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Espartaco No. 31 |
Primavera de 2009 |
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Un análisis marxista de la huelga de la UNAM de 1999-2000
¡Educación gratuita y de calidad para todos!
¡Romper con AMLO y el PRD! ¡Forjar un partido obrero leninista-trotskista!
La huelga de la UNAM de abril de 1999 a febrero de 2000 fue la lucha estudiantil más larga y quizás la más combativa en la historia de esa institución. A lo largo de diez meses, decenas de miles de estudiantes radicalizados, en su mayoría de familias obreras y pobres, mantuvieron ocupadas las instalaciones de la universidad más grande de Latinoamérica en la lucha vital por defender la educación pública gratuita.
Habiendo llegado tan lejos como podía en tanto que huelga estudiantil, este movimiento mostró su potencial para encender la lucha proletaria. En efecto, el movimiento estudiantil de 1999 contó con algo que otros, incluyendo 1968, no tuvieron: la simpatía activa de sectores clave del proletariado. La lucha estudiantil intersecó el amplio descontento obrero contra las políticas neoliberales de brutal austeridad capitalista y la amenaza de privatización del sector energético, lo cual condujo a numerosas movilizaciones conjuntas de estudiantes y sindicatos, como la UNT, el SME y secciones del SUTERM. Sin embargo, sobre todo gracias a los servicios de la burocracia sindical procapitalista, la clase obrera fue desmovilizada y la huelga se quedó aislada.
La huelga logró detener la imposición de colegiaturas, una conquista importante, pero fue brutalmente rota en febrero de 2000 por las fuerzas armadas del estado burgués. Esta operación policiaca, bajo el mando conjunto del gobierno federal y el local del PRD, dejó cientos de activistas encarcelados o expulsados y su movimiento desmembrado. El acceso a la educación superior sigue fuera del alcance de la mayoría (sólo este año 155 mil aspirantes a licenciatura no ingresarán a la UNAM).
En el curso de nuestra intervención en la huelga —ayudando a extender la huelga al Universum el primer día, defendiendo las instalaciones, construyendo barricadas, constantemente interviniendo en asambleas del CGH y en manifestaciones y asambleas de trabajadores— luchamos por una estrategia centrada en la movilización del poder social de la clase obrera y contra las ilusiones en el populismo burgués del PRD. La lucha por la educación pública y gratuita siempre ha sido volátil en la sociedad mexicana, pero, como los demás derechos básicos, no se puede lograr plenamente la educación gratuita y de calidad para todos bajo el capitalismo por la naturaleza del sistema mismo, que se basa en la maximización de ganancias para la clase capitalista a costa de los intereses de los trabajadores y oprimidos. Luchamos por ganar estudiantes al lado de la clase obrera mediante la construcción de un partido obrero de vanguardia cuyo propósito sea la lucha por la revolución socialista al nivel internacional —el único medio para alcanzar una sociedad comunista igualitaria sobre la base de la abundancia—.
El mundo postsoviético y el reforzamiento del populismo nacionalista
El contexto político en el cual sucedió la huelga de la UNAM estaba condicionado por la destrucción de la Unión Soviética en 1991-92, que eliminó el poderoso contrapeso militar y económico al imperialismo que significaba la existencia del primer y más poderoso estado obrero surgido de la victoriosa Revolución Rusa de 1917. La LCI fue única en defender —hasta la última barricada— al estado obrero degenerado soviético, el cual, a pesar de la degeneración estalinista, mantenía la propiedad colectivizada de los medios de producción y la planificación económica. También luchamos por una revolución política proletaria para echar a la burocracia estalinista y regresar a la URSS al camino de Lenin y Trotsky.
El ascenso del imperialismo estadounidense como potencia hegemónica tras la contrarrevolución trajo consigo una avanzada militar imperialista y una mayor intervención en las economías neocoloniales del “Tercer Mundo”. La inversión de capital estadounidense en México creció a pasos agigantados y se expandió cualitativamente en 1994 cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC), que ha llevado a la ruina a millones de campesinos. La creciente intervención de capital imperialista en México condujo a un brutal descenso en el nivel de vida de las masas y un ataque general contra las conquistas sociales, como la educación pública y los derechos de los trabajadores. También minó la estructura económica corporativista nacional sobre la cual residía el septuagenario régimen del PRI, lo cual hizo posible el ascenso al poder del PAN en las elecciones de 2000.
Los ideólogos de la burguesía aprovecharon el colapso de la Unión Soviética para proclamar la “muerte del comunismo” y declarar que el marxismo fue un “experimento fallido”. En esta época reaccionaria las organizaciones obreras alrededor del mundo, en general, ya no se identifican con los ideales del marxismo. En México, donde nunca ha habido un partido obrero de masas y donde el nacionalismo ha servido para atar a la clase obrera a la burguesía, para muchos estudiantes incluso la noción del enorme poder social de la clase obrera —que nunca han visto movilizada a un nivel significativo— es una mera abstracción.
Ante las reformas de “libre mercado” proimperialistas impulsadas por los “tecnócratas” del PRI en los años 90 y sin ninguna alternativa clasista en el espectro de organizaciones políticas en México, la mayor parte de los estudiantes y obreros de mentalidad izquierdista adoptaron con mayor fuerza aun la ideología populista del sector de la burguesía mexicana agrupada en torno al PRD. El PRD se aprovechó del descontento masivo contra el régimen priísta y el fraude electoral en las elecciones de 1988. Así, Cuauhtémoc Cárdenas ganó las elecciones para jefe de gobierno del D.F. en 1997. A lo largo de 1999, el PRD estaba principalmente ocupado en construir una alianza con el PAN para presentar a su entonces candidato tradicional, Cárdenas, como contendiente en las elecciones del año venidero —en las que perdió ignominiosamente ante el neocristero Fox—.
La UNAM a principios de 1999 era un bastión del perredismo en la capital (y lo sigue siendo). La mayoría de las agrupaciones con cierta influencia entre los estudiantes izquierdistas en la universidad, como En Lucha y el Partido Obrero Socialista (POS), iban a la cola del populismo. Otros conformaban de plano el brazo directo del PRD en la UNAM, como el CEU “histórico” y el CEM. Los espartaquistas denunciamos en nuestras intervenciones antes y durante la huelga la política colaboracionista de clases de todas estas organizaciones. El PRD, un partido comprometido con la perpetuación del sistema capitalista mexicano basado en la propiedad privada de los medios de producción, es el enemigo de la victoria del proletariado, y sus diferencias con el PRI y el PAN se reducen a la manera de administrar el estado capitalista.
La influencia del populismo en la UNAM se reflejaba también en el apoyo extendido al EZLN en el CGH. No era raro que las asambleas estudiantiles terminaran cantando el himno zapatista, ¡seguido del himno nacional burgués! Desde el inicio de su movimiento, los zapatistas fueron aptamente descritos por Carlos Fuentes como la “primera rebelión poscomunista”, y explícitamente declaraban que su ideología no era “ni comunista, ni, como dicen, marxista”. Para la primavera de 1994, ya ni siquiera estaban por el derrocamiento del gobierno de Salinas de Gortari y reducían abiertamente su papel al de un mero grupo de presión para la reforma democrática del estado capitalista. (Hoy en día, el EZLN empuja ilusiones en una nueva constitución burguesa que sirva a los pobres y oprimidos, como declararon en la VI Declaración, el programa de La otra campaña.)
Desde el alzamiento zapatista en 1994, los espartaquistas hemos llamado por la defensa del EZLN en contra de ataques por parte del estado burgués y por la salida inmediata del ejército de Chiapas. Al mismo tiempo, rechazamos el programa del EZLN que niega la división fundamental de la sociedad en dos clases con intereses antagónicos y diluye a la clase obrera en la masa del “pueblo”. Correspondientemente, hacen suya e impulsan la falacia del nacionalismo burgués —la supuesta comunidad de intereses entre explotados y explotadores connacionales—. Camuflado tras la retórica de moda de la eterna “resistencia”, el zapatismo es una ideología de la derrota; es un reflejo nítido de la aceptación de la mentira burguesa de la “muerte del comunismo”.
Para finales del verano de 1999, hubo una radicalización de los huelguistas y muchos se jactaban de comunistas, lo cual se reflejaba en sus mantas y consignas. Pero su visión del “comunismo” era en realidad una versión del mismo populismo radical; tenía más que ver con el zapatismo (original y actual) que con la Revolución de Octubre o la lucha por la dictadura del proletariado. Esto prefiguró la moda de hoy entre los intelectuales populistas de hablar del “socialismo”, al cual identifican con regímenes burgueses como el de Hugo Chávez.
No existe ningún ala “progresista” o “antiimperialista” de la burguesía, la cual se encuentra atada como clase y depende intrínsecamente del capital financiero imperialista. El proletariado es la única clase que tiene el interés objetivo y el poder social para destruir el capitalismo y satisfacer las aspiraciones de las masas, como la democracia política, la revolución agraria o la emancipación nacional. Antiguamente asociadas con las revoluciones burguesas —como la gran Revolución Francesa del siglo XVIII—, en la época de la decadencia imperialista estas demandas democráticas no se pueden resolver sin una revolución socialista con el proletariado revolucionario a la cabeza de las masas campesinas y los pobres de la ciudad, y su extensión internacional, especial y urgentemente al coloso imperialista del norte. Sólo mediante una economía colectivizada y planificada internacionalmente será posible eliminar la miseria inherente a esta sociedad. Ésta es la esencia de la revolución permanente trotskista.
La lucha estudiantil
y la centralidad del proletariado
El detonador de la lucha estudiantil fue el intento de imposición del Reglamento General de Pagos (RGP) en marzo de 1999 por parte del entonces rector Francisco Barnés de Castro, como parte de un plan de austeridad que incluyó el recorte del 30 por ciento al presupuesto de la UNAM durante el sexenio de Ernesto Zedillo. En respuesta, los estudiantes llevaron a cabo varios paros escalonados a partir del 11 de marzo, en preparación para la huelga indefinida que habría de estallar el 20 de abril. Paralelamente y hasta agosto del mismo año, movilizaciones masivas conjuntas de obreros y estudiantes contra las privatizaciones y en defensa de la educación gratuita llenaron las calles de la ciudad.
Había una evidente simpatía hacia la lucha estudiantil entre la clase obrera; el llamado por una alianza obrero-estudiantil estaba en boga y la consigna “¡SME, UNAM, unidos vencerán!” era recurrente. Había una unidad de intereses coyuntural entre los estudiantes huelguistas y los obreros que luchaban contra las privatizaciones y la acrecentada pobreza. Como explicamos en un discurso el 13 de agosto en un mitin del CGH en el Zócalo: “La lucha por la defensa de la educación pública, que es parte de una lucha más amplia contra los esquemas privatizadores dirigidos contra la clase obrera, sólo puede seguir adelante si los sindicatos también se van a huelga. Por sí mismos, los estudiantes no tienen poder social. Lo que se requiere es que la clase obrera accione sus músculos mediante acciones huelguísticas para parar la producción y los servicios. El que la huelga estudiantil haya durado tanto tiempo se debe al apoyo de los trabajadores de la universidad, reforzados por brigadas de trabajadores de otros sindicatos poderosos.”
En efecto, los estudiantes, junto con los campesinos, pequeños comerciantes y profesionistas, son parte de la pequeña burguesía, una capa social enorme y heterogénea sin relación directa con los medios de producción y altamente estratificada entre sus niveles más altos y más bajos. Carente de fuerza social y una perspectiva de clase propia, la pequeña burguesía es incapaz de ofrecer una alternativa al capitalismo; sigue a la burguesía o al proletariado dependiendo de la relación de fuerzas entre éstas.
Los espartaquistas estábamos guiados por el entendimiento formulado hace más de 40 años por nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.:
“Es falso suponer que el movimiento estudiantil puede romper su aislamiento mediante la mera búsqueda de ‘aliados’ en el movimiento obrero...es iluso e hipócrita sentarse a esperar que los obreros se ‘levanten’, vengan al rescate de los estudiantes y rehagan la sociedad sin conciencia ni dirección revolucionarias. Los estudiantes deben ir a los obreros no como estudiantes en busca de aliados y seguidores, sino como revolucionarios, con el entendimiento de que sólo la clase obrera, debido a su posición única como los productores de la sociedad, tiene el poder para dirigir una revolución social en la sociedad moderna. Esto implica un cambio completo de orientación, de un estudiante radical a un revolucionario obrero, y la adopción del marxismo, la ideología de la lucha obrera revolucionaria.
“Es sólo mediante la construcción de un partido marxista revolucionario que se puede vincular efectivamente la lucha de los estudiantes, los obreros y los negros.”
—“The Berkeley Student Strike” (La huelga estudiantil de Berkeley), Spartacist (Edición en inglés) No. 9 (enero-febrero de 1967)
Como parte integral de esta perspectiva, nos opusimos tajantemente al nacionalismo burgués que dominaba al movimiento estudiantil y las protestas obreras, generalmente llevadas a cabo bajo el grito prominente de “¡La patria no se vende!” y en las cuales perredistas prominentes como el siniestro Porfirio Muñoz Ledo —antiguo presidente del PRI que apoyó entusiastamente la masacre de Tlatelolco— a menudo se regodeaban en los templetes al lado de las burocracias sindicales. En efecto, históricamente el nacionalismo burgués ha sido el principal obstáculo ideológico a la adquisición de conciencia revolucionaria por la clase obrera en México. Como señalamos en un volante del 22 de julio: “nuestra defensa revolucionaria e internacionalista de la clase obrera y sus luchas está contrapuesta al veneno impulsado por la burocracia obrera, que empuja la falsa ideología de la unidad entre los trabajadores y los patrones mexicanos.”
Las universidades en el capitalismo
y la perspectiva del CGH
Al tiempo que apoyamos las demandas estudiantiles de los seis puntos del pliego petitorio que buscaban impedir la elitización de la UNAM, como la imposición de colegiaturas, expusimos cómo otras demandas sembraban ilusiones en el régimen capitalista. Así, por ejemplo, la demanda por el desmantelamiento de la estructura policiaca de la UNAM se refería tan sólo a elementos policiacos “externos” y porriles al servicio de la rectoría, pero no a Auxilio UNAM (hoy Vigilancia UNAM). La tarea de estos policías “oficiales” en el campus es regimentar a los estudiantes y a los trabajadores universitarios y servir como espías y golpeadores para las autoridades.
A lo largo de la huelga, la cuestión de Auxilio UNAM, cuyos integrantes están organizados en el STUNAM, fue un punto clave de nuestra intervención. En efecto, el grueso de los activistas de izquierda considera a los policías —que junto con el ejército, los tribunales y las cárceles constituyen el núcleo del estado burgués— como parte de la clase obrera. Ésta es una ilusión suicida. Como enfatizamos en el mismo discurso del 13 de agosto citado arriba:
“...los policías no son ‘obreros en uniforme’ sino los perros de ataque del estado burgués. La presencia de policías en la universidad afiliados al STUNAM es un peligro inmediato para el sindicato mismo y para la huelga estudiantil, así como para cualquier acción en la que el STUNAM se involucre. ¡Policías de Auxilio UNAM fuera de la universidad y del STUNAM! ¡Ninguna ilusión en el PRD, partido de la patronal!”
El estado burgués es una máquina de represión dedicada a la perpetuación del sistema capitalista. Por tanto no puede ser reformado para servir a los intereses de los explotados y oprimidos; debe ser destruido mediante una revolución socialista y remplazado por un estado obrero que defienda al proletariado como nueva clase dominante contra la burguesía y siente las bases para una sociedad socialista.
Las universidades constituyen un pilar importante de la sociedad capitalista al estar encargadas de entrenar al futuro personal administrativo, técnico e ideológico de la sociedad burguesa. La rectoría es el brazo administrativo de la burguesía en la universidad y trabaja mano a mano con el estado para regimentar y reprimir a los estudiantes y trabajadores. Así, en contraposición al llamado por un Congreso Universitario, los espartaquistas llamamos por abolir la rectoría y por el control de la universidad por parte de los estudiantes, profesores y trabajadores. Estas consignas, junto con nuestro llamado principal por una educación gratuita y de calidad para todos, apuntan hacia la necesidad de la revolución socialista, la única manera de poner la educación y la cultura en su conjunto no sólo al alcance, sino también al servicio de las masas. Como explicamos en repetidas ocasiones en nuestras intervenciones y propaganda durante la huelga:
“Luchamos...por que los estudiantes reciban subsidios para alimentación, transporte, materiales de estudio, etc. Llamamos por: ¡admisiones completamente abiertas, hechas económicamente significativas proveyendo a los estudiantes un subsidio vital! Al tiempo que defendemos contra más ataques el acceso a la educación superior, nuestro programa no se limita a defender el status quo del pase automático a la UNAM sólo para un número selecto de preparatorias relativamente privilegiadas.” (“¡Forjar un partido obrero revolucionario!”, Suplemento de Espartaco, 22 de julio de 1999)
Una parte central de la estrategia del CGH, que retomó las tradiciones del movimiento estudiantil de 1968, era su fe en el “diálogo público” con la rectoría. Con esta perspectiva, hicieron caso omiso de la realidad de las divisiones e intereses contradictorios de clases en la sociedad. Los “Manifiestos a la Nación” publicados por el CGH están llenos de tales ilusiones: “Si en el ánimo del Dr. Francisco Barnés de Castro hubiesen pesado más los intereses de la comunidad universitaria que los del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y de las políticas neoliberales del Gobierno Federal, se hubiera evitado esta huelga, y hubiéramos podido encontrar juntos soluciones a los problemas de la Universidad” (20 de abril de 1999). La idea era desacreditar públicamente a la rectoría, que presumiblemente actuaría entonces en el interés de las necesidades educativas de las masas. Y ésta fue la suicida estrategia central del CGH a lo largo de los diez meses de huelga. No se puede “convencer” a la burguesía y sus representantes de dejar de explotar, oprimir y reprimir. La clase obrera y los pobres jamás han obtenido nada mediante el uso de “la razón” con los explotadores capitalistas, sino a través de la lucha de clases.
Las ilusiones en la administración por parte del CGH son análogas a las ilusiones del EZLN de que el gobierno debe trascender los intereses de clase y “mandar obedeciendo”. Esto va de la mano con la idea de que la universidad pueda ser una “isla democrática” abstraída de la sociedad. En el contexto de la huelga de la UNAM, la demanda por un Congreso Universitario resolutivo y paralelo a la rectoría fue una de las formas concretas que tomaron las ilusiones en la administración. El carácter inocuo de este llamado quedó demostrado por el hecho de que incluso la rectoría lo aceptó y retomó como suyo. De manera más siniestra, para finales de la huelga este llamado se convirtió en el punto focal de una campaña de la rectoría (apoyada por la burocracia del STUNAM) por el levantamiento de la huelga a cambio de la promesa de un “Congreso Universitario” para resolver los “asuntos pendientes”.
La impotencia estudiantil: entre el “diálogo combativo” y las “acciones contundentes”
Todas las demás tendencias y organizaciones representadas en el CGH, desde los “moderados” hasta los “ultras”, mostraron su bancarrota política en el curso de la huelga. En Lucha y el PCM (m-l), quizás las dos organizaciones más influyentes en el CGH “ultra”, simplemente impulsaban una versión estudiantilista del populismo, y son responsables de gran parte de las decisiones, ilusiones y estrechez que caracterizaron la política del CGH.
El Comité de Ciencias Políticas, dirigido por el “Mosh”, a menudo expresó un refrescante desdén no sólo hacia el PRD, sino también al EZLN por sus críticas al CGH desde la derecha. En efecto, en septiembre de 1999, en una carta publicada en La Jornada, el “subcomandante” Marcos se quejó amargamente de la evidente diferenciación política dentro del CGH, acusando a los “ultras” (y al Comité de Políticas en particular) de querer “imponer el silencio” a los moderados perredistas y de querer convertirse en “un ente homogéneo” a través de la depuración. Sin embargo, la perspectiva política del Comité de Políticas —típica del grueso de los jóvenes huelguistas y centrada estratégicamente en “acciones contundentes” como el cierre de vías— muestra quizás de la manera más nítida la desesperación y estrechez del populismo radical estudiantil. No obstante su combatividad, estos jóvenes fueron dirigidos políticamente hacia la reforma democrática de la universidad y del estado.
Las demás organizaciones que se reclaman trotskistas tienen una responsabilidad política fundamental por mantener la huelga dentro de la política universitaria y ayudar a asegurar que ningún número significativo de estos jóvenes radicales haya logrado romper decisivamente con la política burguesa. La Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), por ejemplo, sólo se distinguía por dar un giro de apariencia más combativa a la política dominante en el CGH. Lejos de combatir las ilusiones en el “diálogo” con la rectoría, la LTS se reducía a condimentarlas con una absurda retórica seudorradical, ¡llamando por un “diálogo combativo”! Respecto a la lucha contra la represión capitalista, dijo: “Llamamos al EZLN a encabezar esta campaña, poniendo todos los recursos a su servicio, y a sumarse activamente en las acciones de protesta” (volante sin fecha de ContraCorriente —entonces grupo juvenil de la LTS— y otros, distribuido durante la huelga de la UNAM). Pero el EZLN no tiene un programa para acabar con la represión capitalista, lo cual requiere el derrocamiento del estado burgués mediante la revolución socialista. La posición de la LTS a la cola del EZ, es un reflejo de su renuncia en los hechos a la revolución permanente trotskista.
De las ilusiones abiertas en el PRD a la “persona non grata”
El movimiento estudiantil pasó por una radicalización significativa en el verano de 1999. Ante la recalcitrancia de las elitistas autoridades universitarias, la huelga continuaba. Diversos sectores de la burguesía y de las burocracias sindicales priístas llamaban abiertamente por la represión, y algunos incluso por el cierre de la UNAM. Utilizando su base social en la universidad, durante los primeros meses de la huelga, Cuauhtémoc Cárdenas, al mando del gobierno perredista de la ciudad, movilizó a sus acólitos universitarios agrupados en el CEU, la Red y el CEM de Higinio Muñoz (por no mencionar a los descarados seudotrotskistas del POS) para levantar la huelga. Su problema fundamental era que el grueso del CGH estaba dispuesto a luchar.
La burguesía era consciente de la posibilidad de un estallido de lucha proletaria encendido por la huelga estudiantil. Terminar con la huelga de una vez por todas se convirtió entonces en la prioridad. El PRD y el gobierno de Cárdenas lanzaron una ofensiva propagandística contra el CGH —acusando a los huelguistas de “ultras”, “extremistas”, etc.— con la intención evidente de preparar el camino para la represión. En un suplemento de Espartaco del 22 de julio escribimos:
“Hoy en día, muchos estudiantes continúan ilusionados con que el PRD no es capaz de desatar la represión estatal en contra de los huelguistas, y no falta, en discusiones en asambleas y marchas, quien nos diga que, a pesar de su desencanto con el PRD, no tienen otra opción para las elecciones presidenciales... El PRD no está opuesto, de ninguna manera, al uso de la represión estatal, y esto ya lo ha mostrado varias veces, reprimiendo las protestas de maestros de la CNTE y a estudiantes huelguistas. De cara a las elecciones presidenciales, el PRD... debe mostrarse capaz de administrar el estado capitalista, frente a la creciente preocupación de la burguesía mexicana y los imperialistas por la explosiva situación en México.”
En respuesta a la campaña antihuelga, las organizaciones del PRD se vieron crecientemente desacreditadas y aisladas; en las reuniones del CGH los coros de “¡Fuera el CEU!” eran recurrentes y el término “perredista” adquirió cada vez más el contenido de un insulto. Como escribimos en el mismo artículo citado arriba, “si bien hoy el abiertamente perredista CEU ha perdido su autoridad, el autoproclamado trotskista POS, influyente en la dirigencia del movimiento estudiantil, se ha apresurado a tomar su lugar”. Anticipándose incluso a la campaña venidera, el POS llamó, a partir del 3 de julio, por levantar la huelga.
El 28 de julio, un grupo de derechistas y pomposos profesores “eméritos” —entre los que se encontraba el “marxista” Adolfo Sánchez Vázquez— lanzaron una “propuesta” que habría de convertirse en herramienta de la rectoría, el estado y el PRD contra la huelga estudiantil. Los “eméritos” exigían el levantamiento de la huelga a cambio de la suspensión temporal del RGP. La cuestión de las cuotas, como todas las demás demandas del CGH, sería debatida en “espacios de discusión y análisis”, tras lo cual el derechista y palero Consejo Universitario de la rectoría tomaría decisiones. En esencia, los “eméritos” llamaban por el levantamiento de la huelga a cambio de nada.
El 4 de agosto el gobierno perredista reprimió brutalmente un piquete huelguista en una “sede alterna” de inscripciones, con un saldo de más de cien huelguistas golpeados y arrestados. A partir de entonces, y cada vez más brutal y activamente, el PRD movilizó a sus granaderos (además de diversos ataques y provocaciones porriles) contra el CGH. La represión causó una profunda conmoción entre los huelguistas. Al mismo tiempo, el apoyo obrero a la huelga estudiantil era más que tangible. Además de las marchas conjuntas, cientos de trabajadores del STUNAM cotidianamente ayudaban a los estudiantes a resguardar las instalaciones —y lo siguieron haciendo a lo largo de la huelga por iniciativa propia—. De manera particularmente significativa, empezando en julio, el SME mantuvo piquetes en la UNAM durante algunas semanas, llevando con ellos el enorme peso social del sindicato electricista para desalentar cualquier intento de romper la huelga.
Lejos de amedrentarse, el CGH siguió organizando piquetes móviles por toda la ciudad para resguardar instalaciones universitarias amenazadas, así como para impedir clases “extramuros” e inscripciones al nuevo semestre. El 8 de agosto, unos días después del primer ataque perredista masivo a la huelga, el CGH declaró a Cuauhtémoc Cárdenas y otros populistas prominentes “persona non grata” en la UNAM. Poco después, el principal vocero perredista en la huelga, Fernando Belaunzarán, fue echado del CGH literalmente a patadas —ganadas a pulso, por cierto—. El CEU dejó de existir como corriente en la huelga. El CEM, el POS y Militante quedaron profundamente desacreditados. Los “moderados” intentaron efímeramente organizar un provocador y saboteador “CGH alterno” que no causó más que la burla del grueso de los huelguistas.
La expulsión del PRD del CGH fue producto del desencanto y la sana furia contra este partido burgués a raíz de la represión creciente propinada al CGH, y fue quizás el reflejo más significativo de la radicalización de los estudiantes huelguistas. Luchamos en nuestras intervenciones por dar a esta desilusión en el PRD un carácter de clase: el entendimiento de que el PRD es un partido burgués que sirve al régimen capitalista, que no puede ofrecer nada a los obreros y oprimidos más que hambre y represión.
La responsabilidad
de las burocracias sindicales
En tanto que las venales burocracias priístas apoyaban abiertamente la represión, la burocracia del SME, preocupada por que el descontento obrero se saliera de su control, retiró —en respuesta evidente al creciente descrédito del PRD en el CGH— las efímeras guardias obreras de CU a principios de agosto y, tras la marcha del 28 de agosto —cuando cientos de miles de obreros y el CGH se movilizaron contra las privatizaciones y en defensa de la educación gratuita—, detuvo toda movilización conjunta con los estudiantes. Por su parte, respondiendo a la presión de sus bases, la burocracia del STUNAM otorgó apoyo material considerable al CGH, al tiempo que tomaba lado con las provocaciones “democráticas” de la rectoría —desde otorgar su apoyo a la propuesta de los “eméritos” en julio hasta la “consulta” de de la Fuente en enero de 2000—. Más significativamente, hizo todo lo que estaba en sus manos para desmovilizar a los trabajadores. Así, con el argumento de que no quería “enfrentar” a la huelga estudiantil, la burocracia del STUNAM pospuso su emplazamiento a huelga, que habría de estallar el 1° de noviembre, hasta el 1° de febrero de 2000 (¡cuando hubo de cancelarlo!). Ésta fue una maniobra particularmente grotesca y evidente para dejar a los estudiantes solos. Como escribimos entonces: “Lo que la huelga estudiantil necesita para triunfar es, precisamente, extenderse al proletariado. Lo que la burocracia nacionalista del STUNAM quiere evitar es causarle mayores problemas a la burguesía, no a los estudiantes huelguistas” (Espartaco No. 13, otoño-invierno de 1999). En realidad, la responsabilidad central por el aislamiento de la huelga recae en estas populares burocracias supuestamente “independientes” y “combativas”.
Todos los sindicatos de nuestros días están dirigidos por burocracias procapitalistas —lugartenientes del capital en el movimiento obrero— conscientes de sus privilegios derivados de su posición al frente de las organizaciones obreras. El papel central de las burocracias es mantener a la clase obrera bajo control y atada a la burguesía. Los trotskistas luchamos por remplazar a todas estas burocracias con genuinas direcciones clasistas. Como León Trotsky explicó en su artículo “Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista” (1940):
“Los sindicatos de nuestro tiempo pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución, o bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento revolucionario del proletariado. En la era de la decadencia imperialista los sindicatos sólo pueden ser independientes en la medida en que sean conscientes de ser, en la práctica, los organismos de la revolución proletaria.”
El Grupo Internacionalista (GI), otra de las organizaciones seudotrotskistas activas en la huelga, se jacta de haber desempeñado un papel importante en la formación de las guardias obreras del SME y otros sindicatos que estuvieron presentes en CU durante algunas semanas entre julio y agosto de 1999. La presencia de estas guardias detuvo temporalmente la represión capitalista y señaló el tipo de movilizaciones que eran necesarias para ganar la huelga. Sin embargo, de manera típicamente centrista, cuando el GI impulsó la formación de guardias obreras en una reunión del STUNAM el 6 de julio de 1999, evitó cualquier mención de la presencia de los policías de Auxilio UNAM en el sindicato. Luego, ¡nos acusó públicamente de sabotear la reunión por haber explicado precisamente esta cuestión clave! Esta manera de actuar del GI estuvo totalmente acorde con su historial, ya que tropezar con la línea de clase ha sido una característica definitoria del GI desde su inicio. Sus camaradas brasileños se estrenaron en 1996 arrastrando a un sindicato ante los tribunales burgueses —una traición de clase— como parte de una lucha interburocrática por el control del sindicato...¡que estaba infestado de policías! (ver Espartaco No. 10, otoño-invierno de 1997).
El GI inventaba ya entonces una diferencia de clase entre estas burocracias perredistas y las que están atadas al PRI. El GI considera que los sindicatos afiliados al PRI no son sino “un brazo del estado burgués” (El Internacionalista, marzo de 2000). La política del GI no parte de ningún análisis marxista, sino que es una acomodación a los prejuicios antisindicales que son dominantes en el estudiantado. Entonces, según el conveniente “análisis” del GI, ¡resulta que los únicos sindicatos genuinamente obreros en el país son los que están atados al PRD! Pero la lucha de clases no parece particularmente preocupada por los dictámenes del GI. De hecho, desafiando a su derechista dirigencia, secciones enteras del poderoso SUTERM convocaron, junto con sindicatos perredistas y el CGH, la enorme movilización del 28 de agosto de 1999. Entre finales de septiembre y mediados de octubre de 1999 el sindicato azucarero, afiliado a la CTM, llevó a cabo una huelga económica, y una delegación obrera acudió al CGH a expresar su solidaridad y donar toneladas de azúcar para que los estudiantes huelguistas endulzaran su café. Además, desde hace ya varios años, el sindicato minero ha protagonizado las más duras luchas de clase contra la injerencia estatal y en defensa de conquistas económicas. La del GI es una posición rompesindicatos al servicio del PRD burgués y sus lugartenientes en el movimiento obrero. De hecho, con esta espuria “justificación”, el GI se niega a defender a los sindicatos priístas y sus luchas contra el estado y la patronal —una traición de clase— porque sus dirigencias apoyan al partido burgués equivocado.
La huelga en un impasse
Tras la retirada de la burocracia sindical, la ofensiva burguesa contra la huelga se volvió particularmente brutal y siniestra. Además de las constantes provocaciones porriles, el 5 de octubre el “Mosh” y nuestro camarada Humberto Herrera, un militante sindical con entonces 20 años de experiencia, fueron secuestrados y torturados durante horas. En respuesta, secciones de nuestra Liga Comunista Internacional llevaron a cabo protestas ante embajadas y consulados mexicanos alrededor del mundo, exigiendo: “¡Defender la huelga de la UNAM! ¡Alto al terror estatal contra la izquierda! ¡Por huelgas de los sindicatos contra las privatizaciones y en defensa de la educación pública!” Unos días después, el 14 de octubre, una marcha del CGH por el Periférico fue brutalmente atacada por los granaderos. A pesar de la represión brutal, los huelguistas estaban determinados a seguir con su lucha, como lo demostró la marcha del CGH del 5 de noviembre de Televisa San Ángel a Los Pinos, por el Periférico, en la que participaron más de 100 mil, y que fue custodiada por más de 15 mil policías.
Ante las crecientes críticas por parte de la burguesía a su incapacidad de resolver el conflicto, el rector Francisco Barnés presentó su renuncia el 12 de noviembre. Esto despertó nuevas ilusiones dentro del CGH, y muchos de los huelguistas celebraron esta “victoria”. Entre los más entusiastas se encontraba la LTS, que escribió un poco más tarde:
“El CGH con su organización democrática y grandes métodos de lucha (como la ocupación de las instalaciones y movilizaciones como las del Periférico) tiró a Barnés, el primer gran triunfo de la huelga.”
—Estrategia Obrera No. 11, enero-febrero de 2000
La glorificación, por parte de la LTS, de la supuesta “democracia horizontal” del CGH y de sus “grandes métodos de lucha” (las “acciones contundentes” del “Mosh”) evidencian la total postración de estos seudotrotskistas ante la combatividad estudiantil y su carencia de una perspectiva hacia adelante. La renuncia de Barnés no significó ningún triunfo. En realidad, la huelga estudiantil había llegado hasta donde podía como tal y, ante el retiro de apoyo de los sindicatos, se encontraba en un impasse.
La ruptura de la huelga
El incompetente Barnés fue prontamente remplazado por un político mucho más eficaz, de la Fuente, quien no perdió tiempo en comenzar a pavimentar el camino de la represión masiva y ruptura final de la huelga mediante su “consulta” universitaria sobre la huelga. Con el apoyo del espectro entero de la intelectualidad populista —incluyendo a Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y muchos otros miembros de la actual plana mayor de AMLO—, de la Fuente movilizó a la “opinión pública” burguesa contra el CGH exigiendo el levantamiento de la huelga a cambio de la promesa del “congreso” y dando por terminado cualquier “diálogo” hasta que se levantara la huelga. Sin embargo, En Lucha embaucó de nuevo al CGH en un renovado intento por “diálogo” con quien habría de auspiciar la represión masiva de la huelga pocos meses después.
El CGH respondió a la “consulta” de de la Fuente con su propia consulta a mediados de enero, en la que cientos de miles, dentro y fuera de la UNAM, se declararon por que se resolvieran las demandas del CGH. Después de la represión contra la protesta del 11 de diciembre, siguieron varios ataques más, incluyendo la toma policiaca de la Prepa 3 el 1° de febrero. El golpe más duro vino cuando la burocracia del STUNAM conjuró la huelga programada para el 1º de febrero, en un momento en que era evidente que la represión masiva se avecinaba. Finalmente, el 6 de febrero, la PFP y los granaderos —más de 2 mil elementos en total— tomaron CU y rompieron la huelga, con unos 700 detenidos. Poniendo un reflector sobre la represión en México, la LCI de nuevo llevó a cabo protestas alrededor del mundo contra la represión y por la liberación inmediata de todos los detenidos. Apelamos de nuevo al STUNAM a flexionar sus músculos en defensa de los estudiantes mediante la huelga. Cartas de solidaridad escritas a raíz de nuestra campaña llegaron de sindicatos importantes de Sudáfrica e Italia, entre otros. Organizamos también una campaña internacional de recolección de fondos para ayudar a pagar las fianzas de los estudiantes detenidos.
Como escribimos en la declaración de la LCI del 6 de febrero de 2000:
“El gobierno ha reprimido y ensangrentado a los estudiantes porque cree que puede salirse con la suya. La huelga estudiantil ha sido mantenida por muchos meses y los estudiantes han luchado valientemente. Pero protestas estudiantiles por sí mismas son insuficientes. Para ir más allá de la protesta verbal y cambiar la sociedad, los estudiantes y todos aquellos que buscan justicia social deben ser anclados en las realidades sociales y económicas del país y deben movilizar el tremendo poder social del proletariado contra los gobernantes mexicanos y sus amos imperialistas. Nosotros decimos: ¡No más masacres como la del 68! ¡Movilizar el poder de la clase obrera! ¡Forjar un partido trotskista revolucionario!”
La historia de la huelga de la UNAM trae lecciones claves para los luchadores sociales hoy día. Las ilusiones de los dirigentes del CGH en “democratizar” a la UNAM y su confianza en las autoridades reflejan el rechazo de la necesidad del reordenamiento revolucionario de la sociedad. Es sólo mediante la construcción del partido obrero revolucionario que se puede luchar consecuentemente por los intereses de los obreros, las mujeres, los indígenas, los campesinos y todos los oprimidos. Cualquier otra vía distinta a la revolucionaria lleva inevitablemente a la cooptación por el PRD u otra fuerza burguesa y/o al aplastamiento por parte del estado. El propósito no debe ser presionar al PRD y sus varios compañeros de ruta, sino romper con ellos; es el populismo nacionalista el que impide la lucha exitosa de la clase obrera y la mantiene dividida. Para forjar un partido revolucionario, que en las palabras de Lenin actúe como “tribuno del pueblo”, es clave la lucha contra toda forma de opresión y atraso. Una característica constante de nuestra intervención durante la huelga de la UNAM fue el combate contra la aceptación entusiasta por parte de los estudiantes del fanatismo y discriminación corrientes. Constantemente, tuvimos que levantar nuestras voces contra los epítetos machistas, homófobos y antisemitas que reverberaban durante las marchas y asambleas de la huelga.
En la lucha contra la falsa ideología de la burguesía, los espartaquistas reivindicamos la declaración de León Trotsky: “No puede triunfar la revolución proletaria sin el partido, aparte del partido, al encuentro del partido o por un sucedáneo del partido” (Lecciones de Octubre, 1923). Enfatizamos que los estudiantes tienen un papel importante que desempeñar: la organización revolucionaria de la clase obrera debe fusionar a la vanguardia obrera con intelectuales desclasados que pongan sus habilidades y conocimientos al servicio de la emancipación proletaria. Citando a James P. Cannon, fundador del trotskismo estadounidense, el orador espartaquista concluyó su discurso el 13 de agosto de 1999:
“‘Nuestro partido es un partido de la revolución proletaria y de la dictadura del proletariado. La revolución proletaria es la única solución al problema de la clase obrera, y todo nuestro trabajo debe dirigirse hacia esta meta.’ Tal es la base de la política espartaquista. ¡Romper con la burguesía! ¡Ninguna ilusión en el PRD burgués! ¡Forjar un partido leninista-trotskista internacional! ¡Por nuevas revoluciones de Octubre alrededor del mundo!”■
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