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Espartaco No. 42 |
Octubre de 2014 |
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Sobre la liberación gay: Un análisis marxista (Mujer y Revolución) El artículo que reproducimos a continuación fue traducido de Women and Revolution No. 13 (invierno de 1976-77). Esta polémica centra sus argumentos contra los remanentes de la autonombrada “Nueva Izquierda”, una corriente surgida a finales de los años 50 y principios de los 60 y nutrida por una generación de jóvenes idealistas liberales, sobre todo estudiantes. Esta generación emergió del ambiente de cacería de brujas anticomunista macartista de la Guerra Fría y fue impelida a la izquierda por la lucha masiva de los negros contra la opresión racista en EE.UU., así como por la Revolución Cubana y la Guerra de Vietnam. La Nueva Izquierda desdeñaba a la clase obrera de los países capitalistas avanzados al tiempo que se entusiasmaba con el “socialismo” tercermundista. La poderosa huelga general prerrevolucionaria del Mayo Francés de 1968 echó por tierra la palabrería pequeñoburguesa de la Nueva Izquierda y de sus ideólogos, como Herbert Marcuse.
El artículo afirma que “hasta hoy el estado soviético sigue basándose en las conquistas históricas de la Revolución Bolchevique”. El estado obrero degenerado soviético fue destruido por una contrarrevolución capitalista en 1991-92, lo cual constituyó una derrota histórico-mundial para los obreros y oprimidos del mundo entero.
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Dado que el fin último del marxismo es la liberación del potencial humano en todas las áreas de la vida y el desarrollo más pleno posible del individuo, sería una corrupción de nuestros principios más caros mantenernos indiferentes a la miseria, la degradación y las deformaciones que cada ser humano sufre en la sociedad de clases. Pero, ¿qué tipo de opresión puede enfrentar en realidad un programa político? ¿Y cómo puede lograrse esta “liberación”? Ahí radica el corazón de la disputa entre los marxistas y los libertarios, incluyendo a los diversos exponentes contemporáneos de la “liberación sexual” o de algún tipo de “estilo de vida liberado”.
Los marxistas centramos nuestro ataque en las bases materiales de la opresión. Como señaló el biógrafo de Trotsky, Isaac Deutscher a la Conferencia de Académicos Socialistas en 1966, durante el auge de la Nueva Izquierda:
“Nosotros no sostenemos que el socialismo va a remediar todas las aflicciones de la raza humana. Estamos luchando, en primera instancia, con las aflicciones que son hechura del hombre y que el hombre puede remediar. Permítanme ustedes recordar que Trotsky, por ejemplo, habla de tres tragedias básicas —el hambre, el sexo y la muerte— que acosan al hombre. El hambre es el enemigo al que el marxismo y el movimiento obrero moderno han presentado batalla... Sí, el hombre socialista seguirá perseguido por el sexo y la muerte; pero estamos convencidos de que estará mejor equipado que nosotros para enfrentarse a los dos”.
Fue precisamente el rechazo del materialismo marxista lo que caracterizó a la Nueva Izquierda y lo que acabó por destruirla. Habiendo abandonado este fundamento, vagó a la deriva y se dividió en una serie de grupos mutuamente hostiles delimitados por lo que cada uno consideraba la “opresión principal”. La creencia de que sólo los oprimidos pueden entender su propia opresión y de que por lo tanto sólo ellos pueden combatirla llevó al surgimiento de tendencias excluyentes, primero sobre líneas raciales, después sobre líneas sexuales, y después, en una extensión absurdamente lógica, a grupos exclusivos de lesbianas, de puros hombres gays, de feministas judías, de feministas lesbianas judías, de feministas gordas, etc. Mientras tanto, quienes decidían enfrentar la opresión definitiva —la muerte— abordaban el camino de la liberación mística.
Muchos de los que querían asaltar los bastiones de la opresión sexual lanzaron su ataque resuelto no sobre la sociedad de clases, sino sobre la sociedad “hetero”, elevando las predilecciones personales al nivel de principios políticos. Para las feministas que marchaban bajo la consigna de “Gay es bueno”, el lesbianismo era el camino a la revolución. Literalmente cientos de boletines y periódicos eclosionaron en torno a la liberación sexual, y los comités gays se hicieron frecuentes en las reuniones de la Nueva Izquierda.
Los exponentes más extremos de “lo personal es político” trataban a los marxistas con hostilidad abierta y burlas amargas. Un poema que celebra “El día de la liberación de la Calle Christopher” reprende a los revolucionarios por afirmar que la satisfacción personal no puede sustituir la lucha política:
“cuando exigimos la totalidad de nuestras vidas
ellos se preguntan
qué es lo que exigimos
qué, no puedes mentir
qué, no puedes mentir
susurran y mascullan
como fuego en el pasto
qué, no puedes mentir
y continuar con el trabajo real”
—Fran Winant, “Christopher Street Liberation Day, June 28, 1970” en Karla Jay y Allen Young (eds.), Out of the Closets [Fuera de los clósets]
La implicación de que la exigencia de “la totalidad de nuestras vidas” es de hecho el “trabajo real” que enfrentamos revela una concepción del mundo fundamentalmente opuesta a la del marxismo: el idealismo de una lucha individualista y pequeñoburguesa, no por la liberación humana, sino por la autoliberación. La revolución “real” no la veían en la lucha de clases, sino en la lucha por la autoexpresión.
Pero, ¿qué “trabajo real” lograron realmente la Nueva Izquierda y el movimiento por la “liberación sexual”? En 1976, la retórica “right on” [¡de acuerdo!] de los sesenta ya no es más que un recuerdo distante, y la persecución estatal de homosexuales y otros “desviados” sociales (como parejas que practican el sexo oral, editores de literatura “obscena”, mujeres que quieren abortar, etc.) está de nuevo a la alza. En las universidades, que alguna vez fueron los hervideros del activismo radical, se respira una densa atmósfera desmoralizada y apolítica, y, si bien las organizaciones gays siguen existiendo, parecen estar ocupadas con la organización de bailes y otros eventos sociales.
La lucha comunista contra la persecución
de homosexuales
Ciertos oponentes pequeñoburgueses del marxismo sostienen que la afirmación de Lenin a Clara Zetkin del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) de que era un error concentrarse en las cuestiones del “amor libre”, los problemas maritales, etc. en los cursos políticos para obreras es la “prueba” de que el
marxismo es, en el mejor de los casos, insensible a los problemas de la existencia personal, especialmente los que conciernen a la sexualidad, y, en el peor, hostil a ellos. Pero la verdad es que, desde su origen mismo, el marxismo ha defendido los derechos de los homosexuales.
El Partido Socialdemócrata Alemán de finales del siglo XIX representaba la expresión más organizada del marxismo hasta el momento. Ya hemos descrito detalladamente en artículos anteriores el desarrollo del trabajo del SPD entre las mujeres (ver “Foundations of Communist Work Among Women: The German Social Democracy” [Cimientos del trabajo comunista entre las mujeres: La socialdemocracia alemana], Women and Revolution Nos. 8 y 9, primavera y verano de 1975). Menos conocida es su resuelta lucha contra la persecución de homosexuales. La Asociación General de Trabajadores Alemanes de Ferdinand Lasalle, una de las organizaciones que confluyeron en la fundación del SPD, tomó desde el principio una posición en la cuestión cuando el abogado J. B. von Schweitzer fue llevado a juicio y se le prohibió ejercer su profesión por su actividad homosexual. Lasalle no sólo defendió vigorosamente a von Schweitzer, sino que lo alentó a unirse a la Asociación (cosa que hizo en 1863, para convertirse en su dirigente tras la muerte de Lasalle y, posteriormente, ser elegido diputado en el Reichstag).
El periódico más prestigioso de la Segunda Internacional, Die Neue Zeit defendió al escritor Oscar Wilde cuando éste fue perseguido por homosexualidad. En un extenso artículo de dos partes, Eduard Bernstein presentó una crítica materialista a la hipocresía de la moral sexual contemporánea. Insistiendo en que “las actitudes morales son fenómenos históricos”, daba numerosos ejemplos de sociedades en las que la homosexualidad era una práctica ampliamente aceptada, y refutaba las teorías de Krafft-Ebing y otros siquiatras que consideraban a la homosexualidad una enfermedad.
El SPD también libró una lucha ardua y prolongada contra el Párrafo 175 del Código Penal alemán, que criminalizaba los actos homosexuales (entre varones). August Bebel y otros representantes socialdemócratas en el Reichstag pronunciaron discursos contra el Párrafo 175, y el periódico del partido, Vorwärts, publicaba noticias sobre la lucha contra la persecución estatal de los homosexuales.
Si bien las luchas que el SPD libraba contra la opresión de los homosexuales no podían ser sino defensivas, el Partido Bolchevique, que logró tomar el poder en Rusia, pudo dar pasos positivos para erradicar esta opresión.
Inmediatamente tras su ascenso al poder, el Partido Bolchevique barrió con toda la base legal de la persecución de los homosexuales. Un folleto del Dr. Grigorii Batkis, director del Instituto de Higiene Social de Moscú, titulado La revolución sexual en Rusia, reflejaba la posición oficial de los bolcheviques:
“La legislación soviética se basa en el siguiente principio: declara la absoluta no interferencia del estado y la sociedad en asuntos sexuales, en tanto que nadie sea lastimado y nadie se inmiscuya con los intereses de alguien más.
“Respecto a la homosexualidad, sodomía y otras formas de placer sexual, que en la legislación europea son calificadas de ofensas a la moralidad, la legislación soviética las considera exactamente igual a lo que se conoce como relación ‘natural’”.
—citado en John Lauritsen y David Thorstad, The Early Homosexual Rights Movement (1864-1935) [La primera época del movimiento por los derechos homosexuales (1864-1935)] (Nueva York: Times Change Press, 1974)
La degeneración estalinista
La joven república soviética abrió nuevas oportunidades a la exploración, el desarrollo y la expresión del potencial humano en muchas áreas de la vida. Pero gran parte de esta estimulante libertad de esos primeros años se vio asfixiada en el proceso de la degeneración burocrática estalinista en la que cayó el estado obrero. Para 1924 la revolución había sido derrotada por una contrarrevolución política (pero no social), producto de las condiciones materiales de atraso, aislamiento y pobreza en la Rusia posrevolucionaria y del fracaso de las revoluciones proletarias en los países tecnológicamente avanzados de Europa Occidental.
Con el fin de consolidar su poder y asegurar la pasividad social, a la burocracia soviética le pareció necesario rehabilitar muchos de los viejos prejuicios e instituciones sociales burgueses responsables de la opresión tanto de la mujer como de los homosexuales —en especial la estructura familiar—. En marzo de 1934 se introdujo una ley que castigaba la actividad homosexual con penas de hasta ocho años. Ese año tuvieron lugar arrestos masivos de homosexuales, y muchos fueron encarcelados o exiliados a Siberia.
La llamada “moral socialista” de los estados obreros degenerado y deformados no es en realidad sino una glorificación de la embrutecedora y reaccionaria ideología de la sociedad burguesa. Las organizaciones supuestamente revolucionarias que operan hoy en Estados Unidos —como la October League (Liga Octubre) y el Revolutionary Communist Party (RCP, Partido Comunista Revolucionario)—, que consideran a los homosexuales enfermos e incapaces de ser revolucionarios, no hacen sino adaptarse a esa ideología burguesa.
Aunque hasta hoy el estado soviético sigue basándose en las conquistas históricas de la Revolución Bolchevique (las relaciones de propiedad socializadas) y por lo tanto debe ser defendido militarmente ante un ataque imperialista, la Spartacist League levanta el llamado por una revolución política de las masas soviéticas para derrocar a la casta burocrática gobernante y reinstituir la democracia obrera.
La amarga experiencia de los homosexuales en la Brigada Venceremos, que demostró con entusiasmo su apoyo a la Cuba de Castro hasta que se topó con los prejuicios antihomosexuales del “socialismo” cubano (es decir, del estalinismo) ilustra tanto la perversión estalinista del bolchevismo como la incapacidad del radicalismo pequeñoburgués de lidiar políticamente con ese hecho histórico. A los miembros homosexuales de la Brigada les repugnó la asquerosa persecución de homosexuales en Cuba. Pero, en lugar de reevaluar reflexivamente el carácter de la Cuba castrista, la mayoría sencillamente abandonó la política y reafirmó la realización personal. Así, Allen Young escribe:
“¡Los demás gays y yo estamos francamente aterrados de que un día estos revolucionarios heterosexuales decidan eliminarnos!... Si quieres llevarle alegría a las masas que sufren, debes participar en el proceso de llevarte alegría a ti mismo. De otro modo, todo se reduce a un juego abstracto”.
—“The Cuban Revolution and Gay Liberation” [La Revolución Cubana y la liberación gay], en Out of the Closets
No es sorprendente que aquellas organizaciones radicales de homosexuales que aún se identifican como marxistas tiendan a ser fuertemente antiestalinistas. Pero, aunque el sentir repugnancia por las atrocidades estalinistas es entendible, ello no comprueba para nada que se tenga un análisis político correcto. Lo pertinente sería ver si estos grupos llamarían por la defensa militar de los estados obreros deformados a pesar de sus deformaciones (incluyendo la persecución de los homosexuales).
El marxismo vs. la política del “estilo de vida”
La Spartacist League ha llamado consistentemente por la abolición de todas las leyes contra la homosexualidad y publicado numerosos artículos defendiendo a homosexuales frente al estado (ver, por ejemplo, “Lesbianism on Trial in Texas: Defend Mary Jo Risher!” [Lesbianismo en juicio en Texas: ¡Defender a Mary Jo Risher!], W&R No. 11, primavera de 1976) y exponiendo las posiciones de aquellos supuestos izquierdistas que glorifican algunos de los peores aspectos de la sociedad burguesa, como la familia nuclear y los prejuicios sexuales puritanos. Pero, aunque rechazamos la noción de que la homosexualidad sea una enfermedad, como dice la reaccionaria ideología de la burguesía y sus iglesias, también rechazamos la premisa de que la “liberación gay” sea inherentemente revolucionaria.
La batalla contra el radicalismo pequeñoburgués no es nueva para los comunistas, particularmente en Estados Unidos, donde esta corriente ha tenido una mayor influencia en la izquierda que en virtualmente cualquier otro país, reflejando el relativo atraso político de la clase obrera y el peso relativamente mayor de la clase media liberal en la vida política.
En la década de 1870, la sección estadounidense de la I Internacional, dirigida por Victor Sorge, libró una lucha fraccional contra Victoria Woodhull, la más famosa defensora del “amor libre” de su tiempo. Aquella lucha tenía muchos paralelismos con las que la SL libra hoy contra los partidarios de la política del “estilo de vida” dentro de la Nueva Izquierda, es decir, con quienes elevan un estilo de vida particular al nivel de estrategia “revolucionaria”.
La disputa con Woodhull estalló respecto a la prioridad que debía darse a los derechos de las mujeres, en particular el sufragio, con respecto a la lucha de clases. La posición de los woodhullistas no era simplemente un énfasis programático, sino una contraposición al socialismo proletario. Marx expulsó finalmente a los woodhullistas de la I Internacional, concluyendo su polémica con ellos al reafirmar la diferencia central entre el igualitarismo democrático y el socialismo proletario —es decir, que la liberación de todas las formas de opresión puede lograrse sólo mediante la victoria de la clase obrera sobre el capitalismo—.
El valeroso radical del siglo XIX Auguste Blanqui escribió en su Critique sociale:
“Una de nuestras pretensiones más grotescas es la de que nosotros, bárbaros ignorantes, queramos ser los legisladores de las generaciones futuras. Esas generaciones, por las que tanto nos preocupamos y cuyos cimientos estamos preparando, sentirán por nosotros cien veces más lástima que la que hoy sentimos por los hombres de las cavernas, y su compasión será mucho más razonable que la nuestra”.
La Spartacist League no pretende legislar las prácticas de las generaciones futuras. Esperamos el día en que la humanidad socialista tenga la libertad de explorar cabalmente las complejas cuestiones de la sexualidad humana, pero el camino hacia esa libertad no se pavimenta con la proliferación de “estilos de vida liberados”, sino con una revolución proletaria exitosa.
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