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Espartaco No. 50

Octubre de 2018

Demócratas en un frenesí de halcones tras la cumbre Trump-Kim

¡Defender a Corea del Norte contra el imperialismo estadounidense!

¡Por la reunificación revolucionaria de Corea!

El siguiente artículo fue traducido de WV No. 1136 (29 de junio).

Donald Trump salió de su reunión del 12 de junio en Singapur con el líder norcoreano Kim Jong Un jactándose de que ése era un “gran momento en la historia del mundo”. El presidente que el año pasado había amenazado con desatar “el fuego y la furia” y con “destruir totalmente” a Corea del Norte por su desarrollo de armas nucleares, hoy se presenta como un hombre de paz. Trump y Kim firmaron una declaración comprometiéndose a “trabajar para una desnuclearización total de la península coreana”. La declaración no incluía detalles, y el temperamental Trump puede cambiar de parecer en cualquier momento. Pero no nos equivoquemos: lo que los gobernantes estadounidenses exigen no es otra cosa que el desarme total de Corea del Norte, un estado obrero burocráticamente deformado.

Estados Unidos y las demás potencias imperialistas están decididas a restaurar el dominio capitalista y la explotación ilimitada en Corea del Norte y los demás estados obreros: China, Vietnam, Laos y Cuba. El que el capitalismo haya sido derrocado y expropiado en esos países representa conquistas históricas para la clase obrera mundial, pese a que estén gobernados por castas burocráticas estalinistas que excluyen a la clase obrera del poder político. Los trotskistas estamos por la defensa militar incondicional de los estados obreros deformados contra el imperialismo y la contrarrevolución capitalista. Este defensismo es un prerrequisito para nuestra lucha por una revolución política proletaria que derroque a las burocracias e instale regímenes basados en consejos de obreros y campesinos.

El programa nuclear de Corea del Norte es una medida racional y esencial de autodefensa contra el imperialismo estadounidense. Estados Unidos es el único país que ha usado armas nucleares, cuando en 1945 incineró a 200 mil civiles japoneses en Hiroshima y Nagasaki. Hoy amenaza abiertamente con dar el “primer golpe” nuclear contra países que integran su lista de enemigos. El asesor de seguridad nacional de Trump, John Bolton, mostró su juego varias semanas antes de la reunión cumbre, cuando dijo que Estados Unidos quería que Corea del Norte aceptara el “modelo libio”.

Pyongyang sabe lo que esto significa y repetidamente ha invocado el “modelo libio” en defensa de su política nuclear. En 2003, el líder libio Muammar Kadafi renunció al programa de armas nucleares de su país y recibió a los inspectores imperialistas a cambio de que se levantaran las sanciones económicas. Predeciblemente, Washington se negó a cumplir su parte del trato, y en 2011 Estados Unidos y sus aliados de la OTAN arrasaron el país con bombardeos aéreos. Fuerzas locales patrocinadas por el imperialismo derrocaron y asesinaron a Kadafi, y Libia se hundió en un caos sangriento.

Estados Unidos amenazó repetidamente con usar armas nucleares en la Guerra de Corea de 1950-1953 como parte de su impulso por “replegar al comunismo” en Asia, pero se contuvo debido a que la Unión Soviética había desarrollado sus propias armas nucleares. Los horrores de la guerra todavía están impresos en la memoria del pueblo coreano, tanto en el Norte como en el Sur. La Península de Corea fue dividida en el paralelo 38 tras la derrota de Japón, que había sido la metrópoli colonial de Corea, en la Segunda Guerra Mundial. En el norte, las fuerzas guerrilleras bajo la protección del ejército soviético derrocaron al dominio de los capitalistas y los terratenientes. En el sur, las fuerzas estadounidenses de ocupación instalaron un régimen capitalista brutal centrado en quienes hasta ese momento habían colaborado con los japoneses. Cuando, en junio de 1950, las tropas norcoreanas avanzaron hacia el Sur, los obreros y campesinos las recibieron como a libertadores, abriendo la posibilidad de una revolución social en el resto de la península. Estados Unidos y otras potencias capitalistas respondieron invadiendo Corea. La península fue devastada, con 18 de las principales 22 ciudades norcoreanas parcial o totalmente destruidas, incluyendo la capital, Pyongyang, que fue arrasada. Los imperialistas masacraron a cerca de cuatro millones de personas, incluyendo a un millón de soldados chinos, cuya entrada en la guerra fue decisiva para hacer que los invasores se replegaran. La guerra terminó estancada. Hasta la fecha, EE.UU. se ha negado a firmar un tratado de paz y mantiene a Corea del Norte bloqueada en un intento de estrangular económicamente al estado obrero. Las sanciones que las Naciones Unidas impusieron a petición de Washington siguen en pie.

No es claro qué tanto el régimen de Kim esté dispuesto a concederle a Estados Unidos. Tanto bajo Kim Jong Un como bajo su predecesor y padre, Kim Jong Il, Pyongyang ha discutido por momentos el abandonar sus esfuerzos nucleares a cambio de ayuda económica estadounidense. Ningún trato con Washington vale más que el papel en el que está firmado, como quedó claro recientemente cuando Trump abandonó su acuerdo nuclear con Irán. Si Corea del Norte abandonara su disuasión nuclear, como le exige Estados Unidos, esto sería una traición criminal a los trabajadores coreanos y una nota de suicidio del propio régimen de Kim. Ante la hegemonía nuclear de Washington, la posesión de armas nucleares y de un sistema de entrega es un medio necesario para disuadir al imperialismo de un ataque nuclear.

Si bien Trump ha suspendido los juegos de guerra que EE.UU. y Corea del Sur llevaban a cabo contra Corea del Norte, los ejercicios militares conjuntos con Japón y otros países continuarán con presteza. Unas 28 mil tropas estadounidenses siguen acuarteladas en el Sur —y otras 50 mil en Japón— lo que representa una amenaza militar permanente contra Corea del Norte y China. La presencia militar estadounidense en Corea del Sur también es una daga que apunta contra el proletariado históricamente combativo de ese país. ¡Fuera todas las tropas estadounidenses! ¡Abajo el eje imperialista de Estados Unidos y Japón contra Corea del Norte! ¡Fin a todas las sanciones!

Los demócratas tocan los tambores de guerra

El gobierno burocrático de Kim Jong Un es bastante extravagante. Pero para locura peligrosa, no hace falta ir más lejos que a Washington. Bien podría ser que Donald Trump haya buscado la reunión con Kim persiguiendo delirios de campos de golf a lo largo de la costa norcoreana, pero ahora, de manera absurda, le ha tocado ser la voz de la mesura. Quienes se lo han permitido han sido los líderes del Partido Demócrata, junto con los medios de comunicación capitalistas liberales, que ahora son los principales belicistas contra Corea del Norte.

La dirigente de la minoría en la cámara, Nancy Pelosi, criticó a Trump por hacerle a Kim “concesiones a cambio de promesas vagas”. Refiriéndose a la reunión como algo preparado para “tomarse la foto”, Elizabeth Warren despotricó que Corea del Norte sigue siendo “una amenaza a la seguridad de Estados Unidos, nuestros aliados y el mundo”. Rachel Maddow de la cadena MSNBC llegó al extremo. Llamando la promesa de Trump de detener los juegos de guerra un “gran premio para el dictador norcoreano”, aludió oscuramente (como siempre) a la mano oculta del ruso Vladímir Putin moviendo los hilos de Trump. ¿Qué sigue? ¿Decir que en el Mundial de futbol se hizo trampa para que Estados Unidos no calificara? En comparación con esto, el muy excéntrico Dennis Rodman parece una fuente de comprensión humana sólo por querer darle a Corea del Norte un respiro.

La belicosidad de los demócratas no es algo nuevo. Todas las guerras estadounidenses importantes del siglo XX —las dos guerras mundiales, Corea y Vietnam— fueron iniciadas y proseguidas principalmente por gobiernos del Partido Demócrata. La careta de los demócratas como amigos del pueblo trabajador los coloca en mejor posición para venderle la guerra imperialista a la población, frecuentemente con el pretexto de promover la “democracia” y los “derechos humanos”. Fue el presidente demócrata Harry Truman quien ordenó el bombardeo nuclear de Japón y quien comenzó la Guerra de Corea. Más recientemente, en 1994 Bill Clinton se preparaba para someter con bombardeos a Corea del Norte, pero obtuvo la promesa de Pyongyang de detener los intentos de reprocesar plutonio de las barras de combustible. Barack Obama también amenazó con atacar a Corea del Norte, aumentó las sanciones y autorizó un programa de guerra electrónica y cibernética para obstaculizar las pruebas balísticas norcoreanas.

Si bien pinta a Corea del Norte como su blanco inmediato, la principal meta estratégica de Washington en la región es revertir la Revolución China de 1949. Gracias a su impresionante desarrollo económico, China se ha convertido en una importante fuerza económica y diplomática, aportando un cierto contrapeso al imperialismo estadounidense. Estados Unidos está involucrado en una serie de agresivas provocaciones militares contra Beijing en el Mar de China Meridional. El sistema de escudos antimisiles THAAD que instaló en Corea del Sur el año pasado también está dirigido contra China, pues su radar de rastreo puede degradar la viabilidad del disuasivo nuclear de Beijing.

Los demócratas han impulsado una política antichina incluso más agresiva que la de Trump. Cuando la Casa Blanca anunció que impondría aranceles a las importaciones de acero y aluminio de la Unión Europea, Canadá y México, citando la “seguridad nacional”, los voceros demócratas se pusieron furibundos, protestando que el blanco debería haber sido China. Bernie Sanders, el “socialista” imperialista al que la izquierda reformista tanto quiere, se refirió a los aranceles contra los aliados estadounidenses como un “absoluto desastre” y exigió que se impusieran “penas severas contra países como China” (así como Rusia y otros países). Trump ha hecho exactamente eso, imponiendo aranceles a productos chinos con un valor de 50 mil millones de dólares, apenas unos días después del encuentro de Singapur, y promete imponer más.

El estalinismo mina los estados obreros

Las proposiciones de Trump a Kim bien pueden tener como uno de sus fines el marginar a China, aliada vacilante de Corea del Norte. Pero esta guerra comercial ha llevado a Beijing a aflojar su propia presión sobre Pyongyang. Por años, el régimen del Partido Comunista Chino (PCCh) ha respaldado las sanciones de la ONU contra Corea del Norte y ha participado en los llamados a que ésta abandone su programa nuclear. En particular, el que China haya impuesto sanciones recientemente ha minado la ya de por sí asediada economía norcoreana. Al mismo tiempo, China, que desde la caída de la Unión Soviética ha sido el principal socio comercial de Corea del Norte, ha mantenido un cierto comercio y teme el caos que pueda provocar el colapso del régimen de Kim. Reuniones recientes entre el líder chino Xi Jinping y Kim Jong Un indican que China se prepara para retomar un nivel más alto de comercio. Por su parte, Pyongyang parece inclinarse hacia “reformas de mercado” sobre un modelo chino.

La colaboración de Beijing con Washington contra Corea del Norte es un ejemplo grotesco de la política estalinista de “coexistencia pacífica” con el imperialismo. La traición de los burócratas del PCCh daña directamente la defensa de la propia China. Una contrarrevolución en Corea del Norte llevaría a las fuerzas estadounidenses a la frontera con China, una amenaza de la que la burocracia china está bien consciente.

Desde Beijing y Pyongyang hasta La Habana, la “coexistencia pacífica” es inherente al dogma estalinista de construir el “socialismo en un solo país”. Este programa significa perseguir estrechos intereses nacionales y se opone a la lucha por la revolución obrera mundial —incluyendo en los países capitalistas avanzados—, única vía para construir una sociedad socialista de abundancia material. El régimen de Kim impulsa un programa de “reunificación pacífica” de Corea, que no desafía el dominio capitalista en el Sur. En 2000, cuando el régimen surcoreano liberal de Kim Dae Jung retomó una política anterior llamada “soleada” de aproximarse al Norte, Pyongyang respondió reiterando su llamado por “un estado federal reunificado basado en la concepción de una nación, un estado, dos sistemas y dos gobiernos” (ver “All U.S. Troops Out of Korea Now!” [¡Todas las tropas estadounidenses fuera de Corea ahora!], WV No. 738, 30 de junio de 2000).

Lo cierto es que hay una línea de clase que separa a Corea del Norte del Sur capitalista, una línea que fue trazada con la sangre de miles de coreanos. No hay manera de que Corea vuelva a unirse sin la victoria de la contrarrevolución capitalista en el Norte o bien el aplastamiento del capitalismo en el Sur. La reunificación capitalista sería una derrota catastrófica para el pueblo trabajador del Norte y para el proletariado en el Sur y en todo el mundo. Nuestro programa es la reunificación revolucionaria de Corea, mediante la revolución socialista en el Sur y la revolución política obrera en el Norte. Si China y Corea del Norte tuvieran gobiernos basados en la democracia obrera y el internacionalismo revolucionario, forjarían una unidad comunista frente al imperialismo, incluyendo una planificación económica regional y el apoyo a las luchas de los trabajadores y los oprimidos en el extranjero.

Muchos surcoreanos sienten solidaridad con el Norte, basada en sentimientos nacionalistas alimentados por un siglo de amarga experiencia bajo los amos imperialistas japoneses y, posteriormente, los estadounidenses. Estos sentimientos han aumentado bajo el presidente Moon Jae In, que está beneficiándose de una ola de popularidad por haber preparado la reunión de Singapur. Según todos los informes, el grueso de la población recibió el suceso como una señal de paz y, de manera más inmediata, como la oportunidad de retomar las visitas entre miembros de las familias dividas por la Guerra de Corea. La Confederación Coreana de Sindicatos saludó la reunión como el inicio de “una era de paz que no es reversible”.

Al menos un ala de la burguesía surcoreana considera la política de acercamiento de Moon, como antes la de Kim Dae Jung, como una oportunidad de minar a Corea del Norte mediante la penetración de los conglomerados chaebol, que explotan brutalmente a los obreros surcoreanos. El nacionalismo que promueven los estalinistas norcoreanos —reflejo de su incapacidad de apelar al proletariado del Sur sobre una base clasista— y gran parte de la izquierda reformista surcoreana sirve para atar a la clase obrera a sus propios explotadores.

El grupo surcoreano Solidaridad Obrera, vinculado al británico Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) capitula a sus gobernantes capitalistas y sus amos imperialistas al negarse a reconocer siquiera el derrocamiento del dominio capitalista en el Norte o en cualquier otro estado obrero, ya no digamos defenderlos. En un artículo del 7 de junio, Solidaridad Obrera denuncia la “competencia imperialista entre Estados Unidos y China”. El fundador del SWP, Tony Cliff, y sus partidarios rompieron con la IV Internacional trotskista en 1950, cuando se negaron a defender a la Unión Soviética, China y Corea del Norte en la Guerra de Corea. Imbuidos por el anticomunismo de la Guerra Fría, después apoyarían, en nombre del “antiestalinismo” y la “democracia”, a toda fuerza reaccionaria que se opusiera a la Unión Soviética, celebrando la contrarrevolución que al final destruyó a la URSS.

Otros izquierdistas reformistas, como el Party for Socialism and Liberation (PSL, Partido por el Socialismo y la Liberación) estadounidense, se oponen a las amenazas económicas y militares del imperialismo contra Corea del Norte, pero le dan apoyo político a los estalinistas norcoreanos, cuyo dominio mina la defensa del estado obrero. Recientemente, el PSL ha patrocinado eventos centrados en el llamado por la “unidad coreana”. La audiencia en una conferencia sobre “Una Corea”, organizada por la coalición ANSWER del PSL en Los Ángeles el 28 de abril, aplaudió cuando se mostró una foto de los líderes de las dos Coreas dándose la mano. Refiriéndose a los llamados a la reunificación de Corea, un orador de la Spartacist League intervino para levantar el llamado por una “reunificación socialista, lo que implica una revolución social en el Sur y una revolución política en el Norte por parte de la clase obrera”.

En Estados Unidos, la burocracia sindical procapitalista enarbola los intereses del imperialismo estadounidense, prefiriendo, en general, al Partido Demócrata en el poder. Por su parte, la izquierda reformista va a la cola de la “resistencia” demócrata a Trump. Advertimos que “elegir” entre los dos partidos capitalistas no es más que elegir cuál horda de bandidos va a supervisar la explotación de la clase obrera, la represión de los negros, latinos e inmigrantes, y la prosecución de las guerras que el imperialismo estadounidense libra en el extranjero.

Nuestro fin es forjar un partido obrero revolucionario multirracial que pueda dirigir la rabia y frustración que hay entre los trabajadores y las minorías oprimidas para barrer el dominio capitalista. Un gobierno obrero estadounidense expropiaría a los dueños capitalistas de la industria y los bancos, y usaría la riqueza producida por el trabajo para el beneficio de la mayoría y no para la ganancia de unos pocos, ayudando también a resarcir el saqueo imperialista de Corea y el resto del planeta. Sólo la revolución socialista puede poner fin a las depredaciones del imperialismo estadounidense y a la amenaza de la aniquilación nuclear.

 

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