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Spartacist (edición en español) Número 39

Agosto de 2015

Clara Zetkin y la lucha por la III Internacional

(Mujer y Revolución)

El estallido de la primera guerra interimperialista en agosto de 1914 marcó un parteaguas en el movimiento obrero socialista internacional, cuando la II Internacional socialdemócrata colapsó en el socialchovinismo. Al asumir la “defensa de la patria”, los dirigentes socialchovinistas se alinearon tras sus propias clases dominantes, ayudando a conducir al proletariado a la carnicería de la guerra y a suprimir la lucha de clases en nombre de la “paz civil”. El ejemplo más espectacular fue el del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), el cual era considerado, en general, como el partido dirigente de la Internacional. El 4 de agosto de 1914, la fracción del SPD en el Reichstag (parlamento) alemán votó a favor de concederle créditos de guerra al gobierno imperial, aprobando así los fines bélicos imperialistas del káiser Guillermo II.

Preparados por su lucha de años contra los oportunistas rusos —los mencheviques— y por su escisión decisiva con ellos, V.I. Lenin y el Partido Bolchevique emergieron como la dirección de un movimiento internacional para recuperar la bandera del marxismo revolucionario. Ya desde el Congreso Socialista Internacional de Stuttgart en 1907, Lenin había intentado conformar un núcleo de izquierda contra los oportunistas de la Internacional. Dirigida por Lenin y Rosa Luxemburg, la izquierda logró que se aprobara unánimemente una resolución que encarnaba el punto clave de Lenin: “No se trata de impedir únicamente el desencadenamiento de la guerra, sino de aprovechar la crisis por ella provocada para acelerar el derrocamiento de la burguesía” (Lenin, “El Congreso Socialista Internacional de Stuttgart”, agosto-septiembre de 1907). Sin embargo, cuando la guerra estalló, de todos los partidos socialdemócratas en los países combatientes, sólo los bolcheviques, algunos mencheviques y los partidos búlgaro y serbio se opusieron al financiamiento de la guerra para sus gobiernos.

Para Lenin, el ignominioso colapso de la II Internacional significó la necesidad irrevocable de romper definitivamente con los oportunistas y con sus apologistas centristas y de luchar por una nueva III Internacional. En 1919, después de años de lucha y de la triunfante conquista del poder por el proletariado en la Revolución Rusa de octubre de 1917, la III Internacional (Internacional Comunista, Comintern o IC) se fundó en Moscú. Sus primeros cuatro congresos (1919-1922) proclamaron un programa de acción revolucionario, buscando ganar a los mejores socialistas de izquierda en todo el mundo e iniciar el proceso de construcción de partidos comunistas de masas.

Forjar partidos nuevos, leninistas de vanguardia, requirió una serie de luchas políticas para hacer que los elementos revolucionarios rompieran con la práctica y el programa socialdemócratas y purgar a los centristas vacilantes. Como escribió Lenin: “La III Internacional ha recogido los frutos de la labor de la II Internacional, ha eliminado de ella toda la basura oportunista, socialchovinista, burguesa y pequeñoburguesa, y ha comenzado a llevar a la práctica la dictadura del proletariado” (“La Tercera Internacional y su lugar en la historia”, abril de 1919).

Entre esos frutos de la II Internacional se contaba el trabajo pionero entre las mujeres antes de 1914, iniciado y llevado a cabo sobre todo por cuadros femeninos del SPD, dirigidos por Clara Zetkin. Miembro prominente del ala izquierda asociada con Rosa Luxemburg, Zetkin luchó y organizó esfuerzos especiales para atraer a las mujeres a la bandera del partido, y alentó la extensión internacional de estos esfuerzos. Durante 25 años fungió como directora de Die Gleichheit (Igualdad), una revista polémica de alto nivel dedicada a organizar y educar a los cuadros mujeres del SPD. El trabajo precursor de Zetkin entre las mujeres serviría posteriormente de base para que los bolcheviques llevaran a cabo su programa revolucionario de emancipación de la mujer. Escritora, oradora, organizadora y traductora, Zetkin era una de los mejores y, ciertamente, más conocidos líderes de la II Internacional. Con más de 60 años en el momento de la Revolución Rusa, fue uno de los escasos veteranos de la fundación de la II Internacional en 1889 que pasaron a la Internacional Comunista. Las duras luchas políticas que Lenin libró con ella cumplieron un importante papel en ese resultado positivo.

En su camino de socialdemócrata de izquierda a comunista, Zetkin cargó consigo un pesado bagaje político de la II Internacional. Lo doloroso que resultó el proceso de este viaje habla de lo profundo que era el golfo que separaba a la socialdemocracia del comunismo, incluso para los socialdemócratas de izquierda que abrazaron la Revolución Bolchevique. Su entendimiento de la necesidad de una dura lucha programática por forjar un partido leninista de vanguardia era parcial; le costó romper con la concepción socialdemócrata del “partido de toda la clase” (una clase, un partido), que significaba la conciliación con el oportunismo. Durante años, vaciló entre la socialdemocracia y el leninismo, antes de pasarse definitivamente al comunismo.

Hoy, un amplio sector de la izquierda promueve con avidez ilusiones socialdemócratas en la reforma gradual y las tácticas parlamentarias que dominaban la II Internacional. En “Los neokautskianos: Reciclando la II Internacional” (Spartacist No. 38, diciembre de 2013), respondimos al resurgimiento de la popularidad del principal teórico de la socialdemocracia, Karl Kautsky, entre un conjunto de grupos de izquierda reformistas, especialmente los que están asociados a la revista Historical Materialism y a sus diversas conferencias y proyectos de libros.

En este medio hay partidarios de la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional), que tiene su base en EE.UU., así como del Secretariado Unificado y del Socialist Workers Party (Partido Obrero Socialista) británico, que distorsionan las lecciones de la historia revolucionaria para camuflar su propio rechazo explícito a la perspectiva de la revolución proletaria internacional. Al aceptar la mentira burguesa de la “muerte del comunismo”, los reformistas han repudiado y denunciado aún más abiertamente incluso sus antiguas pretensiones formales de leninismo. Kautsky y los de su calaña buscaban subordinar a los obreros a su enemigo de clase mediante una confusa “unidad” política dentro de un “partido de toda la clase”. Los reformistas de hoy le siguen los pasos.

Paralelamente, entre los mismos reformistas y académicos de izquierda ha revivido un interés por Clara Zetkin. Un ejemplo de primer orden es John Riddell, historiador izquierdista y editor de una valiosa serie de libros que reúne los documentos de los primeros años de la IC bajo el título The Communist International in Lenin’s Time (La Internacional Comunista en tiempos de Lenin). Los escritos de Riddell, que con frecuencia aparecen en la International Socialist Review de la ISO y en otras revistas reformistas, elogian a Zetkin precisamente por sus diferencias con los bolcheviques respecto a la guerra y la organización partidista. Al mismo tiempo, Riddell difiere con los pasos que dio Zetkin hacia la perspectiva bolchevique y por lo tanto busca ocultarlos. Los reformistas no pueden tolerar que la veterana socialista Zetkin defendiera la Revolución Bolchevique y, con grandes dificultades, llegara a reconocer la necesidad de la ruptura cualitativa con la socialdemocracia que el partido de Lenin representaba.

La cuestión del partido, de la II Internacional a la III

La doctrina oficial de la socialdemocracia internacional planteaba una división tajante entre el programa máximo (el socialismo, en algún momento del futuro) y el programa mínimo de reformas políticas y socioeconómicas que se consideraban asequibles bajo el sistema capitalista. De manera crucial, el entendimiento por parte del SPD del estado —como algo que puede ser transformado por medios parlamentarios en interés de la clase obrera— reflejaba un creciente revisionismo gradualista que llegó a suplantar la perspectiva socialista y revolucionaria que el partido decía tener. Los principales líderes del SPD creían que el socialismo llegaría mediante el aumento de su propia representación en el Reichstag y la lenta acreción de fuerzas del partido dentro de la clase obrera. Esta peligrosa ilusión estaba profundamente arraigada en la política de Zetkin.

El “partido de toda la clase”, tal como Kautsky lo popularizó, representaba a todas las tendencias que se reivindicaban como portavoces de los intereses obreros: desde las más oportunistas y procapitalistas hasta las más revolucionarias y con conciencia de clase. El ala revisionista dirigida por Eduard Bernstein rechazaba los principios centrales del marxismo y argumentaba explícitamente que el capitalismo podría reformarse gradualmente en dirección del socialismo. Aunque el SPD rechazó formalmente su revisionismo en 1903, en los años anteriores al estallido de la guerra el programa de Bernstein se convirtió de facto en la práctica de un comité ejecutivo partidista cada vez más conservador y de los dirigentes sindicales miembros del SPD. La “democracia” partidista de la socialdemocracia significaba que los parlamentarios y los funcionarios sindicales reformistas hablaban en nombre del partido y que la base obrera, en los hechos, no tenía voz.

En fuerte contraste con esto, la noción que tenía Lenin de un partido de vanguardia significaba una organización de cuadros, de revolucionarios profesionales, cohesionada en torno a un programa revolucionario y compuesta tanto de la capa más avanzada del proletariado con conciencia de clase como de intelectuales prosocialistas. La tarea del partido era llevar la conciencia revolucionaria y el programa del socialismo a la clase obrera. El partido centralista-democrático hablaba y actuaba con una sola voz, permitiendo al mismo tiempo la más amplia democracia interna para discutir el programa y las prioridades del partido.

Hasta 1914, Lenin creía que estos métodos organizativos eran aplicables sólo a las condiciones particulares de la Rusia zarista. Con el comienzo de la guerra interimperialista a gran escala y el colapso de la II Internacional, Lenin trascendió los fundamentos teóricos y doctrinales de la socialdemocracia y generalizó su entendimiento de la cuestión del partido a todos los países. Si en su lucha contra los mencheviques Lenin había considerado al oportunismo como una tendencia pequeñoburguesa ajena al movimiento obrero, ahora llegó al entendimiento de que dentro del propio movimiento obrero existía una base material para que los elementos de su capa superior funcionaran como agentes políticos del orden capitalista. Analizando la base material del oportunismo y el socialchovinismo en los países imperialistas, Lenin escribió:

“Ciertas capas de la clase obrera (la burocracia del movimiento obrero y la aristocracia obrera, a cuyas manos iba a dar una reducida parte de los beneficios procedentes de la explotación de las colonias y de la situación privilegiada de sus ‘patrias’ en el mercado mundial), así como los compañeros de ruta pequeñoburgueses de los partidos socialistas, representaron el principal apoyo social a esas tendencias y fueron vehículo de la influencia burguesa sobre el proletariado”.

—“La Conferencia de las secciones del POSDR en el extranjero” (marzo de 1915)

Entre 1914 y 1917, Lenin desarrolló y luchó alrededor de tres consignas principales. Primera, los socialistas de los países beligerantes debían estar por la derrota, ante todo, de su “propio” estado burgués. Segunda, la guerra había demostrado que el capitalismo había entrado definitivamente a la época imperialista, su fase superior, y que el momento había madurado para la revolución socialista. Los socialistas debían trabajar por transformar la guerra imperialista en guerra civil, oponiéndose a la colaboración de clases y la “paz civil” en lucha por la revolución proletaria. Y, tercera, la II Internacional había sido destruida por el socialchovinismo. Era necesario construir una nueva Internacional revolucionaria mediante la escisión tajante con los oportunistas del movimiento socialdemócrata. Lenin escribió: “¡Ante la III Internacional está la tarea de organizar las fuerzas del proletariado para la ofensiva revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía de todos los países por la conquista del poder político y por la victoria del socialismo!” (“La situación y las tareas de la Internacional Socialista”, noviembre de 1914).

El clásico de Lenin de 1915, El socialismo y la guerra, que escribió conjuntamente con su colaborador más cercano de entonces, Grigorii Zinóviev, denunciaba el socialchovinismo de la mayoría del SPD (dirigida por Philipp Scheidemann, Friedrich Ebert y Gustav Noske): “El oportunismo ha ‘madurado’ y ha llevado hasta las últimas consecuencias su papel de emisario de la burguesía en el movimiento obrero”. Lenin llamaba por un rompimiento organizativo y político total con la mayoría:

“La unidad con los oportunistas significa hoy, en los hechos, la subordinación de la clase obrera a ‘su’ burguesía nacional, la alianza con ella para oprimir a naciones ajenas y para luchar por los privilegios de gran potencia, lo que representa la división del proletariado revolucionario de todos los países”.

Lenin señaló en particular el papel centrista de Karl Kautsky, quien encubría a los reformistas abiertos del SPD al argumentar que el partido era “un instrumento de tiempos de paz” y que la Internacional unificada podría restablecerse cuando terminara la guerra. (Ver “La política bolchevique en la Primera Guerra Mundial”, p. 6.) A diferencia de los dirigentes de la mayoría del SPD, Kautsky no era un abierto oficial de reclutamiento para el ejército imperialista, pero su llamado por la “paz” oscurecía la inevitabilidad de la guerra en la época imperialista y dejaba abierto un camino de regreso a los socialchovinistas francos. Su teoría del “ultraimperialismo” afirmaba que la rivalidad y la guerra entre las potencias imperialistas podría eliminarse mediante algún tipo de alianza pacífica entre ellas. Lenin llamó a esto “el consuelo archirreaccionario de las masas con la esperanza en la posibilidad de una paz permanente bajo el capitalismo” (El imperialismo, fase superior del capitalismo [1916]). Semejante socialpacifismo, argumentaba Lenin, “ocasiona más daño a la causa del marxismo que el socialchovinismo declarado”, que por lo menos presentaba su trayectoria traicionera abiertamente (El socialismo y la guerra).

La gran fortaleza del Partido Bolchevique radicaba en que, gracias a su temprana escisión con los oportunistas mencheviques, se había desarrollado como una organización políticamente homogénea a través de una serie de luchas, como la Revolución de 1905, el trabajo en la Duma (el parlamento ruso) y varias luchas políticas internas. El entrenamiento y la selección de cuadros experimentados tomaron tiempo, y el partido como instrumento revolucionario tuvo que construirse conscientemente para intervenir en las luchas del proletariado y guiarlas. Así, para la III Internacional, la primera tarea de los revolucionarios socialistas era derrotar y remplazar a los reformistas como dirigentes del movimiento obrero de masas, condición previa para conducir a ese movimiento a la victoria contra el capitalismo y sentar las bases para una sociedad socialista.

Oportunismo vs. bolchevismo en Berna

La lucha de Lenin por darle a la guerra una respuesta revolucionaria topó con la resistencia de veteranos socialdemócratas de izquierda —especialmente en las conferencias de socialistas antiguerra de Zimmerwald en septiembre de 1915 y Kienthal en 1916— que, de diversos modos, buscaban mantener la “unidad” de la vieja Internacional que estaba en bancarrota política. Zetkin no estuvo presente en ninguna de esas conferencias históricas (al tiempo de Zimmerwald se encontraba presa por sus actividades contra la guerra), pero fue ella quien en marzo de 1915 convocó en Berna a la Conferencia Socialista Internacional de Mujeres, en la que desempeñó un papel conciliador, buscando la unidad entre fuerzas políticas opuestas.

En noviembre de 1914, la dirigente bolchevique Inessa Armand le escribió a Zetkin en nombre del comité editorial de Rabotnitsa (Obrera), periódico partidista dirigido a las mujeres, instándola a que convocara a una conferencia de mujeres socialistas de izquierda contra la guerra. La reunión tenía por objeto “atraer a la mujer obrera a la lucha contra cualquier clase de paz civil y a favor de una guerra contra la guerra, una guerra íntimamente conectada con la guerra civil y la revolución social” (citado en Olga H. Gankin y H.H. Fisher, eds., The Bolsheviks and the World War: The Origin of the Third International [Los bolcheviques y la guerra mundial: El origen de la III Internacional, Stanford University Press, 1940]). Lenin, que esperaba que la conferencia fuera un primer paso hacia la fundación de la III Internacional, comentó antes de que el evento comenzara en una carta a Alexandra Kollontai, quien pronto se uniría a los bolcheviques y sería una de las dirigentes del trabajo de la IC entre las mujeres:

“En apariencia usted no está del todo de acuerdo con la consigna de guerra civil, a la cual atribuye, por así decirlo, un papel subordinado (y quizás incluso condicional), después de la consigna de la paz. Y subraya que ‘tenemos que poner en primer plano una consigna que una a todos’.

“Diré con franqueza que lo que más temo en este momento es esa tendencia a la unificación en bloque, porque tengo la convicción de que es la más peligrosa y nociva para el proletariado”.

—citado en N.K. Krúpskaya, Lenin (México: Fondo de Cultura Popular, 1970)

Zetkin accedió a organizar la conferencia, pero buscó atraer mujeres de todas las alas del espectro “antiguerra”, incluyendo activistas socialpacifistas que públicamente se negaban a criticar la política traidora de las dirigencias partidistas oficiales. Esto favoreció precisamente esa “unificación en bloque” que Lenin temía. La reunión estuvo marcada por la confrontación de dos resoluciones contrapuestas: una tenía el apoyo de Zetkin y la mayoría de las delegadas, la otra era la que había planteado la delegación bolchevique. Argumentando a favor de la resolución bolchevique, Armand dijo:

“Los socialdemócratas que nos adherimos al Comité Central [ruso] consideramos que la consigna de la guerra civil debe plantearse ahora y que el movimiento obrero está entrando en una nueva fase en la que el socialismo se conquistará en los países más avanzados... Debe decírsele directamente a la mujer obrera que la paz puede lograrse mediante la revolución y que la verdadera salvación de la guerra está en el socialismo”.

—citado en Olga Ravich, “Unofficial Account of the International Conference of Socialist Women at Berne, 26-28 March 1915” (Recuento no oficial de la Conferencia Socialista Internacional de Mujeres en Berna, 26-28 de marzo de 1915) en The Bolsheviks and the World War

Zetkin apoyó el argumento de que, antes de criticar a los socialchovinistas, había que esperar a que se celebraran conferencias socialdemócratas nacionales e internacionales, y que el llamado a la revolución debía postergarse hasta después de la guerra. Contra el llamado por la guerra civil, Zetkin y otros oponentes de los bolcheviques insistían en la consigna de la paz para movilizar a los socialistas opuestos a la guerra. Algunos alimentaban la ilusión de que los imperialistas podrían adoptar el pacifismo, mientras otros decían que esta consigna podría unir a sectores más amplios de la clase obrera contra la guerra.

El manifiesto emitido por la conferencia de Berna no contenía crítica alguna a la traición de los dirigentes de los partidos socialdemócratas, a los que pertenecían la mayoría de las delegadas. En cambio, el manifiesto declamaba: “Así como la voluntad de las mujeres socialistas es una sola a través de los campos de batalla, así deben ustedes en todos sus países cerrar filas para hacer sonar el llamado: ¡paz, paz!”. Nadezhda Krúpskaya, quien, junto con Armand encabezaba la delegación bolchevique, comentó con irrisión que las resoluciones de la mayoría reflejaban el “pacifismo bonachón de las inglesas y las holandesas” a las que Zetkin se acomodaba.

Zetkin siguió alentando campañas por la paz, reflejando su incapacidad de entender que era necesario escindirse de los socialtraidores del SPD. Argumentaba:

“Muchas de las resoluciones de camaradas hombres que llaman a que el Ejecutivo del partido adopte finalmente una campaña enérgica por la paz han surgido a iniciativa de camaradas mujeres. Sin duda este movimiento, así como en general el de la oposición, ha ayudado a impulsar un poco al Ejecutivo del partido”.

—citado en Richard J. Evans, Sozialdemokratie und Frauenemanzipation im deutschen Kaiserreich (Socialdemocracia y emancipación de la mujer en la Alemania imperial, Bonn: Verlag J.H.W. Dietz, 1979)

En su crítica a la resolución de la conferencia, Lenin demolió esta ilusión:

“A las masas obreras se les inculca la idea errónea a todas luces y perjudicial de que los partidos socialdemócratas actuales, con sus direcciones actuales, serían capaces de cambiar de orientación, para tomar, en lugar de la incorrecta, la correcta...

“La Conferencia de mujeres no debió ayudar a Scheidemann, Haase, Kautsky, Vandervelde, Hyndman, Guesde y Sembat, Plejánov, etc., a adormecer la vigilancia de las masas obreras. Por el contrario, debió despertarlas y declarar una guerra resuelta al oportunismo”.

—“La lucha contra el socialchovinismo” (junio de 1915)

En Zimmerwald, en septiembre de 1915, Lenin ganó a su punto de vista a un pequeño núcleo de socialistas de izquierda. Cuando el manifiesto bolchevique fue derrotado, esta Izquierda de Zimmerwald, como llegó a ser conocida, suscribió críticamente la declaración de la mayoría porque, en palabras de Lenin, “constituye un paso adelante hacia la ruptura ideológica y práctica con el oportunismo y el socialchovinismo” (“Un primer paso”, octubre de 1915). Lenin continuó: “Pero al mismo tiempo, como puede demostrarlo su análisis, el manifiesto contiene inconsecuencias y no dice todo como debe decirse”. La Izquierda de Zimmerwald organizada luchó como embrión de la III Internacional; así, en su congreso de fundación, la IC declaró disuelto el movimiento de Zimmerwald.

La Revolución Rusa y la emancipación de la mujer

La Revolución de Octubre sacó el marxismo del mundo de la teoría y lo convirtió en carne y hueso. Desde el día en que Lenin proclamó en el Congreso de los Soviets de Toda Rusia, “ahora, pasamos a la edificación del orden socialista”, las esperanzas de las masas oprimidas y explotadas del mundo se dirigieron a la primera república obrera. Zetkin saludó la revolución y siguió y difundió los eventos tan de cerca como le fue posible. En el Leipziger Volkszeitung, periódico bajo control del ala izquierda de los socialdemócratas independientes, expresó lo que opinaba de la revolución:

“Los bolcheviques consiguieron su meta en un audaz asalto que no tiene paralelo en la historia. El poder gubernamental está en manos de los soviets. Lo que ha surgido es la dictadura revolucionaria del proletariado o, más precisamente, la dictadura de la población trabajadora, pues, en torno al proletariado industrial de los grandes centros económicos modernos de Rusia (ejes de cristalización de las fuerzas revolucionarias) se agrupan los campesinos y los ciudadanos pequeñoburgueses en sus ropas de trabajo y sus uniformes militares”.

—“The Battle for Power and Peace in Russia” (La batalla por el poder y la paz en Rusia), 30 de noviembre de 1917, traducido al inglés en Philip S. Foner, ed., Clara Zetkin: Selected Writings (Clara Zetkin: Escritos escogidos, Nueva York: International Publishers, 1984)

La Revolución Rusa mostró de una vez y para siempre la interrelación vital entre la emancipación de la mujer y la revolución obrera. La cuestión fundamental —reforma o revolución— es decisiva para la liberación de la mujer como lo es para todos los explotados y oprimidos en la sociedad de clases. Bajo la dictadura del proletariado en la Rusia soviética, los trabajadores comenzaron a construir la infraestructura de instituciones colectivizadas para remplazar el trabajo doméstico y la crianza de niños, que las mujeres llevan a cuestas en la familia, con el fin de liberar a las mujeres de la labor monótona y el aislamiento que por siglos les han impedido una participación plena en la economía y la vida pública. En ese entonces la legislación soviética concedía a la mujer de Rusia un nivel de igualdad y libertad que no se había conseguido ni en los países capitalistas “democráticos” más avanzados económicamente. (Para un recuento exhaustivo del trabajo bolchevique y del efecto que tuvo en la mujer la degeneración estalinista de la revolución, ver: “La Revolución Rusa y la emancipación de la mujer”, Spartacist No. 34, noviembre de 2006.)

Sin embargo, los bolcheviques reconocían que sin un desarrollo económico cualitativo la supervivencia misma de la revolución estaba en juego. La Rusia soviética había heredado el atraso social y económico de la Rusia zarista, exacerbado aún más por la devastación de la Primera Guerra Mundial. En la sangrienta Guerra Civil (1918-1920), el joven estado obrero tuvo que combatir contra los ejércitos de la contrarrevolución interna y los imperialistas que los apoyaban. Los imperialistas también impusieron un bloqueo económico, aislando al estado obrero soviético de la economía y la división del trabajo mundiales. La economía del país fue arrojada décadas hacia atrás. León Trotsky, quien junto con Lenin fue uno de los dirigentes de la Revolución de 1917, explicó que desde el principio los bolcheviques reconocían que:

“Los recursos reales del estado no correspondían a los planes y a las intenciones del partido comunista. La familia no puede ser abolida: hay que remplazarla. La emancipación verdadera de la mujer es imposible en el terreno de la ‘miseria socializada’. La experiencia reveló bien pronto esta dura verdad, formulada hacía cerca de 80 años por Marx”.

La revolución traicionada (1936)

Los bolcheviques buscaron sobre todo romper el aislamiento del joven estado obrero. Todos los ojos miraban hacia Alemania para que, con su industria avanzada y su proletariado descontento, extendiera la revolución a Europa Occidental. Sin embargo, los años de buscar la “unidad” indiscriminada con los oportunistas a expensas de forjar un partido de vanguardia programáticamente sólido, resultaron en que, cuando el momento revolucionario se presentó, no hubo un partido preparado para dirigir a la clase obrera en la lucha por el poder.

Contra el conciliacionismo centrista

En lugar de formar un nuevo partido comunista, como Lenin proponía, Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Clara Zetkin y otros líderes de la izquierda se quedaron en el SPD, donde se vieron amordazados por los dirigentes proguerra, así como por la estricta censura gubernamental y la vigorosa represión. Luxemburg, la principal dirigente de la izquierda del SPD, tenía una perspectiva “espontaneísta” del papel del partido, pues creía que el proceso mismo de la lucha de clases llevaría a la clase obrera la conciencia revolucionaria:

“La socialdemocracia no es sino la encarnación de la lucha clasista del proletariado moderno, apoyado en su conciencia de las consecuencias históricas de esa lucha. [El] verdadero dirigente [de la socialdemocracia] son en realidad las masas mismas, concebidas dialécticamente en su proceso de desarrollo”.

—“Der politische Führer der deutschen Arbeiterklasse” (El dirigente político de la clase obrera alemana, 1910)

Así, Luxemburg, quien después de agosto de 1914 había denunciado al SPD como un “cadáver putrefacto” seguía creyendo pese a todo que la unidad de todas las alas del partido debía mantenerse a cualquier precio. Cuando la escisión finalmente ocurrió en enero de 1917, fue a instancias de la propia dirección del SPD, que expulsó prácticamente a todos sus críticos: derrotistas burgueses, pacifistas, centristas y a los izquierdistas revolucionarios agrupados en torno a Luxemburg, Liebknecht, Franz Mehring y Leo Jogiches.

En abril de 1917, los militantes expulsados fundaron el Partido Socialdemócrata Independiente (USPD). El USPD tenía una militancia políticamente heterogénea que reproducía la de su partido madre, con la sola excepción de su ala derecha socialchovinista. En la extrema izquierda estaba el Grupo Espartaquista de Luxemburg y Liebknecht. Tanto el revisionista Bernstein como el centrista Kautsky eran dirigentes del USPD. Anhelando reunificarse con el SPD, eran éstos últimos y sus adherentes quienes determinaban la política dominante en el nuevo partido. El uso habilidoso de la fraseología marxista por parte de Kautsky y sus seguidores servía como cubierta de izquierda para el absoluto reformismo del USPD en los hechos. Así, el USPD funcionaba como una barrera entre los espartaquistas y los obreros más avanzados que rechazaban el reformismo abierto del SPD.

En agosto de 1918, Kautsky escribió La dictadura del proletariado, donde atacaba la concepción misma de dictadura de clase planteada originalmente por Karl Marx y Friedrich Engels y para entonces encarnada en el estado obrero soviético. Lenin, quien había interrumpido su trabajo sobre El estado y la revolución para dirigir al proletariado ruso al poder, usó el material restante para su réplica de 1918, La revolución proletaria y el renegado Kautsky. En la propia Alemania, sin embargo, los ataques de Kautsky a la Revolución de Octubre quedaron sin respuesta. Lenin les escribió a los embajadores soviéticos en Europa Occidental:

“La infame necedad, los balbuceos infantiles y el trivialísimo oportunismo de Kautsky me inducen a preguntar: ¿por qué nosotros no hacemos nada para combatir el envilecimiento teórico del marxismo por Kautsky?

“¿Podemos tolerar que incluso personas como Mehring y Zetkin se aparten de Kautsky más ‘moralmente’ (si cabe la expresión) que teóricamente?”.

—“A Y.A. Berzin, V.V. Vorovski y A.A. Ioffe” (septiembre de 1918)

Lenin instó a los embajadores a “hablar detenidamente con la izquierda (los espartaquistas y otros), estimulándola a hacer una declaración teórica, de principio en la prensa, que en el problema de la dictadura, Kautsky no expone el marxismo, sino un vulgar bernsteinismo”. Los marxistas alemanes nunca produjeron semejante declaración.

En noviembre de 1918, el estallido de una lucha de clases masiva y de motines dentro de las derrotadas fuerzas armadas alemanas llevó a que se destronara al káiser. El SPD siguió la lógica de su traición anterior y, junto con el USPD, formó un gobierno comprometido a preservar el orden capitalista. En medio de esta crisis revolucionaria, los espartaquistas y otros grupos, como los Delegados Obreros Revolucionarios, eran agrupaciones autónomas laxamente organizadas y rodeadas de una periferia enorme y volátil. En diciembre de 1918 los espartaquistas finalmente se escindieron del USPD y fundaron el KPD(S) (Partido Comunista de Alemania [Espartaco]). Pero era demasiado tarde para que los militantes de mentalidad revolucionaria forjaran un partido capaz de dirigir al proletariado a luchar por el poder en el levantamiento de 1918-1919. En enero de 1919, Luxemburg y Liebknecht fueron asesinados por los Freikorps, tropas reaccionarias que el gobierno del SPD había desatado. En marzo, Jogiches fue asesinado también. El joven KPD fue decapitado y su dirigencia abatida.

Expresando la diferencia decisiva entre las revoluciones rusa y alemana, la historiadora izquierdista Evelyn Anderson escribió:

“En Rusia surgió un partido político, los bolcheviques, cuyos líderes sabían qué quería la masa del pueblo y qué querían ellos mismos, quienes tenían un agudo sentido del poder y la valentía para actuar con audacia. En Alemania un partido político así faltaba totalmente”.

—Hammer or Anvil: The Story of the German Working-Class Movement (Martillo o yunque: La historia del movimiento obrero alemán, Nueva York: Oriole Editions, 1973)

A Zetkin y a otros les faltó el entendimiento político para hacer un balance del fatal retraso con que ocurrió la necesaria escisión. Todavía en 1921, Zetkin seguía caracterizando la fundación del KPD en diciembre de 1918 como un “error”, e insistía:

“Por cierto, Leo Tyszka [Jogiches] siguió compartiendo conmigo esta opinión desde el principio hasta su muerte, y el desarrollo del partido nos ha dado la razón”.

—Briefe Deutscher an Lenin 1917–1923 (Cartas de alemanes a Lenin 1917-1923, Berlín: Dietz Verlag, 1990)

Esta conclusión completamente equivocada es repetida por Lars T. Lih y Ben Lewis, este último partidario del Partido Comunista de Gran Bretaña, en su Martov and Zinoviev: Head to Head in Halle (Mártov y Zinóviev: Frente a frente en Halle, Londres: November Publications, Ltd., 2011). Documentando el debate que tuvo lugar durante la conferencia de Halle de 1920, donde la mayoría del USPD accedió a unirse a la IC, Lewis escribe de la escisión y la formación del KPD que “en palabras del futuro líder del KPD(S) Paul Levi, la escisión ‘apenas tuvo influencia alguna’ sobre las bases descontentas del USPD. Claramente, un paso prematuro”. Posteriormente escucharemos más de Levi.

Al concordar con Zetkin y Levi, Lewis y los demás reformistas niegan que en 1918-1919 hubiera sido posible un Octubre alemán, dándole la espalda a los hechos históricos. Las masas obreras estaban erigiendo consejos de obreros y soldados en un intento de seguir el camino del proletariado ruso. Lenin escribió:

“Pero cuando se produjo la crisis, los obreros alemanes no tenían un auténtico partido revolucionario, debido al hecho de que la división se produjo demasiado tarde y debido al peso de la maldita tradición de ‘unidad’ con la venal (los Scheidemann, Legien, David y compañía) y cobarde (los Kautsky, Hilferding y compañía) banda de lacayos del capital”.

—“Carta a los comunistas alemanes” (agosto de 1921)

Tras la devastadora derrota de enero de 1919, y siguiendo la línea de unas consultas previas con Jogiches y Luxemburg, Zetkin se mantuvo en el USPD hasta su Conferencia Partidista Extraordinaria en marzo de 1919, donde lanzó un ataque fulminante contra los líderes del USPD por haberse unido al gobierno de Ebert y Scheidemann. Esto, dijo, era “incompatible con los principios de la lucha de clases revolucionaria”:

“La cuestión que enfrentamos ahora es: ¿Pueden conciliarse estos dos puntos de vista opuestos? Yo no vacilo en responder: ¡No! Son irreconciliables porque constituyen concepciones fundamentalmente contrapuestas del desarrollo histórico y sus condiciones previas. Ni las más hermosas resoluciones pueden reconciliar esas contradicciones”.

—“Rede auf dem außerordentlichen Parteitag der USPD in Berlin” (Discurso ante la Conferencia Partidista Extraordinaria del USPD en Berlín, 4 de marzo de 1919)

Ésta fue su renuncia al USPD. Sin embargo, aunque Zetkin se unió al KPD al poco tiempo, no confrontó al ala izquierda del USPD con una exigencia clara de escindirse y unirse al KPD. Y continuó con sus esfuerzos de revivir el “movimiento socialista de mujeres” manteniendo relaciones amistosas y de colaboración con las mujeres del USPD. En una carta del 13 de marzo de 1920 a Rosa Bloch, una camarada suiza, Zetkin le pedía enviar una “declaración de solidaridad” con las mujeres del USPD e incluso sugería una nueva “conferencia socialista [es decir, socialdemócrata] internacional de mujeres”. Este llamado por un movimiento unificado de mujeres socialistas contó con el apoyo de las mujeres del USPD y se contraponía frontalmente a la perspectiva de la IC de ruptura política total con el oportunismo. La conferencia nunca se materializó. Los esfuerzos de Zetkin por promover la unidad continuaron hasta octubre de 1920, cuando la izquierda del USPD finalmente se escindió para unirse al KPD en diciembre.

El trabajo entre las mujeres, de la II Internacional a la III

En su carta a los comunistas alemanes de 1921, Lenin señaló que las “Tesis sobre la estructura, los métodos y la acción de los partidos comunistas” (“Tesis Organizativas”), adoptadas por el III Congreso de la IC en julio de 1921, constituían “un gran paso adelante”. Las “Tesis sobre los métodos y las formas de trabajo de los partidos comunistas entre las mujeres”, adoptadas en el mismo congreso, buscaban guiar el trabajo comunista entre las mujeres, así como las Tesis Organizativas buscaban guiar el conjunto del trabajo.

En 2012 publicamos una nueva traducción de las Tesis de la IC para el trabajo entre las mujeres (Spartacist No. 37, febrero de 2012). En nuestra investigación, descubrimos que las Tesis fueron el producto de una discusión que duró un año entre los cuadros soviéticos y los de otros países. Ignorábamos estas diferencias cuando publicamos “Foundations of Communist Work Among Women: The German Social Democracy” (Fundamentos del trabajo comunista entre las mujeres: La socialdemocracia alemana) en Women and Revolution Nos. 8 y 9 (primavera-verano de 1975), que cubría el periodo desde la fundación del SPD en 1875 hasta enero de 1917. Aunque, en su mayor parte, el artículo ha mantenido su vigencia a pesar del paso del tiempo, hoy, gracias a nuestra investigación sobre el trabajo de la Comintern entre las mujeres y a la luz del caudal de estudios académicos que han aparecido desde 1975, reconocemos algunos defectos.

En 1975, la obra de Werner Thönnessen, The Emancipation of Women: The Rise and Decline of the Women’s Movement in German Social Democracy 1863-1933 [La emancipación de la mujer: Surgimiento y declive del movimiento de mujeres en la socialdemocracia alemana 1863-1933] (publicada en alemán en 1969 y en inglés en 1973), era prácticamente el único estudio sobre el trabajo entre las mujeres de la socialdemocracia alemana antes de la Primera Guerra Mundial. Hemos llegado a considerarla una presentación políticamente sesgada. La crónica anticomunista de Thönnessen no aborda la fundación de la III Internacional y omite totalmente el paso de Zetkin a la Comintern leninista. El libro también fue criticado en el medio académico, sobre todo por el historiador británico Richard J. Evans, quien ha publicado mucho sobre la historia del SPD y la cuestión de la mujer, tanto en inglés como en alemán.

En la introducción de Spartacist a las Tesis señalamos:

“En el pasado...Mujer y Revolución presentó erróneamente la historia del ‘movimiento de las mujeres proletarias’ como si hubiera una continuidad directa en el trabajo entre las mujeres de la II a la III internacionales. Por ejemplo, en ‘La Revolución Rusa y la emancipación de la mujer’, escribimos: ‘Antes de la Primera Guerra Mundial, los socialdemócratas en Alemania fueron los primeros en construir una “organización de transición” para mujeres: un organismo especial ligado al partido a través de sus cuadros más conscientes’. De hecho, fueron los bolcheviques quienes concibieron por primera vez la idea de un aparato especial del partido creado para llevar a cabo el trabajo entre las mujeres, en su esfuerzo por atraer a las masas de mujeres trabajadoras al lado del partido de vanguardia —un trabajo que sólo un partido leninista programáticamente sólido puede realizar—”.

En los partidos comunistas, el aparato para conducir el trabajo debía construirse cuidadosamente como parte integral de todos los órganos de dirección: desde el departamento de la mujer del Comité Central hasta el órgano de dirección de los comités locales del partido.

El trabajo pionero del SPD sobre la cuestión de la mujer podría caracterizarse mejor como un importante primer paso en el desarrollo del modelo de trabajo comunista entre las mujeres. Zetkin insistió correctamente en que la emancipación de la mujer era una cuestión del dominio de clase. Partiendo del clásico de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884), Zetkin identificaba la familia como la principal fuente de la opresión especial de la mujer. Junto con la religión organizada y el estado, la familia también constituye un apoyo clave del sistema capitalista, un vehículo para la herencia de la propiedad privada de la clase dominante y un medio para reproducir la fuerza de trabajo que los capitalistas explotan y de donde obtienen ganancias.

Así, Zetkin entendía correctamente que la liberación de la mujer requería la destrucción del orden capitalista y la construcción de una nueva sociedad socialista, que permitiera la socialización del trabajo doméstico y de la crianza de los niños, transformando estas funciones en instituciones colectivas. Esta perspectiva subyacía a su bien conocida hostilidad al feminismo burgués, que impulsaban los diversos grupos feministas europeos y que tenía influencia ideológica en el SPD también. Como lo puso Zetkin, “en la atmósfera de la concepción materialista de la historia, las ‘tonterías amorosas’ sobre la ‘hermandad femenina’, que supuestamente une a las damas burguesas con las mujeres proletarias, estalla como tantas otras burbujas de jabón titilantes” (“What the Women Owe to Karl Marx” [Lo que las mujeres deben a Karl Marx], marzo de 1903, Foner, ed., Clara Zetkin: Selected Writings).

Zetkin sabía que, debido a las condiciones materiales de vida de las mujeres —su aislamiento social en la familia, su relativo atraso político, la doble carga de la mujer obrera como ama de casa y esclava asalariada—, el partido necesitaba métodos especiales de trabajo para reclutar mujeres al socialismo. Defendió esta perspectiva en los congresos del partido y en las páginas de Die Gleichheit. Sin embargo, para el momento en que estalló la guerra en 1914, la dirección del SPD veía el estatus subordinado de la mujer en la sociedad como algo normal, así como impulsaba las ilusiones parlamentarias de una vía pacífica al socialismo. Como afirmó el periódico de la IC en lengua alemana que editaba Zetkin, Die Kommunistische Fraueninternationale (La Internacional Comunista de la Mujer), en general el trabajo entre las mujeres era ampliamente visto en el SPD como “una labor secundaria ineludible”.

Elaborando las tesis sobre el trabajo entre las mujeres

Tras el I Congreso de la IC, cuadros dirigentes mujeres comenzaron a preparar un documento guía sobre el trabajo entre las mujeres para someterlo al Ejecutivo de la Comintern (CEIC). Más de un año después, la I Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas se celebró en Moscú del 30 de julio al 2 de agosto de 1920, coincidiendo con el II Congreso de la IC. Al examinar las actas de la conferencia de 1920, encontramos que fueron presentados dos proyectos del documento: uno escrito por camaradas rusas y otro por delegadas de Europa Occidental y Central.

La redacción del informe sobre la conferencia se vio gravemente entorpecida por la trágica muerte de Inessa Armand en septiembre de 1920. Resulta particularmente impresionante el resumen publicado de la presentación que pronunció Armand sobre la versión rusa de las Tesis. Incluyendo los componentes básicos de las Tesis finales tal como fueron adoptadas por el III Congreso, la presentación deja ver los planos políticos de ese documento. Armand enfatizó que todos los partidos comunistas debían “comenzar inmediatamente a realizar el trabajo más amplio y más intenso entre las masas de mujeres proletarias” (Otchet o Pervoi mezhdunarodnoi konferentsii kommunistok [Informe sobre la I Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas, Moscú: Gosizdat, 1921]).

Armand ponía gran énfasis en establecer en todos los países dos métodos de trabajo entre las mujeres que habían sido desarrollados en la Rusia soviética y que habían resultado altamente efectivos: asambleas de delegadas y conferencias de mujeres sin partido. Estos métodos, llevados a cabo bajo la supervisión directa de la dirección del partido, se establecieron para educar a las masas de obreras y campesinas que seguían fuera de la órbita del partido. En el sistema de delegadas, en cada fábrica se llevaban a cabo elecciones para que las obreras escogieran a una de ellas como delegada al Zhenotdel —un departamento especial del Comité Central del Partido Comunista Ruso para el trabajo entre las mujeres— por un periodo de tres a seis meses. Esta delegatka, que llevaba una mascada roja como distintivo de su cargo, fungía como observadora y aprendiz en diversas ramas de la actividad pública, como la fábrica, el soviet, el sindicato, la escuela, el hospital o el comedor comunal.

Una fuente de debate extenso y animado fueron las diferencias sobre qué tan aplicables serían estos métodos para el trabajo entre las mujeres fuera de Rusia. Algunas camaradas de Europa Occidental y Central argumentaban que estos métodos no podrían usarse fuera de un estado obrero y no serían sino trabajo social. Pero, de hecho, las conferencias de mujeres sin partido fueron una parte clave de los esfuerzos bolcheviques de organización de las mujeres trabajadoras antes de la insurrección en octubre de 1917. Rabotnitsa fue una herramienta central para atraer a las mujeres al trabajo activo bajo la dirección del partido (ver: “History of the Journal Rabotnitsa: How the Bolsheviks Organized Working Women” [Historia del periódico Rabotnitsa: Cómo los bolcheviques organizaron a las obreras], Women and Revolution No. 4, otoño de 1973). Los esfuerzos especiales por alcanzar a la mujer trabajadora en Petrogrado culminaron en la I Conferencia de Trabajadoras de Todo Petrogrado en octubre de 1917, que atrajo a 500 delegadas que representaban a 80 mil trabajadoras.

En varias sesiones también hubo objeciones a la acusación explícita de las rusas contra la II Internacional de ser un “freno al movimiento proletario revolucionario” y un “oponente a la liberación de todas las mujeres trabajadoras”, y de haber traicionado vergonzosamente la lucha de las proletarias por las más elementales exigencias democráticas. Rosi Wolfstein de Alemania y la austriaca Anna Ströhmer objetaron a este balance crítico del trabajo de la II Internacional entre las mujeres porque omitía el trabajo de Zetkin. Contra esa opinión, varias delegadas soviéticas argumentaron que, pese a que Zetkin cumplió un papel dirigente y se unió a la lucha del ala izquierda, fue la mayoría oportunista la que determinó la práctica política de la II Internacional y sus partidos miembros.

También se discutió el carácter general de las Tesis, revelando diferencias sobre la centralización partidista. En opinión de Ströhmer, la sección sobre la II Internacional no debía ser polémica y las Tesis no debían tener un carácter agitativo, sino histórico. Las delegadas danesas y húngaras objetaron a lo detallado de las formas y métodos organizativos por constituir “instrucciones” a los partidos. Estas diferencias políticas no pudieron resolverse, por lo que la conferencia de mujeres no consiguió completar un documento para someter al II Congreso de la IC. Cuando este congreso se celebró, del 19 de julio al 7 de agosto de 1920, las cuestiones de la mujer y de la juventud fueron referidas al CEIC.

En septiembre de 1920, Zetkin llegó a la Rusia soviética, donde presenció las conquistas históricas para la mujer que la Revolución de Octubre había hecho posibles, y observó cómo funcionaban en la práctica los métodos soviéticos de trabajo entre las mujeres del Zhenotdel. En sus Recuerdos sobre Lenin (fechado en enero de 1925), Zetkin recordó como él le solicitó ayuda en el desarrollo de las Tesis.

El marco político de las Tesis quedó sentado en esa discusión. Lenin resaltó “la relación indisoluble que existe entre la posición social y humana de la mujer y la propiedad privada sobre los medios de producción”. Sólo el comunismo, y no el feminismo ni la socialdemocracia, podría sentar las bases para la emancipación de la mujer. Pero era igualmente cierto que el partido tenía que ganarse a las millones de trabajadoras de la ciudad y el campo para hacer la revolución y construir una sociedad nueva, comunista. Por lo tanto, el partido debe construir órganos especiales cuya misión particular “sea despertar a las grandes masas femeninas, ponerlas en contacto con el partido y mantenerlas de un modo constante bajo su influencia” (citado en Zetkin, Recuerdos sobre Lenin [México: Grijalbo, 1968]).

En diciembre de 1920 se publicó un documento en Die Kommunistische Internationale No. 15, edición alemana del órgano teórico de la IC, bajo el título “Lineamientos para el movimiento de mujeres comunistas” y con una nota al final: “Editado por Clara Zetkin”. Este documento —una contribución temprana de Zetkin a esta discusión— fue incorporado bajo el título “Tesis para el movimiento de mujeres comunistas” a la compilación Workers of the World and Oppressed Peoples, Unite! Proceedings and Documents of the Second Congress, 1920 (Obreros del mundo y pueblos oprimidos, ¡uníos!—Acta de sesiones y documentos del II Congreso, 1920, Nueva York: Pathfinder Press, 1991) editada por John Riddell. Estos “Lineamientos” fueron una importante etapa intermedia de la discusión, pero titular este documento “Tesis”, sin explicación alguna, sólo promueve la confusión entre este documento y las Tesis finales de la IC. De hecho, los dos documentos reflejan diferencias políticas. Los Lineamientos expresaban la tendencia de las camaradas alemanas a elogiar el trabajo del SPD entre las mujeres al tiempo que minimizaban la traición histórica de la socialdemocracia. Las Tesis, afinadas mediante meses de debate, ponían el énfasis en “plantear ante los partidos comunistas de Occidente y Oriente la tarea inmediata de fortalecer el trabajo del partido entre las mujeres proletarias”. El trabajo entre las mujeres se ubica firmemente en el marco de las tareas de la Internacional Comunista.

Otra diferencia importante entre los documentos es la referencia acrítica de Zetkin a la Conferencia de Mujeres de Berna de 1915 en los Lineamientos:

“Esas mujeres llamaron por acción internacional y revolucionaria de masas para obligar a los regímenes imperialistas a firmar la paz y para liberar el terreno histórico para la lucha obrera internacional dirigida a la conquista del poder político y a derribar al imperialismo y el capitalismo”.

Continuaba pues reivindicando el resultado de la conferencia de Berna y evadiendo la necesidad de una ruptura tajante con los oportunistas, así como su propio papel de conciliación con los vacilantes. Hasta donde sabemos, Zetkin jamás repudió su papel en Berna.

El 21 de mayo de 1921, un pleno conjunto del Zhenotdel y el Orgburó del Comité Central del Partido Comunista Ruso se celebró en preparación de la II Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas. Este pleno nombró una “comisión editorial compuesta de las camaradas Kollontai, Menzhinskaya, Krúpskaya, Itkina, Vinográdskaya” e instruyó que “todas las tesis de manera preliminar se someterán para su revisión a la comisión editorial” (Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica [RGASPI] f. 17, op. 10, d. 54, l. 81-83). Todo indica que este organismo, compuesto de las principales editoras y escritoras del Zhenotdel, hizo el arduo trabajo de revisar un volumen considerable de documentos, versiones preliminares y enmiendas, y preparó las Tesis finales tal como fueron aprobadas por el III Congreso de la IC. Aunque hay mucho que aún no sabemos, es seguro que el idioma original del documento era el ruso.

La II Conferencia de Mujeres se celebró en Moscú del 9 al 15 de junio de 1921, antes del III Congreso de la IC. Reflejando las controversias que aún persistían sobre los métodos de trabajo, una delegada soviética, Janson, criticó a Zetkin por poner demasiado énfasis en el trabajo entre las amas de casa. La mayor parte de las mujeres de Alemania eran amas de casa, y sólo un quinto eran obreras. Janson argumentó que en Rusia sólo un décimo de las mujeres trabajaban, pero que, cuando las fuerzas bolcheviques eran pequeñas, fue necesario concentrarse en el proletariado.

El no concentrarse en las obreras en el punto de producción, extendiendo así la mano a capas pequeñoburguesas de mujeres como si tuvieran la misma importancia, reflejaba el hecho de que en el periodo anterior a la guerra el movimiento de mujeres socialistas en Alemania estaba compuesto sobre todo de amas de casa, en general esposas de miembros del SPD. Buscando llevar al poder a los explotados y los oprimidos para construir un nuevo orden socialista, la concepción enfáticamente revolucionaria de la Comintern era movilizar a las “capas más atrasadas, más olvidadas y oprimidas y más humilladas de la clase obrera y los trabajadores pobres”, como afirmaba el resumen de la presentación de Armand de 1920 arriba citado. Éstas eran precisamente las masas de mujeres proletarias, concentradas en los estratos más bajos de la clase obrera, a las que el SPD no logró reclutar. Al final, la comisión editorial llegó a un acuerdo sobre las Tesis, que fueron adoptadas por el III Congreso de la IC.

La lucha en torno a las 21 condiciones

Bajo la presión de una militancia que se movía a la izquierda, varios partidos socialdemócratas de masas —como el USPD, con sus 800 mil miembros— se habían visto forzados a voltear hacia Moscú por la tremenda autoridad y popularidad de la Revolución Rusa. Pero la IC tenía que mantener fuera a los reformistas y centristas advenedizos que no hacían sino seguir a sus bases con la cabal intención de llevarlas de vuelta al curso reformista. (Ver la publicación espartaquista “The First Four Congresses of the Communist International” [Los primeros cuatro congresos de la Internacional Comunista], Marxist Studies No. 9, agosto de 2003.) Esta labor exigía codificar la estrategia y la táctica de la IC. En el verano de 1920, el II Congreso adoptó las “Condiciones de admisión de los partidos en la Internacional Comunista” (las “21 condiciones”), un arma organizativa y política para separar a los revolucionarios de los reformistas y centristas y para establecer el centralismo democrático como la base organizativa de la Comintern.

Durante el siguiente año, tuvo lugar una acalorada batalla al interior de diversos partidos de Europa respecto a las 21 condiciones y a la adhesión —o no— a la III Internacional. La séptima condición afirmaba que “la Internacional Comunista no puede admitir que reformistas reconocidos” como Kautsky, Hilferding, y otros, fueran parte de la Internacional y exigía que esta ruptura “debe ser consumada en el menor plazo posible” (Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, primera parte, México: Ediciones Pasado y Presente, 1981).

En el USPD la lucha fue intensa. La virulentamente antibolchevique Luise Zietz, cuadro dirigente del USPD, había encabezado el trabajo del SPD entre las mujeres desde 1908, cuando los burócratas del partido hicieron a un lado a Zetkin. Ese año se levantaron las restricciones legales al ingreso de mujeres a organizaciones políticas. Bajo la gran capacidad organizativa de Zietz y su influencia política derechista, miles de mujeres fueron reclutadas al SPD. Tras el II Congreso de la Comintern, Zietz recorrió Alemania en una agresiva campaña contra las 21 condiciones, que según ella eran un “diktat” de Moscú que sólo las “almas esclavas” podrían aceptar.

En septiembre de 1920, Zetkin publicó un folleto en el que defendía la adhesión a la Comintern, “Der Weg nach Moskau” (El camino a Moscú). Ese octubre, un artículo suyo en dos partes apareció bajo el mismo título en Die Rote Fahne (Bandera Roja) del KPD. Estos textos se publicaron para coincidir con la crucial conferencia de Halle de octubre de 1920 e intervenir en ella; el USPD discutiría ahí si se adheriría a la III Internacional. Sin embargo, aunque Zetkin abogaba fervientemente por el ingreso a la IC, su vacilación en la búsqueda de una polarización política y una escisión minó el duro trabajo necesario para construir la Internacional. Respecto a las 21 condiciones, Zetkin escribió:

“Es lamentable que el Congreso Mundial no formulara más hábilmente sus exigencias a los partidos nacionales individuales. Lo que éstas requieren y estipulan está plenamente justificado en términos de la esencia del problema. Son un resumen de las medidas organizativas que son absolutamente necesarias para crear una Internacional Comunista poderosa, homogénea y cohesiva... Sin embargo, en las Condiciones se enfatiza extensa e insistentemente el aspecto formal organizativo, en lugar de su esencia, su contenido político-histórico... Este hecho da a los líderes derechistas del USPD un pretexto conveniente para cambiar el campo de batalla por la afiliación a la Internacional Comunista y para remplazar los debates productivos y clarificadores respecto a las grandes cuestiones de principio y de táctica con trifulcas sucias y acaloradas en torno a formas y fórmulas organizativas”.

—Die Rote Fahne, 3 de octubre de 1920

Aunque reconocía en abstracto la necesidad de las 21 condiciones, Zetkin se mostraba reacia a su ejecución. No había sacado las lecciones de las consecuencias de haber mantenido la “unidad” con los socialchovinistas y sus apologistas en el partido alemán. Como dijo Grigorii Zinóviev en la conferencia de Halle, si el USPD no se unía a la IC, “será porque ustedes no están de acuerdo con nosotros respecto a la cuestión de la revolución mundial, la democracia y la dictadura del proletariado” (USPD, Protokoll über die Verhandlungen des außerordentlichen Parteitages in Halle vom 12. bis 17. Oktober 1920 [Actas de las deliberaciones de la Conferencia Partidista Extraordinaria de Halle, del 12 al 17 de octubre de 1920, Berlín: Verlagsgenossenschaft “Freiheit”]). Se ganó a la mayoría del USPD, que votó por afiliarse a la IC y se fusionó con el KPD, creando el Partido Comunista Unificado de Alemania (VKPD) con alrededor de 350 mil miembros. Tras el III Congreso de la IC, el partido recuperó el nombre de KPD.

Francia, Italia: Nuevas vacilaciones de Zetkin

El que Zetkin no entendiera el papel de las escisiones y fusiones en la construcción de un partido revolucionario de combate puede verse en su respuesta a las conferencias donde los socialistas de Francia e Italia debatieron su afiliación a la IC. En el congreso del Partido Socialista Francés celebrado en Tours en diciembre de 1920, Zetkin llamó a los delegados a “pronunciarse clara, abiertamente y sin reservas por la III Internacional, no sólo por sus principios y tácticas sino también por sus condiciones (“Rede auf dem XVIII. Parteitag der Sozialistischen Partei Frankreichs in Tours” [Discurso en el XVIII Congreso del Partido Socialista Francés de Tours], 27 de diciembre de 1920). El Partido Socialista ratificó las condiciones de la Comintern con una mayoría de dos terceras partes.

Sin embargo, en una carta a Lenin del 25 de enero de 1921 —la misma en la que criticaba la fundación del KPD en 1918— Zetkin le pedía que usara su influencia para suavizar las intervenciones del CEIC, que “a veces toman el carácter de una intervención brutal e imperiosa sin el debido conocimiento de las condiciones reales bajo consideración” (Briefe Deutscher an Lenin). Ella objetaba a una crítica punzante, amplia y detallada que el CEIC había formulado respecto al trabajo del Partido Socialista Francés, la cual había polarizado al partido. El Partido Socialista, que no se había escindido durante la guerra, había “asumido plena responsabilidad por la carnicería imperialista”, escribió el CEIC, y mantenía en sus filas a los mismos líderes que habían sido cómplices de la burguesía francesa (“Letter to the French Socialist Party from the Presiding Committee” [Carta del Presidium al Partido Socialista Francés], 29 de julio de 1920, publicada en Workers of the World and Oppressed Peoples, Unite!).

La carta del CEIC argumentaba eficazmente por una escisión tajante con los socialpatriotas. En su carta a Lenin, Zetkin escribió que la carta del CEIC estuvo “a un pelo de poner en cuestión y destruir el éxito de la reunión”. Así, ella se mostró reacia a aceptar la crítica y el debate políticos brutalmente honestos que hacían falta para separar a los centristas de los revolucionarios.

En la misma carta, Zetkin también se quejaba con Lenin de la intervención del CEIC en Italia. En ese periodo, Italia pasaba por un vasto levantamiento en el campo, con campesinos tomando tierras, y en las ciudades, donde los obreros metalúrgicos habían ocupado las fábricas. El Partido Socialista Italiano (PSI) se había pasado a la IC sin escindirse, incluyendo en su seno a todo un espectro de tendencias políticas, desde el reformismo hasta el sindicalismo y el ultraizquierdismo. En vez de luchar por la toma del poder, la dirección del partido, en colaboración con la burocracia sindical, había saboteado conscientemente las ocupaciones de fábricas. Como lo puso Trotsky en el III Congreso de la IC en junio de 1921:

“Durante los tres años posteriores a la guerra, todos y cada uno de los camaradas que llegaban de Italia nos decían: ‘ya tenemos todo listo para la revolución’. Todo el mundo sabía que Italia estaba en vísperas de la revolución. Cuando ésta finalmente estalló, el partido demostró que estaba en bancarrota”.

—“Speech on the Italian Question at the Third Congress of the Communist International” (Discurso sobre la cuestión italiana en el III Congreso de la Internacional Comunista, 29 de junio de 1921)

Esto, prosiguió, era un resultado directo de no haber purgado previamente al PSI de los reformistas agrupados en torno al viejo líder Filippo Turati: “Turati y sus amigos son honestos en ese sentido, pues todos los días declaran abierta y repetidamente que no desean la revolución. No la quieren y sin embargo siguen siendo miembros del Partido Socialista, incluso miembros prominentes”.

En la conferencia de Livorno del PSI celebrada a mediados de enero de 1921, los centristas dirigidos por Giacinto Serrati seguían negándose a romper con los reformistas, junto con los cuales formaban la mayoría. Los delegados de la minoría izquierdista, en torno a Amadeo Bordiga y Antonio Gramsci, abandonaron la conferencia y fundaron el Partido Comunista de Italia. Seis meses después, en su informe sobre las actividades del CEIC ante el III Congreso Mundial, Zinóviev afirmó acerca de la escisión:

“Aun si perdemos por un tiempo una gran masa de obreros italianos, que así sea; ya los ganaremos de vuelta. Pero no daremos ni un paso atrás, ni uno solo, pues de otro modo la Internacional Comunista estará perdida. Lo que estaba en juego era la claridad de la Internacional Comunista; lo que estaba en juego eran los principios del comunismo”.

—Protokoll des III. Kongresses der Kommunistischen Internationale (Actas del III Congreso de la Internacional Comunista, Hamburgo: Verlag der Kommunistischen Internationale, 1921)

El que Serrati no se hubiera escindido de Turati cuando contaba fue un factor central en la derrota de la apertura revolucionaria. Esa derrota llevó, a su vez, a la rápida desmoralización del proletariado y al triunfo de Mussolini y sus fascistas.

El asunto Levi

La carta de Zetkin a Lenin del 25 de enero de 1921 llamaba a la escisión del PSI “una derrota grave” y argumentaba “por la pronta reunificación de las dos fracciones”, siendo “un error objetivamente injustificable el que los comunistas constituyan una fracción propia”. En esto coincidía con Paul Levi, su colaborador cercano y protegido de Luxemburg, quien había heredado la dirección del KPD. Ése fue el comienzo del asunto Levi, que llevó a Zetkin al borde de la ruptura con la IC. Después de una tajante lucha, en este conflicto ella finalmente se deshizo de las concepciones socialdemócratas que conservaba y se hizo cabalmente comunista.

Tras el regreso de Levi a Alemania después de la conferencia del PSI, él, Zetkin y varios otros miembros del Comité Central (Zentrale) del VKPD renunciaron en protesta por la negativa de la dirección de avalar su oposición a la escisión del Partido Socialista Italiano. Esto dejó al VKPD con una dirección debilitada en un momento de gran tumulto y confusión políticos —la desastrosa Acción de Marzo de 1921, que comenzó en conexión con una ola de luchas obreras en Alemania central provocadas por la acción de la policía en las minas—. El VKPD llamó por la resistencia armada y por una huelga general, pero no hizo nada para prepararlas. Al ver que sus llamados no encontraban eco en la mayor parte de Alemania, sectores aislados de la clase obrera fueron lanzados a una acción militar fútil. La bien preparada burguesía alemana reaccionó con una represión asesina. Pese a las bajas masivas y los miles de arrestos de los obreros más combativos, la dirección del VKPD sostuvo que esta grave derrota había sido en realidad una victoria y prometió seguir en ese curso desastroso.

Inspirada por la “teoría de la ofensiva”, la Acción de Marzo estuvo asociada al representante de la Comintern Béla Kun. Líder de la fallida Revolución Húngara de 1919, Kun sostenía que la conciencia de sus intereses políticos y su destino histórico no era suficiente para motivar a la clase obrera a la revolución; por el contrario, los revolucionarios debían electrificar al proletariado con actos de gran audacia. La dirigencia alemana estaba profundamente escindida, con Zetkin y Levi en oposición a esta “teoría” fraudulenta y a la Acción de Marzo. Las acusaciones fueron y vinieron entre ellos y los izquierdistas alemanes, dirigidos por Ruth Fischer, Arkady Maslow y Ernst Reuter. La dirección del partido de Ernst Meyer, Heinrich Brandler, August Thalheimer y Paul Frölich apoyaba a la izquierda.

El 16 de abril, Lenin escribió una carta a Zetkin y Levi concediendo: “Creo de buen grado que el representante del Comité Ejecutivo [de la IC] ha defendido una táctica estúpida”. Añadiendo también que “este representante [Béla Kun] es con frecuencia demasiado izquierdista”. Lenin continuaba:

“Considero equivocada la táctica de ustedes con relación a Serrati. Toda defensa o incluso semidefensa de Serrati era un error. ¿¿¡¡Y salir del Comité Central!!?? ¡Esto, en todo caso, constituye el error más grande! Si vamos a ser indulgentes con el sistema de que los miembros responsables del Comité Central abandonen éste cuando queden en minoría, jamás trascurrirán normalmente el desarrollo y el saneamiento de los partidos comunistas. En vez de dimitir, hubiera sido mejor discutir varias veces conjuntamente con el Comité Ejecutivo la cuestión en litigio. El camarada Levi quiere ahora escribir un folleto, ¡es decir, ahondar la contradicción! ¿Para qué todo eso? A mi parecer, es un gran error.

“¿Por qué no esperar? El primero de junio se celebrará aquí el Congreso. ¿Por qué no discutirlo aquí en privado antes del Congreso? Sin polémica pública, sin dimisión, sin folletos acerca de las discrepancias”.

—“A Clara Zetkin y Paul Levi” (abril de 1921)

El 3 de abril de 1921, Levi publicó su folleto incendiario y calumnioso Nuestro camino: Contra el putschismo. Aunque el propio Lenin caracterizó las críticas de Levi a la Acción de Marzo como esencialmente correctas, éste se mostró como un diletante pequeñoburgués egocéntrico al atacar públicamente al partido cuando estaba bajo el fuego del enemigo de clase. Para Levi, la dirección del VKPD estaba hecha de “nuevos Ludendorffs”, una alusión al general nacionalista de derecha que dirigió las fuerzas armadas alemanas al baño de sangre masivo de la Primera Guerra Mundial, y que posteriormente fue un compinche de Hitler. Con cerca de 150 obreros asesinados y 3 mil 500 presos, con el VKPD perdiendo obreros por miles, las denuncias públicas de Levi sirvieron para dividir a la clase obrera, para sofocar la discusión dentro del partido y para darle armas al estado en su persecución del partido. Fue por esta violación pública de la disciplina partidista, y no por sus críticas políticas de la Acción de Marzo, que Levi fue correctamente expulsado del partido y después de la Internacional.

Levi era, según palabras de Lenin, “el peor enemigo de sí mismo” (Zetkin, Recuerdos). En su “Carta a los comunistas alemanes” de agosto de 1921, Lenin caracterizaba así la acción antipartidista de Levi:

“Mientras incita a los demás a seguir una estrategia prudente y meditada, Levi mismo ha cometido peores disparates que un escolar, al lanzarse a la batalla tan prematuramente, tan precipitadamente, tan absurdamente, tan salvajemente que estaba seguro de perder cualquier ‘batalla’ (estropeando o estorbando su trabajo por muchos años), a pesar de que la ‘batalla’ pudo y debió ser ganada. Levi se comportó como un ‘intelectual anarquista’”.

Al acercarse el III Congreso de la Comintern, el VKPD estaba en un punto de quiebre, desgarrado por la amarga animosidad debida a la Acción de Marzo. En una carta del 6 de mayo a Lenin, Paul Frölich escribió que, de no ser por la intervención del CEIC, la propia Zetkin hubiera enfrentado la expulsión por su indisciplina. Su carta revelaba cómo el partido hervía en veneno fraccional:

“Déjeme decir algunas palabras sobre la camarada Clara. Aunque mi opinión desde el principio ha sido que en términos de sus opiniones básicas la camarada Clara no es una comunista, siempre la he admirado y le he tenido mucha confianza. Pero debo decir que en el largo plazo es imposible mantener buenas relaciones con ella en el partido. Ha declarado repetidamente, no sólo ahora, sino también en el pasado —y el camarada Karl [Rádek] puede citar ejemplos de ello— que su posición en el movimiento obrero y ahora en la Internacional Comunista es tan importante que no puede someterse a una decisión del partido si ella considera que esa decisión es estúpida. Comprenderá usted que, con tal actitud, el trabajo partidista se vuelve totalmente imposible. Basada en esta actitud y alentada por Levi, en la situación actual ha desafiado al partido de la manera más horrenda y lo ha expuesto públicamente. Objetivamente, la situación ya era tal que hubiéramos tenido que expulsar a Zetkin y a sus acólitos de no haber sido porque la voluntad expresa del Ejecutivo [de la IC] nos contuvo. Puede creerme que también nosotros estamos conscientes de lo que la expulsión de Clara Zetkin del partido hubiera significado para toda la Internacional, y hemos hecho todo lo posible para tratar de contener sus exaltaciones”.

—Briefe Deutscher an Lenin

El III Congreso de la Comintern

Ésa era la situación cuando se reunió en Moscú el III Congreso Mundial, del 22 de junio al 12 de julio de 1921. La ola revolucionaria que había barrido a Europa tras la Primera Guerra Mundial, impulsada por la Revolución Rusa, estaba amainando. El congreso estuvo dominado por una lucha en torno a la “ofensiva revolucionaria” que llevó a la Internacional al borde de la escisión. A Kun y la dirigencia alemana los respaldaban los líderes bolcheviques Zinóviev, Nikolai Bujarin e, inicialmente, Karl Rádek contra Trotsky y Lenin, quienes demostrativamente se ubicaron en el ala derecha del congreso.

Lenin y Trotsky, que al principio de la disputa se hallaban en minoría, dirigieron la lucha contra los ultraizquierdistas. La veían como una lucha por la supervivencia misma de la Internacional. Su posición de que los partidos comunistas necesitaban desesperadamente tiempo para obtener experiencia y enraizarse en la clase obrera se basaba en el desastre de los sucesos alemanes. Trotsky dijo:

“Tenemos el deber de decirle con toda claridad y precisión a los obreros alemanes que consideramos esta filosofía de la ofensiva el mayor peligro y, en su aplicación práctica, el mayor crimen político”.

—“Speech on Comrade Radek’s Report on ‘Tactics of the Comintern’ at the Third Congress” (Discurso sobre el informe del camarada Rádek sobre las “Tácticas de la Comintern” en el III Congreso, 2 de julio de 1921)

Como lo había hecho ya muchas veces en el pasado, Lenin luchó —esta vez con éxito— para ganarse a Zetkin en la víspera del III Congreso (ver Recuerdos de Zetkin). Ella había persistido en sus objeciones a la expulsión de Levi del partido. En sus comentarios introductorios al congreso, Zinóviev dijo sobre el partido alemán:

“Ya desde la fundación del VKPD temíamos que en este partido pudieran surgir corrientes centristas. Y desgraciadamente debo decir que nuestro temor se hizo realidad sin mucha demora... [La cuestión italiana] es una cuestión internacional; también está ligada a la cuestión alemana. El Ejecutivo emitió una resolución y disciplinó a los camaradas alemanes dirigentes, encabezados por nuestra estimada camarada Zetkin”.

—Protokoll des III. Kongresses der Kommunistischen Internationale

Este congreso representó para Zetkin un punto de inflexión. Como resultado de una intensa discusión con los líderes bolcheviques en vísperas del congreso, Zetkin comenzó a entender que la amenaza que enfrentaba la Internacional exigía de ella que tomara el lado de Lenin y Trotsky en una lucha disciplinada contra los ultraizquierdistas y aquéllos como Levi. Finalmente rompió con Levi y se lanzó a la batalla contra él.

En el invierno de 1921-1922, Levi volvió a mostrarse como un enemigo de la Comintern al publicar las críticas de Rosa Luxemburg a la Revolución Rusa, sabiendo perfectamente bien que la propia Luxemburg no había querido que esos escritos se hicieran públicos. Escritas mientras Luxemburg se hallaba aislada en la prisión, estas piezas fragmentarias, aun cuando elogian la revolución y sus principios básicos, critican algunas de las medidas defensivas de los bolcheviques, señalándolas como una “supresión de la democracia”. Zetkin, quien había conocido personalmente el cambio de opinión de Luxemburg, la defendió en una polémica furiosa contra los líderes del SPD y el USPD. Ahí escribió que la publicación de Levi servía para llevar agua al molino antibolchevique de la socialdemocracia:

“¡Imagínense! La gente del mismísimo Vorwärts [periódico del SPD], que el día anterior al asesinato de Rosa Luxemburg prácticamente incitaba a cometer ese acto infame... Todos ellos han descubierto súbitamente que tienen una debilidad por esa ‘mujer intelectualmente superior’, por su ‘agudeza de intelecto’, por la ‘naturaleza científica’ de su pensamiento histórico, y rinden tributo ‘al legado’ que le dejó al proletariado...

“Pero lo más amargo es que quien le dio el ímpetu inicial y la apariencia de justicia al ignominioso juego de Stampfer [director del Vorwärts] y Hilferding fue el hombre que en los últimos y decisivos años de la vida de Rosa Luxemburg era uno de sus más cercanos camaradas en la lucha”.

—Um Rosa Luxemburgs Stellung zur russischen Revolution (Sobre la posición de Rosa Luxemburg respecto a la Revolución Rusa, 1922)

Zetkin escribió que el propósito del SPD al explotar el ensayo de Luxemburg mediante mentiras y distorsiones era alejar a los obreros de la lucha por sus propios intereses bajo la bandera comunista:

“Los periódicos de la mayoría [SPD] y de los socialdemócratas independientes [USPD] se aprovecharon de esta valoración crítica de las tácticas bolcheviques con la avidez de perros hambrientos. Lo que buscaban en esa crítica era justificar, invocando el nombre de Luxemburg, los grandes pecados de acción y omisión que sus partidos han cometido contra la revolución”.

Zetkin señaló: “Nadie le negará a Paul Levi su derecho a involucionar. Pero al hacerlo no tiene derecho a invocar a Rosa Luxemburg”. En 1922, la mayor parte de lo que quedó del USPD regresó al SPD. Ese año, Paul Levi también reingresó al partido de Scheidemann, Ebert y Noske: el mismo que había desatado a los Freikorps contra Luxemburg y Liebknecht y aplastado el levantamiento obrero en enero de 1919.

Después de la Acción de Marzo, la dirección del KPD alemán se replegó. Como detallamos en un artículo anterior: “Habiéndose quemado los dedos, los entusiastas de ayer por la ‘ofensiva permanente’ como Brandler, Thalheimer y Meyer ahora se arrodillaban frente al legalismo y la respetabilidad burguesas” (“Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, Spartacist No. 31, agosto de 2001). Pero en enero de 1923, la ocupación francesa del Ruhr provocó una crisis política y económica en la que se hizo evidente el potencial de una revolución proletaria. Esta oportunidad volvió a perderse por la incapacidad de la dirección del partido alemán, cuya pasividad instigaron y alentaron Zinóviev e I.V. Stalin en Moscú.

Nuestros oponentes, sin embargo, opinan que en 1923 un Octubre alemán era imposible. En el fondo, cuestionan la validez de la Revolución de Octubre y el intento de los bolcheviques de extenderla internacionalmente. La línea de Brandler fue siempre el “excepcionalismo ruso”, es decir, quizá el programa de Lenin funcionó en Rusia, pero no aplicaba en Alemania, cuya clase obrera, ostensiblemente más “culta”, estaba supuestamente comprometida con el marco de la democracia parlamentaria. Desde la destrucción de la Unión Soviética, los revisionistas han “descubierto” que el programa de Lenin tampoco funcionó en Rusia, y que el estado obrero soviético fue un “experimento fallido”.

Hoy muchos reformistas y académicos con inclinaciones de izquierda tienen simpatía por Brandler, quien planteaba que era la clase obrera misma la que había fallado. Para él, “la causa decisiva” fue “el obstáculo que representaba la influencia de la socialdemocracia, que seguía siendo demasiado fuerte... En otras palabras, la mayoría de la clase obrera no había sido ganada aún al comunismo” (A. Thalheimer y H. Brandler, “Theses on the October Defeat and on the Present Situation” [Tesis sobre la derrota de octubre y la situación actual], enero de 1924, publicado en International Communism in the Era of Lenin). Negar que hubo oportunidades reales para una victoria revolucionaria en Alemania lleva inexorablemente a la conclusión de que el ascenso de Hitler y el triunfo del fascismo eran inevitables.

Apologistas revisionistas de Zetkin: Los neokautskianos

Estamos por la perspectiva obrera internacional del marxismo, tal como la desarrollaron en la teoría y la práctica Lenin y Trotsky y como quedó encarnada en las decisiones de los primeros cuatro congresos de la Internacional Comunista. Ése es el contexto de nuestra evaluación crítica de Clara Zetkin. Queremos recuperar su mejor trabajo de manos de los socialdemócratas, estalinistas y feministas, que para sus propios fines distorsionan tanto sus contribuciones positivas como sus errores; queremos rescatarlo también de las distorsiones y falsedades de los neokautskianos, ejemplificados prominentemente por John Riddell.

Al centro de estas distorsiones está una acomodación al dominio capitalista y una hostilidad —de hecho y, cada vez más, de palabra— a la Revolución Bolchevique y su significación histórico-mundial como modelo de revolución socialista. Los neokautskianos actuales desdeñan este legado para asumir las prácticas oportunistas de la socialdemocracia alemana. Con este fin, procuran negar el profundo abismo que separaba a la III Internacional de la II. Para ello, le quitan la médula revolucionaria a Zetkin y la sustituyen con su propia visión sumisa y reformista del mundo.

El intento de Riddell por recrear a Zetkin a su imagen y semejanza lo ha llevado a torcer la política de Zetkin hasta hacerla irreconocible. Como no puede ignorar sus innumerables declaraciones contra el feminismo burgués, Riddell hace un truco de magia y redefine la palabra:

“El feminismo es la lucha por la liberación de la mujer y contra el sexismo. Si entendemos así el término, el movimiento de mujeres comunistas fue ciertamente un componente grande y efectivo del feminismo, hasta que el ascenso del estalinismo lo marginó”.

—“Clara Zetkin in the Lion’s Den” (Clara Zetkin en la guarida del león), johnriddell.wordpress.com, 12 de enero de 2014

Los feministas quieren cambiar la sociedad, y con ella la posición de la mujer, cambiando las relaciones sociales dentro de la sociedad capitalista existente. Nosotros entendemos que para liberar a los explotados y oprimidos hay que cambiar las relaciones de las clases con los medios de producción, es decir, abolir la propiedad privada por completo. Como Zetkin sabía, ésa es la diferencia entre la reforma y la revolución. Fue ese entendimiento lo que motivó lo mejor de su trabajo.

Dado que nuestros oponentes rechazan completamente la revolución proletaria como objetivo, la cuestión de la institución de la familia como la principal fuente de opresión de la mujer rara vez aparece en sus escritos. En la práctica, estos supuestos izquierdistas rechazan la centralidad de la familia en la sociedad capitalista. Si se refieren a ella en absoluto, es con un homenaje vacío a Engels y con la mención de los “papeles de género” y la violencia doméstica. Sólo la toma del poder por el proletariado en Rusia en 1917 permitió un atisbo de la profunda transformación necesaria para desarraigar y remplazar a la familia. Remplazar a la familia mediante medios colectivos para la crianza y socialización de los niños es —en un sentido históricamente amplio— el aspecto más radical y transformador del programa marxista para la sociedad futura.

Riddell tiene que ocultar la hostilidad de Zetkin al feminismo porque va en contra de su preocupación principal: la unidad a toda costa, independientemente del programa político y definitivamente cruzando la línea de clases. Según Riddell, Zetkin buscó, como miembro de la Comintern, la unidad de las mujeres de diferentes clases porque:

“Favorecía un enfoque amplio y no partidista, buscando la unidad con corrientes no revolucionarias, la acción en interés del conjunto de la clase obrera y los esfuerzos para ganarse a capas sociales fuera de la clase obrera industrial... Se oponía al enfoque en los intereses de la vanguardia revolucionaria”.

—“Clara Zetkin’s Struggle for the United Front” (La lucha de Clara Zetkin por el frente unido), johnriddell.wordpress.com, 3 de mayo de 2011

Riddell plantea lo anterior como un ejemplo del “frente unido”, un concepto que él le atribuye principalmente a Zetkin. No es fácil contar la cantidad de modos en que esto está totalmente equivocado. En primer lugar, la oposición de Zetkin al feminismo burgués nunca disminuyó en lo más mínimo. En segundo lugar, Riddell falsea por completo la táctica del frente unido tal como la desarrolló la IC: era una herramienta del partido en su lucha por la hegemonía política entre las masas proletarias mediante la unidad en la acción con los reformistas y centristas que aún tenían autoridad en el movimiento obrero. Ello significaba un tajante combate político durante el curso de una acción unificada. Como escribió Trotsky:

“Rompimos con los reformistas y centristas a fin de obtener una completa libertad para criticar la perfidia, la traición, la indecisión y el espíritu conciliador en el movimiento obrero. Por esta razón, toda clase de acuerdo organizativo que coarte nuestra libertad de crítica y de agitación es completamente inaceptable para nosotros. Participamos en un frente unido, pero en ningún instante nos diluimos en él. Actuamos en el frente unido como un destacamento independiente”.

—“On the United Front” (Sobre el frente unido, marzo de 1922)

Por ejemplo, un frente unido para llevar a cabo una acción común en torno a exigencias específicas y concretas —v.gr., en defensa del derecho al aborto— bien podría incluir a feministas burgueses, cuya política de confianza en el estado capitalista sería implacablemente expuesta por el partido leninista.

Pero Riddell emplea la retórica aclasista de la “unidad” para subordinar los intereses del proletariado a los de la pequeña burguesía o la burguesía —a eso llama él “frente unido”—. En realidad, no está argumentando sino por un renacido “partido de toda la clase” kautskiano, una vuelta cabal a la socialdemocracia en contraposición al leninismo revolucionario. Riddell favorece abiertamente a los partidos supuestamente socialistas que apoyan y forman gobiernos parlamentarios burgueses, a los cuales califica falsamente de “gobiernos obreros”. Por el contrario, un régimen parlamentario encabezado por un partido socialdemócrata es un gobierno capitalista, no un “gobierno obrero” ni un “gobierno reformista”. Para 1923, el llamado por un “gobierno obrero” parlamentario con los socialdemócratas era una parte intrínseca de la interpretación derechista que la dirección del KPD hacía del frente unido y fue uno de los factores de la derrota del levantamiento revolucionario en Alemania. Como Lenin, los espartaquistas hemos insistido siempre en que un gobierno obrero no puede ser más que la dictadura del proletariado.

No es ninguna sorpresa que John Riddell defienda a Paul Levi como una víctima de la política fraccional en el partido alemán y la Comintern. Levi, según Riddell, fue “una voz de cautela” que “presionaba a los comunistas a tomar iniciativas incluyentes, destinadas a restaurar la unidad en la acción del conjunto de la clase obrera” (“Why Did Paul Levi Lose Out in the German Communist Leadership?” [¿Por qué perdió Paul Levi en la dirección comunista alemana?], johnriddell.wordpress.com, 5 de julio de 2013). Riddell argumenta que la base obrera misma del partido alemán era “ultraizquierdista” y ella era la fuente del problema, declarando que “en Alemania, sólo una dirección unida y con autoridad habría podido persuadir a esa vanguardia de luchar por la unidad con otras fuerzas obreras más conservadoras”. Riddell culpa a la “intervención partidista de los líderes de la Comintern en la disputa alemana” de haberle hecho “imposible a la dirección alemana restaurar su unidad mediante las lecciones de [su] propia experiencia en Alemania. La participación de Moscú tendió a congelar los alineamientos alemanes”.

En su ansia por la “unidad, unidad” independientemente del programa político, Riddell mezcla toda la disputa respecto a la “teoría de la ofensiva” con otra lucha anterior en la IC contra los comunistas de izquierda. Lenin escribió su folleto El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo (1920) específicamente para responder a la afección del ultraizquierdismo. En ese momento, el ultraizquierdismo tenía cierta base de masas en la clase obrera: muchos ultraizquierdistas eran obreros sindicalistas o anarquistas que, ante las traiciones de la socialdemocracia, rechazaban la actividad parlamentaria, el trabajo en sindicatos dirigidos por reformistas e incluso la idea misma de un partido obrero. En 1919, Paul Levi llegó a echar a esos obreros del KPD en su búsqueda de “unidad” con el USPD.

Lenin buscó reagrupar en la IC no sólo a los mejores elementos de los partidos socialistas, sino también a estos obreros anarquistas y sindicalistas subjetivamente revolucionarios. Enfatizando que el partido de vanguardia debía construirse cuidadosa y conscientemente mediante la lucha política interna y el combate externo con las fuerzas reformistas y centristas, Lenin escribió: “¿No sería mejor que los saludos dirigidos a los soviets y a los bolcheviques estuvieran con mayor frecuencia acompañados por un serio análisis de las causas que permitieron a los bolcheviques forjar la disciplina que necesita el proletariado revolucionario?”.

Riddell también quiere disminuir el papel de Lenin en la lucha de la IC contra la “teoría de la ofensiva”. Presenta a Zetkin como la heroína del debate con su afirmación de que “su discusión con Lenin ayudó a Zetkin a ganar a los dirigentes comunistas rusos a su crítica de la desastrosa ‘Acción de Marzo’” (“Clara Zetkin in the Lion’s Den”). De hecho, Lenin salvó la militancia de Zetkin en el partido mediante sus implacables argumentos respecto a la oposición que ella mantenía a la expulsión de Levi. Al mismo tiempo, Lenin dejó claro que acogería a Levi de vuelta en el partido si éste reconocía lo destructiva que había sido su ruptura de la disciplina. Haciendo un recuento de algunas de estas discusiones, los Recuerdos de Zetkin muestran su camaradería con Lenin, en la que las diferencias políticas tajantes no eran obstáculo para las relaciones personales cálidas. A Riddell debe sacarlo de quicio ver semejante amistad entre Zetkin y el hombre al que él acusa falsamente de “menospreciar a las mujeres” (“Clara Zetkin in the Lion’s Den”).

¡Por un partido revolucionario internacionalista!

En una serie de escritos que comenzó pocos meses después de la debacle de octubre de 1923 en Alemania, Trotsky emprendió una evaluación crítica de los problemas políticos de los sucesos alemanes, la cual llevó a su obra de 1924, Lecciones de Octubre. Trotsky contrasta los sucesos alemanes con el Octubre ruso, señalando que un sector de la dirigencia del Partido Bolchevique, en torno a Lev Kámenev y Zinóviev, se había opuesto a la organización de la toma del poder en 1917. Trotsky detalla la serie de luchas que Lenin libró tras el estallido de la revolución en febrero de 1917 para rearmar al partido. Estas luchas hicieron posible la victoria de Octubre. La principal cuestión en disputa era “si se debía luchar por el poder y asumirlo, o no”. Trotsky afirmó:

“Si se conceptúa ‘bolchevismo’ una educación, un temple, una organización de la vanguardia proletaria capaz de tomar el poder por la fuerza; si se conceptúa ‘socialdemocracia’ el reformismo y la oposición dentro del marco de la sociedad burguesa, así como la adaptación a la legalidad de ésta, o sea la educación de las masas en la idea de la inconmovilidad del estado burgués, claro está que la lucha entre las tendencias socialdemócratas y el bolchevismo, incluso en un partido comunista que no surge armado de la forja de la historia, debe manifestarse de la manera más perentoria y franca cuando se plantea directamente la cuestión del poder en periodo revolucionario”.

Aquí Trotsky subrayó que la lucha por la claridad en un partido leninista nunca está “terminada” y no es asunto exclusivo de algún individuo. Los partidos leninistas dependen de un colectivo de camaradas, con sus fortalezas y sus debilidades, para desarrollar y llevar a cabo la línea revolucionaria determinada mediante el debate y la decisión centralistas-democráticos en el partido en su conjunto. Como parte de un colectivo con Luxemburg, Liebknecht y otros camaradas talentosos, Paul Levi era un propagandista útil a la causa comunista. Pero tras la auténtica decapitación del partido alemán, en lugar de luchar por recuperar el curso, en la primavera de 1921 recayó en sus proclividades socialdemócratas. Zetkin decidió unirse a un colectivo diferente, el de los bolcheviques y la III Internacional, en el que luchó junto con Lenin para forjar una nueva arma de la revolución mundial. Tristemente, cuando empezó la estalinización de la IC en 1924, ella se alineó, con casi 70 años y una vida de enfermedad crónica.

Hoy, en la Liga Comunista Internacional buscamos defender y extender las lecciones revolucionarias de la Internacional Comunista de Lenin. Como enfatizó Trotsky en Lecciones de Octubre: “No puede triunfar la revolución 
proletaria sin el partido, aparte del 
partido, al encuentro del partido
 o por un sucedáneo del partido”.

 

Spartacist (edición en español) No. 39

SpE No. 39

Agosto de 2015

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Los frutos de la colaboración de clases estalinista

Grecia en la década de 1940: Una revolución traicionada

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Clara Zetkin y la lucha por la III Internacional

(Mujer y Revolución)

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Carta de la LCI a Revolutionary History en 1991

Contra los apologistas reformistas del fascismo ucraniano

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Una corrección a nuestro folleto de 1994 sobre Militant Labour

La policía y la Revolución Alemana de 1918-1919

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De los archivos del marxismo

La política bolchevique durante la Primera Guerra Mundial

“Pacifismo o marxismo” por Grigorii Zinóviev