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Spartacist (edición en español) Número 38

Diciembre de 2013

Marxismo y parlamentarismo burgués

Por qué rechazamos la consigna por una “asamblea constituyente”

“En ningún lugar del mundo existe un camino intermedio, ni puede existir. Una de dos: o la dictadura de la burguesía (disfrazada con pomposas frases eseristas y mencheviques sobre la soberanía del pueblo, una asamblea constituyente, libertades, etc.) o la dictadura del proletariado. Quien no haya aprendido esto de la historia de todo el siglo XIX, es un idiota incorregible”.

—V.I. Lenin, “Carta a los obreros y campesinos con motivo de la victoria sobre Kolchak” (agosto de 1919)

En varias ocasiones a lo largo de los años, la Liga Comunista Internacional (y su predecesora, la tendencia espartaquista internacional) levantó la consigna por una asamblea constituyente revolucionaria en respuesta a levantamientos sociales en países de desarrollo capitalista atrasado, desde Indonesia hasta Chile. Al explicar el porqué de estos llamados, nos apoyábamos en los escritos y la práctica del dirigente bolchevique V.I. Lenin del periodo anterior a la Revolución de Octubre de 1917 y especialmente en los escritos de León Trotsky sobre China y España de finales de los años 20 y principios de los 30 (ver, por ejemplo, “Nicaragua, Peru, Iran, Portugal: Why a Revolutionary Constituent Assembly?” [Nicaragua, Perú, Irán, Portugal: ¿Por qué una asamblea constituyente revolucionaria?], Workers Vanguard No. 221, 15 de diciembre de 1978).

En los últimos años tuvimos varias discusiones internas acerca del momento y las circunstancias en las cuales era apropiado llamar por una asamblea constituyente. Sin embargo, tras haber levantado brevemente esta consigna en nuestros primeros artículos sobre los levantamientos de Túnez y Egipto de principios de 2011, varios camaradas dirigentes argumentaron, sobre una base histórica más amplia, que esta consigna es equivocada en toda circunstancia. Ello condujo a extensas investigaciones históricas y a una reevaluación que aún continúan. A finales de 2011, una reunión plenaria del Comité Ejecutivo Internacional (CEI) de la LCI votó unánimemente por repudiar esa consigna. La resolución que se adoptó entonces decía:

“Si bien la Asamblea Constituyente desempeñó un papel progresista en la gran revolución burguesa de Francia en 1789, toda la experiencia histórica ha demostrado que ése dejó de ser el caso desde entonces. Empezando con las revoluciones de 1848, en cada situación en la que una asamblea constituyente o un cuerpo legislativo burgués similar fue convocado en el contexto de una insurgencia proletaria, su propósito fue reunir las fuerzas de la contrarrevolución contra el proletariado y liquidar el poder proletario. Lo anterior fue evidente en la Comuna de París de 1871, la Revolución de Octubre de 1917 y la Revolución Alemana de 1918-19. Aunque la IC [Internacional Comunista] nunca lo codificó como una declaración principista general, la línea general de los bolcheviques bajo la dirección de Lenin y Trotsky tras la Revolución de Octubre consistió en tratar a la asamblea constituyente como una agencia contrarrevolucionaria. El que Trotsky empezara a levantar la consigna de nuevo a fines de los años 20 fue, principal aunque no exclusivamente, una manera (equivocada) de combatir las idioteces ultraizquierdistas de la Comintern del Tercer Periodo”.

Expresamos nuestra nueva posición de oponernos por principio a la consigna por una asamblea constituyente en el artículo “Egypt: Military and Islamists Target Women, Copts, Workers” (Egipto: Ejército e islamistas apuntan contra las mujeres, los coptos y los obreros, Workers Vanguard No. 994, 20 de enero de 2012), así como en “Sobre el llamado por una asamblea constituyente” (Espartaco No. 35, junio de 2012).

Nuestro rechazo a la consigna por una asamblea constituyente refleja tanto la experiencia histórica del proletariado como la extensión del programa marxista a lo largo de los años. Como dejó claro Lenin en el pasaje citado arriba, toda la historia del siglo XIX demuestra que ese llamado se contrapone a la lucha por el poder proletario. Cuando Marx postuló “la revolución en permanencia” en 1850, lo hizo a partir de la experiencia de las revoluciones de 1848, cuando las burguesías de distintos países europeos hicieron causa común con las fuerzas de la reacción aristocrática contra el proletariado insurgente. Durante la Revolución de 1905, Trotsky se basó en el entendimiento de Marx para desarrollar la teoría de la revolución permanente aplicada a la Rusia zarista. Con la derrota de la Segunda Revolución China en 1927, Trotsky extendió esa perspectiva a los demás países de desarrollo capitalista atrasado.

Un elemento central de la teoría de Trotsky es el entendimiento de que las aspiraciones de los trabajadores de esos países a los derechos democráticos y nacionales y a la emancipación social no podrán realizarse bajo el dominio burgués. La realización de tales aspiraciones requiere una revolución proletaria para barrer con el orden capitalista, así como la extensión de las conquistas revolucionarias a los centros del imperialismo mundial. A diferencia de demandas como la autodeterminación nacional, la igualdad de la mujer, la tierra a quien la trabaja, el sufragio universal o la oposición a la monarquía —que pueden resultar cruciales para movilizar a las masas detrás de las luchas del proletariado—, la asamblea constituyente no es una demanda democrática, sino un llamado por un nuevo gobierno capitalista. Dado el carácter reaccionario de la burguesía, tanto en el mundo semicolonial como en los estados capitalistas avanzados, no puede haber un parlamento burgués revolucionario. Así, el llamado por una asamblea constituyente se contrapone a la perspectiva de la revolución permanente.

Al examinar nuevamente el registro histórico, quedó claro que todos los documentos comunistas de peso escritos en los primeros varios años después de 1917 que tocan esta cuestión rechazan tajantemente la idea de que una asamblea constituyente, o nacional, pueda servir a los intereses del proletariado. El folleto de Lenin La revolución proletaria y el renegado Kautsky, redactado a finales de 1918, no es sino el ejemplo más conocido. La consigna se consideraba parte de lo que Lenin llamó el oportunismo acumulado en el movimiento obrero bajo la II Internacional. En Alemania, Rosa Luxemburg se opuso vigorosamente al intento (que al final resultó exitoso) del Partido Socialdemócrata (SPD) y del centrista Partido Socialista Independiente (USPD) de hacer abortar la revolución que había estallado en noviembre de 1918 mediante la imposición de una Asamblea Nacional:

“¿Qué se gana con ese cobarde desvío llamado asamblea nacional? Se fortalece la posición de la burguesía, se debilita al proletariado y se le engaña con ilusiones vacías, y se disipan y se pierden tiempo y energía en ‘discusiones’ entre el lobo y el cordero. En una palabra, les sirve a todos aquellos elementos cuya buena intención es estafar a la revolución proletaria para quitarle sus fines socialistas y castrarla hasta convertirla en una revolución democrático-burguesa.

“Pero la de la asamblea nacional no es una cuestión táctica, ni una cuestión de qué es más ‘fácil’. Es una cuestión de principios, de la percepción socialista de la revolución...

“La asamblea nacional es un legado caduco de las revoluciones burguesas, un cascarón vacío, un escenario de utilería de la época de las ilusiones pequeñoburguesas en el ‘pueblo unido’ y en la ‘libertad, igualdad, fraternidad’ del estado burgués”.

—Luxemburg, “La asamblea nacional”, Die Rote Fahne, 20 de noviembre de 1918, traducción al inglés en John Riddell, ed., The German Revolution and the Debate on Soviet Power (La Revolución Alemana y el debate sobre el poder soviético, Nueva York: Anchor Foundation, 1986)

Al repudiar el haber usado anteriormente la consigna de la asamblea constituyente, en primer lugar tuvimos que responder a los diversos argumentos, a veces contradictorios, a los que recurrió Trotsky para justificar su uso. El hecho de que él reviviera la consigna en la misma época en que generalizó la teoría de la revolución permanente no podía sino producir confusión en las filas de la Oposición de Izquierda Internacional y el movimiento cuartainternacionalista. En China, la confusión en torno a la cuestión de la asamblea nacional contribuyó a paralizar algunos aspectos del trabajo de los trotskistas en los años 30. En la India, donde el papel contrarrevolucionario de la asamblea constituyente quedó demostrado en la vida real tras la Segunda Guerra Mundial, el trotskista Bolshevik-Leninist Party (Partido Bolchevique-Leninista) fue sacudido por una profunda disputa fraccional en la que los defensores de esa consigna impulsaban una política liquidacionista más amplia. También hubo diferencias importantes al interior de la IV Internacional respecto a si la consigna era aplicable a los países europeos que emergían del dominio fascista o de la ocupación alemana durante y después de la Segunda Guerra Mundial, para lo cual no había justificación en los escritos de Trotsky.

Al examinar los debates internos del movimiento trotskista entre los años 20 y los 40 respecto a la asamblea constituyente, enfrentamos un obstáculo considerable. Si bien las opiniones del propio Trotsky a partir de que revivió la consigna en 1928 pueden encontrarse fácilmente, los argumentos de muchos de quienes cuestionaron su uso o se opusieron a él sólo se pueden consultar, cuando mucho, en diversos archivos y boletines internos. En algunos casos, como el del considerable sector de estudiantes chinos en Moscú que se adhirieron a la Oposición de Izquierda en 1928-29, cualesquiera documentos que pudieran haber existido parecen haberse perdido para siempre gracias a la represión estalinista. Así, hasta ahora nuestra investigación ha sido necesariamente parcial, en especial respecto a las disputas al interior de la Oposición de Izquierda en la época en que Trotsky revivió la consigna.

Reevaluación marxista y abuso revisionista

Nuestra reevaluación y repudio de la consigna de la asamblea constituyente forma parte de nuestro esfuerzo por sostener el núcleo revolucionario del bolchevismo contra la confusión acumulada y la traición revisionista. La resolución del CEI de la LCI señala: “Al igual que en la cuestión relacionada de postular candidatos para puestos ejecutivos en el estado capitalista o aceptar tales puestos, nos enfrentamos aquí a una herencia de la II Internacional que los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista dejaron sin resolver”. La V Conferencia de la LCI, celebrada en 2007, rechazó, como cuestión de principios, nuestra anterior posición de que los comunistas podían postularse para puestos ejecutivos —por ejemplo, presidente, alcalde o gobernador provincial o estatal— siempre que declarasen de antemano que no tenían intención de asumir dichos puestos (ver “Los principios marxistas y las tácticas electorales”, en Spartacist No. 36, noviembre de 2009). Al mismo tiempo, señalamos:

“Nuestra práctica anterior estaba acorde con la de la Comintern y la IV Internacional. Ello no significa que hayamos actuado de manera antiprincipista en el pasado: ni nuestros antecesores ni nosotros mismos habíamos reconocido jamás tal principio. Los programas evolucionan conforme surgen nuevas cuestiones y hacemos un escrutinio crítico del trabajo de nuestros predecesores revolucionarios”.

Al adoptar la posición contra postularnos para puestos ejecutivos, observamos que estábamos reconociendo y codificando lo que debía verse como un corolario a El estado y la revolución (1917) y La revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin, que en realidad son los documentos de fundación de la IC. Así, seguimos completando el trabajo teórico y programático de los cuatro primeros congresos de la IC.

En nuestra lucha por reforjar la IV Internacional de Trotsky nos apoyamos en esos congresos. Sin embargo, es necesario tener una aproximación crítica a las discusiones de la Comintern de primera época a la luz de la experiencia subsecuente. Desde los primeros años de nuestra tendencia, hemos expresado reservas respecto a las resoluciones del IV Congreso (1922) sobre el “frente único antiimperialista” y el “gobierno obrero”. De hecho, nuestra nueva línea respecto a los puestos ejecutivos fue una extensión de nuestra vieja crítica a la resolución defectuosa y confusionista del IV Congreso respecto a los “gobiernos obreros”. Dicha resolución confunde el llamado por un gobierno obrero —que para los revolucionarios no es sino una expresión popular para referirse a la dictadura del proletariado— con todo tipo de gobiernos socialdemócratas que asumen la administración del aparato estatal burgués.

Ello dejó abierta la posibilidad de que los comunistas participaran en un gobierno de ese tipo en coalición con los socialdemócratas, como de hecho ocurrió cuando el Partido Comunista Alemán (KPD) entró a los gobiernos regionales “de izquierda” dirigidos por el SPD en Sajonia y Turingia en octubre de 1923. Si bien Trotsky luchó por una perspectiva revolucionaria para Alemania en 1923 e insistió en que el KPD hiciera preparativos concretos y fijara una fecha para la insurrección, apoyó equivocadamente la entrada del KPD en los gobiernos de Sajonia y Turingia, argumentando que ello proveería un “campo de entrenamiento” para la revolución (ver “Rearmando al bolchevismo: Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, Spartacist No. 31, agosto de 2001). Al final, el KPD y la dirección de la Comintern bajo Grigorii Zinóviev dejaron pasar la oportunidad revolucionaria. La subsecuente desmoralización del proletariado soviético fue un factor crítico que le permitió a la burocracia nacionalmente estrecha y conservadora bajo I.V. Stalin usurpar el poder político en 1923-24.

Uno de los elementos necesarios para mantener nuestra continuidad revolucionaria es la asimilación crítica de las lecciones de las luchas que el movimiento obrero internacional ha librado en el pasado. En contraste, nuestros oponentes políticos dejan sin contenido o rechazan los principios de la Revolución de Octubre y los fundamentos programáticos de la Internacional Comunista de Lenin y Trotsky, y eligen sólo aquellas “tradiciones” que puedan darle un aura de autoridad histórica a sus actividades oportunistas. Hoy, amplios sectores de la izquierda seudotrotskista levantan la consigna de la asamblea constituyente prácticamente en toda circunstancia. Para estos reformistas, de manera cada vez más franca desde que apoyaron la contrarrevolución “democrática” respaldada por el imperialismo que destruyó la Unión Soviética en 1991-92, la democracia (burguesa) es ahora la cumbre de la política.

En América Latina, los llamados por asambleas constituyentes son omnipresentes, especialmente entre los muchos retoños de la tendencia otrora dirigida por el ya difunto aventurero argentino Nahuel Moreno, que impulsaba desvergonzadamente una perspectiva de “revolución democrática”. La tendencia centrada en Francia y asociada con el fallecido Pierre Lambert llama por asambleas constituyentes no sólo en los países semicoloniales, sino también en Francia, donde hace campaña por remplazar la constitución semibonapartista de la V República que estableció Charles de Gaulle en 1958. La línea de otra autonombrada “IV Internacional”, el Secretariado Unificado (S.U.) del fallecido Ernest Mandel, es básicamente idéntica. En una declaración reciente, su sección belga llamaba por la “construcción democrática de una Europa de solidaridad y cooperación (por ejemplo, mediante una asamblea constituyente)” (International Viewpoint en línea, 10 de junio de 2012).

Todos estos grupos, y otros, pusieron en primer plano la consigna de la asamblea constituyente durante los levantamientos populares que comenzaron a principios de 2011 en el norte de África (la “Primavera Árabe”). Según el S.U., ésta era una parte esencial del “programa de un gobierno democrático que esté al servicio de los trabajadores y la población” (“In Tunisia and Egypt the Revolutions Are Underway” [En Túnez y Egipto las revoluciones están en curso], International Viewpoint, enero de 2011). Pero la experiencia de más de un siglo y medio de lucha de clases muestra que combatir por un “gobierno democrático” parlamentario-burgués es una trampa para el proletariado. Al cooptar las aspiraciones de las masas descontentas, la burguesía utiliza, siempre y en todo lugar, la “etapa democrática” de la revolución para consolidar su dominio y aplastar las luchas obreras.

De la Revolución Francesa de 1789 a la Comuna de París de 1871

El modelo de “asamblea constituyente revolucionaria” viene de la revolución burguesa francesa. La asamblea constituyente que se estableció en 1789 marcó el ascenso de la burguesía contra la monarquía. Tres años después, una Convención Nacional dominada por los moderados girondinos fue elegida por sufragio universal masculino. Los radicales jacobinos tomaron el poder en 1793 mediante una insurrección de las masas plebeyas de París que derrocó a los girondinos y los purgó de la Convención. De 1789 a la caída del régimen jacobino en 1794, la revolución estuvo marcada por un poder dual entre los diversos parlamentos que se sucedieron y las clases bajas de París, que en cada fase presionaban a la burguesía para que tomara medidas más radicales. Los parlamentos pudieron cumplir una función revolucionaria porque la burguesía era entonces una clase revolucionaria enfrentada con el orden feudal, que a su vez llevaba mucho tiempo subordinado a una monarquía absoluta.

El parlamentarismo no fue en modo alguno intrínseco a las revoluciones burguesas clásicas. Durante la Revolución Inglesa de las décadas de 1640 y 1650, el centro del poder revolucionario no fue el Parlamento, sino el Nuevo Ejército Modelo de Oliver Cromwell. Como explicó Trotsky:

“El realista revolucionario Cromwell edificaba una sociedad nueva. El Parlamento no es un fin en sí, el derecho no es un fin en sí, y si Cromwell y sus ‘santos’ consideraban el cumplimiento de las leyes divinas como el fin en sí, estas leyes no eran en realidad sino el material ideológico necesario para la construcción de la sociedad burguesa. Disolviendo un Parlamento tras otro, Cromwell manifestaba su poco respeto hacia el fetiche de la representación nacional, de igual modo que había manifestado, con la ejecución de Carlos I, un respeto insuficiente hacia la monarquía de derecho divino”.

—“¿Adónde va Inglaterra?” (1925)

La Gran Revolución Francesa fue un punto de referencia crucial para Marx y su colaborador Friedrich Engels conforme hicieron la transición de demócratas radicales a líderes comunistas en la década de 1840. En el Manifiesto Comunista, redactado a finales de 1847 y principios de 1848, plantearon la necesidad de aliarse con la burguesía en Alemania “en tanto que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria”, pero revisaron este entendimiento a la luz de las revoluciones de 1848-49, que mostraron que la burguesía se aliaría con la reacción aristocrática en cuanto se topara con una clase obrera que actuara como fuerza independiente.

Esto quedó demostrado con la mayor claridad en Francia. Tras una insurrección popular en febrero de 1848, el nuevo Gobierno Provisional comenzó haciendo algunas concesiones a la clase obrera, pero para abril los demócratas radicales burgueses ya se habían vuelto contra los obreros. Ese mes, las elecciones a la asamblea constituyente produjeron una victoria arrolladora para el derechista “partido del orden”. En junio, el nuevo gobierno procedió a aplastar una insurrección semiespontánea del proletariado de París, quebrándole la columna vertebral a la clase obrera francesa por toda una generación.

Aquél fue el primer ejemplo en la historia moderna de una “contrarrevolución democrática”. Ante el profundo descontento de la clase obrera, la burguesía utilizó una asamblea constituyente electa, en la cual predominaron los votos de los campesinos y otros sectores pequeñoburgueses, para reprimir el descontento y solidificar de nuevo su dominio. El resultado fue una brutal guerra civil unilateral que incluyó masacres y deportaciones masivas de obreros y socialistas.

La represión de los obreros de París por parte de la burguesía republicana de junio de 1848 y el apoyo de la burguesía alemana a la reacción monárquica radicalizaron el pensamiento de Marx y Engels. Señalando la perfidia de la pequeña burguesía democrática, argumentaron que la tarea consistía en “hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el poder del estado” y la revolución se extienda internacionalmente (“Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, marzo de 1850).

En esa etapa, el proletariado era aún muy pequeño en comparación con el campesinado y otros sectores pequeñoburgueses, y demasiado débil para tomar el poder en su propio nombre. Sin embargo, como escribiría Marx dos años más tarde, el desarrollo histórico estaba mostrando que los intereses de los campesinos “no se hallan ya, como bajo Napoleón, en consonancia, sino en contraposición con los intereses de la burguesía, con el capital. Por eso los campesinos encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por misión derrocar el orden burgués” (El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte [1852]). Posteriormente, Marx elaboró: “Todo el asunto dependerá en Alemania de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con una segunda edición de la guerra campesina [del siglo XVI]. De esta manera la cosa será espléndida...” (carta a Engels, 16 de abril de 1856). Más tarde, Lenin señalaría esa frase como una notable predicción del curso de la Revolución Bolchevique.

La Comuna de París, que duró de marzo a mayo de 1871, fue el primer ejemplo de la dictadura del proletariado en la historia. Lejos de basarse en un organismo parlamentario, comenzó bajo los auspicios de la Guardia Nacional, una fuerza militar basada en la clase obrera armada y dirigida por un Comité Central electo. Este órgano insurreccional se contraponía a la Asamblea Nacional, que había sido elegida sobre la base del voto de sectores rurales reaccionarios.

Marx se solidarizó plenamente con la Comuna, pese a sus críticas a la dirección dominada por partidarios del insurreccionalista jacobino Auguste Blanqui y el ala pequeñoburguesa de la I Internacional influenciada por Pierre-Joseph Proudhon. El Comité Central decidió programar elecciones municipales tempranas en lugar de proceder decididamente a derrotar las fuerzas de la reacción que se habían congregado en Versalles. Marx argumentó que, dado que la burguesía acababa de huir de la ciudad, se hallaba desorganizada y tenía pocas tropas, el Comité Central debió haber marchado “en seguida sobre Versalles”, pero “dejaron pasar el momento oportuno por escrúpulos de conciencia” (carta a Kugelmann, 12 de abril de 1871). Al final, las fuerzas de la reacción burguesa consiguieron aprovecharse de aquella debilidad y aplastaron brutalmente la Comuna.

Aquél fue un claro ejemplo de contraposición entre la revolución obrera y el fetichismo parlamentario democrático. Paul Lafargue, yerno de Marx y dirigente fundador del Parti ouvrier (Partido Obrero) francés, escribiría posteriormente respecto a la Comuna: “En 1871 el poder había caído en las manos populares no preparadas para recibirlo. Apoderarse del poder en periodo revolucionario es cosa relativamente fácil, pero conservarlo y, sobre todo, servirse de él, son cosas muy difíciles” (“El mañana de la revolución”, 31 de diciembre de 1887, en Pablo Lafargue. Textos escogidos [La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2007]). En una polémica implícita contra la prisa de la Guardia Nacional por convocar a elecciones, Lafargue argumentó:

“El poder revolucionario se constituirá por simple toma de posesión y sólo cuando sea dueño de la situación los socialistas pensarán en hacer ratificar sus actos por el sufragio llamado universal. Los burgueses han descartado de las urnas electorales a las clases no propietarias tanto tiempo, que no se asombrarán demasiado si se castiga con la incapacidad política a todos los ex capitalistas hasta que la partida revolucionaria sea ganada”.

La Comuna de París representó el núcleo de un estado obrero. Suprimió al ejército permanente para remplazarlo con los obreros en armas. Como señaló Marx, no fue “un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo” (La guerra civil en Francia, 1871). Escribiendo medio siglo después, Trotsky subrayó en una polémica contra el socialdemócrata alemán Karl Kautsky:

“La Comuna fue la negación viva de la democracia formal, pues en su desarrollo marcó la dictadura del París obrero sobre la nación campesina...

“La misión de la Comuna era disolver la Asamblea Nacional. Por desgracia, no pudo conseguirlo”.

Terrorismo y comunismo (Anti-Kautsky) (1920)

El SPD y la II Internacional

El aplastamiento de la Comuna abrió un prolongado periodo de reacción burguesa. Mientras Marx y Engels sacaban las lecciones de esa derrota, encontraron una oposición considerable dentro de la I Internacional, que en los hechos había colapsado para 1873. Engels expresó el deseo de que “la próxima Internacional —después que las obras de Marx hayan ejercido influencia durante algunos años— será directamente comunista y proclamará abiertamente nuestros principios” (carta a Adolph Sorge, 12-17 de septiembre de 1874). Pero la II Internacional, fundada oficialmente en 1889 y centrada en la socialdemocracia alemana, tuvo un carácter muy distinto. Si bien cumplió una función importante al construir partidos obreros de masas y propagar aspectos de las opiniones de Marx y Engels, cada vez se fue adaptando más al reformismo parlamentario, que llegó a ser su característica definitoria.

El programa del SPD, como el de los demás partidos que conformaban la II Internacional, estaba dividido en una sección “mínima” y una “máxima”. Con el tiempo, quedó claro que el programa máximo no era sino un adorno diseñado para aplacar al ala izquierda, mientras que el programa mínimo reflejaba la práctica reformista de la mayoría de los líderes del partido. Marx y Engels aceptaban la concepción de programa mínimo/máximo, pero, para ellos, el propósito de las demandas del programa mínimo era ayudar a allanar el camino para la revolución socialista. En cambio, como señaló Lenin, “los oportunistas de la socialdemocracia actual tomaron las formas políticas burguesas del estado democrático parlamentario como el límite del que no podía pasarse” (El estado y la revolución).

Marx y Engels vivieron antes de la era imperialista y muchos de estos rasgos de la socialdemocracia no eran aún del todo evidentes. Pero sí libraron muchas batallas contra el gradualismo parlamentario y eran tajantemente críticos de la dirección del SPD desde el origen mismo del partido en la fusión de 1875 con los partidarios de Ferdinand Lassalle. En su “Crítica del Programa de Gotha” (1875), Marx criticaba a sus partidarios alemanes por capitular ante los lassalleanos, objetando en particular a la concepción de estos últimos de un “estado popular libre”. En 1863-64, Lassalle había intentado obtener secretamente un acuerdo con el gobierno prusiano del conde Otto von Bismarck contra la burguesía liberal con el fin de conseguir el sufragio universal masculino. El programa de fundación del SPD estaba lleno de ilusiones en el estado bismarquiano alemán.

Engels recriminó a Bebel el que éste subestimara la perniciosa influencia de la ideología radical democrática en Alemania y enfatizó el papel que esas fuerzas democrático-burguesas desempeñarían como centro de reunión de la contrarrevolución. Señalando las lecciones de 1848, Engels enfatizó que “nuestro único adversario el día de la crisis y el siguiente será toda la reacción colectivamente, la que se agrupará en torno a la democracia pura” (carta a August Bebel, 11-12 de diciembre de 1884). En un artículo conmemorativo en el primer aniversario de la muerte de Marx, Engels señaló que la burguesía alemana aún era débil en 1848, mientras que el proletariado estaba “tan poco desarrollado como ella” y “sólo presentía de un modo vago el profundo antagonismo de intereses que le separaba de la burguesía. Y así, aunque en el fondo fuese para ésta un adversario amenazador, seguía siendo, por otra parte, su apéndice político” (“Marx y la Neue Rheinische Zeitung (1848-1849)”, marzo de 1884). El artículo explica cómo fue que Marx y Engels revisaron la relación del proletariado con la democracia burguesa:

“Poníamos, en fin, al descubierto el cretinismo parlamentario (como lo llamaba Marx) de las diversas asambleas denominadas nacionales. Estos señores habían dejado que se les escapasen de las manos todos los resortes del poder, reintegrándolos —voluntariamente en parte— a los gobiernos. Junto a gobiernos reaccionarios nuevamente fortalecidos, en Berlín y en Fráncfort funcionaban unas asambleas sin fuerza alguna, aunque se imaginasen que sus acuerdos impotentes iban a sacar al mundo de quicio. Estas ilusiones cretinas prevalecían hasta entre la extrema izquierda. ¡Vuestro triunfo parlamentario —les gritábamos— coincidirá con vuestra derrota real y efectiva!”.

La opinión de Engels respecto al proyecto de programa del SPD de 1891 (el programa de Erfurt) era más positiva, pero no dejaba de ser muy crítico hacia el oportunismo del partido. En una carta que los dirigentes del partido ocultaron por más de una década, atacó la idea mortal de que el orden legal vigente en Alemania fuera “suficiente para el cumplimiento pacífico de todas sus reivindicaciones” (“Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891”, junio de 1891). Ese año, Engels hizo que la “Crítica del Programa de Gotha” de Marx se publicara por primera vez, contra la oposición de los líderes del SPD. En el mismo año volvió a publicar también La guerra civil en Francia de Marx con una introducción que reivindicaba la dictadura del proletariado en oposición directa a las opiniones de lo que llamaba el “filisteo socialdemócrata”. (¡Los líderes del SPD insistieron en que Engels cambiara esa frase por el “filisteo alemán” antes de su publicación!)

Los frecuentes intentos de suprimir o censurar textos críticos que escribieron Marx y Engels subrayaban el creciente alejamiento del SPD con respecto al auténtico marxismo. Señalando en su crítica que las reivindicaciones políticas del proyecto de programa de Erfurt “no dicen lo que precisamente debían decir”, incluso acerca de la abolición de la monarquía y la creación de una nueva constitución republicana, Engels escribió: “Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución Francesa” (Ibíd.). Y añadió: “Pero el hecho de que, en Alemania, no se permite siquiera presentar un programa de partido abiertamente republicano prueba hasta qué punto es profunda la ilusión de que en ese país se pueda instaurar por vía idílicamente pacífica la república, y no sólo la república, sino hasta la sociedad comunista”. Posteriormente, Lenin atacaría tajantemente el mal uso que los oportunistas dieron a la carta de Engels:

“Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a saber: que la<cFont:MS Mincho>
República democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado. Pues esta República, que no suprime ni mucho menos la dominación del capital ni, consiguientemente, la opresión de las masas ni la lucha de clases, lleva inevitablemente a un ensanchamiento, a un despliegue, a una patentización y a una agudización tales de esta lucha, que, tan pronto como surge la posibilidad de satisfacer los intereses vitales de las masas oprimidas, esta posibilidad se realiza, inevitable y exclusivamente, en la dictadura del proletariado, en la dirección de estas masas por el proletariado”.

El estado y la revolución

Los guesdistas y el parlamentarismo en Francia

Una degeneración política paralela tuvo lugar entre los socialdemócratas franceses. Las fuerzas marxistas dirigidas por Jules Guesde y Paul Lafargue se habían escindido de los proudhonistas en 1880; dos años después, tras una escisión con los posibilistas flagrantemente reformistas, fundaron el Parti ouvrier. Marx había colaborado mucho en la redacción del programa de los guesdistas, que originalmente intentaron seguir un curso revolucionario. Pero en 1890-92 dieron un brusco viraje derechista hacia el parlamentarismo. Como señaló un historiador del socialismo francés, “se había hecho evidente que la situación revolucionaria que los guesdistas habían esperado por tanto tiempo era más remota de lo que parecía en 1880, cuando las instituciones republicanas no eran en absoluto estables ni seguras” (Aaron Noland, The Founding of the French Socialist Party [1893-1905] [La fundación del Partido Socialista Francés (1893-1905)], Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1956). Noland añade:

“La dirigencia guesdista se había dado cuenta de que las instituciones políticas democráticas, como el sufragio universal y los órganos electos municipales y nacionales, debían usarse en un grado mucho mayor a lo que se había hecho hasta entonces para perseguir sus intereses, mientras aguardaban la creación de la anticipada situación revolucionaria. Por tanto, el partido guesdista decidió emular los éxitos electorales de los posibilistas y adoptó también programas electorales moderados atractivos, diseñados para ganarse el voto de diversos sectores del electorado, proletarios y no proletarios”.

Los guesdistas estaban haciendo las paces con la III República francesa, que se había erigido sobre el cadáver de la Comuna de París, comenzando con sus instituciones municipales. No tenían motivo para exigir una asamblea constituyente, pues cada vez se convencían más de que llegarían al poder mediante el parlamento existente. En las elecciones de 1892 obtuvieron el control de varios municipios, y en las parlamentarias de 1893 les fue tan bien que Guesde dijo que era “una verdadera revolución” (citado en Ibíd.). Engels estaba horrorizado y escribió que esperaba que la prensa del partido no publicara la declaración de Guesde, pues “sonaría simplemente grotesco” (carta a Laura Lafargue, 31 de agosto de 1893).

En su búsqueda de éxitos electorales, los guesdistas establecieron bloques con diversos radicales burgueses seudosocialistas. Terminaron entregando la dirección de su fracción parlamentaria a Jean Jaurès, un reformista empedernido que se apoderó de la dirección del Partido Socialista unificado en un congreso de 1905. Para Jaurès, en el fondo, el “socialismo” no significaba sino el cumplimiento de los ideales de la Revolución Francesa de 1789. Así, en noviembre de 1895, justo cuando Engels acababa de morir, Jaurès (así como los guesdistas) apoyó al primer gobierno burgués dirigido por el Partido Radical. Cuatro años después, Alexandre Millerand, un amigo de Jaurès, ingresó a un gobierno burgués similar, lo cual provocó una tormenta de protestas entre los elementos de izquierda de la II Internacional. Aunque su evolución fue diferente, los socialdemócratas franceses terminaron alcanzando al SPD en cuanto a postración reformista parlamentaria.

El marxismo ruso y la asamblea constituyente

El periodo de actividad política de Marx y Engels abarcó dos enormes levantamientos sociales: las revoluciones de 1848 y la Comuna de París 23 años después. Pero la continuidad marxista se fue atenuando durante el periodo reaccionario que siguió, conforme el mundo imperialista cobraba forma y el oportunismo se volvía cada vez más desenfrenado en la II Internacional. Los partidos socialdemócratas se volvieron parlamentaristas, participaban en gobiernos burgueses y administraban consejos municipales. Para la primera década del siglo XX, la II Internacional incluso debatía si el colonialismo era progresista, y una minoría significativa impulsaba la línea chovinista del “colonialismo socialista”. Ello prefiguró el colapso que sufriría la Internacional en 1914, cuando sus principales partidos constitutivos (con la excepción de los bolcheviques, los socialistas “estrechos” búlgaros y algunos otros) apoyaron los objetivos bélicos de sus propios gobernantes burgueses en la Primera Guerra Mundial. Entre las fuerzas de izquierda de la II Internacional, fue sobre todo Lenin, cuya actividad abarcó las revoluciones rusas de 1905 y 1917, quien se reapropió de las enseñanzas de Marx y Engels y las aplicó a las tareas del proletariado en la era de la decadencia capitalista.

El origen de las demandas por una constitución democrática y una asamblea constituyente en Rusia puede encontrarse claramente en la II Internacional. Sin embargo, desde sus orígenes en el grupo Emancipación del Trabajo de Gueorguii Plejánov en 1883, una importante diferencia separó al marxismo ruso de los principales partidos socialdemócratas de Europa Occidental y Central. Rusia estaba política y económicamente atrasada, con una monarquía absoluta, un campesinado enorme y apenas los comienzos de una clase obrera industrial. Como señaló el historiador G.D.H. Cole:

“Por otra parte, en los países más adelantados y especialmente donde había cierta experiencia y tradición de democracia burguesa y gobierno constitucional, ‘la revolución’ no significaba necesariamente sangre. Era posible concebir que se produjera casi o totalmente sin derramamiento de sangre...

“Era imposible que un ruso pensara de ese modo. Para los rusos, la revolución no era la última etapa de un proceso ini​ciado con algunas etapas constitucionales, sino la primera etapa necesaria para poner en movimiento el proceso. Los rusos tenían que empezar, o así lo creían, obteniendo una Constitución que sólo podían ganar por medios revolucionarios”.

—Cole, Historia del pensamiento socialista Vol. IV, La Segunda Internacional 1889-1914 (México: Fondo de Cultura Económica, 1960)

A diferencia de los líderes del SPD, que habían llegado a asumir la vía parlamentaria al socialismo, los marxistas rusos entendían que no podrían obtener siquiera una constitución democrática sin una insurrección revolucionaria, quizá similar a la Convención bajo los jacobinos.

El llamado por una constitución tal apareció en el primer proyecto de programa del grupo Emancipación del Trabajo, que Plejánov redactó en 1884. Si bien este proyecto (y uno más que le siguió tres años después) no exige explícitamente una asamblea constituyente, sí argumenta que deben establecerse “instituciones políticas libres” mediante la agitación por “una constitución democrática” (Plejánov, El socialismo y la lucha política, México: Ediciones Roca, 1975).

Lenin partió de los proyectos de Plejánov para redactar un programa para el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia a principios de 1902. En él afirmaba que el “objetivo político inmediato” es “el derrocamiento de la autocracia zarista y su sustitución por una república, basada en una Constitución democrática”, y concluía que “la realización plena, consecuente y firme de las transformaciones políticas y sociales señaladas sólo podrá lograrse mediante el derrocamiento de la autocracia y la convocatoria de una asamblea constituyente, libremente elegida por todo el pueblo” (“Proyecto de programa del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia”, enero-febrero de 1902).

Para Lenin, la cuestión clave para impulsar la revolución era la necesidad de ganarse a las vastas masas campesinas, que abarcaban a la abrumadora mayoría de la población. El llamado de Lenin por una asamblea constituyente estaba integralmente vinculado a su marco conceptual de entonces: la dictadura democrática del proletariado y el campesinado y el llamado por un gobierno provisional revolucionario que convocara esa asamblea. En muchos artículos escritos en la primera mitad de 1905, enfatizó especialmente el objetivo de un gobierno provisional revolucionario y una asamblea constituyente. En la segunda mitad del año, su énfasis viró a la polémica contra los liberales y los oportunistas respecto a los medios por los cuales se alcanzaría este objetivo. Continuamente subrayó la necesidad de que el proletariado actuara de manera independiente de la burguesía liberal, incluso mediante huelgas políticas, un levantamiento armado, etc.

Así, a principios de 1905, Lenin felicitó a Alexander Parvus por haber roto con los mencheviques de la “nueva Iskra”, pero lo criticó por afirmar que “el gobierno provisional revolucionario será, en Rusia, un gobierno de la democracia obrera” (“La socialdemocracia y el gobierno provisional revolucionario”, marzo-abril de 1905). Siete meses después, tras el surgimiento del soviet de San Petersburgo, escribió:

“El soviet debe proclamarse gobierno provisional revolucionario, o bien constituirlo, incorporando para ello a nuevos diputados, no sólo de los obreros, sino, primero, de los marineros y soldados, que en todas partes se sienten ya atraídos por la libertad; segundo, de los campesinos revolucionarios; y, tercero, de los intelectuales burgueses revolucionarios”.

—“Nuestras tareas y el soviet de diputados obreros” (noviembre de 1905)

Elaborando el tema unos cuantos meses después, Lenin señaló que los soviets eran necesarios “para aglutinar a las masas, para forjar la unidad en la lucha...para despertar el interés de las masas, animarlas y atraerlas”. Añadió que las milicias obreras (y de aldea) se necesitaban “para organizar la insurrección en el sentido más riguroso del término” (“La disolución de la Duma y las tareas del proletariado”, julio de 1906).

Lenin veía en los soviets la forma o el núcleo de un nuevo gobierno revolucionario y pensaba que el proletariado tenía que armarse para llevar a cabo un levantamiento, pero al mismo tiempo conservaba el pináculo de la asamblea constituyente. En el mismo artículo de julio de 1906, afirmaba: “Nuestra insurrección derrocará a la autocracia e instaurará una asamblea representativa del pueblo con verdadero poder, es decir, la asamblea constituyente”. Seguía atrapado en la construcción teórica del programa mínimo pero, a diferencia de los mencheviques, que iban a la cola de la burguesía liberal, Lenin luchaba por inculcar al proletariado desconfianza hacia la burguesía e incitarlo a emprender una lucha independiente cada vez más audaz.

Fue en ese periodo cuando Trotsky elaboró por vez primera su teoría de la revolución permanente, inicialmente en colaboración con Parvus. En un artículo titulado “Up to the Ninth of January” (Antes del nueve de enero) y escrito principalmente a finales de 1904, justo antes del estallido de la Revolución de 1905, dedicó varias páginas a la cuestión de la asamblea constituyente, concluyendo que “los demócratas honestos y consecuentes” deben “apelar incansable e inexorablemente a la omnipotente voluntad del pueblo, expresada en una Asamblea Constituyente a través de una votación universal, directa y secreta en la cual todo el mundo tenga los mismos derechos” (publicado en Richard Day y Daniel Gaido, eds., Witnesses to Permanent Revolution [Testigos de la revolución permanente], Chicago: Haymarket Books, 2011; un fragmento de este escrito se publicó en español bajo el título “El proletariado y la revolución” en la compilación La era de la revolución permanente, México: Juan Pablos Editor y Uníos, 1998).

Sin embargo, para finales de 1905, Trotsky ya se había desecho de toda referencia a la asamblea constituyente. En su prólogo de diciembre de 1905 a Parizhskaya Kommuna (La Comuna de París) de Marx —esencialmente un bosquejo de su libro Resultados y perspectivas (1906)—, Trotsky denunció las ilusiones en una república democrática y citó la introducción de Engels a la edición de 1891 de La guerra civil en Francia: “En realidad, el estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía”. Trotsky continúa:

“La burguesía es incapaz de dirigir al pueblo a la conquista de un orden parlamentario mediante el derrocamiento del absolutismo...

“El proletariado es la única fuerza que dirige la revolución y el principal de sus combatientes. El proletariado se adueña de todo el terreno y no queda satisfecho, ni quedará satisfecho nunca, por concesión alguna; a través de cada respiro o retirada momentánea, dirigirá la revolución a la victoria en la que tomará el poder”.

—“Prólogo a Karl Marx, Parizhskaya Kommuna” (diciembre de 1905), Witnesses to Permanent Revolution

Aquí Trotsky demuele implícitamente, como lo hace explícitamente en Resultados y perspectivas, la línea divisoria entre el programa mínimo y el máximo. Trotsky señaló la significación de los soviets, cuya actividad “demuestra claramente que la política del proletariado ruso en el poder será un nuevo y colosal paso al frente con respecto a la Comuna de 1871” (Ibíd.).

La edición original de 1906 de Resultados y perspectivas no menciona la asamblea constituyente, aunque Trotsky sí abordó la cuestión en un apéndice publicado en octubre de 1915. Denunciando el marco de referencia democrático-burgués de los mencheviques, escribió: “La consigna de una Asamblea Constituyente supone una situación revolucionaria. ¿Se da esta situación? Sí; pero no está en lo más mínimo expresada en el supuesto nacimiento, finalmente acaecido, de la democracia burguesa en Rusia, que se supone que está dispuesta y es capaz de arreglar cuentas con el zarismo”. Aunque afirmaba que la exigencia de la asamblea constituyente desempeñaría “un gran papel en el trabajo de agitación de la socialdemocracia”, advertía que la “consigna de la Asamblea constituyente o la confiscación de las tierras de propietarios rurales pierden, en las condiciones actuales, todo significado revolucionario directo sin la disposición directa del proletariado a luchar por la conquista del poder”.

Casi al mismo tiempo, Lenin escribía: “La consigna de ‘asamblea constituyente’, como consigna independiente, es errónea, puesto que en el momento actual el problema es saber quién la convocará. Los liberales admitieron esta consigna en 1905, pues entonces podía ser interpretada en el sentido de una asamblea convocada por el zar y que estuviese de acuerdo con él” (“Algunas tesis”, octubre de 1915). Aun manteniendo su llamado por un gobierno provisional revolucionario, Lenin argumentaba que las consignas clave eran la lucha por una república democrática, la confiscación de los latifundios y la jornada de ocho horas, así como “la solidaridad internacional de los obreros en la lucha por el socialismo, por el derrocamiento revolucionario de los gobiernos beligerantes” (Ibíd.).

La asamblea constituyente en la Revolución Rusa

La revolución permanente y la asamblea constituyente son cuestiones estrechamente vinculadas dado que el punto central es qué forma de estado podrá lograr las tareas democráticas de la revolución: ¿la dictadura de la burguesía o la del proletariado? Los debates sobre estas cuestiones tuvieron lugar a lo largo de una década y estuvieron marcados por la evolución hacia la derecha de Plejánov y los mencheviques, por un lado, y la ruptura decisiva con las concepciones “etapistas” de la revolución por parte de Trotsky y de la mayoría de los bolcheviques de Lenin. Como la historia habría de demostrar, la concepción “etapista” de la revolución consiste en una primera etapa en la cual los oportunistas ayudan a llevar al poder a una ala de la burguesía y una segunda etapa en la cual la burguesía ahoga en sangre a los comunistas y los obreros.

Incluso cuando ya habían aceptado los conceptos fundamentales de la perspectiva de la revolución permanente —Trotsky en 1905, Lenin a principios de 1917—, la relación entre los soviets y la asamblea constituyente aún tenía que ponerse a prueba en la vida real. Fue la experiencia de la Revolución de Octubre lo que llevó a Lenin y Trotsky a apoyar la disolución de la Asamblea Constituyente, pese a que anteriormente habían apoyado los llamados a convocarla.

A principios de 1917, como lo esbozó en sus famosas “Tesis de abril”, Lenin rompió decisivamente con la doctrina de apoyo a la “dictadura democrática” y a un gobierno provisional revolucionario. Oponiéndose a bolcheviques de derecha como Lev Kámenev y Stalin, quienes llamaban por darle apoyo condicional al Gobierno Provisional burgués creado tras el derrocamiento del zar, Lenin argumentó que los soviets eran “la única forma posible de gobierno revolucionario” (“Las tareas del proletariado en la presente revolución”, abril de 1917).

A diferencia de lo que hizo en 1905, cuando argumentaba que el objetivo de un levantamiento sería crear una asamblea constituyente, ahora Lenin utilizaba la consigna de tal asamblea como una táctica para exponer al Gobierno Provisional, ayudar a movilizar a las masas contra éste y a luchar por el poder de los soviets:

“He atacado al Gobierno Provisional por no señalar un plazo, ni próximo ni remoto, para la convocatoria de la Asamblea Constituyente y limitarse a simples promesas. Y he demostrado que sin los Soviets de diputados obreros y soldados no está garantizada la convocatoria de la Asamblea Constituyente ni es posible su éxito”.

Ibíd.

Los mencheviques y demás partidos conciliadores posponían sin cesar la convocatoria a la Asamblea Constituyente, un retraso que les permitía continuar la guerra y no darle la tierra a los campesinos. Al mismo tiempo, contraponían el llamado a la Asamblea Constituyente a la demanda cada vez más generalizada por un gobierno soviético. Una resolución que los mencheviques aprobaron en julio de 1917 denunciaba la consigna bolchevique de “¡Todo el poder a los soviets!” como “peligrosa”, pues los soviets sólo tenían “el apoyo de una minoría de la población”. La resolución concluía: “Sólo entonces, en la Asamblea Constituyente que decidirá el destino de Rusia por muchos años, podrá resonar la voz de la clase obrera” (citado en Robert H. McNeal, ed., Resolutions and Decisions of the Communist Party of the Soviet Union [Resoluciones y decisiones del Partido Comunista de la Unión Soviética], Vol. 1, Toronto: University of Toronto Press, 1974).

Lenin también tuvo que combatir las “ilusiones constitucionales” al interior de su propio partido. Esta lucha alcanzó un punto crítico en el mes de octubre, cuando Kámenev y Zinóviev contrapusieron el apoyo a la Asamblea Constituyente al llamado a una insurrección. Impulsando un tipo de estado “combinado”, argumentaban que, en lugar de tomar el poder, los soviets debían “ser un revólver puesto en la sien del gobierno con la exigencia de convocar la Asamblea Constituyente” (citado en Lenin, “Carta a los camaradas”, 17 de octubre de 1917). A ello, Lenin respondió tajantemente: “Renunciar a la insurrección es renunciar al paso del poder a los Soviets y ‘transferir’ todas las esperanzas e ilusiones a la bondadosa burguesía, que ‘ha prometido’ convocar la Asamblea Constituyente” (Ibíd.).

Tras la instauración del poder soviético, los bolcheviques procedieron a convocar elecciones tempranas a la Asamblea Constituyente. El resultado fue un órgano contrarrevolucionario. Cuando la Asamblea Constituyente se negó a reconocer el poder soviético, fue dispersada (ver “El liberalismo burgués contra la Revolución de Octubre”, página 4).

Al resumir los debates en torno a la Asamblea Constituyente en su Historia de la Revolución Rusa (1930-32), Trotsky señaló “la inconsistencia de la democracia formal, en un momento de honda transformación histórica” y añadió que “la fuerza de la tradición se manifestó en el hecho de que, en vísperas de la última batalla en torno a la Asamblea Constituyente, ninguno de los bandos había abjurado todavía de la misma”. Trotsky elaboró:

“Pero, de un modo casi imperceptible, en el curso de los acontecimientos de la revolución, la consigna democrática principal, que por espacio de quince años había brillado en la heroica lucha de las masas, palidecía, desvanecíase como aplastada entre dos muelas, se convertía en una forma huera, en una tradición, y no en una perspectiva. Semejante proceso no tenía nada de extraño. El desarrollo de la revolución se basaba en la lucha directa por el Poder entre las dos clases fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado. Nada podía dar ya a la primera ni al segundo la Asamblea Constituyente”.

Alemania 1918-19

La experiencia de 1917 y la disolución de la Asamblea Constituyente en enero de 1918 tuvieron un impacto decisivo. Meses después, cuando una revolución empezó a desarrollarse en Alemania, nadie en el ala revolucionaria de la socialdemocracia apoyó el llamado por semejante asamblea. El llamado por una asamblea nacional lo levantaron el reformista SPD, con fines francamente contrarrevolucionarios, y la dirección del centrista USPD, una agrupación heterogénea que había sido expulsada del SPD en 1917 y que incluía a viejos oportunistas como Kautsky, Rudolf Hilferding y Eduard Bernstein. Como Zinóviev y Kámenev en octubre de 1917, la dirección central del USPD impulsaba un estado “combinado” que uniera los consejos obreros y una asamblea nacional, siendo esta última claramente predominante.

La situación revolucionaria estalló a principios de noviembre de 1918 tras un motín de marineros en Kiel, el cual detonó huelgas de masas y la formación de consejos de obreros y soldados en muchas ciudades alemanas. La Spartakusbund de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, que entonces era el ala izquierda del USPD, lanzó la consigna: “Eliminar al Reichstag y demás parlamentos, así como al gobierno imperial actual. El consejo de obreros y soldados de Berlín debe asumir el poder gubernamental y establecer un consejo nacional de obreros y soldados” (Die Rote Fahne, 10 de noviembre de 1918, incluido en Riddell, op. cit.). Al día siguiente, en un mensaje al proletariado alemán, el gobierno bolchevique proclamó: “Es esencial que tomen ustedes genuinamente el poder en todas partes, con las armas en las manos, y construyan un gobierno de obreros, soldados y marineros encabezado por Liebknecht. No permitan que nadie les imponga una asamblea nacional” (Ibíd.).

El SPD, habiendo visto lo ocurrido en Rusia, puso el llamado por una asamblea nacional al centro de sus maniobras para reestabilizar el dominio burgués. Cuando las masivas manifestaciones proletarias se apoderaron de las calles de Berlín, el canciller y príncipe Max von Baden se convenció de que sólo la abdicación del káiser Guillermo II y la creación de un gobierno dirigido por el SPD podrían salvar del peligro al capital alemán. Von Baden preguntó a Friedrich Ebert, líder del SPD: “Si logro convencer al káiser, ¿puedo contar con su apoyo contra la revolución social?” (citado en Ibíd.). Ebert respondió: “Si el káiser no abdica, la revolución social será inevitable. Pero no la deseo; no, la odio como al pecado”.

El príncipe y su aliado del SPD hallaron el modo de impedir la marea revolucionaria: cuando el káiser se negó a abdicar, Von Baden desistió de su intento de hacerlo entrar en razón y simplemente anunció su abdicación. Philipp Scheidemann, copresidente del SPD, hizo su parte al proclamar la república —muy a pesar de Ebert, quien hubiera preferido preservar la monarquía como eje de la ley y el orden, de manera similar al sistema imperial de Japón—.

La idea de convocar rápidamente a la Asamblea Nacional también vino de Von Baden. Su pronunciamiento de la abdicación del káiser concluyó proponiendo que Ebert fuera nombrado canciller y que se presentara un proyecto de ley “convocando inmediatamente a elecciones para una asamblea nacional alemana” (citado en Ibíd.). En su reconocido libro sobre los consejos obreros alemanes de 1918-19, Eberhard Kolb comentó:

“Para el curso subsecuente de los acontecimientos tuvo gran importancia el que, el 8 de noviembre, el príncipe Max von Baden planteara la idea de la Asamblea Nacional, sobre la cual había estado reflexionando durante días, para desplazar al movimiento revolucionario mediante una contramedida democrática. En una llamada telefónica con el káiser, le recomendó que no instituyera una regencia para su nieto, sino que...convocara a una asamblea nacional: de ese modo, el estado de ánimo de las masas, que presionaban hacia la lucha, se desviaría de un curso ilegal a uno legal, de las calles a las urnas”.

—Kolb, Die Arbeiterräte in der deutschen Innenpolitik: 1918-1919 (Los consejos obreros en la política interna alemana: 1918-1919, Fráncfort: Ullstein, 1978)

Para engañar a la clase obrera, el SPD tenía que presentar una apariencia de “unidad socialista”, así que Ebert invitó al USPD a participar en su gobierno, cuyo mote de Consejo de Representantes del Pueblo era una alusión deliberadamente engañosa al revolucionario Consejo de Comisarios del Pueblo de los bolcheviques. Pese a la oposición de Luxemburg, Liebknecht y sus seguidores, el USPD no se hizo del rogar, y el 10 de noviembre entró al nuevo gobierno. El SPD vinculaba los llamados a la democracia con la afirmación de que la Asamblea Nacional encarnaría la soberanía de todo el pueblo. En la misma declaración que anunciaba las elecciones para la asamblea, el gobierno instituyó el sufragio universal para todos los ciudadanos de 20 años o mayores, acabando con el odiado sistema electoral prusiano de tres clases. También se anunciaron otras reformas, como la jornada de ocho horas, con lo que se buscaba cooptar a los obreros descontentos para que aceptaran la reestabilización del orden capitalista. Éste era, en efecto, el “programa mínimo”.

El 15 de diciembre, durante una conferencia especial del USPD del área de Berlín, tuvo lugar un encendido debate sobre la Asamblea Nacional. En nombre de la Spartakusbund, Luxemburg presentó una resolución cuyas secciones clave estipulaban que la conferencia:

“1. Exige que los representantes del USPD salgan inmediatamente del gobierno de Ebert-Scheidemann;

“2. Rechaza la convocatoria de una asamblea nacional, la cual sólo podría fortalecer a la contrarrevolución y robarle a la revolución sus fines socialistas mediante artimañas;

“3. Exige que los consejos de obreros y soldados asuman inmediatamente todo el poder político”.

—Die Freiheit, 16 de diciembre de 1918, traducido al inglés en Riddell, op. cit.

Esta resolución se contraponía a una moción de Hilferding según la cual “la tarea política más importante del USPD en este momento es organizarse para las elecciones a la asamblea nacional. Se trata de movilizar todas las fuerzas del proletariado para asegurar la victoria del socialismo sobre la burguesía” (Ibíd.). Al final, la moción de Hilferding fue aprobada por una mayoría considerable, lo cual reflejó la debilidad relativa de las fuerzas espartaquistas.

Los consejos de obreros y soldados, controlados en su gran mayoría por el SPD o el USPD, terminaron abdicando a favor de la Asamblea Nacional. Estos consejos en general se consideraban a sí mismos como efímeras “organizaciones de apoyo” del Consejo de Representantes del Pueblo, una falsa conciencia que se vio reforzada por la idea de unas prontas elecciones a un órgano parlamentario que supuestamente resolvería las cuestiones en disputa a favor de los obreros. El llamado por una Asamblea Nacional fue una parte crucial de las tácticas dilatorias del gobierno, pues sirvió para justificar la postergación de las decisiones cruciales hasta que la burguesía hubiera recobrado el valor y la desmovilización masiva hubiera debilitado suficientemente los consejos de soldados. La desmovilización del derruido ejército procedió tan rápidamente como los soldados exhaustos podían llegar a sus casas y se les garantizaron sus viejos empleos. El primer congreso nacional de consejos de obreros y soldados, celebrado del 16 al 21 de diciembre, votó por apoyar la Asamblea Nacional, y las elecciones se celebraron un mes más tarde, apenas diez semanas después del estallido de la revolución.

La vasta mayoría de los obreros alemanes deseaba el socialismo, tal como ellos lo entendían; un partido de tipo bolchevique con autoridad, con cuadros políticamente forjados y enraizados en las fábricas, podría haber establecido el rumbo hacia la revolución obrera. Pero, dado que Liebknecht y Luxemburg no rompieron con la socialdemocracia, ni siquiera tras la traición histórica de ésta al apoyar los créditos de guerra en 1914, la Spartakusbund era un pequeño grupo de individuos aislados inmersos en un mar socialdemócrata. El que los marxistas revolucionarios con mayor autoridad en Alemania no hayan organizado una escisión del SPD —y que luego decidieran mantenerse dentro del siempre evasivo USPD pacifista-burgués— le permitió a los líderes del SPD y el USPD ocultar las cuestiones políticas decisivas, haciendo la cínica demagogia pro unidad del SPD tanto más efectiva.

La Spartakusbund, y el KPD que ésta finalmente ayudó a fundar en los últimos días de 1918, podía sacar a cientos de miles de obreros a las calles de Berlín para protestar contra las atrocidades del gobierno de Ebert; pero con apenas unos cuantos cientos de militantes en la ciudad, el nuevo partido no se hallaba en posición de dirigir una lucha inmediata por el poder obrero. Cuando obreros combativos tomaron la imprenta donde se producía el periódico del SPD a principios de enero de 1919, Liebknecht se dejó llevar por la impaciencia revolucionaria y siguió a los obreros a un combate prematuro por el poder, contra la oposición de Luxemburg. Entonces, en vez de pasar a la clandestinidad conforme el régimen procedía a aplastar la revuelta, Luxemburg y Liebknecht se quedaron en Berlín, donde los sabuesos del SPD les dieron caza y el Freikorps derechista los asesinó.

El papel contrarrevolucionario de la Asamblea Nacional quedó incluso más claro en Alemania en 1918-19 que en Rusia el año anterior. Los llamados a ese tipo de asamblea estuvieron en el centro de las maniobras de la burguesía y sus agentes del SPD para reducir drásticamente el margen temporal con el que pudo haber contado la Spartakusbund/KPD para organizar a la clase obrera en torno a un programa revolucionario. Ciertamente, la realidad de lo que el SPD y sus secuaces del ala derecha del USPD estaban haciendo en bien del capital alemán sólo quedaría claro tras la sangrienta represión de la revuelta a mediados de enero. Con el dominio burgués temporalmente solidificado, Ebert y cía. pudieron movilizar al Freikorps para sofocar otras islas de resistencia obrera esparcidas por Alemania.

La Internacional Comunista obtiene las lecciones

En el I Congreso de la Internacional Comunista, Lenin afirmó: “En nuestra revolución, nosotros no avanzamos por el camino de la teoría, sino por el camino de la práctica. Por ejemplo, la cuestión de la Asamblea Constituyente no la planteábamos antes teóricamente y no decíamos que no reconocíamos la Asamblea Constituyente. Sólo más tarde, cuando las organizaciones soviéticas se extendieron por todo el país y conquistaron el poder político, fue cuando nos resolvimos a disolver la Asamblea Constituyente” (“Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado”, 4 de marzo de 1919).

Este giro de lo práctico a lo teórico en el tratamiento de la asamblea constituyente puede rastrearse en los propios escritos y declaraciones de Lenin. El estado y la revolución, escrito apenas unos meses antes de la Revolución de Octubre, era de principio a fin una polémica constante contra las ilusiones parlamentarias. Aunque no se refiere a la consigna de la asamblea constituyente como tal, sí enfatiza una y otra vez que el camino al socialismo pasa por la dictadura proletaria, no por la democracia burguesa. Una vez conquistado el poder soviético, Lenin argumentó por posponer las elecciones a la Asamblea Constituyente. En 1924, Trotsky recordaría que en esa cuestión “Lenin se quedó solo” entre la dirección del partido, citando al líder bolchevique: “Mientras el Gobierno provisional estuvo encargado de la Asamblea Constituyente, ésta significaba un formidable paso adelante, o al menos debió significarlo; ahora que incumbe convocarla a los Soviets, sobre todo si la convoca con las listas electorales presentes, representará, incontestablemente, un paso atrás” (Trotsky, Lenin, Barcelona: Librería Catalonia, s/f). Lenin argumentó que la decisión de seguir adelante con aquellas elecciones era “una equivocación manifiesta que puede costarnos muy cara” y sólo esperaba que tal error “no cueste la cabeza a la revolución” (citado en Ibíd.).

Tras la elección de una mayoría contrarrevolucionaria en la Asamblea, Lenin redactó sus “Tesis acerca de la Asamblea Constituyente” (diciembre de 1917) como parte de su lucha contra el Buró de la fracción bolchevique en la Asamblea Constituyente (que incluía a Kámenev y Stalin), que estaba capitulando a la democracia burguesa. Las Tesis afirman:

“Todo intento, directo o indirecto, de plantear el problema de la Asamblea Constituyente desde un punto de vista jurídico formal, en el marco de la democracia burguesa ordinaria, sin tener en cuenta la lucha de clases y la guerra civil, es traicionar la causa del proletariado y adoptar el punto de vista de la burguesía...

“Intentar atar, de cualquier manera que sea, las manos del Poder soviético en esta lucha, sería hacerse cómplice de la contrarrevolución”.

Lenin abordó la cuestión a un nivel histórico más amplio en La revolución proletaria y el renegado Kautsky, que terminó de escribir justo antes del estallido de la Revolución Alemana a fines de 1918. En su informe al I Congreso de la IC, reunido apenas unos meses después del asesinato de Luxemburg y Liebknecht, dijo: “Esto revela, una vez más, que el curso general de la revolución proletaria es igual en todo el mundo. Primero la formación espontánea de los Soviets, luego su extensión y desarrollo, más tarde se plantea prácticamente la cuestión: Soviets o Asamblea Nacional, o Asamblea Constituyente, o parlamentarismo burgués; completo desconcierto entre los jefes y, por último, la revolución proletaria” (“Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado”).

En mayo de 1920 Lenin escribió La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo para que se distribuyera entre los delegados al II Congreso de la IC. Su objetivo era combatir las tendencias ultraizquierdistas entre los jóvenes e inexpertos partidos comunistas. Alentándolos a asimilar las lecciones de la historia bolchevique, Lenin explicó que la participación en elecciones burguesas y el uso de la tribuna parlamentaria como medio para ganar a los obreros podían ser tácticas comunistas valiosas. También señaló que “los bolcheviques no boicotearon la Asamblea Constituyente, sino que participaron en las elecciones, tanto antes como después de la conquista del Poder político por el proletariado”. Pero en ningún lado de este manual de tácticas comunistas —ni en ningún otro texto del II Congreso, incluyendo sus tesis sobre “El partido comunista y el parlamentarismo”— se hace el menor intento por resucitar la consigna de una asamblea constituyente, que por quince años había sido central en la agitación de los “viejos bolcheviques”.

Para el momento del III Congreso en 1921, el cual una vez más se dedicó en buena parte a impartir las lecciones del bolchevismo, la única referencia que hizo Lenin a la asamblea constituyente fue para señalar que “‘Asamblea Constituyente’ es palabra injuriosa. No sólo entre los comunistas instruidos sino también entre los campesinos” (“Informe sobre la táctica del PCR” [Partido Comunista de Rusia], 5 de julio de 1921). Añadió: “Éstos saben por experiencia que la Asamblea Constituyente y los guardias blancos son la misma cosa, que los últimos siguen inevitablemente a la primera”.

Antes de 1917, gran parte de lo que motivaba a los bolcheviques a llamar por una asamblea constituyente era la necesidad de ganarse a las masas campesinas. Pero la experiencia de la Revolución de Octubre mostró que no fue la agitación por un parlamento democrático, sino la conquista proletaria del poder estatal lo que sentó las bases para que los campesinos (especialmente los campesinos pobres) se pasaran al lado de los obreros. Como señaló Lenin retrospectivamente: “pocas horas después de su victoria sobre la burguesía en Petrogrado, el proletariado victorioso promulgó un ‘decreto sobre la tierra’, y con ese decreto satisfizo íntegra e inmediatamente, con rapidez, energía y celo revolucionarios todas las más urgentes necesidades económicas de la mayoría de los campesinos, expropió totalmente y sin indemnización a los terratenientes” (“Las elecciones a la Asamblea Constituyente y la dictadura del proletariado”, diciembre de 1919). Y continúa:

“Los traidores, mentecatos y pedantes de la II Internacional jamás pudieron comprender esta dialéctica; el proletariado no puede lograr la victoria si no conquista a la mayoría de la población. Pero limitar o supeditar esta conquista a la obtención de la mayoría de votos en elecciones realizadas bajo el dominio de la burguesía es la mayor de las necedades, o un simple engaño a los obreros”.

El registro histórico no deja lugar a dudas. Quienes citan la posición de los bolcheviques de Lenin antes de octubre de 1917 para justificar su exigencia de una asamblea constituyente tienen que pasar por alto todo lo que escribió y dijo Lenin a partir de 1918, cuando denunció consistentemente semejantes llamados. La IC del periodo revolucionario trató a la asamblea constituyente, en el mejor de los casos, como una consigna obsoleta, una reliquia del siglo XIX y de la división socialdemócrata entre programa mínimo y programa máximo. Particularmente a la luz de las experiencias de Rusia y Alemania, el movimiento comunista dirigido por Lenin y Trotsky reconoció que, al menos en los países imperialistas, la consigna sólo podría usarse para fines antirrevolucionarios en la época de la decadencia imperialista.

China y la revolución permanente

Fue una década después, tras la derrota de la Segunda Revolución China de 1925-27, cuando Trotsky revivió la consigna de la asamblea constituyente. En efecto, la gran mayoría de sus argumentos a favor de esta demanda aparecen en artículos y cartas escritas entre finales de 1928 y principios de 1932. Pero en ocasiones son confusos y contradictorios; en lugar de llevar claridad a los trotskistas chinos, produjeron continuos debates, diferencias e incluso parálisis política.

La IC de los primeros años no abordó la cuestión de si la consigna era apropiada para las colonias y semicolonias, donde el proletariado era mucho más débil que en Europa y los imperialistas gobernaban generalmente mediante la represión brutal sin el menor atisbo de democracia burguesa. Las “Tesis sobre el problema nacional y colonial”, que Lenin redactó y que fueron adoptadas por el II Congreso de la IC, enfatizaban la necesidad de que los comunistas de los países imperialistas apoyaran activamente la lucha por la libertad de las colonias. En esa época, apenas había en las colonias y semicolonias movimientos políticos proletarios, aunque las dislocaciones económicas causadas por la guerra habían creado nuevas e importantes concentraciones obreras en países como China y la India. Aunque abogaban por una “alianza temporal” con fuerzas democrático-burguesas, las Tesis de Lenin afirmaban que incluso los núcleos comunistas embrionarios debían mantener su independencia de clase frente a la burguesía nacional.

Este entendimiento había empezado a revertirse para 1922, cuando el IV Congreso de la IC llamó por un “frente único antiimperialista”, planteando tácitamente un bloque político continuo con el nacionalismo burgués. Las decisiones del IV Congreso tuvieron sus debilidades, pero el enfoque de la IC empeoró cualitativamente tras su degeneración estalinista. Para finales de 1924, Stalin estaba impulsando el dogma antirrevolucionario del “socialismo en un solo país”. Con Lenin muerto y Trotsky marginado, la dirección de la IC —primero bajo el inconstante Zinóviev, y luego bajo Nikolai Bujarin— zigzagueó hacia una perspectiva cada vez más abierta de colaboración de clases, incluyendo la liquidación total en partidos nacionalistas burgueses.

Los enviados de la IC empujaron al joven Partido Comunista Chino (PCCh) a unirse al nacionalista burgués Guomindang (GMD, que antes se transliteraba como Kuomintang) ya desde agosto de 1922 (ver “Los orígenes del trotskismo chino”, Spartacist No. 28, enero de 1998). Toda la dirigencia del PCCh se opuso originalmente a ello, y también se opuso Trotsky cuando la cuestión se planteó en el Politburó soviético a principios de 1923. Stalin y Bujarin argumentaron que el GMD representaba un “bloque de cuatro clases” y ameritaba todo el apoyo de los comunistas. Siguiendo las instrucciones de la IC, el PCCh se mantuvo lealmente dentro del Guomindang incluso cuando el líder de este último, Chiang Kai-shek, llevó a cabo un golpe de estado en abril de 1927, desarmando y masacrando a decenas de miles de obreros que seguían a los comunistas en Shangai.

Trotsky luchó tenazmente contra estas desastrosas políticas a lo largo de 1927. En ese entonces, él y sus partidarios formaban parte de la Oposición Unificada, una fracción común con Zinóviev y Kámenev después de que éstos rompieron con Stalin a finales de 1925. La Oposición Unificada estaba en contra de darle cualquier apoyo político a los nacionalistas burgueses y afirmaba, en palabras de una resolución presentada a un pleno del Comité Ejecutivo de la IC en mayo de 1927, que “La orientación general que debe seguirse es el establecimiento de una dictadura democrática por medio de los Soviets de diputados obreros y campesinos” (citado en Trotsky, La situación real de Rusia). Pero importantes diferencias separaban a Trotsky de otros miembros de la Oposición Unificada; en particular, él se encontraba en minoría en cuanto a la exigencia de que el PCCh saliera inmediatamente del Guomindang. La Oposición Unificada colapsó cuando Zinóviev, Kámenev y sus seguidores se retractaron y rogaron que se les reinstalara cuando los estalinistas procedieron a expulsar a la Oposición en masa a fines de 1927.

La debacle china confirmó que no puede haber una etapa “democrática” interina en el mundo colonial. Para finales de 1927, Trotsky había concluido que no había otro camino más que la perspectiva de la revolución permanente para la liberación nacional y social de China y otros países de desarrollo capitalista atrasado. Así lo estableció en su Crítica al proyecto de programa de la IC, que completó en junio de 1928 y que se publicó posteriormente bajo los títulos de La Internacional Comunista después de Lenin y Stalin, el gran organizador de derrotas. El que Trotsky generalizara la revolución permanente al mundo colonial y semicolonial fue clave para ganar nuevos adeptos a la Oposición de Izquierda, notablemente en la propia China.

La crítica al proyecto de programa de la IC se escribió en la secuela del catastrófico levantamiento de Cantón (Guangzhou) que Stalin ordenó en diciembre de 1927, el desmoralizante capítulo final de la derrota de los obreros chinos. Ello también marcó el giro de Stalin hacia el “Tercer Periodo”, en el que la adhesión al “socialismo en un solo país” se combinó con una ampulosidad que sonaba izquierdista, el aventurerismo idiota y el abstencionismo sectario. Incluso cuando todas las organizaciones obreras de China habían sido decapitadas, la dirección de la IC negó cínicamente que hubiera habido derrota alguna y comenzó a llamar por soviets.

Los argumentos de Trotsky

Trotsky condenó el levantamiento de Cantón como un golpe aventurero, al tiempo que observó que en su forma y sus acciones —por ejemplo, la proscripción de todas las alas del burgués Guomindang—, el levantamiento demostró que la fórmula de Stalin y Bujarin de una revolución democrático-burguesa no era más que una ficción vacía (carta a Preobrazhensky, 19 de abril de 1928). Al mismo tiempo, Trotsky buscó una manera de que el PCCh resurgiera y volviera a despertar a las masas. En un documento escrito poco después del sangriento golpe del Guomindang, había aprobado el llamado del PCCh por una asamblea constituyente, subrayando que la consigna “se convierte en una abstracción vacía, y a menudo en simple charlatanería, si uno no aclara quién debe convocarla y con qué programa” (“The Chinese Revolution and the Theses of Comrade Stalin” [La revolución china y las tesis del camarada Stalin], mayo de 1927). Debe señalarse que en el momento de escribir esto Trotsky también aceptaba el llamado de la Oposición Unificada por la dictadura democrática del proletariado y el campesinado.

Trotsky revivió el llamado por una asamblea constituyente en septiembre de 1928 en una serie de cartas a miembros de la Oposición de Izquierda que escribió después de que los estalinistas declararan que cualquier llamado por semejante asamblea sería oportunista. En una carta a Ivar Smilga fechada el 24 de septiembre de 1928, escribió:

“Hacen falta consignas de transición. En primer lugar, la asamblea constituyente. Esta consigna puede introducir una división que separe a la dirección burguesa incluso de las masas pequeñoburguesas urbanas. Podría permitirle al Partido Comunista —aunque claro que no inmediatamente— aventurarse fuera de la clandestinidad y emprender una nueva campaña de movilización de las masas trabajadoras”.

—Yuri Felshtinsky, ed., Trotsky L.D. Pis’ma iz ccylki, 1928 (L.D. Trotsky, Cartas desde el exilio, 1928; Moscú: Gumanitarnaya Literatura, 1995)

En un artículo más extenso, Trotsky elaboraría:

“La idea de la representación del pueblo entero, como lo ha mostrado la experiencia de todas las revoluciones burguesas, y en particular las que liberaron a las nacionalidades, es la más elemental, la más simple y la más apta para despertar el interés de amplias capas populares. Cuanto más se resista la burguesía que domina a esta reivindicación ‘del pueblo entero’, más se concentrará la vanguardia proletaria alrededor de nuestra bandera, más madurarán las condiciones políticas para la verdadera victoria sobre el estado burgués, sea el gobierno militar del Kuomintang o un gobierno parlamentario”.

—“La cuestión china después del VI Congreso” (octubre de 1928)

Esta afirmación pasa por alto la experiencia destilada de la Revolución Bolchevique, donde, como Lenin dejó claro en la carta de 1919 citada arriba, las masas campesinas no se pasaron a la revolución principalmente debido a la agitación por la democracia, sino porque el proletariado victorioso satisfizo la sed de tierra del campesinado. Además, Trotsky respaldó su argumento confundiendo la participación en un parlamento burgués con el llamado a convocarlo, citando la oposición de Lenin a boicotear la Duma zarista de 1907:

“Pero el hecho de que los oportunistas prediquen la lucha por la Asamblea Nacional no es en absoluto un argumento que justifique por parte nuestra una actitud negativa hacia el parlamentarismo. Después del golpe de estado del 3 de junio de 1907 en Rusia, la mayoría de los elementos dirigentes del Partido Bolchevique eran favorables al boicot de una Duma mutilada y trucada. En cambio, los mencheviques estaban completamente de acuerdo en participar en la Duma. Esto no impidió a Lenin intervenir vigorosamente para que fuese utilizado incluso el ‘parlamentarismo’ del 3 de junio, en la Conferencia del partido que unía todavía en aquella época a las dos fracciones”.

Ibíd.

Trotsky tenía razón en oponerse a las idioteces ultraizquierdistas y aventureras del Tercer Periodo y en argumentar que el llamado por soviets ya no estaba en el orden del día inmediato; pero hay una gran diferencia entre plantear consignas de transición o democráticas que estén genuinamente en el interés de los trabajadores y llamar por la creación de una nueva institución gobernante burguesa. En el periodo de reacción que siguió a 1927, las tareas que enfrentaban los marxistas chinos no podían ser sino en gran medida propagandísticas: motivar la lucha independiente de la clase obrera, a la cabeza de los campesinos pobres, como el único camino a la liberación del imperialismo y los opresores locales. ¿Cómo conquistar la emancipación nacional, la revolución agraria, los derechos de las mujeres? Sólo cuando los trabajadores dirijan la sociedad. Motivar en vez de ello (o además de ello) la lucha por crear un parlamento burgués plantea implícitamente una perspectiva etapista: luchar por la democracia burguesa hoy, lo cual de algún modo llevará a luchar por el socialismo en el futuro.

Disputas en la Oposición de Izquierda soviética

Los propios escritos de Trotsky indican que su propuesta de revivir la consigna de la asamblea constituyente encontró oposición o fue seriamente cuestionada tanto al interior de la Oposición de Izquierda soviética como entre los trotskistas chinos recién reclutados. En una circular dirigida a otros líderes de la Oposición de Izquierda, Trotsky señaló que ya había “recibido varios telegramas donde se plantean objeciones a esta demanda” (“Democratic Slogans in China” [Consignas democráticas en China], octubre de 1928), y comentó que algunas le parecían “bastante increíbles. Por ejemplo, dos camaradas dicen que la asamblea constituyente no es una ‘demanda de clase’ y, por lo tanto, la rechazan... Varios telegramas plantean el llamado por soviets en lugar del llamado por una asamblea constituyente”.

Aunque hace falta más investigación, está claro que la oposición al uso que Trotsky daba a la consigna venía de dos alas diferentes dentro de la Oposición de Izquierda soviética. Una se centraba en un sector de viejos cuadros oposicionistas, incluyendo a Smilga, Karl Rádek y Evguenii Preobrazhensky. Un año antes, éstos se habían aliado con Zinóviev y otros elementos conciliadores de la Oposición Unificada respecto a las perspectivas para China. Ahora no sólo se oponían a que Trotsky reviviera la demanda de una asamblea constituyente sino también, y de manera crucial, a que generalizara la revolución permanente a China. Engañados por la retórica del Tercer Periodo, apoyaban el aparente giro a la izquierda de Stalin como un paso hacia el marxismo auténtico.

Así, este aspecto de los primeros debates en torno a la consigna de la asamblea constituyente en la Oposición de Izquierda soviética estaba totalmente entrelazado con luchas más amplias respecto a la revolución permanente vs. el etapismo y el “socialismo en un solo país”. Trotsky despedazó los argumentos de Rádek al respecto en su libro La revolución permanente, escrito en su mayoría durante aquel mismo octubre de 1928. Rádek, Preobrazhensky y cía. ya habían avanzado un buen trecho del camino que los llevaría a capitular ante la burocracia estalinista en el verano de 1929.

Por lo menos uno de los adversarios prominentes de los capituladores, Fiódor Dingelstedt, planteó también argumentos serios contra la idea de Trotsky de revivir la consigna. Bolchevique desde 1910, organizador en Petrogrado y en la Flota del Báltico en 1917, Dingelstedt había formado parte de la Oposición de Izquierda desde 1923. Los archivos de Trotsky que se conservan en la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, incluyen dos cartas manuscritas de Dingelstedt que critican la demanda de la asamblea constituyente. La burocracia arrestó a Dingelstedt y lo envió a Siberia, donde éste siguió militando activamente en la Oposición de Izquierda hasta que fue ejecutado en el campo de prisioneros de Vorkuta a finales de los años 30.

La primera carta, fechada el 25 de septiembre de 1928, aprueba la estrategia y las tácticas para China que Trotsky planteó en su Crítica al proyecto de programa de la IC. Dingelstedt cita el argumento de Trotsky de que “tratar de atar a la burguesía china recurriendo a las maniobras organizativas y personales...no es proceder a una maniobra, es engañarse a sí mismo de una manera despreciable”, para argumentar contra Trotsky que ese entendimiento sirvió para “minar la significación táctica de la consigna de la asamblea constituyente en China” (Biblioteca Houghton, MS Russ 13 [T2659], traducción de nuestra versión en inglés). En una segunda carta, fechada el 11 de octubre de 1928, Dingelstedt argumenta que la consigna de la asamblea constituyente en China “se reduce a nada e incluso debe de tener un valor negativo” (ver “Carta de Fiódor Dingelstedt” abajo).

En una circular de diciembre de 1928, Trotsky alude a la primera carta de Dingelstedt y defiende, de manera correcta en general, la necesidad de plantear consignas democráticas. Pero al comienzo de su circular, Trotsky afirma: “Para mi sorpresa, al criticar la consigna de la asamblea constituyente, un camarada alegó seriamente que veía en ella una maniobra que yo estaba llevando a cabo con el fin de ‘engañar’ a la burguesía china” (“China and the Constituent Assembly” [China y la asamblea constituyente], diciembre de 1928). Trotsky llama a esto “un malentendido” y hace referencia a los argumentos de su artículo “La cuestión china después del VI Congreso”, pero no aborda el núcleo de las críticas de Dingelstedt. No parece que Trotsky haya respondido a la segunda carta.

Diferencias dentro de la Oposición china

La consigna de la asamblea constituyente también provocó controversia entre los cientos de estudiantes chinos que fueron ganados a la Oposición de Izquierda mientras estudiaban en Moscú. En su libro Chinese Revolutionary: Memoirs 1919-1949 (Revolucionario chino: Memorias 1919-1949; Oxford: Oxford University Press, 1980), Wang Fanxi cuenta cómo sucesivas oleadas de estudiantes chinos deseosos de sacar las lecciones de la revolución derrotada llegaron a adoptar el programa de la revolución permanente. Para el invierno de 1928-29, cerca de 150 de los 400 estudiantes chinos de la Universidad Sun Yat-sen de Moscú eran miembros o simpatizantes de la Oposición.

A finales de 1929, la GPU de Stalin allanó los dormitorios de la universidad y arrestó a más de 200 trotskistas chinos. Wang informa que, aunque unos cuantos se retractaron de sus opiniones y dos lograron fugarse del exilio siberiano y regresar a China, “no hay registro alguno de lo que ocurrió con el resto, pero no hay duda de que muchos murieron en las cárceles de Stalin o frente al pelotón de fusilamiento de la GPU” (Ibíd.).

Wang, que después fue ganado a la consigna de la asamblea constituyente, describe el impacto que tuvo el artículo de Trotsky “La cuestión china después del VI Congreso”: “Hasta entonces habíamos considerado que las posiciones de Trotsky eran consistentemente ‘izquierdistas’, pero al leer su artículo, y en particular la sección sobre la asamblea constituyente, nos pareció, pues éramos jóvenes y fanáticos, que de un salto se había colocado a la derecha de Stalin”. Liu Renjing (Niel Sih), otro oposicionista chino que se encontraba en Moscú y que fue ganado muy temprano a la consigna de la asamblea constituyente, hace un recuento similar. En un extenso documento de 1934 titulado “Five Years of the Left Opposition in China—An Attempt to Explain Its Failure to Make Progress” (Cinco años de la Oposición de Izquierda en China: Un intento por explicar su falta de progreso), Liu afirma:

“El artículo del camarada Trotsky ‘La cuestión china después del VI Congreso’ había circulado entre los camaradas, pero antes de que el que esto escribe volviera a China, la consigna de la Asamblea Nacional no se había propagado en el órgano de la Oposición.

“Esta pasividad con respecto a la consigna de la Asamblea Nacional se debe a dos causas. En primer lugar, dado que la burguesía no había realizado ninguna de las tareas que dieron origen a la segunda revolución china, era común la creencia de que una nueva oleada revolucionaria comenzaría muy pronto. En segundo lugar, había fuertes prejuicios contra la consigna misma, prejuicios que sobreviven hasta la fecha”.

Hasta donde sabemos, no ha sobrevivido ninguna documentación de los debates de 1928-29 entre los oposicionistas chinos, que tenían que operar en la clandestinidad. Pero las diferencias respecto a la consigna siguieron haciendo ebullición al interior de la Oposición en China, que estaba dividida en cuatro organizaciones antes de unificarse en una conferencia celebrada en mayo de 1931. La documentación de esos debates posteriores es escasa y fragmentaria, pero deja claro que había una enorme confusión. Incluso el término “asamblea constituyente” (lixian huiyi) era muy controvertido: la palabra china lixian era ampliamente considerada como algo reaccionario, debido a los repetidos intentos de la moribunda dinastía Qing, y posteriormente de los señores de la guerra, de redactar una constitución y reunir una asamblea constituyente. Trotsky terminó aceptando un compromiso en la terminología y, a partir de 1930, usó en general el término “asamblea nacional” (guomin huiyi) cuando se refería a China, aunque esto no cambió la sustancia de sus argumentos.

Trotsky argumentó “Por una estrategia para la acción, no para la especulación” (3 de octubre de 1932): en vez de preocuparse por cuándo y cómo podrá reunirse una asamblea constituyente, utilicen la demanda para movilizar a los obreros. Sin embargo, en varios de sus escritos, Trotsky mismo especuló bastante. Por ejemplo, en una respuesta de abril de 1930 a un grupo chino de la Oposición, trató de justificar la consigna especulando sobre escenarios alternos para la Revolución Rusa:

“Si se hubiera convocado a la Asamblea Constituyente, digamos, en abril de 1917, la misma habría tenido que enfrentar todos los problemas sociales. En ese caso las clases poseedoras se habrían visto obligadas a poner todas sus cartas sobre la mesa; el papel traidor de los conciliadores habría salido a luz. El bloque bolchevique de la Asamblea Constituyente habría ganado gran popularidad y esto los habría ayudado a ganar la mayoría en los soviets. En tales circunstancias la Asamblea Constituyente no habría durado un día sino, quizás, varios meses. Esto habría enriquecido la experiencia política de las masas trabajadoras, y antes que retrasar la revolución proletaria la habría adelantado”.

—“La consigna de la asamblea nacional en China” (abril de 1930)

El escenario de Trotsky pasa por alto los muchos ejemplos históricos en los cuales la burguesía y sus agentes reformistas utilizaron una asamblea electa como herramienta contra el proletariado insurgente. No dice nada de la experiencia alemana de 1918-19, cuando se convocó una Asamblea Nacional sin demora precisamente con el fin de impedir una revolución obrera. La idea de que una pronta convocatoria a la asamblea constituyente en Rusia no hubiera tenido ningún impacto negativo en la lucha por el poder soviético contradice la experiencia histórica, así como los muchos análisis de Lenin, de la IC de primera época, e incluso del mismo Trotsky.

En una carta escrita a principios de 1931, Trotsky cita el siguiente argumento de un grupo de oposicionistas chinos: “Creemos que lo más probable es que no se materialice la asamblea nacional. Y aunque llegara a concretarse, no podría transformarse en un ‘gobierno provisional’, dado que todas las fuerzas materiales están en manos de los militaristas del Kuomintang. En cuanto al gobierno que se instaurará tras la insurrección, éste será indudablemente un gobierno de dictadura proletaria, en cuyo caso no se convocará a la asamblea nacional” (citado en “A la Oposición de Izquierda china”, enero de 1931).

Refiriéndose a esta hipótesis como “en extremo incompleta” y “unilateral”, Trotsky respondió: “Si el proletariado nuclea al campesinado pobre bajo las consignas de la democracia (tierra, asamblea nacional, etcétera) y, golpeando como un solo puño, derroca a la dictadura militar de la burguesía, entonces, al asumir el poder, el proletariado deberá convocar una asamblea nacional para no suscitar la desconfianza del campesinado y no dar lugar a la demagogia burguesa” (Ibíd.).

La idea de que el proletariado en el poder “deberá convocar una asamblea nacional” para consolidar su apoyo entre los campesinos también es ajena a las conclusiones que obtuvieron Lenin y la IC de primera época. Es notable que en los escritos de Trotsky de ese periodo sobre la asamblea constituyente no haya ninguna referencia a La revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin ni a ninguna otra de las obras principales de 1918-21 donde se sacan las lecciones definitivas sobre la incompatibilidad del poder soviético y el parlamentarismo burgués.

Confusión entre los trotskistas chinos

Con toda razón, Trotsky concedió gran importancia al hecho de que Chen Duxiu, fundador del marxismo chino y líder central del PCCh hasta mediados de 1927, se adhiriera a la Oposición. Trotsky exhortó a los trotskistas más jóvenes, quienes vituperaban a Chen por oportunista —pues, estando al frente del PCCh, él había llevado a cabo las medidas de Stalin—, a que reconocieran el valor de su experiencia y unieran fuerzas. La adhesión de Chen al trotskismo, junto a la de otros veteranos del PCCh, dio a la Oposición de Izquierda una enorme autoridad entre la izquierda y el movimiento obrero de China.

Los trotskistas chinos lucharon heroicamente por una perspectiva proletaria en condiciones extremadamente difíciles. Sus posibilidades inmediatas se vieron muy limitadas por la derrota de 1927, la represión multilateral y el ulterior debilitamiento del proletariado como consecuencia de la crisis económica de 1929. Poco después de la conferencia de 1931, el Guomindang encarceló a la mayoría de los líderes de la Oposición, y la sección tuvo que pasar a una clandestinidad aún más severa. A pesar de todo ello, consiguió un crecimiento considerable tras la incursión japonesa en Shangai a principios de 1932; para el otoño de ese año, muchas de las células industriales que le quedaban al PCCh en la ciudad se habían pasado a la Oposición. Sin embargo, Chen y otros líderes centrales fueron arrestados poco después, y no se les liberó sino hasta 1937.

Las memorias de Zheng Chaolin —un trotskista chino que pasó casi 30 años en las cárceles de Mao, hasta su liberación en 1979— informan que Chen vaciló inicialmente en apoyar el llamado por la dictadura del proletariado cuando empezó a moverse hacia la Oposición en 1929; de entre los cuadros chinos que fueron ganados al trotskismo, él fue el último en convencerse de la aplicabilidad de la revolución permanente (ver An Oppositionist for Life: Memoirs of the Chinese Revolutionary Zheng Chaolin [Un oposicionista de por vida: Memorias del revolucionario chino Zheng Chaolin; Atlantic Highlands, Nueva Jersey: Humanities Press, 1997]). Chen apoyó la consigna de la asamblea nacional durante el breve periodo en el que dirigió activamente a la Oposición china. En cuanto a esta cuestión, Chen estaba lejos de ser el único.

Informando de la conferencia de unificación de 1931, una nota editorial al International Bulletin (No. 8, mayo-junio de 1931) de la Oposición de Izquierda afirmaba: “Algunos camaradas dudaron en aceptar las consignas democráticas, y en particular la consigna de la Asamblea Constituyente en este periodo, temerosos de que la IC los acusara de oportunistas. Otros consideraban que la consigna de la Asamblea Constituyente era un ‘término popular para la dictadura del proletariado’”. Esta última posición se asociaba con Liu Renjing, cuyo documento de 1934 aparentaba resumir una discusión de varios años. Si bien las opiniones derechistas de Liu y su hostilidad fraccional contra todo el mundo hacen que su documento sea poco confiable, tiene el mérito de incluir largas citas de la prensa trotskista y los boletines internos. Según Liu, la asamblea nacional fue “la cuestión más debatida entre las filas de la Oposición de Izquierda china” y añade:

“Cada quien tiene su propia opinión o su propia interpretación de la consigna, pero todas chocan y se paralizan entre sí. La confusión es tal que la organización no podrá dar un paso sin que el Secretariado Internacional nos ayude a dilucidar la cuestión”.

—“Five Years of the Left Opposition in China”

Según parece, algunos oposicionistas, entre los que destacaban Zheng Chaolin y Wang Fanxi, apegaron sus argumentos a las líneas que Trotsky impulsaba. Otros discutían sobre quién debía convocar la asamblea. ¿Debemos presionar a Chiang Kai-shek para que lo haga? ¿O a alguna otra ala del Guomindang? ¿Deben convocarla los obreros insurgentes? ¿Deben hacerlo antes o después de tomar el poder?

Una carta que Chen escribió en enero de 1932 (aunque aparentemente nunca envió) al Secretariado Internacional (S.I.) de la Oposición captura la confusión. Escribiendo tras la invasión japonesa de Manchuria, afirma:

“Nuestra labor más difícil en cuanto a propaganda está vinculada con la consigna de la Asamblea Nacional. Muchos militantes del partido, descontentos con el régimen de la burocracia estalinista, dicen concordar con la Oposición de Izquierda pero, dado que no entienden la consigna de la Asamblea Nacional, se niegan a entrar a nuestra organización...

“No son pocos los camaradas al interior de la Oposición de Izquierda que no están de acuerdo con la interpretación revolucionaria de la consigna de la Asamblea Nacional. Consideran la Asamblea Nacional exclusivamente una forma de dominio burgués, cuando el objetivo de la Oposición de Izquierda es la dictadura del proletariado en la forma de soviets. Sin embargo, este objetivo pertenece a la futura marea ascendente de la revolución y, mientras tanto, si interpretamos la consigna de la Asamblea Nacional de manera revolucionaria, vinculándola con la consigna ‘¡Abajo el Kuomintang!’ y también con la cuestión del poder, ¡se nos acusa de aventurerismo! No nos ponemos pues de acuerdo entre nosotros. Ahí reside nuestra dificultad. Sobre esta cuestión, necesitamos urgentemente que nos envíen ustedes directrices”.

—citado en Ibíd.

Las memorias de Zheng Chaolin también capturan el impacto negativo que tuvo este llamado en el trabajo de los trotskistas chinos. Zheng informa que, alrededor de 1931, un antiguo líder de la izquierda del Guomindang desafió a los oposicionistas de izquierda: “Ustedes los trotskistas dicen que la revolución en China es proletaria, pero llaman por una Asamblea Nacional; los estalinistas dicen que es burguesa, pero llaman por soviets. ¿No se contradicen a sí mismas las posiciones de ambos bandos?” (Zheng Chaolin, op. cit.). Buena pregunta. Los trotskistas siguieron levantando la demanda de la asamblea nacional: una resolución de 1937 del Comité Ejecutivo Central concluía con las consignas: “¡Abajo el Kuomintang! ¡Viva la Asamblea Nacional soberana elegida por sufragio democrático!” (“The Present Situation and Our Tasks” [La situación actual y nuestras tareas], febrero de 1937). Lejos de funcionar como un puente hacia el poder proletario, la agitación de los trotskistas por una asamblea nacional en China sirvió para obstruir la claridad política, tanto en lo público como en lo interno.

La consigna de la asamblea constituyente en España

En tanto que Trotsky levantó la consigna de la asamblea constituyente en China en un periodo de derrota y retirada del proletariado, en España la planteó, aunque brevemente, al inicio de un periodo de levantamiento social. La caída de la dictadura de Primo de Rivera a principios de 1930 dio paso a una marea ascendente de desasosiego revolucionario, la cual culminó en la Guerra Civil Española que estalló en julio de 1936. (Para más información, ver “Trotskismo vs. frentepopulismo en la Guerra Civil Española”, Spartacist No. 36, noviembre de 2009.) El sucesor de Primo de Rivera, Dámaso Berenguer Fusté, propuso unas nuevas Cortes (parlamento) destinadas a legitimar la monarquía, una iniciativa que provocó una avalancha de llamados al boicot. Al final, Berenguer renunció y el rey Alfonso XIII optó por convocar a elecciones municipales, las cuales se celebraron el 12 de abril de 1931 y resultaron en una victoria apabullante para el Partido Socialista y partidos burgueses republicanos en los centros urbanos. Alfonso huyó, se proclamó una república y se anunciaron elecciones para unas nuevas Cortes constituyentes.

Tanto antes como después de ese periodo, Trotsky enfatizó correctamente la importancia de las demandas democráticas en la Revolución Española (ver La Revolución Española (1930-1940), Barcelona: Editorial Fontanella, 1977). Pero sólo planteó el llamado por una asamblea constituyente, o unas cortes constituyentes, en unas cuantas cartas y artículos de enero y febrero de 1931. Para cuando los socialistas y los republicanos anunciaron sus Cortes constituyentes, Trotsky argumentó en cambio: “La consigna central del proletariado es la de soviet obrero” (“Los diez mandamientos del comunista español”, 15 de abril de 1931).

Los escritos de Trotsky sobre España se centran esencialmente en la oposición a toda coalición de colaboración de clases (que los estalinistas bautizaron “frente popular” a mediados de los años 30) y en la necesidad de cohesionar un partido de vanguardia auténticamente leninista. Estos escritos forman parte de sus polémicas más tajantes contra toda forma de colaboración de clases. Pero, como en el caso de China, sus argumentos a favor de una asamblea constituyente fueron confusos y contradictorios. La primera vez que Trotsky planteó esa consigna fue en una carta a Andrés Nin del 12 de enero de 1931 en la que apoyaba el boicot de las Cortes de Berenguer, argumentando:

“Pero si se boicotean las Cortes, ¿en nombre de qué? ¿En nombre de los soviets? En mi opinión, sería erróneo plantear la cuestión de esta forma. En este momento no es posible unir a las masas de la ciudad y el campo sino por consignas democráticas. Aquí es donde intervienen las Cortes constituyentes elegidas sobre la base del sufragio universal, igual, directo y secreto. No creo que en la situación actual podáis privaros de esta consigna. Pues, finalmente, no hay aún soviets. Los obreros españoles no saben —al menos por su propia experiencia— lo que son los soviets. ¿Y qué decir de los campesinos? Ahora bien, la lucha sobre y alrededor de las Cortes concentrará en el próximo periodo toda la vida política del país. En tales circunstancias, sería erróneo oponer la consigna de soviets a la de Cortes”.

Dos semanas después, en un artículo que por lo demás constituye una notable exposición de la perspectiva de la revolución permanente, Trotsky escribió:

“Pero aun boicoteando las Cortes de Berenguer, los obreros avanzados deberían oponer a las mismas la consigna de Cortes Constituyentes revolucionarias. Debemos desenmascarar implacablemente el charlatanismo de la consigna de las Cortes Constituyentes en los labios de la burguesía de ‘izquierda’, la cual en realidad no quiere más que unas Cortes de conciliación por la gracia del rey y de Berenguer para hacer un trato con las viejas camarillas dirigentes y privilegiadas. Unas verdaderas Cortes Constituyentes pueden ser convocadas únicamente por un gobierno revolucionario, como resultado de la insurrección victoriosa de los obreros, de los soldados y de los campesinos”.

—“La revolución española y la táctica de los comunistas” (24 de enero de 1931)

En una situación prerrevolucionaria en desarrollo, donde la burguesía está desesperada por mantener su dominio ante el descontento popular, la demanda por una forma “revolucionaria” de gobierno burgués, lejos de evidenciar las pretensiones democráticas de los gobernantes burgueses, no puede sino fortalecer tales ilusiones democráticas. Lo que ocurrió en España nos brinda un ejemplo clásico: Berenguer no era la única opción para la burguesía española. El nuevo gobierno republicano, que incluía al líder socialista Francisco Largo Caballero, procedió inmediatamente a contener la creciente marea revolucionaria mediante la convocatoria a elecciones para las Cortes constituyentes. Ello proporcionó la base para un gobierno de coalición que intentaría decapitar la revolución social.

Una vez más, Trotsky motivó la consigna con la necesidad de ganarse al campesinado en otra carta a Nin del 13 de febrero de 1931. Aunque señaló que “no tenemos hacia esta fórmula un apego fetichista”, Trotsky argumentó: “Cierto, bastantes posibilidades han sido ya experimentadas en España. Sin embargo queda la de una democracia ‘completa’, ‘consecuente’, obtenida por el camino revolucionario, quiero decir las Cortes constituyentes”. ¡Pero la historia —que Trotsky analizó magistralmente en sus escritos sobre la revolución permanente— ya había demostrado que esa oportunidad no existía! Plantear la posibilidad de una versión idealizada de la democracia burguesa sólo podía dar pie a la confusión. La lógica era regresar a alguna variante del programa de Lenin, anterior a abril de 1917, de la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado.

Trotsky dejó de usar la consigna de la asamblea constituyente cuando quedó claro que, en los hechos, estaba contrapuesta a la lucha por el poder proletario. Sin embargo, no extrajo de la experiencia española ninguna conclusión teórica con respecto a la demanda.

Trotsky sobre Italia

Al argumentar, en enero de 1931, que sólo un gobierno revolucionario podría convocar unas “verdaderas Cortes Constituyentes”, Trotsky parecía implicar algún tipo de régimen revolucionario combinado donde los soviets coexistieran con algún tipo de órgano parlamentario. Él mismo había polemizado más de una vez contra concepciones similares. Por ejemplo, en una carta de 1930 a la Nueva Oposición Italiana (NOI), explicó por qué había criticado tan fuertemente la propuesta que el Partido Comunista de Italia había planteado en los años 20 de “asamblea republicana basada en comités obreros y campesinos”:

“La ‘asamblea republicana’ es, obviamente, una institución del estado burgués. ¿Qué son, en cambio, los ‘comités obreros y campesinos’? Es obvio que son una especie de pariente de los soviets obreros y campesinos. Si es así, hay que decirlo. Porque las organizaciones de clase de los obreros y campesinos pobres, llámense soviets o comités, siempre constituyen organizaciones de lucha contra el estado burgués, luego se convierten en órganos de la insurrección y, finalmente, después del triunfo, se transforman en organizaciones de la dictadura proletaria. Siendo así, ¿cómo es posible que una asamblea republicana —organización suprema del estado burgués— se ‘base’ en organizaciones del estado proletario?”.

—“Problemas de la revolución italiana” (14 de mayo de 1930)

Como ejemplos, Trotsky citó los errores de Zinóviev y Kámenev en 1917 y el llamado de los líderes del centrista USPD por un “estado combinado”, que ayudó a descarrilar la Revolución Alemana de 1918-19.

En diversas polémicas contra el grupo italiano Prometeo, que sostenía las posiciones ultraizquierdistas de Amadeo Bordiga y que entonces aún formaba parte de la Oposición de Izquierda, Trotsky insistió correctamente en la necesidad de las demandas democráticas. Sin embargo, su carta a la NOI de mayo de 1930 incluye un pasaje ambiguo que posteriormente se usaría para justificar la consigna de la asamblea constituyente en el periodo de transición del régimen fascista a la dictadura proletaria: “ni siquiera excluyo la posibilidad de una asamblea constituyente que, en ciertas circunstancias, podría ser impuesta por la marcha de los acontecimientos o, más precisamente, por el proceso del despertar revolucionario de las masas oprimidas” (Ibíd.).

En una resolución de 1932, la NOI de hecho llamó por una asamblea constituyente. La demanda encontró la oposición de otros trotskistas italianos, entre ellos Pietro Tresso, quien a principios de 1933 era miembro del Secretariado Internacional, era uno de los líderes de la Oposición y posteriormente lo sería de la IV Internacional; los estalinistas lo asesinaron en 1943 ó 1944. Otro líder del ala izquierda de la NOI, Mario Bavassano (que renunciaría en 1933 oponiéndose al llamado por una nueva Internacional), hizo la crucial distinción entre las demandas democráticas y la consigna de la asamblea constituyente durante la discusión de la resolución de 1932:

“Todas las limitadas demandas democráticas que se incluyen en el documento son adecuadas para movilizar a las masas en el momento presente. Sin embargo, hay desacuerdo entre nosotros sobre la cuestión de si tales demandas democráticas limitadas deben conducir a demandas generales, como las elecciones locales o la Constituyente, o si en cambio deben culminar en la formación de órganos como los comités de obreros y campesinos, los cuales dan a la lucha un carácter de clase y le señalan a las masas una meta revolucionaria, es decir, que deben derrocar al régimen burgués y establecer el poder proletario”.

—Silverio Corvisieri, Trotskij e il Comunismo Italiano (Trotsky y el comunismo italiano, Roma: Samonà e Savelli, 1969)

Goldman-Morrow y la cuestión de la asamblea constituyente en Europa

Trotsky dejó en claro que no podía seguir los sucesos políticos de Italia y de hecho nunca levantó la consigna de la asamblea constituyente para ese país. Tampoco la consideró jamás para Alemania después del ascenso al poder de Hitler. En el Programa de Transición de 1938 la demanda se plantea sólo en relación con los países coloniales y semicoloniales; en cambio, la sección que trata de los países capitalistas avanzados bajo dominio fascista advierte que “las fórmulas de la democracia (libertad de asociación, de prensa, etc.) no son para nosotros más que consignas pasajeras o episódicas en el movimiento independiente del proletariado, y no un nudo corredizo democrático pasado al cuello del proletariado”.

Muy distintas de esta declaración sin ambigüedades fueron las “Tres tesis” que emitió en 1941 el grupo trotskista alemán en el exilio, en que se argumentaba que “la transición del fascismo al socialismo sigue siendo una utopía en la ausencia de una etapa intermedia, que básicamente equivale a una revolución democrática” (Fourth International, diciembre de 1942). Aunque este revisionismo flagrante fue rechazado en general en aquel entonces, tanto en Europa como en Estados Unidos elementos dirigentes de la IV Internacional comenzaron a argumentar por levantar la consigna de la asamblea constituyente en diversos países imperialistas europeos. Cuando Italia entró en un periodo de fermento prerrevolucionario a mediados de 1943 con la caída de Mussolini y el estallido de una ola de huelgas en las que se formaron comités de fábrica, el recién formado y clandestino Secretariado Provisional Europeo, con sede en París, emitió un “Manifiesto” redactado por Marcel Hic y dirigido a los obreros, campesinos y soldados italianos. En éste se incluía un llamado por una asamblea constituyente (“Convention Nationale”). Pero el Secretariado retiró el manifiesto a los pocos días, declarando que la consigna “no era apropiada”. Una versión alterna, sin la consigna, apareció en el primer número de Quatrième Internationale (agosto de 1943).

Aunque sólo hemos examinado parte de la documentación, está claro que la cuestión se debatió de manera intermitente durante tres años, respecto a diversos países que iban saliendo de la ocupación Nazi; la discusión reveló una confusión seria, así como diferencias significativas. A finales de 1944, el Parti communiste internationaliste adoptó la consigna para Francia, contra una oposición considerable, y la incluyó en un folleto de diciembre de 1944 que fue ampliamente difundido. En una resolución de 1945, la sección belga también llamó por una asamblea constituyente, rechazando explícitamente el argumento de que la consigna no se aplica a los países capitalistas avanzados (“The Importance and Scope of Democratic Slogans” [La importancia y el alcance de las consignas democráticas], New International, mayo de 1946).

La expresión más aguda de una perspectiva democrática para Europa la levantaron en EE.UU. varios cuadros experimentados del Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) y el S.I. —que se había trasladado a Nueva York al principio de la guerra— incluyendo notablemente a Felix Morrow y al secretario del S.I., Jean van Heijenoort. A finales de 1943 Morrow argumentó por la “inmediata convocatoria de la Asamblea Constituyente” en Italia, alegando que ello cumpliría “un papel importante en una o más revoluciones europeas” (“The First Phase of the Coming European Revolution” [La primera fase de la inminente revolución europea], Fourth International, diciembre de 1944). Sin decir nada de la consigna misma de la asamblea constituyente, una resolución del Comité Central del SWP se opuso a la perspectiva general de Morrow, advirtiendo: “Cuando todas sus otras defensas se derrumben, las fuerzas del capitalismo procurarán preservar su dictadura tras la fachada de las formas democráticas, incluso al grado de una república democrática” (“Perspectives and Tasks of the Coming European Revolution” [Perspectivas y tareas de la inminente revolución europea], Fourth International, diciembre de 1943). La resolución afirmaba que “las demandas democráticas (libertad de prensa, derecho a sindicalizarse, etc.) estarán entrelazadas con las de transición y conectadas todas con nuestras consignas fundamentales por los estados unidos socialistas de Europa y por todo el poder a los consejos obreros”.

Para 1945, Morrow estaba totalmente enfocado en la lucha por la “democracia”. Su “Carta al Secretariado Europeo de la IV Internacional”, escrita en julio de 1945, argumentaba por liquidarse en la socialdemocracia e instaba a los trotskistas franceses: “Durante la lucha por la legalidad, no tengan miedo de hacer parecer a la Vérité enteramente como un órgano que no lucha sino por la verdadera democracia. ¡Hoy en día, eso es luchar por mucho!” (Fourth International, marzo de 1946).

Una de las mejores respuestas de la mayoría del SWP fue la de William Simmons (Arne Swabeck). Atacando la obsesión de Morrow con la democracia, Swabeck argumentó que ello no podría, de ninguna manera, distinguir a los trotskistas de los estalinistas y los socialdemócratas:

“En Francia y otros lugares estos partidos han exigido una asamblea constituyente, siempre cuidándose, claro está, de que la realización de su demanda se retrase todo lo posible...

“El sólo plantear demandas democráticas no basta para distinguir a los cuartainternacionalistas de la posición de estos partidos. Por lo tanto, es importante reconocer el hecho de que las demandas democráticas son para nosotros meramente incidentales y episódicas en el movimiento independiente del proletariado; y lo son tanto más hoy día, dado el absoluto colapso del capitalismo”.

—“Trotskyist Tasks in Europe” (Las tareas de los trotskistas en Europa), Fourth International, julio de 1945

Junto a un cada vez más estalinófobo Albert Goldman, otro cuadro experimentado del SWP, Morrow también impulsaba la reunificación con el Workers Party (WP, Partido Obrero) de Max Shachtman, que se había escindido del SWP en 1940 repudiando la posición trotskista de defensa militar incondicional de la Unión Soviética. La disputa con la minoría de Goldman-Morrow llevó a una gran lucha fraccional al interior del SWP en 1945-46.

El SWP emergió de la Segunda Guerra Mundial con una visión demasiado optimista de las perspectivas inmediatas para la revolución proletaria especialmente en Estados Unidos, como lo ejemplifica el documento de octubre de 1946, “Theses on the American Revolution” (Tesis sobre la revolución estadounidense, en James P. Cannon, The Struggle for Socialism in the “American Century” [La lucha por el socialismo en el “Siglo estadounidense”], Nueva York: Pathfinder Press, 1977). Esta visión, extendida también en el movimiento trotskista europeo, dejaba de lado diversos factores que distinguían el periodo de posguerra del que había tenido lugar tras la Primera Guerra Mundial. Entre ellos está el hecho de que EE.UU., con el apoyo de la Gran Bretaña, había ocupado militarmente gran parte de Europa Occidental en 1944-45, alterando profundamente las posibilidades de la revolución proletaria (para más información al respecto, ver “Trotskyist Policies on the Second Imperialist War—Then and in Hindsight” [Políticas trotskistas en la segunda guerra imperialista, entonces y en retrospectiva], introducción a “Documents on the ‘Proletarian Military Policy’” [Documentos sobre la “Política Militar Proletaria”], Prometheus Research Series No. 2, febrero de 1989). Así, en el caso de Italia, los ejércitos aliados suministraron el indispensable poderío militar bajo cuya cubierta la burguesía italiana, con la ayuda del Partido Comunista, pudo desarmar al proletariado insurgente. De manera relacionada, en tanto que los socialchovinistas habían quedado en gran medida desacreditados tras la Primera Guerra Mundial, tras la segunda la autoridad de los reformistas, y especialmente de los estalinistas, se vio muy aumentada por el papel dirigente que habían desempeñado en la frentepopulista “resistencia antifascista”.

Si bien Goldman y Morrow reconocían que el orden capitalista se estaba reestabilizando en Europa sobre una base democrático-burguesa, lo hacían sólo para acomodarse a él. El curso liquidacionista de Goldman y Morrow señalaba que estaban por abandonar la política marxista. Goldman renunció al SWP en mayo de 1946 y se llevó a un pequeño número de partidarios al WP de Shachtman, sólo para unirse al abiertamente reformista Partido Socialista dos años después. Morrow fue expulsado del SWP ese noviembre y pronto abandonó toda actividad izquierdista. Para finales de 1945, Van Heijenoort se refería a la Unión Soviética como “burocrático-imperialista”, y en dos años ya había anunciado su abandono del marxismo.

Una debilidad de la línea del SWP era su insistencia en que los regímenes democrático-burgueses de la Europa de la posguerra, “por su propia naturaleza, resultarían inestables y efímeros”, y que abrirían paso a la revolución obrera o bien a una dictadura represiva (“Perspectives and Tasks of the Coming European Revolution”). Pero la mayoría del SWP, a la cual se unió la dirección europea aún en proceso de consolidación bajo Michel Pablo y E. Germain (Ernest Mandel), sostuvo una perspectiva revolucionaria contra el revisionismo “democrático” de Morrow.

Sin embargo, la derrota de la fracción Goldman-Morrow no aclaró la cuestión de la asamblea constituyente, que no fue rechazada como cuestión de principios. De hecho, Mandel, un dirigente de la sección belga, fue uno de los primeros defensores de la consigna. En marzo de 1946, la primera reunión de posguerra de la IV Internacional, con el apoyo del SWP, aprobó una resolución que incluía la demanda de asambleas constituyentes para varios países europeos (“The New Imperialist Peace and the Building of the Parties of the Fourth International” [La nueva paz imperialista y la construcción de los partidos de la IV Internacional], Fourth International, junio de 1946). En Francia, una asamblea constituyente ya había sido elegida en octubre de 1945; Italia eligió la suya el siguiente junio. Lejos de servir para incitar a las masas a la lucha, la asamblea constituyente fue utilizada por la burguesía, ayudada hábilmente por los estalinistas y los socialdemócratas, para contribuir a estabilizar el orden imperialista de posguerra.

La India: Lucha fraccional en torno a la asamblea constituyente

La única sección de la IV Internacional donde sabemos que tuvo lugar una lucha fraccional clara respecto a la asamblea constituyente fue el Bolshevik-Leninist Party of India (BLPI, Partido Bolchevique-Leninista de la India). Si bien el BLPI no descartó la demanda como cuestión de principios, un sector considerable de la organización sí se opuso consistentemente a que se la usara en medio de las luchas que inundaron el subcontinente durante y al final de la Segunda Guerra Mundial.

El Proyecto de Programa del BLPI de 1942 caracteriza correctamente la consigna como “ilusoria y engañosa” y “destinada en las últimas fases de la revolución a ser utilizada por la burguesía y sus agentes como consigna para oponerse al establecimiento de la dictadura proletaria en forma de soviets y sabotearlo”. Sin embargo, en el siguiente párrafo, el Proyecto concede la posibilidad de darle “apoyo crítico” a la misma consigna “en las primeras fases de la lucha revolucionaria” (reimpreso en Charles Wesley Ervin, Tomorrow Is Ours: The Trotskyist Movement in India and Ceylon 1935-48 [El mañana es nuestro: El movimiento trotskista en la India y Ceilán 1935-48], Colombo: Social Scientists’ Association, 2006).

Puede ser que estas posiciones aparentemente contradictorias reflejaran las profundas divisiones al interior del BLPI. El ala izquierda, en torno a Doric de Souza, dominaba en ese entonces sobre la minoría derechista de Philip Gunawardena, mientras que el secretario general del partido, Leslie Goonewardene, cumplía una función mediadora. De Souza y Leslie Goonewardene redactaron el Proyecto de Programa mientras Philip Gunawardena se hallaba encarcelado por los británicos en Ceilán. (Para mayor información sobre la historia del BLPI, ver “La lucha por el trotskismo en Asia del Sur”, Spartacist No. 37, febrero de 2012.)

El Proyecto de Programa del BLPI es muy superior al manifiesto del 26 de septiembre de 1942 publicado a nombre del Comité Ejecutivo Internacional de la IV Internacional. Bajo el título “A los obreros y campesinos de la India” y redactado en gran parte por Felix Morrow, el manifiesto levantaba la asamblea constituyente como una demanda central. Sosteniendo que los capitalistas británicos y locales “moverán cielo y tierra para impedir su creación”, el manifiesto afirmaba: “Sólo la revolución victoriosa de los comités de obreros, campesinos y soldados contra el Raj británico y sus aliados nativos puede garantizar el establecimiento de una Asamblea Constituyente” (Fourth International, octubre de 1942).

Estas cuestiones se plantearon tajantemente después de la guerra. En el invierno de 1945-46 estallaron en Calcuta protestas masivas en defensa de los presos políticos. Entonces los marineros indios se amotinaron en Bombay en febrero de 1946, detonando una huelga general en la ciudad y revueltas en otros lugares que unieron a obreros hindúes y musulmanes antes de que los británicos las reprimieran. Al día siguiente del estallido del motín, el gobierno laborista anunció desde Londres que enviaría a la India una delegación del gabinete. Parte de sus propósitos era establecer una asamblea constituyente que allanara el camino a una posible independencia en el marco del Commonwealth británico.

El BLPI levantó las consignas “¡Abajo la misión del gabinete! ¡Abajo los partidos colaboracionistas! ¡Abajo la espuria Asamblea Constituyente del imperialismo! ¡Adelante en la lucha por la independencia india!” (Ervin, Tomorrow Is Ours). Pero cuando el burgués Congreso Nacional Indio decidió entrar a la nueva asamblea constituyente a finales de 1946, el BLPI se escindió en tres tendencias respecto a qué posición adoptar.

La derecha argumentaba por una “asamblea constituyente revolucionaria” electa, contraponiéndola a la asamblea maquinada por los británicos, la cual se basaba en delegados de los parlamentos provinciales, e insistía en que ésta fuera la consigna principal del BLPI. La dirección en torno a Leslie Goonewardene no descartaba el uso de la consigna, pero se oponía a asignarle un lugar central en la agitación del BLPI. Una oposición de izquierda, centrada en Calcuta y apoyada por De Souza, denunciaba ambas posiciones, argumentando que la asamblea constituyente “no ha tenido realidad alguna para el pueblo indio” y que el BLPI debía “evidenciarla como lo hemos hecho en el pasado” (“A Criticism of the Draft Resolution as Submitted by the CC” [Una crítica del proyecto de resolución presentado por el CC], Internal Bulletin [IB] del BLPI, 1° de abril de 1947).

En una votación extremadamente apretada (siete a favor, seis en contra), los delegados a la conferencia del BLPI de mayo de 1947 decidieron hacer de la asamblea constituyente “la consigna central del Programa de Transición, es decir, la consigna de la que dependen todas las demás consignas de transición” (“Report of First Party Convention Held May 21-24, 1947” [Informe de la I Convención del Partido, 21-24 de mayo de 1947], IB del BLPI Vol. 2, No. 1, s/f). Hector Abhayavardhana (Vardhan), quien había sido un partidario prominente de la fracción derechista de Philip Gunawardena desde 1942, se hizo cargo de la secretaría del partido, y el BLPI, como era de esperarse, puso la asamblea constituyente al centro de su agitación. Pero el debate continuó.

Cuatro meses después, el comité distrital de Calcuta adoptó una resolución que afirmaba: “la posición que tomó la mayoría en la última Convención del Partido fue revisionista y un intento de regresar a la posición menchevique mediante el abandono total del trotskismo y de la Teoría de la Revolución Permanente” (“Resolution of the Calcutta District Committee Unanimously Adopted on 29-9-47” [Resolución del Comité Distrital de Calcuta adoptada unánimemente el 29 de septiembre de 1947], IB del BLPI Vol. 3, No. 1, 1° de marzo de 1948). También afirmaba que la consigna de la asamblea constituyente no podía ser “bajo ninguna circunstancia una consigna de nuestro Programa de Transición, y mucho menos su consigna central”. Si bien concedía que la demanda podía llegar a ser en alguna fase “una consigna de agitación o de movilización” capaz de dirigir a las masas a dar “un paso en dirección a la toma del poder”, la resolución de Calcuta añadía inmediatamente que “la falta de tradiciones” de asambleas constituyentes en Asia hacía “de esta posibilidad algo bastante remoto”. Aunque no descartaba la consigna como cuestión de principios, todo el espíritu de la resolución era oponerse a su uso en tanto que era una trampa menchevique.

Como lo había puesto Arun Bose, uno de los camaradas de Calcuta, en un documento anterior, “Programme and Reality” [Programa y realidad]: “La consigna de la AC [asamblea constituyente] sigue siendo un estorbo en el camino ininterrumpido de la revolución, un intento de detener la revolución a medio camino para ‘completar’ la revolución democrática. Como tal, la consigna de la AC está diseñada para engañar a las masas, imbuirles ilusiones democráticas y pavimentar el camino a la contrarrevolución” (IB del BLPI Vol. 2, No. 3, 25 de septiembre de 1947). Otro militante de Calcuta, P.K. Roy, añadió en otro documento publicado en el mismo boletín:

“En otras palabras, la consigna de la Asamblea Constituyente, que es el órgano representativo más alto de una república burguesa, podrá coronar nuestras consignas de transición sólo cuando la república democrática, y no la república soviética, corone el programa del BLPI...

“Dicho simplemente, el éxito de la revolución india sólo es concebible bajo la forma de la dictadura revolucionaria del proletariado en alianza con el campesinado pobre”.

—“Opportunism on the Question of the Constituent Assembly” (Oportunismo sobre la cuestión de la asamblea constituyente)

Para derrotar a la oposición izquierdista, los nuevos líderes del BLPI pudieron recurrir a la autoridad de Trotsky. Armándose de citas de sus escritos sobre China, se burlaron de los argumentos de los camaradas de Calcuta: “Contemplamos el espectáculo de un Trotsky que no es trotskista” (Raj Narain, “The Slogan of R.C.A. Why Should We Retain It?” [La consigna de la A.C.R., ¿por qué deberíamos retenerla?], IB del BLPI Vol. 3, No. 1). Probablemente también se sintieron alentados por el apoyo a la consigna de la asamblea constituyente en Europa. Notablemente, los defensores de la consigna en la India recibieron el apoyo explícito de los trotskistas británicos del Revolutionary Communist Party (RCP). Un artículo de Tony Cliff publicado en la prensa del RCP decía: “La lucha contra el imperialismo británico y sus agentes (los príncipes, los feudalistas y los capitalistas) debe concentrarse en torno a la demanda de una verdadera Asamblea Constituyente elegida directamente por todo el pueblo”. Oscureciendo la distinción entre una institución burguesa como ésa y los órganos del poder obrero, Cliff añadía que una “verdadera” asamblea constituyente debería “basarse en las masas organizadas en soviets y armadas en milicia” (Workers’ International News, enero-febrero de 1947). Al final, una conferencia subsecuente del BLPI celebrada en 1948 reafirmó una línea conciliacionista sobre la asamblea constituyente con una mayoría mucho más grande.

Las líneas de demarcación en este asunto fueron casi idénticas a las de la propuesta de que el BLPI practicara un entrismo liquidacionista en el Partido Socialista, la cual se debatió al mismo tiempo. Así, cuando la división que inició en 1940-42 entre izquierda y derecha de la sección india llegó a un punto álgido después de la Segunda Guerra Mundial, el resultado fue totalmente negativo: el partido terminó por adoptar la consigna de la asamblea constituyente, que antes había rechazado, y luego colapsó en la socialdemocracia. Parece que la izquierda basada en Calcuta se fue desgastando hasta que finalmente fue incapaz de oponer mayor resistencia a estas maniobras desastrosas que condujeron a la desaparición del BLPI.

La asamblea constituyente india terminó por darle legitimidad “democrática” a la sangrienta partición del subcontinente. Luego produjo los primeros parlamentos de la India y el Paquistán independientes capitalistas. El uso que los británicos hicieron de la asamblea constituyente en la India se volvió un paradigma para acontecimientos subsecuentes en otros países coloniales. En gran parte del periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial, las potencias imperialistas han confiado típicamente no en el dominio colonial directo sino en la dominación neocolonial bajo una independencia formal. Lejos de “mover cielo y tierra” para impedir la creación de parlamentos democráticos, con frecuencia los prefieren por sobre las dictaduras desnudas para engañar más fácilmente a las masas. Estos acontecimientos sirven para subrayar la bancarrota de la consigna de la asamblea constituyente en países cuyo desarrollo económico y social ha sido atrofiado por el alcance global del imperialismo. Los argumentos que presentó convincentemente el trotskista de Calcuta P.K. Roy mantienen su vigencia pese al transcurrir del tiempo:

“Fieles a las enseñanzas del marxismo, basándonos en las ricas lecciones de los movimientos revolucionarios del pasado, los bolcheviques leninistas señalamos el carácter ilusorio y engañoso de la consigna de la Asamblea Constituyente, que corona una república burguesa y, como tal, concibe un lapso de tiempo determinado entre la revolución democrática y la socialista, un periodo en el que el depositario del poder será un parlamento democráticamente electo, es decir, un órgano representativo burgués. Los movimientos proletarios de varios países han probado más allá de toda duda que en las fases finales de la revolución, es decir, cuando el poder de los millones de trabajadores ha encontrado una expresión más o menos cristalizada en los soviets que se forman en el curso de la revolución, la consigna de la Asamblea Constituyente no puede sino ser utilizada por la burguesía y sus agencias pequeñoburguesas como consigna de la contrarrevolución, es decir, como una consigna para oponerse directamente al establecimiento de la dictadura proletaria en forma de soviets y sabotearlo. Y tras el establecimiento de la dictadura proletaria, la consigna de la Asamblea Constituyente sólo puede servir como la base preparatoria para el derrocamiento del joven poder”.

—“Opportunism on the Question of the Constituent Assembly”

Retrospectiva y perspectiva

Desde entonces se han convocado asambleas constituyentes en numerosos países, que van desde Islandia hasta Nepal. Quizá el ejemplo más claro de la función contrarrevolucionaria de la asamblea constituyente en la segunda mitad del siglo XX se haya dado en la Revolución Portuguesa de 1974-75, el último y el más prolongado de una serie de levantamientos potencialmente revolucionarios que vivió Europa en ese periodo. La revuelta portuguesa comenzó con el colapso de la dictadura de Caetano en abril de 1974 y la creación de un régimen encabezado por oficiales militares “progresistas”. La asamblea constituyente elegida un año después se convirtió en un centro de movilización para las fuerzas reaccionarias que querían poner fin al descontento, el cual había dado lugar a órganos incipientes de poder dual. La CIA financió al Partido Socialista de Mário Soares, que dominaba la asamblea y encubrió ataques de turbas derechistas contra las oficinas del Partido Comunista, con millones de dólares al mes canalizados a través del SPD y otros partidos socialdemócratas europeos.

Nuestros artículos de entonces advirtieron contra las ilusiones en los oficiales “progresistas” y lucharon por la perspectiva de construir órganos de tipo soviético y por centralizarlos, afirmando al mismo tiempo que la clave de la victoria era construir un partido auténticamente leninista-trotskista. Durante el primer año de la rebelión también levantamos el llamado por una “asamblea constituyente revolucionaria”. Con la elección de una asamblea cuya función contrarrevolucionaria resultaba evidente, dejamos de levantar la consigna. En cambio, el SWP estadounidense, que para mediados de los años 60 ya había degenerado en reformista, llamó descaradamente por la “defensa de la Asamblea Constituyente”, vitoreando a los socialistas financiados por la CIA conforme éstos encabezaban las movilizaciones derechistas (The Militant, 8 de agosto de 1975). Por su parte, los lambertistas agitaban por un “gobierno Soares” (Informations ouvrières, 23 de julio-6 de agosto de 1975).

Denunciando la línea antirrevolucionaria de los lambertistas y el SWP, nosotros llamamos a defender a las organizaciones obreras y de izquierda portuguesas contra las turbas derechistas. Al final, la burguesía y sus agentes socialdemócratas pudieron utilizar la asamblea constituyente para acabar con el descontento revolucionario y reestabilizar el dominio capitalista.

Tan pronto como su contenido contrarrevolucionario se hizo visible, abandonamos el llamado por la asamblea constituyente, pero en ese momento no sacamos conclusiones más amplias sobre su validez histórica. Por el contrario, seguimos usando la consigna en varios otros contextos, desde España tras la caída de la dictadura franquista hasta el Chile de Pinochet, Indonesia y otras partes. Al defender la demanda en ciertas situaciones, escribimos:

“Nuestro llamado por una asamblea constituyente forma parte de una serie de demandas democráticas revolucionarias que levantamos en el contexto de un programa de revolución proletaria, y que sólo pueden realizarse mediante el derrocamiento simultáneo o previo de dictaduras bonapartistas. Una ‘asamblea constituyente’ bajo la égida de una junta militar o un caudillo autocrático sería una contradicción de términos. Dondequiera que se planteen ardides como ésos, los leninistas debemos hacer explícito que nuestro llamado es por una asamblea constituyente revolucionaria, que será convocada por un gobierno provisional que surja de una insurrección popular victoriosa”.

—“Why a Revolutionary Constituent Assembly?”, Workers Vanguard No. 221, 15 de diciembre de 1978

Aunque reconocíamos los numerosos ejemplos históricos en los que una asamblea constituyente había sido usada con fines contrarrevolucionarios comenzando en 1848, de todas formas insistíamos: “Desde la época de las revoluciones burguesas clásicas, la demanda de una asamblea constituyente siempre ha tenido un contenido popular revolucionario-democrático directamente contrapuesto a todos los intentos de contemporizar con el viejo régimen o reformarlo”.

Desde el siglo XIX hasta el presente, todos los intentos de canalizar la lucha de las masas descontentas hacia asambleas constituyentes u otros nuevos órganos parlamentarios burgueses han resultado ser trampas mortales. La historia ha demostrado de manera concluyente que una asamblea constituyente no puede conducir ni a la democracia ni a la liberación nacional ni social, sino sólo a una continua subordinación a la burguesía. No puede ser un puente que lleve al poder estatal proletario, sino al desastre y la derrota.

La manía de la asamblea constituyente que caracteriza a la izquierda reformista actual coincide con el programa de Kautsky y la II Internacional, no con el de la IV. No obstante nuestras críticas a Trotsky por revivir la consigna para China y de manera más episódica para otros lugares a partir de finales de los años 20, él se opuso vehementemente al tipo de posiciones francamente procapitalistas que esos grupos asumen hoy. Hasta el final de su vida, luchó contra las ilusiones en la democracia burguesa que impulsaban los estalinistas y demás falsos izquierdistas tanto en el mundo imperialista como en los países subdesarrollados.

Reevaluamos la cuestión de la asamblea constituyente en el movimiento marxista como parte de nuestro trabajo por el reforjamiento de una IV Internacional auténticamente trotskista. Al igual que los bolcheviques, y a diferencia de nuestros oponentes reformistas, nuestro objetivo no es embellecer ni promover la democracia capitalista —un sistema necesariamente enraizado en la explotación y la opresión brutales—, sino lograr la revolución socialista, el único camino hacia una sociedad sin clases donde la opresión en todas sus formas no sea más que un recuerdo del pasado.

 

Spartacist (edición en español) No. 38

SpE No. 38

Diciembre de 2013

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