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Spartacist (edición en español) Número 36

Noviembre de 2009

¡Abajo los puestos ejecutivos del estado capitalista!

Los principios marxistas y las tácticas electorales

Traducido de Spartacist (Edición en inglés) No. 61, primavera de 2009, aunque incorpora correcciones factuales menores.

La V Conferencia de la Liga Comunista Internacional, celebrada en 2007, adoptó la posición de oponerse a que los marxistas se postulen a puestos ejecutivos del estado capitalista —por ejemplo el de presidente, alcalde o gobernador estatal o provincial— como una cuestión de principios. Esta posición fluye de nuestro entendimiento de que el estado capitalista es el comité ejecutivo de la clase dominante. En su núcleo, el estado consiste en destacamentos de hombres armados —el ejército, la policía, los tribunales y las cárceles— que sirven para proteger el dominio de clase de la burguesía y su sistema de producción.

Los diputados comunistas pueden participar, como opositores, en el Congreso estadounidense, en los parlamentos y en otros cuerpos legislativos, como tribunos revolucionarios de la clase obrera; pero asumir un puesto ejecutivo u obtener el control de una legislatura burguesa o un ayuntamiento municipal burgués, ya sea independientemente o como parte de una coalición, exige tomar responsabilidad por la administración de la maquinaria del estado capitalista. Anteriormente, la LCI sostenía que los comunistas podíamos postularnos para puestos ejecutivos, siempre y cuando declaráramos por adelantado que no era nuestra intención asumir esos puestos. Sin embargo, al reexaminar la cuestión, concluimos que postularse a elecciones para puestos ejecutivos lleva consigo la implicación de que se está dispuesto a aceptar esa responsabilidad, independientemente de qué tipo de advertencia se haga por adelantado. El que los autoproclamados marxistas participen en esas actividades no puede sino darle legitimidad a las concepciones dominantes y reformistas del estado.

Como afirmamos en el documento de nuestra conferencia de 2007:

“Al adoptar la posición contra postularnos para puestos ejecutivos, estamos reconociendo y codificando lo que debe verse como un corolario a El estado y la revolución y La revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin, que en realidad son los documentos de fundación de la III Internacional [Internacional Comunista, IC o Comintern]. Este entendimiento estaba atenuado para cuando tuvo lugar el II Congreso de la IC, que no distinguió entre los puestos parlamentarios y ejecutivos en el curso de la actividad electoral. Así, seguimos completando el trabajo teórico y programático de los cuatro primeros congresos de la IC. Es muy fácil prometer que uno no asumiría un puesto ejecutivo cuando la posibilidad de ganarlo es remota. Pero la cuestión es: ¿qué pasa cuando uno gana?...

“Nuestra práctica anterior estaba acorde con la de la Comintern y la IV Internacional. Ello no significa que hayamos actuado de manera antiprincipista en el pasado: ni nuestros antecesores ni nosotros mismos habíamos reconocido jamás tal principio. Los programas evolucionan conforme surgen nuevas cuestiones y hacemos un escrutinio crítico del trabajo de nuestros predecesores revolucionarios”.

—“¡Abajo los puestos ejecutivos!”, Spartacist No. 35, agosto de 2008

Detrás de la cuestión de postularse para puestos ejecutivos yace la contraposición fundamental entre el reformismo y el marxismo: ¿puede el proletariado usar la democracia burguesa y el estado burgués para lograr una transición pacífica al socialismo, o bien, por el contrario, debe aplastar la vieja maquinaria estatal y remplazarla con un nuevo estado para imponer su propio dominio de clase —la dictadura del proletariado— para suprimir y expropiar a los explotadores capitalistas?

Desde la Revolución de Octubre de 1917, los socialdemócratas y los reformistas de todas las especies, empezando por los mencheviques rusos y ejemplificados más notablemente en su tiempo por el socialdemócrata alemán y antiguo marxista Karl Kautsky, denunciaron la Revolución de Octubre argumentando que los bolcheviques no debieron haber dirigido al proletariado a tomar el poder estatal. En vez de ello, los reformistas sostenían que el proletariado ruso debió haberle cedido la dirección y su apoyo a la burguesía liberal, en nombre de la defensa de la “democracia”. El estado y la revolución, escrito en vísperas de la Revolución de Octubre, y su obra acompañante, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, escrita un año después, representan unidas una refutación contundente de estas perspectivas. En estas obras, Lenin rescata a Marx y Engels de las distorsiones y las apologías de los oportunistas que citaban selectivamente a éstos, los citaban mal, y de hecho, llegaban al punto de suprimir las opiniones de Marx y Engels para justificar su propio curso antirrevolucionario.

Hoy, los revisionistas y reformistas no están menos activos. Su política consiste en una actividad totalmente definida por el marco de la sociedad burguesa. Trotsky caracterizó tajantemente esa política como “la educación de las masas en la idea de la inconmovilidad del estado burgués” (Lecciones de Octubre, 1924). Este tipo de acomodaciones al dominio de clase capitalista por parte de organizaciones que dicen adherirse al marxismo son, en todo caso, más pronunciadas hoy en día, cuando el mundo está definido por la destrucción final de la Revolución de Octubre y la aceptación generalizada de que “el comunismo ha muerto”.

Habiendo hecho causa común con el imperialismo “democrático” contra el estado obrero degenerado soviético y los estados obreros burocráticamente deformados de Europa Oriental, estas organizaciones se han vuelto más descaradas en su adopción de la democracia burguesa; en general prescinden incluso de las referencias rituales al objetivo de la revolución proletaria. En Francia, los seudotrotskistas de Lutte ouvrière (LO, Lucha Obrera), el grupo lambertista (que actualmente se hace llamar Parti ouvrier indépendant [Partido Obrero Independiente]) y la Ligue communiste révolutionnaire (LCR, Liga Comunista Revolucionaria), sección principal del Secretariado Unificado (S.U.), regularmente postulan candidatos a la presidencia semibonapartista. El candidato presidencial de los lambertistas en las elecciones de 2007 era el alcalde de un pueblo, que compitió como “el candidato de los alcaldes”, mientras que LO y la LCR completan el financiamiento de sus actividades electorales con subsidios directos y sustanciales del estado capitalista francés. En Brasil, un dirigente del grupo del S.U., Miguel Rossetto, de hecho fungió como ministro en el gobierno burgués de frente popular encabezado por el socialdemócrata Lula. La LCR francesa se ha trasmutado en un “Nuevo Partido Anticapitalista” que reniega de cualquier referencia al comunismo o la revolución. En Gran Bretaña, el Socialist Party [Partido Socialista] de Peter Taaffe (núcleo del Comité por una Internacional de los Trabajadores), que en una reencarnación anterior pasó décadas tratando de reformar desde dentro al viejo Partido Laborista, hoy llama por un “partido obrero de masas” definido por el reformismo del “Viejo Laborismo” como alternativa al Nuevo Partido Laborista de Blair y Brown.

Entre los pocos grupos que se dicen marxistas que todavía hablan de vez en cuando el lenguaje de la Revolución de Octubre están la Bolshevik Tendency (BT) y el Grupo Internacionalista (GI). La BT fue formada por un puñado de gente que renunció a nuestra tendencia a principios de los años ochenta en respuesta al inicio de la Segunda Guerra Fría, y está dirigida por un sociópata llamado Bill Logan, a quien expulsamos en 1979 por crímenes contra la moral comunista y la decencia humana elemental. Los cuadros fundadores del GI desertaron de nuestro partido en 1996, tras las contrarrevoluciones en Europa Oriental y la Unión Soviética, siguiendo una orientación oportunista hacia diversos medios pequeñoburgueses “radicales”. Estas organizaciones, que reflejaron el principio y el fin de la Segunda Guerra Fría, se han unido en la denuncia de nuestra línea contra postularse a puestos ejecutivos.

El GI denunció nuestra línea como una ruptura en “la continuidad del trotskismo genuino” (“France Turns Hard to the Right” [Francia da un violento giro a la derecha], Internationalist, julio de 2007), aludiendo a nuestra campaña electoral de 1985 que postulaba a Marjorie Stamberg, ahora partidaria del GI, para alcalde de Nueva York. Siguiendo la práctica de nuestros antecesores revolucionarios, nuestra posición anterior no era subjetivamente antiprincipista. Sin embargo, el que el GI siga defendiendo esas campañas, sí lo es. El GI afirma que los comunistas pueden postularse “para cualquier puesto”, incluyendo el de Comandante en Jefe imperialista, arguyendo: “En el caso inusual de que un candidato revolucionario tuviera suficiente influencia como para ser elegido, el partido ya habría estado construyendo consejos obreros y otros órganos de carácter soviético. Y el partido insistiría en que, en caso de ser elegidos, sus candidatos se apoyarían en esos órganos de poder obrero y no en las instituciones del estado burgués”. Luego, la BT cita con aprobación este pasaje y la descripción que hace el GI de nuestra posición como una “novedad”, añadiéndole su propio giro parlamentarista: “Tal vez los camaradas de la LCI lleguen a concluir que postularse para el parlamento también es ‘un obstáculo’, pues el partido vencedor termina ejerciendo poder ejecutivo” (“ICL Rejects ‘Executive Offices’: Of Presidents & Principles” [La LCI rechaza los “puestos ejecutivos”: De presidentes y principios], 1917, 2008).

Al aprobar que los comunistas se postulen para puestos ejecutivos, el GI deja abierta, y ciertamente no rechaza, la posibilidad de asumir esos puestos “en caso de ser elegidos”, al menos en una situación revolucionaria. Por su parte, la BT elimina cualquier distinción entre el ministerialismo —es decir, el fungir como ministro en un gabinete burgués— y el competir para desempeñarse como diputados obreros revolucionarios en un parlamento burgués. Detrás de los quejidos de la BT acecha la suposición implícita (que es profundamente falsa y expresa un prejuicio pequeñoburgués) de que los parlamentos burgueses son organismos soberanos que expresan “la voluntad del pueblo”. Claramente, lo que la BT tiene en mente es la Madre de los Parlamentos, el de Su Real Majestad Británica. La BT declama: “Naturalmente, la única forma de ‘abolir’ las instituciones del estado burgués es mediante la revolución socialista” (Ibíd.). Pero esto no es más que un discurso dominical para los crédulos.

El GI y la BT invocan una “situación revolucionaria” como deus ex machina: una pantalla para su posición oportunista. Si los bolcheviques, emulando a los mencheviques, hubieran entrado al Gobierno Provisional en 1917, en medio de aquella situación revolucionaria, ello habría vaciado de contenido su llamado por “Todo el poder a los soviets” y los habría convertido en el ala izquierda de la democracia burguesa. Aunque el GI y la BT lo nieguen, la historia está salpicada de “casos inusuales” en los que supuestos socialistas y comunistas alegan lo especial de las circunstancias para poner las manos en las palancas del poder estatal burgués. Además, el GI y la BT pasan por alto, de manera deliberada, el hecho de que históricamente ha sido muy usual que los partidos obreros reformistas consigan su primera experiencia de administrar el estado burgués logrando el control electoral de los ayuntamientos municipales, con frecuencia sin el menor asomo de una situación revolucionaria. Este municipalismo, o “socialismo municipal”, no ha hecho avanzar la revolución proletaria, sino que la ha descarrilado.

En un sentido muy real, la cuestión de postularse para puestos ejecutivos tiene su origen en una lucha incompleta contra el ministerialismo iniciada por los izquierdistas como Rosa Luxemburg en la II Internacional en los albores del siglo XX. Los argumentos que el GI y la BT levantan en defensa de su línea sobre los puestos ejecutivos los ubican a la derecha del ala izquierda de la socialdemocracia anterior a la Primera Guerra Mundial.

El proletariado se encuentra en una profunda depresión en el actual periodo postsoviético. En estas circunstancias, es incluso más crucial que los revolucionarios defendamos las conquistas programáticas fundamentales del pasado y, mediante el estudio, el debate y la aplicación críticos, profundicemos y extendamos nuestro entendimiento del programa marxista. Al hacerlo, es necesario tomar como referencia las expresiones más altas de la lucha y la conciencia proletarias, como las lecciones de las revoluciones de 1848 y la Comuna de París de 1871, así como la que ha sido hasta ahora la mayor conquista del proletariado, la Revolución de Octubre de 1917, que demostró definitivamente que ejercer un puesto ejecutivo en un gobierno capitalista se contrapone a la lucha por el poder estatal proletario.

Marx y Engels sobre el estado

En el Manifiesto comunista, redactado justo antes de los levantamientos revolucionarios de 1848, Marx y Engels dejan en claro que el proletariado tendría que erigir su propio estado como “el primer paso de la revolución obrera” (Manifiesto del Partido Comunista, diciembre de 1847-enero de 1848). Más adelante, explican: “El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas”. Como señaló Lenin en El estado y la revolución, el Manifiesto no se plantea la cuestión de cómo será remplazado el estado burgués por el estado proletario; correspondientemente, tampoco se plantea la cuestión de la vía parlamentaria al socialismo: el sufragio universal apenas existía.

Para principios de 1852, Marx había llegado a comprender que “la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, viose obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla” (El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, 1852). Sin embargo, fue sobre todo la experiencia de la Comuna de París de 1871 lo que llevó a Marx y Engels a concluir que “la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines” (La guerra civil en Francia, 1871). En esta obra, Marx señaló que “el poder del estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase”. Así, el primer decreto de la Comuna fue la supresión del ejército regular y su sustitución por el pueblo en armas. La Comuna, que remplazó al estado burgués, “no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo” (Ibíd.).

En varias ocasiones, los supuestos partidarios de Marx y Engels en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) trataron de mellar o desviar su perspectiva revolucionaria internacionalista, centralmente en cuanto a la cuestión del estado. Marx es implacable en el trato que le da a la reivindicación de un “estado libre” planteada en el programa de fundación del SPD unificado en 1875. Capturando de pasada la esencia de la Alemania del káiser del siglo XIX, Marx fustigó el programa de Gotha por recurrir al ardid

“de exigir cosas, que sólo tienen sentido en una república democrática, a un estado que no es más que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policiaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía; ¡y, encima, asegurar a este estado que uno se imagina poder conseguir eso de él ‘por medios legales’!

“Hasta la democracia vulgar, que ve en la república democrática el reino milenario y no tiene la menor idea de que es precisamente bajo esta última forma de estado de la sociedad burguesa donde se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas la lucha de clases; hasta ella misma está hoy a mil codos de altura sobre esta especie de democratismo que se mueve dentro de los límites de lo autorizado por la policía y vedado por la lógica”.

Crítica del programa de Gotha, 1875

Engels se vio obligado a regresar sobre este tema —y, al mismo tiempo, denunciar el ministerialismo— en su crítica al programa de Erfurt de 1891. Ahí escribió:

“Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución Francesa. Es de todo punto inconcebible que nuestros mejores hombres lleguen a ser ministros con un emperador, como, por ejemplo, Miquel. Cierto es que, desde el punto de vista de las leyes, parece que no se permite poner directamente en el programa la reivindicación de la república, aunque, en Francia, eso era posible bajo Luis Felipe, y en Italia lo es incluso ahora. Pero el hecho de que, en Alemania, no se permite siquiera presentar un programa de partido abiertamente republicano prueba hasta qué punto es profunda la ilusión de que en ese país se pueda instaurar por vía idílicamente pacífica la república, y no sólo la república, sino hasta la sociedad comunista”.

Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891, junio de 1891

Johannes Miquel perteneció a la Liga Comunista hasta 1852, cuando desertó a la burguesía alemana, y con el tiempo llegó a fungir como líder del Partido Liberal Nacional y como ministro de gobierno por varios años.

El tamaño y la influencia del SPD alemán habían crecido enormemente en las últimas décadas del siglo XIX, pese a la Ley Antisocialista que decretó Bismarck en 1878, e incluso más cuando ésta fue derogada en 1890. Una cadena de éxitos electorales produjo un enorme componente municipal y parlamentario. La abundancia de fondos y recursos del partido se combinó con un voluminoso aparato sindical y partidista para ejercer una influencia conservadora y proporcionar las bases materiales para una tendencia oportunista fuerte y cada vez más pronunciada. En su manuscrito de introducción de 1891 a la principal obra de Marx sobre la Comuna de París, Engels escribió:

“Últimamente, las palabras ‘dictadura del proletariado’ han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”

—Introducción a La guerra civil en Francia de Marx, marzo de 1891

Cuando se publicó el libro, ¡los editores del SPD sustituyeron la frase “filisteo socialdemócrata” por “filisteo alemán”!

En los años después de la muerte de Engels en 1895, uno de los dirigentes del SPD, Eduard Bernstein, le dio una expresión teórica a la creciente tendencia oportunista al renunciar abiertamente al marxismo revolucionario a favor de un “socialismo evolucionista” basado en la reforma gradual de la sociedad burguesa. Bernstein declaró que, para él, el “movimiento” lo era todo, y el objetivo final del socialismo, nada. Ya en 1895, los impulsos reformistas de la socialdemocracia alemana oficial se habían vuelto tan fuertes que, cuando Engels entregó su introducción a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx, el Ejecutivo del SPD objetó que esta pieza era excesivamente revolucionaria y solicitó a Engels que moderara su tono. Éste trató de complacerlo a regañadientes.

El Ejecutivo del SPD no publicó completa la nueva versión y, a espaldas de Engels, omitió ciertos pasajes para dar la impresión de que éste había abandonado sus opiniones revolucionarias. Para tomar sólo el ejemplo más famoso, incluyeron su aseveración de que “la rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada” (Introducción a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx, 6 de marzo de 1895); pero dejaron fuera esta categórica afirmación: “¿Quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores” (Ibíd.). Entre estos otros factores, según explicó Engels en una parte anterior de la introducción, estaba la necesidad de que los insurgentes hicieran “flaquear a las tropas mediante factores morales... Si se consigue este objetivo, la tropa no responde, o los que la mandan pierden la cabeza; y la insurrección vence” (Ibíd.).

Claramente, el punto de Engels no era, como los reformistas sostendrían subsecuentemente, que la revolución fuera anticuada, sino que las fuerzas revolucionarias tendrían que escindir al ejército burgués. Ya desde 1856, muy consciente de la gran base campesina que había en el núcleo del ejército prusiano, Marx señaló contundentemente: “Todo el asunto dependerá en Alemania de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con una segunda edición de la guerra campesina. De esta manera, la cosa será espléndida” (“Marx a Engels”, 16 de abril de 1856).

Marx sobre la cuestión de la vía “pacífica”

Los reformistas socialdemócratas también aprovecharon algunas declaraciones aisladas de Marx y Engels que dejaban abierta la puerta a la posibilidad de transiciones pacíficas al socialismo en ciertos países. En un discurso pronunciado en Ámsterdam, y cubierto por el periódico la Liberté, Marx dijo:

“Sabemos que deben tenerse en cuenta las instituciones, las costumbres y las tradiciones de los distintos países, y no negamos que hay algunos, como los Estados Unidos, Inglaterra y tal vez debería añadir Holanda, si conociera mejor vuestras instituciones, donde los obreros puedan alcanzar su meta por la vía pacífica. Pero, aun siendo esto verdad, debemos reconocer igualmente que, en la mayoría de los países del continente, la palanca de nuestras revoluciones tiene que ser la violencia, que tendremos que apelar un día a la violencia, si queremos instaurar el poder del trabajo”.

—Marx, “El Congreso de la Haya”, 8 de septiembre de 1872

Marx basaba su argumentación en la comprensión de que estos estados en particular carecían de camarillas militares o de aparatos burocráticos significativos. Sin embargo, su especulación estaba equivocada. Gran Bretaña y Holanda tenían vastos imperios coloniales que requerían grandes burocracias y fuerzas militares auxiliares para someter a las masas. Durante el reinado de Victoria (1837-1901), para extender y mantener su imperio, Gran Bretaña libró, además de la Guerra de Crimea de 1853-56, una serie casi ininterrumpida de acciones militares y guerras menores y no tan menores, que culminaron en la Segunda Guerra de los Boers.

Estados Unidos estaba en medio de su periodo más democrático, la era de la Reconstrucción. Sin embargo, la Guerra Civil le había dado un gran impulso al capital del norte, de manera que, para la época del gobierno de Grant, todas las piezas estaban listas para permitir el florecimiento de un imperialismo plenamente desarrollado en las siguientes décadas. Fue en ese periodo cuando el capital estadounidense empezó cabalmente su subyugación económica de México (cuyo territorio ya había sido enormemente disminuido como consecuencia de la Intervención Estadounidense de 1846-48), apropiándose de tierra agrícola de primera y de concesiones ferroviarias y mineras. El aplastamiento de la Gran Huelga Ferroviaria de 1877 y, en ese mismo año, el desmantelamiento de la Reconstrucción fueron las señales inconfundibles de este proceso.

En el momento de la Revolución de 1848, Marx tenía una opinión diferente respecto a si Inglaterra podría experimentar una transición pacífica al socialismo. Al escribir sobre la derrota de la clase obrera francesa infligida ese año por la burguesía, Marx enfatizó la necesidad de un alzamiento exitoso contra la burguesía inglesa:

“La liberación de Europa, ya se trate del levantamiento hacia la independencia de las nacionalidades oprimidas o del derrocamiento del absolutismo feudal, se halla condicionada, consiguientemente, por el levantamiento victorioso de la clase obrera francesa. Pero toda revolución social en Francia se estrella necesariamente contra la burguesía de Inglaterra, contra la dominación mundial, industrial y comercial de la Gran Bretaña. Lo mismo en Francia que en el resto del continente europeo en general, toda reforma social parcial queda reducida, cuando pretende ser definitiva, a un vacuo y piadoso deseo. Y la vieja Inglaterra sólo se verá derrocada por una guerra mundial, la única que puede brindar al partido cartista, al partido obrero inglés organizado, las condiciones necesarias para un levantamiento victorioso contra sus gigantescos opresores”.

—“El movimiento revolucionario”, 31 de diciembre de 1848

Tras las revoluciones fallidas de 1848, el capitalismo creció enormemente en el continente. Sin embargo, aunque las proporciones de poder económico se modificaron en cierta medida, las observaciones de Marx sobre Gran Bretaña retuvieron su validez esencial, ciertamente hasta el momento de la Comuna y después.

Independientemente de lo que Marx hubiera especulado en 1872, actualmente estamos en un periodo histórico-mundial fundamentalmente distinto: la época imperialista caracterizada por el dominio del capital financiero monopólico, en la que un puñado de grandes potencias capitalistas compiten por la supremacía mundial. En estas circunstancias, la idea de una transición pacífica y parlamentaria al socialismo es peor que un sueño de opio: es un programa reformista que ata al proletariado a sus enemigos de clase.

Como si hubiera querido ilustrar ese punto, la mal llamada Bolshevik Tendency cita una carta de Engels de 1893 al polemizar contra nuestra oposición a postularnos a puestos ejecutivos. Engels le estaba respondiendo a un socialista emigrado (F. Wiesen, de Baird, Texas), quien argumentaba que la práctica de presentar candidatos a la presidencia de Estados Unidos constituía una negación del principio revolucionario. Engels descartó por “académica” la petición de Wiesen de una posición de principio, señalando que la meta de la revolución obrera en Estados Unidos estaba “muy lejos” y que era prematuro trazar una línea de principio en contra de postularse para el senado o para presidente. Engels argumentó:

“No veo por qué representaría necesariamente una infracción de los principios socialdemócratas si un hombre postula candidatos para algún puesto político que requiera elección y luego él vota por esos candidatos, incluso si él participa en el intento de abolir dicho puesto.

“Podría pensarse que el mejor modo de abolir la presidencia y el senado en EE.UU. sería elegir para esos puestos a hombres que hubieran jurado abolirlos; entonces sería lógico actuar en consecuencia. Otros considerarían que este método no sería efectivo; es un punto debatible. Podría haber circunstancias en las que ese modo de proceder implicara una negación del principio revolucionario; pero, no logro ver por qué esto sería invariablemente así”.

—“Engels a F. Wiesen”, 14 de marzo de 1893 (nuestra traducción)

La principal preocupación de Engels era espolear al Socialist Labor Party (SLP, Partido Laboral Socialista), dominado por emigrados, a que ayudara a iniciar un movimiento político de la clase obrera. Con esa intención, unos años atrás había subrayado la importancia de la candidatura, en 1886, a alcalde de Nueva York del partidario del impuesto único Henry George por el United Labor Party [Partido Laboral Unificado], viendo esto como un paso hacia la construcción de un partido obrero independiente en el modelo de los partidos socialdemócratas de Europa. En 1893, Engels no sabía dónde quedarían trazadas las líneas de principios en la arena parlamentaria cuando llegara la hora de la batalla. ¿Cómo habría podido Engels desentrañar las cuestiones de qué clase de partido necesitarían los obreros para tomar el poder, de los principios del parlamentarismo bolchevique, de las dinámicas de apoyo crítico a los falsos líderes reformistas? Incluso así, sabía lo suficiente para señalar el camino a la guerra civil.

No así la BT, cuya motivación para citar a Engels es emprender una defensa encubierta del ministerialismo. Como escribió Trotsky polemizando con Kautsky en 1920:

“El estado democrático burgués no se limita a conceder a los trabajadores mejores condiciones de desenvolvimiento, con relación al absolutismo; con su legalidad limita este mismo desenvolvimiento, acumula y afianza con arte entre pequeñas aristocracias proletarias los hábitos oportunistas y los prejuicios legales. En el momento en que la catástrofe —la guerra— se hizo inminente, la escuela de la democracia reveló su incapacidad completa para conducir al proletariado a la revolución. Fueron necesarias la bárbara escuela de la guerra, las esperanzas socialimperialistas, los mayores éxitos militares y una derrota sin ejemplo. Después de estos sucesos, que han impuesto algunas modificaciones al programa de Erfurt, emplear los viejos lugares comunes sobre la significación del parlamentarismo para la educación del proletariado equivale a volver políticamente a la infancia”.

—Trotsky, Terrorismo y comunismo, 1920

¡Tal vez la BT ahora quiera cambiar el nombre de su periódico de 1917 (¿será una referencia a febrero?) a 1893!

La lucha contra el millerandismo, 1900

La cuestión de la naturaleza de los puestos ejecutivos del estado burgués se planteó a quemarropa en junio de 1899, cuando Alexandre Millerand se convirtió en el primer líder socialista en aceptar una cartera en un gobierno burgués. En 1894, en una carta que la BT no cita en su opúsculo, Engels advirtió específicamente en contra de tal posibilidad, en el caso de que los republicanos italianos llegaran al poder encabezando un movimiento revolucionario con el apoyo de los socialistas. En una carta al dirigente socialista italiano Filippo Turati, Engels argumentó:

“Después de la victoria común quizá se nos ofrezca algunos cargos en el nuevo gobierno, pero siempre en minoría. Aquí reside el mayor peligro. Después de febrero de 1848, los socialistas democráticos franceses (la gente de Réforme, Ledru-Rollin, Louis Blanc, Flocon, etc.) cometieron el error de aceptar cargos de esa naturaleza. Siendo minoría en el gobierno, compartieron voluntariamente toda la responsabilidad por la infamia y la traición que la mayoría, compuesta puramente de republicanos, cometió contra la clase obrera; al mismo tiempo su participación en el gobierno paralizó completamente la acción revolucionaria de la clase obrera que se suponía ellos representaban”.

—“De Engels a Turati”, 26 de enero de 1894 (nuestra traducción del inglés)

Cinco años después, Millerand justificó haber aceptado el cargo de ministro de comercio en el gobierno del primer ministro René Waldeck-Rousseau argumentando que, de no hacerlo, una alianza de los monárquicos y los aristócratas unidos al cuerpo de oficiales y a la Iglesia Católica podría derrocar a la República Francesa. Sentado lado a lado con Millerand en ese gobierno de “defensa republicana” estaba el sanguinario represor de la Comuna de París, el general Galliffet.

El contexto de todo esto era el caso Dreyfus, un escándalo político que había llevado a Francia a una profunda crisis política. En 1894, una corte marcial secreta había declarado a Alfred Dreyfus, un oficial judío del Estado Mayor, culpable de venderle secretos militares a una potencia extranjera y lo había condenado a cadena perpetua. Pronto se reveló que Dreyfus había sido víctima de un embuste judicial por parte de los altos mandos del ejército para ocultar la culpa de otro oficial, que formaba parte de la aristocracia. Después de años de cautiverio en la Isla del Diablo, en la Guyana Francesa, en septiembre de 1899 Dreyfus enfrentó un nuevo juicio, que volvió a encontrarlo culpable; ese mismo mes recibió finalmente un indulto presidencial. Millerand había sido incluido en el gobierno como un modo de apaciguar la crisis que continuaba.

Ya de por sí polarizado por el caso Dreyfus, el movimiento socialista francés se escindió en torno al acto de Millerand. Un ala apoyó a este último, especialmente Jean Jaurès, que en 1898 había sido uno de los defensores más ardientes y elocuentes de Dreyfus, si bien estrictamente dentro de los marcos del liberalismo burgués. La otra ala, el Parti ouvrier français (POF, Partido Obrero Francés) dirigido por Jules Guesde y Paul Lafargue, se había negado a defender a Dreyfus y se oponía a la entrada de Millerand al gobierno.

También participó en el debate Rosa Luxemburg, fundadora de la socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania que a partir de entonces cobró prominencia en el ala izquierda del SPD alemán, particularmente mediante la lucha contra Bernstein. En su elocuente refutación del reformismo de Bernstein, Luxemburg observó:

“Es por esto que quienes se pronuncian a favor del camino de las reformas legislativas en lugar de —y en contraposición a— la conquista del poder político y de la revolución social, no están realmente eligiendo un camino más calmo, seguro y lento hacia la misma meta, sino una meta distinta. En lugar de dirigirse al establecimiento de una nueva sociedad, se dirigen simplemente hacia modificaciones inesenciales (cuantitativas) de la existente”.

—Luxemburg, ¿Reforma o revolución? (México: Ediciones Era, 1978)

Luxemburg argumentó correctamente que los socialistas debían defender a Dreyfus, y utilizó el caso para acusar al capitalismo y militarismo franceses y así hacer avanzar la lucha de clases; pero se opuso a la entrada de Millerand al gobierno y argumentó:

“La naturaleza de un gobierno burgués no viene determinada por el carácter personal de sus miembros, sino por su función orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del estado moderno es esencialmente una organización de dominación de clase cuya función regular es una de las condiciones de existencia para el estado de clase. Con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase continúa existiendo; el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués”.

—“El affaire Dreyfus y el caso Millerand”, reproducido parcialmente en Luxemburg, El pensamiento de Rosa Luxemburg (antología) (Barcelona: Ediciones del Serbal, 1983)

Una vez que Millerand hubo llegado al gobierno, la lógica del millerandismo salió a relucir: preservar el gobierno Waldeck-Rousseau a toda costa. Como comentó irónicamente Rosa Luxemburg, “Ayer recomendaban apoyar al gobierno por el bien de la República, y hoy dicen que, por el bien del gobierno, hay que abandonar la defensa de la República” (“La crise socialiste en France” [La crisis socialista en Francia], 1900-01). Tras la renuncia de Waldeck-Rousseau, el grupo de Jaurès apoyó al gobierno radical [burgués] de Emile Combes y votó por el presupuesto ministerial, que incluía el financiamiento del ejército y la marina.

Lenin señaló el vínculo evidente entre el revisionismo de Bernstein y el millerandismo:

“Millerand ha dado un ejemplo brillante de este bernsteinianismo práctico: ¡no en vano Bernstein y Vollmar se han apresurado a defender y a ensalzar tan celosamente a Millerand! En efecto, si la socialdemocracia es, en esencia, simplemente un partido de reformas, y debe tener el valor de reconocerlo con franqueza, un socialista no sólo tiene derecho a entrar en un ministerio burgués, sino que incluso debe siempre aspirar a ello. Si la democracia implica, en el fondo, la supresión de la dominación de clases, ¿por qué un ministro socialista no ha de encantar a todo el mundo burgués con discursos sobre la colaboración de las clases? ¿Por qué no ha de seguir en el ministerio aun después de que los asesinatos de obreros por los gendarmes han puesto de manifiesto por centésima y milésima vez el verdadero carácter de la colaboración democrática de las clases?”

¿Qué hacer?, 1902

La discusión sobre el ministerialismo dominó el Congreso de París de la II Internacional, celebrado en 1900, con Luxemburg, el pionero del marxismo ruso Gueorguii Plejánov, el líder del SLP estadounidense Daniel De Leon y otros izquierdistas enfrentados al ala derecha, ejemplificada por los miembros del SPD Bernstein y Georg von Vollmar, que apoyaban a Jaurès y Millerand. Políticamente en el centro, como era cada vez más frecuente en el partido alemán, estaba el teórico del SPD Karl Kautsky, a quien todavía se consideraba “el papa del marxismo” en la Internacional. Como observó el historiador G.D.H. Cole, “Correspondió a Kautsky la tarea de preparar una fórmula que satisficiese al centro y desarmase a la extrema izquierda sin dejar al ala derecha fuera de la Internacional, y sin hacer imposible la posición de Jaurès” (Cole, Historia del pensamiento socialista III, La Segunda Internacional 1889-1914 [México: Fondo de Cultura Económica, 1959]).

La resolución de compromiso que urdió Kautsky es instructiva de cuán profundamente estaba imbuida la II Internacional de reformismo socialdemócrata:

“En un estado democrático moderno, la conquista del poder político por el proletariado no puede ser resultado de una mera acción golpista, sino que sólo puede ser la conclusión de una obra larga y laboriosa de organización política y económica del proletariado, de su regeneración física y moral y de la conquista gradual de escaños electos en asambleas representativas comunales y cuerpos legislativos.

“Pero donde el poder gubernamental está centralizado, su conquista no puede darse paso a paso. La entrada de un socialista individual en un ministerio burgués no puede verse como el inicio normal de la conquista del poder político; sólo puede ser un expediente excepcional en un predicamento.

“Si en un caso dado existe o no un predicamento es una cuestión de táctica, no de principios. El Congreso no debería decidir al respecto. En cualquier caso, este peligroso experimento sólo puede ser benéfico si es aprobado por una organización partidista unida y el ministro socialista es y sigue siendo delegado de su partido”.

Internationaler Sozialisten-Kongress zu Paris 1900 (Congreso Socialista Internacional en París, 1900 [Berlín: Expedition der Buchhandlung Vorwärts, 1900])

La advertencia gratuita contra el golpismo y los argumentos a favor de una penetración gradual en los ayuntamientos y las asambleas legislativas tenían la intención de aplacar a los revisionistas, y así lo reconocían éstos. Millerand y Jaurès también aceptaron alegremente la cláusula de escape del “expediente excepcional”, pues la utilizaron descaradamente como argumento a favor de su ministerialismo. De hecho, había sido la burguesía la que había acogido a este ministro socialista como una jugada “excepcional” para liquidar la crisis política que resultó del caso Dreyfus.

La resolución minoritaria que presentaron Guesde y el italiano Enrico Ferri reafirmaba que “por conquista del poder político debe entenderse la expropiación política de la clase capitalista, ya sea que tal expropiación suceda pacífica o violentamente”, y continuaba:

“Por consiguiente, sólo permite, bajo un régimen burgués, ocupar los puestos electivos que el Partido pueda tomar con sus propias fuerzas, es decir, los obreros organizados como un partido de clase, y necesariamente prohíbe toda participación socialista en un gobierno burgués, contra el cual los socialistas deben adoptar una actitud de oposición irreconciliable”.

Congrès socialiste international, Paris, 23-27 septembre 1900 (Congreso Socialista Internacional, París, 23-27 de septiembre de 1900 [Ginebra: Minkoff Reprint, 1980])

Así, la resolución de la minoría dejaba abierta la posibilidad de ocupar puestos en el régimen burgués siempre que se hubiesen conquistado “con sus propias fuerzas”. Plejánov fue más allá, aceptando que la participación en un gabinete burgués pudiera ser una táctica válida en ciertas circunstancias excepcionales. Así, originalmente apoyó la resolución de Kautsky, pero trató de enmendarla para incluir al menos una crítica implícita de Millerand, argumentando que si un socialista se veía forzado a unirse a un gabinete burgués en casos extremos, estaba obligado a abandonarlo en cuanto éste revelara alguna parcialidad en su relación con la lucha entre el trabajo y el capital. El propio Plejánov admitió que, a nivel teórico, su enmienda “no podía sostenerse ante la crítica: ¿qué clase de gobierno burgués podría ser imparcial ante la lucha entre el trabajo y el capital?” (“Neskol’ko slov o poslednem Parizhskom mezhdunarodnom sotsialisticheskom kongresse” [Unas palabras sobre el último congreso socialista internacional de París], abril de 1901). Entonces Jaurès enmendó hábilmente la enmienda de Plejánov para que dijera que un socialista debía abandonar el gabinete si un partido socialista unificado consideraba que el gobierno era parcial en la lucha del trabajo y el capital...¡pero Francia no tenía un partido unificado! Atrapado, Plejánov terminó votando con la minoría, aunque quejándose de que la moción de Guesde era demasiado categórica en su oposición a entrar a un gabinete burgués.

Guesde también presentó una moción oponiéndose a la participación socialista en coaliciones de colaboración de clases con partidos burgueses. Aunque afirmaba que “la lucha de clases prohíbe cualquier tipo de alianza con toda fracción de la clase capitalista”, la moción admitía que “circunstancias excepcionales hacen que las coaliciones sean necesarias en algunos lugares” (Congrès socialiste international, Paris, 23-27 septembre 1900). Esta rendija fue lo suficientemente grande como para que incluso los oportunistas endurecidos pudieran votar por la resolución, que fue aprobada unánimemente.

Ámsterdam 1904: El millerandismo reconsiderado

La II Internacional regresó al tema del millerandismo en su Congreso de Ámsterdam de 1904. Un año antes, en 1903, en el Congreso de Dresde del SPD, Kautsky apoyó una resolución que condenaba el revisionismo e, implícitamente, el millerandismo. El dirigente del SLP estadounidense, Daniel De Leon, comentó mordazmente: “En el Congreso de París las actitudes antimillerandistas eran decididamente impopulares; allí Kautsky ‘le ponía una vela a dios’”, pero en Dresde Kautsky estaba “de nuevo al frente, y entonces ‘le ponía otra al diablo’” (“The Dresden Congress”, Daily People, 3 de enero de 1904).

Entonces los guesdistas presentaron la resolución del SPD para que fuera aprobada en Ámsterdam. Tal como se aprobó en 1904, la resolución “condenaba de la forma más decisiva los esfuerzos revisionistas para alterar nuestras tácticas clasistas victoriosas y ya probadas, de tal manera que una acomodación al orden de cosas existente tome el lugar de la conquista del poder político mediante la derrota de nuestros enemigos” (Internationaler Sozialisten-Kongress zu Amsterdam [Congreso Socialista Internacional en Ámsterdam, Berlín: Expedition der Buchhandlung Vorwärts, 1904]). Se proclamaba abiertamente contra cualquier “partido que se conforme con la reforma de la sociedad burguesa” y declaraba, además, que “la socialdemocracia, en conformidad con la resolución de Kautsky del Congreso Socialista Internacional de París de 1900, no puede aspirar a una porción del poder gubernamental dentro de la sociedad burguesa”. La referencia positiva a la resolución de Kautsky de 1900 era una concesión característica a la derecha. La reprimenda a los reformistas no llevó a una ruptura, pues todas las alas aceptaban la concepción de un “partido de toda la clase”, es decir, un solo partido unitario de la clase obrera que abarcara todas las tendencias, desde el marxismo hasta el reformismo. Sin embargo, en Ámsterdam los delegados de izquierda y de derecha vieron en la resolución de Dresde de 1903 un revés drástico a la conciliación con el millerandismo de 1900.

De Leon había votado contra la resolución de Kautsky en el Congreso de París de 1900. En 1904, De Leon objetó una vez más que se aprobara la postura de Kautsky de 1900 y sometió al congreso la siguiente resolución:

“Considerando:

“Que en el último Congreso Internacional, celebrado en París en 1900, se adoptó una resolución conocida como la Resolución Kautsky, cuyas cláusulas finales contemplan una circunstancia en la que la clase obrera aceptara un puesto de manos de gobiernos capitalistas y también, especialmente, PRESUPONE LA POSIBILIDAD DE IMPARCIALIDAD POR PARTE DE LOS GOBIERNOS DE LA CLASE DOMINANTE EN EL CONFLICTO ENTRE LA CLASE OBRERA Y LA CLASE CAPITALISTA...

“Se resuelve:

“Primero, que dicha Resolución Kautsky queda por la presente rechazada como principio general de las tácticas socialistas;

“Segundo, que en países capitalistas plenamente desarrollados como Estados Unidos, la clase obrera no puede, sin traicionar la causa del proletariado, ocupar ningún puesto político que no haya conquistado por y para sí misma”.

—De Leon “Millerandism Repudiated” [Repudio al millerandismo], Daily People, 28 de agosto de 1904

Al no lograr ningún apoyo a su resolución, De Leon votó por la resolución principal.

Al permitir que la clase obrera ocupara puestos conquistados “por y para sí misma”, la resolución de De Leon volvía a evadir la cuestión clave: la necesidad de aplastar la maquinaria del estado capitalista y remplazarla con la dictadura del proletariado. Aunque De Leon tomó una posición de principio contra el ministerialismo, también estaba comprometido con el electoralismo. James P. Cannon, fundador del comunismo y posteriormente del totskismo estadounidenses, honró el papel pionero de De Leon en el periodo formativo del movimiento socialista estadounidense, pero también señaló correctamente que “en sus tácticas era un sectario y en su concepción de la acción política era un formalista rígido, cuyo fetichismo legalista lo había dejado estéril” (Cannon, The First Ten Years of American Communism [Los primeros diez años del comunismo estadounidense, Nueva York: Pathfinder Press, 1962]).

Como dejó claro en un discurso de 1905 publicado originalmente como “The Preamble of the I.W.W.” [El Preámbulo de la IWW], De Leon dejaba abierta la posibilidad de que, al menos en Estados Unidos, el proletariado conquistara pacíficamente el poder político a través de las urnas, después de lo cual el nuevo gobierno socialista se desbandaría para cederle el poder a una administración de “sindicatos industriales socialistas” (“The Socialist Reconstruction of Society” [La reconstrucción socialista de la sociedad], De Leon, Socialist Landmarks [Hitos socialistas, Nueva York: New York Labor News Company, 1952]). Según De Leon, esos sindicatos, organizados bajo el capitalismo, crecerían orgánicamente, apropiándose progresivamente del poder económico y utilizándolo contra los capitalistas. Comenzando en la década de 1890, el SLP de De Leon postuló fielmente, cada cuatro años, un candidato a la presidencia de Estados Unidos. Tras la muerte de De Leon en 1914 y el rechazo del SLP de las lecciones de la Revolución de Octubre como algo aplicable al terreno estadounidense, el partido se transformó en el caparazón fosilizado de lo que había sido.

Sin embargo, en cuanto a su electoralismo, no era mucho lo que distinguía al SLP, incluso bajo De Leon, del Partido Socialista de Eugene V. Debs. A partir de 1900, Debs habría de postularse cinco veces para el puesto de presidente de Estados Unidos. Debs declaraba: “Debe enseñarse a los obreros a unirse y votar unidos como clase en apoyo al Partido Socialista, el partido que los representa como clase. Cuando lo hagan, el gobierno pasará a sus manos y el capitalismo caerá para no volver a levantarse” (“The Growth of Socialism” [El crecimiento del socialismo], 1906, Writings and Speeches of Eugene V. Debs [Escritos y discursos de Eugene V. Debs, Nueva York: Hermitage Press, 1948]). En 1920, Debs participó en su última campaña electoral, en la que obtuvo más de 900 mil votos desde una celda carcelaria en Atlanta, Georgia, donde purgaba una condena de diez años por haberse opuesto a la Primera Guerra Mundial (por lo que también se le retiraron de por vida sus derechos ciudadanos). Las campañas presidenciales de Debs y su enorme autoridad cimentaron la tradición de que los socialistas se postularan para el puesto de Comandante en Jefe del imperialismo estadounidense, tradición que, en lo general, todos aceptaron acríticamente, salvo los oponentes antiparlamentarios de absolutamente toda actividad electoral. Sin embargo, en tanto que Debs abogaba por el derrocamiento del capitalismo, muchos dirigentes socialistas, como Morris Hillquit, eran reformistas virulentamente antileninistas. A otro, Victor Berger, se le describía apropiadamente como un “socialista de las cloacas” por su programa de reforma municipal casi indistinguible del que ofertaba el movimiento progresista burgués.

El municipalismo y la II Internacional

El municipalismo no era exclusivo de los reformistas abiertos. La profunda división entre el ala reformista y el ala revolucionaria de la II Internacional respecto a que los socialistas tomaran responsabilidad por el gobierno burgués a nivel ministerial no se extendía al nivel municipal. De hecho, el Congreso de París de 1900 aprobó unánimemente una resolución sobre el municipalismo que afirmaba:

“Considerando que el municipio puede ser un excelente laboratorio de la vida económica descentralizada y al mismo tiempo un formidable bastión político que las mayorías socialistas locales pueden usar contra las mayorías burguesas del poder central, siempre que se haya conseguido una autonomía seria;

“El Congreso Internacional de 1900 declara:

“Que, sin ignorar la importancia de la política general, todos los socialistas tienen el deber de explicar y apreciar la actividad municipal, de concederle a las reformas municipales la importancia que tienen como ‘embriones de la sociedad colectivista’ y de luchar por convertir los servicios comunales —tránsito, iluminación, abastecimiento de agua, electricidad, escuelas, servicios médicos, hospitales, baños, lavanderías, tiendas municipales, panaderías municipales, servicios alimentarios, calefacción, vivienda obrera, vestimenta, policía, obras municipales, etc.— en instituciones modelo, tanto desde el punto de vista del interés público como de los ciudadanos empleados en estas operaciones”.

Congrès Socialiste International

Éste es quizá el ejemplo más gráfico del dilema que enfrentaban los partidos de la II Internacional: un programa verdadero de reformas mínimas y un programa máximo de socialismo, que con demasiada frecuencia se limitaba a los sermones políticos de los domingos, pero nada más. Incluso los opositores más abiertos y consecuentes del bernsteinismo y el millerandismo pensaban que los socialistas podían participar en los gobiernos municipales. Así, Rosa Luxemburg escribió:

“La cuestión de participar en el consejo municipal es enteramente distinta. Es cierto que tanto el consejo municipal como el alcalde tienen a su cargo, entre otras cosas, las funciones administrativas que se les han transferido y el cumplimiento de la ley burguesa; sin embargo, históricamente ambos constituyen elementos enteramente contrapuestos...

“Para las tácticas socialistas, el resultado es una postura fundamentalmente distinta: el gobierno central del estado actual es la encarnación del dominio de clase burgués y eliminarlo es un prerrequisito absolutamente necesario para el triunfo del socialismo; la autoadministración es el elemento del futuro, un elemento con el que la transformación socialista se vinculará de un modo positivo.

“Indudablemente, los partidos burgueses saben cómo infundirle su contenido de clase incluso a las funciones económicas y culturales del municipio; pero en él los socialistas nunca llegarían a ser desleales a su propia política. Mientras estén en minoría en los organismos representativos de un municipio, harán de la oposición su línea de conducta, del mismo modo que en el parlamento. Sin embargo, si consiguen la mayoría, entonces trasformarán al municipio mismo en un instrumento de lucha contra el poder central burgués”.

—“La crise socialiste en France”

Esta opinión era en parte un resabio del periodo de ascenso de la burguesía revolucionaria, cuando la comuna era un arma de las clases urbanas contra el estado monárquico feudal. A finales de la Edad Media, las comunas de Italia y Francia sirvieron como los bastiones en los que las burguesías mercantiles desarrollaron las raíces del capitalismo dentro de la sociedad feudal y contra las fuerzas del absolutismo. Sin embargo, una vez que la burguesía hubo llegado al poder, ésta hizo a un lado las comunas autónomas para cohesionar un fuerte estado centralizado capaz de defender sus intereses de clase a nivel nacional. El que la II Internacional adoptara el municipalismo no sólo reflejaba una confusión teórica, sino también el hecho de que las reformas que se lograron mediante la lucha de clases en las últimas décadas del siglo XIX con frecuencia fueron obra de gobiernos locales controlados por los socialistas.

De hecho, Marx y Engels trataron de disipar las ilusiones municipales en varias ocasiones. Tras las revoluciones de 1848, advirtieron a los proletarios que “no se deben dejar desorientar por la cháchara democrática acerca del municipio libre, la autonomía local, etc.” (“Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, marzo de 1850). Y en su escrito sobre la Comuna de París, Marx advirtió que no debían confundirse las funciones de la comuna medieval con las tareas del socialismo proletario:

“Generalmente, las creaciones históricas completamente nuevas están destinadas a que se las tome por una reproducción de formas viejas e incluso difuntas de la vida social, con las cuales pueden presentar cierta semejanza. Así, esta nueva Comuna, que viene a destruir el poder estatal moderno, se ha confundido con una reproducción de las comunas medievales, que primero precedieron a ese mismo estado, y luego le sirvieron de base... El antagonismo entre la Comuna y el poder del estado se ha presentado equivocadamente como una forma exagerada de la vieja lucha contra el excesivo centralismo... La sola existencia de la Comuna implicaba, como algo evidente, un régimen de autonomía local, pero ya no como contrapeso a un poder estatal que ahora era superfluo”.

La guerra civil en Francia

En un espíritu similar, en la secuela de la Revolución Rusa de 1905, Lenin denunció el “oportunismo pequeñoburgués” de los ardides mencheviques de “socialismo municipal”:

“[Este oportunismo] olvida que, mientras la burguesía domine como clase, no puede permitir que se toquen ni siquiera desde el punto de vista ‘municipal’ las verdaderas bases de su dominación; que si la burguesía permite, tolera el ‘socialismo municipal’, es justamente porque éste no toca las bases de su dominación, no lesiona las fuentes importantes de su riqueza y abarca exclusivamente la estrecha esfera local de gastos que la propia burguesía entrega a la gestión del ‘pueblo’. Basta conocer siquiera sea muy poco el ‘socialismo municipal’ de Occidente para saber que todo intento de los municipios socialistas de salirse un ápice del marco de la administración habitual, es decir, menuda, mezquina, que no aporta un alivio esencial a los obreros, todo intento de lesionar un poquitín el capital, motiva siempre, de un modo indefectible, el veto decidido del poder central del estado burgués”.

El programa agrario de la socialdemocracia en la primera Revolución Rusa de 1905-1907, noviembre-diciembre de 1907

Un hecho indicativo de las contradicciones inherentes al apoyo que varios socialdemócratas revolucionarios daban a que los socialistas controlasen gobiernos municipales es el que Rosa Luxemburg haya rechazado vehementemente los argumentos paralelos que utilizaron los partidarios de Vollmar para defender el voto del presupuesto del gobierno estatal de Baden en mayo de 1900. Citando la afirmación que hacían de que “el presupuesto de los estados alemanes individuales, a diferencia del del Reich, contiene en su mayor parte gastos para la cultura y no para el ejército”, Luxemburg respondía:

“El que el presupuesto destine más o menos dinero a gastos militares o de cultura es una consideración cuantitativa que sería decisiva para nosotros sólo si nos basáramos en general en el estado actual y combatiéramos únicamente sus excesos, como por ejemplo el estado militar... De hecho, nos negamos a aprobar que los contribuyentes financien al Reich alemán no sólo por tratarse de un estado militar, sino más bien, y sobre todo, porque es un estado de clase burgués. Esto último, sin embargo, se aplica igualmente a los estados federales alemanes”.

—Luxemburg, “Die badische Budgetabstimmung” (El voto por el presupuesto de Baden)

La falsa distinción entre los gobiernos nacionales o estatales y los municipales dejó a los oponentes del ministerialismo completamente vulnerables a los ataques de los partidarios de Millerand. Así, Jaurès aprovechó el hecho de que los propios guesdistas del POF ocupaban varios puestos ejecutivos a nivel municipal para acusar su oposición al ministerialismo de incongruente e hipócrita. En un debate sostenido el 26 de noviembre de 1900 en Lille (una ciudad con un alcalde del POF), Jaurès argumentó:

“Se habla de la responsabilidad que asume un ministro socialista en un ministerio burgués; ¿pero acaso vuestros funcionarios municipales electos no asumen responsabilidades? ¿Acaso no son parte del estado burgués?... Podría yo decir que el poder central puede suspender a un alcalde socialista, por socialista que sea, e inhabilitarlo para asumir el puesto por un año; podría decir que éste, en tanto que alcalde, necesariamente acepta administrar y hacer cumplir un gran número de leyes burguesas, y podría decirles que, si hay conflictos violentos en sus calles, también él se verá forzado, por temor a que se diga que el socialismo es saqueo y asesinato, a recurrir a la policía”.

—“le Socialisme en débat” (El socialismo a debate), suplemento de l’Humanité hebdo, 19-20 de noviembre de 2005

La polémica de Jaurès contra el municipalismo de los guesdistas, aunque estaba al servicio de defender al millerandismo, daba en el blanco y reflejaba una debilidad constante de la II Internacional que habría de pasar a la III.

La Primera Guerra Mundial: Un parteaguas

El profundamente arraigado reformismo de la II Internacional se manifestó en su incapacidad de desentrañar las cuestiones del parlamentarismo, el ministerialismo y el coalicionismo. La II Internacional no asimiló las lecciones de la Comuna de París respecto a la necesidad de aplastar el estado burgués y erigir en su lugar un estado proletario como el de la Comuna. Ciertamente, los dirigentes del SPD, reconocidos como herederos de Marx y Engels, hicieron mucho por enterrar y oscurecer las lecciones que éstos habían sacado de ese acontecimiento trascendental.

La primera guerra interimperialista mundial hizo estallar todos los problemas acumulados de la II Internacional. Ante el inicio de la guerra en agosto de 1914, la Internacional colapsó espectacularmente en el socialchovinismo. En los países beligerantes, sólo los bolcheviques y algunos mencheviques en Rusia y los partidos búlgaro y serbio se opusieron a financiar la guerra de sus gobiernos. Los socialpatriotas cerraron filas detrás de sus propias burguesías en nombre de la “defensa de la patria”, alegando falsamente como precedente las guerras nacionales de Europa del siglo XIX, en las que la victoria de un bando u otro representaba el progreso social contra la reacción feudal. La Primera Guerra Mundial señaló que el capitalismo había entrado a la época imperialista: ambos bandos estaban dominados por grandes potencias que luchaban por redividirse el mundo entre ellas. Los marxistas se opusieron a ambos bandos de la guerra, abogando por el derrotismo revolucionario.

La Primera Guerra Mundial fue un parteaguas que provocó una profunda realineación del movimiento obrero revolucionario internacionalmente. Preparados por sus años de lucha contra los oportunistas rusos —los mencheviques— y por su ruptura definitiva con ellos, Lenin y sus bolcheviques surgieron como los dirigentes de un movimiento internacional por recuperar la bandera del marxismo revolucionario. Comenzando con sus primeros escritos sobre la guerra, fechados en septiembre de 1914, y siguiendo con las intervenciones bolcheviques en las conferencias de los socialistas opuestos a la guerra celebradas en Zimmerwald (1915) y Kienthal (1916), Lenin luchó sobre dos ejes interconectados: la necesidad de romper irrevocablemente con los socialtraidores de la II Internacional y sus apologistas centristas y luchar por una nueva Internacional, la III; y el llamado por convertir la guerra imperialista en una guerra civil contra el sistema capitalista. (Para un recuento documental de la lucha de Lenin por una nueva Internacional, ver: Olga Hess Gankin y H.H. Fisher, The Bolsheviks and the World War [Los bolcheviques y la guerra mundial].) La ola revolucionaria provocada por la continua masacre interimperialista quebró el eslabón más débil del imperialismo, la Rusia zarista. Con el colapso de la autocracia que siguió a los levantamientos revolucionarios de febrero de 1917, se presentó la posibilidad de hacer realidad la consigna bolchevique. El estado y la revolución de Lenin, escrito en el verano de 1917, en el que exhumó los escritos de Marx y Engels sobre el estado y las lecciones de la Comuna, fue clave para armar políticamente al partido bolchevique para que dirigiera la lucha por el poder estatal proletario.

El llamado por convertir la guerra imperialista en guerra civil no dejaba espacio alguno a las coaliciones electorales o parlamentarias con partidos burgueses. Sin embargo, fue necesario que Lenin, a quien más tarde se unió Trotsky, librara grandes luchas para mantener al partido bolchevique en el curso revolucionario que habría de llevar al triunfo de los obreros y campesinos de Rusia en octubre de 1917, planteando tajantemente a cada paso la cuestión de qué clase gobernaría. Las ilusiones en el electoralismo y el parlamentarismo, producidas por no reconocer que el viejo poder estatal debía ser barrido, amenazaron a cada paso con descarrilar la revolución. El municipalismo y el ministerialismo enfrentaron su prueba decisiva en el crisol de esta gran revolución.

La Revolución Bolchevique y la Internacional Comunista de primera época trazaron una línea de oposición principista frente al coalicionismo. Los trotskistas sostuvieron esta línea cuando la Comintern estalinizada la revirtió (ver, por ejemplo, el folleto de James Burnham de 1937, The People’s Front: The New Betrayal [El frente popular: La nueva traición]). Sin embargo, la cuestión de los puestos ejecutivos no la resolvió claramente ni siquiera la IC revolucionaria de los primeros tiempos.

Lecciones de la Revolución Bolchevique

La Revolución de Febrero presentó, como señaló Trotsky, una paradoja. (Todas las fechas referentes a Rusia en 1917 están en el viejo calendario juliano, que va 13 días atrasado con respecto al calendario moderno.) La burguesía rusa y sus partidos liberales temían la revolución y trataron de contenerla. Las masas hicieron la revolución con gran determinación y audacia y, tal como en 1905, erigieron soviets (consejos) que pronto se convirtieron en los dueños de la situación. Sin embargo, estos soviets estuvieron dominados inicialmente por los pequeñoburgueses socialrevolucionarios (eseristas) y mencheviques, que se aferraban a la idea de que la revolución en Rusia debía ser burguesa y por ello buscaron devolverle a toda costa el poder al impotente Gobierno Provisional burgués. Refiriéndose a estos conciliadores, Trotsky escribió:

“La revolución no es más que la lucha directa por el poder. Sin embargo, lo que a nuestros ‘socialistas’ les preocupa no es quitar el poder al llamado enemigo de clase, que no lo tiene en sus manos ni se puede adueñar de él con sus propias fuerzas, sino, al contrario, el entregárselo a toda costa. ¿Acaso no es esto una paradoja? Y esta paradoja tenía por fuerza que causar asombro; aún no se había dado la revolución alemana de 1918 y el mundo no era aún testigo de una grandiosa operación del mismo tipo, pero realizada con mucho más éxito por la ‘nueva clase media’ acaudillada por la socialdemocracia germana”.

Historia de la Revolución Rusa

Refiriéndose a la situación del poder dual, Trotsky explicó: “la Revolución de Febrero llevó al poder, en realidad, a un gobierno burgués, con la sola particularidad de que el nuevo poder de las clases poseedoras se veía circunscrito por el de los soviets de obreros y soldados, si bien éste no se llevaba hasta sus últimas consecuencias” (Ibíd.). (En Alemania en 1918, la dirección socialdemócrata retuvo el control de los consejos de obreros y soldados, que pronto fueron subordinados al gobierno burgués, que los liquidó.)

En las primeras semanas que siguieron a la Revolución de Febrero, el Partido Bolchevique había perdido su voz revolucionaria. En marzo, tras haber echado a los bolcheviques más izquierdistas de la redacción de Pravda, Stalin y Kámenev proclamaron en el periódico que los bolcheviques apoyarían al gobierno provisional “en cuanto luchase contra la reacción y la contrarrevolución” y declararon: “Nuestra consigna debe ser: ejercer presión sobre el gobierno provisional con el fin de obligarle...a tantear la disposición de los países beligerantes respecto a la posibilidad de entablar negociaciones inmediatamente... Entre tanto, todo el mundo debe permanecer en su puesto de combate” (citado en Ibíd.). Estas declaraciones causaron una gran furia en las bases del Partido Bolchevique. Los comités locales reaccionaron exigiendo que los nuevos editores de Pravda fueran expulsados del partido. Sin embargo, los conciliadores —los “bolcheviques de marzo”— se mantuvieron firmes, con Stalin, por ejemplo, argumentando que los obreros y campesinos ya habían vencido en la revolución ¡y la tarea del Gobierno Provisional era fortificar esas conquistas!

Cuando Lenin regresó a Rusia el 3 de abril de 1917, inmediatamente lanzó una furiosa lucha contra los “bolcheviques de marzo” y los partidos capituladores de la mayoría soviética. Lenin exigió que se adoptara una perspectiva dirigida a convencer a los obreros y campesinos de que formaran un gobierno como el de la Comuna de París, basado en los soviets. Al hacerlo, renunció explícitamente a su concepción previa, según la cual la Revolución Rusa debía asumir la forma de una “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”. La conclusión de Lenin era operativamente congruente con la concepción de Trotsky de la revolución permanente: que el proletariado ruso podría adquirir el poder antes que el proletariado occidental y que se vería obligado a trascender las tareas democrático-burguesas de la revolución y emprender medidas socialistas. Esta congruencia se expresó, a los pocos meses, en la fusión que Trotsky facilitó entre el Comité Interdistrital (los mezhraiontsi), en el que ocupaba una posición influyente, y los bolcheviques.

Lenin pudo triunfar, a pesar de lo errado de su anterior fórmula analítica, fundamentalmente porque sus opiniones coincidían con el estado de ánimo revolucionario del proletariado y porque, durante toda la existencia del bolchevismo, había mantenido férreamente una posición de independencia de clase y de oposición irreconciliable tanto al régimen zarista como a la burguesía rusa. Es el ejemplo más gráfico del papel crítico de la dirección del partido en una situación revolucionaria. Si los bolcheviques no hubieran logrado virar de su posición de críticos de izquierda de los conciliadores, el partido bien hubiera podido dejar pasar la oportunidad revolucionaria, que no se repetiría en mucho tiempo.

Es desde este punto de vista que las experiencias de la Revolución Rusa de 1917 tienen una gran importancia en la evaluación del parlamentarismo, el ministerialismo y el municipalismo, y subrayan poderosamente la cuestión de postularse para puestos ejecutivos. El Gobierno Provisional surgió de los retazos de la vieja Duma zarista. El gran ministerialista de 1917 fue, desde luego, Aleksandr Kerensky, un vicepresidente del Comité Ejecutivo Provisional del Soviet de Petrogrado que el 2 de marzo de 1917 se apresuró a aceptar, sin ninguna aprobación formal, el puesto de Ministro de Justicia del flamante Gobierno Provisional. Aunque ninguno de los colegas de Kerensky en el Comité mostró tanta prisa en seguir sus pasos, el 1º de mayo la mayoría del Comité Ejecutivo decidió (enfrentando solamente la oposición de los bolcheviques y los mencheviques-internacionalistas de Iulii Mártov) entrar a un gobierno de coalición con la burguesía. Al hacerlo, esperaba avanzar en la disolución gradual de los soviets, para remplazarlos a nivel local con gobiernos municipales (dumas locales) y a nivel nacional con una asamblea constituyente. Así pues, se suponía que el gobierno de coalición sería un puente hacia una república parlamentaria. Pero los soviets se mantuvieron.

La respuesta de los bolcheviques a esta coalición de traición de clase fue la consigna “¡Abajo los diez ministros capitalistas!” Como explicó Trotsky, la consigna exigía “de modo tácito que ocupasen el lugar de éstos los mencheviques y los ‘narodniki’. ‘Apead a los kadetes y tomad el poder, señores demócratas burgueses; poned en el gobierno a doce Peshejónovs [un ministro “socialista”], y os prometemos desalojaros de vuestros puestos lo más ‘pacíficamente’ posible en cuanto suene la hora. Y no ha de tardar en sonar’” (Lecciones de Octubre, 1924). La táctica bolchevique no tenía como fin el adueñarse del Gobierno Provisional, sino exponer a los reformistas por negarse a tomar el poder en nombre de la mayoría soviética. Los bolcheviques querían mostrarle a los obreros que ese gobierno burgués debía ser arrojado al basurero de la historia y remplazado por un gobierno obrero basado en los soviets de obreros, soldados y campesinos. Ésta era, si se quiere, una concretización de la consigna “¡Abajo los puestos ejecutivos!”

Parte integral de la lucha de Lenin por rearmar al Partido Bolchevique en abril de 1917 fue una tajante disputa sobre la orientación hacia las elecciones a las dumas locales. El que el ala revolucionaria de la II Internacional no haya logrado enfrentar correctamente la cuestión del municipalismo, quedó subrayado cuando L.M. Mijailov, presidente del Comité Bolchevique de Petrogrado, citó el Congreso de París de 1900 como su autoridad para impulsar un programa socialdemócrata clásico de reforma municipal:

“Los socialistas de todos los matices siempre han considerado, y siguen considerando, los municipios, la administración pública urbana, como ‘embriones de la sociedad colectivista’.

“E incluso si entendemos y recordamos firmemente que la victoria de una ‘sociedad colectivista’ exige la reconstrucción radical de todo el estado de clase moderno, los socialistas de todos modos declararon unánimemente en su Congreso Internacional de París (de 1900) asignarle a sus partidarios el deber de luchar por obtener el control de la autogestión pública local, por considerarla ‘un excelente laboratorio de la vida económica descentralizada y al mismo tiempo un formidable bastión político’”.

Sed’maia (aprel’skaia) vserossiiskaia konferentsia RSDRP (Bol’shevikov), Petrogradskaia obshchegorodskaia konferentsia RSDRP (Bol’shevikov), Protokoly (VII Conferencia [abril] de toda Rusia del POSDR [Bolchevique], Conferencia de todo Petrogrado del POSDR [Bolchevique], Actas) (Moscú: Gozpolitizdat, 1958)

Sobre esta base, Mijailov argumentaba por formar bloques electorales con los mencheviques y los eseristas, justo después de que estos partidos habían aceptado servilmente la promesa que el Gobierno Provisional hizo a los aliados imperialistas de Rusia de seguir luchando en el bando de la Entente. Lenin respondió denunciando cualquier noción de bloque electoral con la burguesía o los defensistas como una traición al socialismo. Sin dejar de lado las cuestiones inmediatas, como el abastecimiento de comida, etc., Lenin insistió en que la campaña para la duma local debía centrarse en explicar a los obreros las diferencias que separaban a los bolcheviques de la burguesía y de los conciliadores mencheviques y eseristas respecto “a todos los problemas fundamentales contemporáneos, en particular a las cuestiones relacionadas con la guerra y las tareas del proletariado en lo que respecta al poder central” (Lenin, “Resolución sobre las elecciones municipales”, Conferencia de la Ciudad de Petrogrado del POSDR [Bolchevique], 14-22 de abril de 1917).

Como queda claro por los comentarios de Mijailov, las actitudes contrapuestas frente a los ayuntamientos estaban inscritas en el conflicto más fundamental en el partido: ¿Debían limitarse los bolcheviques a ser el ala izquierda de la democracia o debían luchar por el poder proletario? En las nuevas dumas locales de Petrogrado y Moscú, elegidas por el sufragio más amplio, los bolcheviques eran una minoría pequeña pero creciente. Los mencheviques y los eseristas, que tenían la mayoría tanto en la duma como en los soviets, sostenían que las dumas debían suplantar a los soviets. Pero, como explica Trotsky:

“Los municipios, lo mismo que todas las instituciones democráticas en general, sólo pueden funcionar a base de relaciones sociales estables, es decir, de un determinado régimen de propiedad. Pero la esencia de toda revolución está, precisamente, en poner esa base social en tela de juicio, en tanto que se contrasta revolucionariamente la correlación de las fuerzas de clases y éstas dan la contestación... En las jornadas revolucionarias por las que estaban atravesando, los municipios arrastraban una vida semificticia. En los momentos decisivos, cuando la intervención de las masas marcaba la orientación principal de los acontecimientos, los municipios saltaban hechos añicos y sus elementos componentes iban a parar a uno y otro lado de la barricada. Bastaba con detenerse un momento a comparar el papel que hacían los soviets y el que hacían los municipios, durante los meses de mayo a octubre, para prever la suerte que a la Asamblea constituyente le estaba reservada”.

Historia de la Revolución Rusa

Cuando el abortado golpe contrarrevolucionario del general Kornílov fue aplastado bajo la dirección de los bolcheviques en agosto, éstos se vieron catapultados a la mayoría en los soviets de Petrogrado y Moscú. Lenin respondió a este aumento decisivo en el apoyo a los bolcheviques y en el descontento social, especialmente entre el campesinado, con una serie de escritos centrados en la necesidad de prepararse para la insurrección. Por su parte, el bloque Kerensky-eserista-menchevique trató de poner una serie de obstáculos “democráticos” a la inminente revolución obrera. Entre estos obstáculos estuvo la Conferencia Democrática celebrada del 14 al 22 de septiembre y su retoño, el preparlamento, que inauguró sus sesiones el 7 de octubre de 1917.

Los bolcheviques que en abril habían resistido la perspectiva de Lenin de una toma del poder por el proletariado, ahora resistieron su implementación. Con Trotsky encarcelado y Lenin escondido, el 3 de septiembre el Comité Central bolchevique resolvió ocupar puestos en la administración de la duma de Petrogrado ¡e incluso designar al presidente de la fracción parlamentaria bolchevique, Anatoli Lunacharsky, como uno de los tres vicealcaldes! Al hacer esto, la fracción bolchevique no sólo se unió a los socios eseristas y mencheviques que tenía Kerensky en el Gobierno Provisional en la supervisión de la administración de la ciudad, sino que también se sentó lado a lado con el vicealcalde F.M. Knipovich, del partido kadete. Esto sucedió a pesar de la bravata de la declaración inaugural de los bolcheviques a la duma, que renunciaba a “toda forma de colaboración con enemigos declarados de la revolución en los órganos ejecutivos de la autogestión de la ciudad” (Los bolcheviques y la Revolución de Octubre, actas del Comité Central del Partido Obrero Social Demócrata Ruso (bolchevique), agosto de 1917 a febrero de 1918) [México: Ediciones Pasado y Presente, 1978].

Los bolcheviques conciliadores también se unieron a la legitimación de las confabulaciones “democráticas” del Gobierno Provisional. Todavía escondido, Lenin condenó en retrospectiva la participación bolchevique en la Conferencia Democrática y aplaudió a Trotsky por haber llamado por el boicot al preparlamento. Denunciando al preparlamento como “en esencia un fraude bonapartista”, Lenin advirtió: “No puede haber ninguna duda de que en el ‘vértice’ de nuestro partido se notan vacilaciones que pueden resultar desastrosas” (“Del diario de un publicista”, 22-24 de septiembre de 1917).

El 11 de octubre, Lunacharsky se solidarizó públicamente con la denuncia rompehuelgas que hicieron Zinóviev y Kámenev del plan de la insurrección y con su declaración de que “La Asamblea Constituyente y los Soviets componen el tipo combinado de instituciones estatales hacia el cual nos orientamos” (citado en Lecciones de Octubre). Lenin y Trotsky triunfaron sobre los vacilantes y dirigieron la Revolución de Octubre a la victoria. Pero incluso después de la insurrección, quienes habían vacilado seguían librando acciones de retaguardia. El 4 de noviembre, Lunacharsky, Zinóviev y Kámenev renunciaron a todas sus responsabilidades cuando Lenin y Trotsky se negaron a aceptar su exigencia de un gobierno de “todos los socialistas” que incluyera a los mencheviques y los eseristas; un gobierno que, además ¡hubiera excluido a Lenin y a Trotsky! Tal como había hecho tras la acción rompehuelgas de Zinóviev y Kámenev, Lenin llamó por expulsar a los capituladores si éstos mantenían su curso. Al no encontrar apoyo en el partido ni mencheviques que aceptaran tal gobierno de coalición, los capituladores no tardaron en abandonar su línea, y Lenin recomendó que se les reintegrara a sus posiciones de responsabilidad.

Apoyo crítico vs. ministerialismo

Los rasgos fundamentales de la Revolución de Octubre no se limitaron sólo a Rusia, como tampoco su impacto. Esta revolución polarizó al movimiento obrero a escala mundial, conforme los revolucionarios internacionalistas abrazaban la causa de Octubre y luchaban por forjar nuevos partidos revolucionarios basados en sus lecciones. Reforzados por su victoria, los bolcheviques dieron los primeros pasos para forjar la nueva Internacional, la Internacional Comunista, por la que Lenin había llamado desde el colapso de la II Internacional en el socialpatriotismo.

En su I Congreso de 1919, la Comintern izó la bandera de la dictadura del proletariado y de las lecciones de El estado y la revolución. El II Congreso, celebrado un año después, enfrentó las cuestiones del parlamentarismo y las tácticas electorales revolucionarias, entre otras cosas. Para impedirle el paso a los impostores reformistas y los elementos centristas accidentales que gravitaban hacia la Comnintern, a todos los partidos que quisieran afiliarse se les impuso un conjunto de condiciones. En el frente parlamentario, la Condición 11 declaraba:

“Los partidos deseosos de pertenecer a la Internacional Comunista tienen como deber revisar la composición de sus fracciones parlamentarias, separar a los elementos dudosos, someter [estas fracciones], no con palabras sino con hechos, al Comité Central del Partido, exigir de todo diputado comunista la subordinación de toda su actividad a los verdaderos intereses de la propaganda revolucionaria y de la agitación”.

—“Condiciones de admisión de los partidos en la Internacional Comunista”, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, primera parte (México: Ediciones Pasado y Presente, 1981)

La revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin, Terrorismo y comunismo de Trotsky y otras polémicas estaban dirigidas a trazar una línea programática clara contra la socialdemocracia y especialmente contra el centro kautskiano. Al mismo tiempo, Lenin buscó ganarse a los elementos anarcosindicalistas y ultraizquierdistas cuyo rechazo al parlamentarismo socialdemócrata los hubiera llevado a rechazar como reformista toda actividad electoral o parlamentaria. En vísperas del II Congreso, Lenin escribió su manual de táctica comunista, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo (abril-mayo de 1920). Ahí, instó a los comunistas a adoptar una postura de apoyo crítico a, por ejemplo, el Partido Laborista, en las elecciones que se avecinaban en Gran Bretaña. Lenin explicó:

“Es cierto que los [líderes laboristas británicos] Henderson, los Clynes, los MacDonald y los Snowden son reaccionarios consumados. Y no es menos cierto que quieren tomar el poder (aunque preferirían una coalición con la burguesía), que quieren ‘gobernar’ en el viejo sentido burgués y que una vez en el poder, se comportarán, ciertamente, como los Scheidemann y los Noske. Todo eso es verdad; pero de ningún modo se deduce que apoyarlos signifique traicionar a la revolución; lo que de ello se deduce es que, en interés de la revolución, los revolucionarios de la clase obrera deben dar a estos señores un cierto apoyo parlamentario...

“Por el contrario, el hecho de que la mayoría de los obreros de Inglaterra siguen todavía a los Kerensky o a los Scheidemann ingleses, y de que no han pasado aún por la experiencia de un gobierno formado por esa gente —experiencia que fue necesaria en Rusia y en Alemania para asegurar el paso en masa de los obreros al comunismo—, demuestra sin duda que los comunistas ingleses deben participar en la acción parlamentaria, que deben ayudar, desde adentro del parlamento, a las masas obreras a ver en la práctica los resultados del gobierno de los Henderson y los Snowden, y que deben ayudar a los Henderson y los Snowden a vencer a las fuerzas unidas de Lloyd George y Churchill. Proceder de otro modo significaría obstaculizar la causa de la revolución, puesto que la revolución es imposible sin un cambio en las opiniones de la mayoría de la clase obrera, un cambio producido por la experiencia política de las masas, nunca por la propaganda sola”.

La enfermedad infantil del “izquierdismo”

Lenin insistió categóricamente en que los comunistas británicos conservaran “la completa libertad de agitación, de propaganda y de acción política. Sin esta última condición, naturalmente, no podemos acceder a formar un bloque, pues sería una traición. Los comunistas ingleses deben reclamar y obtener libertad total de desenmascarar a los Henderson y los Snowden, del mismo modo que los bolcheviques rusos (durante 15 años, de 1903 a 1917) la reclamaron y obtuvieron con respecto a los Henderson y los Snowden rusos, es decir, los mencheviques” (Ibíd.).

Obviamente, el punto de las tácticas de Lenin no era que los comunistas remplazaran la mayoría laborista por una mayoría comunista; por el contrario, Lenin insistía en que “el número de bancas en el parlamento no tiene importancia para nosotros” (Ibíd.). En cambio, esas tácticas ayudarían a exponer los obstáculos reformistas a la revolución. Como lo puso Lenin, “quiero sostener a Henderson del mismo modo que la soga sostiene al ahorcado; que la inminente instauración de un gobierno de los Henderson demostrará que tengo razón, atraerá a las masas a mi lado y acelerará la muerte política de los Henderson y los Snowden” (Ibíd.). En ningún lugar en La enfermedad infantil del “izquerdismo” consideró Lenin la posibilidad de que los comunistas se adueñaran de los puestos ejecutivos en un gobierno burgués, o su equivalente funcional, una mayoría parlamentaria. Como había dejado claro en una declaración anterior:

“Sólo los canallas o los tontos pueden pensar que el proletariado debe primero conquistar la mayoría en elecciones llevadas a cabo bajo el yugo de la burguesía, bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y después conquistar el poder. Esto es el colmo de la estupidez o de la hipocresía; es remplazar la lucha de clases y la revolución por elecciones realizadas bajo el viejo régimen, bajo el viejo poder”.

—Lenin, “Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes”, 10 de octubre de 1919

Las tácticas electorales que Lenin propuso son enteramente congruentes con la oposición a postular candidatos a puestos ejecutivos. En un documento escrito en vísperas del II Congreso, Lenin dejó claro que el parlamentarismo revolucionario implica tener solamente “diputados en instituciones representativas burguesas (ante todo instituciones representativas nacionales y también locales, municipales, etc.)” (“Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista”, junio-julio de 1920). Sólo diputados obreros en la legislatura —Lenin nunca mencionó administradores, alcaldes, gobernadores o presidentes en el poder ejecutivo como representantes de las conquistas obreras en el campo enemigo—.

El II Congreso, el municipalismo y los comunistas búlgaros

El proyecto de tesis sobre “El partido comunista y el parlamentarismo”, que el Comité Ejecutivo de la IC (CEIC) presentó al Congreso para su discusión, concordaba con los documentos de Lenin. Tampoco mencionaba la cuestión de asumir puestos ejecutivos —incluyendo a nivel municipal— y en cambio argumentaba por lo contrario. Sin embargo, las tesis que la Comisión Parlamentaria presentó al Congreso y que éste habría de adoptar fueron modificadas en ciertos aspectos críticos. Trotsky, quien junto con Bujarin estaba asignado a participar en la delegación rusa a la Comisión, redactó una nueva sección introductoria histórica que remplazó las primeras tesis del proyecto original. La tercera sección de las tesis, que Zinóviev había redactado originalmente como documento separado de instrucciones a los diputados parlamentarios y que el Buró Político del partido ruso había revisado antes de que fuera presentada, se adoptó sin cambios sustanciales. Sin embargo, en la segunda sección del documento, originalmente redactada por Bujarin, se introdujeron varias enmiendas antimarxistas que diluían la intención revolucionaria del proyecto. Así, los párrafos 4 y 6 (renumerados), ya no rechazaban categóricamente la posibilidad de que los comunistas consiguieran el control de los parlamentos burgueses, sino que aceptaba esa posibilidad como algo temporal. (Hemos señalado con énfasis las enmiendas, incluidas en las versiones alemana e inglesa de las tesis. Sin embargo, ninguna de las versiones en español que hemos consultado incluye la enmienda a la Tesis 4, además de que presentan errores significativos de traducción; por ello, hemos traducido de la versión publicada en Spartacist [Edición en inglés], que concuerda con la versión oficial en alemán publicada por la Comintern.):

“4. Los parlamentos burgueses, que se cuentan entre las más importantes organizaciones de la maquinaria estatal de la burguesía, no pueden como tales ser conquistados por el proletariado de manera permanente, así como el proletariado no puede, de ningún modo, tomar control del estado burgués. La tarea del proletariado consiste en romper la maquinaria estatal de la burguesía, en destruirla, y con ella las instituciones parlamentarias, ya sea las republicanas o las de las monarquías constitucionales.

“5. Lo mismo ocurre con las instituciones municipales. Contraponerlas a los órganos estatales es teóricamente incorrecto. En realidad son organizaciones similares al mecanismo del estado burgués que deben ser destruidas por el proletariado revolucionario y remplazadas por soviets de diputados obreros locales.

“6. Así, el comunismo rechaza el parlamentarismo como una forma de la sociedad futura; lo rechaza como la forma de la dictadura de la clase proletaria. Rechaza la posibilidad de una conquista permanente de los parlamentos; su objetivo es la destrucción del parlamentarismo. Por ello, sólo se puede hablar de utilizar las instituciones estatales burguesas con el objetivo de su destrucción. En este sentido, y únicamente en este sentido, debe ser planteada la cuestión”.

—“Theses on the Communist Parties and Parliamentarism” (publicado en español como
“El partido comunista y el parlamentarismo”), Workers of the World and Oppressed Peoples, Unite! Proceedings and Documents of the Second Congress, 1920 (Obreros del mundo, ¡uníos! Acta de sesiones y documentos del II Congreso, 1920, Nueva York: Pathfinder, 1991)

Muy significativamente, la Comisión añadió una nueva Tesis 13 que en los hechos contradecía a la Tesis 5:

“13. Si los comunistas obtienen mayoría en los municipios, deben: a) formar una oposición revolucionaria contra el gobierno burgués central; b) hacer todo lo posible para prestar servicios a los sectores más pobres de la población (medidas económicas, creación o tentativa de creación de una milicia obrera armada, etc.); c) señalar en toda oportunidad cómo el estado burgués obstaculiza todo cambio importante; d) desarrollar sobre esta base una propaganda revolucionaria enérgica, sin temer el conflicto con el estado; e) remplazar, en ciertas circunstancias, a los municipios con soviets obreros locales. En otras palabras, toda la actividad de los comunistas en los municipios debe integrarse en la obra general por la destrucción del sistema capitalista”.

Ibíd.

Esto contrasta con los argumentos, citados arriba, que Lenin había esgrimido en 1907 contra el municipalismo.

Se sabe perfectamente que las actas estenográficas del II Congreso y sus comisiones asociadas son fragmentarias y no hemos hallado ningún registro de su Comisión Parlamentaria. Sin embargo, la evidencia disponible apunta a la importancia política de las enmiendas relevantes: una concesión a las prácticas municipales generalizadas en algunos partidos. En este aspecto, es notable que la Comisión también introdujera una enmienda a la Tesis 11, añadiendo al Partido Comunista de Bulgaria (PCB), junto con Karl Liebknecht y los bolcheviques, como modelo de trabajo revolucionario en el parlamento. Apenas unos meses antes del Congreso, el PCB, que ya tenía una numerosa fracción parlamentaria, había logrado una impresionante victoria en las elecciones municipales en toda Bulgaria. El Partido Socialista Francés, cuya admisión a la IC estaba todavía pendiente, también controlaba en ese momento entre mil 500 y mil 800 gobiernos locales; el Partido Socialista Italiano también gobernaba varios municipios.

El informe principal sobre el parlamentarismo en el Congreso, a cargo de Bujarin, no se refirió en lo más mínimo a las enmiendas. Éstas se les presentaron a los delegados sin comentario en un breve informe suplementario a cargo de la delegada alemana Wolfstein (Rosi Frölich). La discusión que siguió estuvo dominada por un debate con el ultraizquierdista italiano Amadeo Bordiga, quien dio el informe de la minoría opuesta a la actividad parlamentaria y presentó un conjunto contrapuesto de tesis a nombre de la Fracción Comunista Abstencionista del Partido Socialista Italiano. Los comentarios de Lenin a la discusión, en la que se permitieron tres oradores a favor de la resolución de la mayoría y tres en contra, lidiaron exclusivamente con los argumentos de Bordiga.

Sólo uno de los oradores a favor de la resolución mayoritaria, el búlgaro Nikolai Shablin (Iván Nedelkov), se refirió a la cuestión del municipalismo. Shablin se jactó:

“En las elecciones locales de diciembre de 1919 y las elecciones distritales de enero de 1920, el partido obtuvo 140 mil votos, conquistando la mayoría en los ayuntamientos de casi todas las ciudades y de cerca de un centenar de aldeas. En los ayuntamientos de muchas otras ciudades y aldeas, el partido logró minorías considerables. Para los ayuntamientos locales y distritales, el partido tiene el programa de organizar soviets obreros y campesinos en las ciudades y aldeas, cuyas unidades individuales, cuando llegue el momento de la revolución, remplacen a los organismos representativos locales y provinciales para asumir sus funciones...

“Usamos las campañas en los municipios comunistas para explicarle a las masas que sólo ellas, a través de sus organizaciones, pueden forzar al gobierno a respetar las decisiones de los ayuntamientos comunistas en cuanto a alimentación, vivienda, inflación y demás necesidades inmediatas de la población trabajadora”.

—“Parliamentarism”, Workers of the World and Oppressed Peoples, Unite! Proceedings and Documents of the Second Congress, 1920

El único delegado que le respondió a Shablin fue el suizo Jakob Herzog, quien opinó que el trabajo parlamentario del PCB no era tan maravilloso como decía Shablin. Herzog dijo:

“En la comisión discutimos largamente sobre cómo debían conducirse los representantes comunistas en los ayuntamientos municipales y sobre lo que debían hacer si obtenían la mayoría. Ahí, el camarada Bujarin dijo: ‘Cuando tengan la mayoría, deben tratar de mejorar las condiciones de los obreros para agudizar la contradicción entre el consejo municipal comunista y el estado’. Eso es exactamente lo mismo que dicen los oportunistas cuando entran al parlamento”.

Ibíd.

Sin embargo, Herzog se oponía a todo tipo de actividad parlamentaria y no hizo distinción alguna entre controlar un ayuntamiento municipal, que implica administrar un órgano local del aparato estatal burgués, y ser un opositor comunista en un cuerpo legislativo burgués. Sin embargo, esa distinción es decisiva. La sección introductoria de Trotsky a las tesis afirma que los comunistas que forman parte de un parlamento deben actuar como “exploradores” para la clase obrera revolucionaria “en las instituciones parlamentarias de la burguesía”. En la tercera sección, la Tesis 8 insiste:

“Todo diputado comunista en el parlamento está obligado a recordar que no es un legislador que busca arreglos con otros legisladores, sino un agitador del partido enviado al campo enemigo para aplicar ahí las decisiones del partido”.

—“Theses on the Communist Parties and Parliamentarism”, Proceedings and Documents of the Second Congress, 1920

En contraste, el funcionamiento de una mayoría comunista en un organismo nacional o local se reduce a lo mismo que ocupar un puesto ejecutivo: significa controlar el presupuesto y la administración. La cuestión de obtener el control de estos organismos tenía que haberse confrontado y rechazado explícitamente.

En sus comentarios al congreso, el propio Shablin dio un indicio del problema que implica el que los comunistas administren un gobierno local. Dijo que el programa del PCB era remplazar estos cuerpos con soviets “cuando llegue el momento de la revolución”. Mientras tanto, sin embargo, los comunistas búlgaros se vieron a sí mismos administrando estos organismos locales y tomando la responsabilidad de mantener el orden y racionar los escasos recursos dentro del marco del dominio de clase capitalista. Además, Shablin falsificó la verdadera práctica del PCB. El partido búlgaro no estaba organizando soviets para remplazar a los gobiernos municipales burgueses, sino que se proponía transformar orgánicamente esos gobiernos en soviets al momento de la revolución. El fundador del PCB, Dimitar Blagoev, lo dejó claro en 1919 cuando escribió:

“Ganar los municipios puede ser el principio del sistema soviético de gobierno... La lucha por apropiarse del poder municipal, y especialmente la lucha que nuestro partido tendrá que librar por reforzar el poder del proletariado y las clases más pobres dondequiera que administre el municipio: esa lucha será en esencia por extender el poder soviético (PC), hasta llegar totalmente al sistema soviético de gobierno”.

—citado en G. Tsonev y A. Vladimirov, Sentiabr’skoe vosstanie v Bolgarii 1923 goda (El levantamiento de Bulgaria de septiembre de 1923, Moscú: Gosizdat, 1934)

Los comunistas búlgaros no eran socialistas municipales del tipo de Victor Berger en EE.UU. El PCB era un partido revolucionario que habia sido violentamente absorbido por el vacío del colapso que siguió a la Primera Guerra Mundial en Bulgaria y que había sido catapultado a esos puestos mediante un levantamiento de apoyo popular a la Revolución Rusa. El precursor del PCB eran los tesnyaki, el Partido Obrero Socialdemócrata Búlgaro (Estrecho) de Blagoev, que había sufrido una intensa represión por oponerse a las Guerras Balcánicas de 1912-13 y a la Primera Guerra Mundial, y por haber votado contra los créditos de guerra en el parlamento. El PCB no asumió sus puestos municipales para traicionar al socialismo, sino para tratar de llevarlo a cabo en la mejor tradición de la antigua socialdemocracia y del poco bolchevismo que conocía. La contradicción entre sus fines y su posición en la administración del aparato estatal burgués a nivel local no podía durar y no duró.

Pese a su identificación con el bolchevismo, el PCB cargaba con mucho lastre socialdemócrata del ala izquierda de la II Internacional. Lenin se manifestó profundamente preocupado por la postura abstencionista que el partido asumió en septiembre de 1918 ante la Rebelión de Radomir, un enorme motín de los soldados campesinos del ejército búlgaro. En vísperas de esta rebelión, los soldados ya habían comenzado a formar soviets, inspirados directamente por la Revolución Bolchevique. Los tesnyaki de base se unieron a los 15 mil soldados rebeldes en tres días de batalla campal, decididos a derrocar al zar Fernando. Sin embargo, el partido se opuso a cualquier participación organizada en el levantamiento, lo que luego ayudó a catapultar al poder al líder de la Unión Campesina Alexander Stamboliski. El PCB no aceptó las críticas de Lenin y posteriormente Blagoev defendería el que su partido no hubiera dirigido el levantamiento hacia una revolución proletaria. La negativa del PCB a intervenir en la Rebelión de Radomir reflejaba, en buena parte, su añeja hostilidad al campesinado.

El partido había crecido rápidamente durante la guerra y en medio de los levantamientos de posguerra, pero esto significó una infusión de grandes cantidades de elementos inexpertos, que en general no eran obreros industriales. Al mismo tiempo, el PCB desarrolló una vasta red de editoriales, cooperativas y otras operaciones, mientras generaba un enorme aparato parlamentario y gubernamental. Para 1922, más de 3 mil 600 comunistas formaban parte de ayuntamientos municipales, otros 115 servían a nivel provincial y cerca de mil 500 participaban en comités escolares. Esto constituía un buen porcentaje de los 38 mil miembros del PCB.

La experiencia búlgara mostró una vez más que controlar gobiernos municipales burgueses está contrapuesto a la lucha por el poder soviético. Cuando la burguesía finalmente logró “reestabilizar” al país con el sangriento golpe de estado de Tsankov contra el gobierno de base campesina de Stamboliski en junio de 1923, el PCB fue barrido de sus “comunas municipales”. En vez de prepararse para una acción de frente unido con las fuerzas de la Unión Campesina contra el inminente golpe derechista sobre la base de la movilización independiente de los obreros y campesinos dirigida por los comunistas, el PCB pasó de pedirle confidencialmente armas al régimen justo antes del golpe a negarse a presentar oposición alguna al golpe una vez que tuvo lugar.

En la secuela, el PCB emprendió una serie de acciones militares aventureras, incluyendo una insurrección abortada en septiembre de 1923, que no hizo sino atraer una mayor represión burguesa. El partido, que hasta entonces se tenía por un modelo, fue aplastado físicamente por el Terror Blanco en 1923-25. Shablin fue uno de al menos 5 mil comunistas que pagaron con sus vidas las debilidades políticas del PCB. La zigzagueante dirección de la IC bajo Zinóviev impulsó al PCB en ese curso aventurero, mientras establecía la Internacional Campesina Roja, la Krestintern, y apoyaba la formación de “partidos obreros y campesinos” burgueses alrededor del mundo. Para entonces, la IC ya no era el partido revolucionario internacional que había sido durante sus cuatro primeros congresos. Empezando en 1923-24, el partido soviético, y con él la IC, sufrió un proceso de degeneración burocrática cualitativa. Ello quedó políticamente codificado a finales de 1924, cuando Stalin promulgó el dogma antiinternacionalista del “socialismo en un solo país”.

La IC sobre el municipalismo: Una herencia problemática

El II Congreso comenzó con reflexiones correctas sobre el municipalismo, pero terminó enmendándolas en un amasijo contradictorio que permitía el municipalismo en forma embrionaria. Al considerar el que esta cuestión no haya sido cabalmente desarrollada, debe tomarse en cuenta que el II Congreso, el primer congreso verdaderamente operativo de la IC, tuvo que lidiar con una gran variedad de otras cuestiones, incluyendo las bases para la admisión a la Comintern, las cuestiones nacional y colonial, la cuestión sindical, etc. Además, el Congreso se celebró en el punto más álgido de la guerra contra Polonia y la contraofensiva del Ejército Rojo contra Pilsudski y sus patrocinadores imperialistas franceses; si las tropas soviéticas hubieran logrado tomar Varsovia, habrían establecido una cabeza de puente directa al poderoso proletariado alemán. Una victoria del Ejército Rojo en Varsovia habría sacudido hasta sus cimientos la Europa de Versalles y posiblemente habría extendido los incendios revolucionarios de 1920 hasta convertirlos en una conflagración continental. La cuestión de participar en la administración municipal se habría planteado directamente en el contexto de una lucha proletaria por el poder, como ocurrió en 1917.

Si bien el II Congreso no abordó más que implícitamente la cuestión de los puestos ejecutivos, el asunto sí se planteó explícitamente en el movimiento comunista estadounidense. A diferencia del sistema parlamentario europeo, el sistema presidencial estadounidense hacía una distinción clara entre los puestos ejecutivos y los legislativos. Esta distinción no figuró en lo más mínimo en la discusión sobre el parlamentarismo del II Congreso, aunque un miembro del Communist Party of America (CPA, Partido Comunista de Estados Unidos), el militante de origen ruso Alexander Stoklitsky, había sido asignado a la Comisión Parlamentaria. En su conferencia de fundación de 1919, el CPA había adoptado una posición correcta en contra de postularse para puestos ejecutivos. Cuando un sector de este partido rompió con él para unirse al Communist Labor Party [Partido Comunista Laboral] y fundar el United Communist Party (UCP, Partido Comunista Unificado), esta posición, defendida por C.E. Ruthenberg, se mantuvo en el nuevo partido. La conferencia de fundación del UCP afirmó: “Las nominaciones para puestos públicos y la participación en las elecciones se limitarán a los cuerpos legislativos, como los del congreso nacional, las legislaturas estatales y los ayuntamientos de las ciudades” (Programa del UCP, reimpreso en Revolutionary Radicalism [Radicalismo Revolucionario], Informe de la Comisión Lusk al senado del Estado de Nueva York, presentado el 24 de abril de 1920).

Esta posición resultó controversial en el debate que tuvo lugar en la conferencia del UCP: una tendencia la defendía, otra se oponía a toda actividad electoral y una tercera apoyaba el postularse para todos los puestos. Un informe de esa época dice: “Los oponentes de las elecciones ejecutivas argumentaron que la elección de comunistas como gobernador, alcalde y sheriff [alguacil] implicaría corromperlos y sería perjudicial para el movimiento; que no tenemos derecho a asumir responsabilidad por el estado burgués” (The Communist [El Comunista], 1º de septiembre de 1920). Sin embargo, en el programa del UCP, estos argumentos correctos estaban vinculados con una insistencia ultraizquierdista en que los representantes comunistas en cuerpos legislativos “no propondrán ni apoyarán medidas de reformas”. En la secuela de la lucha contra el ultraizquierdismo en el II Congreso, el movimiento comunista estadounidense se deshizo de la distinción entre postularse para puestos ejecutivos y legislativos. En 1921, Ben Gitlow fue el candidato comunista para la alcaldía de la Ciudad de Nueva York. Al año siguiente, un documento de la IC para la convención comunista estadounidense de agosto de 1922 insistía: “Los comunistas deben participar como revolucionarios en todas las campañas electorales generales, municipales, estatales y al congreso, así como en las presidenciales” (“Next Tasks of the Communist Party in America” [Las siguientes tareas del Partido Comunista en EE.UU.], reimpreso en Reds in America [Rojos en EE.UU., Nueva York: Beckwith Press, 1924]). En 1924, el partido estadounidense postuló a William Z. Foster como su candidato en las elecciones presidenciales.

La falta de claridad en las cuestiones relacionadas de los puestos ejecutivos y la administración municipal fue una plaga en la Comintern y sus partidos afiliados, como lo demuestran los escritos del propio Trotsky. En el IV Congreso, Trotsky redactó la resolución sobre Francia fechada el 2 de diciembre de 1922, en la que mezclaba “alcaldes” con “parlamentarios, consejeros municipales y [consejeros] generales” comunistas y señalaba que también los primeros podrían convertirse en “uno de los instrumentos de la lucha revolucionaria de masas” (“Resolución sobre la cuestión francesa”, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista). En su introducción de mayo de 1924 a Los cinco primeros años de la Internacional Comunista, Trotsky escribió: “el hecho de que nuestro partido recibió alrededor de 900 mil votos representa un éxito serio, especialmente si tomamos en cuenta el rápido crecimiento de nuestra influencia en los suburbios de París” (Los cinco primeros años de la Internacional Comunista [Buenos Aires: Ediciones Pluma, 1974]). Si bien Trotsky probablemente se refería a las elecciones legislativas que habían ocurrido el mismo mes, la “influencia” del PC francés en los suburbios incluía el gobierno de varios municipios.

También debe señalarse que Trotsky no cambió de opinión en cuanto a esto. En un artículo de 1939 (en ese entonces no publicado), escribió:

“La participación de los sindicatos en la administración de la industria nacionalizada puede compararse con la participación de los socialistas en los gobiernos municipales, donde los socialistas obtienen a veces la mayoría y están obligados a dirigir una importante economía municipal en tanto que continúan rigiendo las leyes burguesas de propiedad. En la municipalidad, los reformistas se adaptan pasivamente al régimen burgués. Los revolucionarios, en este terreno, hacen todo lo posible en interés de los obreros y al mismo tiempo les enseñan, a cada paso, que la política [municipal] es impotente en la conquista del poder estatal.

“La diferencia, sin duda, es que en el campo del gobierno municipal los obreros conquistan ciertas posiciones mediante elecciones democráticas, mientras que en el dominio de la industria nacionalizada el mismo gobierno los invita a tomar ciertos puestos. Pero esta diferencia es de carácter puramente formal. En ambos casos la burguesía está obligada a ceder a los obreros ciertas esferas de actividad. Los obreros las utilizan en su propio interés”.

—“La industria nacionalizada y la administración obrera”, 12 de mayo de 1939

El que en 1924 Trotsky pudiera referirse al PCF, en el contexto de su control de los municipios, como un partido “libre de cualquier tipo de obligaciones políticas hacia el régimen burgués” y en 1939 sugiriera una formulación paralela sobre los municipios no lo convierte en un reformista municipal, pero hay que reconocer que hemos heredado un problema no resuelto de estrategia comunista.

En el informe de nuestra discusión sobre los puestos ejecutivos en la V Conferencia de la LCI celebrada en 2007, señalamos:

“La posición de que los comunistas no deben, bajo ninguna circunstancia, postularse para puestos ejecutivos del estado burgués es una extensión de nuestra añeja crítica a la entrada del Partido Comunista Alemán (KPD), apoyado por la Comintern, a los gobiernos regionales de Sajonia y Turingia en octubre de 1923. El apoyo del KPD a estos gobiernos burgueses —primero desde fuera del gobierno, y después desde dentro—, los cuales eran administrados por socialdemócratas ‘de izquierda’, ayudó a descarrilar una situación revolucionaria (ver: ‘Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern’, Spartacist No. 31, agosto de 2001)”.

Spartacist No. 35, agosto de 2008

La entrada del KPD en estos gobiernos tuvo como antecedente la resolución defectuosa y confusa sobre los “gobiernos obreros” que el IV Congreso de la IC había adoptado menos de un año antes. La resolución confundía el llamado por gobiernos obreros —que para los revolucionarios no es otra cosa que una manera distinta de referirse a la dictadura del proletariado— con toda clase de gobiernos socialdemócratas en la administración del aparato estatal burgués, y dejaba abierta la posibilidad de que los comunistas participaran en esos gobiernos en coalición con los socialdemócratas. Aunque en 1923 Trotsky luchó por una perspectiva revolucionaria en Alemania e insistió en que el KPD llevara a cabo preparativos concretos para la insurrección y fijara una fecha para ésta —como había hecho Lenin en septiembre y octubre de 1917—, apoyó equivocadamente la política del KPD de participar en los gobiernos de Sajonia y Turingia, argumentando que éstos eran un “campo de entrenamiento” para la revolución. Si éstos eran en verdad “gobiernos obreros”, como se les había dicho a las masas, de ahí se deducía que la lucha revolucionaria extraparlamentaria y la formación de consejos y milicias obreros eran absolutamente superfluas. A fin de cuentas, el KPD y la dirección de la IC bajo Zinóviev dejaron pasar una oportunidad revolucionaria. La desmoralización que esto provocó entre el proletariado soviético fue uno de los factores críticos que permitieron a la burocracia estalinista usurpar el poder político.

Tras la debacle alemana de 1923, Trotsky comenzó una evaluación de las razones políticas del fracaso. En Lecciones de Octubre (1924), obra implícitamente autocrítica, Trotsky contrastaba la lucha exitosa que Lenin libró en 1917 para vencer la resistencia de los Kámenev, los Zinóviev y los Stalin, que vacilaron cuando se planteó la cuestión del poder, con la política capituladora que prevaleció en Alemania en octubre de 1923. Posteriormente, Trotsky señalaría la necesidad de un análisis más amplio, profundo y sistemático de la intervención de la IC y el KPD en los sucesos alemanes de 1923. Sin embargo, nunca criticó explícitamente la entrada del KPD en los gobiernos de Sajonia y Turingia ni la defectuosa resolución del IV Congreso sobre los gobiernos obreros.

Un corolario del apoyo que Trotsky daba a que los comunistas administraran gobiernos locales fue el que aceptara la práctica de postular candidatos comunistas a puestos ejecutivos. Además de numerosas campañas para alcaldías, el PC francés participó en una campaña presidencial en 1924. En Alemania, el KPD postuló a Ernst Thälmann para presidente en 1925 y una vez más en 1932. Trotsky luchó por que el KPD emprendiera frentes unidos con los socialdemócratas y movilizara milicias obreras para aplastar a los nazis y abrir el camino a una lucha directa por el poder por parte de los obreros dirigidos por los comunistas. Ésa era la tarea urgente del momento y la campaña electoral del KPD de 1932, con su estridente caracterización, propia del Tercer Periodo, de los socialdemócratas como “socialfascistas”, no fue sino un chillón disfraz para su negativa a cumplirla. Trotsky evidenció insistentemente la bancarrota de la línea “socialfascista” de los estalinistas, pero sólo mencionó de pasada la antedicha campaña electoral del KPD y no lo criticó por postular un candidato a presidente.

En 1940, Trotsky planteó explícitamente la posibilidad de que el Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) de Estados Unidos postulara un candidato presidencial contra el demócrata Franklin D. Roosevelt (“Discusiones con Trotsky”, 12-15 de junio de 1940). Cuando los líderes del SWP descartaron esa posibilidad por razones logísticas, Trotsky planteó la posibilidad de luchar por que el movimiento obrero lanzara una candidatura independiente contra Roosevelt. También planteó la cuestión de brindarle apoyo crítico al candidato del PC, Earl Browder, que entonces se oponía a Roosevelt y a la guerra imperialista. En las discusiones, Trotsky dejó en claro que le preocupaba que el SWP se estuviera adaptando a la burocracia sindical “progresista” pro-Roosevelt. Lo que resulta evidente de estas discusiones es que ni Trotsky ni los líderes del SWP consideraban la cuestión de postularse a la presidencia como algo controversial en principio. Comenzando en 1948, cuando presentó un candidato para oponerse al antiguo vicepresidente de Roosevelt y candidato del burgués Partido Progresista, Henry Wallace, a quien los estalinistas apoyaban, el SWP presentó regularmente candidatos a la presidencia.

La propuesta de Trotsky respecto a la candidatura de Browder era muy apropiada. Después de que Stalin firmara un pacto con Hitler en agosto de 1939, los estalinistas estadounidenses dieron un giro temporal a la izquierda: de partidarios ávidos del “New Deal” de Roosevelt se convirtieron en supuestos luchadores contra el imperialismo estadounidense. Luego volverían a apoyar a Roosevelt en nombre de la “lucha contra el fascismo” cuando Hitler invadió la URSS en junio de 1941. Los argumentos de Trotsky para apoyar críticamente a Browder estaban dirigidos a aprovechar la postura antiimperialista temporal del PC para exponer al partido frente a sus bases obreras.

Al argumentar en contra de postularse para puestos ejecutivos, la LCI no excluye por adelantado darle apoyo crítico a otras organizaciones obreras en situaciones apropiadas en las que éstas tracen una línea de clases rudimentaria. Cuando una organización leninista da apoyo electoral crítico a un oponente, claramente no es porque pensemos que éste aplique nuestros mismos principios. Si así fuera, nunca podríamos darle apoyo a ningún partido reformista de masas, pues al ganar una elección éste inevitablemente buscará formar un gobierno, es decir, administrar el capitalismo. Ciertamente, este argumento es un aspecto polémico esencial de nuestro apoyo crítico. El punto en esas situaciones es demostrar que, pese a que estos partidos afirmen representar los intereses de los obreros, en la práctica los traicionan.

Su herencia y la nuestra

Un elemento necesario para mantener nuestra continuidad revolucionaria es la asimilación crítica de las lecciones de las luchas pasadas del movimiento obrero internacional. En nuestra lucha por reforjar la IV Internacional de Trotsky, que se fundó en 1938 sobre los cadáveres políticos de la II Internacional y la Comintern estalinizada, reivindicamos los cuatro primeros congresos de la IC. Sin embargo, no somos acríticos de la IC de primera época y desde los primeros años de nuestra tendencia hemos expresado reservas en cuanto a las resoluciones sobre el “frente único antiimperialista” y el “gobierno obrero” del IV Congreso.

En cambio, nuestros oponentes políticos vacían de contenido o rechazan los principios de la Revolución de Octubre y los fundamentos programáticos de la Internacional Comunista de Lenin y Trotsky y eligen cuidadosamente sólo las “tradiciones” que les den a sus empresas oportunistas un aura de autoridad histórica. Ése es el caso del Grupo Internacionalista y la Bolshevik Tendency, cuyos alegatos de leguleyo en defensa de postularse para puestos ejecutivos en el estado burgués tienen mucho más en común con el ala kautskiana de la II Internacional que con el bolchevismo de Lenin. En cuanto a los hermanos mayores reformistas del GI y la BT, pese a sus referencias ocasionales al trotskismo, su tradición es la de los Millerand y los MacDonald.

La angustia que el GI y la BT fingen ante el supuesto dilema que les plantearía a los comunistas el ganar un puesto ejecutivo o la mayoría en una legislatura burguesa revela un impulso completamente oportunista. En su muy favorable reseña del ayuntamiento distrital laborista de izquierda de Poplar en la Gran Bretaña de los años 20, la historiadora Noreen Branson formula prácticamente la misma pregunta: “¿Qué hacer si se obtiene la mayoría? ¿Qué tan lejos permite llegar el marco legal y administrativo existente para conseguir los cambios por los que uno se declara?” (Branson, Poplarism, 1919-1925 [El poplarismo, 1919-1925, Londres: Lawrence and Wishart, 1979]). Citando la pregunta de Branson, un artículo de 1982 sobre el municipalismo del entonces centrista grupo británico Workers Power [WP, Poder Obrero], que luego se dividiría en dos agrupaciones reformistas competidoras, ¡responde citando la Tesis 13 del II Congreso de la IC! (“The Struggle in Poplar 1919-1921: Communism vs. Municipalism” [La lucha en Poplar, 1919-1921: Comunismo vs. municipalismo], Workers Power, mayo de 1982).

El artículo de WP muestra su entusiasmo por la combatividad de este ayuntamiento dirigido por los laboristas —que incluía a dos comunistas, Edgar y Minnie Lansbury— en el pobre y proletario East End de Londres para promover lo que describe como “la actitud revolucionaria ante la lucha municipal”. El que la IC no haya logrado ganarse a los elementos de inclinaciones sindicalistas del movimiento revolucionario británico durante y después del II Congreso hizo que el comunismo británico naciera muerto y quedara bajo la dirección de elementos que se sentían más cómodos en el medio parlamentario laborista (ver: “British Communism Aborted” [El comunismo británico abortado], Spartacist [Edición en inglés] No. 36-37, invierno de 1985-86). En la práctica, los dos síndicos comunistas eran políticamente indistinguibles del resto de la mayoría laborista del ayuntamiento, que estaba dirigida por el pacifista cristiano George Lansbury, padre de Edgar. Y esto ocurría en un momento en que Gran Bretaña atravesaba por una intensa agitación social. En la cúspide de la actividad del ayuntamiento de Poplar, en 1920, las huelgas y las manifestaciones que exigían “manos fuera de Rusia” y estaban en contra del envío de armas británicas a la Polonia de Pilsudski sacudían al país. Los comités de acción que eclosionaron durante esta campaña apuntaban hacia el surgimiento de órganos de poder dual.

Cuando la tarea apremiante es expropiar y reorganizar los medios de producción bajo el poder proletario, los reformistas simplemente remiendan el sistema de distribución. Si bien los síndicos de Poplar eran ciertamente más combativos que los políticos laboristas convencionales incluso de su época —iban a la cárcel y organizaban manifestaciones masivas por su política—, su poder y sus horizontes políticos se limitaban a racionar los magros recursos a su cargo, aumentando los subsidios a los pobres y los desempleados, y a aumentar los escasos salarios de los empleados del ayuntamiento por un breve periodo. En palabras de George Lansbury, “los obreros necesitan una prueba tangible de que el gobierno laborista significa algo distinto que el gobierno capitalista y, en pocas palabras, eso significa redirigir la riqueza de los contribuyentes acaudalados a los pobres” (citado en Branson, Poplarism). De hecho, controlar los ayuntamientos municipales en las áreas obreras fue indispensable para que el Partido Laborista diera el salto que lo convirtió en un partido de gobierno a nivel nacional, como ocurrió por primera vez en 1924. Cuando el rey visitó el East End en 1921, los recién elegidos síndicos de Poplar lo recibieron con un letrero que decía: “El ayuntamiento distrital de Poplar espera que en este día el Rey cumpla con su deber de conminar al gobierno de Su Majestad a que consiga empleo o pleno sustento para los desempleados de la nación [¡!]” (citado en Ibíd.).

Seis décadas después, cuando la seudotrotskista Tendencia Militante dirigida por Ted Grant y Peter Taaffe (quienes posteriormente se escindieron y formaron dos organizaciones separadas) obtuvo el control del ayuntamiento laborista de la arruinada ciudad de Liverpool, no les llegó ni a los talones al pacifista cristiano Lansbury y su gente. En un momento dado, estos administradores “trotskistas” del gobierno capitalista local amenazaron con despedir a los 30 mil trabajadores municipales de la ciudad, argumentando que se trataba de una “táctica” para enfrentar el recorte presupuestal impuesto por el gobierno Tory (conservador) de Thatcher. No tenemos evidencia, sin embargo, de que le hayan hecho una petición a la reina Isabel II.

Los gobiernos locales han servido históricamente para integrar los partidos de la clase obrera al orden burgués. Éste no fue solamente el caso de Gran Bretaña, sino también de Francia, Italia y otras partes. Un intercambio sobre “The Italian Communists & the US” [Los comunistas italianos y EE.UU.] observó: “El control comunista de los gobiernos regionales y de las ciudades...fue de hecho importante para fortalecer dentro del PCI la tendencia hacia el reformismo pragmático” (New York Review of Books [Reseña bibliográfica de Nueva York], 11 de mayo de 2006). Postularse para un puesto ejecutivo de cualquier nivel o asumirlo no es un escalón hacia la movilización revolucionaria de las masas obreras, sino que sirve para fortalecer las ilusiones prevalecientes en la reformabilidad del estado capitalista y para fortalecer las cadenas que atan al proletariado a su enemigo de clase.

Por otra parte, un partido obrero marxista sí intentaría ganar algunos escaños en los cuerpos legislativos, en los que los diputados del partido usarían sus posiciones para impulsar proyectos de ley ejemplares —como hacían los bolcheviques en la Duma zarista al condenar el antisemitismo y el pogromismo— “concebidos no en vistas de su adopción por la mayoría burguesa sino para la propaganda, la agitación y la organización” (“El partido comunista y el parlamentarismo”, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista). A través de estos medios —en Estados Unidos y Japón, por ejemplo, proponiendo legislación que aboliera la pena de muerte— y ubicando a los diputados comunistas “en primera fila” de las manifestaciones y mítines de huelga de los obreros, un partido marxista usaría sus posiciones parlamentarias como “puntos de apoyo secundarios de su acción revolucionaria” (Ibíd.). Esta perspectiva claramente se contrapone a postularse para puestos ejecutivos o asumirlos.

Para los comunistas, postularse para puestos electorales no es simplemente un esfuerzo propagandístico ni la pasarela política que se imaginan el Grupo Internacionalista y los de su calaña. En periodos de relativa estabilidad, y si no perciben ningún desafío a su dominio de clase, las burguesías de las “democracias” imperialistas pueden tolerar que los revolucionarios se postulen a puestos, para reforzar mejor las ilusiones en que el gobierno representa “la voluntad popular”. O también pueden no hacerlo: considérese el caso de los cinco socialistas que, durante la histeria sobre la “amenaza roja” que siguió a la Primera Guerra Mundial, fueron elegidos con todas las de ley por sus distritos en noviembre de 1919 para la Asamblea del Estado de Nueva York y a los que se les negaron sus puestos por la sola razón de pertenecer al Partido Socialista. En los países semicoloniales, donde las instituciones democráticas son mucho más frágiles y las masas sienten el látigo de la explotación imperialista, las campañas electorales frecuentemente plantean choques mortales con las fuerzas del estado burgués y los matones derechistas. Exigirle tiempo y sangre al pueblo trabajador, ya de por sí horriblemente aplastado y aterrorizado, por un candidato a un puesto ejecutivo que promete no ocupar en caso de ser elegido, sería una burla.

Todo esto sirve para subrayar que la cuestión del estado es una cuestión de vida o muerte para un partido obrero revolucionario. Es la cuestión de la revolución. Al adoptar nuestra posición en contra de postular candidatos para puestos ejecutivos en el estado burgués, y analizar críticamente las políticas y prácticas que heredamos de nuestros antecesores, procuramos iluminar el abismo político que separa a la LCI de todos los oportunistas que falsamente dicen ser marxistas y representar los intereses de la clase obrera. Nuestra tarea no es otra que organizar, entrenar y templar los partidos de vanguardia proletaria, secciones de una IV Internacional reforjada, necesarios para la toma del poder estatal y el establecimiento del poder obrero en todo el globo.

 

Spartacist (edición en español) No. 36

SpE No. 36

Noviembre de 2009

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¡Abajo los puestos ejecutivos del estado capitalista!

Los principios marxistas y las tácticas electorales

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Contra la traición del POUM y sus apologistas de ayer y hoy

Trotskismo vs. frentepopulismo en la Guerra Civil Española

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La mujer obrera y las contradicciones de China hoy día

¡Defender a China contra el imperialismo y la contrarrevolución!
¡Por la revolución política obrera!

(Mujer y Revolución)