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Espartaco No. 34 |
Otoņo de 2011 |
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El capitalismo en crisis: Karl Marx tenía razón
¡Necesitamos una nueva clase dominante: la clase obrera!
Desde septiembre pasado, un grupo de manifestantes llamado “Ocupa Wall Street” (OWS) sostenía un campamento en el parque Zuccotti del Bajo Manhattan en Nueva York. Esta protesta ha despertado simpatía internacionalmente ante los estragos de la profunda crisis económica mundial, y se han dado concentraciones similares en otras ciudades a lo largo y ancho de EE.UU. y en otros países. La madrugada del lunes 14 de noviembre, la policía desalojó el campamento en Oakland y al día siguiente en Nueva York, arrestando a más de 200 manifestantes, a los que se sumaron otros tantos en represalia a una protesta masiva en Nueva York el jueves 17 de noviembre. ¡Libertad inmediata, abajo todos los cargos contra los manifestantes desde Oakland hasta Nueva York!
OWS es un conglomerado amorfo cuyos integrantes van desde jóvenes estudiantes y trabajadores desempleados hasta viejos activistas liberales, quienes están descontentos con los estragos de la actual crisis económica capitalista. El programa que sostiene OWS está contrapuesto al marxismo y se reduce a la reforma liberal/populista del capitalismo. Siguiendo al populismo burgués, OWS utiliza la consigna “somos el 99 por ciento” con lo cual vende la falsa idea de que el total de la población tiene intereses comunes oscureciendo con ello el hecho de que la clase obrera no comparte intereses con sus amos capitalistas ni es un integrante más del “pueblo”. Muy por el contrario, el proletariado es la única clase social con el poder social y el interés histórico para derrocar el capitalismo.
La política dominante en OWS es el apoyo al Partido Demócrata y la reforma del estado burgués para que defienda a los débiles frente a los “barones de Wall Street”, lo cual se refleja en sus exhortaciones a imponer “impuestos para los ricos” y mayor regulación financiera, todo ello empujado a través de apelaciones al patriotismo y a los “valores democráticos”. ¡Los organizadores de OWS incluso invitan a los policías a sumarse a su movimiento! Como los oradores espartaquistas han explicado en las asambleas generales de OWS, los policías no son trabajadores sino el brazo armado de la burguesía.
Es necesario que el proletariado rompa con todos los partidos burgueses (el Demócrata de Obama, el Republicano y el Verde, cuyo único objetivo es sostener el sistema capitalista de explotación y opresión) y deseche toda ilusión en la democracia burguesa que no es más que una fachada para la dictadura de la burguesía. Para hacer esta perspectiva realidad es necesario construir un partido obrero revolucionario e internacionalista, que luche contra el patriotismo, prominentemente exaltado por OWS, que sólo sirve para atar a la poderosa clase obrera multirracial estadounidense a sus amos burgueses y justificar las guerras de rapiña de éstos desde Libia hasta Afganistán.
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El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard, periódico de nuestros camaradas de la SL/U.S., No. 985, 2 de septiembre de 2011.
En 2007-2008, el mundo se vio arrastrado a una crisis económica sin precedentes desde los tiempos de la Gran Depresión. A los estafadores de Wall Street, cuyos timos financieros contribuyeron decisivamente a este colapso, se les rescató con billones de dólares. La clase obrera, los negros, los latinos, los pobres, los enfermos y los ancianos tuvieron que pagar el precio, perdiendo sus empleos, sus hogares, sus pensiones y prácticamente todo lo que hacía sus vidas remotamente tolerables. Hoy, en Estados Unidos, una de cada seis personas está desempleada, y lo ha estado durante un periodo que promedia casi los diez meses. 45 millones de personas viven de vales de alimentos, lo que representa un aumento del 34 por ciento en los últimos dos años. Quienes aún tienen empleo se ven forzados a trabajar más duro y por menores salarios. En los racistas EE.UU., todo es peor para los negros y los latinos, que estuvieron entre las principales víctimas de las estafas de las hipotecas de alto riesgo llevadas a cabo por los bancos. Un tercio de los hogares negros y latinos carecen de ingreso neto, y muchos están ahogados en deudas. Mientras tanto, los autores capitalistas de esta ruina han escapado cual bandidos.
Durante la “recuperación sin empleos y sin salarios” de los últimos dos años, las ganancias corporativas han roto todos los récords históricos. Esto ocurre con el trasfondo del enorme enriquecimiento del uno por ciento más rico de la población, cuya porción del ingreso nacional es más del doble de lo que fue hace tres décadas. Los esquemas gubernamentales de “seguridad social para los ricos” han fomentado la especulación financiera, produciendo una alza artificial en el precio de las acciones, mientras la capacidad productiva de Estados Unidos, ya de por sí precaria, termina de desplomarse. Como la economía estadounidense se basa abrumadoramente en el gasto del consumidor, y como la gran mayoría no tiene dinero que gastar, todo el castillo de cartas se está viniendo abajo conforme la economía se precipita nuevamente en la espiral de una recesión doble.
Ya hace más de un mes que la bolsa de valores está en una montaña rusa de compras y ventas motivadas por el pánico. Entre los detonadores de este pánico estaba la preocupación de que el presidente demócrata de Estados Unidos, Barack Obama, hubiera perdido el “timón del estado” imperialista, para dejarlo en manos de una banda de locos desaforados del Tea Party republicano. Los liberales demócratas y otros se indignan de que los republicanos tengan a Estados Unidos de “rehén” al negarse a elevar el techo de la deuda a menos que obtengan recortes presupuestales de billones y ningún aumento en los impuestos a los ricos. Pero fue el propio presidente demócrata el que fabricó el mito de que “la única superpotencia mundial” estaba a punto de declararse incapaz de pagar su deuda como un empobrecido país del Tercer Mundo. Incluso si no tuvieran dinero —y vaya que sí tienen—, siempre “se puede imprimir papel moneda”, como dijo el expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan.
Lo que Obama quiere lograr con esta farsa no es muy distinto de lo que buscan los republicanos, como lo demuestra el que haya presionado por una “gran oferta” de austeridad masiva que arrancaría más de cuatro billones de dólares a los llamados programas de “ayuda social” como Medicare, Medicaid y la seguridad social durante toda la siguiente década. Su concesión de cerrar unos cuantos huecos fiscales para los ricos terminó siendo todo lo que los demócratas pudieron ofrecer para intentar mantener el fraude de que son “amigos” del ciudadano común. E incluso en eso se dieron por vencidos.
Sin embargo, la imprudencia de los republicanos ha preocupado incluso a Wall Street y al establishment de su propio partido. Como escribió Doug Henwood en su Left Business Observer (21 de agosto): “Wall Street, el Fortune 500, los demócratas de centro-derecha y los republicanos cuerdos...todos los que eran felices permitiendo que los Teabaggers [miembros del Tea Party]
impulsaran su agenda de austeridad, ahora quisieran hacerlos a un lado. No sólo están minando el pedigrí de los bonos del Tesoro, también están haciendo que nuestro sistema político se vea tonto ante los ojos del mundo. Pero siempre que se usan agentes odiosos y/o locos, queda lo que la CIA llama el ‘problema de desecharlos’”.
La locura de los “Tea Baggers” del Partido Republicano no es sino una expresión extrema de la depravación de los gobernantes capitalistas estadounidenses, que no tienen otra salida a la crisis —una crisis que ellos provocaron— que aumentar el hambre de los pobres, romper los sindicatos y reducir los salarios. Como sirvientes políticos de esa misma clase capitalista, los demócratas son cada día más incapaces de montar incluso una falsa fachada, “más humana, más amable”, a la inhumanidad del dominio imperialista.
¡Es urgentemente necesario luchar!
Mientras el Congreso se hallaba estancado en torno al “techo de la deuda”, los amos imperialistas de la Unión Europea (UE) estaban reunidos en una sesión de emergencia para idear un nuevo rescate para Grecia, o, mejor dicho, un rescate de las inversiones de los banqueros franceses y alemanes a costa de la clase obrera griega. Luego pareció que podría llegarles el turno a España e Italia conforme el creciente interés de sus bonos gubernamentales les impedía acceder al dinero necesario para mantener a flote sus economías. Cuando los rescates de la UE y el FMI a Grecia, Irlanda y Portugal ya sumaban cientos de miles de millones de dólares, el Banco Central Europeo empezó a gastar decenas de miles de millones más para comprar bonos de España e Italia y así reducir las tasas de interés, mientras los gobiernos de estos dos países anunciaban una austeridad aún más salvaje.
Mientras tanto, Gran Bretaña estaba explotando en furia por el asesinato de un joven negro a manos de la policía. En Londres y otras ciudades, miles tomaron las calles en un levantamiento alimentado por los inhumanos recortes presupuestales y el cierre de puestos de trabajo. El Guardian Weekly de Londres (19 de agosto) advirtió: “Sumados, los desequilibrios globales, el comportamiento maniaco-depresivo de las bolsas de valores, la venalidad del sector financiero, la creciente brecha entre ricos y pobres, los altos índices de desempleo, el consumismo desnudo y los motines ingleses nos están diciendo algo. El sistema está en graves problemas, y en cualquier momento va a explotar”.
En Europa, la austeridad ha sido enfrentada con huelgas y protestas, a veces masivas, en defensa del sustento de los obreros. Pero las luchas obreras se han visto frustradas por sus falsos líderes reformistas, que aceptan la inevitabilidad de la austeridad capitalista y sólo piden que los golpes se suavicen.
En EE.UU., decenas de miles de sindicalizados y sus partidarios salieron a protestar a principios de este año contra la ley rompesindicatos del gobernador republicano de Wisconsin, Scott Walker, que le arranca el derecho a la negociación colectiva a los sindicatos de obreros del sector público. Con todos los sindicatos de empleados públicos bajo amenaza de ser aniquilados, las protestas de Wisconsin inspiraron a los obreros de todo el país, que las vieron como el inicio de una contraofensiva contra la unilateral guerra de clases dirigida contra el movimiento obrero organizado. Pero los falsos líderes burocráticos de la AFL-CIO trabajaron tiempo extra para sofocar cualquier intento que apuntara realmente al uso de la huelga como arma de los obreros, canalizando la furia de las bases hacia el apoyo al Partido Demócrata con una campaña de firmas para cesar a Walker y a varios congresistas republicanos del estado.
Décadas de traiciones por parte de estos farsantes sindicales han alentado en los gobernantes de EE.UU. la arrogante creencia de que pueden salirse con la suya haciéndoles lo que sea a la clase obrera, a los pobres y a casi todos los demás sin provocar lucha social alguna. Pero los gobernantes y sus lugartenientes en el movimiento obrero no pueden eliminar la lucha de clases, que surge del irreconciliable conflicto de intereses entre los trabajadores y sus explotadores. Las mismas condiciones que pesan sobre los obreros pueden impulsarlos a la batalla contra el enemigo de clase, y los impulsarán. Esto se vio en medio de la Gran Depresión, cuando, durante una breve recuperación de la economía, los obreros comenzaron a librar arduas batallas para organizar sindicatos industriales en este país.
Las huelgas de brazos caídos, los piquetes masivos y otras acciones que construyeron el CIO [Congreso de Organizaciones Industriales] fueron detonadas por la huelga general de San Francisco de 1934 y las huelgas masivas de Toledo y Minneapolis de ese mismo año. Todas ellas estuvieron dirigidas por comunistas. Fue con el fin de descarrilar la amenaza de que las batallas de clase pusieran en cuestión el dominio capitalista que se implementaron los programas sociales del New Deal, como la seguridad social. Tras la Segunda Guerra Mundial, las purgas de rojos de la Guerra Fría sacaron de los sindicatos a los comunistas y socialistas, incluyendo a los estalinistas que habían canalizado el descontento obrero hacia apoyo al Partido Demócrata de Roosevelt.
Hoy ya nadie que se reivindique socialista tiene una base sustancial en los sindicatos. Pero incluso sin militantes inspirados por convicciones políticas de este tipo, aparecerán líderes radicales y no serán menos combativos. La reactivación de las batallas obreras sentará la base para la resurrección y la extensión de los sindicatos, y una nueva dirección clasista pasará a primer plano. Para que los obreros triunfen contra sus explotadores, deben armarse con un programa político marxista que vincule las luchas sindicales con la lucha por construir un partido obrero multirracial que barra con todo este sistema de esclavitud asalariada mediante la revolución socialista. ¡No pases hambre, lucha! ¡Quienes trabajan deben gobernar!
La burguesía: una clase dominante incapaz
En el Manifiesto comunista, escrito hace más de 150 años, Karl Marx y Friederich Engels identificaron la contradicción clave de la sociedad capitalista, que yace en la raíz de las repetidas crisis económicas. Por un lado, bajo el capitalismo la producción está socializada, pero los medios de producción siguen siendo propiedad privada de unos pocos que se apropian de la riqueza producida por el trabajo colectivo de los obreros.
Los ciclos económicos de auge y caída son producto directo del sistema capitalista de producción para la ganancia. Los capitalistas invierten en la expansión de la capacidad productiva suponiendo que el producto adicional —autos, casas, etc.— podrá venderse con al menos la misma tasa de ganancia. Sin embargo, durante los periodos de expansión, la tasa de ganancia promedio tiende a caer. Esta situación termina por crear una crisis de sobreproducción, ya que los capitalistas producen más bienes y servicios de los que pueden vender a una tasa de ganancia satisfactoria. Así, se repite el espectáculo de masas de obreros que pierden sus empleos y son arrojadas a la indigencia porque se ha producido demasiado. Como lo describen Marx y Engels en el Manifiesto comunista:
“La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio... ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, con la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, con la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos”.
Marx y Engels subrayaron que el ascenso del capitalismo y la destrucción del orden feudal representaron un avance histórico en el desarrollo de las fuerzas productivas: la ciencia, la industria y la tecnología. Pero el capitalismo a su vez se convirtió en un obstáculo al desarrollo ulterior de esas fuerzas productivas. Ante la indigencia y la destrucción producto de las inevitables crisis económicas del capitalismo, los medios de producción llegaron a estar monopolizados por un número cada vez más reducido de conglomerados cada vez más grandes. Su necesidad siempre creciente de fondos de inversión y de otros modos de financiamiento llevó a la dominación del capital financiero, es decir, de los gigantes bancarios.
Para finales del siglo XIX, el capitalismo había llegado a su última fase: el imperialismo. Los capitalistas de los países industriales avanzados se vieron obligados a librar guerras para redividirse el mundo y así poder saquear mercados y asegurar esferas de explotación en los países menos avanzados. En su competencia por la dominación mundial, las potencias imperialistas hundieron a los pueblos del mundo en la barbarie de la primera y segunda guerras mundiales y libraron incontables guerras en los países coloniales y semicoloniales.
La absoluta irracionalidad del capitalismo alcanzó nuevas profundidades en la era del imperialismo. Si bien los capitalistas industriales seguían concentrados en la producción de bienes para vender (mercancías), las maquinaciones de las gigantescas instituciones financieras alcanzaron proporciones inusitadas. Como el dirigente marxista revolucionario V.I. Lenin explicó en su estudio de 1916, El imperialismo, fase superior del capitalismo:
“El desarrollo del capitalismo ha llegado a un punto tal que, aunque sigue ‘reinando’ la producción mercantil y continúa siendo considerada como la base de la vida económica, en realidad se halla ya quebrantada, y el grueso de las ganancias va a parar a los ‘genios’ de las maquinaciones financieras. En la base de estas maquinaciones y estafas está la socialización de la producción; pero el inmenso progreso de la humanidad, que ha logrado esa socialización, beneficia...a los especuladores”.
Un ejemplo de ello es la burguesía estadounidense, que durante décadas ha evitado hacer inversiones que expandirían y modernizarían su decadente capacidad industrial o repararían los derruidos puentes, caminos, cableado eléctrico y diques del país. En cambio, ha despilfarrado la mayoría del excedente económico obtenido mediante la explotación del trabajo en una sucesión de juergas especulativas. Y, de hecho, fue la desbocada especulación financiera en la industria de la vivienda lo que detonó la actual crisis económica.
En Europa, estas estafas financieras han acentuado marcadamente las contradicciones inherentes a la Unión Europea, un consorcio inestable de estados capitalistas rivales. En el corazón de las contradicciones de la UE está el hecho de que mantener una moneda común requiere un poder estatal común. Esto es sencillamente imposible bajo el capitalismo. Hace mucho que la Liga Comunista Internacional refutó la ilusión de que la UE podría sentar las bases para unos Estados Unidos de Europa capitalistas. En una declaración sobre el Tratado de Maastricht, que sentó las bases para el euro, escribimos:
“Dado que el capitalismo está organizado sobre la base de estados nacionales particulares, en sí mismo la causa de repetidas guerras imperialistas para redividirse el mundo, es imposible cohesionar un estado burgués paneuropeo estable. Un ‘super-estado’ imperialista europeo sólo puede conseguirse con los métodos de Adolf Hitler, no con los de Jacques Delors, el arquitecto socialdemócrata francés de Maastricht”.
—“For a Workers Europe—For Socialist Revolution!”, [¡Por una Europa obrera—Por la revolución socialista!] WV No. 670, 13 de junio de 1997
Sólo la conquista del poder estatal por el proletariado puede sentar las bases para unos Estados Unidos socialistas de Europa y para una economía racionalmente planificada.
Como internacionalistas proletarios revolucionarios, siempre nos hemos opuesto a la UE como bloque comercial imperialista. Dominada por la Francia y la Alemania capitalistas, el propósito de la UE es aumentar su filo competitivo contra sus rivales imperialistas de Estados Unidos y Japón mediante el aumento en la explotación de la clase obrera de los países de la UE. Como precio de entrada, los países más débiles de la UE fueron encerrados en el euro. Ahora están cayendo, afanándose por cumplir las obligaciones de sus deudas mediante el sometimiento de su clase obrera. No podría ser de otro modo.
En 1848, Marx y Engels condenaron a la burguesía como “no capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud”. Y si la burguesía de entonces era incapaz de gobernar, los gobernantes imperialistas de hoy ya sobrepasaron por mucho su fecha de caducidad.
Un imperio en declive
A partir de la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, los gobernantes capitalistas de Estados Unidos, país que se desarrollaba rápidamente, se decidieron a conquistar el mundo, apropiándose de Cuba, Puerto Rico y Filipinas para su saqueo. Cuando emergieron como la potencia imperialista dominante tras la Segunda Guerra Mundial, los imperialistas estadounidenses se jactaron de que había iniciado el “Siglo Americano”. Sin embargo, para la década de 1970, empezaron a ver su dominio amenazado por el ascenso del poderío económico alemán y japonés. Con su tesorería drenada por su derrota en la larga guerra contra los obreros y campesinos de Vietnam, Estados Unidos había dejado de ser el indiscutible motor capitalista del mundo. Esto se evidenció con la devaluación del dólar del 15 de agosto de 1971.
Para revertir el declive de sus fortunas, la clase dominante estadounidense lanzó una campaña para incrementar su rentabilidad mediante un aumento de la explotación de la clase obrera: cerrando fábricas automotrices y metalúrgicas, trasladando la producción a plantas con bajos salarios en el sur no sindicalizado o a sus neocolonias de América Latina y Asia, y aumentando la productividad mediante la aceleración del ritmo de trabajo y la institución de una “doble escala” de salarios y prestaciones para los obreros jóvenes. Un punto de inflexión clave fue el aplastamiento del sindicato de controladores aéreos PATCO en 1981. Fue el presidente demócrata Jimmy Carter quien trazó el plan para acabar con PATCO, plan que sería ejecutado por su sucesor republicano Ronald Reagan. Los burócratas de la AFL-CIO dejaron que Reagan se saliera con la suya, de manera crucial al negarse a convocar a los otros sindicatos a que cerraran los aeropuertos. Esta derrota abrió la puerta a una ola de rompimientos de sindicatos y aplastamientos de huelgas.
Tal como lo está haciendo Obama, Reagan fabricó una crisis de la deuda para destruir los programas sociales. Los programas de “guerra contra la pobreza”, instituidos para comprar la paz social en las zonas empobrecidas de las ciudades tras los levantamientos en los guetos de los años sesenta, fueron desmantelados de manera creciente. Hizo falta que llegara el presidente demócrata Bill Clinton para darle el golpe final a la “seguridad social como la conocemos”. Usando la racista retórica de Reagan sobre las “reinas de la seguridad social” negras que viven del trabajo de los “laboriosos contribuyentes”, Clinton abolió la Ayuda a Familias con Hijos Dependientes que se daba a las madres solteras pobres y a sus familias.
Reagan implantó un inmenso programa de déficit presupuestal, recortando los impuestos para los ricos mientras contraía préstamos gigantescos con los banqueros alemanes y japoneses, así como con jeques árabes de territorios ricos en petróleo. El propósito principal era aumentar masivamente la capacidad militar del imperialismo estadounidense como parte de su campaña de Guerra Fría contra la Unión Soviética. Pese a su degeneración burocrática bajo Stalin, el estado obrero soviético seguía encarnando las principales conquistas sociales de la Revolución Rusa de 1917. Los imperialistas estaban decididos a reconquistar ese vasto territorio —la sexta parte del planeta— para su explotación.
En 1991-92, los capitalistas consiguieron su objetivo contrarrevolucionario al destruir el primer estado obrero del mundo. Al llegar a la presidencia en la secuela de esta “victoria”, Clinton prometió que los “dividendos de la paz” revitalizarían la economía al reducir la masiva deuda pública. Pero los “dividendos” se canalizaron en su mayor parte hacia una orgía de inversiones especulativas en telecomunicaciones y servicios de Internet, el llamado boom de los punto com de la segunda mitad de los noventa. Aquella burbuja se reventó en 2000-2001, dando paso a otra recesión.
A los demócratas neoliberales de Clinton siguieron los neoconservadores republicanos del gobierno de George W. Bush. Estos cowboys nucleares invadieron Afganistán e Irak para enviarle al resto del mundo el mensaje de que Estados Unidos seguía siendo el mandamás militar del mundo. Estas guerras y ocupaciones fueron financiadas por préstamos del extranjero, mientras los asquerosamente ricos obtenían descuentos fiscales que superaban incluso a los que habían obtenido bajo Reagan. Entonces, la burbuja de los precios de la vivienda de principios de la primera década del siglo se reventó en 2007-2008, detonando una crisis financiera global. Hoy tenemos a Barack Obama respondiendo torpemente a la reducción de la clasificación AAA de los bonos del tesoro estadounidense por parte de Standard & Poor con la declaración de que Estados Unidos “siempre ha sido y siempre será un país triple A”. La bolsa de valores respondió con un desplome de dos billones de dólares.
Tras la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética, parecía que los imperialistas estadounidenses habían vencido en la cruzada, que habían iniciado casi un siglo antes, por convertirse en los amos del mundo. Pero incluso cuando Estados Unidos había obtenido una supremacía militar inigualable, su base industrial interna seguía oxidándose. Para algunos miembros de la altiva clase dominante estadounidense, el declive del poderío económico del país resultaba inexplicable...excepto por la “voluntad de dios”. En consecuencia, un ala de la burguesía estadounidense parece haberse vuelto completamente loca.
Incluso a los ojos del establishment de su propio partido, la actual hornada de candidatos presidenciales republicanos parece haber perdido el juicio. Durante un viaje de campaña en Iowa, Rick Perry, gobernador de Texas, acusó a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, de traición por “imprimir más dinero para jugar a la política”, amenazándolo con que “lo trataríamos muy mal en Texas”. Perry, un reaccionario peligroso, está atacando en este caso a un republicano nombrado por el gobierno de Bush, cuya política de “dinero blando” fue de hecho una gran ayuda para la burguesía. Al llevar las tasas de interés reales por debajo de cero, la Reserva Federal esencialmente le está pagando a los capitalistas financieros por aceptar préstamos del gobierno...¡que luego invierten para obtener lucro!
Una semana antes de entrar en la carrera presidencial, Perry protagonizó un mitin fundamentalista cristiano de 20 mil asistentes, en el que se le rogó a dios que salvara la economía estadounidense. Su candidata rival en la competencia presidencial, Michele Bachmann, cree fervientemente que dios la va a reunir con los demás buenos cristianos para llevarlos al cielo a sentarse a su derecha, en lo que algunos llaman el “Arrebato” venidero. En su demencial visión del mundo, Perry y Bachmann tienen mucho en común con el loco monje milagrero Rasputín, consejero de la zarina rusa durante la agonía del brutal y podrido imperio zarista. Obama confía en regresar a la Oficina Oval como la alternativa “cuerda”, el que puede implementar de manera más efectiva la ofensiva bipartidista para recortar lo que queda de los programas sociales que reflejen un impulso de no ver masas de indigentes hambrientos en las calles.
No hay duda de que los actuales candidatos republicanos están dementes. Pero su demencia es un reflejo de la peligrosa irracionalidad del orden imperialista estadounidense. Así como la Revolución Rusa barrió con la decadente, enloquecida y corrupta corte de los zares, así también los marxistas estamos decididos a construir un partido revolucionario e internacionalista que pueda dirigir a los obreros en el derrocamiento del decadente dominio del capitalismo estadounidense.
¡Por una economía socialista internacionalmente planificada!
La izquierda reformista suplica al gobierno que les cobre “impuestos a los ricos” para obtener dinero para empleos, educación, seguridad social para los pobres y otros programas de beneficencia social. El multibillonario Warren Buffet retomó recientemente esta cantaleta en un artículo de opinión en el New York Times (14 de agosto) titulado “Dejen de consentir a los súper ricos”. En respuesta, ¡un analista de negocios de Fox TV acusó a Buffet, uno de los especuladores financieros más ricos del mundo, de “socialista”! En realidad, es el miedo a que las masas puedan rebelarse lo que preocupa a Buffet, que declaró: “Los estadounidenses están perdiendo rápidamente la fe en la capacidad del Congreso de lidiar con los problemas fiscales de nuestro país. Sólo una acción inmediata, real y muy sustancial impedirá que la duda se convierta en desesperanza. Esa sensación puede crear su propia realidad”.
En medio de un océano de millones de desempleados, las corporaciones y los bancos acumulan efectivo por montones. Pero no podremos disponer de él apelando a la autoridad impositiva del estado capitalista, cuyo propósito es garantizar y defender los intereses de la burguesía. Para resolver la crisis de su deuda, los gobiernos locales y estatales están recortando las pensiones de los jubilados para poder pagarles a los dueños de los bonos. Para “hacer que los ricos paguen”, ¡la clase obrera debe aplastar el dominio de la burguesía!
En un ambiente ideológico condicionado por las proclamas imperialistas de que la destrucción de la Unión Soviética demostró que el marxismo no fue más que un “experimento fallido”, la perspectiva de una revolución proletaria socialista puede parecer inverosímil. ¡Pero la economía colectivizada de la Unión Soviética sí funcionó! Pese a su aislamiento en un mundo dominado por el imperialismo, la Unión Soviética, alzándose desde un profundo atraso y de la destrucción causada por la guerra mundial, la guerra civil y la intervención imperialista, llegó a ser una potencia industrial y militar.
Ahora, a dos décadas de la contrarrevolución que destruyó al estado obrero degenerado soviético, muchos rusos añoran la época en la cual tenían garantizados el empleo, la educación, la vivienda, la atención médica y las vacaciones, y lamentan haber comprado el mito de la “democracia” capitalista. Lo que minó la economía colectivizada, y lo que en última instancia sentó las bases para la destrucción de la propia Unión Soviética, fue la parasitaria burocracia estalinista, que usurpó de los obreros el poder político e intentó apaciguar en vano a los imperialistas vendiendo luchas obreras en otros países.
Hoy, la profunda crisis económica de los países capitalistas contrasta agudamente con la situación de China, donde las industrias clave para la producción están colectivizadas. Mientras los gobiernos de Estados Unidos y Europa pagan el rescate de los capitalistas financieros a costa de los obreros, Beijing ha canalizado inversiones masivamente para el desarrollo de su infraestructura y su capacidad productiva. Ante el creciente número de huelgas y protestas, el régimen ha aumentado el ingreso de los obreros y los campesinos. Sin embargo, el régimen estalinista chino mina las conquistas sociales de la Revolución de 1949 al conciliar al imperialismo y promover “reformas de mercado” que fortalecen las fuerzas contrarrevolucionarias internas. En su “asociación” con el capital mundial, la burocracia de Beijing está subsidiando al imperialismo estadounidense mediante su enorme inversión en bonos del tesoro de Estados Unidos, inversión que, entre otras cosas, se está usando para financiar las ocupaciones de Irak y Afganistán. Como trotskistas, estamos por la defensa militar incondicional del estado obrero deformado chino contra el imperialismo y la contrarrevolución interna. Al mismo tiempo, entendemos que la defensa y la extensión internacional de las conquistas que quedan de la Revolución China de 1949 requieren una revolución política proletaria que remplace a los burócratas estalinistas con una dirección revolucionaria e internacionalista y un régimen de democracia obrera.
Como escribimos en nuestro artículo “Wall Street Nightmare Stalks Working People” (La pesadilla de Wall Street acosa a los trabajadores, WV No. 921, 26 de septiembre de 2008):
“Muchos problemas pueden resolverse mediante las ‘transferencias internas de efectivo’: hacerle la vida tolerable a los obreros, los negros, los latinos, los desempleados, los indigentes, las madres con seguridad social, los consumidores de drogas, etc. Y los comunistas queremos hacerlo. Pero primero hay que aplastar el poder de la burguesía. Para eso, hay que construir un partido obrero, un partido que no ‘respete’ los valores de propiedad de la burguesía, un partido que le diga a los explotados y los oprimidos: queremos más, lo queremos todo, debería ser nuestro, tómenlo. Y cuando tengamos la riqueza de este país, empezaremos a construir una economía socialista planificada a escala internacional. Entonces podremos enmendar algunas injusticias y crímenes históricos y pagar algunas deudas que contrajeron nuestros gobernantes, como unas decenas de miles de millones de dólares al pueblo vietnamita y a los demás pueblos cuyos países han sido aplastados por el paso de los tanques estadounidenses. Y como ‘indemnización’ a aquellos que llevaron a Estados Unidos a la ruina, podemos ofrecerles, si no se meten en nuestro camino, que vivirán para ver a sus nietos prosperar en una sociedad genuinamente humana”.
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