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Spartacist (edición en español) Número 39

Agosto de 2015

De los archivos del marxismo

La política bolchevique durante la Primera Guerra Mundial

Pacifismo o marxismo (Las vicisitudes de una consigna)

por Grigorii Zinóviev, 23 de agosto de 1915

Hace cien años, Europa se hallaba inmersa en la Primera Guerra Mundial, una sangrienta conflagración interimperialista en la que fueron masacradas más de 16 millones de personas. La traición de los partidos dominantes de la II Internacional, que apoyaron los esfuerzos bélicos de sus “propias” burguesías, terminó produciendo una escisión decisiva entre los oportunistas y los revolucionarios dentro del movimiento obrero internacional, lo cual abrió el camino a la primera toma exitosa del poder por el proletariado, la Revolución Bolchevique de octubre de 1917, así como a la formación de la III Internacional (Comunista) en 1919.

Spartacist tiene el gusto de presentar a sus lectores la primera traducción al español de un importante artículo de Grigorii Zinóviev sobre la oposición revolucionaria e internacionalista de los bolcheviques a la guerra. Escrito en agosto de 1915, “Pacifismo o marxismo (Las vicisitudes de una consigna)” de Zinóviev fue una de varias obras importantes escritas en estrecha colaboración con V.I. Lenin durante los primeros dos años y medio de la guerra, cuando ambos vivían exiliados en Suiza. Lenin tenía con Zinóviev, entonces su colaborador más experimentado, una división del trabajo tanto en la redacción de propaganda como en la organización de las intervenciones bolcheviques en las conferencias socialistas antiguerra de Zimmerwald y Kienthal en 1915 y 1916. Zinóviev escribió este artículo en vísperas de la conferencia de Zimmerwald, y se publicó originalmente en el periódico bolchevique Sotsial-Demokrat del 23 de agosto de 1915. Ese mes, Lenin y Zinóviev también terminaron su célebre obra conjunta, El socialismo y la guerra.

Como explica Zinóviev, el núcleo de la política bolchevique era la necesidad de transformar la guerra imperialista en una guerra civil entre el proletariado y los capitalistas. El 4 de agosto de 1914 los socialdemócratas alemanes (SPD) votaron en el Reichstag (parlamento) a favor de financiar el esfuerzo bélico de su propia clase dominante, y los líderes “socialistas” de casi todos los demás países beligerantes hicieron lo mismo; Serbia y Rusia (y posteriormente Bulgaria) fueron las excepciones más notables. Los bolcheviques lucharon por que los marxistas auténticos rompieran con esos socialchovinistas y por reagruparlos en una nueva Internacional revolucionaria, la III.

Durante el último siglo, los historiadores burgueses han publicado incontables volúmenes pretendiendo explicar que la Primera Guerra Mundial fue un accidente, el resultado de las milenarias intrigas en los Balcanes y de los errores y malentendidos diplomáticos de los políticos imperialistas. Los marxistas rechazamos semejantes disparates filisteos y reconocemos que la guerra mundial fue un resultado inevitable del surgimiento del imperialismo, la última fase del capitalismo en decadencia, lo cual se distinguió por la concentración del capital bancario e industrial —fusionados en el capital financiero— en monopolios. Como resumió Lenin: “El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la Tierra entre los países capitalistas más importantes” (El imperialismo, fase superior del capitalismo [1916]).

La Primera Guerra Mundial mostró de manera concluyente que la tendencia a la guerra le es inherente al imperialismo, que recurre a la fuerza militar para “zanjar” las inevitables rivalidades económicas. Como demostraron Lenin y Zinóviev en sus escritos, las superganancias derivadas de la explotación colonial les permiten a las burguesías imperialistas sobornar a las capas superiores de la clase obrera —la aristocracia obrera y la burocracia sindical—, cuya lealtad a sus amos capitalistas quedó ampliamente demostrada desde el principio de la guerra. Así, la lucha por la revolución socialista —única alternativa a la creciente barbarie capitalista— requería antes que nada una lucha política para desenmascarar y aislar a los lacayos socialchovinistas del imperialismo, así como a sus aliados socialpacifistas.

Los artículos que Zinóviev escribió durante la guerra, algunos de los cuales analizaban a profundidad las causas de la decadencia socialpatriota del SPD, fueron una parte esencial del arsenal propagandístico de los bolcheviques. Si uno lee solamente los escritos de Lenin de ese periodo, aun siendo tan poderosos, se queda con una idea incompleta de la lucha de los bolcheviques. Por ello, los principales artículos sobre la guerra, tanto de Lenin como de Zinóviev, incluyendo el que publicamos aquí, fueron recopilados en un volumen titulado Contra la corriente que el soviet de Petrogrado publicó por primera vez en ruso en 1918 y que luego la Internacional Comunista publicó en alemán en 1921. En 1927, Victor Serge y Maurice Parijanine produjeron una edición francesa. Hasta donde sabemos, los artículos de Zinóviev incluidos en esa importante compilación nunca han aparecido en español.

El presente artículo muestra la manera en que los reformistas socialpacifistas en realidad apuntalaban el orden burgués; tal fue el caso del líder socialista francés Jean Jaurès, conocido como el tribuno de Francia, quien fuera asesinado por un nacionalista proguerra en vísperas de la conflagración. Sin embargo, el artículo es particularmente valioso por sus polémicas contra los elementos centristas que llamaban por “la paz”, y a quienes Lenin consideraba el principal obstáculo a la claridad revolucionaria. Estos centristas iban desde líderes del SPD como Karl Kautsky y Hugo Haase hasta el Independent Labour Party (Partido Laborista Independiente) británico y muchos mencheviques rusos.

Zinóviev le concede una atención particular a Nashe Slovo (Nuestra Palabra), una revista de exiliados basada en París que coeditaban León Trotsky y el líder menchevique Iulii Mártov. Aunque buscaba movilizar la oposición a la guerra, la Nashe Slovo, “no fraccional”, polemizaba regularmente contra la perspectiva revolucionaria de los bolcheviques. Los mencheviques enarbolaban las consignas “ni victoria ni derrota” y “paz sin anexiones”, mientras que Trotsky criticaba a los bolcheviques por negarse a levantar la consigna de la “lucha por la paz”. La disputa sobre las consignas estaba ligada a sus perspectivas organizativas: Lenin y Zinóviev atacaron a Trotsky por darle una cubierta de izquierda a las fuerzas socialpacifistas y por negarse a llamar por la ruptura con los oportunistas.

Como Trotsky admitiría posteriormente, el núcleo de las críticas que le hizo Sotsial-Demokrat estaba “indudablemente en lo cierto, y ayudaron a la izquierda del comité de redacción a echar a Mártov, lo que le dio a la revista, tras la Conferencia de Zimmerwald, un carácter más definido e irreconciliable” (citado en Ian D. Thatcher, Leon Trotsky and World War One [León Trotsky y la Primera Guerra Mundial, Basingstoke, Inglaterra: Palgrave, 2000]). Cuando la revolución estalló en Rusia a principios de 1917, Trotsky rompió decisivamente con el socialpacifismo y el conciliacionismo de los mencheviques, y no tardó en convertirse en uno de los dirigentes principales del Partido Bolchevique.

La presente traducción del artículo de Zinóviev se basa en la versión publicada en Spartacist [Edición en inglés] No. 64 (verano de 2014), y ha sido cotejada con la edición francesa de Contre le Courant de 1927. Para la versión en inglés se cotejaron las publicaciones previas en ruso y alemán, introduciendo pequeños cambios para hacerla corresponder con la versión rusa. Las frases en corchetes son de Spartacist. Los puntos suspensivos son del original de Zinóviev.


Para los marxistas revolucionarios, la “consigna” de la paz tiene una importancia mucho mayor de lo que a veces se piensa. En realidad, el debate se reduce al problema de combatir la influencia burguesa en el movimiento obrero, dentro del marco del socialismo.

En la literatura socialista, se defiende la “consigna” de la paz desde dos puntos de vista distintos. Algunos, sin aceptar el pacifismo como un principio, opinan que esta consigna es la más adecuada en el presente, simplemente como una palabra clave que se supone capaz de despertar inmediatamente a las masas, como un llamado que sólo cumpliría una función en los últimos meses de la guerra. Otros ven algo más en esta consigna: la convierten en todo un sistema de política exterior para el socialismo, que debe seguirse usando después de la guerra; en otras palabras, la política del llamado pacifismo socialista.

En realidad, los partidarios de lo primero apuntalan lo segundo. No podría ser de otro modo.

La segunda tendencia es la más seria de las dos, pues tiene una historia, una teoría y un fundamento intelectual propios. La filosofía de esta segunda tendencia es la siguiente: hasta ahora, el socialismo no ha sido suficientemente pacifista, no ha predicado lo suficiente la idea de la paz, no ha enfocado sus esfuerzos al objetivo de dirigir al proletariado del mundo entero a adoptar el pacifismo como el sistema general de política exterior de la Internacional. De ahí la impotencia del proletariado socialista en la actual guerra, de ahí la debilidad de la Internacional ante el estallido del horror de la guerra.

Este punto de vista se enfatiza fuertemente en el reciente folleto de Max Adler, Prinzip oder Romantik (Principios o romanticismo, Nuremberg, 1915). Max Adler es (en palabras, desde luego) un adversario del pacifismo puramente burgués, al cual rechaza de la manera más enérgica. Ni siquiera es un pacifista como los que encontramos en el Independent Labour Party de Inglaterra. Es un “marxista del centro”, es decir, un kautskiano. He aquí el tipo de plataforma que adopta como la lección que debe obtenerse de la guerra de 1914-1915:

“La política exterior del socialismo no puede ser sino pacifista, no en el sentido de un movimiento burgués por la paz...ni en el sentido que hasta ahora los socialistas le han dado a la idea de la paz...es decir, como una idea que hasta ahora se ha considerado una meta secundaria en la lucha del proletariado por su emancipación... Ahora es el momento de plantear la siguiente advertencia: a menos que la socialdemocracia haga de la idea de la paz el punto central de su programa tanto para la política exterior como para la interior, todo su internacionalismo tendrá que seguir y seguirá siendo utópico... Después de la guerra, el socialismo se convertirá en pacifismo internacional organizado o dejará de existir.

—Folleto citado arriba, pp. 61-62 (énfasis en el original)

Éste es ciertamente un programa cabal, pero no el programa del marxismo; es el programa del oportunismo pequeñoburgués. Este “pacifismo internacional” está a un paso del socialchovinismo internacional. La lógica de su desarrollo es muy sencilla: somos pacifistas, la idea de la paz es el punto central de nuestro programa; pero, hasta que el pacifismo esté más profundamente arraigado entre las masas, mientras la idea de la paz siga siendo débil, ¡¿qué se puede hacer sino defender a la patria propia?! Desde luego, ésta sólo puede ser una decisión temporal, adoptada “con pesar”. Desde luego, después de la guerra, habrá que adoptar la idea de paz como el “punto central” de nuestra propaganda. Por el momento, sin embargo, debemos defender a la patria. No hay otra salida.

Y es que, para los socialistas que no pueden concebir ninguna otra perspectiva —la perspectiva revolucionaria de transformar las guerras imperialistas en una guerra civil— en efecto no hay otra salida. Del pacifismo al socialchovinismo y del socialchovinismo a nuevos sermones pacifistas: ése es el círculo vicioso, ésa es la ratonera en la que en vano se debaten las ideas de los oportunistas y los marxistas del “centro”.

“Die Friedensidee zum Mittelpunkt”: “¡La idea de la paz al centro de nuestras consignas!”. ¡Ahora dicen eso, cuando ha estallado la primera guerra imperialista paneuropea! ¡Eso es lo que han aprendido de los acontecimientos!

Nicht Friedensidee, sondern Bürgerkriegsidee”: no la idea de la paz, sino la idea de la guerra civil, eso es lo que quisiéramos gritarle a estos grandes utopistas que se pavonean con tan pequeñas utopías. ¡No la idea de la paz, sino la idea de la guerra civil, ciudadano Adler! Ése será el punto central de nuestro programa.

El problema no es que no hayamos predicado lo suficiente la idea de la paz antes de la guerra; es que no predicamos lo suficiente, ni con la suficiente seriedad, la idea de la lucha de clases, de la guerra civil. Porque, en tiempos de guerra, reconocer la lucha de clases sin reconocer la guerra civil es palabrería hueca, es hipocresía, es engañar a los obreros.

La socialdemocracia alemana comenzó a buscar modos de luchar contra las guerras imperialistas en la conferencia socialdemócrata de Mainz de 1900, cuando sucedió la ocupación de Kiautschou [la Bahía de Jiaozhou, China, que Alemania tomó en 1897]. Ya en aquel entonces Rosa Luxemburg lo dijo muy bien:

“En tiempos de paz, tronamos todos los días contra la política exterior del gobierno; maldecimos al militarismo en tiempos de paz. Pero tan pronto estalla una verdadera guerra, nos olvidamos de deducir las conclusiones prácticas de ello y de mostrar que nuestra agitación de muchos años ha rendido fruto”.

—Actas, 165

El problema no es que en tiempos de paz no prediquemos mucho la paz. Es que cuando llegó la guerra nos encontramos prisioneros de los oportunistas, de quienes desean la paz con la burguesía en tiempos de paz y especialmente en tiempos de guerra. El problema es que, ante un enemigo tan poderoso como el imperialismo internacional, no hemos podido proteger al proletariado de los tránsfugas burgueses que surgieron de nuestras propias filas; no hemos podido defenderlo del oportunismo que ya está degenerando en socialchovinismo.

¿Así que dice usted que el socialismo se convertirá en pacifismo internacional organizado o dejará de existir por completo? Nosotros respondemos: debe usted entender que al predicar el pacifismo no está avanzando ni un solo paso; que se mueve usted en círculos; que va usted del socialpacifismo al socialchovinismo y de regreso. Nosotros le decimos: o el socialismo se convierte en guerra civil internacional organizada o deja de existir...

Max Adler no está solo. Si lo elegimos es precisamente por tratarse de un representante típico de toda una corriente de pensamiento político. ¿No ha defendido la totalidad del movimiento jaurèsista, incluyendo al propio Jaurès, exactamente el mismo socialpacifismo dentro de la Internacional? ¿Y puede alguien dudar que hoy el tribuno de Francia formaría parte del gabinete ministerial y estaría predicando el socialchovinismo junto con todo el partido francés, de no haberlo enviado a la tumba la bala de un asesino? Y, sin dejar de ser fiel a sí mismo, ¿habría contemplado Jaurès alguna otra perspectiva para el futuro que no fuera la del “pacifismo internacional organizado”?

Ése es el problema de la II Internacional; ahí radica la razón de su impotencia: que en su núcleo siempre ha existido —¡y prevalecido!—, una tendencia que inscribió en su bandera no el socialismo combativo, no la táctica de la guerra civil, sino el pacifismo internacional, que inevitablemente lleva a la táctica de la paz civil.

Hoy todos aplaudimos al Independent Labour Party porque, lejos de postrarse a los pies del gobierno inglés, tuvo la honestidad y la valentía suficientes como para haberse rehusado a enlistarse en el campo imperialista y a venderse al socialchovinismo. Pero no debemos hacernos ilusiones. El Independent Labour Party ha sido, es y será partidario no del marxismo combativo, sino del “pacifismo internacional organizado”. El Independent Labour Party es nuestro compañero de ruta temporal, pero no es un aliado sólido. Aunque es honesto y valeroso, carece de un programa socialista coherente. No olvidemos que se adhirió ya a las tristemente célebres resoluciones de la Conferencia de Londres, en la que los socialchovinistas abiertos hicieron lo que quisieron.

Hay tres tendencias en el movimiento obrero inglés: 1) el socialchovinismo, representado por el Partido Laborista, la mayoría de los sindicatos, la mitad del Partido Socialista Británico (Hyndman), la pequeñoburguesa Liga Fabiana, etc.; 2) la tendencia socialpacifista, representada por el Independent Labour Party; y 3) la tendencia marxista revolucionaria, representada por una muy significativa minoría (casi la mitad) del Partido Socialista Británico.

Mutatis mutandis, después de todo, encontramos la misma división en la socialdemocracia alemana. El infame “centro” kautskiano también se pronuncia hoy resueltamente por la paz. Al predicar el desarme y tribunales de arbitraje, al invitar a los imperialistas a que se abstengan de caer en extremos y practiquen una especie de imperialismo pacífico, Kautsky lleva mucho tiempo acercándose a los socialpacifistas. Y, al igual que ellos, en realidad se muestra, en todas la cuestiones serias, como un aliado de los oportunistas en tiempos de paz y de los socialchovinistas en tiempos de guerra.

En palabras, el socialpacifismo rechaza el pacifismo “humanitario” de la pequeña burguesía, pero en realidad, son hermanos de la misma camada. Y el otro lado lo sabe perfectamente. Como bien afirmó recientemente la revista internacional de los pacifistas, Die Menschheit (La Humanidad):

“Vale la pena destacar las decisiones de la Conferencia de Pascua del Independent Labour Party inglés. Uno podría creer que han sido tomadas palabra por palabra de nuestros escritos (es decir, de la literatura pacifista)... Kautsky publicó un folleto titulado El estado nacional, el estado imperialista y la alianza de estados. El título basta para mostrar hasta qué punto comparte Kautsky el marco de las ideas pacifistas”.

Un representante destacado del pacifismo humanitario pequeñoburgués, el profesor A. Forel, ha afirmado claramente haber sido “socialista” por décadas. Y cuando leemos su propuesta de organizar un “Areópago [tribunal de arbitraje] supranacional” (ver su curioso folleto Los estados unidos [de la Tierra, 1914, pp. 99-100], entre otras) para resolver los conflictos internacionales, cuando lo vemos exhortar a los imperialistas a que practiquen una política colonial “culta”, se nos viene a la mente sin cesar la siguiente reflexión: al fin y al cabo, en todo su modo de pensar, en todo su escepticismo respecto a la lucha revolucionaria de las masas, nuestros socialpacifistas están mucho más cerca del buen pequeñoburgués que de los revolucionarios proletarios.

El señor Struve [un monárquico y eslavófilo ruso] escribió recientemente, reprochando a los marxistas, que “el pacifismo de principios siempre ha sido ajeno a la socialdemocracia, en la medida en que esta última se basa en el marxismo ortodoxo”; Struve felicita a los socialchovinistas franceses (y a Plejánov con ellos) por sostener con su conducta actual la tradición del “gran orador pacifista Jean Jaurès”. Struve tiene razón. , el principio pacifista siempre le ha sido ajeno al marxismo ortodoxo. En 1848-1849, Marx llamó abiertamente a la Alemania revolucionaria, tras su victoria contra el absolutismo en el país, a que se uniera a la Polonia revolucionaria en una guerra ofensiva revolucionaria contra el zarismo, el gendarme de las naciones y bastión de la reacción internacional. Para Marx, obviamente esa postura no tenía nada que ver con el pacifismo de principios. En 1885, a Jules Guesde le alegró la amenaza de guerra entre Rusia e Inglaterra, pues esperaba que de semejante catástrofe emergiera una revolución social. Cuando Guesde actuaba así, llamando al proletariado a aprovechar la guerra entre dos enormes potencias para acelerar el estallido de la revolución proletaria, era mucho más marxista de lo que es hoy, cuando, junto con Sembat, continúa la tradición del “gran orador pacifista Jean Jaurès”. En 1882, Friedrich Engels (ver su carta del 12 de septiembre a Kautsky sobre la lucha contra la política colonial en el folleto de Kautsky El socialismo y la política colonial, p. 79 de la edición alemana) escribió: “el proletariado victorioso no puede imponer la felicidad a ningún pueblo extranjero sin comprometer su propia victoria. Bien entendido, esto no excluye, en absoluto, las guerras defensivas de diverso género” (es decir, guerras de uno u otro proletariado victorioso en su propio país contra países que luchan por mantener el capitalismo). Con esas palabras, Engels se declaró un adversario del principio pacifista y hablaba como un revolucionario marxista.

: de ningún modo somos pacifistas por principio; de ningún modo nos oponemos a todas las guerras. Somos enemigos de las guerras de ellos, de las guerras de los opresores, de las guerras imperialistas, de las guerras que procuran reducir a incontables millones de obreros a la esclavitud. Sin embargo, “los socialdemócratas no pueden negar la significación positiva de las guerras revolucionarias, es decir, las guerras no imperialistas y, por ejemplo, las que se libraron entre 1789 y 1871 para derrocar la opresión extranjera y crear estados nacionales capitalistas a partir de las parcelas feudales, o las guerras que pueda librar el proletariado para defender las conquistas que haya obtenido en su lucha contra la burguesía” (ver nuestra resolución sobre el pacifismo en Sotsial-Demokrat No. 40).

*   *   *

¿Pero tiene esto algo que ver con nuestras disputas rusas y los desacuerdos sobre la cuestión de la consigna de la paz que tenemos, por ejemplo, con el periódico ruso del “centro”, Nashe Slovo?

Definitivamente, tiene que ver. Es cierto: en Nashe Slovo no encontramos una defensa consecuente del principio pacifista al modo de Adler. Pero esta publicación defiende de todo corazón la teoría de la “paz democrática” y rechaza la manera en que nosotros planteamos la cuestión cuando decimos que “cualquiera que crea en la posibilidad de una paz democrática sin una serie de revoluciones está profundamente equivocado” (ver nuestra resolución en Sotsial-Demokrat No. 40). Y esta revista ciertamente no establece una diferencia clara entre las dos concepciones del mundo, entre las tácticas del pacifismo internacional organizado y de la preparación internacional organizada de la guerra civil...

En primer lugar, quisiéramos dejar de lado un supuesto punto en disputa. De creerle a Nashe Slovo, Sotsial-Demokrat comete un “grave error político” al ignorar el movimiento de masas que tiene lugar en torno a la consigna de la paz, por ejemplo la manifestación de mujeres socialistas alemanas frente al Reichstag, etc. (Nashe Slovo No. 100). Esto desde luego es falso. Esa manifestación fue un suceso extremadamente importante, al que saludamos. Se convirtió en un acontecimiento político porque no se restringió a proclamar la consigna de la paz: las manifestantes protestaron claramente contra el socialchovinismo al abuchear a Scheidemann. Y desde el punto de vista del marxismo revolucionario, nos preguntamos por qué las consignas de esa manifestación debían limitarse a la de la “paz”. ¿Por qué no “Pan y trabajo”? ¿Por qué no “Abajo el káiser”? ¿Por qué no “Por una república en Alemania”? ¿Por qué no “Viva la comuna en Berlín, París y Londres”?

Se nos podrá decir: las masas encuentran más fácil de comprender la consigna de la paz. El gigantesco sacrificio de sangre las oprime, las penurias causadas por la guerra son inmensurables, el cáliz de sufrimiento está desbordado: ¡No más sangre! ¡Que nuestros hijos y maridos vuelvan a casa! Es esa simple consigna la que las masas entienden más fácilmente. ¡Es cierto! Pero, ¿desde cuándo la socialdemocracia revolucionaria adopta consignas por el hecho de ser “las más fáciles de entender”?

Ciertamente, la socialdemocracia no debería ignorar el movimiento emergente para acabar con la guerra. Para ilustrar a las masas, debe aprovechar el creciente repudio a la carnicería imperialista de 1914-1915, y ella misma debe alentar ese repudio hasta convertirlo en odio por los responsables de la masacre. Pero, ¿significa eso que su consigna, la conclusión política que debe sacarse de estas grandiosas lecciones de sangre de 1914-1915, el mensaje de su bandera, deba ser pura y simplemente “la paz”?

¡No y mil veces no! Los socialdemócratas también participarán en las manifestaciones por la paz. Pero, cuando lo hagan, levantaran su consigna y, partiendo del simple deseo de paz, llamarán a la lucha revolucionaria. Denunciarán el pacifismo de los pequeños burgueses —los del campo burgués tanto como los del campo de los falsos socialistas—, que adormecen a las masas con promesas de una paz “democrática” sin acción revolucionaria.

La “consigna” de la paz, por sí misma, carece absolutamente de contenido revolucionario. Sólo adquiere un carácter revolucionario cuando se combina con nuestra argumentación por una táctica de lucha revolucionaria, cuando la acompaña un llamado a la revolución y protestas revolucionarias contra el gobierno del propio país, contra los imperialistas de la patria “propia”. Trotsky nos critica por dejar la “consigna” de la paz “al uso exclusivo de los pacifistas sentimentales y los popes” (Nashe Slovo No. 100). ¿Qué quiere decir eso? Nos hemos limitado a afirmar el hecho más obvio, el más indiscutible: quienes están simplemente por la paz sin darle a esta “consigna” ningún otro significado son los curas (ver, por ejemplo, las muchas encíclicas del papa) y los pacifistas sentimentales. Esto de ninguna manera quiere decir que estemos hablando “contra la paz”. La masacre debe terminar cuanto antes; esta meta debe cumplir una función en nuestra agitación, y la cumple. Pero eso significa que nuestra consigna propia es la lucha revolucionaria, que la agitación por la paz se vuelve socialdemócrata sólo cuando la acompañan protestas revolucionarias.

Hágase esta simple pregunta factual: ¿Quién exactamente plantea, ahora mismo, la noción de que la “consigna” de la paz es suficiente en sí misma? Intentemos enumerar imparcialmente los grupos sociales y políticos que desean la paz. Éstos son: los socialpacifistas burgueses ingleses; Kautsky, Haase y Bernstein; la Parteivorstand (dirección partidista) alemana (ver su reciente manifiesto); diversas Ligas por la Paz burguesas, incluyendo en Holanda; el jefe de la Iglesia Católica; un sector de la burguesía inglesa (ver las revelaciones que se hicieron hace tiempo sobre iniciativas de paz inglesas); y, de nuevo, en Rusia, un sector “avanzado” de la clase mercantil, todo un partido de cortesanos, etc. Naturalmente, a cada uno de estos grupos, a cada uno de estos partidos lo impulsan motivos distintos a los de los demás, y cada uno plantea la cuestión a su manera. Y eso es precisamente lo que demuestra que en este momento la “consigna” de la paz no puede ser, por sí misma, la consigna de la socialdemocracia revolucionaria.

Otra cosa indudable: la “consigna” de la paz sirve al juego de los diferentes estados mayores y gobiernos, según sus consideraciones estratégicas y políticas. Esto ha sido así no sólo durante la guerra, sino también en tiempos de paz. En su biblia del socialchovinismo, el líder de los oportunistas alemanes, el señor Eduard David, hace poco presentó la siguiente e importante revelación: resulta que la conferencia de paz de Berna de 1913 [probablemente una referencia a la conferencia de Basilea de 1914] incluía la participación de...el gobierno alemán.

“Luego supimos —escribió David— que los intentos interparlamentarios de llegar a un acuerdo entre Francia y Alemania habían contado con el apoyo de [el canciller alemán] Bethmann-Hollweg. Como afirmó el diputado [del Reichstag] Gothein, la participación de los delegados de los partidos burgueses en la conferencia de Basilea de 1914 había sido expresamente recomendada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Berlín”.

—Die Sozialdemokratie im Weltkrieg (La socialdemocracia en la guerra mundial), p. 81

Es así como los gobiernos burgueses actúan persiguiendo sus propios juegos diplomáticos. Explotan cínicamente los esfuerzos de paz de los socialistas, a los que manipulan como títeres. ¿Quién podría decir, por ejemplo, quién tuvo un papel mayor en la aparición en esta Tierra de dios del reciente manifiesto por la paz de la Parteivorstand alemana? ¿Hubo presión de los obreros y de la oposición socialdemócrata? ¿O hubo acaso cierta “inspiración” de parte de los “círculos” cercanos a Bethmann-Hollweg? Esto de ningún modo contradice la represión que han sufrido los periódicos socialdemócratas que publicaron el manifiesto. A fin de cuentas, todo el “juego” de los Bethmann-Hollweg consiste en decir: estamos comprometidos, tanto como siempre, con llevar la guerra hasta su amargo final, incluso después del asunto Lemberg [cuando el ejército alemán reconquistó Lemberg (Lvov en ruso, Lviv en ucraniano) de manos de Rusia en 1915]; contamos con abundantes reservas, pero “el pueblo” ya ha tenido suficientes victorias y ahora exige “una paz honorable”.

Cabe señalar que los defensores oficiales de la “consigna” de la paz con frecuencia ni siquiera ocultan que han tomado en cuenta la situación estratégica de su “patria”. Al publicar el manifiesto por la paz de la Parteivorstand, los órganos oficiales del partido alemán nos dicen: “Estamos autorizados a declarar que, desde el 7 de mayo, la dirección había adoptado por unanimidad este manifiesto... Pero su publicación se retrasó debido a la entrada de Italia en la guerra. Tras los grandes éxitos militares (de Alemania) en Galitzia, la dirección decidió proceder con la publicación” (Hamburger Echo No. 147). Esos mismos órganos oficiales de la socialdemocracia alemana reprodujeron, sin una sola palabra de crítica, los comentarios del periódico semioficial del gobierno (Norddeutsche Allgemeine Zeitung) sobre el manifiesto de la Parteivorstand. “La dirección del partido socialdemócrata —escribió ese periódico del gobierno— publicó su manifiesto, al igual que otras organizaciones, basándose en nuestra completa certeza de victoria...”.

Tal es la simple lógica del socialchovinismo. Nuestros [comandantes alemanes] Hindenburg o Mackensen han obtenido una victoria en el campo de batalla; por eso planteamos la “consigna” de la paz. Pero como nuestro [comandante francés] Joffre o nuestro [ministro de guerra británico] Kitchener no han obtenido victorias, estamos por tanto a favor de continuar la guerra hasta su amargo final...

Por otro lado, una derrota grave también podría conducir a los encargados de tales asuntos a hacerle un guiño a los “socialistas”: ahora sí chicos, enarbolen la “consigna” de la paz. Así ocurrió durante la conferencia de Viena, cuando las tropas del zar cruzaron los Cárpatos y Cracovia estaba amenazada.

Eso debería bastar para impedir que los internacionalistas revolucionarios adoptaran la “consigna” de la paz sin suplementarla...

Esta “consigna” ha sufrido muchas y trágicas vicisitudes. Baste recordar, por ejemplo, lo que le ocurrió en Nashe Slovo. Al principio, esta revista la defendía desde un punto de vista puramente pacifista: argumentaba por la paz con ciertas “condiciones”, es decir, por una paz democrática. Ahora ya sólo llama por la paz, sin condición alguna, pues ya ha quedado perfectamente claro que el “desarme”, los “tribunales de arbitraje” y otras pretensiones no vienen bien a quienes quieren plantear la cuestión dentro de un marco revolucionario. Pero esa simple “consigna” de la paz carece de todo sentido desde el punto de vista de la socialdemocracia. [El zar de Rusia] Nicolás II y [el káiser de Alemania] Guillermo II también proponen la paz “en general”, ciertamente no necesitan la guerra por la guerra misma...

Kautsky ha defendido la “consigna” de la paz desde que comenzó la guerra (Kampf für den Frieden, Klassenkampf im Frieden: la lucha por la paz, lucha de clases en tiempos de paz). Tanto Vandervelde como Victor Adler y tanto Sembat como Scheidemann dicen ser internacionalistas y pacifistas, y lo mismo aplica a todos los socialchovinistas. Conforme se acerque el final de la guerra, las maniobras diplomáticas de las camarillas burguesas cobrarán preponderancia tras bambalinas y la mera “consigna” de la paz se irá volviendo cada vez menos aceptable para los socialistas internacionalistas.

Sería equivocado y particularmente peligroso creer que los internacionalistas deberían orientarse por la consideración de quién está a favor de la “consigna” de la paz y quién está en contra. Si lo que se quiere es hacer imposible que los internacionalistas de los diferentes países se pongan de acuerdo, que cierren filas bajo una bandera programática definida; si se quiere borrar toda línea de demarcación entre nosotros y el “centro”, entonces debe aceptarse la “consigna” de la paz.

Los socialdemócratas italianos han expresado en su prensa la intención de convocar una conferencia o congreso de internacionalistas. Semejante empresa merece ser apoyada con entusiasmo. Pero perdería nueve décimas partes de su significación si sus esfuerzos no fueran más allá de lo que ya hicieron la Conferencia Internacional de Mujeres [Berna, marzo de 1915] y la Conferencia Internacional de la Juventud [Berna, abril de 1915]. En efecto, el punto no es redactar una resolución “unánime”, junto con los socialpacifistas, que incluya la “consigna” de la paz, y felicitarnos mutuamente por haber adoptado un supuesto “programa de acción” unánime. De hecho, ése sería un programa de inacción. Por el contrario, ante la gravedad de la crisis actual del socialismo, lo que hace falta es orientarnos; reagrupar lo que queda del ejército del marxismo: romper con los traidores abiertos y con los elementos vacilantes que, en la práctica, los ayudan; trazar un curso de lucha para nuestra generación socialista en la época imperialista; y crear un núcleo marxista internacional.

Hoy la “consigna” de la paz tiene innumerables entusiastas; su número seguirá aumentando. La tarea de los revolucionarios internacionalistas es totalmente distinta. No podremos salvar la bandera del socialismo, no podremos reagrupar a las amplias masas de obreros bajo esa bandera, no podremos sentar los cimientos de una futura Internacional, verdaderamente socialista, si no proclamamos de ahora en adelante la totalidad del programa marxista, dando con claridad y precisión nuestra propia respuesta al cómo debe luchar el proletariado socialista en la época del imperialismo. La cuestión para nosotros va mucho más allá de los meses que quedan antes del fin de la primera guerra mundial imperialista. La cuestión para nosotros afecta a toda una época de guerras imperialistas.

No será con la idea del pacifismo internacional, sino con la idea de la guerra civil internacional: ¡Con este signo vencerás!

 

Spartacist (edición en español) No. 39

SpE No. 39

Agosto de 2015

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Los frutos de la colaboración de clases estalinista

Grecia en la década de 1940: Una revolución traicionada

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Clara Zetkin y la lucha por la III Internacional

(Mujer y Revolución)

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Carta de la LCI a Revolutionary History en 1991

Contra los apologistas reformistas del fascismo ucraniano

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Una corrección a nuestro folleto de 1994 sobre Militant Labour

La policía y la Revolución Alemana de 1918-1919

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De los archivos del marxismo

La política bolchevique durante la Primera Guerra Mundial

“Pacifismo o marxismo” por Grigorii Zinóviev