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Espartaco No. 50 |
Octubre de 2018 |
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En México y EE.UU.:
¡Plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes!
¡Romper con AMLO/Morena! ¡Forjar un partido obrero!
El siguiente artículo se basa en un foro dado por nuestra camarada Leticia Castillo el sábado 8 de septiembre en el Museo-Casa de León Trotsky.
Las imágenes de policías fronterizos estadounidenses y agentes del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) separando a niños aterrados de sus padres y encerrándolos en jaulas dieron la vuelta al mundo, provocando horror y encono. Ante el rechazo generalizado, incluso Trump fingió dar un paso en la dirección de la decencia humana, pero lo que en realidad hizo fue firmar una orden ejecutiva para que se pueda encarcelar a los miembros de una familia indefinidamente, pero juntos. Los inmigrantes en Estados Unidos y los solicitantes de asilo se pierden en la enorme red de campos de concentración, llamados “centros de detención de inmigrantes”. El ascenso de Trump como Comandante en Jefe del imperialismo estadounidense ha envalentonado a las fuerzas policiacas antiinmigrante, así como a vigilantes racistas y fascistas abiertos. La frontera con México ha sido militarizada con el envío de tropas de la Guardia Nacional. En mayo pasado, la Patrulla Fronteriza mató a Claudia Patricia Gómez González, una indígena guatemalteca del grupo maya mam, de 19 años de edad.
Si bien la retórica abiertamente racista que deshumaniza y criminaliza a los inmigrantes se ha multiplicado con Trump (quien ha descrito a grupos de inmigrantes como “animales”), los ataques antiinmigrantes son bipartidistas. Trump no creó la gran máquina de deportaciones que existe hoy día; la heredó de sus predecesores. Los demócratas han desempeñado un papel clave en perseguir a los inmigrantes. La “Operación Guardián” de Bill Clinton militarizó la frontera de EE.UU. con México a partir de 1994. Barack Obama expandió masivamente el sistema de detenciones y deportó a un número récord, 2.5 millones de personas. El gobierno de Obama también implementó la práctica cruel de separar a los niños de sus padres, apartando a los padres mexicanos de sus cónyuges e hijos. Durante los últimos quince años, por lo menos 97 personas, incluyendo a 28 ciudadanos estadounidenses, han muerto a manos de la Patrulla Fronteriza. Los agentes fronterizos, tanto en cruces fronterizos como en patrullas itinerantes, han usado la fuerza letal hasta unos 260 km más allá de la frontera, y mataron a tiros a tres adolescentes mexicanos en suelo mexicano entre 2010 y 2015.
Los demócratas y los liberales dicen que la política de Trump de separar a los niños de sus padres va en contra de las tradiciones de Estados Unidos. En realidad esta práctica es muy estadounidense. Separaban a los miembros de familias negras cuando vendían a éstos como esclavos a diferentes dueños, y hoy los separan mediante la encarcelación masiva de hombres negros. EE.UU. se fundó sobre la casi total destrucción de la población indígena, su historia, su cultura y su identidad misma. El gobierno estadounidense les quitaba a sus niños, sus nombres y suprimía el derecho de hablar sus idiomas.
Por su parte, la burguesía mexicana y su gobierno —todavía encabezado por Peña Nieto y pronto por Andrés Manuel López Obrador— regularmente derraman lágrimas de cocodrilo y protestan “enérgicamente” ante las viles medidas antiinmigrantes del racista Trump. ¡Los capitalistas mexicanos no podrían ser más hipócritas! El gobierno mexicano es el perro guardián de la frontera sur de sus amos imperialistas estadounidenses. En México, decenas de miles de inmigrantes centroamericanos indocumentados, principalmente de Honduras, Guatemala y El Salvador, que procuran ingresar a EE.UU. o instalarse en este país, son cazados, encarcelados y deportados por el venal gobierno mexicano, el cual comete contra ellos todo tipo de vejaciones y crímenes horrendos, incluyendo la separación de niños de sus padres y familiares —igual que Trump y Obama—: tan sólo en 2017, más de 10 mil niños fueron detenidos en estaciones migratorias del país, según la propia Segob. Tal vez México haya separado a más familias que Estados Unidos. En el trato propinado a los inmigrantes indígenas de los países al sur, se intersecan el chovinismo mexicano contra las pequeñas repúblicas centroamericanas y el racismo antiindígena, dirigido también contra los indígenas mexicanos, considerados por la burguesía nacional como población excedente.
Las cosas no cambiarán con AMLO a la cabeza del aparato estatal mexicano. López Obrador quiere convencer a Trump de que abandone la construcción del muro fronterizo; a cambio, con el propósito explícito de “frenar la inmigración ilegal” a EE.UU., AMLO propone a Trump el aumento de la penetración económica imperialista en la región a través de inversiones, así como reunir dinero proveniente de los países de la zona, incluyendo a los centroamericanos. Según él, el 75 por ciento de ese dinero se utilizaría para financiar proyectos y así crear empleos. El otro 25 por ciento se usaría para “el control fronterizo y la seguridad”. En otras palabras: más policías. Por cierto, López Obrador sugirió este gran plan en una grotesca carta a Trump en la cual enfatiza que ambos son supuestamente políticos “anti-establishment”.
La defensa de los inmigrantes es de vital interés para el movimiento obrero y para todos los combatientes contra la represión y la discriminación racista. Lo que es necesario es que los proletariados mexicano y estadounidense se movilicen en oposición a sus clases capitalistas, que explotan a los obreros en casa, para detener las deportaciones. Los inmigrantes indocumentados no son sólo víctimas; forman parte de la clase obrera. En EE.UU. son un componente importante del poderoso proletariado multirracial estadounidense. Los inmigrantes, además, son un puente vivo hacia el proletariado en sus países de origen, muchos de los cuales tienen tradiciones de lucha de clases combativa. Los patrones usan el chovinismo antiinmigrante, el racismo antiindígena y el racismo antinegro para dividir y vencer a sus esclavos asalariados. Para luchar por la unidad y la integridad de la clase obrera, los sindicatos deben estar a la vanguardia de la defensa de los derechos de los inmigrantes. Pero el movimiento obrero está paralizado como resultado de una dirección sindical traicionera, comprometida con la defensa del capitalismo, lo cual se expresa más claramente en su apoyo al Partido Demócrata en EE.UU. y a los nacionalistas burgueses del PRD y el Morena, así como al vetusto PRI neoliberal, en México. Los trotskistas del Grupo Espartaquista de México, al lado de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S., secciones de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista), exigimos: ¡Plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes! ¡Abajo las deportaciones! En México, estas demandas incluyen especialmente el derecho a trasladarse por este país y a recibir servicios de salud y educación gratuitos.
Migración y rapiña imperialista
Los esfuerzos desesperados de tanta gente para llegar a EE.UU. o a Europa son una consecuencia directa de la subyugación imperialista del mundo neocolonial. Mediante la rapiña económica y la intervención militar en el Tercer Mundo, las potencias capitalistas más avanzadas imponen condiciones inhumanas a la gran mayoría de la población mundial. En 2017, la ONU calculaba que había 60 millones de personas desplazadas en el mundo, sea por guerra o por persecución. La última vez que hubo tanta gente desplazada fue en la época de la Segunda Guerra Mundial. Hace más de un siglo, V.I. Lenin escribió:
“El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la Tierra entre los países capitalistas más importantes”.
—El imperialismo, etapa superior del capitalismo (1916)
El capitalismo moderno, es decir, el imperialismo, que alcanza todas las regiones del planeta, en el curso de la lucha de clases y conforme la necesidad económica lo exige, introduce al proletariado por sus estratos más bajos nuevas fuentes de mano de obra más barata, principalmente inmigrantes de otras regiones del mundo, más pobres y menos desarrolladas; trabajadores con pocos derechos que son considerados más desechables en tiempos de contracción económica. Así, el capitalismo, en forma continua crea estratos diferentes entre los obreros; mientras, simultáneamente, amalgama obreros de muchas tierras diferentes. Por todos lados, los capitalistas, apoyados por oportunistas de la burocracia y la aristocracia obrera, intentan envenenar la conciencia de clase y la solidaridad entre los obreros, fomentando las divisiones religiosas, étnicas y nacionales.
La lucha por la unidad y la integridad de la clase trabajadora en contra del chovinismo y el racismo es por lo tanto una tarea vital para la vanguardia del proletariado. Luchamos contra todas estas divisiones de la clase obrera que tanto fomenta y requiere la burguesía. No es cuestión de simplemente cambiar las ideas retrógradas. Las ideologías racista, antiinmigrante, antimujer, antiindígena, etc. ad infinitum existen porque sirven para justificar la muy real y concreta explotación y opresión de diferentes sectores de la sociedad, así como para mantener divididos a los explotados y los oprimidos.
A lo largo de casi un cuarto de siglo, la economía mexicana ha sido saqueada por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), reduciendo a la miseria más completa en particular al campesinado, en gran parte indígena, y obligando a millones a emigrar a las ciudades o a EE.UU. en busca de algún medio de subsistencia. [El TLCAN será sustituido por un nuevo tratado, el United States, Mexico and Canada Agreement o USMCA, el cual profundiza la rapiña imperialista contra México.] Por su parte, los migrantes centroamericanos huyen de sus países debido a la aterradora violencia y miseria extrema que impera en los mismos, las cuales han sido resultado directo del dominio estadounidense. Desde su surgimiento como potencia imperialista a finales del siglo XIX, EE.UU. ha hecho de las repúblicas centroamericanas (y también de México) su coto privado, imponiendo su ley e incluso a los gobernantes locales muy a menudo mediante golpes de estado, directamente o a través de la infame United Fruit Company. Más recientemente, la economía de la zona ha sido devastada por el Tratado de Libre Comercio de América Central (TLCAC). Por si fuera poco, la situación de miseria de toda la región fue exacerbada por la crisis económica global de 2008, desatada también por el capital financiero estadounidense.
Durante las últimas décadas, el tejido social de esos países se ha visto desgarrado tanto por las guerras sucias de la década de 1980 como, más recientemente, por la creciente militarización bajo el pretexto de la “guerra contra el narco” o la “guerra contra las pandillas” orquestadas por EE.UU. En Centroamérica tanto como en México, la “guerra contra el narco” no tiene nada que ver con “proteger” a la población; está dirigida contra los explotados y oprimidos, con el propósito de intimidar cada vez más a la población, fortalecer al estado burgués y limitar aún más los derechos de todos. Por otro lado, el estado burgués está totalmente compenetrado con los cárteles de la droga. Decenas de centroamericanos son exterminados en México, y el estado muchas veces es cómplice de estos actos de barbarie, como en las dos masacres sucesivas perpetradas por el crimen organizado en San Fernando, Tamaulipas (72 asesinados en 2010 y otros 193 en 2011), cuyas víctimas fueron mayoritariamente centroamericanos. Tras esos hechos, según La Jornada (7 de abril de 2015), “Se reveló que agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) habían entregado a los extranjeros capturados al crimen organizado a cambio de dinero”. Según cifras oficiales, cada año hay unos mil 300 inmigrantes muertos o mutilados. (Otra escena escalofriante fue el hallazgo de 49 cadáveres mutilados, la mayoría de inmigrantes, en Cadereyta, Nuevo León, en mayo de 2012.)
Los espartaquistas estamos por la despenalización de las drogas, lo cual, al eliminar los márgenes de ganancia estratosféricos producto de su comercio ilegal, reduciría el crimen, la violencia y otras patologías sociales relacionadas con la misma. Además, nos oponemos a las medidas del estado burgués que restringen o impiden que la población porte armas, lo que limita sus derechos y garantiza el monopolio del estado y los criminales sobre ellas. Asimismo, nos oponemos a la “guerra contra las pandillas” que criminaliza aún más a la juventud pobre y obrera. Nosotros decimos: ¡Abajo la “guerra contra el narco”! ¡Abajo el TLCAC y el TLCAN, rapiña imperialista! ¡Fuera todas las bases y fuerzas militares estadounidenses de Latinoamérica y el Caribe!
¡Por un gobierno obrero y campesino!
El chovinista gobierno mexicano emula a sus amos imperialistas en el brutal trato que propina a los inmigrantes centroamericanos. Al mismo tiempo, el papel del estado capitalista mexicano como perro guardián de la frontera sur estadounidense es también un fiel reflejo de la subyugación neocolonial de México al imperialismo de EE.UU. Pese a la (tímida) retórica nacionalista de políticos burgueses como AMLO, la realidad es que en los países capitalistas subdesarrollados —como México y los países centroamericanos— las débiles burguesías nacionales son incapaces de romper con los imperialistas, a los cuales se encuentran atados por miles de lazos. Morena es un partido burgués que busca presentarse como una opción de recambio ante el desprestigio del PRD y el creciente descontento de las masas pobres. El PRD y Morena representan a un ala nacionalista de la burguesía mexicana que procura regresar a alguna versión del viejo populismo priísta; quiere apoyarse en el proletariado para renegociar los términos de su propia subordinación al imperialismo, como lo muestra gráficamente el patético intento de “renegociar” el TLCAN, una renegociación impuesta por Trump en todo caso. Los populistas nacionalistas y los entreguistas neoliberales difieren tan sólo en la forma de administrar el sistema de explotación capitalista, a cuya defensa se encuentran comprometidos. Los políticos nacionalistas burgueses temen por sobre todas las cosas a la única fuerza capaz de acabar con el yugo imperialista: la clase obrera.
El nacionalismo burgués —la noción de que todos los
connacionales deberían mantenerse unidos para “sacar adelante” al país— es el cemento ideológico que usan los políticos capitalistas y sus lugartenientes en los sindicatos para mantener a los obreros atados a sus explotadores. Pero burgueses y proletarios tienen intereses antagónicos. La ideología nacionalista burguesa procura separar a los obreros mexicanos de sus verdaderos aliados: los proletarios del resto del mundo. Contra la ideología del nacionalismo burgués, los comunistas subrayamos que la sociedad está dividida en clases y que el estado existe para asegurar que la clase capitalista mantenga su dominio contra cualquier reto de los explotados y oprimidos. El estado es la maquinaria de violencia organizada —la policía, los tribunales, las fuerzas armadas y las cárceles— para defender el modo de producción capitalista basado en la propiedad privada de los medios de producción.
Con base en la teoría de la revolución permanente desarrollada por León Trotsky, los espartaquistas sabemos que sólo el proletariado en el poder puede conseguir la genuina emancipación nacional de los países tercermundistas. Al tiempo que saquea la economía e impide el desarrollo nacional, la inversión imperialista ha creado en México a un poderoso y joven proletariado, que está llamado a ponerse a la cabeza de todos los oprimidos, en especial del aún enorme campesinado pobre, en la lucha por la revolución socialista y un gobierno obrero y campesino basado en la expropiación de la burguesía y la colectivización de los medios de producción. A través de los soviets (o consejos), serán los trabajadores quienes dirigirán la economía y la política del país. Un gobierno obrero y campesino —la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado— lucharía por sobre todas las cosas por la extensión internacional de la revolución, especialmente a EE.UU., para abrir el camino al genuino desarrollo socialista y sentar las bases para una sociedad nueva carente de explotación y opresión.
La utopía liberal de “abrir las fronteras”
Diversas organizaciones que se proclaman trotskistas, por ejemplo los seudotrotskistas del Movimiento de los Trabajadores Socialistas, plantean la demanda de “abolir las fronteras”. Este llamado a “abrir las fronteras” refleja la ilusión de que se puede presionar a los dirigentes capitalistas para que terminen con la indecible opresión y miseria que sufren los inmigrantes, como si les preocupara el destino de los millones que existen en el mundo. Esta consigna significa llamar por la abolición de la vigilancia fronteriza, pero ninguna clase dominante capitalista ha cedido voluntariamente el control sobre su territorio, y jamás lo hará. Llamar a que se abran las fronteras es totalmente utópico. El estado nación surgió como el vehículo para el desarrollo del capitalismo y seguirá siendo la base para la organización de la economía capitalista, hasta que el orden capitalista mundial sea derrocado a través de una serie de revoluciones obreras. Vigilar las fronteras es crucial para el estado capitalista. Además, “abrir las fronteras” puede terminar siendo reaccionario, pues implicaría impulsar la penetración económica imperialista de países dependientes y acabar con el derecho de una nación a la autodeterminación. Si la frontera entre México y EE.UU. estuviera abierta, los ricos estadounidenses bien podrían comprar todo el terreno de México que les interese. No puede haber una política progresista de migración bajo el capitalismo, y no es responsabilidad de nosotros, los comunistas, proponer políticas alternativas. Lo que queremos es organizar al proletariado para aplastar el sistema capitalista y establecer el poder obrero.
Este llamado es una variante del igualitarismo utópico —la creencia de que se pueda establecer una sociedad justa al compartir la riqueza disponible—. Como marxistas reconocemos que se necesita una serie de revoluciones alrededor del mundo para establecer una economía internacional planificada, y así eliminar la escasez material con el enorme aumento de las fuerzas productivas de todos los países. Sólo esto puede sentar las bases para una vida digna para todos los que ahora viven en miseria. Sólo entonces podremos tener un mundo sin fronteras. Para hacer realidad esta perspectiva comunista, es indispensable forjar un partido leninista-trotskista, basado en la experiencia de la Revolución Rusa de octubre de 1917, que actúe como el tribuno del pueblo, luchando contra toda manifestación de opresión donde quiera que ésta se presente y sin importar a qué sector de la población afecte. Un partido así —proletario, revolucionario e internacionalista— sólo puede construirse en contraposición a la burguesía y sus lugartenientes en el movimiento obrero.
México, infierno para los inmigrantes
centroamericanos
En contraste con EE.UU., históricamente México ha recibido pocos migrantes; los residentes de México que nacieron fuera del país no llegan al uno por ciento de la población. Más o menos dos tercios de estos nacieron en EE.UU., y muchos de ellos de familias mexicanas. La pobreza del país, su escasa industrialización hasta bien avanzado el siglo XX y el enraizado catolicismo desalentaron la inmigración significativa. Sin embargo, la historia de la inmigración en México está plagada de racismo verdaderamente grotesco. Antes de las Leyes de Reforma de Benito Juárez sólo se permitía la migración de católicos. Pancho Villa, líder militar de los ejércitos campesinos durante la Revolución Mexicana, llevó a cabo pogromos contra inmigrantes chinos en el norte del país. La Ley de Migración de 1926 especificaba que el “peligro de degeneración física para nuestra raza” requería la “posibilidad de seleccionar los inmigrantes” (es decir, sólo europeos blancos). La Ley de Migración de 1930 enfatiza la importancia de ciertas razas “asimilables”. Luego, la Ley General de Población de 1936 —bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas, ícono de los nacionalistas burgueses— habla de “la protección general, conservación y mejoramiento de la especie” (¡sic!) mexicana. De hecho, mostrando una de las consecuencias del nacionalismo burgués, en 1934 el gobierno mexicano apoyó criminalmente la deportación de cientos de miles de mexicanos y de ciudadanos estadounidenses de ascendencia mexicana, que EE.UU. no quería. En el siglo XX, en México se decretó en diferentes momentos a través de circulares y acuerdos la exclusión de negros, polacos, palestinos, libaneses, turcos, romaníes y judíos, entre otros.
Para el racista estado burgués mexicano, los inmigrantes centroamericanos son infrahumanos, “transgresores de la ley”, que no tienen ningún derecho y contra quienes puede cometerse cualquier crimen. Como dicen algunos de ellos, las autoridades mexicanas los “tratan como perros”. Los agentes del INM, el ejército mexicano y los diversos cuerpos policiacos, los secuestran, asaltan, extorsionan, golpean y amenazan. Tras ser detenidos, los migrantes son privados ilegalmente de su libertad antes de ser deportados. Son encarcelados en prisiones, llamadas eufemísticamente “estaciones”, o mantenidos en jaulas en un sin fin de “garitas”, hacinados, custodiados por agentes armados, sin atención médica, ni asesoría legal. Ahí son torturados, reciben maltratos y les dan alimentos de pésima calidad.
Las mujeres son un blanco particular de los agentes estatales y de grupos criminales. Según Amnistía Internacional, 60 por ciento de mujeres y niñas migrantes sufren violencia sexual durante el tiempo en que migran. Dada la frecuencia de estos ataques, muchas toman anticonceptivos antes de cruzar la frontera a México para evitar por lo menos el embarazo. Lo más común es que las inmigrantes no reporten la violencia sexual ni acudan a los servicios de salud.
En 2014, la Patrulla Fronteriza estadounidense informó que había detenido a 57 mil niños no acompañados a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos en el periodo de octubre de 2013 a junio de 2014. Esto puso los pelos de punta a Washington. Barack Obama declaró una “crisis migratoria” y exigió a sus lacayos del gobierno mexicano medidas para frenar la migración de centroamericanos antes de que llegaran a la frontera norte. Como resultado, Peña Nieto lanzó en julio de 2014 el Plan Frontera Sur, una movilización intensa del estado burgués mexicano, con el que se criminaliza, encarcela y deporta masivamente a los migrantes.
A partir de entonces, a lo largo del territorio mexicano, cada día, se desarrolla una atroz política antiinmigrante, que se basa principalmente en violentos operativos y redadas (“rescates”) del INM, el ejército y la Policía Federal, los cuales han creado un cerco que se extiende desde el Río Suchiate (Chiapas) hasta los estados centrales, una “tercera frontera” en el centro del país. El gobierno burgués ha entregado resultados a sus amos imperialistas: de 2013 a 2017, casi 700 mil personas fueron detenidas y casi 600 mil permanecieron en esa condición hasta ser deportados. El proceso de asilo es tortuoso y no hay garantía alguna de que será concedido. Los agentes del INM no les informan de su derecho a solicitar asilo y es muy frecuente que sean presionadas para que firmen documentos de “retorno asistido”. Desde 2014, México deporta a más migrantes centroamericanos que EE.UU.
El Plan Frontera Sur fue impulsado y ha sido auspiciado directamente por el gobierno de EE.UU. a través de la Iniciativa Mérida, como lo revela un informe del Congreso estadounidense. Dicho documento establece que el tercer pilar de la iniciativa involucra apoyo para asegurar las “porosas” e “inseguras” fronteras de México con Guatemala y Belice, el cual asciende a casi 100 millones de dólares. El Departamento de Estado ha proporcionado 24 millones de dólares en equipo, incluyendo quioscos móviles y caninos, así como asistencia para capacitación de funcionarios del INM y ha comprometido 75 millones de dólares más. El informe también detalla que el Departamento de Defensa de EE.UU. ha proporcionado capacitación y equipo a las fuerzas militares mexicanas con el mismo propósito, incluyendo el establecimiento de doce bases navales avanzadas en los ríos fronterizos y tres cordones de seguridad que se extienden más de 160 km al norte de México y la frontera con Belice. Los espartaquistas decimos: ¡FBI, DEA y todas las agencias policiacas y militares estadounidenses fuera de México y Centroamérica! ¡Abajo la Iniciativa Mérida y el Plan Frontera Sur!
La campaña antiinmigrante incluye la implementación de varias medidas a lo largo de las rutas de los trenes conocidos conjuntamente como “La Bestia”. Uno de estos trenes puede transportar cientos, y a veces más de mil, migrantes en su intento de cruzar el territorio mexicano. El viaje puede durar tres semanas. Ahora los trenes aceleran en los lugares donde hay migrantes, algunos caen y mueren o se mutilan. También hay brigadas de seguridad privada, sistemas de geolocalización y cámaras de vigilancia en los trenes y puntos estratégicos; se construyeron bardas y se colocaron equipos de alarma y movimiento alrededor de las vías. Desde que el gobierno tomó control de “La Bestia”, los migrantes han tenido que buscar nuevas rutas más peligrosas. Ahora hay rutas marítimas que comienzan en las costas de Chiapas, en las que los migrantes viajan con coyotes a bordo de balsas y embarcaciones precarias, bajo las enormes olas del Océano Pacífico.
Hoy, muchos migrantes centroamericanos indocumentados son trabajadores en la albañilería, restaurantes y hoteles, en varias ciudades del centro y del norte del país, como Guadalajara, Aguascalientes, Querétaro y Tijuana. Otros, con documentos o no, trabajan en el sureste en plantaciones agrícolas en condiciones muy precarias, con muy bajos salarios y largas jornadas. Está en el interés de la clase obrera en su conjunto defender a estos trabajadores; luchar por mejorar sus condiciones de trabajo y por su sindicalización; así como defender a todos los inmigrantes centroamericanos. La clase obrera sólo puede mejorar su situación aliándose con los oprimidos en una lucha de clases contra su “propia” clase dominante. Cuando la clase obrera sea la que controle la sociedad, las necesidades básicas como la vivienda, la salud y el empleo no serán cosas para las que la gente necesite arriesgar la vida. La violencia, la pobreza y la miseria endémicas al orden imperialista quedarán reducidas a un capítulo del pasado.
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