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Spartacist (edición en español)
Número 39 |
Agosto de 2015 |
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Los frutos de la colaboración de clases estalinista
Grecia en la década de 1940: Una revolución traicionada
La implosión económica de Grecia en medio de la recesión global ha convertido a este pequeño país capitalista en un barril de pólvora. Grecia ha sido víctima del saqueo por parte de las potencias imperialistas de la Unión Europea (UE), al tiempo que la acomodaticia burguesía griega inflige muchísimo dolor y sufrimiento a las masas trabajadoras. Ante la amenaza de la indigencia y el hambre, el combativo proletariado ha tomado las calles una y otra vez durante los últimos años en manifestaciones masivas y huelgas de protesta. Al mismo tiempo, el grupo fascista Amanecer Dorado, que toma inspiración de los nazis de Hitler y cuenta con respaldo considerable entre la policía y la oficialidad militar, ha crecido enormemente, llevando a cabo ataques cada vez más atrevidos contra los inmigrantes y la izquierda.
En ambos lados de la línea de clases, la aguda polarización de la sociedad griega ha traído amargos recuerdos de la Guerra Civil de la década de 1940, que enfrentó al grueso de los obreros y campesinos bajo la dirección del Partido Comunista (KKE) contra la clase dominante griega y sus patrocinadores imperialistas. Siete décadas después, estos eventos siguen vivos en la conciencia de la clase obrera.
La Segunda Guerra Mundial fue incluso más horrenda en términos de devastación y brutalidad que la Primera Guerra Mundial interimperialista de 1914-1918. La maquinaria de la muerte de los campos de concentración nazis, por una parte, y el bombardeo incendiario (y nuclear) deliberado contra cientos de miles de civiles alemanes y japoneses, por otra, epitomizaron la bestialidad de los imperialistas, al igual que la hambruna orquestada por los británicos en la India colonial, donde la especulación en tiempos de guerra y la política imperialista deliberada llevaron a la muerte a más de un millón de personas. La población griega también sufrió esta clase de brutalidad imperialista. Durante la ocupación del país por parte de los imperialistas italianos y alemanes y sus aliados búlgaros, se estima que murieron 550 mil personas de una población de un poco más de 7 millones, en buena parte como resultado de la hambruna, pero también a través de masacres sistemáticas y el arrasamiento de pueblos enteros. Decenas de miles más, particularmente obreros e izquierdistas, fueron masacrados posteriormente por la burguesía griega y sus patrocinadores británicos (y más tarde estadounidenses).
Las masas griegas lucharon con valor y dedicación. Los estragos causados por las fuerzas de ocupación alemanas y el saqueo sistemático del país desencadenaron un movimiento de resistencia más o menos espontáneo en las ciudades y los pueblos. El KKE se colocó a la cabeza de la resistencia. El KKE fundó y dominó el Frente Nacional de Liberación (EAM), una coalición con pequeños grupos de socialdemócratas, liberales burgueses y populistas agrarios pequeñoburgueses. Cuadros del KKE como Aris Velouchiotis transformaron las bandas de guerrilleros de las montañas en el Ejército de Liberación del Pueblo Griego (ELAS), brazo armado del EAM. De manera notable, el Frente Obrero de Liberación Nacional (EEAM), basado en los sindicatos, fue lanzado en julio de 1941, dos meses antes que el propio EAM. También iniciado y dirigido por el KKE, el EEAM se convirtió en la organización hegemónica del proletariado griego durante la guerra. Bajo la dirección del EEAM, los barrios obreros de Atenas y otras ciudades grandes fueron transformados en fortalezas contra los invasores.
Para abril de 1944, el 90 por ciento de la Grecia continental estaba en manos del movimiento de resistencia. Cuando el III Reich nazi comenzó a resquebrajarse ante los embates del Ejército Rojo soviético y los alemanes se vieron obligados a retirarse de Grecia, las fuerzas dirigidas por el KKE se encontraron al mando indisputado del país. El EAM contaba con el respaldo de la enorme mayoría de la población. Su Organización Juvenil Panhelénica Unificada contaba con medio millón de miembros. Para el final de la ocupación, el ELAS tenía al menos 70 mil combatientes bien armados, además de una gran reserva.
La clase obrera en Atenas, El Pireo, Salónica y otras ciudades desempeñó un papel central y organizado en la Resistencia, marcado por varias huelgas generales y protestas masivas contra la devastación causada por las fuerzas de ocupación. La lucha obrera continuó después de la retirada alemana, como ejemplificó la Dekemvriana, un levantamiento en Atenas en diciembre de 1944 contra las fuerzas combinadas del estado capitalista griego y un ejército expedicionario británico.
Era evidente que existía una situación favorable para que los obreros dirigidos por los comunistas tomaran el poder y ajustaran cuentas con sus opresores capitalistas. Incluso el virulentamente anticomunista Chris Woodhouse, un agente británico lanzado en paracaídas a Grecia durante la ocupación, admite:
“Si el EAM/ELAS hubiera estado determinado a tomar el poder con violencia después de la liberación de Grecia, la capital estaba esperándolos para que lo hicieran el día que los alemanes se fueron. Sólo hubieran podido ser expulsados, si se hubiera decidido así, a través de una costosa invasión, que la presión de los Aliados y la opinión pública hubieran hecho imposible. Por todos los cálculos concebibles, es imposible pensar que pueda darse una oportunidad mejor”.
—Woodhouse, Apple of Discord: A Survey of Recent Greek Politics in Their International Setting
(La manzana de la discordia: Un estudio de la política griega reciente en su contexto internacional, Londres: Hutchinson & Co., 1948)
Sin embargo, el KKE se negó a luchar por el poder. ¿Por qué? ¿Por qué la Dekemvriana terminó en una derrota sangrienta como la Guerra Civil Española de los años 30 y no en una victoria como la Revolución Bolchevique de 1917? Esta pregunta sigue atormentando al KKE, pero no puede ser contestada dentro del marco de la política estalinista del propio KKE. Un entendimiento crítico de las lecciones de la Guerra Civil Griega —esencial para forjar un auténtico partido comunista de vanguardia en Grecia— puede derivarse únicamente del punto de vista del trotskismo, la continuidad del bolchevismo de V.I. Lenin.
Estalinismo vs. bolchevismo
En la secuela del colapso contrarrevolucionario de la Unión Soviética y los estados obreros burocráticamente deformados de Europa Central y Oriental en 1989-1992, el KKE permanece como uno de los pocos partidos comunistas de masas que no ha repudiado formalmente la Revolución Rusa de octubre de 1917. Su papel decisivo en la Guerra Civil y su larga historia de persecución y martirio a manos del estado le han conferido un aura inmerecida de combatividad revolucionaria. Durante los últimos años, el KKE, que tiene su base entre los sectores más combativos de la clase obrera y ocupa un nicho como la “extrema izquierda” de la política parlamentaria griega, ha proclamado su rechazo a cualquier tipo de coalición electoral con los partidos burgueses y ha criticado tajantemente su propio papel en la Guerra Civil.
El actual ciclo de autocrítica en el KKE es claramente un proceso en desarrollo. En 2011, publicaron el segundo volumen de su Dokimio istorias tou KKE (Ensayo sobre la historia del KKE, Atenas: Sychroni Epohi, 2011), que incluye una serie de divergencias con el primer volumen, publicado originalmente en 1995. Desde la publicación del segundo volumen, el KKE ha anunciado que pretende publicar una nueva versión del primero. Mientras tanto, la prensa del partido produce regularmente nuevas revelaciones de dónde se equivocaron el KKE y el “movimiento comunista internacional”. En un artículo reciente de su periódico, Rizospastis (Radical), titulado “Páginas de los años 1941-1944”, el KKE afirma:
“La lucha del KKE en la década de 1940-1949, con la lucha armada del EAM-ELAS en diciembre de 1944 y el Ejército Democrático de Grecia (1946-1949), es la mayor ofrenda de nuestro partido a la clase obrera y a los demás sectores populares pobres, así como su más grande contribución a la actividad del movimiento comunista internacional en el siglo XX.
“Sin embargo, quedó confirmado tanto en Grecia como al nivel internacional que los movimientos más grandiosos están condenados inevitablemente a la derrota si su vanguardia no puede resolver correctamente la cuestión fundamental de toda lucha política: la cuestión del poder. El dilema planteado era necesariamente: o el poder burgués o el poder obrero, y no podía ser de otro modo. Sin embargo, aunque era claramente un blanco de la burguesía, el KKE contrapuso la estrategia de la ‘unidad nacional’”.
—Rizospastis, 22 de diciembre de 2013
Esta declaración plantea más preguntas que respuestas. ¿Por qué una autoproclamada vanguardia comunista habría de desviar la lucha por el poder obrero al callejón sin salida de la “unidad nacional” burguesa, y por qué sucedió esto no sólo en Grecia, sino también en España, Francia, Italia y otros lugares, como Sudáfrica por ejemplo? Los ideólogos del KKE no nos lo dicen. Y en realidad no pueden hacerlo, porque ello los obligaría a rastrear esta traición nacionalista y colaboracionista de clases hasta sus orígenes estalinistas.
El KKE glorifica a Stalin como “uno de los líderes preeminentes del proletariado de la URSS y también del movimiento comunista internacional” (“I.V. Stalin: Su enorme contribución a la causa de la construcción del socialismo”, Rizospastis, 17-19 de diciembre de 2010). De hecho, Stalin fue el sepulturero de la revolución; el estalinismo no es la continuación del programa proletario, revolucionario e internacionalista del bolchevismo, sino un resurgimiento de su enemigo mortal en 1917: la política coalicionista menchevique de colaboración de clases.
El derrocamiento de la autocracia zarista durante la Revolución de Febrero de 1917 condujo a un periodo de poder dual, en el que los soviets (consejos) de obreros y soldados se enfrentaron al débil Gobierno Provisional burgués. Mientras permanecieron como la fuerza dominante en los soviets, los mencheviques y sus aliados, los socialrevolucionarios pequeñoburgueses basados en el campesinado, trataron de devolver a la burguesía el poder que los obreros habían conquistado, llegando incluso a unirse al Gobierno Provisional en una coalición con los partidos burgueses. Contra el coalicionismo menchevique —precursor del “frente popular” de Stalin—, los bolcheviques impulsaron la consigna “¡Todo el poder a los soviets!”.
Para ganar al Partido Bolchevique a esta perspectiva revolucionaria, Lenin tuvo que dar una aguda lucha interna. Antes del regreso de Lenin a Rusia a principios de abril, la dirección bolchevique bajo Stalin y Lev Kámenev conciliaba a los mencheviques y otorgó su apoyo condicional al Gobierno Provisional, afirmando que esto correspondía a la vieja consigna bolchevique por la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”. El objetivo de las “Tesis de Abril” de Lenin fue rearmar al Partido Bolchevique, trazar un curso de lucha hacia la dictadura del proletariado y convencer a las masas de que “los soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario” (“Las tareas del proletariado en la actual revolución”, abril de 1917). Al impulsar esta perspectiva, Lenin renunció explícitamente a la concepción previa de que la Revolución Rusa tomaría la forma de una “dictadura democrática”.
Aunque los ideólogos del KKE —que ocasionalmente citan las Tesis de Abril— afirmen lo contrario, la conclusión de Lenin era operativamente congruente con la concepción de Trotsky de la revolución permanente: el proletariado ruso podía llegar al poder antes que el proletariado occidental y se vería obligado a trascender las tareas democrático-burguesas de la revolución y a emprender medidas socialistas. A su vez, Trotsky fue ganado a la perspectiva de Lenin sobre el partido de vanguardia, lo que permitió una sólida fusión de sus fuerzas. La lucha de Lenin en abril sentó las bases para la victoria de los bolcheviques en octubre.
En Rusia, incluso más que en Grecia, el proletariado era diminuto en comparación con la pequeña burguesía, formada por un campesinado oprimido, empobrecido y atrasado. Los bolcheviques no conciliaron a los socialrevolucionarios, cuya defensa del orden burgués estaba de hecho contrapuesta a la sed de tierra de su base campesina. En cambio, el proletariado dirigido por los bolcheviques conquistó a las multitudinarias masas campesinas, incluidas las filas campesinas del ejército ruso en descomposición, al luchar por barrer con el dominio de los capitalistas y los terratenientes rapaces y por expropiar sus propiedades.
La Internacional Comunista (IC o Comintern) se fundó en 1919 para combatir por la revolución socialista mundial. Sin embargo, la oleada revolucionaria de la posguerra en Europa, inspirada por Octubre, no llevó a los obreros a conquistar el poder, en gran medida por la falta de madurez de la vanguardia comunista en esos países. Para finales de 1923, Lenin yacía en su lecho de muerte debido a una apoplejía, y Trotsky, que había forjado el Ejército Rojo y a ojos de las masas soviéticas sólo era superado por Lenin, se encontraba cada vez más aislado por el triunvirato de Iosif Stalin, Lev Kámenev y Grigorii Zinóviev. El fracaso de la Revolución Alemana en octubre de 1923 fue un golpe particularmente amargo. Para la Unión Soviética implicó enfrentar un periodo indefinido de aislamiento.
En ese contexto, una capa burocrática conservadora en el partido y el estado soviéticos, dirigida por Stalin, logró usurpar el poder político del proletariado. Este acontecimiento se manifestó en la elección amañada de delegados para la XIII Conferencia del Partido en enero de 1924, que le permitió a la poco definida Oposición de Izquierda formada en torno a Trotsky sólo tres delegados a pesar del amplio apoyo del que gozaba en el partido. La consolidación de esta contrarrevolución política, que Trotsky combatió a cada paso, estuvo marcada por una serie de traiciones cada vez más abiertas contra el proletariado internacional y, para fines de la década de 1930, por la exterminación a gran escala de prácticamente todos los cuadros dirigentes del Partido Bolchevique de 1917. Aunque la Unión Soviética aún se basaba en la economía nacionalizada, la planificación centralizada y el monopolio estatal del comercio exterior instaurados por la Revolución Bolchevique, a partir de 1924 cambió la gente que gobernaba la Unión Soviética, el modo en que la gobernaban y los propósitos para los cuales la gobernaban. Este entendimiento debe ser el punto de partida para todos los elementos con mentalidad revolucionaria al interior y en torno al KKE.
La declaración de Stalin a finales de 1924 de que era posible alcanzar el socialismo en un solo país dio voz a las aspiraciones de una burocracia conservadora centrada en Rusia que ansiaba preservar su posición relativamente privilegiada, oponiéndose a las “aventuras” revolucionarias. Esto estaba en contraposición absoluta con la perspectiva bolchevique de que la Revolución de Octubre era tan sólo la primera en una serie de revoluciones proletarias que habrían de extenderse a los países capitalistas avanzados de Europa y el resto del mundo. Los orígenes del revisionismo inherente a la búsqueda inútil de la “coexistencia pacífica” con el imperialismo se remontan a este dogma de Stalin (y no, como quisiera hacer creer la dirección del KKE, a un discurso que dio Nikita Jruschov, el sucesor de Stalin, en 1956). En 1926, la burocracia soviética, a través del Comité Anglo-Ruso de Unidad Sindical, proporcionó una cobertura de izquierda para los falsos dirigentes del Congreso de Sindicatos británico al mismo tiempo que éstos traicionaban la Huelga General. Durante la Revolución China de 1925-1927, Stalin y su entonces aliado, Nikolai Bujarin, promovieron la liquidación del Partido Comunista Chino en el Guomindang nacionalista burgués, lo que condujo al descabezamiento del proletariado chino a manos del carnicero nacionalista Chiang Kai-shek, al que Stalin hizo miembro honorario del Comité Ejecutivo de la Comintern en 1926.
Estas ruinosas políticas antirrevolucionarias fueron codificadas en el proyecto de programa redactado por Stalin y Bujarin para el VI Congreso de la Comintern en 1928. Hasta 1924, todos los marxistas, incluido Stalin, rechazaban la noción de que una sociedad socialista igualitaria —que debería basarse necesariamente en una división internacional del trabajo y un nivel de productividad mucho más elevado que incluso el de los países capitalistas más avanzados— pudiera construirse en un solo país. En su “Crítica del Programa de la Internacional Comunista”, Trotsky sacó a la luz las implicaciones nacional-reformistas de este dogma antimarxista:
“La nueva doctrina dice: puede organizarse el socialismo en un estado nacional a condición de que no se produzca una intervención armada. De ahí puede y debe desprenderse una política colaboracionista hacia la burguesía del exterior, a pesar de todas las declaraciones solemnes del proyecto de programa. El fin es evitar la intervención; en efecto, esto garantizará la organización del socialismo, y así el problema histórico fundamental estará resuelto. La misión de los partidos de la Internacional Comunista toma de esta manera un carácter secundario: preservar a la URSS de las intervenciones, y no luchar por la conquista del poder...
“Si el socialismo es realizable en el marco nacional de la URSS atrasada, lo será mucho más en el de la Alemania avanzada. Mañana, los responsables del Partido Comunista Alemán desarrollarán esta teoría. El proyecto de programa les da ese derecho. Pasado mañana le tocará el turno al Partido Comunista Francés. Eso será el comienzo de la descomposición de la Internacional Comunista, que seguirá la línea política del socialpatriotismo”.
—Trotsky, La Internacional Comunista después de Lenin (1928)
La política socialpatriota de “unidad nacional” del KKE fluye lógicamente del hecho de que sigue adhiriéndose al “socialismo en un solo país”.
1935: El congreso de liquidación
de la Comintern
Poco después del VI Congreso, Stalin proclamó el llamado Tercer Periodo, en el que la revolución supuestamente era inminente en todas partes. Los partidos comunistas rechazaron los sindicatos existentes, declararon “socialfascistas” a los socialdemócratas e iniciaron una serie de aventuras sectarias, lo que provocó que estos partidos quedaran cada vez más aislados de las masas del proletariado organizado. Este interludio seudoizquierdista llegó a un pináculo cuando la dirección comunista alemana se negó a exigir que la socialdemocracia reformista se uniera a ellos en un frente unido obrero contra los nazis, lo cual permitió que Hitler llegara al poder en 1933 sin necesidad de disparar un solo tiro.
Hasta la debacle en Alemania, Trotsky y sus partidarios en la Oposición de Izquierda Internacional se habían considerado a sí mismos una fracción expulsada de la IC. Pero cuando la victoria nazi no provocó protesta interna alguna, Trotsky declaró: “Que la Comintern haya seguido sorda implica que ya es un cadáver” (“Es imposible permanecer en la misma ‘Internacional’ con Stalin, Manuilski, Lozovski y Cía.”, julio de 1933). La tarea ahora era construir la IV Internacional. La burocracia soviética ya no podía ser removida del poder, concluyó Trotsky, sin una revolución política proletaria —una revolución con la premisa de defender incondicionalmente al estado obrero soviético— dirigida por un nuevo partido bolchevique-leninista.
En pánico por la victoria nazi, Stalin insistió en que todo había salido como debía, al tiempo que revertía el curso hacia una alianza abierta con las “democracias” imperialistas. El nuevo orden del día era el “frente popular contra el fascismo”, una coalición electoral con partidos burgueses necesariamente limitada a un programa de reformas burguesas. Esta nueva traición fue codificada en el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935, descrito por Trotsky como “el congreso de liquidación de la Comintern” (agosto de 1935). El esbirro de Stalin, Georgi Dimítrov, declaró en el Congreso:
“Ahora las masas trabajadoras en varios países capitalistas enfrentan la necesidad de tomar una decisión definitiva, y de tomarla hoy, no entre la dictadura proletaria y la democracia burguesa, sino entre la democracia burguesa y el fascismo”.
—Dimítrov, The United Front Against Fascism
(El frente unido contra el fascismo, Sydney:
Current Book Distributors, 1945)
En las raras ocasiones en que hacen referencia al VII Congreso, los portavoces del KKE caminan de puntitas a través de este campo minado político. Aunque el KKE dice rechazar, por ahora, las coaliciones electorales, llama continuamente por el “poder popular”, la “alianza popular” y demás, apelando a la pequeña burguesía sobre la base del populismo burgués. Y hace sólo unos años, el KKE cacareaba: “El VII Congreso de la IC armó al movimiento obrero internacional con una concepción clara de las perspectivas de la lucha contra el fascismo y la guerra” (Dokimio istorias tou KKE, Vol. 1 [sexta edición, Atenas: Sychroni Epohi, 2011]).
“Armados” de este modo, los estalinistas se convirtieron en un bastión del podrido orden burgués internacionalmente, como lo habían sido los socialdemócratas desde 1914. La política del frente popular fue aplicada desde EE.UU. hasta Europa y en muchos otros lugares. Cuando una huelga general planteó un reto al orden capitalista en Francia tras la victoria electoral del Frente Popular en 1936, el líder estalinista Maurice Thorez hizo la famosa declaración de que hay que saber terminar una huelga. En la Guerra Civil Española de 1936-1939, los estalinistas se convirtieron en “la vanguardia militante de la contrarrevolución burguesa-republicana” (León Trotsky, “Clase, partido y dirección: ¿por qué ha sido vencido el proletariado español?”, agosto de 1940). Determinados a convencer a los aliados “democráticos”, tan ansiados por Stalin, de que podían confiar en él, los estalinistas hicieron todo lo posible para suprimir al proletariado revolucionario de España: detuvieron y exterminaron a los obreros combativos que desafiaban al gobierno del Frente Popular, aplastaron físicamente el heroico levantamiento de 1937 en Barcelona y en última instancia abrieron la puerta a décadas de reacción franquista (ver “Trotskismo vs. frentepopulismo en la Guerra Civil Española”, Spartacist No. 36, noviembre de 2009).
El frente popular, escribió Trotsky, “es el problema principal de la estrategia de clase proletaria en esta etapa. Es a la vez el mejor criterio para trazar la diferencia entre el bolchevismo y el menchevismo” (“Carta al RSAP”, julio de 1936). El estalinismo es el menchevismo recalentado. Los partidarios del KKE que busquen un camino hacia la revolución socialista deben lidiar con ello programáticamente.
La política leninista durante
la Segunda Guerra Mundial
La crítica del KKE contra la “unidad nacional” es una farsa vacía en tanto se niegue a repudiar su apoyo a los aliados “democráticos” imperialistas de Stalin durante la Segunda Guerra Mundial. Los auténticos leninistas —es decir, los trotskistas— se guiaban por el internacionalismo revolucionario de los bolcheviques en la Primera Guerra Mundial. Desde el estallido de la guerra en agosto de 1914, Lenin luchó por una completa ruptura con los traidores de clase socialpatriotas de la II Internacional y por la oposición intransigente a su política de la “paz civil”, es decir, la colaboración de clases en nombre de la “defensa de la patria”. Los bolcheviques contrapusieron la consigna: ¡transformar la guerra imperialista en guerra civil!
Durante la Segunda Guerra Mundial, la IV Internacional estuvo por el derrotismo revolucionario respecto a todos los contendientes imperialistas —tanto de las potencias aliadas como las del Eje—, al tiempo que apoyaban los esfuerzos de los pueblos coloniales y semicoloniales por liberarse del yugo imperialista, en la medida en que estas luchas no estaban decisivamente subordinadas a una u otra potencia imperialista. Una diferencia crucial respecto a la Primera Guerra Mundial, sin embargo, era la existencia de la Unión Soviética, a la que los trotskistas defendían incondicionalmente contra el ataque imperialista y la contrarrevolución interna.
Al mismo tiempo, la extendida percepción popular de que los Aliados imperialistas en la Segunda Guerra Mundial estaban librando una guerra progresista y democrática contra el fascismo, en particular contra el barbárico régimen de Hitler en Alemania, planteó varias dificultades tácticas para los trotskistas. Mientras que los socialdemócratas estaban ampliamente desacreditados para finales de la Primera Guerra Mundial, después de la Segunda Guerra Mundial los reformistas, principalmente los estalinistas, emergieron con un incremento enorme en su autoridad producto de su papel dirigente en la “resistencia antifascista” frentepopulista. De hecho, fue la Unión Soviética la que cargó con el grueso de la lucha contra la Alemania de Hitler, y fue el Ejército Rojo el que derrotó al flagelo fascista. Del lado de los imperialistas, sin embargo, esta guerra no estaba menos dedicada a la redivisión del mundo que la Primera Guerra Mundial, como pudo verse de manera evidente en el Norte de África, el Asia del Sur y la Cuenca del Pacífico. Como demostró el orden de la posguerra, los imperialistas occidentales combatieron para salvaguardar al mundo para la explotación neocolonial, la reacción derechista y todos los concomitantes males que son inherentes al capitalismo, incluido el actual resurgimiento del fascismo.
Escribiendo unos meses antes del VII Congreso de la IC, Trotsky delineó la política que habrían de seguir los bolcheviques-leninistas en el venidero conflicto interimperialista y anticipó el pérfido papel que desempeñaría el estalinismo:
“El proletariado internacional no dejará de defender a la URSS aun si ésta se ve obligada a forjar una alianza militar con unos imperialistas en contra de otros. Pero entonces, más que nunca, el proletariado internacional tendrá que salvaguardar su total independencia política de la diplomacia soviética y, por lo tanto, también de la burocracia de la Tercera Internacional...
“El proletariado de un país imperialista aliado a la URSS debe mantener total y absolutamente su intransigente hostilidad hacia el gobierno imperialista de su propio país”.
—“La guerra y la Cuarta Internacional” (1934)
Frustrado por no haber logrado ganarse a los imperialistas “democráticos”, Stalin selló un pacto de “no agresión” con la Alemania nazi en la víspera de la invasión de Hitler contra Polonia en septiembre de 1939. Los partidos comunistas en las democracias occidentales atravesaron otra breve fase izquierdista durante la cual sus imperialistas fueron ampliamente denunciados (sin prácticamente crítica alguna contra el imperialismo alemán bajo el nazismo). El pacto Hitler-Stalin colapsó dramáticamente el 22 de junio de 1941, cuando las fuerzas alemanas atacaron a la Unión Soviética. Stalin quedó paralizado tras la invasión, habiendo decapitado al alto mando soviético durante las sangrientas purgas de finales de la década de 1930, y habiendo luego hecho caso omiso de las advertencias acerca de los planes bélicos de los nazis proporcionadas por las redes de espionaje soviéticas en Europa Occidental y Japón. El costo para el Ejército Rojo y los pueblos soviéticos de la conmovedora fe del vozhd (líder en ruso) en el führer nazi fue incalculable.
Cuando Hitler atacó a la Unión Soviética, los trotskistas encarcelados en los campos de Siberia exigieron que se les permitiera combatir en la primera línea de defensa del país natal de la Revolución de Octubre. Alrededor del mundo, junto con los obreros avanzados de todos los países, los miembros de la IV Internacional celebraron cada victoria del Ejército Rojo contra la maquinaria bélica nazi. Pero no se arrastraron ante los gobernantes capitalistas ni se regodearon en el lodo de la democracia burguesa. Por su parte, los estalinistas súbitamente se volvieron los mejores defensores de las clases dominantes imperialistas “democráticas”, cuya rapacidad habían denunciado apenas la víspera.
La guerra llegó a Grecia con la invasión italiana en octubre de 1940. Después de que las tropas de Mussolini fueron repelidas, en abril de 1941 Hitler envió a la Wehrmacht a ocupar el país y apuntalar el flanco sur de las potencias del Eje. Desde 1936, los obreros y campesinos griegos habían padecido la dictadura de Ioannis Metaxás. A pesar de la admiración del dictador por los regímenes fascistas de Alemania e Italia, hasta el momento de la invasión italiana, Metaxás había intentado seguir una política de neutralidad probritánica. Gran Bretaña había sido la gran potencia patrona de Grecia desde el nacimiento de esta última como estado moderno.
Durante la Primera Guerra Mundial, Lenin reprochó tajantemente a los “socialistas” que utilizaban los apuros de los países pequeños arrastrados a la guerra interimperialista como justificación de la defensa de su patria. Como lo puso más tarde en una polémica contra el revisionista alemán Karl Kautsky: “Si se trata de una guerra reaccionaria, de una guerra imperialista, es decir, si la hacen dos grupos mundiales de la burguesía reaccionaria imperialista, rapaz y expoliadora, entonces, toda burguesía (incluso la de un país pequeño) se hace partícipe de la rapiña, y mi deber, como representante del proletariado revolucionario, es preparar la revolución proletaria mundial como la única salvación de los horrores de una matanza mundial” (La revolución proletaria y el renegado Kautsky [1918]). Sin embargo, la efusión de “unidad nacional” griega que siguió a la invasión italiana fue fielmente secundada por Nikos Zachariadis, dirigente del KKE encarcelado, junto con muchos otros izquierdistas, en los campos de Metaxás. En una carta abierta, que el KKE todavía reivindica, Zachariadis exhortaba: “Debemos dar todas nuestras fuerzas, sin reserva alguna, a esta guerra dirigida por el gobierno de Metaxás (reimpreso en Richard Clogg, ed. Greece 1940-1949: Occupation, Resistance, Civil War [Grecia, 1940-1949: Ocupación, Resistencia y Guerra Civil, Londres: Palgrave Macmillan, 2002]).
El KKE lanzó el Frente Nacional de Liberación y el ELAS como su fuerza de combate sólo después del ataque contra la Unión Soviética. El nombre ELAS —que suena como Hellas (Grecia)— subraya el carácter nacionalista que el KKE procuró darle a la Resistencia. El manifiesto político del EAM, que ni siquiera incluía las palabras “socialismo” o “comunismo”, proclamaba: “La lucha incluirá a todas las clases sociales del pueblo, desde el obrero hasta el burgués, desde el campesino pobre hasta el terrateniente (“¿Qué es y qué quiere el Frente Nacional de Liberación?”, reimpreso en Greece 1940-1949). En línea con la política del frente popular, el KKE logró atraer al EAM a un puñado de socialdemócratas y liberales burgueses, así como al Partido Agrario. Este puñado representaba, como decía Trotsky respecto al pequeño componente burgués del Frente Popular español de 1936, la sombra de la burguesía; la enorme mayoría de la burguesía griega no quería tener nada que ver con los rojos o la Resistencia. Sin embargo, esta sombra funcionaba como garante del compromiso del EAM con la defensa de las relaciones de propiedad burguesas, al tiempo que permitió a los dirigentes del KKE justificar sus traiciones a la combativa base obrera en nombre de la “unidad”.
Algunos elementos de la vieja oficialidad militar también establecieron grupos de resistencia. Comparados con el ELAS, eran militarmente insignificantes. Los dos más importantes —la Liga Griega Nacional Republicana (EDES) y la Liberación Nacional y Social (EKKA)— eran instrumentos anticomunistas del alto mando británico en El Cairo, que los consideraba valiosos no para resistir a la ocupación alemana, sino para combatir al ELAS.
La lucha obrera bajo la ocupación
La historia entera de Grecia en el periodo de entreguerras determinó que la lucha de resistencia de los trabajadores contra la ocupación del Eje no podía ser confinada a la “liberación nacional”, como exigía el esquema estalinista. La ocupación extranjera sumó la opresión nacional al sufrimiento de los trabajadores griegos, pero el reaccionario sueño de opio estalinista de la “unidad nacional” no podía realizarse bajo ninguna circunstancia. La burguesía griega le tenía demasiado miedo al proletariado para que sucediera, y la cuestión de clase emergió inevitablemente al primer plano. Más aún, el primer ministro británico Winston Churchill, consciente de la agitación revolucionaria que recorrió Europa al final de la guerra interimperialista anterior, estaba decidido a extirpar toda influencia comunista en la sociedad griega. Churchill también insistía en devolver el trono al ampliamente impopular rey Jorge, quien había impuesto a Metaxás como dictador.
Ante la hostilidad de los que esperaban fueran sus aliados “democráticos”, los partisanos dirigidos por los estalinistas —a pesar de la política proimperialista del KKE— en gran medida lucharon independientemente y no bajo la dirección y la disciplina militar de los Aliados imperialistas. En un artículo escrito tras el levantamiento de diciembre de 1944, el Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) estadounidense, la sección con mayor autoridad política de la IV Internacional, señaló:
“El movimiento de resistencia en Grecia alcanzó proporciones masivas sin y contra la burguesía. Las masas no eran menos hostiles a los cómplices de Churchill en El Cairo que a los colaboradores de Hitler en Atenas. La fuerza decisiva en el movimiento de resistencia fue la clase obrera”.
—“Civil War in Greece” (Guerra civil en Grecia), Fourth International, febrero de 1945
Especialmente con la heroica victoria en febrero de 1943 del Ejército Rojo sobre los nazis en la Batalla de Stalingrado, la clase obrera griega empezó a reafirmarse a través de huelgas y otras acciones y a ganar confianza. El 5 de marzo, la segunda de dos huelgas generales contra la “movilización civil” de trabajo forzado por parte de los nazis fue acompañada por una manifestación masiva en Atenas. Entre enfrentamientos con la policía y las tropas de ocupación, los manifestantes tomaron el Ministerio del Trabajo y lograron destruir las listas de los obreros que serían deportados a Alemania. Esa noche, las autoridades alemanas anunciaron que los planes de movilización civil habían sido cancelados; fue el único país ocupado de Europa donde ocurrió esto.
Aunque estas acciones son su logro más conocido, el brazo sindical del EAM, el EEAM, organizó una gran cantidad de huelgas, manifestaciones y otras acciones. El 25 de junio de 1943, después de la ejecución de 128 comunistas, más de 150 mil personas se manifestaron en contra del terror estatal nazi. Como consecuencia de la protesta, 50 tranviarios que habían sido sentenciados a ejecución por participar en una huelga fueron salvados. Después de enumerar las muchas huelgas que tenían lugar en un mes típico durante la ocupación alemana, el historiador Angelos Avgoustidis concluye que “el papel activo del EEAM en la Resistencia contribuyó a la impresión general de que las ciudades griegas en este periodo estaban en un estado de levantamiento continuo” (“EEAM: The Workers’ Resistance” [EEAM: La resistencia obrera], Journal of the Hellenic Diaspora, otoño de 1984). Para 1944 los alemanes estaban bajo sitio en las ciudades principales. Las tropas alemanas no podían acercarse a los distritos obreros de Atenas, el llamado “Cinturón Rojo”, y sólo podían salir de las ciudades en convoyes resguardados.
Las aspiraciones tanto a la liberación social como a la nacional se vieron claramente reflejadas en el papel central que desempeñaron las mujeres en la lucha. La red de apoyo Solidaridad Nacional estaba dominada por cuadros femeninos, y jóvenes mujeres desempeñaban un papel activo en el movimiento juvenil del EAM. Las griegas obtuvieron el derecho a votar por primera vez en las elecciones de 1944 organizadas por el EAM para elegir al “gobierno de la montaña”. En 1946-1949, las mujeres componían alrededor del 30 por ciento de las fuerzas combatientes y el 70 por ciento del personal médico y de apoyo en el ejército guerrillero dirigido por los comunistas. En un artículo titulado “Left-Wing Women Between Politics and Family” (Mujeres de izquierda entre la política y la familia), Tassoula Vervenioti escribe: “Fue durante la ocupación alemana que las griegas entraron en masa a la esfera pública por primera vez”; “incluso hoy en día las mujeres del EAM o del KKE sienten que actuaron como sujetos históricos y adquirieron confianza en sí mismas, igualdad y aprecio a través de sus actividades de resistencia” (Mark Mazower, ed., After the War Was Over: Reconstructing the Family, Nation, and State in Greece, 1943-1960 [Después del fin de la guerra: Reconstruyendo la familia, la nación y el estado en Grecia, 1943-1960, Princeton: Princeton University Press, 2000]).
Al mismo tiempo, la política nacionalista y frentepopulista del KKE/EAM dio la bienvenida incluso a la reaccionaria iglesia ortodoxa. Los sacerdotes ortodoxos fueron recibidos en el EAM con los brazos abiertos y algunos combatieron en unidades del ELAS. El manifiesto del EAM exudaba chovinismo antialemán y antiitaliano combinado con el vil atraso misógino: “¿Qué ha sido de la ‘moral y las costumbres tradicionales griegas’? Los soldados extranjeros se pasean por nuestros pueblos y aldeas del brazo de nuestras esposas, nuestras hijas, nuestras hermanas” (reimpreso en Greece 1940-1949). El manifiesto graznaba:
“Fustiguen de todas las formas posibles y condenen las relaciones sexuales con los extranjeros. Estigmaticen a las mujeres que se les entregan. Cada mujer que se entrega a un extranjero es ya una informante y una traidora. Usen adjetivos degradantes para éstas y háganles saber que después de la guerra, en ambas mejillas, se les marcará con letras indelebles una enorme Π (pi), por Porni (prostituta) y Prodotissa (traidora)”.
Bajo la dirección de los estalinistas, el enorme poder social de la clase obrera y el heroísmo de sus combatientes, en vez de ser movilizados para barrer con el sistema capitalista de explotación, fueron utilizados para promover el nacionalismo burgués y el atraso social concomitante.
Revuelta en El Cairo
En agosto de 1943, los británicos invitaron a los distintos grupos guerrilleros a El Cairo, sede del gobierno burgués griego en el exilio, para coordinar sus actividades. Los representantes del KKE/EAM suplicaron al rey no regresar a Grecia hasta que se hubiera llevado a cabo un plebiscito. Pero Churchill descartó de inmediato la solicitud y las negociaciones colapsaron antes de empezar. Churchill llegó a la conclusión de que había que hacer algo para cortarle las alas al ELAS.
Fortalecido por la ayuda británica, en octubre de 1943 el EDES comenzó a pelear contra el ELAS (dando inicio a lo que se conoce como el “primer round” de la Guerra Civil). La respuesta no se hizo esperar. En poco tiempo, el EDES se vio en peligro de ser borrado del mapa. Esta vez fue la intervención del ejército alemán lo que salvó al EDES (que colaboró tanto con los nazis como con los británicos contra el ELAS). El ELAS muy pronto reanudó operaciones y hubiera podido liquidar con facilidad a las fuerzas del EDES. Pero el EAM/ELAS buscaba la unidad de “todas las fuerzas nacionales” y en febrero de 1944 firmó el Acuerdo de Plaka, negociado por los británicos, que ordenaba un cese de las hostilidades entre los grupos guerrilleros. El Acuerdo de Plaka no duró mucho. Muy pronto, el ELAS se vio bajo el ataque de otra fuerza guerrillera patrocinada por los británicos, el EKKA, cuyo regimiento 5/42 fue rodeado y liquidado por el ELAS.
El 10 de marzo de 1944, el EAM/ELAS anunció la formación del Comité Político de Liberación Nacional (PEEA). La dirección del KKE/EAM nunca pretendió que este “gobierno de la montaña” fuera nada más que una moneda de cambio en la futura división de puestos en un gobierno de coalición patrocinado por los británicos. Pero Stalin lo desdeñó enfáticamente, pues le preocupaba cualquier cosa que pudiera inquietar a los británicos justo en el momento en el que un segundo frente contra Alemania estaba a punto de volverse realidad. En contraste, la formación del PEEA fue celebrada con entusiasmo por los soldados, los marineros y los pilotos de las fuerzas armadas griegas en Egipto, constituidas por unos 30 mil efectivos griegos que habían escapado después de la ocupación nazi y por voluntarios griegos que vivían en Egipto. Estaban bajo el mando británico del Cuartel General del Medio Oriente con sede en El Cairo, bajo el nombre de Reales Fuerzas Helenas del Medio Oriente, y combatieron en El Alamein. Sin embargo, los soldados y marineros tenían gran simpatía por el EAM/ELAS, y se convirtieron en un hervidero de agitación revolucionaria.
Los oficiales favorables al EAM escribieron una resolución que exigía la “formación de un gobierno basado en el Comité Político de Liberación Nacional que represente al pueblo combatiente” (“El movimiento del Medio Oriente”, Rizospastis, 23 de abril de 2000). El arresto de seis de estos oficiales desencadenó un furioso motín que se extendió a la armada: los marineros rebeldes se hicieron del control del Pindus, el Averoff, el Ajax y otros barcos. Los marineros a bordo del destructor Pindus, atracado en Alejandría, arrojaron a los oficiales reaccionarios al mar. Churchill ordenó a su comandante en jefe naval: “Al jefe del comité del Averoff usted debería manifestarle sin dejar lugar a dudas que su garantía de evitar el uso de las armas de fuego no recibirá reciprocidad por nuestra parte” (citado en Churchill, La Segunda Guerra Mundial, Vol. X, Barcelona: Ediciones Orbis, 1985). El motín fue aplastado y millares fueron enviados a campos de concentración en el desierto. Algunos fueron sentenciados a muerte; muchos otros murieron víctimas de las condiciones intolerables.
El pequeño grupo estalinista egipcio dirigido por Henri Curiel salió en defensa de los soldados y marineros griegos, organizando enormes manifestaciones de apoyo en El Cairo y Alejandría. Curiel proporcionó agua, comida, instalaciones y fondos a los rebeldes, y ayudó a los que pudieron escapar después del motín a encontrar santuario temporal. Por lo que respecta a los líderes estalinistas griegos, su traición quedó plasmada en un mensaje de la delegación del EAM a Churchill, condenando el motín como “la acción demente de personas irresponsables” (Departamento de Estado de EE.UU., Foreign Relations of the United States Diplomatic Papers, 1944 [Documentos diplomáticos de las relaciones exteriores de Estados Unidos, 1944]). El KKE dice ahora que este mensaje es “inaceptable e inexplicable” (Dokimio, Vol. 1). Y, sin embargo, el telegrama fue publicado en aquel entonces en Rizospastis (edición de Atenas, 25 de mayo de 1944).
A finales de mayo de 1944, una delegación de representantes del KKE, el EAM y el PEEA se reunió con el recién nombrado primer ministro Georgios Papandréu en el Líbano para firmar un acuerdo preparado por Leeper. Churchill veía a Papandréu como el político griego con mayor capacidad de imponer una política de línea dura contra el KKE. El acuerdo del Líbano afirmaba: “Todos estuvimos de acuerdo en que el motín del Medio Oriente constituyó un crimen contra nuestro país” (reimpreso en E.A.M. White Book [Libro blanco del E.A.M.], Nueva York: Greek American Council, 1945). A cambio de escupir sobre los cuerpos de sus camaradas, el EAM obtuvo seis de los 24 portafolios ministeriales en el nuevo gobierno de “unidad nacional” bajo Papandréu. Al entrar al gobierno de Papandréu, los estalinistas le dieron a este odiado régimen títere cierta autoridad popular.
En septiembre vino el Acuerdo de Caserta, en Italia, en el que los líderes del EAM/ELAS estuvieron de acuerdo en poner a sus combatientes bajo la disciplina del general británico Sir Ronald Scobie —¡cuyo propósito era eliminar al ELAS!—. Como lo describió Woodhouse: “El acuerdo completó el trabajo, iniciado en Plaka siete meses atrás, de asegurar que el retorno de los Aliados (y del gobierno de Papandréu con ellos) no encontraría resistencia por parte del EAM/ELAS” (Apple of Discord).
Un mes después, en una reunión en Moscú, Stalin aceptó el infame “acuerdo de los porcentajes” de Churchill. Según Churchill, éste le dijo a Stalin: “En lo que a Gran Bretaña y Rusia se refiere, ¿qué les parecería si ustedes tuvieran el noventa por ciento de predominio en Rumania, nosotros el noventa por ciento de predominio en Grecia y cada uno de nosotros el cincuenta por ciento en Yugoslavia?” (Churchill, La Segunda Guerra Mundial, Vol. XI, Barcelona: Ediciones Orbis, 1985). Según cuenta, Churchill escribió esta propuesta en un pedazo de papel y, continúa diciendo: “Pasé el papel a Stalin, que entre tanto había oído la traducción de mis palabras, y se hizo una breve pausa. Después Stalin cogió un lápiz azul, trazó un gran signo de aprobación sobre las cifras y volvió a pasarnos el papel. Todo había quedado arreglado en menos tiempo del necesario para contarlo”.
Revuelta en Atenas
El 12 de octubre de 1944, el ejército alemán abandonó Atenas. Dos días después, Scobie llegó a Grecia, con el gobierno de Papandréu en las maletas. En su traslado del puerto de El Pireo al centro de Atenas, el convoy británico fue recibido por enormes multitudes agitando pancartas del KKE que declaraban: “Bienvenidos nuestros aliados”.
Durante ese periodo, comités de la administración popular se hicieron cargo de la distribución de comida y organizaron ayuda médica y educación pública gratuitas. Las fábricas abandonadas o cerradas por sus dueños fueron ocupadas y operadas por los obreros. Mientras los obreros trataban de ejercer el poder que estaba en sus manos, los ministros “comunistas” en el gobierno de “unidad nacional” (como los mencheviques en Rusia, el Partido Socialdemócrata en Alemania en 1918-1919, los estalinistas en España, etc.) procuraban liquidarlo. La Guardia Civil Nacional controlada por el EAM entregó sus poderes a la policía, que estaba protegiendo a los colaboradores pronazis. Los ministros del EAM de finanzas y del trabajo asumieron la responsabilidad de establecer salarios de hambre y de despedir a los obreros “excedentes” para reducir la tasa de inflación galopante. Las enormes ganancias acumuladas por los especuladores burgueses durante la guerra no fueron confiscadas como exigían los obreros, sino meramente gravadas. El KKE advirtió contra las huelgas, pero los obreros descontentos empezaron a movilizarse.
Para los imperialistas británicos y la burguesía griega, la cuestión crucial era el desarme del proletariado y las masas rurales. A principios de noviembre de 1944, los británicos desplazaron su Brigada de Montaña de Italia a Grecia, preparando la contienda. Esta brigada estaba formada por fanáticos anticomunistas que habían sido rescatados de las fuerzas armadas griegas en Egipto. Sin embargo, sintiendo la respiración de las masas en el cuello, los estalinistas se negaron al desarme hasta asegurarse de que las fuerzas colaboracionistas pronazis, al igual que los carniceros derechistas de la Brigada de Montaña y el Batallón Sagrado, también depusieran las armas.
A finales de noviembre, Scobie lanzó un ultimátum ordenando que las unidades del ELAS entregaran las armas para el 10 de diciembre, con la amenaza de que, si no, “la moneda no va a mantenerse estable y la gente no recibirá comida” (E.A.M. White Book). Los seis ministros del EAM finalmente renunciaron al gobierno. En su declaración de renuncia, Yiannis Zevgos, del KKE, llamó por “la desmovilización de todas las fuerzas armadas”, incluido el ELAS, y “por la creación de una verdadera Guardia Nacional que esté al servicio de la nación” (E.A.M. White Book). Mientras Churchill y Scobie preparaban un baño de sangre contra el proletariado armado organizado en el ELAS, ¡el KKE suplicaba poner a la nación por encima de la clase!
El EAM convocó a una protesta de masas en la Plaza de la Constitución de Atenas el 3 de diciembre y a una huelga general al día siguiente para presionar al gobierno. Horas antes de la manifestación, Papandréu repentinamente canceló el permiso para la protesta. Bajo la protección de los tanques británicos, los gendarmes abrieron fuego contra los cientos de miles que salieron a la calle, matando al menos a 20 e hiriendo a más de 100. Según el recuento de un testigo ocular en el Chicago Sun:
“Mientras la policía disparaba sobre los manifestantes desarmados, el grueso de la muchedumbre continuaba marchando firme. Las mujeres y las niñas con una sonrisa en los labios gritaban incluso después de que murieran sus camaradas: ‘¡Viva Churchill! ¡Viva Roosevelt! ¡Abajo Papandréu! ¡No al rey!’”.
—citado en E.A.M. White Book
El día después de la masacre, bandas derechistas armadas y la gendarmería mataron e hirieron a cientos más, mientras regresaban de los funerales de los que habían caído el domingo. Los obreros enfurecidos de Atenas tomaron estaciones de policía a lo largo de la capital, gritando: “¡Muerte a Papandréu!”. En El Pireo, los obreros portuarios marcharon con garrotes, cuchillos y pistolas. Churchill le envió un cable a Scobie:
“Usted es responsable de mantener el orden en Atenas y de neutralizar o destruir a todas las bandas del E.A.M. y del E.L.A.S. que se aproximen a la ciudad... De todos modos, no vacile usted en actuar como si se hallara en una ciudad conquistada en la que tiene lugar un levantamiento local”.
—La Segunda Guerra Mundial, Vol. XI
Finalmente, el 7 de diciembre, el Comité Central del ELAS anunció: “La batalla general por la libertad y la completa independencia de Grecia ya comenzó. No queríamos luchar; nos han obligado a hacerlo” (E.A.M. White Book). En cuestión de días, destacamentos obreros controlaban toda Atenas, a excepción de un área de unos cuantos kilómetros cuadrados. El 11 de diciembre, el mariscal Alexander, enviado a Atenas a evaluar la situación, le dijo a Leeper: “Está usted en una situación muy grave. Su puerto está bloqueado, a su aeropuerto sólo se puede llegar en tanque o transporte blindado, lo superan en números, sus polvorines están rodeados y tiene municiones para tres días” (citado en John O. Iatrides, Revolt in Athens [Revuelta en Atenas], Princeton: Princeton University Press, 1972).
Temerosos de las implicaciones revolucionarias de la contienda, los líderes del KKE entregaron una concesión tras otra a los recalcitrantes británicos y trataron de evitar enfrentarse a las fuerzas de Scobie, prohibiendo incluso la fraternización con sus tropas. En vez de concentrar sus fuerzas en Atenas, donde la lucha se ganaría o perdería, el ELAS lanzó un asalto a gran escala contra lo que quedaba de las fuerzas del EDES en Epiro y contra otro grupo guerrillero reaccionario en Macedonia. Mientras los telegramas iban y venían entre los aterrorizados imperialistas británicos en Atenas y Londres, el Comité Central del EAM declaró el 15 de diciembre “que no desea tomar el poder. No desea un golpe de estado de ningún tipo. No desea un gobierno unilateral de la izquierda” (E.A.M. White Book).
Traición en Varkiza
El 25 de diciembre, Churchill llegó a Atenas para hacerse cargo de la situación personalmente. Tras haber rechazado a cualquier sustituto del rey, Churchill finalmente aceptó al arzobispo Damaskinos como regente. Los líderes del KKE capitularon totalmente. Se formaría un nuevo gobierno de “unidad nacional” que excluyera tanto al KKE/EAM como a Papandréu. El 30 de diciembre, mientras los obreros griegos seguían luchando por sus vidas, el gobierno soviético dio el visto bueno a la represión, anunciando que nombraría un embajador soviético ante el régimen títere de Atenas.
Antes de la llegada de Churchill, la guerrilla había conseguido colocar una tonelada de dinamita en las alcantarillas bajo el Hotel Grande Bretagne, donde Churchill tenía intención de hospedarse. Este episodio ilustra las capacidades y la audacia del ELAS, pero no fue más que una demostración de fuerza al servicio de una política podrida centrada básicamente en conseguir un par de puestos ministeriales más en un futuro gobierno capitalista. Al regresar a Gran Bretaña, Churchill atacó al ELAS en el Parlamento, con un guiño a Stalin: “Creo que esta gente, y otras sectas parecidas, podrían describirse mejor mediante el término ‘trotskistas’ que con la palabra normal, y tiene la ventaja de ser igualmente odiado en Rusia” (“War Situation and Foreign Policy” [La situación de la guerra y la política exterior], Discurso en la Cámara de los Comunes, Hansard, 18 de enero de 1945). El artículo de febrero de 1945 en Fourth International comentó:
“El ELAS es ‘trotskista’ solamente en un sentido: en los instintos revolucionarios de sus indomables combatientes, en su gran capacidad de lucha y sacrificio. Pero ni su programa ni su dirigencia guardan parecido alguno con el ‘trotskismo’. Churchill olvida que durante la verdadera revolución ‘trotskista’, jamás se le habría ocurrido ir a Moscú a buscar la aprobación de los bolcheviques para nombrar al guardia blanco barón Wrangel como regente del zar mientras el Ejército Rojo rendía sus armas dócilmente”.
—“Civil War in Greece”
Ayudando diligentemente a Churchill en su cruzada reaccionaria contra el proletariado griego, una delegación del Congreso de Sindicatos (TUC) británico volvió de Atenas a principios de febrero de 1945 para repetir las acusaciones inventadas de atrocidades comunistas. Apropiadamente, la delegación estuvo encabezada por Sir Walter Citrine, un traidor a la Huelga General de 1926. El informe del TUC era parte de una masiva campaña de propaganda para retratar a los combatientes del ELAS como asesinos de masas. La policía política del KKE, la Organización para la Protección de la Lucha Popular, ciertamente había ejecutado a algunos colaboracionistas y derechistas. También había aprovechado los combates para masacrar a decenas de trotskistas. Pero gran parte de la “evidencia” de ejecuciones masivas de civiles simplemente fue inventada.
El 11 de febrero, el dirigente del KKE Siantos declaró en una conferencia de prensa:
“En la medida en que los grandes aliados decidieron que la presencia del ejército británico en Grecia era útil, es bueno que se encuentre aquí. Consideramos que el conflicto entre los británicos y el E.L.A.S. es el resultado de un desafortunado malentendido que esperamos sea olvidado”.
—citado en Dominique Eudes, les Kapetanios : la guerre civile grecque de 1943 à 1949 (Los kapetanios: La Guerra Civil Griega de 1943 a 1949, París: Fayard, 1970) (nuestra traducción)
Al día siguiente, Siantos y sus camaradas firmaron el Tratado de Varkiza. El tratado estipulaba que “se desmovilizarán tanto los efectivos regulares como las reservas de las fuerzas armadas de la resistencia, y del ELAS en particular”, mientras que “el Batallón Sagrado seguirá como hasta ahora, dado que se encuentra bajo las órdenes del Alto Mando Aliado” (citado en Apple of Discord).
Los dirigentes estalinistas temían que las bases del ELAS se rebelaran contra un pacto que dejaba a sus efectivos no sólo desarmados, sino sujetos al arresto sin orden de aprehensión bajo las condiciones prevalecientes de ley marcial. Los líderes del KKE exigieron una amnistía y, tras cierto regateo, aceptaron una fraudulenta amnistía a los crímenes políticos que permitió que decenas de miles de militantes pudieran ser arrestados y encarcelados, ya que sus actos no se consideraban crímenes políticos sino crímenes del orden común.
Algunos combatientes de base del ELAS sabiamente se negaron a entregar sus armas, y en cambio las enterraron. Al firmar la orden de desarme, el líder del ELAS Aris Velouchiotis prestó a esta traición la enorme autoridad que tenía entre las bases. Pero luego reagrupó en las montañas combatientes armados (incluyendo a muchos que huían del reino de terror derechista que se había impuesto en las ciudades), preparándose para reemprender la lucha. Cuando en mayo de 1945 el líder del KKE Nikos Zachariadis regresó del campo de concentración de Dachau en un avión militar británico, acusó a Velouchiotis de ser un aventurero. Poco después, Velouchiotis y su pequeña banda de seguidores fueron capturados por las fuerzas del gobierno. No se sabe si se suicidó o si lo mataron; su cabeza cercenada fue expuesta como un trofeo anticomunista.
Zachariadis recuperó la dirigencia del partido de manos del desacreditado Siantos, quien sería uno de los primeros chivos expiatorios (función que luego ocuparía el propio Zachariadis) por los “errores” de la dirigencia del KKE en el levantamiento de Atenas. En un artículo titulado “Líderes del PC admiten su papel traicionero en la lucha griega”, el SWP estadounidense comentó:
“Si algo está tan sucio que ningún blanqueado puede ocultarlo, llamen a los dirigentes estalinistas griegos. Ellos pueden encubrir lo que sea, incluso el sangriento reino de terror del que ellos mismos son responsables. Han hecho del blanqueado todo un arte, al añadirle un toque de la pintura azul de la ‘autocrítica’”.
—Militant, 7 de julio de 1945
La traición de Varkiza fue el resultado lógico del VII Congreso de la Comintern y su abrazo a los “demócratas” imperialistas. En 1943 Stalin había disuelto la Comintern, ya muerta para la causa de la revolución, para subrayar ante Roosevelt y Churchill que lo suyo no era hacer revoluciones. Al terminar la guerra, tanto los estalinistas franceses como los italianos desarmaron a los obreros y decapitaron oportunidades palpables de revoluciones proletarias, todo al servicio de la fantasía estalinista de un orden de posguerra basado en la “coexistencia pacífica”.
El “tercer round”
El Tratado de Varkiza no fue sino una breve pausa en la lucha griega. Si bien los grandes combates cesaron, no puede decirse que se hubiera instaurado la paz. El periodo entre Varkiza y las elecciones del 31 de marzo de 1946 estuvo marcado por una ola de huelgas y por el terror blanco que los estalinistas facilitaron al desarmar a los obreros. Cerca de mil 300 izquierdistas fueron asesinados, unos 85 mil fueron arrestados y más de 31 mil fueron torturados. Sin embargo, el KKE se atuvo a los términos del tratado y se preparó para las elecciones.
Estaba claro que la elección sería un enorme fraude. Cuando el KKE pidió posponer las elecciones en vista de los continuos ataques de la derecha, Damaskinos se negó. Junto con los opositores liberales del régimen, el KKE terminó boicoteando la elección. Como era de esperarse, ganó la coalición monárquica. Cinco meses después, un plebiscito sobre la monarquía arrojó un improbable 68 por ciento de la población a favor. El periódico de los trotskistas estadounidenses señalaría después que, mientras Grecia celebraba su plebiscito, “un portaaviones de 45 mil toneladas y otras seis naves de guerra bordeaban la costa griega en un despliegue apabullante de poderío militar” (Militant, 22 de marzo de 1947).
En febrero de 1946, el Comité Central del KKE celebró su II Pleno. Después, tanto el KKE como los anticomunistas afirmarían que fue en esa reunión cuando el partido resolvió lanzar la Guerra Civil de 1946-1949. Es dudoso que los dirigentes del KKE hayan tomado jamás esa decisión. El “tercer round” de la lucha (el levantamiento de Atenas fue el segundo) demostró que, pese a la traición de Varkiza, la energía revolucionaria de las masas trabajadoras no se había agotado. Tomando la defensiva bastante abiertamente, el historiador partidista del KKE Makis Mailis escribe:
“Esa lucha demostró que el KKE era capaz de no [!] subordinar los intereses de la clase obrera y los sectores populares a los objetivos y planes estratégicos de los explotadores. Demostró en los hechos que el KKE no se había incorporado al sistema pese a los errores estratégicamente importantes, como los tratados del Líbano, de Caserta y de Varkiza”.
—“La estrategia del KKE con Nikos Zachariadis
como secretario general del CC (1931-1956)”,
Kommounistiki Epitheorisi (Reseña comunista), noviembre-diciembre de 2013
El KKE no había abandonado sus hábitos reformistas. En realidad, fue “el sistema” el que se negó a incorporar al KKE. Fue la implacable violencia de la reacción griega lo que llevó a las masas obreras a la lucha armada por su supervivencia, obligando a la dirigencia del KKE a ponerse nuevamente a la cabeza. A tres meses de su fundación, en octubre de 1946, el Ejército Democrático de Grecia (DSE), dirigido por los estalinistas, llegó a controlar vastas regiones del norte del país. El ejército conscripto de Grecia incluía a muchos partidarios de la organización juvenil estalinista EPON y a otros simpatizantes de la guerrilla. Pero, en vez de luchar por la victoria, los estalinistas buscaron un compromiso, haciendo repetidas ofertas de paz.
Para entonces, la Guerra Fría dirigida por Estados Unidos contra la Unión Soviética ya estaba en marcha. El discurso que Churchill pronunció en marzo de 1946 sobre la “Cortina de Hierro” en Fulton, Missouri, fue seguido un año después por la proclamación de la antisoviética Doctrina Truman por parte de Washington. Para abril de 1947, con el arruinado Imperio Británico en pleno ocaso, el anticomunista gobierno laborista de Clement Attlee (sucesor de Churchill) finalmente retiró las tropas de Grecia, que fueron remplazadas por el mucho más poderoso imperialismo estadounidense. Estados Unidos empezó a enviar grandes cantidades de ayuda militar al régimen derechista de Atenas para impedir la “extensión del comunismo”.
Conforme Stalin se veía forzado a responder a las cada vez más belicosas amenazas del imperialismo estadounidense, Bulgaria y la mayor parte de los países de Europa Central y Oriental ocupados por las fuerzas soviéticas fueron transformados en estados obreros burocráticamente deformados. En Yugoslavia, la victoria de los partisanos dirigidos por los comunistas de Josip Broz Tito sobre los nazis y sus aliados locales también llevó a la creación de un estado obrero deformado. Así, los combatientes del DSE pudieron encontrar refugio cruzando las fronteras septentrionales de Grecia.
Pero en vez de darle al DSE la ayuda militar que necesitaba para ganar, Stalin y Tito sólo ayudaron a los combatientes griegos a cuentagotas. En 1948, Stalin convocó al Kremlin a los líderes búlgaros y yugoslavos y —según el entonces vicepresidente de Tito, Milovan Djilas— les dijo: “El levantamiento de Grecia debe terminar” (citado en Djilas, Conversations with Stalin [Conversaciones con Stalin, Nueva York: Harcourt, Brace & World, 1962]).
La escisión que se desarrollaba entre la Yugoslavia de Tito y el Kremlin empezó a ejercer una influencia decisiva en los sucesos. En julio de 1949, esperando recibir ayuda de Estados Unidos tras haber caído de la gracia del Kremlin, Tito anunció que cerraría su frontera a los combatientes griegos. Éste fue el golpe final para el DSE. En agosto, los combatientes del DSE defendieron su última posición en la frontera montañosa entre Albania y Yugoslavia, abrumadoramente superados en número por las fuerzas del gobierno griego y bombardeados con napalm por los aviones estadounidenses. La derrota de la guerra de guerrillas, en la que cerca de 40 mil militantes dirigidos por los comunistas perdieron la vida, subrayó la perfidia inherente al dogma del “socialismo en un solo país”, conforme la rivalidad nacionalista entre la burocracia estalinista de Moscú y la de Belgrado estrangulaba el último round de la revolución griega.
Macedonia: Prueba de fuego
para los revolucionarios griegos
El principal teatro de la guerra de guerrillas fue Macedonia y grandes números de macedonios lucharon en el DSE, constituyendo, según se calcula, un 25 por ciento de las fuerzas comunistas en abril de 1947 y más aun conforme pasó el tiempo. Para entonces el KKE había abandonado la consigna por el derecho a la autodeterminación de Macedonia a favor de un llamado por la igualdad nacional dentro de las fronteras griegas. Pero, a diferencia de los partidos burgueses, el KKE al menos reconocía la existencia nacional del pueblo eslavo macedonio.
Dividida entre Grecia, Serbia y Bulgaria en la Segunda Guerra Balcánica de 1913, Macedonia era un caldero de rivalidades e intrigas entre estas tres potencias regionales. Grecia se anexó la mayor parte de esta región y procedió a expulsar o a helenizar por la fuerza a gran parte de la población de habla eslava, negando todo derecho nacional a los que se quedaron. Incluso el reconocer la existencia de esta minoría nacional, para no hablar de su derecho a la secesión, era anatema para los defensores de la “Gran Grecia”. Así, para los revolucionarios griegos, apoyar el derecho a la autodeterminación de la minoría eslava-macedonia en el norte de Grecia ha sido por mucho tiempo una prueba de fuego de su compromiso con la lucha internacionalista contra la burguesía griega.
Trotsky trató la cuestión macedonia en una discusión de 1932 con los trotskistas griegos de primera época, los arqueomarxistas. Este grupo se oponía a la independencia de la minoría macedonia. Ante sus argumentos de que la Macedonia egea estaba compuesta en un “90 por ciento de griegos”, Trotsky respondió: “Nuestra primera tarea es adoptar una actitud de absoluto escepticismo respecto a esas cifras [del gobierno]”. Sobre la cuestión de la independencia, Trotsky dijo:
“No estoy seguro de que rechazar esa consigna sea correcto. No podemos decir que nos oponemos a ella porque la población estará en contra. A la población debe preguntársele su opinión al respecto. Los ‘búlgaros’ representan un sector oprimido...
“No es nuestra labor organizar levantamientos nacionalistas. Simplemente decimos que, si los macedonios la quieren, nos pondremos de su lado, que debe permitírseles decidir y que nosotros apoyaremos su decisión”.
—“A Discussion on Greece” (Una discusión sobre Grecia, primavera de 1932)
Trotsky se dirigió entonces al núcleo de la cuestión para los marxistas en Grecia:
“Lo que me preocupa no es tanto la cuestión de los campesinos macedonios, sino que exista algo de veneno chovinista entre los obreros griegos. Eso es muy peligroso. Para nosotros, que estamos por una federación balcánica de estados soviéticos, da lo mismo si Macedonia forma parte de esa federación como un ente autónomo o como parte de otro estado”.
La opresión de la minoría macedonia bajo la bota griega era tal, que muchos macedonios inicialmente saludaron la ocupación búlgara en la Segunda Guerra Mundial. No sólo era necesario oponerse al chovinismo antimacedonio de la clase dominante búlgara, sino también al de la burguesía griega. Pero ésta no era la manera estalinista de abordar el problema: por ejemplo, en julio de 1943, el EEAM organizó una manifestación masiva en Atenas contra la anexión búlgara de la Macedonia “griega”.
La brutalidad de los ocupantes del Eje pronto repelió a muchos macedonios. Para el momento de la guerra de 1946-1949, el principal factor que determinó el apoyo de la minoría eslava a la lucha del DSE fue la revolución social que estaba ocurriendo del otro lado de la frontera, en Yugoslavia. Ahí, los partisanos macedonios tenían su propio cuartel general, seguían a sus propios oficiales macedonios y usaban la lengua y la bandera macedonias. La creación de una república macedonia autónoma dentro de la federación yugoslava habría de ejercer una fuerte atracción sobre los eslavos de Grecia. La agitación de los yugoslavos por una Macedonia unida se topó con la hostilidad del KKE.
Pero conforme la escisión con Tito se profundizaba, el KKE hizo un esfuerzo por conciliar a los macedonios para minar su apoyo a Tito, declarando en enero de 1949 que “con la victoria del DSE y de la revolución popular, el pueblo macedonio conquistará su plena restauración nacional, como él mismo desee” (Resolución del V Pleno del CC del KKE, 30-31 de enero de 1949, www.rizospastis.gr). Apenas unos meses después, tras la derrota en la Guerra Civil, el KKE volvió a repudiar el derecho a la autodeterminación. Recitando que “Stalin nos enseña”, el prominente vocero del KKE Vasilis Bartziotas anunció en octubre de 1949: “Hoy la situación ha cambiado... Debemos volver a la consigna de igualdad nacional que planteó el VI Congreso [de 1935] del KKE” (citado en Andrew Rossos, “Incompatible Allies: Greek Communism and Macedonian Nationalism in the Civil War in Greece, 1943-1949” [Aliados incompatibles: Comunismo griego y nacionalismo macedonio en la Guerra Civil Griega, 1943-1949], Journal of Modern History, marzo de 1997).
Más de 40 años después, cuando la antigua república yugoslava de Macedonia declaró su independencia en 1991, en medio de la destrucción contrarrevolucionaria del estado obrero deformado yugoslavo, en toda Grecia aparecieron carteles que declaraban: “¡Macedonia es griega!”. En esa época, la vocera del KKE Aleka Papariga fue blanco de una cacería de brujas sólo por afirmar que en Grecia había gente de habla eslava. Sin embargo, hoy el KKE le hace eco a la burguesía griega al despotricar contra “el esfuerzo consciente de promover la conciencia nacional turca entre la minoría musulmana y la llamada conciencia nacional ‘macedonia’ entre un sector de la gente de habla eslava”. El KKE declara:
“Los intentos de EE.UU. y la UE por que se reconozca a una ‘minoría nacional macedonia’, así como a una ‘minoría turca’, con todo lo que ello implica, constituirían un paso más en el cuestionamiento de las fronteras (por ejemplo, el Tratado de Lausana) y el estatus territorial de la región, algo que además no se oculta en los círculos nacionalistas de Turquía y la ARYM [Macedonia]”.
—Rizospastis, 27 de abril de 2014
Esta grotesca referencia a un tratado imperialista de hace 90 años para defender la integridad territorial de la Grecia capitalista dice mucho sobre las pretensiones revolucionarias del KKE. Contrástese con Lenin, quien escribió: “A quien pertenece a una nación opresora debe serle ‘indiferente’ el problema de si las naciones pequeñas pertenecen a su estado, al vecino o a sí mismas... Para ser un socialdemócrata internacionalista es preciso no sólo pensar en su propia nación, sino colocar por encima de ella los intereses de todas las naciones, su libertad y su igualdad de derechos” (“Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, julio de 1916).
Una de las tareas de los leninistas es combatir el chovinismo nacional entre los obreros y educarlos en el espíritu del internacionalismo. Si no se logra que la vanguardia proletaria rompa con la lealtad a su “propio” estado capitalista y no se la gana al entendimiento de que los obreros de todos los países comparten el interés en derrocar el capitalismo y construir una sociedad comunista global, no será posible forjar un partido capaz de dirigir una revolución. Esto es particularmente cierto en los Balcanes, donde los conflictos nacionalistas territoriales han envenenado por largo tiempo la conciencia de la clase obrera. En la declaración que anuncia la fundación del Grupo Trotskista de Grecia (GTG) en 2004, señalamos:
“La Península Balcánica es una región con una miríada de pueblos interpenetrados y minorías oprimidas. Una solución equitativa a la cuestión nacional en los Balcanes requiere una federación socialista. La LCI reconoce que la cuestión de Macedonia es una prueba de autenticidad para cualquier grupo que se diga internacionalista en Grecia. El GTG defiende los derechos nacionales de la minoría macedonia en Grecia, incluyendo su derecho a establecer su propio estado o a unirse con el estado existente de Macedonia. ¡Por plenos derechos democráticos para las minorías nacionales de Grecia! ¡Por una federación socialista de los Balcanes!”.
—Spartacist (Edición en inglés) No. 59,
primavera de 2006
Los trotskistas en la Guerra Civil Griega
La burocracia estalinista del Kremlin era un fenómeno contradictorio que resultó del aislamiento y la relativa debilidad económica de la Unión Soviética y al mismo tiempo ayudó a reforzarlos. Mientras perseguía una política en general reaccionaria motivada por la defensa de sus privilegios burocráticos, a veces se veía obligada a defender —aunque con sus propios métodos— la históricamente progresista economía colectivizada de la que dependía esa posición privilegiada. En los países capitalistas, los partidos estalinistas servían a dos amos: la burocracia del Kremlin y la burguesía local. Pero al cubrirse con el manto de la Revolución Rusa, estos partidos también tenían que mantener la lealtad de las masas subjetivamente revolucionarias atraídas a su bandera. En su artículo sobre la Guerra Civil Griega, los trotskistas estadounidenses encapsularon bien esa situación contradictoria:
“Las masas griegas ardían en determinación revolucionaria y querían preparar el derrocamiento de todos sus opresores, nazis y griegos. En vez de darle al movimiento de masas un programa revolucionario, similar al programa bolchevique de 1917, y preparar a las masas para la toma del poder, los estalinistas condujeron al movimiento al callejón sin salida del frentepopulismo. Los estalinistas, prácticamente hegemónicos en el movimiento de masas, se unieron a varios políticos pequeñoburgueses, abogados y profesores que no tenían seguidores ni influencia entre las masas, y trabajaron artificialmente para limitar la lucha exclusivamente al combate por la democracia capitalista...
“La mera amenaza por parte del EAM de llevar a cabo ese programa [por una república democrática] llevó a la guerra civil y a la intervención británica. Asustados por la lógica inexorable de la lucha —que sólo podría triunfar con la dictadura del proletariado— los líderes estalinistas y pequeñoburgueses buscaron llegar a un acuerdo con el reaccionario gobierno burgués en el exilio y, a través de él, con el imperialismo británico...
“Una enorme brecha separa a las masas insurgentes de sus traicioneros líderes estalinistas. Y, sin embargo, mientras los estalinistas sigan al mando, no podrán escapar de la presión revolucionaria de los obreros y campesinos, que odian al rey, que nunca aceptarán pacíficamente su retorno, que están decididos a purgar a Grecia no sólo de colaboracionistas alemanes sino también de todos los sátrapas de la dictadura de Metaxás, y que instintivamente se dirigen hacia una solución socialista”.
—“Civil War in Greece”
Por desgracia, los militantes trotskistas en el terreno griego no compartían ese enfoque dialéctico. No sólo se oponían a los falsos líderes estalinistas, sino que también rechazaban al movimiento de masas dirigido por los estalinistas.
El trotskismo en Grecia se había originado con el grupo arqueomarxista que había sido expulsado del Partido Comunista Griego en 1924. Tras varios años de trabajo educativo, incluyendo la publicación de varios textos marxistas clave en griego, los arqueomarxistas emprendieron trabajo sindical, ganando la dirección de varios sindicatos. En 1930 se adhirieron a la Oposición de Izquierda Internacional (OII), constituyendo su sección más numerosa, con un número de militantes comparable al del KKE. Cuatro años después, el grueso de los arqueomarxistas se escindió de Trotsky por el llamado de éste a una nueva Internacional. Entre los que se quedaron con Trotsky estaba el cuadro veterano Georgios Vitsoris. Cuando Vitsoris tuvo que exiliarse, el grupo pasó a ser dirigido por Agis Stinas.
Mientras tanto, Pantelis Pouliopoulos, que había sido secretario general del KKE desde 1924 hasta un año antes de su expulsión en 1927, formó el grupo Spartakos. Pouliopoulos declaraba apoyar a la Oposición de Izquierda, pero se negaba a unirse a la sección oficial de la OII, los arqueomarxistas. Él también se había opuesto inicialmente al llamado por una IV Internacional, pero en 1935 empezó a acercarse a la posición de Trotsky. Así, para finales de los años 30, había en Grecia dos grupos principales que se reivindicaban trotskistas. Con los años, diversas agrupaciones (como la de Loukas Karliaftis) pasaron de uno al otro o formaron efímeras organizaciones independientes.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los mejores cuadros trotskistas de Europa trataron de mantener el programa del internacionalismo revolucionario, en contraste con el burdo chovinismo de los movimientos de resistencia dirigidos por los estalinistas, encapsulado en el encabezado de L’Humanité, órgano del Partido Comunista Francés, “A chacun son boche” (“que cada quien mate a su boche”, término peyorativo para referirse a un alemán). En particular, los trotskistas procuraron fraternizar con las tropas de ocupación alemanas e italianas, reconociendo que muchos soldados eran jóvenes obreros con antecedentes comunistas o socialistas que podían servir como cabeza de puente para la revolución socialista a lo largo de Europa. En este sentido fueron ejemplares los trotskistas franceses, que organizaron una célula en las fuerzas armadas alemanas estacionadas en Brest y distribuían el periódico Arbeiter und Soldat (Obrero y Soldado), así como el Comité de Marxistas Revolucionarios de Holanda. (Para mayor información al respecto, ver “Documents on the ‘Proletarian Military Policy’” [Documentos sobre la “Política Militar Proletaria”], Prometheus Research Series No. 2, febrero de 1989, o “Neomorenistas del PTS reviven la ‘Política Militar Proletaria’”, Espartaco No. 35, junio de 2012.)
En Grecia, Pouliopoulos se convirtió en un símbolo del internacionalismo proletario cuando enfrentó a un pelotón de fusilamiento italiano en 1943, apelando a los soldados como hermanos de clase en italiano. Éstos se negaron a disparar, y fue un oficial fascista quien tuvo que ejecutar a Pouliopoulos.
La lucha por el programa
Los cuartainternacionalistas tuvieron que aplicar su programa bajo circunstancias inimaginablemente difíciles. La guerra aisló de la IV Internacional a los poco numerosos trotskistas en Grecia, víctimas de la persecución tanto de los fascistas como de los imperialistas “democráticos” y los estalinistas. En el momento de la invasión italiana en 1940, la mayoría de los trotskistas griegos, junto a muchos militantes del KKE, cayeron prisioneros en los campos de concentración de Metaxás. Pero los trotskistas griegos también estaban paralizados por graves problemas políticos, especialmente sobre la cuestión rusa y la cuestión nacional. (Un estudio detallado del trotskismo en Grecia se presenta en dos tesis inéditas de Alexis Hen: “Les trotskystes grecs et le Parti communiste de Grèce pendant la Seconde Guerre mondiale” [Los trotskistas griegos y el Partido Comunista de Grecia durante la Segunda Guerra Mundial], INALCO, diciembre de 2006, y “Les trotskystes entre deux phases de la guerre civile en Grèce 1945-1946” [Los trotskistas entre dos fases de la guerra civil en Grecia, 1945-1946], INALCO, noviembre de 2011.)
A diferencia de la Primera Guerra Mundial, la Segunda estuvo marcada por prolongadas ocupaciones de varios países europeos por el ejército alemán (y en menor medida, el italiano). Estas ocupaciones causaron gran confusión entre muchos trotskistas europeos, llevándolos a desarrollar desviaciones simétricas en torno a la cuestión nacional. En Francia, el grupo en torno a Marcel Hic adoptó una línea explícitamente nacionalista y frentepopulista —a la que se opusieron otros trotskistas franceses— que declaraba que los trotskistas le “tendían la mano a la fracción ‘francesa’ de la burguesía” (citado en “Documents on the ‘Proletarian Military Policy’”). Los dos grupos trotskistas griegos cayeron en el error opuesto, al no reconocer ningún aspecto de opresión nacional bajo la ocupación nazi. Karliaftis defendería esa posición abstencionista a lo largo de su vida:
“Durante la guerra imperialista las ocupaciones no son más que una fase, un incidente más o menos significativo de la guerra prolongada... No plantean una cuestión nacional ni de liberación nacional, como tampoco modifican, finalmente, los deberes básicos del proletariado, es decir, la transformación de la guerra en guerra civil”.
—citado en “Documents on the ‘Proletarian Military Policy’”
Si bien Trotsky se opuso a los “semiinternacionalistas” que argumentaron por apoyar a los imperialistas Aliados cuando los nazis ocuparon Francia, no pasaba por alto, como Karliaftis, la renovada significación de la cuestión nacional. Para él, por el contrario, la opresión nacional podía actuar como una fuerza motriz auxiliar de la revolución proletaria:
“En los países derrotados la posición de las masas empeorará extremadamente en forma inmediata. Sumada a la opresión social está la opresión nacional, cuya carga principal también la sobrellevan los trabajadores. De todas las formas de dictadura, la totalitaria de un conquistador extranjero es la más intolerable...
“Se puede esperar, sin duda, la rápida transformación de todos los países conquistados en verdaderos polvorines...
“El nuevo mapa bélico de Europa no invalida los principios de la lucha de clases revolucionaria”.
—“No cambiamos nuestro rumbo” (junio de 1940)
En cuanto a la cuestión rusa, los dos grupos trotskistas griegos diferían totalmente. El grupo de Pouliopoulos llamaba por la defensa militar incondicional de la Unión Soviética. Stinas se oponía a este llamado y se volvió más virulentamente antisoviético cuando Stalin entró a la guerra en bloque con los Aliados imperialistas. Disputas similares en torno a la cuestión rusa estallaron en otras secciones de la IV Internacional, especialmente en el SWP estadounidense, donde una oposición pequeñoburguesa dirigida por Max Shachtman, James Burnham y Martin Abern se escindió tras la firma del pacto Hitler-Stalin para formar el Workers Party (Partido Obrero), que rechazaba abiertamente la defensa militar incondicional de la URSS.
Ambos grupos griegos se oponían a la política frentepopulista de los estalinistas y denunciaban el apoyo a los Aliados anglo-estadounidenses. No se unieron al entusiasmo del KKE con la guerra de Metaxás contra Italia, reconociendo que se subordinaba al conflicto interimperialista. Sin embargo, ambos grupos griegos fueron más allá, negándose en general a defender al ELAS contra el ejército de ocupación alemán, y posteriormente contra las reaccionarias fuerzas británicas y griegas en 1944-1945. Con esa línea abstencionista, los trotskistas abandonaron a las masas en lucha a la demagogia chovinista de los estalinistas.
La severa desorientación de los trotskistas griegos durante la guerra fue resultado de su añeja incapacidad de reconocer la primacía de la lucha por la claridad programática. Tal lucha interna es crítica para cohesionar una organización de cuadros políticamente homogénea. En cambio, el autoproclamado trotskismo en Grecia generó una multiplicidad heterogénea y confusa de grupos que se unían y se separaban sin avanzar nada en cuanto a claridad.
Sectarismo y estalinofobia
Una vez que el contacto con la Internacional se hubo restablecido en 1945, el sectarismo de las organizaciones griegas respecto a la Resistencia fue sometido a la crítica de sus camaradas de otros países. Pero algunos de los consejos contra el sectarismo tendían en la dirección del oportunismo hacia los estalinistas. Este sesgo oportunista ya era evidente en la resolución adoptada en la conferencia clandestina de París de febrero de 1944. Entre los participantes había dos exiliados griegos, Georgios Vitsoris y Michalis Raptis (Michel Pablo); después de la guerra este último se había convertido en el principal líder de la Internacional y en el arquitecto de una política revisionista que la llevaría a su destrucción. La resolución llamaba a los cuartainternacionalistas a:
“Organizarse dentro de las filas de las organizaciones militares controladas por la Unidad Nacional de la burguesía antialemana y los estalinistas como fracciones secretas, con su propia disciplina, y orientarse firmemente a romper con esas organizaciones en el momento más ventajoso o más necesario”.
—“Theses on Liquidation of World War II and the
Revolutionary Upsurge” (Tesis sobre la liquidación de la Segunda Guerra Mundial y el auge revolucionario), Fourth International, marzo de 1945
Los trotskistas no nos oponemos a la lucha partisana por principio. Ésta puede ser un auxiliar útil en la lucha del proletariado para derrocar el dominio capitalista. Pero como señalamos en la introducción a nuestro boletín de la Prometheus Research Series:
“Aunque los movimientos partisanos en Francia, Italia y Grecia siguieron trayectorias muy diferentes, donde la dirigencia no era simplemente nacionalista burguesa era estalinista, y los estalinistas habían subordinado sus fuerzas a la alianza militar y política con los imperialistas ‘democráticos’. La participación de pequeños núcleos trotskistas en formaciones militares nacionalistas burguesas o estalinistas en un papel subordinado o asimilado habría significado su abandono de una posición de clase, cruzando la línea hacia el colaboracionismo de clases. Además, habría tendido a minar la necesaria estrategia de subvertir los ejércitos del Eje mediante la fraternización revolucionaria”.
—“Documents on the ‘Proletarian Military Policy’”
Los trotskistas griegos que intentaron unirse a la Resistencia dirigida por estalinistas con frecuencia fueron recompensados con la bala de algún asesino estalinista. Lo que hacía falta era mantenerse con el proletariado en las ciudades y prepararse para el momento en que el proletariado emprendiera la lucha como clase. Esto quedó demostrado en Vietnam en 1945, por ejemplo, con la derrota de las fuerzas de ocupación japonesas. Aunque al final fueron derrotados, con muchos de sus cuadros capturados y ejecutados, los trotskistas pudieron intervenir en el descontento social concomitante para dirigir una insurrección proletaria en Saigón contra un gobierno de frente popular dominado por los estalinistas de Ho Chi Minh y aliado a las fuerzas imperialistas británicas y francesas. (Ver el folleto espartaquista, Stalinism and Trotskyism in Vietnam [Estalinismo y trotskismo en Vietnam, 1976].)
Grecia no era Vietnam. La gran mayoría de la clase obrera estaba bajo el firme control de los estalinistas, que durante el levantamiento de diciembre de 1944 dieron caza y asesinaron a decenas de trotskistas. Pero, en el fondo, lo que les faltaba a los trotskistas era un programa con el cual intervenir en el movimiento de masas dirigido por los estalinistas. En lugar de apoyar el levantamiento obrero, oponiéndose políticamente a los falsos líderes estalinistas y denunciando su política de compromisos, los trotskistas asumieron una línea abstencionista.
En una declaración sobre la Dekemvriana (el levantamiento en Atenas en diciembre de 1944) publicada en febrero de 1945, el grupo fundado por el fallecido Pouliopoulos afirmó que había sido objetivamente imposible intervenir debido al asesino papel antitrotskista del KKE. Aunque reconocía que la lucha “entre la derecha y el KKE-EAM tomó el carácter de un conflicto entre el capital y las capas oprimidas de la sociedad”, la declaración evitaba cualquier indicio de defensa militar de las fuerzas del EAM (citado en “Les trotskystes grecs et le Parti communiste de Grèce pendant la Seconde Guerre mondiale”). Dos meses después, en la resolución de una conferencia publicada en su periódico Ergatika Nea (Noticias Obreras), el grupo (que para entonces se había fusionado con el de Karliaftis) equiparaba abiertamente al EAM con las fuerzas burguesas greco-británicas:
“Los dos grupos que han combatido entre sí deben juzgarse desde la perspectiva de la lucha de clases y de la revolución proletaria; las masas oprimidas pueden y deben juzgarlos sólo desde esta perspectiva histórica, y deben condenar a ambos implacablemente con respecto tanto a su línea política como a la relación de fuerzas en la que se apoyaron y a los medios y métodos que emplearon...
“El conflicto que estalló en el movimiento de diciembre no era un conflicto entre fuerzas sociales opuestas, ni entre el capital y el proletariado, ni entre el capital y los sectores oprimidos de la población”.
—citado en “Les trotskystes entre deux phases de la guerre civile en Grèce 1945-1946”
Con esta línea desdeñosa que rechazaba a ambas partes, ¿cómo hubieran podido tener los trotskistas la menor oportunidad de ganar alguno de los miles de obreros que se sentían traicionados por la capitulación de la dirigencia del KKE?
Desde el principio de 1945, algunos elementos opositores en el grupo de Pouliopoulos habían empezado a criticar la línea abstencionista en el levantamiento. La discusión interna se aireó en el periódico del grupo, y se expresaron opiniones más matizadas sobre el papel de los estalinistas y las contradicciones de la Resistencia. En una conferencia de julio de 1946 a la que asistió Pablo, el grupo de Stinas y el de Pouliopoulos (así como otro pequeño grupo de Salónica) se fusionaron para dar lugar al Partido Comunista Internacionalista de Grecia (IV Internacional), el KDKE. Aunque sólo contaba con el apoyo de una minoría del grupo fusionado, Pablo consiguió imponer su línea condenando el sectarismo de los trotskistas con respecto a la Resistencia y la Dekemvriana. Durante la guerra de guerrillas de 1946-1949, los trotskistas adoptaron una posición clara de apoyo militar a las fuerzas dirigidas por los comunistas.
Reflejando la amenaza política que representaba el trotskismo, en el otoño de 1946 el KKE accedió a celebrar una serie de tres debates con el KDKE en Atenas. Los estalinistas estaban a la defensiva ante la persecución burguesa y el desasosiego entre sus propias filas tras la traición de Varkiza. Una cuestión central del debate era la de las tropas británicas. Aunque los trotskistas habían advertido correctamente —contra el KKE— que los Aliados imperialistas le impondrían una nueva dictadura a las masas, los oradores trotskistas no declararon explícitamente que estaban por el retiro de las tropas británicas, con la justificación de que ello sería una concesión al nacionalismo griego. El hecho de que entre los oradores escogidos por el KDKE estaban el antisoviético Stinas y Karliaftis, quien aún defendía su anterior negativa a tomar lado con el ELAS contra la Wehrmacht, indica que los trotskistas griegos seguían negándose a intersecar a la base obrera de los estalinistas.
Casi 70 años después, los grupos que falsamente reclaman alguna identidad con el trotskismo en Grecia constituyen una mezcolanza socialdemócrata y anticomunista que evita al KKE como a la peste y no tiene más que desprecio por su base obrera. En cambio, el Grupo Trotskista de Grecia es la única organización con una perspectiva dirigida a ganarse a los obreros, incluyendo a los que simpatizan con el KKE, a un programa revolucionario y a la lucha por un partido de vanguardia auténticamente leninista.
El estalinismo griego: Entonces y ahora
Para extraer las lecciones de la Resistencia y la Guerra Civil hay que partir del entendimiento de que la derrota no resultó principalmente de la superioridad militar del enemigo ni de los errores de individuos, sino de la política y la dirigencia estalinistas. La liberación social a la que las masas aspiraban y por la que lucharon sólo podía lograrse mediante una revolución obrera que barriera con los explotadores capitalistas. Esto era lo que miles y miles de militantes comunistas, no sólo en Grecia, sino también en Francia, Italia y otros lugares, esperaban y deseaban tras la derrota del flagelo fascista. Pero la burocracia estalinista en la Unión Soviética le temía a la revolución obrera, pues sabía que ésta amenazaría su propio dominio parasitario, y los líderes del KKE, que seguían a Stalin, dejaron que la burguesía recuperara el poder. Los apologistas y los encubridores de las traiciones pasadas preparan traiciones nuevas.
Esto se ve claramente en la Grecia actual. Conforme la vida se va haciendo cada vez más insoportable para las masas, y en especial para la juventud, el KKE hace alarde de las acciones de protesta que organiza su frente sindical PAME mientras argumenta que el proletariado debe esperar el día en que una “situación objetivamente revolucionaria” caiga del cielo como un deus ex machina. Mientras tanto, los fascistas de Amanecer Dorado, que se pavonean con su saludo romano, crecen a saltos porque ofrecen una respuesta “radical” ya. Es urgentemente necesario luchar por un frente unido obrero que involucre a los principales sectores sindicales en defensa del movimiento obrero, los inmigrantes, los gays y todos los oprimidos contra los fascistas. En vez de ello, el KKE habla de “aislar” las “teorías criminales e inhumanas” de los fascistas mediante programas educativos en las escuelas o de derrotarlos en las urnas (declaración del Buró Político del KKE del 27 de septiembre de 2013, www.902.gr).
Los fascistas no son una sociedad de debates ni un círculo ideológico de derecha, sino una violenta banda paramilitar dedicada a la “purificación” étnica y la pulverización del movimiento obrero. Ante la ausencia de un desafío proletario a su dominio, la burguesía griega no ha puesto todo su peso detrás de los fascistas del modo en que sectores de la burguesía alemana lo hicieron a principios de los años 30. Pero la advertencia de Trotsky a los obreros alemanes se dirige con igual fuerza a las filas del KKE actual:
“Obreros comunistas, sois cientos de miles, millones, no tenéis ninguna parte adonde ir, no habrá suficientes pasaportes para nosotros. Si el fascismo llega al poder, pasará como un temible tanque sobre vuestros cráneos y vuestros espinazos. La salvación se encuentra únicamente en una lucha sin cuartel”.
—Trotsky, “Por un frente único obrero
contra el fascismo” (diciembre de 1931)
El KKE encubre su criminal pasividad con la afirmación, perfectamente correcta, de que en última instancia la revolución socialista es la única respuesta al fascismo. Pero el programa del KKE no es la revolución socialista, sino la confianza reformista en el estado burgués. El KKE se queja de que “el estado burgués cuenta con el marco legal para lidiar con las acciones criminales de AD [Amanecer Dorado]. Los responsables de que todavía no se haya hecho así son los gobiernos hasta el día de hoy” (declaración del Buró Político del KKE del 27 de septiembre de 2013). La burguesía mantiene a los fascistas en reserva para desatarlos contra el proletariado cuando lo encuentre necesario y en la medida en que lo requiera. Y aun cuando el estado, para sus propios propósitos, les da un manazo, ello le sirve a la burguesía como precedente para desatar la represión contra los “extremistas” en la izquierda. Como es evidente en la Grecia actual, también le permite a los matones fascistas presentarse como mártires de la “gente pequeña”.
Consecuente con su rastrero legalismo, el KKE procura ganarse el favor de la policía infestada de fascistas al apoyar sus “huelgas” y abrir las puertas del movimiento obrero a esos sicarios del estado capitalista. En una carta del 27 de febrero de 2013 al presidente de la Confederación Europea de Policía, Aleka Papariga del KKE declaró francamente: “apoyamos el derecho de los uniformados, como el del resto de los trabajadores, a la acción sindical y a la lucha por una vida decente” (Rizospastis, 8 de marzo de 2013).
El Grupo Trotskista de Grecia lucha por cohesionar, a partir de los militantes que busquen aprender las lecciones de la historia, un grupo bolchevique de cuadros comprometidos a construir la sección griega de una IV Internacional reforjada. Al luchar por un partido que dirija a la victoria un nuevo auge revolucionario, señalamos el siguiente pasaje de un documento de 1961 de la Socialist Labour League británica, uno de los documentos de fundación de nuestra tendencia:
“La historia de los últimos 40 años ha confirmado la lección que tanto repitieron Lenin y Trotsky, de que no hay situaciones imposibles para la burguesía. Ésta sobrevivió al desafío de la revolución y de la depresión económica de entreguerras, al recurrir al fascismo. Sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial con la complicidad de las dirigencias estalinistas y socialdemócratas —que se aseguraron de que la clase obrera no intentara tomar el poder— y usó ese respiro para elaborar nuevos métodos de dominio y fortalecer la economía. Incluso las situaciones más desesperadas pueden superarse siempre que la intervención activa de los obreros como clase para sí, con un partido y una dirección con la perspectiva de derrocar al capitalismo, no haya sido preparada oportunamente”.
—“The World Prospect for Socialism” (La perspectiva mundial para el socialismo)
Las autocríticas del KKE son una estafa diseñada para ocultar la continuidad esencial entre su política actual y la política de colaboración de clases que llevó a los obreros griegos a una trampa mortal en los años 40. Un partido capaz de dirigir la lucha por el poder obrero sólo puede forjarse diciendo la verdad e inculcando en el proletariado el entendimiento de que sus intereses de clase se oponen de manera irreconciliable a los de todas las alas de la burguesía y su estado.
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