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Espartaco No. 40

Febrero de 2014

PRI y PAN, lacayos del imperialismo, entregan el petróleo

¡Abajo la nueva embestida privatizadora!

¡Romper con los nacionalistas burgueses AMLO/Morena/PRD!

Con la aprobación de las nuevas “reformas estructurales”, el gobierno pinta el futuro color de rosa al tiempo que la prensa burguesa internacional celebra en Peña Nieto al “carismático” (¡sic!) presidente de México. Tras más de una década de oír sobre los países BRIC (Brasil, Rusia, la India y China) como puntales potenciales de la economía mundial, ahora empezamos a oír de los países MINT (México, Indonesia, Nigeria y Turquía) como posibles “gigantes económicos”. Mientras tanto, la situación de las masas trabajadoras es cada vez más desesperada. A seis años del inicio de la crisis económica mundial, la burguesía mexicana está empeñada en extraer hasta la última gota de sudor y sangre de los trabajadores con tal de seguir engordando sus bolsillos. Desde la reforma laboral de 2012 (todavía bajo Calderón) hasta la reforma educativa, la energética y la hacendaria, la burguesía —envalentonada ante la ausencia de una respuesta proletaria— ha lanzado una brutal ofensiva antiobrera destinada sobre todo a atraer inversión mediante el abaratamiento de la mano de obra, los ataques antisindicales y la represión desnuda. El núcleo de esta nueva arremetida neoliberal había sido durante décadas el objetivo central de los imperialistas: el petróleo.

Del TLCAN...

Déjà vu. Hace unos lustros Carlos Salinas de Gortari prometía que México llegaría al Primer Mundo con base en privatizaciones masivas y el TLCAN. A 20 años de su entrada en vigor, este tratado de rapiña imperialista contra México ha ocasionado la pauperización de las masas mexicanas. La carestía de la vida ha escalado y los aumentos paupérrimos al salario mínimo ni se acercan a cubrir la inflación. Para 2007, la economía informal representaba el 52 por ciento de la actividad no agropecuaria —el año pasado, 500 mil personas se dedicaban al ambulantaje tan sólo en el DF—. Según Guillermo Ortiz, secretario de hacienda de Zedillo (sexenio de 1994-2000), el ingreso por habitante en México “es 30 por ciento del que tiene un estadunidense, la misma proporción registrada hace dos décadas”, en tanto que el costo de la mano de obra disminuyó diez por ciento en los últimos cinco años (La Jornada, 21 de octubre). Para 2012, casi la mitad de la población era pobre según datos oficiales, y un quinto padecía hambre. El TLCAN ha significado, sobre todo, la devastación del campo mexicano. Alrededor de dos millones de campesinos pobres, incapaces de competir con la producción agrícola altamente tecnificada y subsidiada de EE.UU., se han visto obligados a abandonar sus parcelas desde la entrada en vigor del tratado. ¡Vaya “Primer Mundo”!

No hace falta ser marxista para entender que tales “tratados” comerciales no tienen nada que ver con una distribución equitativa de los recursos mundiales; el TLCAN representa un bloque comercial para impulsar el dominio económico de los imperialistas estadounidenses (y sus hermanos menores canadienses) contra sus rivales europeos y asiáticos e intensificar la subyugación neocolonial de México. Hace más de 20 años, mientras se negociaba el TLCAN, la SL/U.S., el GEM y la Trotskyist League of Canada emitieron una declaración conjunta (Espartaco No. 2, verano-otoño de 1991) que afirmaba:

“Existe la necesidad candente de una oposición proletaria internacionalista que luche al lado de la clase obrera y el empobrecido campesinado de México contra el asalto imperialista. Las secciones canadiense, estadounidense y mexicana de la Liga Comunista Internacional están dedicadas a construir una vanguardia revolucionaria que sea capaz de unificar a las masas trabajadoras del continente en una lucha de clases común”.

...al petróleo

Los gobernantes capitalistas mexicanos finalmente concluyeron el proceso legal para abrir la industria petrolera al capital privado. Ante el carácter potencialmente explosivo de la cuestión del petróleo, que toca las aspiraciones democráticas de las masas a la emancipación nacional, los gobernantes del PRI y el PAN fueron allanando el camino durante 20 años mediante reformas privatizadoras parciales y toda una campaña dirigida especialmente contra el sindicato petrolero, su corrupción y sus “privilegios” —la privatización significará despidos masivos y la destrucción de conquistas históricas de este gremio—. El argumento central para la privatización ha sido que la explotación de nuevos yacimientos requiere tecnología de la que Pemex carece, pero la reforma no tiene nada que ver con la adquisición de tal tecnología, sino con la apertura al capital privado de esencialmente todas las funciones de la paraestatal.

Los trotskistas defendemos la nacionalización petrolera como una medida básica de autodefensa del México neocolonial frente al imperialismo. Al tener en sus manos el control de un recurso natural crucial en nuestra época y el futuro previsible, los magnates del petróleo no son capitalistas del montón. Con su poderío económico y apoyados por los ejércitos y flotas de sus países imperialistas, procuran establecer en los países sojuzgados un régimen de feudalismo imperialista. Como Trotsky explicó, “en estas condiciones, la expropiación es el único medio serio de salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia” (“México y el imperialismo británico”, 1938).

La expropiación petrolera cardenista de 1938 fue una medida democrático-burguesa que representó un freno a la dominación imperialista. Los regímenes capitalistas subsecuentes siguieron, hasta principios de los años 80, una política nacional-populista, basada en buena medida en los ingresos petroleros, que procuró desarrollar ciertas ramas industriales y aplacar a obreros y campesinos mediante la nacionalización de todo tipo de empresas y la aplicación de algunos subsidios. La existencia de la Unión Soviética como contrapeso al imperialismo permitió a los gobernantes priístas de antaño llegar a un entendimiento con EE.UU.; los imperialistas toleraban una política económica nacionalista al tiempo que el régimen mexicano resguardaba celosamente el patio trasero estadounidense ante el espectro del comunismo mediante la represión abierta contra obreros, campesinos y estudiantes, combinada con algunas concesiones más o menos significativas. Los países tercermundistas no pueden aspirar a un grado mayor de independencia nacional sobre la base del capitalismo.

Ante la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS, los gobernantes tercermundistas carecen ya de espacio de maniobra para negociar con los imperialistas; consecuentemente, la política de los nacionalistas burgueses de hoy parece una parodia incluso del jacobinismo nacionalista de Lázaro Cárdenas.

El callejón sin salida del nacionalismo burgués

Hasta hace poco, al lado del PRI y el PAN, el PRD era uno de los firmantes del “Pacto por México”, cuyo texto incluye la esencia de cada una de las “reformas estructurales” neoliberales que se han ido implementando en lo que va del gobierno de Peña Nieto, incluyendo la privatización petrolera y la reforma antieducativa. Ante su desprestigio entre las masas, el PRD decidió salir del infame pacto y presentarse de nuevo como “defensor” de la nacionalización, con la estéril exigencia máxima de una “consulta ciudadana” sobre la reforma energética.

La única respuesta a la ofensiva privatizadora ha sido hasta ahora una serie de marchas multitudinarias organizadas por el PRD y el Morena, a algunas de las cuales se han sumado sindicatos dirigidos por burócratas perredistas. Si bien estas marchas han mostrado la oposición masiva a la privatización, los nacionalistas las han utilizado simplemente como válvula de escape para dar salida al descontento popular. Ahora, López Obrador (quien se escindió del PRD en 2012 para ofrecer una opción de recambio ante el creciente desprestigio de su antiguo partido) está impulsando una ridícula demanda contra Peña Nieto por “traición a la patria”, mientras que los intelectuales populistas (en su mayoría acólitos de AMLO) al estilo de la Poniatowska llevaron a cabo un absurdo “Congreso Popular” que “revocó” la reforma.

Estos aspavientos inofensivos son un reflejo de la total impotencia del nacionalismo burgués, una ideología basada en la falacia de la unidad de intereses entre burgueses y proletarios connacionales. En países capitalistas subdesarrollados como México, las débiles burguesías tercermundistas son incapaces de romper con los imperialistas, a los cuales están inextricablemente atados. Comprometidos a la defensa del orden capitalista, los políticos nacionalistas burgueses temen por sobre todas las cosas a la única fuerza capaz de destruir el yugo imperialista: el proletariado.

Las potencias imperialistas dominantes hace ya mucho se repartieron el mundo, y mediante el sojuzgamiento económico y militar detienen el desarrollo independiente ulterior de los países atrasados. Así, la genuina emancipación nacional de los países de desarrollo capitalista atrasado requiere el derrocamiento del capitalismo. Como Trotsky explicó en su obra La Revolución Permanente:

“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”.

Para emprender la construcción del socialismo, es necesario extender la revolución internacionalmente, especialmente a los países capitalistas avanzados. Por ello, el mejor aliado potencial del proletariado mexicano es el poderoso proletariado multirracial estadounidense. La consigna histórica del marxismo, ¡proletarios de todos los países, uníos!, no es simplemente una linda idea de hermandad, sino que resume un programa de lucha basado en la comunidad de intereses del proletariado al nivel mundial. ¡Por lucha de clases conjunta en ambos lados del Río Bravo!

¡Manos fuera del sindicato petrolero!

Pavimentando el camino para la aprobación de la infame “reforma educativa”, hace poco más de un año el gobierno y todos los partidos burgueses lanzaron una campaña que esencialmente culpaba a los propios maestros del triste estado de la educación en México y procuraba justificar el arresto de la lideresa del SNTE y la represión contra los maestros disidentes de la CNTE (ver Espartaco Nos. 37, 38 y 39, febrero, junio y septiembre de 2013, respectivamente). Hoy, al centro de la embestida privatizadora se encuentra una campaña para culpar al sindicato petrolero de la crisis financiera de Pemex —ya desde 2012 Calderón se quejaba de que los pasivos laborales de Pemex, principalmente los destinados a pensiones, ¡eran “un riesgo para la viabilidad financiera de la empresa”!—, así como llamados por parte del PAN, el PRD y el Morena por acción gubernamental contra la dirigencia del STPRM.

Con farisaica indignación, los políticos burgueses se rasgan las vestiduras ante la corrupción en el sindicato petrolero. Los obreros deben oponerse a cualquier intervención del estado burgués —una fuerza de represión sistemática al servicio del capital— en los sindicatos. Romero Deschamps, senador del PRI y dirigente sindical petrolero que acabó apoyando cobardemente la reforma energética, es un burócrata corrupto. Pero, como escribimos hace ya doce años contra la intentona de Fox de ir tras el dirigente petrolero con la excusa de un presunto desvío de fondos:

“Limpiar los sindicatos de sus corruptas burocracias es el deber de los trabajadores mismos, y no de ninguna de las agencias del estado capitalista. En 1989 los espartaquistas fuimos únicos en la izquierda al oponernos al encarcelamiento del dirigente petrolero Joaquín Hernández Galicia ‘La Quina’ por parte del gobierno de Carlos Salinas. ‘La Quina’ era, como sin duda lo es Romero Deschamps, un destacado priísta, un gángster profesional y un traidor al proletariado; pero era un miembro del movimiento obrero y sólo el movimiento obrero tenía derecho a juzgarlo. Viniendo del enemigo de clase, un ataque contra un dirigente sindical no puede ser más que un ataque contra todo el movimiento sindical”.

—“Estado burgués: ¡Manos fuera del STPRM!” (Espartaco No. 18, primavera-verano de 2002)

Una parte importante de la campaña antisindical actual fue la exigencia del PAN —apoyada por el PRD y el Morena— de echar al sindicato del Consejo de Administración de Pemex. El sindicato petrolero tenía representantes en el máximo organismo de la paraestatal desde 1938, una concesión otorgada por Lázaro Cárdenas. Al tiempo que denunciamos el ataque antisindical en su conjunto, para los trotskistas la presencia del sindicato en el máximo organismo de Pemex no es una demanda positiva ni una conquista sindical en sí misma: se trataba de una concesión a la burocracia misma, con el propósito de comprarla. Como Trotsky escribió:

“La administración de los ferrocarriles, campos petroleros, etcétera, por medio de organizaciones obreras no tiene nada en común con el control obrero de la industria, porque en última instancia la administración se hace por intermedio de la burocracia laboral, que es independiente de los obreros pero depende totalmente del estado burgués. Esta medida tiene, por parte de la clase dominante, el objetivo de disciplinar a la clase obrera, haciéndola trabajar más al servicio de los intereses comunes del estado... En realidad la tarea de la burguesía consiste en liquidar a los sindicatos como organismos de la lucha de clases y sustituirlos por la burocracia como organismos de la dominación de los obreros por el estado burgués. En tales condiciones la tarea de la vanguardia revolucionaria es emprender la lucha por la total independencia de los sindicatos y por la creación de un verdadero control obrero sobre la actual burocracia sindical, a la que se entregó la administración de los ferrocarriles, de las empresas petroleras y demás”.

—“Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista” (1940)

Pero incluso las viejas medidas del corporativismo priísta representan para el PAN —partido tradicional de la gran burguesía y la reacción católica— un obstáculo, y es revelador que los nacional-populistas burgueses del PRD y el Morena compartieran esta perspectiva.

Rompesindicatos “izquierdistas” y “combativos”

Nuestra posición en defensa del sindicato petrolero contra el ataque estatal/patronal contrasta con la del Grupo Internacionalista (GI), una organización que se reclama trotskista. En el pasado ya hemos documentado ampliamente su negativa a defender a los sindicatos priístas bajo ataque del gobierno burgués (ver especialmente “Al GI se le atraganta la defensa del SNTE” y “La contribución del GI a la campaña antisindical en México”, Espartaco Nos. 38 y 39). Pero su más reciente publicación (Revolución Permanente No. 3, octubre de 2013) proporciona un nuevo caso de estudio de la fraseología seudorradical y la evasión política al servicio del más craso oportunismo.

Pese a la ausencia de cualquier movilización obrera, el cínico GI no escatima consignas rimbombantes por “imponer el control obrero en Pemex” (un fetiche al que el GI recurre cada vez que no tiene nada que decir) y por que los obreros “ocupen las instalaciones, echando a los administradores del estado capitalista”. Pero el GI ni siquiera alude a la intensa campaña antisindical al centro de la ofensiva privatizadora, ni a los llamados directos de los principales partidos burgueses por la intervención estatal en el sindicato petrolero. La grandilocuencia “combativa” del GI no tiene otro propósito que ocultar el hecho de que esta organización se niega a defender al sindicato petrolero ante el ataque estatal.

Para el GI, el sindicato petrolero (como todos los que tuvieron una relación histórica con el PRI: mineros, SNTE, etc.) no es más que un nido de policías burgueses, una posición que parte del apetito de acomodarse al populismo nacionalista del PRD/Morena: ¡los únicos sindicatos que el GI reconoce como genuinos son aquéllos dirigidos por líderes leales al PRD! Bajo estas circunstancias, es simplemente una impostura descarada el que el GI se atreva a hablar de “plantear la batalla” contra la privatización “en términos de lucha de clases” y advierta que la reforma “acarreará un ataque brutal a los trabajadores”. Como escribimos en nuestras polémicas recientes en torno al SNTE, “es una cosa o la otra: o se defiende el sindicato bajo ataque, pese a su brutal dirigencia procapitalista, o se lleva agua al molino de los rompesindicatos”.

El sepulturero del capitalismo

México presenta un ejemplo clásico de desarrollo desigual y combinado, donde la tecnología industrial de punta, introducida principalmente mediante la inversión imperialista, convive con el atraso ancestral en el campo. El capitalismo ha desarrollado en México un enorme y poderoso proletariado —un ejército de más de doce millones de obreros—. Un sector que ha crecido significativamente en décadas recientes es el de la industria automotriz, que emplea a más de 600 mil obreros —México es hoy el octavo productor mundial de automóviles y el cuarto exportador—. Aunque aún en estado incipiente en México, otra industria que se ha desarrollado vertiginosamente es la aeroespacial, que emplea a unas 30 mil personas.

Al no tener sino su fuerza de trabajo para vender, el proletariado es la única clase con el interés histórico y el poder social para levantarse a la cabeza de todos los explotados y oprimidos en la lucha por derribar este sistema de explotación. El éxito o fracaso de la clase obrera en esta empresa depende de la organización y conciencia de las masas en lucha, es decir, de la dirección revolucionaria. La conciencia revolucionaria no se genera espontáneamente en el curso de las luchas de clase cotidianas de los obreros; debe ser llevada a éstos por el partido revolucionario. Por eso, la tarea del partido revolucionario es la de forjar al proletariado para convertirlo en una fuerza política suficiente al infundirle la conciencia de su verdadera situación, educarlo en las lecciones históricas de la lucha de clases, templarlo en luchas cada vez más profundas, destruyendo sus ilusiones, fortaleciendo su voluntad revolucionaria y confianza en sí mismo, y organizando el derrocamiento de todas las fuerzas que se interpongan a la conquista del poder. Siguiendo el ejemplo de los bolcheviques de Lenin y Trotsky, que condujeron al proletariado ruso al poder en la Revolución de Octubre de 1917, los espartaquistas luchamos por forjar un partido revolucionario como la herramienta fundamental para la revolución socialista.

 

Espartaco No. 40

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