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Espartaco No. 29

Primavera de 2008

¿Norden para presidente?

El GI y los puestos ejecutivos: El centrismo de las cloacas

El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 895 (6 de julio de 2007), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.

Hace noventa años, el líder del partido bolchevique, V.I. Lenin, escribió El estado y la revolución. Argumentando poderosamente el entendimiento marxista del estado, Lenin retomó a sus predecesores, Karl Marx y Friedrich Engels, quienes añadieron lo siguiente al prefacio de la edición alemana de 1872, y las subsiguientes, del Manifiesto Comunista: “Sobre todo la Comuna ha demostrado que ‘la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina estatal ya acabada, y ponerla en movimiento para sus propios fines’.” El trabajo de Lenin en ese libro se vio “interrumpido” por la Revolución Bolchevique de Octubre de 1917, que puso en práctica el aplastamiento del estado burgués y su remplazo por la dictadura del proletariado.

Cuando se publicó, esta obra de Lenin fue denunciada por todo tipo de centristas y reformistas como una obra “anarquista”, en contraste con sus propias versiones revisionistas del “marxismo”. No por accidente, los revisionistas de distintos colores lanzaron ataques rabiosos contra el establecimiento del estado obrero que surgió de la Revolución de Octubre. Así pues, cuando un camarada experimentado de la Liga Comunista Internacional planteó una discusión sobre nuestra propia política en cuanto a contender para puestos ejecutivos en elecciones burguesas, recurrimos como guía a la lucha de Lenin contra estos oponentes de Octubre.

En línea con las prácticas históricas del movimiento marxista revolucionario, habíamos sostenido que era permisible contender por puestos ejecutivos, si bien entendíamos, al mismo tiempo, que por principio rechazaríamos asumir dichos puestos. Esta posición, sin embargo, contenía una contradicción. La autoridad ejecutiva manda sobre los “destacamentos especiales de hombres armados” que conforman el núcleo del aparato estatal; la destrucción revolucionaria de ese estado implica necesariamente un ajuste de cuentas con el ejecutivo. Incluso en las grandes revoluciones burguesas de Inglaterra y Francia, los revolucionarios que establecieron una base en el Parlamento y la Asamblea Nacional tuvieron que deshacerse del rey y establecer un nuevo órgano ejecutivo. ¿Qué propósito tendría una campaña revolucionaria para obtener un puesto así?

La V Conferencia Internacional de la LCI, celebrada este año, resolvió esta contradicción y concluyó que no nos postularíamos para esos puestos. Por el contrario, nuestra consigna respecto al estado capitalista debe ser: “¡Abajo los puestos ejecutivos!” Al hacer esto, nos consideramos continuadores de la obra de la Internacional Comunista de los tiempos de Lenin y Trotsky, y corregimos un compromiso equivocado al que llegó el II Congreso de la Comintern en 1920. En la lucha contra la posición que sostenían los comunistas ultraizquierdistas de boicotear las elecciones burguesas por principio, se perdió la distinción entre postularse para un puesto ejecutivo y postularse para un puesto legislativo. Anunciamos este cambio de línea en un artículo de Le Bolchévik, periódico de la Ligue trotskyste de France, que reimprimimos en Workers Vanguard No. 890 (13 de abril de 2007) bajo el encabezado: “Elecciones francesas: Ninguna opción para los obreros”. El artículo declara:

“Como afirma el documento de nuestra conferencia reciente: ‘El problema con postularse para puestos ejecutivos es que esto presta legitimidad a las concepciones dominantes y reformistas respecto al estado.’ Todo nuestro propósito es llevar a los obreros el entendimiento de que en cualquier revolución socialista el estado burgués debe ser destruido y remplazado por la dictadura del proletariado. Lenin lo enseñó, y la historia lo ha demostrado. Participar en elecciones para puestos ejecutivos representa, pues, un obstáculo a nuestra meta estratégica.”

Esperábamos oír gruñidos de indignado desacuerdo por parte de nuestros oponentes seudosocialistas, y el centrista Grupo Internacionalista no nos decepcionó. Porque habíamos señalado la distinción entre los órganos ejecutivos y los parlamentarios, el GI nos acusó, no de “anarquismo”, que fue el epíteto usado contra Lenin, sino, ridículamente, de “cretinismo parlamentario”. El núcleo del argumento del GI es éste:

“Pero, para los revolucionarios, el postular candidatos para puestos ejecutivos, como presidente o alcalde, de ningún modo implica la intención de ocupar estos puestos dentro del marco del estado burgués. Como siempre afirmamos en la época en que la LCI, así como la tendencia espartaquista internacional que la precedió, estaba por la continuidad del trotskismo genuino, usábamos las elecciones como una plataforma para la propaganda revolucionaria. En el caso inusual de que un candidato revolucionario tuviera suficiente influencia como para ser electo, el partido ya habría estado construyendo consejos obreros y otros órganos de carácter soviético. Y el partido insistiría en que, en caso de ser electos, sus candidatos se apoyarían en esos órganos de poder obrero y no en las instituciones del estado burgués.”

—“Francia da un violento giro a la derecha”, The Internationalist, mayo de 2007

Así, el GI deja abierta, y ciertamente no niega, la posibilidad de aceptar un puesto ejecutivo en ciertos casos “inusuales”. Esto no está en “continuidad” con nuestra línea anterior de “postularse pero no fungir”. Más bien, es una solución derechista de la contradicción inherente a esa línea, y de ningún modo una solución novedosa. De hecho, los partidos comunistas de Francia y Bulgaria de primera época, entre otros, ganaron elecciones a puestos ejecutivos locales, y los comunistas búlgaros controlaron cientos de administraciones municipales.

En su ardor polémico, el GI tropieza con la distinción elemental entre los órganos ejecutivos y los legislativos, y escribe:

“En realidad, desde tiempos de Marx, los marxistas hemos estado opuestos a la elección de presidentes por sufragio universal, ya que eso produce un ejecutivo semibonapartista que escapa del control de los órganos legislativos. También nos hemos opuesto a la existencia de una segunda cámara, supuestamente más alta, por ser inherentemente antidemocrática. ¿Debemos entonces negarnos también a postular candidatos al senado?”

En una palabra: No. (Excepto que en Francia la pregunta ni siquiera se plantea, ya que el senado no se elige por sufragio universal, sino por los alcaldes y concejales.) Hay una distinción histórica entre el Parlamento y el Rey. No aspiramos al puesto de Comandante en Jefe del imperialismo estadounidense, ni al de alguacil local, ni tampoco, como hacían los “socialistas de cloaca” que un siglo atrás dirigían Milwaukee y otras ciudades, al de alcalde que supervise a la policía (y las cloacas). Pero es posible, y a veces es deseable, postularse para un puesto en un órgano parlamentario y fungir de manera revolucionaria, una táctica del arsenal leninista en el camino a la toma proletaria del poder estatal.

Sin duda, el senado de Estados Unidos, por ejemplo, es antidemocrático. Pero sólo los cretinos parlamentarios basarían su participación en elecciones en las credenciales “democráticas” de las fachadas institucionales del estado capitalista. ¿Acaso cree el GI que las cámaras bajas de las repúblicas parlamentarias burguesas son genuinamente “democráticas”? La fracción parlamentaria de los bolcheviques funcionaba como un conjunto de revolucionarios en la Duma de la Rusia zarista —una institución nada democrática—. Pero Lenin nunca propuso táctica electoral alguna que implicara postular candidatos para el puesto de “zar rojo”.

De igual forma, tras la Revolución de Febrero de 1917 —bajo aquellas circunstancias “inusuales”— el propósito de Lenin no fue obtener carteras ministeriales en el gobierno de Kerensky, al que se unieron, ciertamente, los mencheviques y otros “socialistas”. Por el contrario, Lenin luchó consistentemente en contra de toda conciliación a ese gobierno de colaboración de clases (“frente popular”), ya no digamos a la participación en él, lo que templó al Partido Bolchevique y sentó las bases para la victoria de Octubre.

Es precisamente en las situaciones revolucionarias cuando las ilusiones en el estado capitalista tienen un impacto más nocivo. Por ejemplo, en Alemania, en medio del levantamiento revolucionario que abarcó todo el país al final de la Primera Guerra Mundial, el socialdemócrata centrista Karl Kautsky y sus correligionarios decían apoyar tanto a los consejos obreros como al gobierno provisional burgués —el Consejo de Representantes Populares— al que se unieron en noviembre de 1918. Al frente del Partido Socialdemócrata Independiente, una escisión del Partido Socialdemócrata (SPD), Kautsky y cía. resultaron de gran utilidad para ese mismo SPD y su gobierno.

El SPD de Scheidemann, Ebert y Noske, notorios por los servicios que prestaron a su “propia” burguesía al apoyar criminalmente la masacre imperialista de la Primera Guerra Mundial, estaba ampliamente desacreditado. Por ello, la autoridad de Kautsky y cía. fue clave para que la clase obrera aceptara la Asamblea Nacional, tras lo cual fue relativamente fácil desmantelar los consejos obreros y ahogar en sangre al movimiento revolucionario. Y cuando en 1923 surgió una situación revolucionaria, el Partido Comunista Alemán descarriló aquella oportunidad histórica, adaptándose a la socialdemocracia y, en octubre, incluso entró a los gobiernos burgueses regionales dirigidos por el SPD en Sajonia y Turingia (ver “Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, Spartacist [edición en español] No. 31, agosto de 2001).

Con su verborrea ambigua de asumir un puesto ejecutivo burgués basándose al mismo tiempo en los órganos del poder obrero, el GI se encuentra muy en la tradición de Kautsky. También está curiosamente callado respecto a una ocasión en la que la Spartacist League sí se postuló para un puesto ejecutivo. En 1985 postulamos a Marjorie Stamberg, ahora una partidaria del GI, para la alcaldía de Nueva York. Dado nuestro entendimiento de entonces, aquél no fue un acto aprincipista, sino una campaña llevada a cabo de acuerdo con lo que considerábamos una práctica comunista correcta. A la luz de nuestro entendimiento actual, postularse para un puesto ejecutivo está fuera de la cuestión; no es una cuestión de táctica, sino de principio.

La rimbombancia vacía del GI respecto a la probabilidad de que un “candidato genuinamente revolucionario para cualquier puesto” (énfasis añadido) terminara en la cárcel plantea la pregunta: ¿dónde trazará la línea el GI? Si es permisible postularse para presidente o para alcalde, ¿entonces por qué no para alguacil? Después de todo, los presidentes son los alguaciles de todos los alguaciles. Si es posible aceptar esos puestos, ¿qué excusa excepcional podría permitir al caudillo del GI, Jan Norden, tomar posesión como Comandante en Jefe? Sin proponérselo, la “polémica” del GI ha dejado más que claro cuán necesario y correcto fue que nos apoyáramos en Lenin, completáramos la tarea inconclusa de la Internacional Comunista y renunciáramos a postularnos para puestos ejecutivos.

 

Espartaco No. 29

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