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Spartacist (edición en español) Número 36

Noviembre de 2009

Contra la traición del POUM y sus apologistas de ayer y hoy

Trotskismo vs. frentepopulismo en la Guerra Civil Española

Traducido de Spartacist (Edición en inglés) No. 61, primavera de 2009, aunque incorpora correcciones factuales menores.

Las Jornadas de Mayo de 1937 en Barcelona marcaron la culminación de una década de revolución y contrarrevolución en España, que comenzó con la caída de la dictadura militar de Primo de Rivera en 1930 y de la monarquía un año después, y terminó cuando el general Francisco Franco aplastó la República en 1939. El grueso de la burguesía se alineó con la reacción franquista, apoyada por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. El gobierno republicano burgués incluía sólo la sombra de la burguesía, un puñado de políticos republicanos de izquierda. Sin embargo, como insistió Trotsky, esta “sombra” fue la clave para subordinar las organizaciones obreras al orden capitalista y descarrilar la revolución proletaria.

Paralelamente al conflicto militar entre las fuerzas de Franco y las milicias republicanas, un conflicto de clase se libraba dentro del campo republicano, conforme las débiles y fracturadas fuerzas del estado burgués trataban de contener y reprimir al proletariado armado e insurgente y a los órganos embrionarios de poder —milicias, comités de fábrica y colectivos agrícolas— que se formaron cuando los obreros se alzaron para repeler la revuelta militar de Franco el 19 de julio de 1936. En el centro de este conflicto estaba Barcelona, capital del bastión industrial que era Cataluña, y vanguardia de la España revolucionaria.

Los muchos choques que habían tenido lugar entre el gobierno de frente popular de la Generalitat de Cataluña y los obreros de Barcelona, mayormente anarcosindicalistas, llegaron a su punto álgido el lunes 3 de mayo de 1937. Cuando tres camiones de los odiados Guardias de Asalto, dirigidos por el jefe estalinista de la policía, intentaron tomar la Telefónica de manos de los obreros de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que ocupaban y controlaban ese centro estratégico de las comunicaciones, los obreros de toda la ciudad se lanzaron a las calles y alzaron barricadas. Rápidamente se puso en fuga a las fuerzas armadas burguesas; los marineros de la instalación naval fraternizaron con los insurgentes. Un informe presencial de Lois Orr describe la escena:

“El martes por la mañana, los obreros en armas controlaban la mayor parte de Barcelona. La fortaleza de Montjuich, que domina con sus cañones el puerto y la ciudad, estaba ocupada por los anarquistas; el Tibidabo, el puerto y todos los barrios obreros estaban bajo su control; las fuerzas gubernamentales, excepto algunas barricadas aisladas, se encontraban abrumadas numéricamente, concentradas en el centro de la ciudad, la zona residencial de la burguesía, donde podían ser fácilmente bloqueadas por todos lados, como lo habían sido los rebeldes el 19 de julio de 1936”.

—“Los acontecimientos de mayo: Una revolución traicionada”, 10 de mayo de 1937 (nuestra traducción del inglés)

El poder estaba en manos de los heroicos obreros de Barcelona. Sin embargo, para cuando llegó el fin de semana, los obreros habían sido desarmados y sus barricadas habían sido desmanteladas no como resultado de la derrota militar, sino del sabotaje, la confusión y el derrotismo que sembraron los falsos líderes obreros. En el núcleo del gobierno capitalista catalán, así como del gobierno central en Valencia (previamente en Madrid), estaban los estalinistas y socialistas (que en Cataluña se habían fusionado para formar el Partido Socialista Unificado de Cataluña [PSUC]), los anarcosindicalistas de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y la federación sindical CNT que la FAI dirigía. El centrista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que por un tiempo había formado parte de la Generalitat capitalista, le suministraba al gobierno de frente popular una fachada de izquierda desde fuera. Los estalinistas, que habían sido los primeros en entrar al gobierno de frente popular y los que más ruidosamente proclamaban la inviolabilidad de la propiedad privada, eran “la vanguardia militante de la contrarrevolución burguesa-republicana” (León Trotsky, “Clase, partido y dirección: ¿Por qué el proletariado español ha sido vencido?”, 20 de agosto de 1940, en España: Última advertencia [Barcelona: Editorial Fontamara, 1979]). Pero ellos no pudieron desmontar las barricadas. Esa tarea la cumplieron los líderes de la CNT/FAI y el POUM, cuyos militantes luchaban en las barricadas. La dirigencia de la CNT exigió a los obreros que depusieran las armas (Felix Morrow, Revolución y contrarrevolución en España. La Guerra Civil). La dirigencia del POUM siguió la línea de la CNT, cuando su periódico, La Batalla (6 de mayo de 1937), exhortó a los insurgentes: “hay que dejar las calles” y “volved al trabajo” (Ibíd.).

“Lo más que puede decirse al respecto es que las masas, que intentaron incesantemente abrirse paso hacia la vía justa, descubrieron que la construcción, en medio del fuego del combate, de una nueva dirección que respondiera a las necesidades de la revolución era una tarea que desbordaba sus fuerzas”, escribió Trotsky en “Clase, partido y dirección”, un artículo que dejó inconcluso al ser asesinado en México por el estalinista español y sicario de la GPU soviética, Ramón Mercader. Mientras los obreros insurgentes se enfurecían contra la traición de sus líderes en la CNT/FAI y el POUM, sólo la agrupación anarquista de izquierda Los Amigos de Durruti y la trotskista Sección Bolchevique-Leninista de España (SBLE) intentaron hacer avanzar la revolución. Aunque al final no pudieron romper organizativa ni políticamente con la CNT/FAI, Los Amigos de Durruti llamaron a los obreros a luchar por la revolución social. La voz del marxismo revolucionario sólo encontró expresión en la diminuta SBLE, que declaró en una octavilla:

“Viva la Ofensiva Revolucionaria. Nada de compromisos. Desarme de la GNR [Guardia Nacional Republicana] y Guardia de Asalto reaccionarias. El momento es decisivo. La próxima vez será demasiado tarde. Huelga general en todas las industrias que no trabajen para la guerra, hasta la dimisión del gobierno reaccionario. Sólo el Poder Proletario puede asegurar la victoria militar”.

—Octavilla de la SBLE, 4 de mayo de 1937, Agustín Guillamón, Documentación histórica del trosquismo español (1936-1948) (Madrid: Ediciones de la Torre, 1996)

Éste era el momento decisivo. La victoria en Barcelona pudo haber conducido a una España obrera y campesina e incendiado Europa en una lucha revolucionaria en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. La derrota le abrió el camino a una represión intensa, incluyendo la supresión del POUM y el asesinato o encarcelamiento de sus líderes. Habiendo desarmado de ese modo al proletariado, el frente popular abrió las puertas a las fuerzas de Franco y a un sangriento régimen de reacción derechista.

El frente popular: El problema de problemas

Siete décadas después, asimilar críticamente las lecciones de esa derrota sigue siendo vital para reforjar una IV Internacional trotskista. El punto de partida esencial para ese análisis son las compilaciones de los escritos de Trotsky, incluyendo muchos de los que se citan en este artículo. En inglés han sido publicados bajo el título The Spanish Revolution [La Revolución Española]. Una compilación más extensa apareció en francés bajo el título La révolution espagnole (1930-1940) (París: Les Éditions de Minuit, 1975), la edición de Pierre Broué de los escritos de Trotsky. [Ésta última se publicó en español en dos tomos como La Revolución Española (1930-1940) (Barcelona: Editorial Fontanella, 1977); sin embargo, en ésta y varias otras ediciones en español de los escritos de Trotsky sobre España hemos encontrado diferencias significativas con la versión en inglés de autoridad reconocida. Por ello, al citar obras de Trotsky a lo largo de este artículo hemos corregido inexactitudes serias y traducciones incorrectas políticamente significativas para ajustarlas a la edición en inglés de Pathfinder.] También es invaluable el recuento narrativo que escribió Felix Morrow en medio de la Guerra Civil, Revolución y contrarrevolución en España. Vívido retrato del heroísmo de los obreros y las traiciones de sus líderes, el libro de Morrow está fundado en un análisis y un programa marxistas. Varios meses después de las Jornadas de Mayo de Barcelona, Trotsky resumió así el conflicto:

“De este modo, se han enfrentado, en el territorio de España, dos programas irreconciliables. Por un lado, el de la salvaguardia a cualquier precio de la propiedad privada contra el proletariado y, si fuera posible, de la salvaguardia de la democracia contra Franco. Por el otro lado, el programa de abolición de la propiedad privada mediante la conquista del poder por el proletariado. El primero expresaba el programa del capital por intermedio de la aristocracia obrera, de las eminencias de la pequeña burguesía y, sobre todo, de la burocracia soviética. El segundo traducía, en idioma marxista, las tendencias, no plenamente conscientes, pero sí poderosas, del movimiento revolucionario de las masas. Por desgracia para la revolución, entre el puñado de los bolcheviques y el proletariado revolucionario estaba el tabique contrarrevolucionario del frente popular”.

—“Lección de España: Última advertencia”, 17 de diciembre de 1937

La ausencia de un partido revolucionario que dirigiera a los obreros a la victoria estuvo determinada sobre todo por la capitulación política de Andrés Nin y Juan Andrade, antiguos líderes del Partido Comunista de España (PCE) que encabezaron la Oposición de Izquierda trotskista en España a principios de los años 30. Nin y Andrade dilapidaron el capital acumulado del comunismo español para embarcarse en maniobras y bloques sin principios, hasta finalmente fusionarse con el Bloque Obrero y Campesino centrista de derecha de Joaquín Maurín para formar el POUM en 1935; de ahí procedieron a entrar al redil del frente popular burgués y el gobierno capitalista de Cataluña en 1936. A lo largo de las tumultuosas luchas que vivió España en los años 30, Nin y Andrade pasaron de semirrevolucionarios a no-revolucionarios para terminar como contrarrevolucionarios. Su defección significó que sólo un puñado de bolcheviques —con pocos recursos, experiencia y raíces— quedara en la línea de la batalla por reconstruir un núcleo revolucionario de vanguardia basado en el curso programático esbozado por Trotsky.

El frente popular, una coalición de partidos burgueses y obreros, fue el instrumento con el que se estranguló a la Revolución Española. La presencia, por lo demás insignificante, de políticos republicanos de izquierda en el frente popular sirvió para garantizar su compromiso con la conservación del dominio burgués, “como encarnación del principio de la revolución democrática, es decir, de la inviolabilidad de la propiedad privada” (Ibíd.). Criticando mordazmente a los apologistas del POUM, que descartaban todo el asunto de su coalición de colaboración de clases como un “pequeño acuerdo técnico electoral temporario”, Trotsky afirmó: “En la actualidad, el problema de problemas es el frente popular. Los centristas de izquierda tratan de presentarlo como si se tratara de una maniobra táctica o inclusive técnica, para ofrendar su mercadería a la sombra del frente popular. En realidad el frente popular es el problema principal de la estrategia de clase proletaria en esta etapa. Es a la vez el mejor criterio para trazar la diferencia entre el bolchevismo y el menchevismo” (“Carta al RSAP”, 16 de julio de 1936).

Y así sigue siendo. Sobre la Guerra Civil Española se han escrito innumerables libros y artículos, la gran mayoría con el propósito de justificar las traidoras medidas del frente popular que allanaron el camino a la derrota. Entre las pocas excepciones se cuenta Lessons of the Spanish Revolution (Enseñanzas de la Revolución Española, Londres: Freedom Press, 1953), del anarquista de izquierda Vernon Richards, que al menos narra con franqueza las traiciones de los líderes de la CNT/FAI. Diversos historiadores seudotrotskistas ofrecen recuentos terriblemente eruditos que citan largamente a Trotsky, pero absuelven a los centristas del POUM, a quienes Trotsky dirigió su fuego. Entre estos últimos destaca el fallecido Pierre Broué —quien fuera uno de los dirigentes del grupo francés de Lambert, editor de las obras de Trotsky en francés y autor de varios libros sobre la Guerra Civil Española— y los laboristas británicos de Revolutionary History [Historia Revolucionaria], una publicación “no partidista” apoyada por una gama de individuos y grupos seudotrotskistas. Revolutionary History publicó dos artículos de Andy Durgan, un partidario de la tendencia reformista fundada por el difunto Tony Cliff —quien por mucho tiempo dirigiera el Socialist Workers Party [Partido Obrero Socialista] británico— (“The Spanish Trotskyists and the Foundation of the POUM” [Los trotskistas españoles y la fundación del POUM], Revolutionary History Vol. 4, No. 1/2, invierno de 1991-92, y “Marxism, War and Revolution: Trotsky and the POUM” [El marxismo, la guerra y la revolución: Trotsky y el POUM], Revolutionary History Vol. 9, No. 2, 2006).

En el fondo, la defensa que los reformistas hacen de Nin y del POUM se reduce a la adulación cínica del hecho consumado: el fracaso de la Revolución Española “prueba” que la revolución no era posible en España. Esto, a su vez, no es sino un reflejo de su propia oposición socialdemócrata a la lucha por el poder estatal proletario hoy, en cualquier parte. Habiendo vitoreado a las fuerzas de la contrarrevolución capitalista en la antigua Unión Soviética y los estados obreros deformados de Europa Oriental, estos oportunistas adoptan hoy el alegato de la “muerte del comunismo”, según el cual la Revolución Rusa resultó ser, en el mejor de los casos, un experimento fallido. Así pues, descartan la posibilidad de la revolución proletaria en el futuro y reescriben la historia para negar las oportunidades revolucionarias del pasado.

Nuestra brújula es la Revolución Rusa de octubre de 1917. La Revolución Española es un caso de estudio, por la negativa, de la necesidad de forjar partidos obreros revolucionarios de tipo bolchevique. El propósito que guía nuestro análisis de este capítulo crítico de la historia del movimiento obrero revolucionario es educar y armar a los futuros cuadros de la vanguardia leninista que dirigirán la lucha por nuevos Octubres en todo el globo.

La Revolución Rusa y el Trienio Bolchevista

La Revolución de Octubre tuvo un tremendo impacto en los obreros y campesinos de España, entre otras cosas porque veían en la Rusia zarista un país parecido al suyo. En Rusia, también, una monarquía decadente se mantenía apoyada en un inmenso cuerpo de oficiales aristocráticos y en una iglesia estatal empantanada en el oscurantismo medieval. Allá también, una clase terrateniente derivada de la antigua nobleza feudal explotaba brutalmente a un vasto campesinado. Allá también, el proletariado urbano era joven, inmaduro y combativo, separado por apenas una o dos generaciones de sus orígenes campesinos. Y, como la Rusia zarista, España era una “prisión de pueblos” que imponía la opresión nacional a los pueblos vasco y catalán dentro de sus fronteras y la opresión colonial al Marruecos español.

Bajo la dirección de los bolcheviques de Lenin, el proletariado multinacional de Rusia, movilizando tras de sí a las masas campesinas, había tomado el poder estatal, remplazando la dictadura de clase de los explotadores por la dictadura del proletariado, organizada sobre la base de consejos democráticamente electos (soviets) de obreros, campesinos y soldados. El nuevo gobierno dirigido por los bolcheviques sacó a Rusia de la carnicería interimperialista de la Primera Guerra Mundial y convocó a los obreros de todos los países a seguir su ejemplo y a unírsele en la lucha por la revolución socialista mundial y por una sociedad global igualitaria y sin clases.

España misma estaba en medio de una convulsión social cuando llegaron las noticias de la victoria bolchevique, noticias que electrizaron a las masas obreras y campesinas. “Más que ningún otro factor, fue la Revolución Rusa la responsable de la sensación de esperanza —vaga, pero forzosa— que prevalecía en las masas catalanas de esta época, persuadidas de que el advenimiento de la sociedad obrera de equidad y justicia ya no era sólo un sueño, sino una posibilidad”, escribe Gerald H. Meaker en su fascinante recuento de ese periodo, La izquierda revolucionaria en España 1914-1923 (Barcelona: Editorial Aries, 1978). La “fiebre rusa” aquejó el sur campesino, particularmente Andalucía, donde se sucedieron tres años de levantamientos campesinos que fueron llamados el “Trienio Bolchevista” y los obreros de algunas aldeas proclamaron repúblicas “de tipo bolchevique”. Los mítines y manifestaciones probolcheviques eran muy frecuentes en todos lados. Durante una huelga de una semana ocurrida en Valencia en 1919, las calles y plazas fueron rebautizadas “Lenin”, “Soviets” y “Revolución de Octubre”.

Pero en España no había un partido marxista revolucionario. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) decía adherirse al marxismo, pero era más próximo a los mencheviques rusos en tanto que postergaba la lucha por el socialismo hasta después de que se hubiera realizado una etapa democrático-burguesa y rechazaba la movilización revolucionaria de la clase obrera a cambio del parlamentarismo burgués y los bloques con la burguesía “democrática”. Aunque España se mantuvo oficialmente neutral en la Primera Guerra Mundial, la dirección del PSOE apoyó a los imperialistas “democráticos”, Gran Bretaña y Francia (y su autocrático aliado ruso), contra Alemania, a la que apoyaba el trono español. Aunque la Unión General de Trabajadores (UGT) dirigida por el PSOE era más antigua y sustancialmente más numerosa que la CNT anarcosindicalista, al empezar la guerra los sectores más combativos de la clase obrera de los centros industriales de Cataluña no seguían al marxismo, sino al anarquismo.

El anarquismo español tenía sus raíces en el campesinado rural y entre los pequeños artesanos de la economía urbana, que se sentían amenazados por la industrialización. La sección española de la I Internacional siguió mayoritariamente al anarquista Bakunin cuando éste rompió con Marx a principios de la década de 1870. Para principios del siglo XX, un proletariado considerable se había desarrollado en las regiones septentrionales de España, especialmente Asturias, Vizcaya y Cataluña. Pero, especialmente en Cataluña, uno de los centros del anarquismo, este proletariado se apoyaba centralmente en la industria ligera, no en el tipo de fábricas modernas que concentran bajo un mismo techo a miles de obreros industriales, como las que en Rusia caracterizaban al distrito de Viborg de San Petersburgo, un bastión bolchevique. En España, el anarquismo se adaptó al surgimiento del proletariado industrial mediante el desarrollo de un movimiento obrero sindicalista. Los anarcosindicalistas reconocían el excepcional poder social del proletariado en la lucha contra el capitalismo, pero compartían la hostilidad anarquista frente a todos los partidos y estados y frente a todo tipo de autoridad centralizada.

Pese a haber estado proscrita por tres años desde su fundación en 1911, la CNT creció rápidamente en medio de la turbulencia social de los años de guerra y posguerra, hasta alcanzar los 700 mil miembros en 1919. Conforme crecía la CNT, su dirección se dividía más y más entre los anarquistas “puros”, como Buenaventura Durruti —que compartía la visión de Bakunin de una sociedad de pequeñas comunas autónomas y frecuentemente operaba en “grupos de afinidad” guerrilleros-terroristas— y los sindicalistas “puros”, como Ángel Pestaña, que eran esencialmente reformistas sindicales muy similares al líder del PSOE/UGT, Francisco Largo Caballero.

El impacto de la Revolución Bolchevique se sintió tanto en el movimiento socialista como en el anarcosindicalista. Los elementos pacifistas/neutralistas que rechazaban la línea aliadófila de la mayoría del PSOE se organizaron en torno al apoyo a la Revolución Rusa y el rechazo a los bloques con los partidos de la burguesía liberal y al etapismo menchevique; pero esta ala izquierda amplia también se oponía a romper con la mayoría reformista del PSOE. Los Jóvenes Socialistas de Madrid, encabezados por Juan Andrade, fueron los primeros en escindirse de los socialistas en 1920. Con fuerzas relativamente escasas e inexpertas, proclamaron la fundación del Partido Comunista. Al año siguiente, un ala del PSOE centrada en Asturias y Vizcaya también se escindió en solidaridad con la Internacional Comunista (IC o Comintern). La unidad organizativa entre los dos partidos no se logró sino hasta 1922, después de mucha insistencia por parte de la Comintern.

El efecto que tuvo el Octubre ruso sobre los militantes de la CNT fue, en todo caso, más pronunciado. Parte del entusiasmo inicial entre los anarquistas radicales se basaba parcialmente en el malentendido de que los “maximalistas” rusos, es decir, los bolcheviques, eran de hecho anarquistas. Pero, como señala Meaker: “bajo la fascinación de la Revolución Bolchevique, los anarquistas españoles empezaron a pensar, como nunca lo habían hecho, en el uso de la autoridad y en las razones de la violencia. La idea de la dictadura del proletariado empezó a gozar de sorprendente popularidad entre ellos, y la proposición leninista de que las revoluciones habían de organizarse, de que no era posible dejarlo todo a la espontaneidad, tuvo una creciente aceptación entre ellos” (Meaker, Op. cit.). El estado y la revolución (1917) de Lenin reafirmó contra los reformistas socialdemócratas la auténtica perspectiva marxista de que el estado burgués debe ser aplastado y remplazado por una nueva forma estatal, un estado obrero. Esta obra tuvo un impacto particular entre los anarquistas de España y de todo el mundo.

Sin embargo, ningún Partido Comunista de masas habría de emerger de este fértil suelo. Este fracaso fue condicionado sobre todo por la neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial interimperialista. Ni el PSOE ni la CNT sufrieron el tipo de polarización aguda que se vio en el movimiento obrero de los países combatientes. En ellos, los falsos líderes socialchovinistas se revolcaron en llamados patrióticos a la “defensa de la patria” y actuaron como sargentos de reclutamiento para sus “propios” gobernantes imperialistas, provocando amargas escisiones con los internacionalistas que seguían fieles a la unidad revolucionaria del proletariado. (Aun así, la escisión entre el ala reformista y el ala revolucionario-internacionalista frecuentemente se vio enturbiada al inicio por el desarrollo de grandes formaciones centristas, como la que hubo en torno a Karl Kautsky en Alemania.) La Internacional Comunista atrajo a muchos anarquistas y sindicalistas revolucionarios asqueados por el abyecto parlamentarismo burgués de la II Internacional, entre ellos Victor Serge y Alfred Rosmer en Francia y varios activistas de la Industrial Workers of the World [Obreros Industriales del Mundo] en EE.UU., incluyendo al fundador del comunismo estadounidense y futuro trotskista, James P. Cannon. La Internacional Sindical Roja, o Profintern, fundada en 1921, procuraba intersecar a estos elementos sindicalistas, trabajar con ellos y ganarlos al comunismo.

Andrés Nin y Joaquín Maurín eran líderes del ala comunista-sindicalista de la CNT en Barcelona y lucharon para que ésta se afiliara a la Internacional Comunista. Ambos viajaron a Moscú en 1921 para participar en la conferencia de fundación de la Profintern, que coincidió con el III Congreso de la IC. Maurín regresó a España, pero no se unió al PCE sino hasta 1924. Sus comunistas-sindicalistas, centrados en Cataluña, mantuvieron una independencia prácticamente total del resto del PCE. Después de intentar en vano regresar a España, Nin volvió a Moscú para fungir como secretario de la Profintern.

A medida que la marea revolucionaria amainaba en España, la CNT se fue haciendo abiertamente anticomunista, y en 1922 rompió toda relación con la Profintern. Ante el golpe militar de Miguel Primo de Rivera de 1923, ni el PSOE/UGT ni la CNT catalana aceptaron hacer un frente unido con el PCE contra el golpe. Declarando “vengo a luchar contra el comunismo”, Primo de Rivera arrestó a los líderes del PCE y clausuró los locales del partido; tanto la CNT como el PCE tuvieron que pasar a la clandestinidad. Aunque algunos líderes del PSOE fueron arrestados, la dictadura toleró a los reformistas y el líder de la UGT, Largo Caballero, entró en el Consejo de Estado en 1924.

El ascenso de la burocracia estalinista

El aislamiento del joven estado obrero soviético, sumado a la devastación de la industria y la infraestructura en la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil que siguió a la Revolución Rusa, facilitó el ascenso de una capa burocrática como árbitro de la escasez de recursos. Los bolcheviques entendían que el éxito de la revolución dependía de su extensión a los países industriales más avanzados de Europa, pero el fracaso de las oportunidades revolucionarias en Occidente, particularmente la Revolución Alemana abortada de 1923, y la subsiguiente ola de desmoralización en la clase obrera soviética llevaron a una consolidación cada vez mayor del control del poder por parte de la burocracia. Comenzando en 1923-24, la burocracia usurpó el poder político del proletariado soviético.

Ése fue el comienzo de una contrarrevolución política. Aunque la Unión Soviética siguió descansando sobre las formas de propiedad colectivizada que había establecido la Revolución Bolchevique, de ahí en adelante cambió la gente que gobernaba la URSS, el modo en que se la gobernaba y los fines para los que se la gobernaba. Ideológicamente, esta contrarrevolución política se codificó en el dogma nacionalista y antimarxista del “socialismo en un solo país”, que Stalin promulgó a finales de 1924 y que de hecho negaba la imperiosa necesidad de extender la revolución socialista internacionalmente. En 1926, la burocracia soviética suministró, a través del Comité Anglo-Ruso de Unidad Sindical, una cubierta de izquierda a los falsos líderes del Congreso de Sindicatos británico mientras éstos traicionaban la Huelga General. En la Revolución China de 1925-27, Stalin y Bujarin ordenaron al Partido Comunista Chino que se liquidara en el Guomindang nacionalista burgués en nombre de la “revolución por etapas”. Con el tiempo, los partidos comunistas de todo el mundo fueron transformados en herramientas de la diplomacia soviética, destinadas a presionar a sus respectivas burguesías para que aceptaran la “coexistencia pacífica” con la URSS.

La lucha de Trotsky contra la burocracia en ascenso comenzó con la Oposición rusa de 1923. Su “Crítica al proyecto de programa de la Internacional Comunista” (el núcleo de La Internacional Comunista después de Lenin) analizaba el vínculo entre el dogma de Stalin del “socialismo en un solo país” y los zigzagueos capituladores de la Comintern, especialmente la traición de la Revolución China. Expulsado del Partido Comunista soviético en 1927 y desterrado de la Unión Soviética en 1929, Trotsky organizó a sus partidarios en la Oposición de Izquierda Internacional (OII) para luchar como fracción expulsada de la Internacional Comunista con el fin de hacerla volver al camino del internacionalismo revolucionario. Entre estos partidarios estuvo Nin, quien estando en Moscú fue ganado a la lucha de Trotsky contra la burocracia estalinista en ascenso.

Orígenes de la Oposición de Izquierda española

La dictadura de Primo de Rivera, que había llegado al poder para imponerle el orden capitalista al proletariado rebelde de la atrasada España, se derrumbó en enero de 1930 bajo el impacto de la crisis capitalista internacional, la Gran Depresión detonada a finales de 1929 por el colapso de la bolsa de valores. Las aspiraciones acumuladas de las masas llevaron a un estallido de protesta. En mayo, ondeando banderas rojas y republicanas, los estudiantes y los obreros emprendieron combates armados con la policía en Madrid. En diciembre, oficiales republicanos del ejército protagonizaron una revuelta contra la monarquía. Los socialistas y los republicanos arrasaron con la votación urbana en las elecciones municipales de abril de 1931; el rey Alfonso XIII huyó y se proclamó la República Española, encabezada por un gobierno de coalición que incluía al PSOE.

En febrero de 1930, Francisco García Lavid (Lacroix) y otros antiguos miembros del PCE en el exilio fundaron en Bélgica la Oposición Comunista Española. En España, Juan Andrade y varios otros ex cuadros del PCE también se afiliaron a la Oposición de Izquierda. Un año después se les unió Nin, que había sido expulsado de la Unión Soviética. Nin era un personaje con autoridad en el movimiento obrero español. Sin embargo, unos cuantos años después, Trotsky habría de escribir de él: “La gran desgracia de la sección española fue que a su cabeza estaba un hombre de renombre, con una trayectoria y una aureola de mártir del stalinismo, que la dirigió mal y la paralizó” (“Carta al RSAP”, 16 de julio de 1936).

En una carta al grupo exiliado en Bélgica, fechada el 25 de mayo de 1930, Trotsky escribió: “La crisis que atraviesa España se desarrolla, actualmente, con una notable regularidad que deja a la vanguardia proletaria cierto tiempo para prepararse” (“Las tareas de los comunistas en España”). El Partido Comunista oficial no tenía una dirigencia con autoridad, contaba con sólo unos cuantos cientos de miembros y tenía graves problemas internos. El PSOE, cuya oposición previa al ministerialismo burgués no había resultado ser sino una expresión de la falta de oportunidad bajo la monarquía, formó parte, de 1931 a 1933, de un régimen capitalista cada vez más impopular. La CNT/FAI anarco-sindicalista rechazaba la idea misma de la lucha por el poder estatal proletario, y en lugar de ello vacilaba entre el boicot de toda actividad política y el apoyo disimulado a la burguesía “democrática”.

Escribiendo desde la distancia, Trotsky no escatimó esfuerzos para trabajar con Nin y sus camaradas y guiarlos para que aprovecharan esa excepcional oportunidad. En 1933, el International Bulletin [de la Oposición de Izquierda] publicó varios fragmentos de la correspondencia entre Trotsky y Nin entre 1931 y 1933, los cuales luego se reimprimieron en diversas compilaciones de los escritos de Trotsky. Desgraciadamente, las cartas mismas no están en los archivos de Trotsky en Harvard y aparentemente se perdieron. Los fragmentos publicados de las cartas de Trotsky son un modelo de claridad programática, de discusión de las cuestiones y de persuasión camaraderil, mientras que los de Nin están llenos de personalismo, impresionismo y evasión. “La claridad, la precisión teórica, y por consiguiente la honradez política, he aquí los rasgos que hacen invencible a una tendencia revolucionaria” (“A la redacción de la revista ‘Comunismo’”, 12 de abril de 1931). Pero Nin le volvió la espalda a la claridad y la precisión teóricas. Según decía él, “a quienes es necesario enseñarles las primeras nociones del comunismo, no se les puede comenzar por hacer propaganda de la Oposición” (Carta a Trotsky, 12 de noviembre de 1930). En vez de ello, Nin presumía de su prestigio personal y de la influencia que ejercía sobre Maurín.

Leyendo el mismo viejo alegato a lo largo de las décadas, los muchos abogados políticos que Nin tiene hoy reprenden a Trotsky por su comportamiento supuestamente “sectario”, su supuesta ignorancia de la situación de España y la “rudeza” de sus polémicas. Ésta era, en los años 30, la cantinela de algunos de los que habían sido colaboradores y aliados de Trotsky —como Serge, Rosmer, George Vereecken en Bélgica y Henricus Sneevliet en Holanda— quienes, bajo la presión del “antifascismo” democrático, justificaban a Nin, si bien reconociendo que había cometido “errores”. Como escribió Trotsky en una carta a Serge:

“Está Vd. descontento de nuestro comportamiento hacia Andrés Nin, comportamiento que Vd. encuentra ‘sectario’. Vd. no conoce y no puede conocer la historia política y personal de estas relaciones.

“Puede imaginar sin mucho esfuerzo cuánto me alegró en su día la venida de Nin al extranjero. Durante varios años, he mantenido correspondencia con él de una manera regular. Algunas de mis cartas eran verdaderos ‘tratados’: se trataba de la revolución viva en la que Nin podía y debía jugar un papel activo. Pienso que mis cartas a Nin durante dos o tres años podrían constituir un volumen de varios centenares de páginas: ello basta para mostrarle la importancia que concedía a Nin y a las relaciones amistosas con él. En sus respuestas Nin afirmaba muchísimo su acuerdo teórico, pero evitaba absolutamente los problemas prácticos...

“Por supuesto, nadie está obligado a ser un revolucionario. Pero Nin estaba a la cabeza de la organización bolchevique-leninista en España, y por ello mismo, había tomado serias responsabilidades de las que en la práctica se escabullía, mientras me echaba por carta arena a los ojos”.

—“¿Es posible un acercamiento a Nin?”, 3 de junio de 1936

El partido, el partido y una vez más el partido

En un artículo de 1931, “La revolución española y la táctica de los comunistas”, Trotsky esbozó el programa y la estrategia que podían conducir a los revolucionarios españoles por el camino al poder. Trotsky planteó una serie de demandas destinadas a vincular las aspiraciones democráticas de las masas obreras y campesinas con la lucha por el dominio de clase del proletariado: confiscación de los latifundios para beneficio de los campesinos pobres; separación de la iglesia y el estado —desarmar los bastiones de la reacción clerical y entregarle a las masas la vasta riqueza de la iglesia—; creación de milicias obreras y campesinas; nacionalización de los ferrocarriles, bancos y recursos minerales; control obrero de la industria; derecho a la autodeterminación nacional para los catalanes y los vascos.

Aquí Trotsky estaba aplicando la teoría y el programa de la revolución permanente, demostrados por la Revolución de Octubre de 1917 y confirmados de manera negativa por la derrota de la Revolución China de 1925-27. Dado lo tardío del surgimiento del capitalismo en esos países, las tareas históricamente asociadas con las revoluciones democrático-burguesas de los siglos XVII y XVIII no pueden cumplirse sino a través de la toma del poder por el proletariado, marchando al frente de las masas campesinas, que necesaria e inmediatamente pondría en el orden del día no sólo las tareas democráticas, sino también las socialistas.

Trotsky enfatizó la importancia de tenderle la mano a las bases combativas de la CNT para arrancarlas de los prejuicios anarcosindicalistas y llamó por una federación sindical unificada. Argumentó que era necesario agitar por la formación de soviets —juntas obreras— que actuaran como órganos de lucha proletaria unificada contra la clase capitalista y que se levantaran “por encima de las separaciones políticas, nacionales, provinciales y sindicales”. Luego continuó:

“Las juntas obreras constituirán el amplio terreno en el que cada partido y cada grupo serán sometidos a prueba y a examen por las amplias masas. La consigna del frente unido de los obreros se opondrá, por parte de los comunistas, a la política de coalición con la burguesía que propugnan los socialistas y una parte de los sindicalistas. Sólo el frente unido revolucionario suministrará al proletariado la indispensable confianza de las masas oprimidas del campo y las ciudades. La realización del frente unido no es posible más que bajo la bandera del comunismo. Las juntas necesitan de un partido dirigente, porque sin una dirección firme se convertirían en una organización vacía que inevitablemente acabaría cayendo bajo la dependencia de la burguesía”.

—“La revolución española y las tareas de los comunistas”, 24 de enero de 1931

Sobre todo, concluía Trotsky, “Resolver adecuadamente estas tareas exige tres condiciones: el partido, el partido y una vez más el partido” (Ibíd.).

Sin embargo, era la cuestión del partido la que más separaba a Nin de Trotsky. Inicialmente, Nin resistió las exhortaciones de Trotsky a lanzar un órgano teórico que planteara claramente los fundamentos programáticos de la vanguardia bolchevique-leninista. También se negó a escuchar las disposiciones de Trotsky de tomar en serio las luchas políticas que tenían lugar en la OII, necesarias para separar a los revolucionarios genuinos de todo tipo de diletantes, aficionados y demás elementos que hubieran sido atraídos accidentalmente a la lucha de Trotsky contra el estalinismo. Esos debates eran vitales para forjar una tendencia internacional disciplinada y políticamente homogénea y para combatir las presiones nacionales deformantes. Pero los líderes de la Oposición española no intervinieron políticamente en ellos, ni los llevaron a su sección. En lugar de ello “se dejaron guiar por vínculos, simpatías y antipatías personales” (Trotsky, “La situación de la Oposición de Izquierda”, 16 de diciembre de 1932).

Trotsky instó a Nin a que llevara a cabo la orientación de la OII hacia la IC, argumentando que “no se debe permitir que los burócratas creen la impresión de que la Oposición de Izquierda ve con malos ojos a los obreros que siguen al Partido Comunista oficial” (“Las tareas de los comunistas en España”). Pese a las mentiras, traiciones y atrocidades burocráticas de Stalin y Cía., los partidos comunistas seguían captando a los elementos de la clase obrera internacional que se sentían atraídos por la Revolución Rusa y querían luchar por una revolución obrera en sus propios países. Además, habría sido un crimen cederle a los estalinistas la bandera de la Internacional Comunista sin una lucha o una prueba decisiva.

Nin rechazó explícitamente la perspectiva internacional de la OII, alegando excepcionalismo español: “En España el proletariado organizará su partido por fuera del partido oficial (que no existe en los hechos), y a pesar de él” (Carta a Trotsky, 3 de diciembre de 1930 [nuestra traducción del inglés]). Trotsky respondió: “A pesar de su debilidad intrínseca, el partido oficial se beneficia de factores históricos externos: la URSS y todo lo que se relaciona con la Revolución de Octubre. Por eso parece peligroso no tener en cuenta este factor al valorar la actual relación de fuerzas” (“Hay que organizar a la Oposición de Izquierda”, carta a Nin del 31 de enero de 1931). Nin se negó a escuchar estos argumentos y, en marzo de 1932, cambió demostrativamente el nombre del grupo español de Oposición de Izquierda a Izquierda Comunista de España (ICE).

Rechazando la lucha de la Oposición de Izquierda, Nin se volvió en cambio hacia la antigua Federación Catalana encabezada por Joaquín Maurín. Expulsada del PCE en junio de 1930, la Federación Catalana era una organización centrista en movimiento hacia la derecha cuya política fue caracterizada por Trotsky como “esa mezcla de prejuicios pequeñoburgueses, de ignorancia, de ‘ciencia’ provinciana y de picardía política” (“El confusionismo de Maurín y de la Federación Catalana”, 8 de julio de 1931). En marzo de 1931, la Federación Catalana se unió al Partido Comunista Catalán (una agrupación pequeñoburguesa no afiliada al PCE) para fundar una organización de “masas”, el Bloque Obrero y Campesino. Trotsky caracterizó el programa del BOC de Maurín como “el más puro ‘kuomintanguismo’ transportado al suelo español” (se refiere al Guomindang nacionalista burgués de Chiang Kai-shek) y “una nueva edición del partido obrero y campesino” (“Sobre la declaración del Bloque Obrero y Campesino”, 12 de junio de 1931). Esta fórmula de dos clases había sido usada para justificar la liquidación en el Guomindang y otras formaciones populistas burguesas, como el “Partido Granjero-Laboral” de Estados Unidos.

Internacionalmente, Maurín estaba alineado con la Oposición de Derecha, que se organizó en torno a las posiciones del antiguo aliado de Stalin, Nikolai Bujarin (quien rápidamente capituló a Stalin), en oposición a las políticas del llamado “Tercer Periodo”. Stalin inauguró estas políticas en 1929 como un supuesto nuevo periodo en el que la revolución proletaria internacional era inminente. Los partidos comunistas internacionalmente empezaron a seguir un curso aventurero y sectario, abandonando los sindicatos dirigidos por reformistas para construir sindicatos “rojos” aislados y oponiéndose a toda acción conjunta con los socialdemócratas, a los que bautizaron “socialfascistas”. La Oposición de Derecha Internacional se opuso a este curso sectario desde una creciente perspectiva colaboracionista de clases; su principal vocero era Heinrich Brandler, quien había presidido el aborto de la Revolución Alemana en 1923. Al mismo tiempo, los brandleristas defendían las desastrosas políticas estalinistas en China en 1925-27 y el dogma nacionalista del “socialismo en un solo país”.

Trotsky libró repetidas luchas contra cualquier mezcla de banderas con la Oposición de Derecha. En la Unión Soviética, se había opuesto intransigentemente a un bloque con el ala bujarinista de la burocracia, cuyas políticas conciliaban a las fuerzas internas de la restauración capitalista —la capa de campesinos acomodados (kulaks) y pequeños empresarios— y las alentaban. Internacionalmente, la unidad con la Oposición de Derecha significaba la liquidación de la lucha por una vanguardia comunista. La justeza de este entendimiento quedó claramente demostrada por el curso que Nin y Andrade tomaron al seguir a Maurín.

El giro francés y las combinaciones sin principios

El ascenso al poder de los nazis de Hitler a principios de 1933 y la criminal pasividad de los líderes de las poderosas organizaciones comunistas y socialistas del proletariado alemán produjeron ondas de choque en la clase obrera internacionalmente. El que la debacle alemana no lograra provocar ni la más mínima revuelta dentro de la III Internacional hizo que Trotsky declarara que la Comintern estalinizada había muerto para la causa de la revolución proletaria y llamara a construir nuevos partidos comunistas que sostuvieran la bandera del leninismo. La “Declaración de los Cuatro” (agosto de 1933), que Trotsky redactó y que llamaba por la formación de una nueva Internacional, la IV, llevaba las firmas de representantes de la OII, el grupo de Sneevliet y un segundo grupo holandés, y el Partido Obrero Socialista (SAP) de Alemania, una escisión de izquierda de la socialdemocracia. En 1934, la OII se reconstituyó como la Liga Comunista Internacional (LCI).

Los estalinistas no tardaron en abandonar el aventurerismo sectario del Tercer Periodo. Asustado por la victoria nazi, Stalin buscó una alianza con las “democracias” imperialistas, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. El nuevo orden del día fue el “frente popular” contra el fascismo, posteriormente codificado en el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935 y llevado a cabo en la forma de coaliciones frentepopulistas con los partidos de las burguesías “democráticas” de Francia, España y el resto del mundo. Stalin estranguló la revolución obrera española al servicio de su ansiada alianza con Gran Bretaña y Francia, pues buscaba demostrarle a los imperialistas que la Comintern ya no representaba un desafío al orden burgués.

La victoria nazi en Alemania coincidió con un resurgimiento de la lucha de clases en otros lugares a tres años del inicio de la Gran Depresión. La radicalización de un sector de los obreros y la juventud halló una expresión en el crecimiento de alas izquierdas combativas y vibrantes en los partidos socialdemócratas y, en Estados Unidos, en el surgimiento del Congress of Industrial Organizations (Congreso de Organizaciones Industriales, CIO). Por primera vez en años, en 1934 los militantes socialistas encabezaron revueltas obreras: en Viena, la capital austriaca, y en la región minera de Asturias, en España. Trotsky instó a sus partidarios a que efectuaran entradas temporales a los partidos de la II Internacional para intersecar y ganarse a jóvenes y obreros de mentalidad revolucionaria. Implementada por primera vez en Francia en 1934, esta táctica llegó a ser conocida como “el giro francés”, y pronto se intentó en otros países, como en Estados Unidos en 1936-37 donde los trotskistas ganaron un número considerable de jóvenes y de militantes sindicales del Partido Socialista.

En España, la situación era quizá la más abierta para la implementación exitosa de esa táctica. Renovación, el periódico madrileño de la Juventud Socialista (JS), que en esa época tenía cerca de 200 mil miembros, apelaba abiertamente a los trotskistas como los “mejores revolucionarios y mejores teóricos en España, invitándolos a ingresar en la Juventud y el Partido socialistas para precipitar la bolchevización” (citado por Pierre Broué, “Trotsky y la Guerra Civil Española”, en La Revolución Española [Buenos Aires: El Yunque editora, 1973]). Incluso el inveterado reformista Largo Caballero se proclamó por la revolución socialista y la IV Internacional.

Criminalmente, Nin y Andrade desdeñaron las exhortaciones de Trotsky y las invitaciones de la Juventud Socialista y se rehusaron a llevar a su organización al PSOE/JS. Un pequeño puñado de miembros de la ICE, incluyendo al futuro líder de la SBLE trotskista, Manuel Fernández (Grandizo Munis), rechazaron el curso de Nin y Andrade y entraron al PSOE, aunque sin mucho éxito. Munis habría de escribir posteriormente: “Pero lo que apareció imposible para un grupo pequeño habría sido relativamente fácil para el contingente considerable de la Izquierda Comunista. No dudo un solo instante que su ingreso en la Juventud y el Partido socialistas hubiese cambiado todo el rumbo de la revolución española” (Munis, Jalones de derrota: promesa de victoria [España 1930-1939], México, D.F.: Editorial “Lucha Obrera”, 1948). En abril de 1936, los estalinistas capturaron la JS, dándole al PCE por primera vez una base de masas, mientras en Cataluña el PCE se fusionaba con el PSOE para formar el Partido Socialista Unificado de Cataluña.

Nin y Andrade no estaban solos en su obstinada negativa a aprovechar esa brillante oportunidad de reforzar las filas del marxismo revolucionario. En Estados Unidos, una pequeña minoría en torno a Hugo Oehler, efectivo en el trabajo de masas, pero un sectario tonto, se opuso a la entrada en el Partido Socialista desde una perspectiva ultraizquierdista sectaria y al poco tiempo se escindió de la mayoría trotskista dirigida por James P. Cannon. Internacionalmente, Oehler formó un bloque podrido con Nin y otros que se oponían al giro francés en sus terrenos nacionales desde el punto de vista del acomodacionismo oportunista.

El levantamiento de Asturias

Un factor particular en la radicalización de las bases del Partido Socialista español fue la rabia por el papel criminal que desempeñaron sus líderes en el primer gobierno republicano, cuyos implacables ataques a la clase obrera y el campesinado provocaron odio y repudio extendidos. La brutal represión de una revuelta campesina de inspiración anarquista en Casas Viejas en enero de 1933 fue el punto de inflexión, obligando a nuevas elecciones. La CNT instó a sus miembros a que se abstuvieran y la abrumadora mayoría de las masas se negó a votar en represalia al gobierno republicano-socialista. En las elecciones arrasaron los partidos de la reacción clerical y monárquica.

Cuando los miembros de la clerical-fascista CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) fueron invitados a unirse al gabinete en octubre de 1934, en toda España estallaron huelgas generales. Los obreros de Asturias se levantaron en una insurrección centrada en el poderoso sindicato minero dirigido por el PSOE. Se tomaron por asalto los cuarteles de policía, se distribuyeron entre los obreros ametralladoras y rifles (sacados de las fábricas de armas tomadas) y la capital, Oviedo, así como otras áreas, cayó en poder de los insurgentes. “La amarga experiencia de los trabajadores alemanes está presente en todos los ánimos. Esa experiencia, los trabajadores españoles no la repetirán”, escribió Manuel Grossi, miembro del BOC y uno de los líderes centrales de la Alianza Obrera de Asturias que dirigía la revuelta, en su recuento de 1935, La insurrección de Asturias. Quince días de revolución socialista (Madrid: Júcar, 1978).

Éste era un suelo fértil para realizar los insistentes llamados de Trotsky a construir juntas obreras: consejos amplios y con autoridad, democráticamente elegidos por la clase obrera. Como lo puso Trotsky en 1931: “Es sólo a través de las juntas, que engloban al núcleo fundamental del proletariado, como los comunistas podrán asegurar su hegemonía entre el proletariado y, por consiguiente, en la revolución. Sólo a medida que vaya aumentando la influencia de los comunistas sobre la clase obrera, las juntas se convertirán en órganos de lucha por el poder” (“La revolución española y sus peligros”, 28 de mayo de 1931). En lugar de ello, la Izquierda Comunista de Nin se afilió a las “alianzas obreras” que había lanzado el BOC. Estos órganos no eran elegidos por los obreros insurgentes ni contaban con su participación. El acuerdo del 28 de marzo de 1934 que estableció la Alianza Obrera Asturiana —que además de la ICE y el BOC incluía al PSOE/UGT, al PCE y a la CNT regional— especificaba: “A partir de la fecha en que este Pacto sea firmado cesarán todas las campañas de propaganda que pudieran entorpecer o agriar relaciones entre las partes aliadas” (citado en La insurrección de Asturias). Lejos de suministrar un foro en el que los partidos y programas contendientes pudieran ponerse a prueba, actuando así como el crisol en el que se forjara una vanguardia revolucionaria en torno a la perspectiva del poder proletario, la Alianza Obrera era un pacto político de no agresión basado en el mínimo común denominador de acuerdo entre las dirigencias de las diversas organizaciones.

La revuelta de Asturias fue un presagio de la revolución que vendría, así como de su traición y derrota. Fue al general Franco a quien se convocó para que aplastara a los rebeldes asturianos. Por primera vez se envió contra el proletariado en España a los miembros de la Legión Extranjera y las tropas coloniales marroquíes, tropas que luego usaría Franco para aplastar la Revolución Española. La supresión de la comuna asturiana aislada —que dejó un saldo de cinco mil obreros muertos y 30 mil presos— alimentó en el proletariado español un renovado deseo de unidad entre las organizaciones obreras. Los reformistas y los centristas canalizaron estas aspiraciones hacia el apoyo a una nueva coalición de colaboración de clases.

La fundación del POUM

En un pleno nacional celebrado en septiembre de 1934, la ICE de Nin y Andrade resolvió piadosamente que implementar el giro francés sería “fundirnos con un conglomerado amorfo” (citado en Pelai Pagès, El movimiento trotskista en España (1930-1935) [Barcelona: Ediciones Península, 1977]). Un año después, en 1935, la ICE se sumergiría en un verdadero conglomerado amorfo al fusionarse con el BOC de Maurín para fundar el POUM y afiliarse al Buró de Londres. El Buró de Londres, una federación sin principios de diversas organizaciones centristas —principalmente el Independent Labour Party [Partido Laboral Independiente] británico y el SAP alemán—, vacilaba entre la II Internacional y la III. La única fuerza unificadora de esta “Internacional” era la oposición a que se formara una IV Internacional leninista-trotskista, es decir, oposición a toda restricción centralista-democrática a sus propios apetitos nacionales oportunistas y oposición a los principios del internacionalismo proletario.

El POUM era sectario en apariencia y oportunista en esencia. Organizativamente, se contraponía a las organizaciones tradicionales de masas del proletariado español. Pero lo que había detrás de esto era su reticencia a confrontar políticamente a los falsos líderes del PSOE, el PCE y la CNT. Durante la Guerra Civil, el POUM estableció sus propias milicias, apartando a sus miembros de las milicias de organizaciones que contaban con la adhesión de la masa de la clase obrera española. Todo ello mientras el POUM apoyaba al frente popular, comenzando en enero de 1936 con la firma del “Pacto Electoral de la Izquierda”, un bloque de colaboración de clases entre los republicanos, el PSOE y el PCE.

Trotsky puso al desnudo la cínica hipocresía y el craso oportunismo de Nin y Andrade:

“A propósito de esto, no está de más recordar que los ‘comunistas de izquierda’ españoles, como indica su mismo nombre, han endurecido sus posiciones en cada ocasión propicia para aparecer como revolucionarios intransigentes. En particular han condenado severamente a los bolcheviques-leninistas franceses por su entrada en el partido socialista: ¡Nunca y en ningún caso! Entrar de forma temporal en una organización política de masas para luchar implacablemente en sus filas contra los jefes reformistas bajo la bandera de la revolución proletaria, es oportunismo, pero consumar una alianza política con los jefes del partido reformista sobre la base de un programa manifiestamente deshonesto y que sirve para engañar a las masas y arropar a la burguesía, ¡eso es valentía! ¿Se puede envilecer y prostituir más el marxismo?”

—“La traición del ‘Partido Obrero de Unificación Marxista’ español”, 23 de enero de 1936

Aquí también, los apologistas actuales de Nin saltan en su defensa. Durgan y el antiguo líder juvenil del POUM, Wilebaldo Solano, en su obra hagiográfica El POUM en la historia, Andreu Nin y la revolución española (Madrid: Libros de la Catarata, 1999), dicen que Trotsky y el Secretariado Internacional (S.I.) de la LCI aprobaron que Nin se fusionara con Maurín. En palabras de Durgan, “debe recordarse que la primera reacción ante la fundación del POUM, tanto del S.I. como de Trotsky, fue de un optimismo cauto” (“Trotsky and the POUM”).

Esto queda desmentido por todo el historial de escritos de Trotsky sobre el BOC y el POUM, que dejan en claro su irreconciliable hostilidad política hacia la política centrista de estos grupos. Trotsky estaba lejos de ser optimista respecto al POUM. La fusión estuvo precedida por un rudo intercambio entre el S.I. y la dirigencia de Nin. En una carta de julio de 1935, el S.I. argumentaba con la ICE respecto “a vuestra absorción por el Bloque Obrero y Campesino” sin los derechos de una fracción y que “en estas circunstancias, no puede salir nada bueno de este nuevo partido... ¿Cuál será la bandera del nuevo partido? La bandera ya conocida del Buró de Londres-Ámsterdam” (“Carta del Secretariado Internacional al CE de la ICE”).

Nin rechazó de entrada estos argumentos y cortó toda discusión con la LCI, jurando que Maurín había aceptado “todos nuestros principios fundamentales” y respondió hostilmente que el S.I. tenía una “incomprensión fundamental hacia los asuntos españoles” (Pagès, Op. cit.).

Durgan opina que la fusión de Nin con el BOC era comparable con la fusión de la Communist League of America [Liga Comunista de EE.UU.] de Cannon con los centristas en movimiento hacia la izquierda del American Workers Party [Partido Obrero Estadounidense] de A.J. Muste que formó el Workers Party of the United States [Partido Obrero de EE.UU.]. Pero, a diferencia del POUM, que se adhirió al Buró de Londres, el Workers Party se pronunciaba explícitamente por la fundación de la IV Internacional. Como señalaba la carta del S.I. de julio de 1935: “Si el nuevo partido que queréis fundar toma una postura clara en lo referente a la IV Internacional (como en América o en Holanda), puede jugar, en el plano nacional, un gran papel como nuevo centro de atracción. En estas circunstancias, la fusión es deseable. Pero si el nuevo partido se presenta como un instrumento de la ‘unificación socialista-comunista’,...en ese caso, la adhesión a un partido semejante constituiría la liquidación de nuestra tendencia”. Durgan deja de lado la hostilidad del POUM hacia la IV Internacional como si fuera una minucia. De hecho, era la cuestión definitoria que separaba al marxismo revolucionario de todas las formas de confusión centrista.

Haciendo eco a las falsas garantías que daba Nin, Durgan implica que el grupo de Maurín se había acercado al trotskismo y regaña a Trotsky porque “aparentemente ignoraba esta evolución de la política del BOC” (“Trotsky and the POUM”). También Maurín “aparentemente ignoraba” esta evolución, como habría de dejar claro posteriormente:

“Por su doctrina y por su manera de actuar, el BOC correspondía a un partido de izquierda socialista que hubiera sabido comprender lo que había de positivo y negativo en la revolución rusa. El BOC estaba ideológicamente influenciado por Marx y Engels, por Lenin y Bujarin; muy poco por Trotsky, y nada en absoluto por Stalin”.

—Joaquín Maurín, Revolución y contrarrevolución en España [París: Ruedo Ibérico, 1966]

En efecto, la única “evidencia” que Durgan logró desenterrar del “optimismo cauto” de Trotsky ante la fundación del POUM no proviene de ningún artículo de Trotsky, sino de un informe sobre la fusión que en octubre de 1935 rindió Jean Rous, que había sido enviado a España como delegado del S.I. Rous cita a Trotsky diciendo: “El nuevo partido ha sido proclamado. Tomamos acta. En la medida en que esto pueda depender del factor internacional, debemos hacer todo lo posible para hacer ganar autoridad y poderío a este partido. Esto no es posible más que por medio del marxismo consecuente e intransigente” (Jean Rous, “Informe sobre la fusión de la Izquierda Comunista de España (sección de la LCI) y el BOC”, octubre de 1935). Todo lo que esto “prueba” es que Trotsky ofreció continuar su colaboración...¡si el nuevo partido seguía el camino del marxismo consecuente e intransigentemente! Como todos los oportunistas, Durgan equipara la flexibilidad táctica con el conciliacionismo sin principios.

Nin y Andrade habían roto con la LCI y le habían presentado a Trotsky y al S.I. el hecho consumado. La pregunta era: ¿qué podía hacerse desde lejos para salvar al trotskismo español? Trotsky insistió en la política. Después de leer el manifiesto de la fusión, Trotsky subrayó la necesidad de atacar sin tregua las contradicciones y evasiones del POUM, enfocándose en la significación antirrevolucionaria de su adhesión al Buró de Londres (“El POUM y la IV Internacional”, 18 de octubre de 1935). En su artículo de enero de 1936, Trotsky advirtió contra toda confusión al interior de la LCI respecto a la naturaleza del grupo de Nin y Maurín y expresó su oposición implacable a esos centristas renegados y traidores:

“La organización española de los ‘comunistas de izquierda’, que siempre se ha caracterizado como una organización confusa, después de bastantes oscilaciones de izquierda y derecha ha terminado unificándose sobre la base de un programa centrista con la Federación Catalana de Maurín, en el seno del partido ‘de unificación marxista’(¡!). Inducidas al error por este nombre, algunas de nuestras publicaciones escribieron de este nuevo partido que se aproximaba a la IV Internacional. No hay nada más peligroso que exagerar las propias fuerzas sobre la base de una imaginación demasiado crédula. La realidad nunca tarda en traernos una cruel desilusión”.

—“La traición del ‘Partido Obrero de Unificación Marxista’ español”

Vacilación centrista y traición frentepopulista

El “Pacto Electoral de la Izquierda” de 1936 que iniciaron los republicanos era un tratado en defensa de la propiedad privada y del dominio burgués. Garantizaba la inviolabilidad de los cuerpos de oficiales y de la iglesia, rechazaba toda nacionalización de tierras, industrias o bancos y mantenía la opresión nacional de Cataluña y el País Vasco. Afirmaba la ocupación colonial del Marruecos español y recomendaba que la política exterior española siguiera los “principios” de esa guarida de ladrones imperialista que era la Sociedad de las Naciones. Entre sus signatarios estaban el PSOE/UGT, el PCE, el Partido Sindicalista del antiguo líder de la CNT Ángel Pestaña y Juan Andrade por el POUM. Aunque no se contaba entre los signatarios, la CNT alentó a sus afiliados a votar por el frente popular. Trotsky escribió:

“La mayoría de estos partidos se encontró a la cabeza de la revolución española en los años de su ascenso y ha hecho todo lo que estaba en su mano por traicionarla y agotarla. La novedad es la firma del partido de Maurín-Nin-Andrade. Los antiguos ‘comunistas de izquierda’ han llegado a ser simplemente la cola de la burguesía de ‘izquierda’. ¡Es difícil concebir caída más humillante!...

“Pero volvamos al partido español de ‘unificación marxista’ con la burguesía. Los ‘comunistas de izquierda’ españoles —Andrés Nin, Juan Andrade, etc.— han tratado más de una vez de descartar nuestra crítica a su política conciliadora, arguyendo nuestra incomprensión de las ‘condiciones particulares’ de España. Argumento habitual de todos los oportunistas, ya que el primer deber de un revolucionario obrero consiste en traducir las condiciones particulares de su país al lenguaje internacional del marxismo, comprensible también más allá de las fronteras de su propio país”.

Ibíd.

Una vez más, Durgan corre a la defensa de Nin. Aunque le reprocha al POUM haber firmado formalmente el pacto electoral, escribe: “Dada la situación política, el POUM no tenía mucha alternativa fuera de apoyar el pacto contra la derecha, pero la única forma viable de hacer esto sin confundir la posición del partido era independientemente y desde afuera” (“Spanish Trotskyists and the Foundation of the POUM”). Una vez más, como en los años 30 y desde entonces, el apoyo al frente popular se presenta como una mera maniobra táctica, y no, como lo puso Trotsky, como “el mayor de los crímenes”, un crimen que se ha pagado con la sangre de la clase obrera.

En febrero de 1936, la elección del gobierno de frente popular bajo el político republicano de izquierda Manuel Azaña, que ya había sido primer ministro en el gobierno de coalición de 1931-33, abrió un periodo de descontento obrero y campesino masivo, incluyendo tomas de tierras agrícolas y cientos de huelgas entre febrero y julio de 1936. Aunque trabajaba denodadamente para reprimir al proletariado, el frente popular no logró satisfacer a sus amos burgueses. El 17 de julio de 1936, Franco transmitió por radio a las guarniciones de España la orden de que tomaran las ciudades. El gobierno se esforzó por hacer un pacto con las fuerzas de Franco mientras trataba de impedir la resistencia de la clase obrera. Al día siguiente, los líderes del PSOE y el PCE emitieron una declaración de lealtad que proclamaba: “El gobierno manda y el Frente Popular obedece”. Pero los obreros no estaban dispuestos a “obedecer” al gobierno que trataba de arrullarlos con mentiras. El 19 de julio, los obreros de la CNT/FAI y el POUM empezaron a organizar barricadas espontáneamente. Cuando el gobierno del frente popular les negó el armamento, los obreros tomaron las reservas de rifles y dinamita, y procedieron a cercar y desarmar a las guarniciones del ejército. Un levantamiento revolucionario había iniciado.

En cuestión de días, toda Cataluña estaba en manos del proletariado. El 20 de julio, una columna de cinco mil dinamiteros, equipados por los mineros asturianos, llegó a Madrid a resguardar las calles. Los comités de obreros armados desplazaron a los funcionarios de aduanas en las fronteras; una libreta sindical o un carnet de afiliación a algún partido político obrero era el único requisito para entrar al país. Importantes sectores de la burguesía, particularmente en Cataluña, huyeron o fueron expulsados, refugiándose en manada en las áreas controladas por el ejército de Franco. Un comité conjunto de la UGT y la CNT se hizo cargo del transporte a lo largo de España. Los obreros tomaron las plantas abandonadas y crearon colectivos de fábrica que organizaron la producción a nivel local. Estos colectivos o cooperativas se organizaron en los puertos, la minería, la energía eléctrica, el transporte, el gas, el suministro de agua y muchas otras industrias.

El gobierno burgués seguía “gobernando”, pero el poder efectivo estaba en manos de los obreros armados y sus comités. Era una situación de poder dual. Como escribió Trotsky: “La preparación histórica de la revolución conduce, en el periodo prerrevolucionario, a una situación en la cual la clase llamada a implantar el nuevo sistema social, si bien no es aún dueña del país, reúne de hecho en sus manos una parte considerable del poder del estado, mientras que el aparato oficial de este último sigue aún en manos de sus antiguos detentadores”. La cuestión es si esta “dualidad de poderes”, como la llamaba Trotsky, se resolvería a favor de la revolución o de la contrarrevolución. En el periodo entre la Revolución de Febrero y la de Octubre en Rusia, “la cuestión estaba planteada así”, explicó Trotsky:

“O la burguesía se apoderaba realmente del viejo aparato del estado, poniéndolo al servicio de sus fines, en cuyo caso los soviets tendrían que retirarse por el foro, o éstos se convierten en la base del nuevo estado, liquidando no sólo el viejo aparato político, sino el régimen de predominio de las clases a cuyo servicio se hallaba éste.

“Los mencheviques y los socialrevolucionarios se inclinaban a la primera solución. Los bolcheviques, a la segunda... Y triunfaron los bolcheviques”.

—Historia de la Revolución Rusa

Pero en España no había un partido bolchevique. Los estalinistas, socialistas y anarquistas le rogaron a la burguesía, en nombre de la “revolución democrática”, que reconquistara el poder que los obreros habían arrancado de los capitalistas con las armas en las manos. Según recordó el líder de la CNT, García Oliver, Luis Companys, jefe de la nacionalista burguesa Esquerra catalana, declaró en una reunión con los líderes anarquistas celebrada cuando los obreros hubieron repelido a Franco:

“Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis que en este puesto, que sólo muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy en la ciudad, no sabemos cuándo y como terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente que Cataluña marche a la cabeza de los países más adelantados en materia social”.

—citado en José Peirats Valls, La CNT en la Revolución Española (Madrid: Ruedo Ibérico, 1978)

Eso era todo lo que los líderes anarquistas necesitaban oír. García Oliver concluye su recuento así: “La CNT y la FAI se decidieron por la colaboración y la democracia, renunciando al totalitarismo revolucionario que había de conducir al estrangulamiento de la revolución por la dictadura confederal y anarquista. Fiaban en la palabra y en la persona de un demócrata catalán y mantenían y sostenían a Companys en la presidencia de la Generalidad”.

El poder dual en ausencia de una vanguardia bolchevique

A diferencia de los soviets de Rusia, los diversos comités de fábrica y de milicia en España generalmente no eran elegidos, y su composición y carácter variaba de un lugar a otro según el grupo que tuviera el control. Era necesario transformarlos en verdaderos soviets mediante la elección de delegados sujetos a revocación inmediata por las fábricas y las barracas y centralizarlos en órganos de lucha proletaria unida contra la clase capitalista en todo el país. “Únicamente cuando el doble poder asume tales proporciones de organización se plantea la alternativa de elegir entre el régimen actual y un nuevo orden revolucionario en que los Consejos se transforman en el estado” (Morrow, Op. cit.).

El Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA) estaba en la cúspide de una red de comités obreros en Cataluña. Establecido el 21 de julio de 1936 como un comité de quince, incluía representantes no sólo de la CNT, la UGT y otras organizaciones obreras, sino también de la Esquerra burguesa. Según argumenta el historiador Agustín Guillamón en su valioso recuento del grupo anarquista de izquierda Los Amigos de Durruti, dada la presencia de la Esquerra, “En ningún momento se dio una situación de doble poder. Éste es un concepto fundamental para comprender la revolución y la guerra civil española. El CCMA fue un organismo de colaboración de clases” (La Agrupación de Los Amigos de Durruti (1937-1939) [Balance. Cuadernos monográficos de historia, mayo de 1995]).

La inclusión de la Esquerra en el CCMA era una expresión de la política de colaboración de clases de los líderes reformistas y anarquistas. Pero el CCMA no era una simple extensión del gobierno del frente popular, como lo demostró el hecho de que el gobierno no tardó en aplastarlo. Como explica Morrow:

“A diferencia de un gobierno de coalición que en realidad descansa en la vieja maquinaria del estado, el Comité Central, dominado por los anarquistas, se apoyaba en las organizaciones obreras y las milicias. La Esquerra y las fuerzas más cercanas a ella —los estalinistas y la UGT— se limitaban a seguir de cerca de momento. Los decretos del Comité Central eran la única ley en Cataluña. Companys obedecía a los requisitos y demandas de dinero sin hacer preguntas. Empezó probablemente como el medio de organización de las milicias e inevitablemente tenía que tomar cada vez más funciones gubernamentales. Muy pronto organizaría un departamento de policía obrera; después, un departamento de abastecimientos, cuya palabra era ley en las fábricas y puertos de mar...

“Alrededor del Comité Central de las milicias se concentraba la multitud de comités de fábricas, pueblos, abastecimientos, comestibles, policía, etc., en forma de comités conjuntos de varias organizaciones antifascistas, ejerciendo en realidad mayor autoridad que la de sus constituyentes. Después de la primera marejada revolucionaria, los comités, sin lugar a dudas, revelaron su debilidad básica: estaban basados en un acuerdo mutuo entre las organizaciones en que reclutaban sus miembros, y después de las primeras semanas, la Esquerra, apoyada por los estalinistas, recobró sus ánimos y lanzó su programa. Los dirigentes de la CNT empezaron a hacer concesiones en detrimento de la revolución. De aquí en adelante, los comités solamente hubieran podido funcionar progresivamente si hubieran abandonado el método de acuerdo mutuo y adoptado el método de decisiones mayoritarias con delegados elegidos democráticamente en las milicias y en las fábricas”.

—Morrow, Op. cit.

Una expresión concreta de la lucha contra la política de colaboración de clases que estaba estrangulando las luchas del proletariado hubiera podido ser la exigencia de expulsar a la Esquerra del CCMA. Este llamado habría encontrado poderosa resonancia entre el combativo proletariado catalán, al que la Esquerra le había negado armas en la lucha contra Franco, sólo para ver cómo los líderes anarquistas y reformistas daban media vuelta y abrazaban a estos “demócratas” burgueses cuando los obreros habían derrotado a las fuerzas de Franco. Llamar por la expulsión de la Esquerra del CCMA habría trazado tajantemente una línea de clases, dejando en claro las traiciones de los falsos líderes obreros y sirviendo así como palanca para ganar al proletariado a la bandera del poder obrero y a la lucha por forjar un partido revolucionario.

Al mismo tiempo, la sola expulsión de los representantes de la burguesía del CCMA estaba lejos de agotar la cuestión. De hecho, en su bastión de Lérida, el POUM había echado a los representantes de la Esquerra del comité obrero local. Pero el POUM se inclinó ante el frente popular y se opuso a la formación de juntas democráticamente elegidas de obreros, campesinos y milicianos, rechazando su elección incluso en las fábricas y unidades milicianas que tenía bajo su control.

Nin argumentó que en España no había necesidad de soviets, afirmando risiblemente que esos órganos amplios y con autoridad habían surgido en Rusia porque ahí el proletariado no tenía una tradición de lucha: “En Rusia no había tradición democrática. No existía una tradición de organización y de lucha en el proletariado... Nuestro proletariado tenía ya sus sindicatos, sus partidos, sus organizaciones propias. Por esto los soviets no han surgido entre nosotros” (Andrés Nin, La Revolución Española (1930-1937) [Barcelona: Editorial El Viejo Topo, sin fecha]). Esto era una expresión de la falta de disposición de Nin de combatir políticamente a la CNT y otras tendencias. Sin embargo, la capacidad del POUM de hablar en el lenguaje de la revolución le confirió verdadera autoridad, una autoridad que habría de usar para desarmar al proletariado y disolver al CCMA y los comités obreros locales.

La contrarrevolución se rearma

En septiembre de 1936, Nin denunció al gobierno del frente popular de Madrid y planteó la consigna “Abajo los ministros capitalistas”. ¡Simultáneamente, Nin declaró que en Cataluña ya reinaba la dictadura del proletariado! Ese mismo mes, el propio Nin aceptó una cartera de ministro del estado burgués, conforme el POUM acompañaba a la CNT/FAI en su entrada a la Generalitat catalana. Nin fue nombrado ministro de justicia, ¡la misma posición que originalmente había ocupado Kerensky en el gobierno provisional burgués de Rusia! Desde ese puesto, Nin presidió el ataque frontal del gobierno republicano contra los incipientes órganos de poder proletario que habían establecido los obreros revolucionarios en Cataluña. El eje de este ataque contrarrevolucionario fue la “militarización” de las milicias: a principios de octubre, un decreto de la Generalitat ordenó la disolución del CCMA y la subordinación de las milicias obreras al estado burgués. Los comités locales también fueron disueltos y remplazados por administraciones municipales burguesas. Un artículo del periódico del POUM La Batalla (8 de octubre de 1936), firmado “Indigeta”, declaraba de plano:

“El Comité Central de las Milicias Antifascistas fue disuelto como consecuencia lógica de la formación de un nuevo gobierno del Consejo de la Generalitat. El ‘Poder dual’, una frase revolucionaria clásica, fue totalmente nocivo para el curso de la revolución... Dos meses de guerra civil y revolución nos han mostrado los males de esa dualidad”.

—citado en José Rebull, “On Dual Power” [Sobre la dualidad de poderes], octubre de 1937, reimpreso en Revolutionary History Vol. 4, No. 1/2 (nuestra traducción)

Lo que siguió fue la orden de desarmar a todos los obreros urbanos. En nombre de la “colectivización de la industria”, otro decreto trató de erradicar los colectivos de fábrica sometiéndolos más y más al yugo de un agente nombrado por el gobierno.

Nin personalmente acompañó a Lérida al líder de la Esquerra nacionalista burguesa, Luis Companys, para supervisar la disolución del comité dominado por el POUM que había ahí. Enric Adroher (Gironella), un líder del POUM, reconocería posteriormente que la Generalitat “se constituyó con esta sola misión histórica: liquidar comités” y que el POUM “se encargó de convencer a las fuerzas revolucionarias” de que la aceptaran, sólo para ser expulsado del gobierno una vez que este “servicio invaluable” había sido realizado (citado en Durgan, “Trotsky and the POUM”).

Tras su expulsión de la Generalitat en diciembre de 1936, el POUM apeló a este gobierno burgués a que convocara un congreso de sindicatos, campesinos y combatientes. Como señaló Trotsky, para el POUM esto no era sino un medio para buscar un camino de vuelta al gobierno de frente popular:

“Los dirigentes del POUM exhortan lastimosamente al gobierno del frente popular para que entre en la vía de la revolución socialista. Los dirigentes del POUM intentan hacer comprender respetuosamente las enseñanzas de Marx sobre el estado a los dirigentes de la CNT. Los dirigentes del POUM se consideran los consejeros ‘revolucionarios’ de los jefes del frente popular. Esta postura es estéril e indigna de un revolucionario.

“Es necesario movilizar abierta y audazmente a las masas contra el gobierno del frente popular. Hay que desvelar ante los obreros anarquistas y sindicalistas la traición de estos señores que se hacen pasar por anarquistas cuando en realidad no pasan de simples liberales. Es preciso fustigar al estalinismo como el peor agente de la burguesía. Es preciso sentirse los dirigentes de las masas revolucionarias y no los consejeros del gobierno burgués...

“En La Batalla del 4 de abril encontramos ‘13 condiciones para la victoria’. Todas ellas tienen el carácter de consejos que el Comité Central del POUM da a las autoridades. El POUM reclama ‘la convocatoria de un congreso de delegados de sindicatos obreros, campesinos y de soldados’. En apariencia, parece que se trata de un congreso de diputados obreros, campesinos y soldados. Pero, desgraciadamente, es al mismo gobierno burgués-reformista a quien el POUM propone respetuosamente convocar tal congreso, que en seguida deberá sustituir ‘pacíficamente’ al gobierno burgués. ¡Una consigna revolucionaria ha sido transformada en una frase hueca!”

—“¿Es posible la victoria?”, 23 de abril de 1937

El papel de la CNT/FAI anarquista

La militarización de las milicias marcó un momento decisivo. La burguesía republicana, envalentonada por la traición de los falsos líderes obreros, empezó a reafirmar su dominio. Los obreros revolucionarios tuvieron que pasar a la defensiva. Franco sitió Madrid, forzando al gobierno central a trasladarse a Valencia. La dirección de la CNT/FAI aceptó la subordinación de las milicias al estado a cambio de que se le concedieran cuatro ministerios gubernamentales en Valencia. Como observó Trotsky, “Al levantarse contra el objetivo, la toma del poder, los anarquistas no podían, a fin de cuentas, dejar de levantarse contra los medios, contra la revolución”.

“Más precisamente, los obreros anarquistas tendían instintivamente a encontrar una salida en la vía bolchevique (19 de julio de 1936, Jornadas de Mayo de 1937), mientras que los jefes, por el contrario, empujaban a las masas, con todas sus fuerzas, al campo del frente popular, es decir, al del régimen burgués.

“Los anarquistas han dado pruebas de una fatal incomprensión de las leyes de la revolución y de sus tareas al tratar de limitarse a sus propios sindicatos, es decir, a organizaciones permeadas por la rutina de los tiempos de paz, y al hacer caso omiso de lo que ocurría fuera del marco de los sindicatos, entre las masas, en los partidos políticos y en el aparato del estado. Si los anarquistas hubieran sido revolucionarios, habrían empezado por llamar, ante todo, a la creación de soviets que reunieran a los representantes de todos los trabajadores de la ciudad y del campo, incluyendo a los estratos más oprimidos que no habían entrado nunca en los sindicatos. En los soviets, los obreros revolucionarios habrían ocupado, naturalmente, una posición dominante. Los estalinistas se habrían encontrado en insignificante minoría. El proletariado se habría convencido de su fuerza invencible. El aparato del estado burgués no se habría sostenido ya en nada. Un golpe fuerte habría sido suficiente para que ese aparato cayera pulverizado...

“En lugar de esto, los anarcosindicalistas, que trataban de refugiarse de la ‘política’ en los sindicatos, se vieron, con gran sorpresa de todo el mundo y de ellos mismos, haciendo de quinta rueda del carro de la democracia burguesa”.

—“Lección de España: Última advertencia”, 17 de diciembre de 1937

Pese al incisivo retrato que traza del papel traidor que desempeñó la dirección de la CNT, Vernon Richards no puede explicar estas traiciones más que por la “corrupción del poder” (Lessons of the Spanish Revolution). La capitulación de la CNT a Companys y al estado burgués no fue un repudio del idealismo radical que había en el centro del anarquismo, sino un reflejo de éste. Al rechazar el poder político, el anarquismo plantea en cambio que la liberación de la opresión es un acto de regeneración moral de todos los hombres “de buena voluntad”. Como explicó Morrow:

“Realmente, la colaboración de clases está encerrada en el corazón de la filosofía anarquista. Está escondida, durante los periodos de reacción, por el odio anarquista a la represión capitalista, pero en un periodo revolucionario de doble poder tiene que salir a la superficie. Ya que entonces el capitalismo ofrece con una sonrisa colaborar en la construcción del nuevo mundo. Y el anarquista, estando en contra de ‘toda dictadura’, incluyendo la dictadura del proletariado, pedirá al capitalista simplemente que se deshaga del aspecto capitalista, lo que éste, naturalmente, aceptará, para preparar mejor el aplastamiento de los obreros”.

—Morrow, Op. cit.

Cuando gozaba de una base de masas y operaba en condiciones de legalidad burguesa, la CNT actuaba en buena medida igual que cualquier otro sindicato. Como escribió Trotsky en 1938, “En tanto que organizaciones representativas de las capas superiores del proletariado, los sindicatos, como lo atestigua toda la experiencia histórica, comprendida en ella la experiencia fresca aún de los sindicatos anarcosindicalistas de España, desenvuelven poderosas tendencias a la conciliación con el régimen democrático-burgués. En los periodos de aguda lucha de clases, los aparatos dirigentes de los sindicatos se esfuerzan por convertirse en amos del movimiento de masas para domesticarlo” (“Los sindicatos en la era de transición”, en Trotsky, Sobre los sindicatos [Managua: PRT, sin fecha]). Si los sindicatos no son dirigidos por un partido revolucionario que luche por el poder estatal proletario, actuarán como auxiliares de la democracia burguesa. A pesar de su retórica más radical, los líderes de la CNT demostraron no ser más que lo que eran realmente: burócratas sindicales reformistas.

Reflejando la rabia y el descontento crecientes en la base de la CNT ante la disolución de las milicias, un grupo de anarquistas, Los Amigos de Durruti, finalmente sí lanzó el llamado por juntas obreras. Formado en marzo de 1937, el grupo tomaba su nombre del viejo anarquista radical Buenaventura Durruti, un combativo dirigente de la FAI y el líder de una milicia de la CNT en el frente de Aragón. En noviembre de 1936, Durruti había denunciado a la dirigencia de la CNT por apoyar la militarización de las milicias; ese mismo mes fue asesinado en circunstancias sospechosas. Como señala Guillamón en La Agrupación de Los Amigos de Durruti (1937-1939), el grupo representaba una fusión de los combatientes anarquistas que se oponían a la disolución de las milicias —como el antiguo colaborador de Durruti, Pablo Ruiz— y los intelectuales anarquistas que se oponían a la participación en el gobierno. Entre estos últimos se contaba Jaime Balius, uno de los principales redactores del órgano de la CNT, Solidaridad Obrera. Los Amigos de Durruti tenían cuatro mil militantes o más, y raíces significativas en la CNT/FAI (ver: “Trotskyism and Anarchism in the Spanish Civil War” [Trotskismo y anarquismo en la Guerra Civil española], Workers Vanguard Nos. 828 y 829, 11 de junio y 9 de julio de 2004).

Aunque Los Amigos de Durruti nunca dieron el salto del anarquismo al marxismo, su deseo de ver triunfar la revolución obrera los impulsó hasta los límites de la ideología anarquista. En un folleto de 1938, Hacia una nueva revolución, Balius declaraba:

“En nuestro programa introducimos una ligera variante dentro del anarquismo. La constitución de una Junta revolucionaria.

“La revolución a nuestro entender necesita de organismos que velen por ella y que repriman, en un sentido orgánico, a los sectores adversos que las circunstancias actuales nos han demostrado que no se resignan a desaparecer”.

—citado en Guillamón, La Agrupación de Los Amigos de Durruti

Esta “ligera variante”, reconocer la necesidad de un órgano de represión de los “sectores adversos”, implicaba un reconocimiento explícito de la necesidad de un estado obrero, es decir, de la dictadura del proletariado. Como lo puso Lenin, “¿deberán los obreros ‘deponer las armas’ o emplearlas contra los capitalistas para vencer su resistencia? Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra clase, ¿qué es sino una ‘forma transitoria’ de estado?” (El estado y la revolución, 1917).

Desde el comienzo de los acontecimientos de España, Trotsky había enfatizado la necesidad de tenderle la mano a la CNT, que “reúne sin ninguna duda a los elementos más combativos del proletariado”. Trotsky argumentó:

“la selección [en la CNT] se ha hecho...en el curso de no pocos años. Consolidar esta Confederación y transformarla en una verdadera organización de masas es un deber de cada obrero avanzado y ante todo de los comunistas...

“Pero, al mismo tiempo, no podemos hacernos ilusiones en cuanto a la suerte del anarcosindicalismo como doctrina y método revolucionario. Por ausencia de programa revolucionario e incomprensión del papel del partido, el anarcosindicalismo desarma al proletariado. Los anarquistas ‘niegan’ la política hasta el momento en que ésta se les lanza al cuello: entonces allanan el camino para la política de la clase enemiga”.

—“La revolución española y las tareas de los comunistas”, enero de 1931

Inicialmente, tanto la ICE como el BOC de Maurín tenían algunas fuerzas dentro de la CNT. En 1932-33, la FAI anarquista consolidó su control sobre la confederación e hizo expulsar de ella a la mayoría de los maurinistas (así como a los sindicalistas reformistas en torno a Pestaña). El anarquista Murray Bookchin, que se indigna contra los supuestos autoritarismo y brutalidad de los bolcheviques de Lenin, declama cínicamente sobre la mordaza burocrática que la FAI impuso a la CNT: “No hay que hacerse ilusiones de que este éxito se haya conseguido con excesiva sensibilidad respecto a los buenos modales democráticos” (Bookchin, “Introductory Essay” [Ensayo introductorio] ed. Sam Dolgoff, The Anarchist Collectives [Los colectivos anarquistas, Nueva York: Free Life Editions, 1974]).

Trotsky observó que la CNT/FAI iba a la cola de los nacionalistas catalanes; el grupo de Maurín, a su vez, iba a remolque de los anarcosindicalistas. Y Nin seguía los pasos de la CNT/FAI y de Maurín. Este curso políticamente conciliacionista alcanzó su máximo florecimiento bajo el impacto de la Guerra Civil y el frente popular. Andrade, vocero “izquierdista” de Nin, reconoció abiertamente la bancarrota de la confianza del POUM en los líderes anarcosindicalistas: “El futuro de la revolución española dependerá de la actitud que adopten la CNT y la FAI y de la capacidad que demostrarán sus líderes (¡!) de orientar a las masas que los siguen” (citado en Adolphe, “History and Lessons of a Mistake” [Historia y lecciones de un error], 28 de mayo de 1937, Information Bulletin [Boletín de Información], julio de 1937). Como escribió Morrow:

“Los dirigentes del POUM se adhirieron a la CNT. En vez de competir abiertamente con los anarcorreformistas por la dirección de las masas, Nin buscó ilusoriamente fuerza identificándose con ellos. El POUM mandó sus militantes a la insignificante y heterogénea UGT catalana, en vez de competir por la dirección de los millones de obreros de la CNT. Las milicias organizadas del POUM circunscribieron su influencia en vez de mandar sus fuerzas a las enormes columnas de la CNT, a las que se unían las secciones decisivas del proletariado. La Batalla señalaba la tendencia de los sindicatos de la CNT a tratar la propiedad colectivizada como suya propia. Nunca atacaba las teorías anarcorreformistas que crearon la tendencia. En el año siguiente, nunca hizo un ataque de principios a los dirigentes anarcorreformistas, ni siquiera cuando los anarquistas estuvieron de acuerdo en la expulsión del POUM de la Generalitat. Lejos de dirigir una acción conjunta con la CNT, esta falsa política permitió a la CNT-FAI volver la espalda al POUM con total impunidad”.

—Morrow, Op. cit.

El grupo Durruti: Anarquistas de izquierda sin brújula

Inicialmente, el POUM alabó (aparentemente sin reservas) a Los Amigos de Durruti. A posteriori, Andrade descartó la significación que este grupo tenía dentro del anarcosindicalismo, cuando escribió en 1986: “después se ha pretendido presentar a ‘Los Amigos de Durruti’ como una organización poderosamente representativa, expresión de la conciencia revolucionaria de la CNT-FAI. En realidad no eran nada en el plano orgánico y eran un monumento de confusión en el terreno ideológico” (Guillamón, Op. cit.). Durgan repitió: “También ha habido una tendencia en los escritos trotskistas sobre la Revolución Española a sobreestimar la importancia de los aliados potenciales del POUM en mayo de 1937, el grupo anarquista radical Los Amigos de Durruti” (Durgan, “Trotsky and the POUM”).

Estos son pretextos para la negativa del POUM a combatir políticamente a los anarcosindicalistas. Los Amigos de Durruti estaban profundamente confundidos. Pero se estaban desplazando políticamente. De haber existido un partido leninista que intersecara ese desplazamiento, pudiera habérseles despojado de su bagaje ideológico a los mejores de entre estos anarquistas de izquierda para ser conquistados al bolchevismo. Mediante la experiencia del frente popular y la traición de los líderes de la CNT/FAI, los militantes de Los Amigos de Durruti habían empezado a rechazar empíricamente aspectos clave de la doctrina anarquista, incluyendo el “antiautoritarismo” con que los líderes de la CNT justificaban su capitulación a Companys. Antes de su disolución, el sector de Gelsa de la Columna Durruti del frente de Aragón llamó a la dirigencia de la CNT/FAI a que reorganizara las milicias bajo un mando central responsable ante delegados democráticamente elegidos y dio algunos pasos hacia la realización de este proyecto. En ese mismo espíritu, en enero de 1937 Balius escribió:

“Van dándose cuenta todos de que el proletariado, para triunfar rápidamente en esta lucha contra el fascismo, necesita un ejército. Pero un ejército suyo, nacido de sí mismo, regido por sí mismo; controlado, cuando menos, por sí mismo... Un ejército con mando y disciplina; mando obrero”.

—citado en Miquel Amorós, La revolución traicionada: La verdadera historia de Balius y
Los Amigos de Durruti
(Barcelona: Virus Editorial, 2003)

En uno de sus últimos artículos para Solidaridad Obrera de la CNT (6 de diciembre de 1936), “El testamento de Durruti”, Balius escribió: “Durruti afirmó rotundamente que los anarquistas exigimos que la Revolución tenga un carácter totalitario” (Jaime Balius, “El testamento de Durruti”, Solidaridad Obrera, 6 de diciembre de 1936). Balius posteriormente negaría que el grupo hubiera concebido la junta como el órgano de un nuevo poder de clase (ver: Ronald Fraser, Blood of Spain: An Oral History of the Spanish Civil War [Sangre de España: Una historia oral de la Guerra Civil Española, Nueva York: Pantheon Books, 1979]). Pero en un cartel de abril de 1937, el grupo llamaba explícitamente por una junta obrera que remplazara al gobierno de la Generalitat capitalista: “Constitución inmediata de una Junta Revolucionaria integrada por obreros de la ciudad, del campo y por combatientes... Frente a la Generalidad, la Junta Revolucionaria” (Guillamón, Op. cit.).

Sin embargo, Los Amigos de Durruti se mantuvieron fieles en todo momento a la CNT/FAI y conservaron la hostilidad de los anarquistas contra los partidos políticos. Así pues, visualizaban juntas revolucionarias compuestas exclusivamente por delegados elegidos de los sindicatos. Esto le negaba la representación a las masas de obreros no sindicalizados, que generalmente componían las capas más oprimidas y volátiles del proletariado. Además, los sindicatos, como organizaciones para la lucha defensiva de rutina en tiempos de paz, tendían a actuar como un freno conservador de la lucha revolucionaria. Trotsky escribió: “Los epígonos del sindicalismo querrían hacernos creer que los sindicatos son suficientes por sí mismos. Esto teóricamente no quiere decir nada, pero en la práctica significa la disolución de la vanguardia revolucionaria en la retaguardia de masas, o sea en los sindicatos” (“Comunismo y sindicalismo”, 14 de octubre de 1929, en Sobre los sindicatos).

El prejuicio antipolítico del grupo Durruti también se expresó en una falsa distinción entre el control de la junta sobre el esfuerzo bélico y el control sindical de la economía. Su plataforma de 1938, Hacia una nueva revolución especificaba: “La Junta no se inmiscuirá en los asuntos económicos que atañen exclusivamente a los sindicatos”. Pero no hay forma de separar las cuestiones políticas y militares de las económicas. La capacidad de combate del ejército proletario dependía de la producción de armamento, víveres y otros materiales; una junta revolucionaria no hubiera podido proseguir la guerra sin tomar eso en consideración, como tampoco hubieran podido los sindicatos administrar los asuntos económicos sin considerar las necesidades militares.

Esto se planteó concretamente en torno a la cuestión del suministro de armas adecuadas para los obreros. Los líderes de la CNT justificaron su apoyo al estado burgués alegando que hacía falta un ejército centralizado con armamento moderno para librar la guerra contra las tropas de Franco. Hacia una nueva revolución observaba: “El Norte de España se podía salvar adquiriendo el stock de material bélico que para hacer frente al enemigo se requería. Y para eso habían medios. Las reservas de oro del Banco de España permitían abarrotar el suelo español de armamento. ¿Por qué no se hizo?” La CNT no podía ni quería tomar los bancos porque ella misma formaba parte del estado burgués. La expropiación y colectivización de las finanzas y la industria eran tareas para un estado obrero basado en el poder centralizado de las juntas. Pero Los Amigos de Durruti no aceptaban que ésa fuera tarea de un estado soviético centralizado y dejaron la pregunta sin respuesta.

Algo acaso más indicativo de la incapacidad de Los Amigos de romper del todo con la CNT/FAI era su línea sobre la cuestión nacional/colonial. La hostilidad de los anarquistas frente a todo estado lógicamente los llevó a oponerse a la lucha por la independencia del Marruecos español. En su folleto de 1938, Los Amigos de Durruti describían a España como una colonia sin llamar jamás por la independencia de Marruecos. La crítica que hace Vernon Richards a los líderes de la CNT/FAI se aplica con igual fuerza a Los Amigos de Durruti:

“A juzgar por sus acciones, es claro que la CNT no tenía un programa revolucionario capaz de transformar a Marruecos de enemigo en aliado del movimiento popular, y los líderes nunca prestaron atención a los militantes anarquistas que había entre ellos, como Camillo Berneri, que instaban por que los anarquistas españoles enviaran agitadores al África del Norte para realizar entre los árabes una campaña de propaganda a gran escala a favor de la autonomía”.

Lessons of the Spanish Revolution

La cuestión de Marruecos había tenido mucho peso en la fundación de la CNT, que tuvo lugar en la secuela de la huelga general de 1909 contra el llamado a filas de los reservistas militares a Marruecos. Justo después de su fundación en 1911, la CNT convocó a otra huelga general, en parte contra la guerra en Marruecos. Pero para finales de 1936, los líderes de la CNT/FAI fungían como ministros del estado burgués español que sometía al pueblo marroquí a la opresión colonial.

Los trotskistas proclamaron: “Marruecos para los marroquíes. En el mismo momento en que esta consigna sea públicamente proclamada, se producirá en Marruecos una fermentación insurreccional que arrastrará consigo la descomposición del ejército mercenario fascista” (Manifiesto de la SBLE, “¡A pesar de todo, viva la Revolución!”, 19 de julio de 1937, en Guillamón, Documentación). Los batallones de choque de Franco se componían principalmente de marroquíes y de la Legión Extranjera española, así como de algunas tropas suministradas por Hitler y Mussolini. Exiliado en la isla de Réunion, Abd-el-Krim, el líder de la guerra del Rif de 1921-26 contra los colonialistas franceses y españoles en Marruecos, pidió al primer ministro del PSOE Largo Caballero que usara sus influencias en el gobierno francés del frente popular de Léon Blum para que le concediera su liberación, de modo que pudiera regresar a Marruecos para dirigir una insurrección contra Franco. Pero los imperialistas británicos y franceses en los que se esperanzaba la República Española no habrían tolerado semejante jugada. Como comentó Morrow: “Largo Caballero no intervendría y Blum no haría nada. Movilizar el Marruecos español podía poner en peligro la dominación imperialista en toda África” (Revolución y contrarrevolución en España).

La lucha por reforjar un núcleo trotskista

Cuando Nin se liquidó en el POUM en 1935, una traición y una deserción de proporciones históricas, la bandera de la IV Internacional desapareció de España por más de un año. Escribiendo inmediatamente después de que el POUM firmara el pacto del frente popular, Trotsky declaró que era necesario “desenmascarar implacablemente la traición de Maurín, Nin, Andrade y sus compinches y sentar los fundamentos de una sección española de la IV Internacional” (“La traición del ‘Partido Obrero de Unificación Marxista’ español”). Pocos meses después, escribió: “La acción de los marxistas en España comienza por la condena irreconciliable del conjunto de la política de Andrés Nin y Andrade, que era y sigue siendo no sólo errónea, sino criminal” (“¿Qué deben hacer los bolcheviques-leninistas en España?”, 12 de abril de 1936). Afirmando que “Los elementos auténticamente revolucionarios disponen aún de cierto plazo, verosímilmente bastante breve, para tomar conciencia, para reunirse, para preparar el futuro”, Trotsky argumentó que las tareas de “los partidarios españoles de la IV Internacional...son claras como la luz del día”:

“1. Condenar y denunciar implacablemente ante las masas la política de todos los dirigentes que forman parte del frente popular.

“2. Comprender a fondo y exponer claramente ante los ojos de los obreros avanzados el lamentable papel jugado por la dirección del ‘Partido Obrero de Unificación Marxista’, en particular el de los antiguos ‘comunistas de izquierda’ como Andrés Nin, Andrade, etc.

“3. Reunirse alrededor de la bandera de la IV Internacional sobre la base de la ‘Carta Abierta’ [primavera de 1935].

“4. Adherirse al Partido Socialista y a las Juventudes Unificadas, a fin de trabajar allí como fracción en el espíritu del bolchevismo.

“5. Crear fracciones y células en los sindicatos y otras organizaciones de masas.

“6. Dirigir lo esencial de su atención hacia los movimientos de masas espontáneos o semiespontáneos, estudiar sus rasgos generales, es decir, estudiar la temperatura de las masas, y no la de las camarillas parlamentarias.

“7. Estar presentes en todas las luchas, a fin de darles una expresión clara.

“8. Insistir siempre para que las masas constituyan sus comités de acción elegidos ad hoc (juntas, soviets) y ampliarlos cada vez más.

“9. Oponer el programa de la conquista del poder, de la dictadura del proletariado y de la revolución social a todos los programas híbridos, al estilo Caballero o Maurín.

“Éste es el único camino real de la revolución proletaria. No existe otro”.

Ibíd.

Trotsky le escribió esta carta a un partidario en España, pero no es claro si alguna vez llegó a su destino o si se distribuyó en España. Sin embargo, fue publicada por la prensa trotskista internacionalmente.

Era necesario construir un nuevo núcleo trotskista español que pudiera enarbolar abiertamente la bandera de la IV Internacional y que mostrara un rostro independiente ante las masas. Esto requería una lucha dirigida también contra los elementos conciliacionistas dentro de la LCI. Muchos de los primeros cuadros oposicionistas europeos —incluyendo a Vereecken y Sneevliet— cayeron bajo el influjo del centrista Buró de Londres y todos ellos terminaron alineándose con Nin contra Trotsky. A finales de julio de 1936, la LCI celebró una conferencia en París de la que surgió el Movimiento por la IV Internacional. Sneevliet abandonó la conferencia a las pocas horas de iniciada, tras declarar que pensaba participar en una conferencia del Buró de Londres que se celebraría ese otoño. En general, el Secretariado Internacional, con base en París, estaba compuesto por elementos relativamente jóvenes e inexpertos. Ellos también estaban sujetos a las presiones del frentepopulismo, particularmente pronunciadas en Francia, que entonces era gobernada por el Frente Popular de Léon Blum. Jean Rous, uno de los líderes de la sección francesa, fungió como representante del S.I. en España en 1936.

Así, cuando estalló la Guerra Civil Española, el centro internacional del movimiento trotskista era nuevo y no estaba consolidado. Sobre todo, durante cinco meses cruciales se vio privado de la intervención de Trotsky. A finales de agosto de 1936, mientras Moscú anunciaba el primero de una serie de procesos embusteros que llevaría a las sangrientas purgas masivas, el gobierno noruego recluyó a Trotsky a petición de la burocracia estalinista. Inmediatamente tras haber terminado La revolución traicionada, su análisis definitivo de la degeneración estalinista de la Unión Soviética, Trotsky enfrentó la tarea de exponer las calumnias que el régimen de Stalin lanzaba contra él y contra los otros viejos bolcheviques. En diciembre, Trotsky fue deportado a México, a donde llegó al mes siguiente. Su ausencia como factor de intervención activo en España durante ese periodo representó una pérdida incalculable.

Un rico acervo de material documental producido por los trotskistas españoles, o relacionado con ellos y los debates en la IV Internacional sobre España, puede consultarse actualmente en Harvard y en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, entre otras instituciones. Pero la labor de reseñarlo todo y proyectar una imagen completa de la intervención trotskista aún está por hacerse. Hemos examinado algunas actas y correspondencia del S.I., e informes sobre España, así como memorias de los participantes y otros materiales publicados en inglés por Revolutionary History y otras fuentes. También revisamos la colección de materiales de los trotskistas españoles compilada por Agustín Guillamón en Documentación histórica del trosquismo español (1936-1948). Sin embargo, ni aun el mejor material autobiográfico, como Jalones de derrota: promesa de victoria de Munis, dice mucho sobre las disputas y discusiones internas que tuvieron lugar entre la liquidación de la ICE en 1935 y la insurrección de Barcelona en 1937. Así, nuestro conocimiento del trabajo de los trotskistas españoles es fragmentario y no podemos hacer sino algunas observaciones generales. Hace falta mucho más trabajo para generar un balance completo del trabajo de la IV Internacional en España en 1936-37.

La conciliación con el POUM

En el verano de 1936, después de muchos esfuerzos mayormente infructuosos de reestablecer contactos en España, el S.I. fue contactado por el pequeño Grupo Bolchevique Leninista (GBL) encabezado por Nicola di Bartolomeo (Fosco). La mayor parte de los miembros del GBL eran extranjeros, muchos de ellos italianos como Fosco, que en sus países habían pertenecido a la Oposición de Izquierda y habían llegado a España para pelear en la Guerra Civil. El grueso de este grupo partió para el frente inmediatamente para unirse a la milicia del POUM. Los trotskistas españoles en general hacían caso omiso de cuál debía ser su tarea central: publicar una revista con artículos teóricos y polémicos para armar programáticamente su intervención. Como enfatizó Lenin en una de sus obras primordiales, ¿Qué hacer? (1902), un órgano regular de prensa partidista es el andamio indispensable para construir un partido revolucionario. No fue sino hasta abril de 1937 que la sucesora del GBL, la SBLE, empezó a publicar un periódico, La Voz Leninista. Sólo se publicarían tres números antes de que la SBLE fuera suprimida en 1938. La ausencia de una prensa regular perjudicó fundamentalmente la intervención de los trotskistas.

En vez de mostrarle a las masas un rostro propio e independiente, el GBL se vio arrastrado a la zaga del POUM. Fosco, a quien Nin había asignado hacerse cargo de los voluntarios extranjeros en la milicia del POUM, juró lealtad a este partido como el “único partido revolucionario” (“La revolución española, esperanza del proletariado mundial”, La Batalla, 4 de agosto de 1936, reimpreso en Guillamón, Documentación). Escribiendo varios años después, Fosco se quejó amargamente de que cuando llegó a España una delegación del S.I. dirigida por Jean Rous, en agosto de 1936, ésta llevaba una declaración de Trotsky “sobre el POUM y contra ‘los traidores Nin y Andrade’ para distribuirla entre los BL y el POUM. Esto por sí solo bastaría para condenar toda la política del SI” (Ibíd.).

Rous describió a Fosco como “un agente del POUM en nuestras filas, que le ha facilitado a ese partido el reprimirnos” (Bulletin Intérieur International [Boletín Interno Internacional] No. 1, abril de 1937). Subsecuentemente, Fosco fue expulsado del GBL y se dedicó a producir varios números de una publicación en francés, le Soviet, junto con Raymond Molinier, un maniobrero sin principios que había sido expulsado de la sección francesa a finales de 1935. Pero no fue sólo Fosco quien denunció a Trotsky por sus mordaces ataques contra los líderes del POUM. Sneevliet, Serge y Vereecken lo hicieron también. En 1936-37, los elementos más jóvenes del S.I. participaron en luchas acaloradas pero frecuentemente inconclusas contra las posturas marcadamente pro-POUM de Sneevliet, Vereecken y Serge. Entre los elementos más sólidos del S.I. estaban Erwin Wolf (Braun), un oposicionista checo que había sido secretario de Trotsky en Noruega, y Rudolph Klement (Adolphe), que previamente había sido secretario de Trotsky, en Turquía y Francia.

En una carta del 20 de diciembre de 1936, Rous reportó: “Cuando Sneevliet vino a Barcelona, condenó categórica y públicamente la línea política del S.I. para alabar la del POUM, desde su posición como miembro del Buró de la IV Internacional” (Ibíd.). Vereecken también defendió al POUM. Reconocía que este partido había cometido algunos “errores”, pero no quería llamarlos por su verdadero nombre: traiciones. Vereecken reservó su fuego para las denuncias “criminales” que hacía Trotsky de estos “errores”. Cuando el periódico de Vereecken publicó un artículo del POUM con una introducción que alababa a Nin y Cía., Trotsky escribió en una carta al comité de redacción:

“Durante seis años, Nin no ha hecho sino cometer errores. Flirteaba con las ideas y se escondía ante las dificultades, remplazaba la lucha por pequeñas combinaciones. Ha obstaculizado la lucha por un partido revolucionario en España. Todos los jefes que le han seguido comparten la misma responsabilidad. Se ha hecho todo, durante seis años, para conducir a ese heroico proletariado español a la más terrible de las derrotas... ¡Qué miseria! Y reproducís eso con vuestra aprobación en lugar de fustigar a los mencheviques traidores que se cubren con fórmulas casi bolcheviques.

“Que no se me diga que los obreros del POUM luchan heroicamente, etc. Lo sé tan bien como el que más. Pero es precisamente su lucha y su sacrificio lo que más nos fuerza a decir la verdad y nada más que la verdad. ¡Abajo la diplomacia, el flirt y el equívoco! Hay que saber decir las más amargas verdades cuando de ellas depende la suerte de una guerra y de una revolución. No tenemos nada en común con la política de Nin ni con aquellos que la protegen, la enmascaran o la defienden”.

—“Decir las verdades más amargas”, 23 de marzo de 1937

En respuesta a Trotsky, Vereecken tronó: “Consideramos este artículo, así como la actitud general de nuestro Buró y de la Sección Francesa respecto al POUM, sectarios y dañinos, y si nos tentara el uso de palabras fuertes, diríamos que criminal” (Vereecken, “For a Correct Policy in Respect to the Spanish Revolution and POUM” [Por una política correcta respecto a la Revolución Española y el POUM], reimpreso en Information Bulletin, julio de 1937). Vereecken hacía eco de los pretextos parroquiales con los que Nin justificaba su rechazo de las lecciones de la Revolución Bolchevique: “Un partido no es un producto que pueda ser importado y exportado a voluntad. La Revolución Española será ‘española’ tal como la Revolución Rusa fue ‘rusa’”. Finalmente, Vereecken concluía que “lo que queremos expresar con todas nuestras fuerzas es que el POUM es la organización revolucionaria en España”, y se quejaba de que “toda la actividad del Buró se dirige a construir un partido revolucionario fuera del POUM” (Ibíd.).

Desgraciadamente, no era así. Debilitado por la ausencia de Trotsky y por el hecho de que las diferencias con el POUM no habían sido discutidas a fondo, algunos elementos al interior del S.I. inicialmente cedieron ante las presiones de apologistas del POUM como Sneevliet y Vereecken y claramente no habían logrado “comprender a fondo...el lamentable papel” de Nin y Cía. A esto se sumó la debilidad de las fuerzas del trotskismo español sobre el terreno. Éstas se habían reforzado en octubre de 1936 con el retorno de Grandizo Munis, uno de los poquísimos cuadros de la ICE que se había alineado con Trotsky contra Nin en la cuestión de la entrada al PSOE y la JS. Incluso así, los trotskistas de España eran, en su gran mayoría, extranjeros y no estaban cohesionados políticamente, y se enfrentaban con organizaciones obreras de masas en una situación revolucionaria.

Pero esto no es un argumento para dejar de luchar por la dirección de la vanguardia proletaria que tan desesperadamente se necesitaba. El primer deber de los trotskistas españoles era luchar por escindir y reagrupar a los elementos revolucionarios del POUM, los anarquistas y otros partidos obreros con el objetivo de forjar el instrumento crucial para la victoria: un partido de vanguardia leninista. En lugar de ello, los trotskistas españoles y el S.I. estaban abrumadoramente preocupados por entrar al POUM como único medio posible para forjar un partido bolchevique.

En una carta del 24 de agosto de 1936, Hans David Freund (Moulin), un exiliado alemán que llegó a ser líder de los bolcheviques-leninistas españoles, describió al POUM como “un partido centrista”, pero concluyó: “Debemos trabajar por la bolchevización del POUM aunque sin poder prever si ésta se hará por la substitución de la actual dirección, o por la evolución de sus actuales dirigentes hacia el bolchevismo-leninismo” (Moulin, carta del 24 de agosto de 1936, reproducida en La Revolución Española (1930-1940)). Alentados y apoyados por el S.I., los bolcheviques-leninistas intentaron organizar su entrada al POUM con derechos fraccionales.

Nin respondió a esta primera súplica exigiendo que los trotskistas no ingresaran sino como individuos y demandando: “Debéis declarar públicamente que os disociáis y que condenáis la campaña de calumnias y difamaciones lanzada contra nuestro partido por la pretendida IV Internacional” (Andrés Nin, “Carta a los BL de Barcelona”, 13 de noviembre de 1936, en Guillamón, Documentación). Después de esto, en abril de 1937, la SBLE intentó darle otro enfoque a su entrada, con una carta tajantemente polémica a la dirigencia del POUM (Guillamón, Documentación). En ese mismo número de julio de 1937 del Information Bulletin se publicó un artículo de Trotsky que, tras las Jornadas de Mayo de Barcelona, advertía en contra de enfocarse en el POUM:

“El POUM continúa siendo una organización catalana. Sus dirigentes impidieron en su momento la entrada en el Partido Socialista recubriendo con estéril intransigencia su profundo oportunismo. Sin embargo, es de esperar que los acontecimientos de Cataluña originen fisuras y escisiones en las filas del PSOE y de la UGT. En ese caso tendría consecuencias funestas confinarse en el marco del POUM que, por otra parte, se restringirá considerablemente en las próximas semanas. Es preciso dirigirse a las masas anarquistas en Cataluña, a las masas socialistas y comunistas en otros lugares. No se trata de conservar las viejas formas externas, sino de crear nuevos puntos de apoyo con vistas al futuro”.

—“Observaciones sobre la insurrección de mayo”, 12 de mayo de 1937

No hay duda que los trotskistas debían buscar acceso a los miembros del POUM que, de unos pocos miles, habían aumentado a 30 mil en los primeros meses de la Guerra Civil, y cuya retórica izquierdista, como escribió Trotsky, había “creado la ilusión de que existía en España un partido revolucionario” (“El POUM, partido centrista”, 10 de marzo de 1939). No hace falta decir que era mucho más difícil acceder a esas bases desde fuera. Pero esta situación no era en modo alguno como la que habían enfrentado los trotskistas en la época del giro francés, cuando ingresaron a los grandes partidos en pleno fermento con el fin de aprovechar una oportunidad efímera y con la posibilidad de publicar una prensa que expusiera abiertamente sus opiniones y principios.

El POUM se había pasado al enemigo de clase al firmar en enero de 1936 el “Pacto Electoral de la Izquierda”. Como insistía Trotsky, la lucha por ganarse a los elementos revolucionarios del POUM debía empezar con una “condena implacable” de esta traición. La exigencia de que el POUM repudiara este pacto era la única base principista para considerar siquiera la táctica del entrismo. La participación de Nin como Ministro de Justicia en el gobierno de frente popular de Cataluña no fue sino la expresión concreta de su traición original. Aunque Nin fue destituido del gobierno en diciembre de 1936, toda la orientación del POUM siguió enfocada a obtener su reingreso al gobierno. Haberse unido al POUM, incluso con derechos fraccionales, hubiera obligado a los trotskistas a someterse a la disciplina de ese partido, lo que, en la España de 1936-37, habría constituido una traición. En el POUM no había lugar para los trotskistas. Como habría de escribir Trotsky en una polémica posterior contra Sneevliet y Vereecken:

“Que Vereecken reduzca la cuestión al simple derecho de las fracciones a existir, sólo demuestra que ha borrado la línea de demarcación entre el centrismo y el marxismo. Un verdadero marxista diría: ‘Se pretende que no existe democracia en el POUM. Es falso, existe democracia para los derechistas, los centristas, los confusionistas. Pero no para los bolcheviques leninistas.’ En otros términos, la comprensión de la democracia en el POUM está determinada por el contenido real de la política centrista, radicalmente hostil al marxismo revolucionario”.

—“Los acontecimientos de la revolución española ponen a prueba las ideas y a los individuos”,
24 de agosto de 1937

La tarea que enfrentaban las diminutas fuerzas trotskistas era construir el núcleo de un partido de vanguardia mediante el reagrupamiento con elementos de izquierda del POUM y de los anarcosindicalistas, así como de los partidos Socialista y Comunista. Sólo construyendo ese núcleo como punto de apoyo podía aplicarse una palanca para separar a las masas de obreros revolucionarios de sus falsos líderes. La táctica del frente unido hubiera sido un arma importante para explotar las contradicciones entre la base obrera y las dirigencias de las corrientes reformistas, centristas y anarcosindicalistas. Combinar la unidad en la acción contra los ataques de la reacción con la libertad de crítica en la denuncia de las traiciones de las otras organizaciones obreras hubiera ayudado a trasladar las premisas políticas del trotskismo a la realidad viviente.

La SBLE también se inclinó programáticamente hacia el POUM con su llamado por un “frente revolucionario del proletariado” del POUM y la CNT que dirigiera la lucha contra el frente popular. Una octavilla de la SBLE de febrero de 1937 declaraba:

“Es preciso, es urgentemente necesario, formar un frente revolucionario del proletariado que se alce contra la unión sagrada que representa el frente popular...

“Como las organizaciones de extrema izquierda más poderosas, el frente revolucionario debe ser iniciado por la CNT y el POUM. Sus objetivos deben quedar claramente establecidos y el acceso libre a todas las organizaciones obreras que rechacen la funesta política del Frente Popular”.

—Octavilla de la SBLE, “Trabajadores de la CNT, el POUM, la FAI, las JJ.LL. [Juventudes Libertarias]; proletarios todos”, en Guillamón, Documentación

La consigna de la SBLE era un eco directo del llamado del POUM a un “frente obrero revolucionario”, con el que Nin quería sellar un pacto político con los líderes de la CNT que le permitiera regresar al gobierno catalán. Trotsky argumentó que un frente unido revolucionario del proletariado sería posible sólo mediante la creación de soviets y bajo la dirección de un partido revolucionario. A diferencia del POUM, la SBLE sí llamaba por soviets. Sin embargo, la exigencia de un “frente revolucionario proletario” separado de éstos y bajo la dirección de la CNT y el POUM no podía sino sembrar ilusiones en los falsos líderes anarquistas y centristas.

Tras arribar a México en enero de 1937, Trotsky reemprendió sus escritos sobre España, muchos de ellos polémicas contra los apologistas del POUM. En el S.I., Klement y Wolf comenzaron a reconocer algunos de los problemas de los intentos parciales que habían realizado hasta entonces para enfrentar el oportunismo pro-POUM de las direcciones holandesa y belga. Una reunión del S.I. celebrada en mayo de 1937 fue el escenario de una tajante lucha contra Vereecken y aprobó una resolución autocrítica sobre la anterior anuencia con que se habían recibido las exigencias de Sneevliet de que no se publicaran críticas contra él en un boletín interno. La resolución concedía: “El S.I. lamenta haber perdido un tiempo valioso tratando en vano de convencer al RSAP [holandés] de que aceptara una discusión internacional sobre estos temas”. Wolf, informando desde España, más tarde escribiría críticamente sobre “el mutismo y la vacilación demasiado prolongadas del S.I. El POUM utilizaba diestramente las divergencias entre las diferentes secciones de la IV Internacional y debilitaba la fuerza de argumentación de los b.l. españoles” (Wolf, “Informe interno”, 6 de julio de 1937, Guillamón, Documentación). Wolf reconocía también que “en el pasado nos ocupamos casi exclusivamente del POUM. Los obreros revolucionarios anarquistas fueron demasiado olvidados, a excepción de Los Amigos de Durruti” (Ibíd.). Finalmente, en las “Resoluciones del Buró Internacional de la IV Internacional sobre la situación actual en España y las tareas de los bolcheviques leninistas” (sin fecha), apareció una declaración categórica sobre la necesidad de construir un partido independiente:

“La tarea de construir una nueva dirección revolucionaria de la IV Internacional no será la de convertirse en consejeros del POUM, sino, sobre todo, dirigirse directamente a los obreros y explicarles la situación tal y como es, sobre la base de la línea y el programa del movimiento por la IV Internacional”.

—Reimpreso en Information Bulletin, julio de 1937

Wolf, que se había ofrecido para ir a España cuando el S.I. no pudo hallar a ningún otro cuadro dispuesto a hacerlo, fue arrestado y asesinado poco después por los agentes de la GPU estalinista en España, al igual que Freund (Moulin). Al año siguiente, los estalinistas asesinaron también a Klement.

La insurrección de Barcelona

El último capítulo de la traición del POUM tuvo lugar en las calles de Barcelona en mayo de 1937. El 14 de abril, la lastimosa conmemoración burguesa de la proclamación de la República fue opacada por enormes motines de hambre de las mujeres obreras de la ciudad. El 29 de abril, como reporta Hugo Oehler en su testimonio de 1937, “Barricades in Barcelona” (Barricadas en Barcelona, reimpreso en Revolutionary History Vol. 1, No. 2, verano de 1988), la Generalitat ordenó que todos los grupos “que no dependan directamente del Consejo de la Generalitat se retiren inmediatamente de las calles para posibilitar la rápida eliminación del descontento y la alarma que actualmente sufre Cataluña” (citado en Ibíd.). La CNT, la UGT, el PSUC y el POUM cancelaron obedientemente sus manifestaciones del Primero de Mayo. El 3 de mayo, los Guardias de Asalto dirigidos por los estalinistas atacaron la Telefónica, que estaba ocupada por los obreros de la CNT, y las barricadas se alzaron por toda Barcelona y sus suburbios.

La SBLE luchó por ofrecerle una dirección revolucionaria a los miembros de la CNT y el POUM que luchaban en las barricadas. En su octavilla del 4 de mayo de 1937, los trotskistas instaban a los obreros a tomar la “Ofensiva revolucionaria” y a formar “Comités de Defensa Revolucionaria” “en los talleres, fábricas, barricadas” (Guillamón, Documentación). Una octavilla del POUM argumentaba en cambio que “la retirada es necesaria” porque los obreros ya habían derrotado la provocación contrarrevolucionaria (Information Bulletin, julio de 1937). Llamando por el retiro de las fuerzas del gobierno de las calles y porque los obreros conservaran sus armas, el POUM declaraba: “la realización de estas condiciones perfectamente aceptables puede ponerle fin a la lucha”. Pero la burguesía y sus esbirros estalinistas rechazaron estas “condiciones perfectamente aceptables”...y de todas formas los líderes del POUM no escatimaron esfuerzos para “ponerle fin a la lucha”.

Pese a la confusión y la desmoralización, los obreros regresaron una y otra vez a las barricadas. Oehler cuenta cómo el miércoles 5 de mayo, furioso por la brutalidad de la policía, “con renovada energía, con furia, el proletariado atacó al enemigo de clase”. Una sección de la Columna Durruti y unos 500 soldados del POUM dejaron el frente de Aragón —armados con ametralladoras, tanques y artillería ligera— para unirse a sus compañeros en las barricadas, pero se les rechazó con la mentira de que la lucha ya había acabado. Ese día, también Los Amigos de Durruti distribuyeron en las barricadas una octavilla, que proclamaba:

“¡TRABAJADORES! Una Junta Revolucionaria. Fusilamiento de los culpables. Desarme de todos los Cuerpos armados. Socialización de la economía. Disolución de los Partidos políticos que hayan agredido a la clase trabajadora. No cedamos la calle. La revolución ante todo. Saludamos a nuestros camaradas del POUM que han confraternizado en la calle con nosotros. VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIAL. ¡ABAJO LA CONTRARREVOLUCIÓN!”

—Citado en Guillamón, La Agrupación de Los Amigos de Durruti

Pero el grupo Durruti seguía contando con la dirección de la CNT y quedó desorientado cuando la CNT y el POUM se negaron a luchar por el poder. El 5 de mayo, la SBLE envió representantes a que se reunieran con Los Amigos de Durruti para discutir la posibilidad de una acción coordinada, pero fue en vano.

El 6 de mayo, según reporta Oehler:

“Esa mañana, Solidaridad Obrera (CNT) anunció: ‘Tanto la CNT como la UGT han ordenado el regreso al trabajo’. El mismo número rechazaba toda responsabilidad por la octavilla de Los Amigos de Durruti. La Batalla (POUM) apareció haciéndole eco a los maullidos anarcosindicalistas: ‘Ahora que las provocaciones contrarrevolucionarias han sido aplastadas, es necesario retirarse de la lucha. Trabajadores, regresad al trabajo’... Cuando los obreros poumistas de las barricadas que había junto al Hotel Falcón [sede del POUM] vieron esta hoja, enfurecieron y se negaron a abandonar sus puestos. Denunciaron a sus líderes como traidores. El número del jueves de la Soli, como se conocía el periódico de la CNT, fue incinerado en las barricadas como otros números anteriores.”

—Oehler, Op. cit.

Ese día, los líderes del POUM cedieron mansamente las oficinas de La Batalla a la policía, y en las calles fue hallado el cuerpo asesinado de Camillo Berneri, honorable anarquista de izquierda, una de las primeras víctimas del terror blanco renovado. En pocas semanas, también Andrés Nin fue arrestado y asesinado. Nin conservó hasta el final sus ilusiones en el frente popular, pues se negó a escuchar la advertencia que le había hecho un miliciano afín de que estaba a punto de ser arrestado. Juan Andrade comentaría posteriormente: “Ninguno de nosotros creía que la situación fuera tan seria como para que estuviéramos en peligro de ser arrestados” (citado en Fraser, Blood of Spain).

Oehler concluye su relato con una denuncia del “liquidacionismo” de Trotsky, culpando falsamente al líder bolchevique de los intentos de la SBLE de entrar al POUM. Pero nada dice Oehler de su propia y muy real responsabilidad por el POUM. En 1934-35, el bloque podrido de Oehler con Nin en oposición al giro francés le dio a este último una cubierta política de izquierda mientras liquidaba las fuerzas del trotskismo español en el POUM. Para el momento de las Jornadas de Mayo de Barcelona, Oehler estaba alineado con un grupo opositor al interior del POUM, la Célula 72 de José Rebull en Barcelona. Un “Reporte testimonial por Edward H. Oliver” (probablemente un seudónimo de Oehler) del 16 de abril de 1937, publicado por la Revolutionary Workers League [Liga Obrera Revolucionaria] de Oehler, alababa acríticamente una resolución del Comité Local del POUM de Barcelona que llamaba al POUM, la CNT y la FAI, “organizaciones cuyo objetivo es la revolución proletaria”, a que formaran “el frente unido revolucionario en un intento de ganar a las masas” (citado en Oliver, “Sixth Anniversary of the Spanish Republic in Barcelona” [VI Aniversario de la República Española en Barcelona], fechado el 16 de abril de 1937). Según Oliver, esta resolución ofrecía “la primera solución obrera clara a la crisis de la Generalitat” (Ibíd.).

Rebull se mantuvo en el POUM durante todas sus traiciones. Justo tras las Jornadas de Mayo, Rebull redactó una crítica seria a la consigna gubernamental del POUM, ¡crítica que no decía ni una palabra sobre el papel de este partido en el desmantelamiento de las barricadas y el repliegue de la insurrección! (ver: Rebull, “On the Slogan of ‘A UGT-CNT Government’” [La consigna ‘gobierno CNT-UGT’], mayo de 1937, reimpreso en Revolutionary History Vol. 4, No. 1/2 [nuestra traducción]).

Pierre Broué: El derrotismo disfrazado de “objetividad”

En una historia de la Guerra Civil Española que escribió en coautoría con Emile Témime, Pierre Broué excusa el papel del POUM en las Jornadas de Mayo de Barcelona, repitiendo esencialmente la versión de los hechos de Nin y Andrade:

“El jueves 6 de mayo el orden estaba casi restablecido. Companys proclamó que no había ‘ni vencedores, ni vencidos’. La masa de obreros de Barcelona había escuchado los llamados a la calma y el POUM se plegó: ‘El proletariado —proclamó— ha obtenido una victoria parcial sobre la contrarrevolución... Trabajadores, volved al trabajo”.

—Broué y Témime, La Revolución y la Guerra de España (México: Fondo de Cultura Económica, 1962)

Lejos de “plegarse” ante la retirada de los obreros, el propio POUM se jactó en La Batalla (8 de mayo de 1937) de ser “uno de los que más han contribuido a restaurar la normalidad” (citado en Oehler, “Barricades in Barcelona”). En cambio, una vanguardia leninista hubiera aprovechado el momento para hacer que los obreros anarquistas insurgentes rompieran con quienes los traicionaron y para dirigir una lucha por el poder. Pero Nin y Cía. no eran sino una pandilla de capituladores centristas que se unieron a los traidores de la CNT/FAI para ordenarle a los trabajadores que “se plegaran”.

Los “revolucionarios españoles se sintieron solos”, escriben Broué y Témime, para justificar tácitamente la entrada del POUM al frente popular. Señalando las sangrientas purgas estalinistas en la Unión Soviética, el triunfo del fascismo en Alemania y la supuesta pasividad del proletariado en otras partes, afirman: “en 1936, la relación de fuerzas en escala mundial distaba de ser tan favorable a la revolución española como lo había sido en 1917-19 para la revolución rusa”, para después pontificar:

“Cierto es que se puede discutir ad infinitum acerca de las posibilidades que tuvieron de compensar este aislamiento mediante una política revolucionaria atrevida. Como dijo Trotsky, se puede pensar que la revolución española ofrecía la oportunidad de una inversión de la relación de fuerzas, en la escala mundial, y que su derrota abrió precisamente el camino al desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. El hecho es que el sentimiento de su aislamiento fue uno de los elementos que determinó la actitud de los revolucionarios españoles, muchos de los cuales renunciaron a proseguir tratando de realizar la revolución”.

Ibíd.

Broué y Témime regresan a este tema para concluir su crónica de las Jornadas de Mayo en Barcelona:

“Nos está permitido pensar [¡!] que la reacción espontánea de los trabajadores de Barcelona podría haber abierto el camino a un nuevo impulso revolucionario, y que era la ocasión de cambiar la dirección. El historiador se contentará con señalar que los dirigentes anarquistas no lo quisieron y que los del POUM no creyeron poder hacerlo”.

Ibíd.

Como sucedió con la Revolución Bolchevique de 1917, una victoria proletaria socialista en España hubiera inspirado las luchas revolucionarias de la clase obrera alrededor del mundo, alterando el curso de la segunda guerra imperialista que se desarrollaba en ese entonces. En 1936, Francia estaba sumergida en una situación prerrevolucionaria, había huelgas masivas en Bélgica y a lo largo de Europa la victoria de los nazis de Hitler en Alemania había puesto a la clase obrera en movimiento hacia la izquierda. Incluso en los Estados Unidos, relativamente atrasados en términos políticos, los años 30 fueron testigos de un repunte sin precedentes en la lucha de clases. En 1934, tres huelgas de primer orden —la huelga de Auto-Lite de Toledo dirigida por el American Workers Party, las huelgas de los Teamsters [transportistas] en Minneapolis dirigidas por los trotskistas y la huelga de once semanas de los trabajadores portuarios de San Francisco dirigida por partidarios del Partido Comunista— sentaron las bases para las batallas de clase que construyeron la CIO en los años siguientes. La burocracia estalinista de la Unión Soviética estaba tan atemorizada de que una revolución proletaria en occidente reavivara a las masas soviéticas que hizo todo lo posible para suprimir al proletariado revolucionario español y ahogó en sangre todo aquello que percibió como un desafío al control político que ejercía sobre el estado obrero soviético.

En su artículo del 24 de agosto de 1937, Trotsky respondió a la afirmación de Vereecken de que una lucha por el poder durante las Jornadas de Mayo en Barcelona hubiera sido aventurerismo puro. Las palabras de Trotsky también sirven como respuesta a la altanera “objetividad” de Broué, que desdeña el esfuerzo de la lucha:

“Si el proletariado de Cataluña se hubiera apoderado del poder en mayo de 1937 —como lo había hecho verdaderamente en julio de 1936— habría encontrado apoyo en toda España. La reacción burguesa-estalinista no habría contado ni con dos regimientos para aplastar a los obreros catalanes. En el territorio ocupado por Franco, no sólo los obreros, sino también los campesinos, se habrían puesto de parte del proletariado catalán, habrían aislado al ejército fascista y ocasionado su desintegración irresistible. Es dudoso que en semejantes condiciones algún gobierno extranjero se hubiese arriesgado a enviar regimientos al candente territorio español. La intervención habría sido materialmente imposible o por lo menos extremadamente peligrosa.

“Es evidente que en toda insurrección existe un factor de imprecisión y riesgo, pero el curso posterior de los acontecimientos ha demostrado que incluso en caso de derrota la situación del proletariado español habría sido incomparablemente más favorable que en la actualidad, por no mencionar que el partido revolucionario habría asegurado su futuro”.

—“Los acontecimientos de la revolución española ponen a prueba las ideas y a los individuos”, 24 de agosto de 1937

La lucha por una dirección revolucionaria

Andy Durgan critica fuertemente a Trotsky por su punto de vista político “casi milenarista y mesiánico”, afirmando que el líder bolchevique “parecía confiado en que la línea política correcta en una situación revolucionaria podría transformar incluso al grupo más pequeño en la dirigencia de la clase obrera” (Durgan, “Trotsky and the POUM”). Las probabilidades eran ciertamente muy desfavorables para las reducidas fuerzas del trotskismo español, que confrontaban organizaciones de masas del proletariado en medio de una situación revolucionaria. Pero a diferencia de los sabios de Revolutionary History, Trotsky entendía que, sin importar las circunstancias, era desesperadamente necesario luchar por construir un partido leninista de vanguardia. Hacer cualquier otra cosa es aceptar de antemano la derrota.

La apreciación que cada quien hace de la historia del movimiento obrero y las luchas revolucionarias del pasado está, desde luego, condicionada por la perspectiva programática de cada cual. Quienes descartan la posibilidad de una victoria proletaria en la España de los años 30, lo hacen desde la cómoda posición de quien ha desechado la lucha por la conquista obrera del poder estatal. Leen en el pasado su propio hundimiento desmoralizado en la “política de lo posible”, es decir, su adaptación reformista al orden capitalista. De ese modo, la gente de Revolutionary History niega de igual manera la posibilidad de una revolución socialista en la Alemania de 1923, en este caso para otorgarle amnistía a la dirección del Partido Comunista Alemán bajo Brandler (ver: “Rearmando al bolchevismo: Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, Spartacist No. 31, agosto de 2001).

En su folleto, Lecciones de Octubre (1924), Trotsky expuso y refutó los numerosos argumentos “objetivos” planteados en 1923 sobre por qué una revolución obrera había sido imposible en Alemania, señalando que hubieran esgrimido argumentos similares si la Revolución Rusa hubiera fracasado. Trotsky repitió este punto en agosto de 1940, durante su defensa polémica de una perspectiva revolucionaria en España, en contra de Victor Serge y otros “abogados defensores del POUM”. “La falsificación histórica consiste en atribuir la responsabilidad de la derrota española a las masas obreras y no a los partidos que paralizaron o sencillamente aplastaron el movimiento revolucionario de las masas” (“Clase, partido y dirección”). El proletariado español en 1936 se encontraba en un nivel más alto de lo que estaba el proletariado ruso a inicios de 1917. Si Lenin no hubiera estado en Rusia para llevar a cabo las luchas necesarias para armar políticamente al Partido Bolchevique para la toma del poder estatal, escribió Trotsky, “ni siquiera se podría hablar de revolución proletaria. Los soviets hubieran sido aplastados por la contrarrevolución, y los sabihondos de todos los países hubieran escrito artículos y libros en base al leitmotiv de que sólo unos visionarios impenitentes podían soñar, en Rusia, en la dictadura de un proletariado tan débil numéricamente y tan inmaduro” (Ibíd.).

Las lecciones de España costaron caro. Aprendimos de la experiencia de los trotskistas españoles y tratamos de evitar sus problemas y debilidades cuando nuestra tendencia, la Liga Comunista Internacional, intervino en la revolución política incipiente en el estado obrero deformado germano-oriental, la RDA, en 1989-90. Aunque muy diferente —una era una batalla contra el dominio de la burguesía y la otra contra la restitución del dominio del capital— ambas eran situaciones revolucionarias. Como sucedía con la SBLE y el Movimiento por la IV Internacional, nuestras fuerzas eran pequeñas, si bien teníamos la ventaja de la comunicación internacional por teléfono y por fax y una sección ya establecida en Alemania Occidental. Sin embargo, no se trataba primordialmente de una cuestión de números, sino de claridad y coherencia políticas y de una lucha política implacable por el programa del bolchevismo. En esto nos guiaba el entendimiento de Trotsky en sus escritos sobre España de que “la ventaja de una situación revolucionaria consiste precisamente en la posibilidad, aun para un grupo poco numeroso, de llegar a ser una gran fuerza en un corto espacio de tiempo, a condición de dar pronósticos justos y de lanzar a tiempo consignas apropiadas” (“Por un manifiesto de la Oposición sobre la Revolución Española”, 18 de junio de 1931).

Establecimos un periódico, Arbeiterpressekorrespondenz (Correspondencia de Prensa Obrera) que al inicio aparecía a diario y más tarde semanalmente, con una circulación de decenas de miles de ejemplares en la RDA. Armamos a nuestros partidarios con propaganda teórica y polémica, que incluyó un número especial dedicado a polemizar con los distintos impostores que se decían trotskistas. Por vez primera en un estado obrero burocráticamente deformado, pusimos a la disposición del público los escritos de Trotsky, entre ellos La revolución traicionada, su incisivo análisis de 1936 sobre la burocracia estalinista soviética y sus orígenes.

El impacto de nuestro programa trotskista pudo verse en la manifestación de frente unido del 3 de enero de 1990, que congregó a 250 mil personas en el Parque Treptow de Berlín Oriental contra la profanación fascista de un monumento a los soldados soviéticos que murieron liberando Alemania de los nazis de Hitler. Ésta fue una movilización del proletariado germano-oriental en defensa de los estados obreros soviético y de la RDA. Nosotros iniciamos la convocatoria a esta manifestación; más tarde, ésta fue retomada por el partido estalinista en el poder, que temía a la gran resonancia que tuvo nuestro programa entre los obreros de Berlín Oriental y se sintió obligado a movilizar a su base. Nuestros camaradas hablaron desde el podio en Treptow, marcando la primera vez que los trotskistas hablaban ante una audiencia de masas en un estado obrero degenerado o deformado desde la expulsión de Trotsky de la Unión Soviética. Una vez que la burocracia soviética bajo Gorbachov hubo dado luz verde, los imperialistas de Alemania Occidental respondieron al espectro de la revolución política proletaria con una campaña a toda marcha destinada a anexarse la RDA. No triunfamos ante esta embestida, pero luchamos. Y, a través de esa lucha, ayudamos a sentar las bases para las victorias futuras del proletariado.

Los trotskistas en España estaban comprometidos con la lucha por el poder estatal proletario. Se encontraron, sin embargo, atrapados en una oleada revolucionaria con pequeñas fuerzas, poca experiencia e insuficiente temple, en palabras de Trotsky, en la “manera intransigente de plantear las cuestiones fundamentales y la fiera polémica contra las vacilaciones” que “son el reflejo ideológico y pedagógico del carácter implacable y cruel de la lucha de clases en nuestros tiempos” (“La culpabilidad del centrismo de izquierda”). Así como honramos a Erwin Wolf, Rudolph Klement y los demás trotskistas que dieron sus vidas, muchos a manos de los secuaces de Stalin, durante la lucha por la revolución socialista en España, condenamos y refutamos a los oportunistas que excusan las traiciones pasadas y de ese modo preparan otras nuevas. Ésta es una parte integral del reforjamiento de una IV Internacional trotskista que dirija la lucha por nuevos Octubres.

 

Spartacist (edición en español) No. 36

SpE No. 36

Noviembre de 2009

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¡Abajo los puestos ejecutivos del estado capitalista!

Los principios marxistas y las tácticas electorales

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Contra la traición del POUM y sus apologistas de ayer y hoy

Trotskismo vs. frentepopulismo en la Guerra Civil Española

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La mujer obrera y las contradicciones de China hoy día

¡Defender a China contra el imperialismo y la contrarrevolución!
¡Por la revolución política obrera!

(Mujer y Revolución)