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Espartaco No. 46

Octubre de 2016

El golpe fallido en Turquía: Los obreros no tienen lado

¡Abajo el estado de excepción!

El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1093 (29 de julio). Como parte de nuestra lucha por una federación socialista del Medio Oriente, por mucho tiempo hemos levantado el llamado por una república socialista del Kurdistán unido. Sin embargo, junto con este llamado correcto, desde 1984 en la LCI habíamos sostenido que la autodeterminación kurda sólo podría conseguirse con el derrocamiento de los cuatro regímenes capitalistas entre los cuales está dividido el pueblo kurdo: Turquía, Siria, Irak e Irán. Este argumento debilita en realidad la centralidad que siempre hemos dado a la lucha por los derechos nacionales de los kurdos. Tras una discusión interna clarificadora, llamamos ahora por un Kurdistán unido independiente, sin tener como precondición el acabar con las relaciones de propiedad capitalistas en la región. También apoyamos la independencia de los kurdos respecto a los estados capitalistas individuales (es decir, su derecho a la secesión). Sin embargo, en Irak y Siria, los nacionalistas kurdos han subordinado actualmente la justa lucha por su autodeterminación a su alianza con el imperialismo estadounidense.

El 15 de julio, secciones de las sanguinarias fuerzas armadas turcas llevaron a cabo un intento fallido por derrocar al gobierno del autócrata islamista Recep Tayyip Erdogan. Abundan las teorías sobre quién estaba detrás del golpe. Erdogan asegura que su antiguo aliado islamista, Fetulá Gülen, quien vive en Pensilvania, lo orquestó. Gülen niega cualquier implicación y afirma que el golpe fue un acto de Erdogan en un intento por consolidar su poder. Otros dicen que fue una conspiración de los imperialistas. Aunque Erdogan rápidamente declaró que el orden había sido restablecido, catorce buques navales turcos desaparecieron, al igual que el comandante de la marina de guerra turca. No sabemos quiénes fueron los conspiradores del golpe, pero una cosa es clara: la única posición en el interés de los obreros era oponerse tanto al régimen de Erdogan como al golpe.

Los recuerdos de la represión lanzada contra los sindicatos, la izquierda, los kurdos y otros tras el sangriento golpe militar de 1980 siguen siendo nítidos. Unas 650 mil personas fueron capturadas, a 14 mil les revocaron su ciudadanía, 30 mil huyeron del país, cientos fueron asesinadas. La junta militar prohibió el idioma kurdo y llevó a cabo una guerra de terror contra este pueblo. En los centros urbanos, el movimiento obrero fue estrangulado y la izquierda fue diezmada.

Hoy, es el régimen de Erdogan (que recientemente ha estado masacrando a los kurdos) el que intensifica la represión, usando el intento de golpe para sofocar a la oposición —real o percibida— y consolidar más su poder. Poco después del intento de golpe, Erdogan empezó a plantear la posibilidad de reintroducir la pena de muerte. El 20 de julio, declaró un estado de excepción de tres meses, que le otorga extensos poderes a su gobierno y a las fuerzas policiacas, incluyendo una nueva medida que extiende de cuatro a 30 días el tiempo que una persona puede permanecer detenida sin cargos. Más de cien generales y 6 mil militares han sido arrestados. Decenas de miles de funcionarios, incluyendo jueces, han sido despedidos. Las universidades y escuelas han sido un blanco particular, con 15 mil maestros y empleados echados de sus trabajos. Más de 20 estaciones de radio y televisión han sido clausuradas y sitios de noticias de Internet han sido bloqueados. Ahora la represión se ha extendido al movimiento obrero, con 19 sindicatos cerrados. Como Erdogan lo dijo, para su régimen, el golpe fallido fue “un regalo de Dios”.

La noche del golpe, Erdogan, desde un sitio no revelado, recurrió a sus partidarios, incluso por medio de las mezquitas, para que se movilizaran en las calles. Y lo hicieron, convocados por imanes fundamentalistas a lo largo de las ciudades. Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) sin duda utilizarán el fallido golpe para acelerar la islamización en curso en Turquía, que tiene como blanco a cualquier defensor del secularismo y especialmente a las mujeres, la izquierda y las minorías. Según algunos informes, hay mujeres con vestimenta occidental que han sido atacadas en las calles, y al menos un grupo religioso, el movimiento Ismailaga, ha promulgado un decreto ordenando a las mujeres permanecer en casa. Según el sitio de Internet Jacobin (18 de julio), matones islamistas, a veces con el apoyo de la policía, atacaron a izquierdistas kurdos y vecindarios alevíes (una minoría religiosa) en Estambul, Ankara y Antioquía la noche posterior al golpe.

Las medidas represivas de Erdogan no han evitado que una porción de la izquierda seudosocialista enaltezca su victoria sobre los conspiradores del golpe como una maravilla de la “democracia”. El 18 de julio, la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional) estadounidense volvió a publicar un artículo en su sitio de Internet en el que se regocija porque el islamista Erdogan fue “salvado...por las masas turcas” y alaba “la lucha heroica desplegada por gente ordinaria que defiende lo que queda de democracia en Turquía”. Dos días antes, el Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) británico, que tiene partidarios en Turquía, había publicado una declaración similar, adulando “la forma en que los conspiradores fueron vencidos por la movilización popular” y declarando que esto “podría abrir el camino para una Turquía más democrática”. El SWP instó a las purgas de Erdogan: “La primer tarea es asegurar que se le ha puesto fin al golpe y que los elementos antidemocráticos sean purgados de las fuerzas armadas”. ¡Y la siguiente tarea del régimen fue clausurar los sindicatos!

El capitalismo decadente ha estado estrangulando a las masas turcas; más de un siglo de subyugación imperialista ha servido para frenar el progreso social. Turquía es una tierra de disparidades flagrantes. Existe un proletariado industrial considerable en una sociedad sujeta todavía a formas de explotación precapitalistas, especialmente en el campo. Detrás de los pubs y cafés de Estambul, frecuentados por mujeres sin velo mezcladas con hombres, se encuentra un vasto país encerrado en una grave pobreza y en un atraso de siglos. Estas contradicciones, que están arraigadas en el orden capitalista, no podrían y no pueden ser resueltas por el nacionalismo secular encarnado en las doctrinas de Kemal Atatürk. La bancarrota del kemalismo llevó al ascenso de los islamistas.

El único camino para la transformación social es que el gran proletariado industrial multinacional de Turquía, a la cabeza de todos los oprimidos, erradique el dominio capitalista. Para que esto suceda, la clase obrera requiere la conciencia y la disciplina que sólo pueden ser provistas por un partido marxista que siga el modelo del Partido Bolchevique de V.I. Lenin y León Trotsky, que dirigió al proletariado multinacional de Rusia al poder en octubre de 1917.

Tal partido, forjado a través de la fusión de obreros avanzados e intelectuales revolucionarios, lucharía por que la clase obrera rompa con la reacción religiosa y todas las formas de nacionalismo. Imbuiría al proletariado de Turquía con el entendimiento de que su propia liberación exige encabezar la justa lucha nacional de las masas kurdas, cuya opresión es fundamental para el nacionalismo turco y el dominio capitalista. ¡Por un Kurdistán unido independiente! El pueblo kurdo, dividido entre cuatro países capitalistas, es siempre el primero que sufre en Turquía. El régimen de Erdogan ha estado llevando a cabo una guerra brutal contra los kurdos —una guerra que probablemente se habría intensificado si hubieran ganado los conspiradores del golpe—. Un partido obrero de vanguardia debe tener la perspectiva de una federación socialista del Medio Oriente, incluyendo una república socialista del Kurdistán unido.

Cuando apenas estalló el golpe y su éxito era todavía incierto, los imperialistas de EE.UU. se fueron a la segura, con el secretario de estado John Kerry llamando simplemente por estabilidad. Sólo cuando fue claro que el golpe fracasaría, EE.UU. salió en apoyo del “gobierno democráticamente electo de Turquía”. Aunque las relaciones continúan tensas hoy día, Turquía ha servido como un socio clave del imperialismo estadounidense por décadas, particularmente como miembro de la OTAN. Después de la Segunda Guerra Mundial, la alianza EE.UU.-Turquía estuvo dirigida contra la Unión Soviética. Desde la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-1992, EE.UU. ha visto en Turquía, frecuentemente alabada como un régimen musulmán sunita “estable” y “moderado”, a un gendarme regional, más recientemente utilizando la base aérea de Incirlik para llevar a cabo bombardeos aéreos contra el EI [Estado Islámico] en Siria. Al mismo tiempo, Turquía es una potencia regional con sus propios intereses, que no siempre coinciden con los de Washington.

Es vital que los obreros en EE.UU. se opongan a sus propios gobernantes imperialistas. La misma clase dominante capitalista que siembra muerte y destrucción en el exterior se atiborra de ganancias, en tanto que los obreros que explota encuentran sus empleos recortados y sus prestaciones de salud y pensiones hechas trizas. Los racistas gobernantes de EE.UU. desatan a sus policías para matar a jóvenes negros en las calles, encarcelar a casi un cuarto de la población penitenciaria del mundo y hacer redadas contra inmigrantes desesperados para deportarlos. ¡EE.UU. fuera del Medio Oriente! ¡Abajo el imperialismo estadounidense!

Los muchos pueblos del Medio Oriente nunca conocerán paz, prosperidad o justicia hasta que el dominio capitalista sea derrocado. El proletariado en el poder reorganizaría a la sociedad sobre la base de la propiedad colectivizada y lucharía por extender la revolución internacionalmente, especialmente a EE.UU., Alemania y otros centros imperialistas. Al romper las cadenas de explotación que lo esclavizan, el proletariado simultáneamente abrirá la puerta para la liberación de todos los que son oprimidos bajo el capitalismo —campesinos, mujeres, jóvenes, minorías étnicas y nacionales—. Sólo entonces habrá plena igualdad para la miríada de pueblos de la región —sunitas, chiítas y cristianos, así como para las naciones kurda, palestina y judía israelí—.

 

Espartaco No. 46

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