|
Espartaco No. 46 |
Octubre de 2016 |
|
|
Los negros de EE.UU. bajo sitio
¡Movilizar el poder obrero contra el terror policiaco racista!
Traducido de Workers Vanguard No. 1093 (29 de julio),
periódico de nuestros camaradas de la SL/U.S.
Reimprimimos a continuación una declaración de la Spartacist League del 13 de julio, sumándose al grito de furia por la muerte de Alton Sterling y Philando Castile a manos de la policía. La efusión de rabia decayó rápidamente tras la muerte de cinco policías en Dallas y tres más en Baton Rouge a manos de veteranos militares negros. Después de ser entrenados para servir en las sucias guerras del imperialismo estadounidense contra pueblos de piel oscura en el extranjero, atestiguaron la guerra sin cuartel en casa contra la población negra y estallaron. Ambos murieron, víctimas de esta guerra.
Mientras los gobernantes capitalistas —desde la Casa Blanca de Obama hasta el festival de reacción racista que fue la Conferencia Nacional Republicana— saludaron el “heroísmo” de sus matones de la policía, un nuevo video de un policía disparando a un hombre negro, esta vez en Miami, se volvió viral. Charles Kinsey, un terapeuta conductual, estaba tratando de ayudar a un paciente autista cuando llegó la policía. Kinsey estaba tendido sobre la acera con las manos arriba cuando fue blanco de tres disparos, uno de los cuales lo hirió en la pierna. Cuando
preguntó por qué le habían disparado, el policía, según se informa, respondió: “no sé”. De hecho, dispararle a los negros es un acto reflejo para la policía. Su trabajo es “servir y proteger” a la clase en el poder que domina esta sociedad basada en la opresión de la población negra y la explotación de la clase obrera, cuyo trabajo es el líquido vital del sistema de ganancias capitalista.
* * *
Unas 36 horas después de la publicación de un terrible video que muestra a policías de Baton Rouge ejecutando a Alton Sterling, llenándole el cuerpo de balas mientras está sometido en el suelo, millones atestiguaron cómo Philando Castile se desangraba en su coche tras los repetidos disparos de un policía de los suburbios de Minneapolis. Mientras Castile gemía en
agonía, su novia Diamond Reynolds, que estaba en el coche junto con su hija de cuatro años, valientemente transmitía en vivo; al mismo tiempo el rabioso policía le apuntaba en la cabeza a Castile a través de la ventana abierta y le gritaba a Reynolds que mantuviera las manos sobre el tablero. Más tarde le ordenaron salir del auto y la obligaron a ponerse de rodillas, para después esposarla y llevársela junto con su hija, como si se tratara de un par de esclavas prófugas.
Alrededor del país estallaron manifestaciones bajo la consigna “las vidas negras importan” (“black lives matter”). Pero la cruda realidad es que para los racistas gobernantes de EE.UU., las vidas negras no importan. Hicieron su fortuna sobre las espaldas llagadas de los esclavos negros y hoy en día utilizan el racismo contra la población negra para dividir y vencer a sus esclavos asalariados. Decenas de miles han tomado las calles exigiendo que los policías asesinos enmienden sus actos. Pero, a pesar de todas las investigaciones federales y todas las promesas de reforma policiaca, nada ha cambiado y tampoco va a cambiar. La razón es muy sencilla. Los policías son los matones armados de uso cotidiano de un sistema basado en la brutal explotación capitalista de los obreros y la segregación forzada de la mayoría de la población negra al fondo de esta sociedad.
El 7 de julio en Dallas, un veterano de 25 años del ejército, Micah Xavier Johnson, conducido a una furia homicida, disparó su rifle contra los policías blancos que estaban vigilando una protesta por los asesinatos de Sterling y Castile. Cuando terminó, cinco policías estaban muertos y siete resultaron heridos. En el estacionamiento en el que finalmente acorralaron a Johnson, la policía despachó un robot con una bomba para hacerlo volar en pedazos. De igual manera que el gobierno de Obama utiliza drones contra los pueblos de piel oscura del mundo, se dio fin a la vida de Johnson con un arma militar de guerra. Sin juez. Sin jurado. Simplemente hecho pedazos.
Los manifestantes han continuado movilizándose contra el terror policiaco, enfrentando con valentía la intensa represión policiaca y el arresto de centenares. Al mismo tiempo, existe el miedo, muy real y comprensible, de que la policía cobre venganza por los policías muertos. Con el dedo en el gatillo, los dirigentes de varias organizaciones policiacas han despotricado contra Black Lives Matter y otros como si fueran “terroristas”. Donald Trump está promoviéndose como el candidato que aplicará “la ley y el orden” racistas, envalentonando aún más a los fascistas que se han sumado a su campaña. Por su parte, Hillary Clinton apoyó las leyes racistas de su marido que acabaron con la asistencia social y ayudaron a convertir a EE.UU. en una “nación del encarcelamiento”. Ahora, hipócritamente, dice que es hora de “empezar a escuchar” a la población negra.
Obama interrumpió su gira por Europa, donde fue a promover los intereses económicos y militares del imperialismo estadounidense, para ir a Dallas a predicar la “reconciliación” entre la población negra y los policías que rutinariamente los humillan, los brutalizan y los matan. Predicadores, liberales e incluso algunos autodenominados socialistas unieron las manos para rezar por todas las vidas perdidas, desde Sterling y Castile hasta los policías de Dallas, trazando grotescamente una equivalencia entre la policía y sus víctimas.
No hay suficientes rezos que puedan cambiar la realidad: a más de 150 años del fin de la Guerra Civil, la población negra sigue siendo blanco de una cacería. Como expresó Diamond Reynolds al explicar su desgarradora transmisión en vivo: “Lo hice para que el mundo sepa que estos policías no están aquí para protegernos y servirnos. Están aquí para asesinarnos. Están aquí para matarnos. Porque somos negros”.
Puede que la infame decisión Dred Scott de 1857 de que la población negra “no tiene derechos que el hombre blanco esté obligado a respetar” haya sido revertida en el código legal, pero en la realidad persiste. El autor de esa decisión, el juez de la Suprema Corte Roger B. Taney, señaló con horror que si los negros recibían la ciudadanía tendrían el derecho a “poseer y portar armas a donde quiera que vayan”.
El hecho de que Alton Sterling y Philando Castile aparentemente portaran armas fue suficiente para que los policías los abatieran a tiros sin más. Ninguno de los dos sacó un arma. Los policías argumentan que Sterling traía una pistola en el bolsillo y que Castile le dijo al policía que tenía un arma de fuego registrada. Como dijo emotivamente la madre de Castile: “Tenía un permiso para portar su arma. Pero a pesar de todo, de tratar de hacer lo correcto y vivir de acuerdo a eso, de respetar la ley, fue asesinado por la ley”.
Originalmente, los derechos de ciudadanía se otorgaban sólo a los hombres blancos con propiedades. Mientras más se extendieron estos derechos, menos significativos se volvieron en realidad. No hay ejemplo más claro que el derecho de la población negra a portar armas. Las leyes sobre las armas de fuego en este país han tenido el objetivo fundamental, no de limitar el acceso a éstas, sino de controlar a la clase obrera y en particular de limitar la capacidad de la población negra de defenderse del terror racista. Estas leyes sirven para mantener las armas exclusivamente en manos de los policías, los criminales y los asesinos fascistas. Como dijo en 1892 Ida B. Wells, la valiente mujer negra que luchó contra el linchamiento de los negros por parte del KKK: “Un rifle Winchester debe ocupar un lugar de honor en cada hogar negro, y...debe usarse para esa protección que la ley nos niega”.
Aunque Obama cínicamente predica la “paz”, ha existido una constante guerra de clases en este país contra los obreros, la población negra, los inmigrantes, los pobres y todos aquéllos relegados al fondo de esta sociedad. Los patrones están ganando porque los dirigentes procapitalistas de la clase obrera han mantenido el poder de los trabajadores bajo llave, sacrificándolo en interés de los explotadores. Philando Castile era miembro de los Teamsters, uno de los sindicatos más grandes y potencialmente poderosos de EE.UU. Todo lo que los dirigentes de su local sindical ofrecieron fue una declaración pidiendo a sus miembros que mantuvieran a la familia Castile “en su mente y sus rezos”. Como si ofreciera algún consuelo, ¡los burócratas señalaron que el policía que mató a Castile no era miembro del sindicato, a diferencia de otros policías que los Teamsters han organizado en Minnesota! Sería difícil dar con un ejemplo más claro de la traición de los lugartenientes del capital en el movimiento obrero que el hecho de que reciban a los racistas y rompehuelgas enemigos de obreros, negros y oprimidos como “hermanos en el sindicato”. ¡Policías fuera de los sindicatos!
¿Alguien se sorprende de que cada vez más personas, incluyendo a algunos obreros negros, piensen que el único impacto económico que pueden tener es a través de llamados desesperados a boicotear negocios que son propiedad de gente blanca? Sin embargo, la capacidad de tener un verdadero impacto reside en la clase obrera multirracial, que tiene el poder social y económico para obstruir las ganancias de los patrones, deteniendo la producción y distribución a través de la huelga.
Una demostración de poder masiva, basada en la movilización obrera contra el terror policiaco, le infundiría un auténtico “temor a dios” a la policía y sus amos capitalistas. Y también demostraría que los intereses de la clase obrera —blanca y negra, inmigrante y nativa— están ligados inseparablemente a la defensa de los guetos y la lucha por la liberación negra. Pero para ello se requiere que los obreros sean movilizados independientemente de todos los partidos políticos y las agencias del dominio de clase capitalista y en oposición a éstos.
Para romper las cadenas de la esclavitud negra fue necesaria una sangrienta Guerra Civil, la Segunda Revolución Estadounidense, con 200 mil tropas negras con armas en mano. Sin embargo, en pos de sus intereses de clase, los capitalistas del Norte traicionaron la promesa de liberar a los negros, haciendo las paces con la vieja esclavocracia para defender los “derechos de propiedad” de los gobernantes capitalistas contra los esclavos liberados y los obreros rebeldes en el Norte. Para dar fin al terror racista de la policía será necesaria una tercera revolución estadounidense: una revolución socialista proletaria que rompa con las cadenas de la esclavitud asalariada capitalista.
La clave para desatar el poder social de la clase obrera es combatir por una dirección clasista de los trabajadores, forjada en oposición al estado capitalista. Lo que se requiere es dirigir la justa furia contra los salvajes policías hacia una lucha contra el orden social que defienden, una lucha para que la clase obrera sea la que gobierne una nueva sociedad. La Spartacist League, sección estadounidense de la Liga Comunista Internacional, está dedicada al combate por construir un partido obrero revolucionario, comprometido a luchar por un gobierno obrero. Un partido así dirigirá a todos los explotados y oprimidos a arrancarle de las manos toda la riqueza de la sociedad a los codiciosos y corruptos gobernantes capitalistas. Cuando el poder de la clase dominante y su aparato estatal haya sido destruido, esta riqueza será dedicada a beneficiar a aquéllos que la produjeron, incluidos los descendientes de los esclavos cuyo trabajo fue uno de los pilares sobre los que fue construido el capitalismo estadounidense.
|