” que el Gobierno Provisional era un gobierno burgués y que darle el más mínimo apoyo significaba apoyar la guerra imperialista. Cuando finalmente llegó y dio su famoso discurso desde arriba de un vagón blindado en la Estación de Finlandia, su efecto en los bolcheviques fue electrizante. Ante la delegación oficial de socialpatriotas enviada a recibirlo, habló en honor del líder marxista revolucionario alemán Karl Liebknecht, que había sido apresado por su oposición a la guerra y había denunciado a los “socialistas” que apoyaban a sus propias burguesías como culpables de traición de clase. Para Lenin, cualquier apoyo al Gobierno Provisional era motivo de escisión.
En sus “Tesis de abril”, Lenin explicó que se debía únicamente a la carencia en “el proletariado del grado necesario de conciencia de clase y de organización” que se había permitido el paso del poder a las manos de la burguesía en esta etapa (“Las tareas del proletariado en la actual revolución”). “La peculiaridad del momento actual en Rusia es el paso de la primera etapa de la revolución”, escribió Lenin, “a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de los sectores pobres de los campesinos.” Cuando, el 7 de abril, Pravda publicó las “Tesis” de Lenin, ningún otro miembro del Comité Central las firmó.
En una réplica publicada por Pravda al día siguiente, Kámenev usó mucho del mismo lenguaje para denunciar las “Tesis de abril” de Lenin del que luego usaría Stalin contra la revolución permanente de Trotsky: “Por lo que se refiere al esquema general del camarada Lenin, lo juzgamos inaceptable, en cuanto arranca del principio de que la revolución democrático-burguesa ha terminado ya y se orienta en el sentido de transformarla inmediatamente en revolución socialista.” Citando la declaración de Kámenev, Lenin respondió en sus “Cartas sobre táctica” (abril de 1917):
“Después de esta revolución [la de Febrero] el poder está en manos de una clase diferente, una clase nueva, o sea de la burguesía...
“Por consiguiente, la revolución burguesa o democrático-burguesa en Rusia se ha consumado.
“Pero en este momento oímos un clamor de protesta de personas que gustan llamarse ‘viejos bolcheviques’: ¿acaso no hemos sostenido siempre —dicen— que la revolución democrático-burguesa culmina sólo con la ‘dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado’?...
“Mi respuesta es: las consignas y las ideas bolcheviques en general, han sido confirmadas por la historia, pero concretamente las cosas sucedieron de un modo distinto...
“Quien en el momento actual sólo habla de ‘dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado’ está atrasado, en consecuencia se ha pasado en realidad a la pequeña burguesía y está en contra de la lucha de clase proletaria, por lo que debería ser relegado al archivo de las antigüedades ‘bolcheviques’ prerrevolucionarias.”
Stalin se replegó a las sombras, limitando su crítica a las “Tesis de abril” por su carácter “impráctico”, mientras se alineaba discretamente con los conciliadores. Kámenev, a quien luego se unió Zinóviev, dirigió el ataque contra Lenin, incluso hasta su esquirolaje abierto contra la revolución cuando él y Zinóviev denunciaron públicamente los planes de la insurrección bolchevique en vísperas de Octubre.
En un artículo que escribió tras haber obtenido la mayoría en una Conferencia Bolchevique de Toda Rusia en abril, Lenin concluyó: “sólo el poder del proletariado, apoyado por los semiproletarios, puede dar al país un poder realmente fuerte y realmente revolucionario” (“Un poder revolucionario fuerte”, mayo de 1917). Lenin había adoptado, en los hechos, el programa de Trotsky de la revolución permanente.
Trotsky y Lenin se reunifican
Al mismo tiempo, Trotsky había llegado a reconocer la validez de la amarga lucha que Lenin venía dando desde 1903 para construir un partido de vanguardia disciplinado y programáticamente sólido. En el periodo anterior a la escisión de 1903 entre bolcheviques y mencheviques en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), Trotsky se había ganado el apodo de “garrote de Lenin”. Pero en 1903 Trotsky se mostró reacio ante la insistencia de Lenin en un partido duro de revolucionarios profesionales. Sin embargo, también se opuso a la orientación menchevique a la burguesía liberal.
Trotsky se declaró ajeno a ambas fracciones. Trabajó estrechamente con los bolcheviques en la Revolución de 1905, pero en los años que siguieron sus intentos de unificar a todas las fracciones se enfrentaron a las luchas de Lenin por diferenciar tajantemente a los revolucionarios de los oportunistas, e inevitablemente llevaron a Trotsky a bloques podridos episódicos contra los bolcheviques. Esto llegó a su culminación en 1912, tras la escisión final de los bolcheviques con la fracción menchevique, cuando se constituyeron en un partido aparte. En agosto de 1912, Trotsky tomó la iniciativa para organizar una conferencia con los mencheviques “propartido” en Viena —que llegó a hacerse tristemente célebre con el nombre de “Bloque de agosto”— para tratar de revertir la escisión.
Una vez que la Revolución de Febrero se hubo hecho cargo del zarismo y hubo puesto a la burguesía supuestamente “democrática” en el poder, la mayoría de la dirigencia menchevique se unió al grueso de la II Internacional, adoptando la línea del “defensismo” respecto a su “propia” clase dominante. Bajo el impacto de la guerra y de las afiladas polémicas de Lenin contra los esfuerzos conciliacionistas, Trotsky se vio cada vez más atraído a la insistencia de Lenin en una ruptura completa con el oportunismo.
Así, para 1917, Trotsky y Lenin coincidían en las cuestiones decisivas del partido y del carácter de clase de la revolución. Tras su retorno del exilio el 4 de mayo, Trotsky no se unió inmediatamente a los bolcheviques, sino que trabajó con ellos mientras pertenecía a la organización Mezhraiontsi (Interdistrital), que se movía a la izquierda, y a la que él condujo hacia la fusión con los bolcheviques. La fusión se consumó en el VI Congreso de los bolcheviques, que comenzó a finales de julio. Como reconocería Lenin posteriormente, una vez que Trotsky comprendió la imposibilidad de la unificación con los mencheviques, “no ha habido mejor bolchevique que él” (citado en Trotsky, La revolución desfigurada [1929]).
Durante el transcurso de los sucesos de 1917, Lenin insistió en la necesidad de la toma del poder estatal por el proletariado. Después de que el primer Gobierno Provisional fuera derribado por una tormenta de indignación cuando prometió continuar la odiada guerra imperialista, un nuevo gobierno se formó a principios de mayo. Dirigentes eseristas y mencheviques aceptaron formalmente carteras ministeriales. Lenin explicó que los capitalistas rusos “recurrieron a un método que durante muchas décadas, desde 1848, ha sido practicado por los capitalistas de otros países para engañar, dividir y debilitar a los obreros. Este método es el del llamado ‘gobierno de coalición’, o sea un ministerio mixto formado por miembros de la burguesía y por tránsfugas del socialismo”. Y continuó:
“Los tontos de los partidos eserista y menchevique se regocijaban y se dejaban bañar jactanciosamente por los rayos de la gloria ministerial de sus jefes. Los capitalistas se frotaban las manos de gusto, pues en la persona de los ‘líderes de los Soviets’ encontraban una ayuda contra el pueblo y la promesa de apoyar las ‘operaciones ofensivas en el frente’, es decir, la reanudación de la rapaz guerra imperialista, que había sido interrumpida por algún tiempo.”
—“Las enseñanzas de la revolución” (agosto de 1917)
En su obra clásica El estado y la revolución (septiembre de 1917), Lenin rescató los escritos de Marx y Engels sobre la cuestión del estado de debajo de la montaña de ofuscación socialdemócrata. Señalando la principal lección que Marx obtuvo de la experiencia de la Comuna de París de 1871, cuando el proletariado parisino sostuvo el poder por casi tres meses antes de ser sanguinariamente aplastado, Lenin citó la afirmación de Marx en La guerra civil en Francia (1871) de que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines”. Lenin explicó: “El pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera debe destruir, romper la ‘máquina estatal existente’ y no limitarse simplemente a apoderarse de ella.”
Lenin revivió el entendimiento de Marx de que el proletariado no podría mantener una alianza con el campesinado, ni mucho menos dirigirlo, a menos que los obreros tuvieran en sus manos el poder estatal: “El proletariado necesita el poder del estado, organización centralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de ‘poner en marcha’ la economía socialista.”
Habiendo ya abandonado su fórmula anterior de una “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, Lenin afirmó explícitamente que el estado no puede representar a dos clases distintas:
“Además, la esencia de la teoría de Marx sobre el estado sólo la ha asimilado quien haya comprendido que la dictadura de una clase es necesaria, no sólo para toda sociedad de clases en general, no sólo para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el período histórico que separa al capitalismo de la ‘sociedad sin clases’, del comunismo. Las formas de los estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos esos estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en último resultado, necesariamente, una dictadura de la burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la dictadura del proletariado.”
Cuando los bolcheviques dirigieron al proletariado al poder en octubre de 1917, le dieron carne y hueso al entendimiento marxista de la dictadura del proletariado.
La Comintern y la revolución colonial
La Revolución de Octubre tuvo un efecto electrizante internacionalmente. Éste se sintió más inmediatamente entre los obreros de las demás potencias europeas beligerantes, especialmente Alemania. Pero la oleada que inició llegó mucho más allá de Europa, pasando por el mundo colonial.
Entre quienes fueron atraídos por la bandera del comunismo, ocuparon un lugar prominente los estudiantes y demás intelectuales que querían superar la profunda opresión social, el gobierno autocrático y la sumisión al imperialismo en sus propios países, y habían perdido la esperanza de que sus propias burguesías, débiles y corruptas, lograran nada parecido a la Gran Revolución Francesa de 1789-93. Pero la joven Internacional Comunista (IC) estaba adentrándose en terreno virgen cuando enfrentó la cuestión de la relación entre los partidos comunistas del mundo colonial y los movimientos nacionalistas burgueses. Los bolcheviques esperaban que la revolución obrera en los centros imperialistas resolviera, en general, la cuestión colonial.
El primer trabajo de la Comintern respecto a la cuestión nacional y colonial estuvo dirigido en buena medida a trazar una línea programática dura entre los comunistas y la cloaca chovinista de la II Internacional. Antes de la Primera Guerra Mundial, había toda una gama de actitudes sobre la cuestión colonial dentro de la II Internacional. En el ala izquierda, había muchos que se solidarizaban con las víctimas coloniales de sus “propios” gobernantes. Pero estos “partidos de toda la clase” kautskianos también incluían elementos derechistas que defendían la misión “civilizadora” del imperialismo (y a veces eran abiertamente racistas respecto a pueblos “inferiores” en el exterior y en casa). Con el estallido de la guerra, los líderes socialistas probélicos actuaron como reclutadores para los esfuerzos imperialistas de defender y extender sus imperios coloniales.
Lenin trazó la línea más dura posible contra este socialchovinismo, e insistió en que “en el Estado capitalista, rechazar el derecho a la autodeterminación, es decir, el derecho de las naciones a la separación, no significa otra cosa que defender los privilegios de la nación dominante” (El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914). Una clase obrera en bloque con sus propios gobernantes contra las naciones oprimidas y las masas coloniales nunca podrá hacer una revolución socialista.
Las “21 condiciones” adoptadas por el II Congreso de la IC en 1920 exigían que los partidos comunistas de los países imperialistas apoyaran “no con palabras sino con hechos, todo movimiento de emancipación en las colonias” y llevaran a cabo “entre las tropas metropolitanas” de su propio país “una continua agitación contra toda opresión de los pueblos coloniales”. Al mismo tiempo, las “Tesis adicionales sobre los problemas nacional y colonial” del II Congreso advertían contra la subordinación del proletariado colonial a la burguesía, afirmando: “La Internacional Comunista debe sellar una alianza temporal con la democracia burguesa de los países coloniales y atrasados, pero no debe fusionarse a ella y tiene que mantener incondicionalmente la independencia del movimiento proletario incluso en sus formas más embrionarias.”
El II Congreso aún no había asimilado la importancia de los cambios producidos por la guerra mundial. Antes de 1914 prácticamente no había desarrollo industrial en los países coloniales y semicoloniales, cuyas economías estaban construidas en torno a la agricultura y la extracción de materias primas para beneficio de las potencias imperialistas. Pero con la desorganización del comercio internacional y el énfasis en la producción de guerra en las potencias beligerantes, países como China y la India experimentaron un crecimiento industrial sustancial y el rápido desarrollo de un proletariado joven y combativo. La guerra sofocó el abasto de bienes de consumo y la entrada de capital de las potencias de Europa Occidental, dando un poderoso ímpetu a la industria capitalista local.
A diferencia de la India, China no era una colonia tal cual. La Revolución China de 1911, dirigida por el movimiento nacionalista burgués de Sun Yat-sen, había derrocado a la decrépita dinastía Ching (manchú), que era sumisa a las potencias imperialistas. Sin embargo, el país pronto se vio conducido por el caudillismo y siguió postrado ante los imperialistas occidentales y japoneses, desmembrado en “esferas de influencia”. Por otro lado, para 1919 había ya cerca de un millón y medio de obreros industriales, concentrados en grandes empresas en unos cuantos centros urbanos (ver: “Los orígenes del trotskismo chino”, Spartacist [edición en español] No. 28, enero de 1998). Estos cambios le dieron al proletariado chino un gran poder social potencial; sin embargo, por sí mismos no respondían a la pregunta de si el proletariado, una pequeña minoría en un país de extremo atraso social, podía hacerse políticamente consciente y contender por el poder estatal. Para cuando esta pregunta fue planteada a quemarropa en 1925-27, la Comintern ya había iniciado su degeneración cualitativa.
El “frente único antiimperialista”
En su IV Congreso, celebrado en noviembre-diciembre de 1922, la IC introdujo la consigna del “frente único antiimperialista” en sus “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”. Esto iba más allá de la correcta consideración de acciones en común contra el imperialismo con las fuerzas burguesas del mundo colonial y semicolonial, y promovía un bloque político con esas fuerzas sobre la base de un programa mínimo de demandas democráticas.
Sin dejar de ser críticas de la burguesía colonial, estas Tesis eran ambiguas en la cuestión clave de la relación del proletariado con ésta: “El proletariado apoya y levanta reivindicaciones parciales, como por ejemplo la república democrática independiente, el otorgamiento de derechos de que están privadas las mujeres, etc., en tanto que la correlación de fuerzas existente en la actualidad no le permita plantear la realización de su programa sovietista.” Implícitamente, las Tesis planteaban un programa menchevique de “dos etapas” para la revolución colonial, siendo la primera etapa una lucha democrática contra el imperialismo.
Aunque las Tesis eran vagas respecto al trabajo de las secciones comunistas en los países atrasados, el delegado al congreso del Partido Comunista de Indonesia (PKI), Tan Malaka, defendió abiertamente la entrada previa de su partido a la nacionalista burguesa Liga Islámica (Sarekat Islam). La práctica del PKI contradecía claramente la insistencia del II Congreso en la independencia política del proletariado ante los nacionalistas burgueses. Y, mientras que el II Congreso había afirmado “la necesidad de luchar contra el panislamismo y otras corrientes de esta índole que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y americano con el fortalecimiento de las posiciones de los kanes, de los terratenientes, de los mullahs, etc.”, las Tesis del IV Congreso, en cambio, afirmaban con neutralidad: “Sin embargo, a medida que se amplía y madura el movimiento de emancipación nacional, las consignas político-religiosas del panislamismo son suplantadas por reivindicaciones políticas concretas.”
Ya antes del IV Congreso, el presidente de la IC, Grigorii Zinóviev, había declarado en el I Congreso de Trabajadores del Lejano Oriente que “la división del programa de los partidos comunistas entre un programa mínimo y un programa máximo...debe ser considerada como válida en el futuro inmediato, particularmente para los países del Lejano Oriente, en la medida que la próxima etapa del desarrollo de estos países es el derrocamiento democrático y la organización de clase —política y económica— independiente del proletariado” (“Tesis sobre las tareas de los comunistas en el Lejano Oriente”, enero de 1922).
Cuando el miembro del Comité Central bolchevique y futuro opositor de izquierda A.A. Ioffe fue comisionado para encabezar una misión diplomática soviética para negociar con el Guomindang (Partido Nacionalista—GMD) de Sun Yat-sen, buscó atenerse a la posición principista adoptada por el II Congreso contra las políticas que estaba impulsando el emisario del Comité Ejecutivo de la IC (CEIC) en China. En una carta del 22 de julio de 1922 al Politburó del Partido Comunista Ruso, Ioffe escribió:
“Nuestra política en China, como en todo el mundo, debe buscar sobre todo los fines de la revolución proletaria mundial
En la política interna de China, conducir una línea para la liberación nacional y la unificación de China, y la creación de una república china unida y verdaderamente independiente y libre-democrática (¿soviética?)
Apoyar al Partido Comunista Chino (PCCh) incluso más [que a Sun Yat-sen], sin temerle a su cercanía abierta con la embajada. Independientemente de la debilidad de este partido, considerar necesaria su completa independencia, y completamente incorrectos los esfuerzos de ciertos agentes del CEIC de la IC de fundir la organización de este partido con el partido de Sun Yat-sen.”
—traducido de Bol’shevistskoe rukovodstvo, Perepiska [Dirigencia bolchevique, Correspondencia], 1912-1927 (Moscú: ROSSPEN, 1996)
El agente del CEIC al que Ioffe se refería era G. Maring (Henricus Sneevliet), un comunista holandés que había orquestado la entrada del PKI al Sarekat Islam. En agosto de 1922, Maring le impuso al joven PCCh una entrada parcial al GMD. Maring estaba apoyado por el CEIC. Sin una alternativa al curso de Maring, y en un esfuerzo por presionar a Sun Yat-sen a que actuara contra los imperialistas en China, en enero de 1923 Ioffe firmó un “pacto de no agresión” con el GMD que rechazaba intentos de introducir el comunismo en China. Ese agosto, una resolución del Politburó propuesta por Stalin y que asignaba a Mijaíl Borodin como Asesor Político de Sun afirmaba: “Instruir al camarada Borodin para que su trabajo con Sun Yat-sen esté guiado por los intereses del movimiento de liberación nacional de China, y que no se distraiga con el objetivo de implantar el comunismo en China” (énfasis añadido). Stalin se salió con la suya. En su tercera conferencia nacional ese año, el PCCh votó por convertir su entrada parcial en una entrada completa y resolvió que “el GMD debe ser la fuerza central de la revolución nacional y debe asumir su dirigencia.”
Para cuando tuvo lugar el IV Congreso de la IC, Lenin estaba cada vez más marginado por la enfermedad y una “Troika” (triunvirato) anti-Trotsky se había formado con Stalin, Zinóviev y Lev Kámenev para ponerse al frente del Partido Comunista soviético y la IC. Los cinco miembros del Comité Central del PCCh se habían opuesto inicialmente a la entrada en el GMD. Sus objeciones deberían haberse discutido y debatido plenamente al interior de la Comintern. Pero estas diferencias se mantuvieron ocultas a los oponentes de esta camarilla burocrática que se estaba cristalizando en la cima del estado soviético y la Comintern.
De todas formas, Trotsky se opuso a la línea de la Troika de entrada al GMD cuando llegó el momento de votarla en el Politburó en 1923 y en adelante. Si bien expresó abiertamente su oposición a la Troika sólo dentro del Politburó, al mismo tiempo Trotsky se distinguió públicamente por advertir a los comunistas de Oriente contra mezclar sus programas con el nacionalismo de partidos como el GMD. Se opuso a la concepción de partidos de dos clases “obrero-campesinos” o “granjero-laborista” promovida por Zinóviev y Stalin para Estados Unidos, Polonia y otros países —con efectos desastrosos— e insistió en que el Guomindang era un partido burgués.
El “socialismo en un solo país”: Una “teoría” para la traición
Cuando Lenin se hubo recuperado de su ataque de apoplejía en el otoño de 1922, se horrorizó al enterarse de que las presiones de la creciente capa burocrática en el estado y el partido soviéticos estaban encontrando cada vez más expresión en el Politburó. Entonces colaboró con Trotsky para que se rechazara una propuesta de Stalin y otros de debilitar el monopolio sobre el comercio exterior, un baluarte crucial de la economía colectivizada. Luego, Lenin decidió consumar un bloque con Trotsky para retirar a Stalin de su puesto de Secretario General en el XII Congreso del Partido de abril de 1923, en buena medida debido a una política abusiva, que apestaba a chovinismo gran ruso, impulsada por Stalin y sus compinches hacia las nacionalidades no rusas del Cáucaso. Pero Lenin fue atacado una vez más por la enfermedad en marzo de 1923, ante lo cual Trotsky dio un paso atrás y no libró una lucha tajante. Con la Troika al mando, el XII Congreso dedicó un punto especial del orden del día a darle la bienvenida a sus filas al viejo economicista y menchevique Aleksandr Martínov.
Martínov llegaría a ser una parte central en la lucha de la Troika contra Trotsky respecto a China. Fue Martínov, por ejemplo, quien acuñó la caracterización del GMD como un “bloque de cuatro clases” (obreros, campesinos, pequeña burguesía y burguesía nacional), que se usó para justificar la liquidación del PCCh dentro de ese partido nacionalista burgués. Como habría de notar Trotsky en “¿Quién dirige hoy la Internacional Comunista?” (septiembre de 1928):
“Martínov no solamente se ha infiltrado en el partido, sino que también se ha convertido en uno de los principales inspiradores de la Internacional
se han acercado y se han rebajado únicamente a causa de su lucha contra el ‘trotskismo’. En este aspecto no le ha sido necesaria ninguna reeducación; ha continuado atacando la ‘revolución permanente’ como en los veinte años anteriores.”
Pocos meses después del XII Congreso del Partido, en 1923 vino la derrota de la revolución en Alemania, que tuvo enormes consecuencias a escala mundial. El fracaso en Alemania se debió a la incapacidad de la Internacional Comunista dirigida por Zinóviev y a la ausencia en Alemania de un Partido Comunista suficientemente templado: el KPD alemán se adaptó a la socialdemocracia y, en octubre, incluso entró en gobiernos regionales burgueses dirigidos por la socialdemocracia (ver: “Rearmando al bolchevismo—Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, Spartacist [edición en español] No. 31, agosto de 2001). La ola revolucionaria de posguerra, que ya para 1921 estaba retrocediendo, se detuvo, y el orden burgués global se estabilizó. En la Rusia soviética, los obreros habían estado siguiendo intensamente el curso de la revolución obrera alemana. Su derrota tuvo entre los obreros soviéticos un enorme efecto desmoralizador, prolongando el aislamiento del estado obrero y ayudando a pavimentar el camino a la usurpación del poder político del proletariado por la naciente burocracia soviética.
Las elecciones a la XIII Conferencia del Partido de enero de 1924 estuvieron arregladas para no permitir más que tres representantes del laxo agrupamiento de oposicionistas asociados a Trotsky, pese a su amplio apoyo en los centros urbanos y el Ejército Rojo. El “trotskismo” fue condenado como una herejía antitética al leninismo. Lenin murió el 21 de enero, al día siguiente de enterarse del resultado de la Conferencia. Después de enero de 1924, la gente que gobernaba la URSS, la forma en que era gobernada y los fines para los que se le gobernaba cambiaron. En el otoño de 1924, Stalin generalizó la aversión de la burocracia conservadora hacia el programa proletario, revolucionario e internacionalista de la Revolución de Octubre con su “teoría” de que el socialismo —una sociedad basada en un nivel de productividad cualitativamente más alto en la que las clases han desaparecido y el estado se ha desvanecido— se puede construir en un solo país, incluso si éste era la económicamente devastada Rusia.
El “socialismo en un solo país” fue un programa de retirada y una promesa falsa de la estabilidad que la sociedad soviética añoraba tras años de guerra, revolución y pobreza; cristalizaba el estado de ánimo de conservadurismo que afectó no sólo al partido soviético, sino a los jóvenes partidos comunistas de Occidente ante la reestabilización del capitalismo mundial; negaba la teoría y la práctica no sólo de Lenin y el Partido Bolchevique, sino también de Marx y Engels, que siempre habían sido explícitos respecto a que el socialismo sólo podría triunfar como sistema mundial.
El “socialismo en un solo país” fue la bandera bajo la cual el estalinismo traicionó incontables oportunidades revolucionarias. Pero la transformación de la IC de un instrumento de la revolución socialista mundial en una agencia de maniobras diplomáticas no ocurrió de la noche a la mañana. Durante la década de 1920, Zinóviev, y luego Stalin, experimentaron con diversas coaliciones con fuerzas burguesas, que terminaron llevando al asesino sabotaje de la Segunda Revolución China de 1925-27. Para 1933, la Comintern de Stalin no pudo despertar ante lo que Trotsky llamó “el trueno del fascismo”: la victoria de los nazis de Hitler sin que el poderoso movimiento obrero alemán hubiera disparado un solo tiro. Cuando esta catástrofe, producto directo de la política de Stalin, no ocasionó indignación dentro de las filas de la III Internacional, ni siquiera desacuerdos internos significativos, Trotsky llegó a la concusión de que la IC había demostrado estar completamente muerta como fuerza para la revolución. Para 1935 ya había codificado explícitamente un programa de colaboración de clases (el Frente Popular) y había desempeñado un agresivo papel contrarrevolucionario en la Guerra Civil Española para apuntalar el dominio burgués. La Comintern estalinizada era, en efecto, como la describió Trotsky, “el gran organizador de derrotas”.
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