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Espartaco No. 38 |
Junio de 2013 |
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Al GI se le atraganta la defensa del SNTE Traducido de Workers Vanguard No. 1025, 31 de mayo de 2013.
Durante los últimos meses, los maestros de todo México han estado movilizándose contra la “reforma” educativa recién promulgada que ataca el control sindical sobre las contrataciones y somete a los maestros a continuas evaluaciones, amenazando así sus plazas permanentes. Esta legislación fue la pieza central del “Pacto por México”, un acuerdo entre el presidente Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el derechista y clerical Partido Acción Nacional (PAN) y el nacional-populista Partido de la Revolución Democrática (PRD). A finales del mes pasado, los manifestantes tomaron las oficinas del PRI, el PAN y el PRD en Chilpancingo, capital del estado de Guerrero, enfurecidos porque el congreso estatal adoptó una ley que reproduce los términos de la antisindical “reforma” educativa federal. Desde entonces, cuatro de los líderes de los manifestantes han sido arrestados bajo una gran cantidad de cargos, incluyendo el de “terrorismo”. Todo el movimiento obrero debe exigir: ¡Abajo todos los cargos contra los manifestantes de Guerrero!
Ya el gobierno dejó bien claro que está dispuesto a aplastar cualquier oposición a la “reforma” cuando a finales de febrero arrestó a Elba Esther Gordillo Morales, quien por muchos años fuera dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el sindicato más grande de América Latina. Aliada de confianza de los gobernantes mexicanos, a quien el presidente priísta Carlos Salinas instaló a la cabeza del SNTE en 1989, Gordillo fue acusada de lavado de dinero y vínculos con el “crimen organizado”. Gordillo es, de hecho, una gángster profesional, ampliamente odiada por su profusa corrupción y la violencia asesina con que trataba a los miembros disidentes del sindicato. Pero ciertamente no son esas las razones por las que la está procesando el estado al que sirvió lealmente durante décadas.
El arresto de Gordillo es un ataque directo contra el sindicato de maestros y contra todo el movimiento obrero mexicano, parte del programa de la burguesía de desmantelar los sindicatos y forzar privatizaciones para hacer que el capitalismo mexicano sea “más competitivo”. Esto es lo que hay detrás tanto de la destrucción del SME, el sindicato de electricistas, en 2009 como del impulso intermitente por desmantelar el sindicato petrolero de la compañía estatal Pemex. Un líder [Martí Batres] del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) dirigido por el anterior candidato perredista a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador, ha estado exigiendo que se encarcele al dirigente de los trabajadores petroleros.
La cuestión está clara para los marxistas revolucionarios, que nos oponemos por principio a cualquier intrusión del estado capitalista en los sindicatos, las organizaciones básicas de defensa de la clase obrera. Como lo expresaron nuestros camaradas del Grupo Espartaquista de México en un volante titulado “Gobierno, ¡manos fuera del SNTE!” (4 de marzo): “La intromisión estatal en los sindicatos no tiene nada que ver con su ‘democratización’; el objetivo de la burguesía es someter los sindicatos cada vez más a su control. La defensa del
movimiento sindical incluye exigir la libertad inmediata de Gordillo y todos los funcionarios sindicales arrestados”. Los obreros deben limpiar su propia casa echando a los burócratas sindicales procapitalistas y remplazándolos con una nueva dirigencia basada en un programa de lucha de clases y de independencia sindical respecto al estado burgués.
La necesidad elemental de defender al SNTE ante los ataques capitalistas es anatema para el grueso de la izquierda mexicana, que típicamente descarta a los sindicatos afiliados al PRI a favor de aquéllos en el campo de su rival burgués “progresista”, el PRD. Uno de los charcos de este pantano es el Grupo Internacionalista (GI), un grupúsculo dirigido por desertores de la Liga Comunista Internacional. En “¡Alerta! Charrazo contra la charra Gordillo busca aniquilar la resistencia magisterial” (Revolución Permanente No. 2, mayo de 2013), el GI hace la observación obvia de que “Elba Esther Gordillo resultó ser un blanco ideal para vender la política privatizadora de Peña Nieto”, pero, si bien exige “¡manos fuera del magisterio!”, se rehúsa a defender a su sindicato, descartando al SNTE como nada más que “una agencia del estado, una policía laboral cuyo propósito es sustentar el poder y regimentar a los trabajadores”. Es una cosa o la otra: o se defiende al sindicato bajo ataque, pese a su brutal dirigencia procapitalista, o se lleva agua al molino de los rompesindicatos.
¿De qué lado están?
Para justificar su rechazo a defender al SNTE, el GI alega que los sindicatos corporativistas como ése no son sino órganos del estado que no forman parte del movimiento obrero, una noción que borra toda distinción entre los burócratas que dirigen a los sindicatos y los trabajadores de base. Por mucho tiempo, el corporativismo ha sido un sello distintivo del sistema capitalista mexicano, como el de muchos otros países semicoloniales. Durante décadas, los grandes sindicatos, especialmente los agrupados en la Confederación de Trabajadores de México (CTM), han estado integrados al PRI, el cual gobernó durante mucho tiempo, y a su predecesor, el Partido de la Revolución Mexicana, junto con asociaciones campesinas y otros “sectores”. El gobierno decidía qué sindicatos eran legales y cuáles no, imponiendo y retirando líderes sindicales a voluntad. A cambio, estos “charros” vigilaban los sindicatos para el estado, purgando y a menudo asesinando a obreros disidentes y beneficiándose generosamente de la corrupción.
Pero el corporativismo lleva ya un tiempo agonizando, con el estado menos interesado en cooptar a los sindicatos que en destruirlos, junto con las protecciones y prestaciones que brinden, como la vivienda y las reglas que dificultan el despido de trabajadores. ¿Y qué ocurre cuando estas “agencias policiacas”, como llama el GI a los sindicatos pro-PRI, libran luchas en respuesta? Desde la crisis de la deuda de los años 80, la ofensiva de la burguesía contra el movimiento obrero ha resultado en la disminución del papel de los sindicatos charros dentro del PRI y los ha llevado a enfrentarse al estado. Esto era así tanto bajo el PRI como, más recientemente, bajo el PAN, que llegó a la presidencia en 2000 antes de perderla de nuevo ante el PRI en diciembre pasado. Un ejemplo tuvo lugar en 2006, cuando el gobierno del PAN [intentó] echar a Napoleón Gómez Urrutia, líder nacional del sindicato minero-metalúrgico SNTMMSRM, para impulsar una investigación por “corrupción”, lo cual desató una serie de poderosas huelgas (ver: “Los obreros de Lázaro Cárdenas le dieron duro a la patronal. ¡Quienes trabajan deben gobernar!”, Espartaco No. 26, septiembre de 2006). Y los sindicatos afiliados al PRI suelen estallar huelgas económicas.
El GI se negó a defender a la dirección del SNTMMSRM o al sindicato mismo contra el estado, sin duda debido a la dirección charra del sindicato y su historia de afiliación al PRI. Prefigurando su línea de que el arresto de Gordillo fue “un ajuste de cuentas en las altas esferas del poder”, el GI afirmó que el ataque contra Gómez Urrutia fue un “ajuste de cuentas dentro del régimen” (aun cuando el PRI no estaba en el poder). Aunque llamaba vagamente a “rechazar este golpe de fuerza del gobierno”, El Internacionalista/Edición México No. 2 del GI omitía cualquier llamado a la victoria de las huelgas o por el retiro de los cargos que enfrentaba el líder sindical. La cuestión que se planteó entonces era, como lo pone el viejo himno obrero estadounidense, ¿de qué lado estás? (which side are you on?), una prueba sencilla que el GI ha reprobado una y otra vez.
Un método en su locura
Para oscurecer su línea rompesindicatos respecto al SNTE, el GI recurre a cierto realismo mágico político, que, aun careciendo de todo mérito literario, sí consigue crear una niebla de confusión. Su artículo sobre Gordillo hace el punto de que su arresto fue “para aplastar a toda resistencia magisterial”, para después describir al SNTE como “una policía laboral que impide la movilización de los maestros”. Entonces, ¿por qué querría el gobierno debilitar esa fuerza arrestando a Gordillo? Con toda la lógica del mundo de Alicia a través del espejo, el GI proclama que “El estado que empleó a la asesina Gordillo...no tiene derecho a enjuiciar a su agente”, mientras exige, al mismo tiempo, ¡que ese mismo estado entregue a su agente “para que los maestros mismos la enjuicien por asesina”!
La consigna del GI “Peña Nieto, ¡manos fuera del magisterio!” no es sino un subterfugio que contrapone la defensa de quienes enseñan a la defensa de su sindicato. Otro nuevo misterio se plantea cuando el GI afirma que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), la oposición properredista al interior del SNTE, “en los hechos actúa como gremio independiente” aunque “no ha roto con el SNTE”. En efecto, la CNTE lucha explícitamente por democratizar al SNTE desde el interior. La CNTE, una de las formaciones más combativas del movimiento obrero mexicano, está dirigiendo las actuales protestas contra la “reforma” educativa. Pero ¿cómo podría hacerlo si es un componente de lo que el GI descarta como una “agencia del estado, una policía laboral”?
Para mostrar un poco de “independencia” propia, el GI reprende a la dirección de la CNTE por “cooperar con —y hasta instar a— la PGR en su ‘investigación’” contra Gordillo. El que la burocracia de la CNTE cooperara con el estado contra la lideresa del SNTE fue en efecto un crimen contra la clase obrera. Pero es una hipocresía absoluta por parte del GI el condenar semejante colusión cuando él mismo es incapaz de defender a Gordillo, ni al sindicato que encabeza, contra el estado.
Ninguno de los giros verbales del GI busca realmente tener sentido. Más bien, están diseñados para encubrir su vulgar oportunismo. Haciendo a un lado todo criterio de clase, el GI juzga si un sindicato es auténtico dependiendo de cuán democrática parezca su dirección y, al menos en México, por el partido burgués que ésta apoye. En comparación con los burócratas de la CTM, que típicamente dirigen con puño de hierro, los líderes sindicales properredistas son más democráticos. Pero los
líderes sindicales no charros cumplen la misma función como lugartenientes del capital al interior de la clase obrera, sin
importar sus vacuas pretensiones de ser independientes de los partidos burgueses. Como escribieron nuestros camaradas del GEM en un artículo que trataba a profundidad la lucha contra el corporativismo del movimiento obrero mexicano:
“Estos líderes de los sindicatos ‘independientes’ atan a los trabajadores a la burguesía mexicana a través de otros medios, mediante la ideología del nacionalismo e ilusiones en la reforma ‘democrática’ del estado capitalista. Los revolucionarios buscamos intervenir en los sindicatos para remplazar a las direcciones burocráticas y nacionalistas con una dirección opuesta a todos los partidos de la burguesía”.
—“¡Romper con todos los partidos burgueses: PRI, PAN, PRD!”, Espartaco No. 14, otoño-invierno de 2000
Elevar la democracia por encima de la línea de clases ha sido desde hace mucho la fórmula que los “socialistas” oportunistas usan, y no sólo en México, para justificar sus invitaciones a los tribunales y agencias gubernamentales capitalistas a intervenir en los sindicatos para “limpiarlos”. A principios de los años 70, prácticamente todas las demás organizaciones de la izquierda vitoreaban al candidato del Departamento del Trabajo estadounidense, Arnold Miller, para que le arrebatara la dirección de los United Mine Workers (UMW, Obreros Mineros Unidos) a Tony Boyle, un gángster asesino. Nosotros fuimos los únicos en oponernos a ambos bandos. Después los miembros del UMW terminaron aborreciendo a Miller por su sumisión ante las compañías carboníferas durante la dura huelga de 1977-78. También puede verse el caso de Jimmy Hoffa, líder histórico de los camioneros. Si bien Hoffa no vacilaba en usar la violencia contra sus críticos internos, los marxistas nos opusimos a la larga vendetta que el Departamento de Justicia emprendió en su contra, pues significaba paralizar al sindicato que tenía el poder de cerrar todo el comercio de la nación.
En un ensayo de 1940, “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”, el dirigente marxista León Trotsky formuló los principios guía de los marxistas en la lucha por forjar una dirección clasista en los sindicatos, parte esencial del esfuerzo por construir un partido obrero revolucionario. Trotsky escribió: “La primera consigna de esta lucha es: independencia total e incondicional de los sindicatos respecto al estado capitalista... La segunda consigna es: democracia sindical. Esta segunda consigna se desprende directamente de la primera y presupone para su realización la independencia total de los sindicatos del estado imperialista o colonial”.
Ésa es otra prueba que el GI ha reprobado miserablemente. Con enorme desvergüenza, su artículo sobre Gordillo pontifica respecto a la necesidad de una dirección sindical que insista en “la más completa independencia política con respecto al estado burgués”. Esto viene del mismo grupo cuyos partidarios en la ciudad brasileña de Volta Redonda arrastraron al sindicato de trabajadores municipales por los tribunales burgueses en 1996-97 en su intento por conservar la dirección de ese sindicato infestado de policías. Tras postular a la presidencia a un expolicía, los partidarios del GI entregaron a los tribunales los estados de cuenta bancarios, los libros de contabilidad, los estatutos y las minutas del sindicato (ver: “El encubrimiento del IG en Brasil: Manos sucias, mentiras cínicas”, en Espartaco No. 10, otoño-invierno de 1997).
Norden en su laberinto
La noción de que los sindicatos corporativistas no son más que meros apéndices del estado burgués no tiene nada que ver con el marxismo revolucionario. En su ensayo de 1940, que quedó incompleto debido a su asesinato por un agente estalinista, Trotsky respondió a esas tonterías moralistas refiriéndose en particular a México, donde la CTM formaba parte del partido gobernante bajo el nacionalista burgués de izquierda Lázaro Cárdenas. Al mismo tiempo, advirtió que los lazos que unían a los sindicatos al gobierno burgués de Cárdenas eran peligrosos para el proletariado, pese a la imagen “progresista” que había adquirido el régimen mediante actos como la nacionalización del petróleo, la educación “socialista” y la distribución de tierras. Trotsky escribió:
“En México, los sindicatos se han transformado por ley en instituciones semiestatales, y asumieron, como es lógico, un carácter semitotalitario. Según los legisladores, la estatización de los sindicatos se hizo en bien de los intereses de los obreros, para asegurarles cierta influencia en la vida económica y gubernamental. Pero mientras el imperialismo extranjero domine el estado nacional y pueda, con la ayuda de fuerzas reaccionarias internas, derrocar a la inestable democracia y remplazarla con una dictadura fascista desembozada, la legislación sindical puede convertirse fácilmente en una herramienta de la dictadura imperialista”.
Incluso en el marco del dominio burgués semibonapartista, los lazos de los sindicatos con el estado se fueron convirtiendo en medios que la burocracia usaba para vigilar a los obreros en nombre de los gobernantes capitalistas. Según una diatriba que el GI publicó en octubre de 2006 (“GEM: furgón de cola del frente popular”), este proceso culminó en la transformación de la CTM de un sindicato auténtico en una agencia estatal: “En el curso de la Segunda Guerra Mundial y tras los charrazos de la posguerra...los sindicatos de la CTM pasaron de ser instituciones semiestatales (como habían sido bajo Cárdenas) y se integraron completamente al estado capitalista. Para el principio de los años 50, la cantidad se había transformado en cualidad”. Para el GI, el carácter de clase de una organización sindical lo determina el rostro político de su dirigencia.
Esto se contrapone directamente al análisis de Trotsky. Señalando los lazos cada vez más estrechos de los sindicatos con el estado burgués, tanto en los países imperialistas como en los coloniales y semicoloniales, Trotsky escribió: “A primera vista, podría deducirse de lo antedicho que los sindicatos dejan de serlo en la era imperialista... Sin embargo esta posición sería falsa hasta la médula. No podemos elegir a nuestro gusto y placer el campo de trabajo ni las condiciones en que desarrollaremos actividad”. Trotsky podría haber estado escribiendo el epitafio del GI cuando advirtió:
“Toda organización, todo partido, toda fracción que se permita tener una posición ultimatista respecto a los sindicatos, lo que implica volverle la espalda a la clase obrera sólo por no estar de acuerdo con su organización, está destinada a perecer. Y hay que señalar que merece perecer”.
Entre otras cosas, la posición del GI de que los sindicatos habían dejado de ser organizaciones obreras para los años 50 embellece la situación bajo Cárdenas, cuando se llevó deliberadamente a la CTM al interior del partido de gobierno. Y si la guerra mundial y la Guerra Fría que le siguió fueron decisivas para cambiar el carácter de la CTM en México, ¿qué puede decirse de los sindicatos estadounidenses? La burocracia les impuso un juramento de no hacer huelgas durante la guerra,
luego expulsó del movimiento obrero a los rojos y colaboró con la CIA para aplastar a los sindicatos dirigidos por rojos en Europa y Latinoamérica. No fueron pocos los izquierdistas y radicales pequeñoburgueses que descartaron a los sindicatos debido a las traiciones de sus pérfidos dirigentes. La conclusión de los marxistas fue la necesidad de luchar por una nueva dirección que transformara a los sindicatos en armas de la lucha de clases.
Todas éstas son cosas que el dirigente del GI Jan Norden solía saber, cuando era editor de Workers Vanguard. Cuando Joaquín Hernández Galicia (“La Quina”), el notoriamente brutal y
corrupto líder del sindicato de Pemex (SRTPRM) fue arrestado en 1989, WV atacó la “metodología no clasista” de los intelectuales radical-liberales que se preguntaban “cómo se puede defender a este jefazo sindical”. Refiriéndonos a la Unión Soviética, que aún no había sucumbido a la contrarrevolución capitalista, escribimos en “Bazukazo contra los obreros mexicanos” (Workers Vanguard No. 470, 3 de febrero de 1989, y Spartacist [Edición en español] No. 22, abril de 1989):
“Los trotskistas, que comprendemos el carácter de clase de la URSS como un estado obrero a pesar de su degeneración burocrática bajo el dominio estalinista, y por tanto la defendemos contra el imperialismo, defendemos de la misma manera a los sindicatos contra los patronos a pesar de la burocracia entreguista que se asienta sobre estos reductos de poder obrero... Quienes no defienden a la Unión Soviética tampoco pueden defender al sindicato petrolero en México”.
De igual forma, no descartamos al SNTE como organización patronal cuando la CNTE estalló una huelga magisterial masiva tres meses después, sino que llamamos a barrer con los falsos líderes burocráticos mediante “una lucha clasista por la independencia sindical del estado burgués” (“México: Lucha obrera contra la austeridad hambreadora”, volante del GEM, abril de 1989). El GI tendría que explicar qué ha cambiado desde entonces.
En otro caso de lógica retorcida, el GI ha insistido en que los sindicatos venezolanos de la federación sindical corporativista CTV [Confederación de Trabajadores de Venezuela] —que desde su origen estuvo atada al partido Acción Democrática, que gobernó al país durante décadas— eran “organizaciones obreras” pese a sus “direcciones vendidas”. Cabe señalar que la CTV cumplió una función central como agente del imperialismo yanqui durante el intento de golpe de estado orquestado por EE.UU. contra el régimen de Hugo Chávez en 2002.
Para ahorrarle a nuestros lectores más de estos razonamientos tortuosos, iremos al grano. En 1996, Norden y cía. abandonaron a la LCI trotskista, lo que les permitió dar rienda suelta a sus apetitos oportunistas. En el México actual, el GI se acomoda a los ataques gubernamentales contra los sindicatos afiliados al PRI para apelar a las fuerzas nacional-populistas en torno y al interior del PRD. Para los marxistas revolucionarios, nadar contra la corriente nacionalista forma parte de la tarea de
construir un partido obrero leninista independiente de todos los partidos burgueses —PRI, PAN, PRD, Morena— y opuesto a ellos. Como escribió Trotsky en la conclusión de su ensayo de 1940: “En realidad, la independencia de clase de los sindicatos en cuanto a sus relaciones con el estado burgués, solamente puede garantizarla, en las condiciones actuales, una dirección de la IV Internacional”.
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