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Venezuela: Nacionalismo populista vs. revolución proletaria

Vendetta de la Casa Blanca contra Chávez

El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 860 (9 de diciembre de 2005), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.

El imperialismo estadounidense sigue planteando un peligro inminente al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Desde que fue electo presidente en 1998, Chávez ha sobrevivido a un efímero golpe de estado (en 2002), meses de esfuerzo de un sector de la burguesía venezolana por inhabilitar la producción petrolera y un bien financiado referéndum revocatorio, todo ello con el respaldo de Washington. Y de no ser porque se encuentra empantanada en Irak, la pandilla de Bush bien hubiera podido organizar otras provocaciones.

Las mismas cosas que han hecho de Chávez una espina en el talón de los altivos gobernantes estadounidenses, lo han convertido en un ídolo de las masas empobrecidas de los barrios venezolanos y para un buen número de jóvenes izquierdistas alrededor del mundo. Chávez ha llamado “pendejo” a Bush y se jacta de abrazar a su principal enemigo en el hemisferio occidental, el líder cubano Fidel Castro. También ha condenado la ocupación estadounidense de Irak y denunciado las medidas económicas “neoliberales” que Estados Unidos impulsa en América Latina y otros lugares. Ha lanzado programas sociales que benefician a los pobres urbanos y rurales de Venezuela y ha humillado al gobierno de Bush ofreciendo ayuda a los damnificados de Nueva Orleáns. Más recientemente, mediante su afiliado CITGO, Venezuela ha comenzado a proveer a los pobres del Bronx y parte de Massachusetts de gasolina y gas baratos para calentarse en el invierno.

En enero de 2005, cuando Chávez, hablando bajo los auspicios del Foro Social Mundial de Porto Alegre, Brasil —patrocinado por imperialistas—, proclamó que el capitalismo debía “trascenderse” mediante el socialismo, su audiencia, mayoritariamente izquierdista, estalló en ovaciones delirantes tipo estadio de futbol: “Olé, Olé, Olé, Chávez, Chávez”. Pero Chávez no es ningún socialista. El antiguo coronel del ejército y hoy jefe del estado capitalista es un enemigo de la lucha por el socialismo —es decir, de la lucha por la revolución obrera para expropiar a la burguesía—. De hecho, Chávez se ajusta bien al molde de una serie de oficiales del ejército burgués que llegaron al poder sobre la base del populismo nacionalista, desde el coronel Juan Perón en la Argentina de los años 40 hasta el coronel Gamal Abdel Nasser, en el Egipto de los años 50. En los años 50 y 60, conforme los movimientos nacionalistas apoyados por la Unión Soviética barrían el mundo semicolonial, prácticamente todo demagogo capitalista del Tercer Mundo se declaraba “socialista” o “marxista-leninista” de algún tipo. Nasser promulgó el “socialismo árabe”, arrebató a los imperialistas ingleses y franceses el Canal de Suez en 1956 y llevó a cabo una serie de nacionalizaciones. Sin embargo, presidía la explotación de los trabajadores egipcios en nombre del imperialismo rompiendo huelgas, subordinando a los sindicatos al estado capitalista, y arrestando y torturando comunistas.

Ante otro golpe respaldado por EE.UU., nosotros, como oponentes marxistas e internacionalistas del imperialismo estadounidense, llamaríamos una vez más a la clase obrera a movilizarse en defensa militar del gobierno de Chávez (ver: “Chávez en la mira de la CIA”, Espartaco No. 19, otoño-invierno de 2002). Al mismo tiempo, nos oponemos políticamente al régimen nacionalista-burgués de Chávez. Respecto al referendo revocatorio de 2004 organizado por los oponentes derechistas del régimen, nosotros impulsamos la abstención, en lugar de votar “no”, que hubiera sido una expresión de confianza en Chávez. Como escribimos en “La maniobra del referéndum del imperialismo estadounidense fracasa: El gobernante capitalista populista Chávez triunfa” (WV No. 831, 3 de septiembre de 2004): “La perspectiva inmediata que se plantea con toda urgencia no es sólo la oposición a las incursiones del imperialismo estadounidense a Venezuela o a donde sea, sino luchar por quebrar el apoyo del movimiento obrero tanto a Chávez como a la oposición, y forjar un partido obrero, revolucionario e internacionalista que conduzca al poder a la clase obrera.”

Por el contrario, la gran mayoría de quienes se declaran socialistas y revolucionarios, actúan como el departamento de mercadotecnia “izquierdista” de la “Revolución Bolivariana” de Chávez. Entre ellos sobresale la Tendencia Marxista Internacional (TMI) de Ted Grant, con sede en Gran Bretaña, que ahora es dirigida por Alan Woods, autor de un panegírico titulado The Venezuelan Revolution—A Marxist Perspective [La revolución venezolana: Una perspectiva marxista] (2005). Si bien otros oportunistas ofrecen alguna que otra crítica ocasional a Chávez, Woods y su gente de hecho se jactan de ser los asesores “trotskistas” del caudillo de retórica izquierdista. Al retratar a Chávez como el campeón de los pobres y los oprimidos, la TMI y otros ayudan a preparar a los obreros para una masacre. Atar a la clase obrera y sus organizaciones a cualquier gobernante burgués no sirve sino para impedir la lucha proletaria independiente. A diferencia de grupos como la TMI, los marxistas buscamos preparar a la clase obrera venezolana para combatir exitosamente las fuerzas asesinas de la reacción burguesa, dirigidas ya sea por Chávez o por sus oponentes burgueses.

Chávez y el imperialismo

Examinar los argumentos que usan los falsos marxistas como los de la TMI para justificar su apoyo a la “Revolución Bolivariana” ayuda a aclarar la diferencia entre el nacionalismo populista y el marxismo proletario auténtico. En un artículo de su página web (www.marxist.com) del 1° de marzo de 2005, titulado “El presidente Chávez reafirma su oposición al capitalismo”, el vocero de la TMI Jorge Martín afirma que al llegar al poder en 1998, “Chávez no partió de un punto de vista socialista. Estaba comprometido a resolver el problema de la desigualdad, la pobreza y la miseria de millones de venezolanos. Pero inicialmente pensó que podría lograrlo dentro de los límites del sistema capitalista.” Martín continúa:

“Dado que el presidente Chávez estaba seriamente comprometido a resolver estos problemas, la oligarquía se pasó, en masa, al lado de la insurrección armada contra el gobierno democráticamente electo...

“Fue esta rica experiencia del movimiento revolucionario, que enfrentaba las provocaciones constantes de la clase dominante, lo que impulsó a Chávez y a otros muchos en el movimiento bolivariano revolucionario a concluir que ‘dentro del marco del capitalismo, es imposible resolver los desafíos de la lucha contra la pobreza, la miseria, la explotación y la desigualdad’...

“Esta dinámica de acción y reacción de la revolución venezolana nos recuerda poderosamente los primeros años de la revolución cubana. En un proceso de ataque y contraataque, la dirigencia de la revolución cubana, que no comenzó con la intención de derrocar al capitalismo, se vio obligada, para resolver las necesidades más apremiantes de las masas, a derrocar el capitalismo.”

Fuera de la afirmación de que Chávez “no partió [ni parte] de un punto de vista socialista”, todas las declaraciones de este pasaje son falsas o engañosas. Más abajo abordaremos la concepción de que “la dirigencia de la revolución cubana” deba ser un modelo para los revolucionarios latinoamericanos. Por ahora basta con mostrar que la comparación de la TMI de la Venezuela de Chávez con la Cuba de Castro retuerce los hechos como un si fueran alambre. Cuando el ejército rebelde de Castro entró en La Habana el primero de enero de 1959, el ejército burgués y todo el resto del aparato estatal capitalista que había sostenido a la dictadura apoyada por EE.UU. de Batista colapsó. Para cuando Castro declaró a Cuba “socialista” en 1961, la burguesía cubana y los imperialistas estadounidenses con sus secuaces de la CIA y de la mafia habían huido, y la totalidad de la propiedad capitalista, incluyendo hasta al último vendedor de helados, había sido expropiada. Lo que se creó en Cuba fue un estado obrero burocráticamente deformado. Por el contrario, Chávez llegó al poder y gobierna como jefe del estado capitalista, la burguesía venezolana está vivita y coleando, y los imperialistas siguen llevado a cabo lucrativos negocios con Venezuela, pese a las amenazas y provocaciones de la Casa Blanca.

La principal preocupación de Chávez cuando llegó al poder era “resolver el problema” de las tambaleantes ganancias petroleras, alimento vital de la burguesía venezolana. Lo primero que hizo fue disciplinar al sindicato de trabajadores petroleros y en general aumentar la eficiencia de la industrial petrolera estatal, mientras presionaba al cártel petrolero OPEP a que subiera los precios. Fue por esos esfuerzos, y para reforzar la estabilidad política, que la mayor parte de la clase dominante originalmente apoyó a Chávez. Esto incluyó, de manera importante, a sus antiguos camaradas en el alto mando de las fuerzas armadas, cuyo apoyo fue decisivo para restaurar su poder tras el golpe de 2002. Conforme los precios del petróleo ascendían, Chávez sí desvió parte de las enormes ganancias para financiar una serie de medidas sociales: triplicó el presupuesto para la educación, estableció clínicas de salud gratuitas, programas de distribución de alimento gratuita para los pobres, etc. Pero el objetivo de estas medidas no era llevar a cabo una revolución social, sino desviarla, al atar a las masas desposeídas más firmemente al estado venezolano.

Por mucho que la blanquísima oligarquía venezolana pueda detestar a este advenedizo oficial que presume de su herencia de zambo (mezcla de africano con indígena), Chávez sirve a los intereses de clase de la burguesía de Caracas, y a través de ella, al imperialismo mundial. Si bien hablaba de “inquietud en las juntas directivas” por las medidas populistas del régimen, el artículo del New York Times (3 de noviembre de 2005) titulado “Chávez remodela Venezuela con el ‘socialismo del siglo XXI’” reporta sobriamente: “Hasta ahora, no ha ocurrido ningún éxodo considerable de las compañías extranjeras que operan en Venezuela. Los bancos y las compañías petroleras están haciendo ganancias récord gracias a los precios del petróleo que han dejado al país, el quinto exportador más grande del mundo, inundado de petrodólares.”

En su discurso de Porto Alegre, Chávez se apresuró a asegurar a la burguesía venezolana y a sus amos imperialistas que el suyo “no es el tipo de socialismo que vimos en la Unión Soviética” —es decir, una economía planificada y colectivizada basada en el derrocamiento del dominio capitalista— al que denunció como “capitalismo de estado” y como una “perversión”. Dejó claro que su amistad con el líder cubano no se extiende a su economía colectivizada, diciendo: “Cuba tiene su perfil propio y Venezuela tiene el suyo”. Elogia y se identifica con el Brasil de Lula, el otrora populista que hoy lleva a cabo las medidas de austeridad ordenadas por el imperialismo. En pocas palabras, en su programa de televisión Aló Presidente del 22 de mayo, Chávez declaró que su visión del “socialismo del siglo XXI” “no se contrapone a las compañías privadas, no se contrapone a la propiedad privada”.

Ciertamente. Y mientras prevalezca la propiedad privada capitalista, las masas seguirán sujetas a la explotación y a la opresión, y el desarrollo económico estará subordinado a las órdenes del mercado capitalista mundial, y particularmente de los monopolios petroleros imperialistas. No puede haber una mejora permanente del predicamento en el que se hayan los pobres urbanos y rurales sin el aplastamiento del estado capitalista y el derrocamiento del orden social capitalista que lleve, mediante una serie de revoluciones proletarias internacionalmente, a un orden global sin clases en el que todas las formas de explotación y opresión hayan sido eliminadas.

Trotsky y la revolución permanente

Este entendimiento fue lo que animó la Revolución de Octubre de 1917. Dirigidos por el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky, los obreros de Rusia —organizados en torno a sus intereses de clase y mediante consejos obreros democráticamente electos (soviets)— barrieron con el estado capitalista y lo remplazaron con un estado obrero. Bajo la dirección bolchevique, los obreros estuvieron al frente de todos los oprimidos, incluyendo de manera significativa al vasto ejército de campesinos pobres y sin tierra, y vieron en su revolución el disparo de apertura de una lucha necesariamente internacional del trabajo contra el dominio del capital.

Algo muy distinto fue lo que ocurrió en la Revolución Cubana, en la que el Movimiento 26 de Julio de Castro consistía en guerrillas compuestas por campesinos e intelectuales pequeñoburgueses desclasados que se habían alienado de la burguesía pero eran independientes del proletariado. En condiciones normales, los rebeldes castristas hubieran seguido las pisadas de incontables movimientos similares en América Latina, que ostentan una retórica radical-democrática para reafirmar el control de la burguesía. Fue sólo como resultado de circunstancias excepcionales —la ausencia de la clase obrera como contendiente por el poder en su propio nombre, el cerco imperialista hostil y la huida de la burguesía nacional, así como el salvavidas arrojado por la Unión Soviética— que el gobierno pequeñoburgués de Castro pudo aplastar las relaciones de propiedad capitalistas.

La existencia del estado obrero degenerado de la Unión Soviética fue crucial en esto, al brindar ayuda económica y un escudo militar que ayudó a detener la mano de la bestia imperialista a sólo 90 millas de distancia. A diferencia de la Unión Soviética, donde el programa revolucionario e internacionalista original de Octubre fue pisoteado por una burocracia nacionalista y conservadora que usurpó el control político en 1923-24, en Cuba el estado obrero estuvo burocráticamente deformado desde su origen.

Al derrocar el dominio capitalista, la Revolución Cubana detuvo el saqueo de la isla por parte de los imperialistas y la burguesía local. Igual que hicimos con el estado obrero degenerado soviético mientras existió, hoy llamamos por la defensa militar incondicional de Cuba y los demás estados obreros que aún quedan —China, Corea del Norte y Vietnam— contra el ataque imperialista y la contrarrevolución interna. Es la burocracia castrista estalinista la que mina la defensa de Cuba, entre otras cosas acomodándose a todo tipo de regímenes capitalistas antiobreros y brindarles una cubierta “revolucionaria”. Como afirmamos en la “Declaración de Principios y algunos elementos de programa” de la Liga Comunista Internacional (Spartacist [edición en español] No. 29, agosto de 1998):

“Bajo las circunstancias históricas más favorables que se puedan imaginar, el campesinado pequeñoburgués sólo fue capaz de crear un estado obrero burocráticamente deformado; esto es, un estado de la misma especie que el que surgió de la contrarrevolución política de Stalin en la Unión Soviética; un régimen antiobrero que bloqueó las posibilidades de extender la revolución social a Latinoamérica y Norteamérica, y suprimió el futuro desarrollo de Cuba en dirección al socialismo. Para poner a la clase trabajadora en el poder político y abrir el camino al desarrollo socialista, se requiere una revolución política suplementaria dirigida por un partido trotskista. Con la destrucción del estado obrero degenerado soviético y, consiguientemente, con la falta de un salvavidas fácilmente disponible contra el cerco imperialista, se ha cerrado la estrecha apertura histórica en la que las fuerzas pequeñoburguesas pudieron derrocar el dominio capitalista local, subrayando la perspectiva trotskista a la revolución permanente.”

La teoría de la revolución permanente de Trotsky, confirmada por la Revolución Rusa, sostiene que en aquellos países en los que el capitalismo emergió tardíamente, las tareas históricas asociadas con las revoluciones democrático-burguesas de los siglos XVII y XVIII sólo pueden llevarse a cabo bajo el dominio de clase del proletariado. Sin importar lo radicales que puedan sonar sus representantes políticos, la burguesía de los países atrasados es demasiado débil, demasiado temerosa del proletariado levantado y demasiado dependiente del orden imperialista como para resolver los problemas de la democracia política, la revolución agraria, y el desarrollo nacional independiente.

En cierto modo, es muy apropiado que el demagogo capitalista Chávez idealice a Simón Bolívar, un hombre al que Karl Marx describió, en una carta a Friedrich Engels de febrero de 1858 como el “canalla más cobarde, brutal y miserable”. Como dejó claro Marx en una contribución sobre Bolívar escrita para la The New American Cyclopaedia de 1858, el padre fundador del nacionalismo latinoamericano encarnaba muchos de los atributos de la tardía burguesía semicolonial de Sudamérica. Era venal, corrupto, cobarde y autoritario. En repetidas ocasiones abandonó a sus tropas bajo fuego, apuñaló por la espalda a sus camaradas y contó con las tropas del imperialismo británico para sus victorias. Tras su primer triunfo en 1813, permitió que se le honrara públicamente y fuera arrastrado en una carroza por doce jóvenes damas de las primeras familias de Caracas, y se autoproclamó “dictador y libertador de la las provincias occidentales de Venezuela”.

Los “marxistas” bolivarianos de la TMI han puesto de cabeza la revolución permanente, argumentando que si una formación burguesa está de veras comprometida con la lucha por la democracia, ésta puede de algún modo superar sus limitaciones históricas y lograr no sólo la democracia, sino incluso el socialismo. Así, el vocero de la TMI Jorge Martín escribe: “La idea central de la teoría de la revolución permanente es que en los países coloniales y ex coloniales la lucha por las tareas democrático-burguesas, si es librada hasta el final, debe llevar (de manera ininterrumpida o permanente) a la revolución socialista.” La esencia programática de la revolución permanente es la lucha por la independencia de clase del proletariado frente a todas las alas de la burguesía semicolonial, sin importar lo “progresistas” o “antiimperialistas” que sean sus proclamas. Esa lucha sólo puede vencer forjando un partido obrero, revolucionario e internacionalista en oposición a todas las variantes del nacionalismo burgués.

Reforma vs. revolución

La tarea de los marxistas es arrancarle la máscara de “socialista” al régimen de Chávez y advertir que él representa al enemigo de clase. Aunque los competidores oportunistas de la TMI no llegan simplemente a adular a Chávez y su “Revolución Bolivariana”, en cambio sí participan en describir al caudillo de lenguaje izquierdista como un aliado potencial, si bien parcial y poco confiable, de la clase obrera. Así, el Comité por una Internacional Obrera (CIO) de Peter Taaffe, basado en Gran Bretaña, alaba a Chávez por iniciar “un debate sobre el desarrollo del socialismo”, “crucial para el desarrollo futuro de la revolución venezolana”, pero se queja de que “desgraciadamente” Chávez “carece de la perspectiva de extender la revolución socialista a otros [¡!] países de Latinoamérica” (“Venezuela: El socialismo vuelve al orden del día”, 6 de octubre de 2005).

Luego está la Liga por la Quinta Internacional (L5I) centrada en el grupo británico Workers Power, que titula un capítulo de su Anti-Capitalism: A Rough Guide to the Anti-Capitalist Movement [Anticapitalismo: una guía preliminar para el movimiento anticapitalista] (2005), “Hugo Chávez: ¿un nuevo líder para el movimiento anticapitalista?”. Polemizando contra los admiradores de los zapatistas mexicanos que creen que es posible hacer cambios sociales sin tomar el poder, la L5I escribe:

“Por lo menos, Chávez muestra que las verdaderas reformas no pueden llegar de las súplicas, que tan magros resultados le han dado a los campesinos mexicanos, sino de buscar el control del poder. El error de Chávez reside en no estar dispuesto a destruir aquellos elementos del estado venezolano —la judicatura y la policía sobre todo— que se oponen al progreso y los frustran.”

Chávez no va a destruir las agencias de represión que son el núcleo del estado burgués —la judicatura, la policía, el sistema carcelario y “sobre todo” el ejército— porque él administra al estado burgués. Barrer a la dictadura del capital en Venezuela significa barrer al régimen burgués mediante una revolución proletaria, no sermonear al hombre fuerte capitalista como si fuera un mal estudiante. Ciertamente, como se quejan sus seguidores de izquierda, Chávez ni siquiera ha purgado a muchos recalcitrantes individuales de sus puestos de mando en el ejército y la policía, como ocurre tras casi todos los golpes de estado latinoamericanos.

Bajo esta pátina de retórica seudoleninista, la L5I promueve la esencia del reformismo socialdemócrata: la concepción de que el estado burgués no necesita ser destrozado en el yunque de la revolución proletaria sino que puede ser reformado para servir como instrumento de transformación social. En Gran Bretaña, terreno nacional de Workers Power, históricamente esto ha tomado la forma de una lealtad lacaya al procapitalista y parlamentarista Partido Laborista (en el que el grupo británico de la TMI está profundamente enterrado). En Venezuela, esto significa maquillar el hecho de que el hombre fuerte populista Chávez es enemigo de clase de la lucha proletaria por el socialismo.

Populismo y neoliberalismo: Dos caras de la misma moneda

La popularidad de Chávez y su “Revolución Bolivariana” entre los jóvenes idealistas de izquierda —y los oportunistas veteranos— debe entenderse sobre el fondo de la destrucción de la Unión Soviética. Entre la juventud radical, alimentada con más de una década de propaganda sobre “la muerte del comunismo” tanto por la “izquierda” como por la derecha, la Revolución de Octubre es percibida ampliamente como un “experimento fallido”. También se rechaza el entendimiento de que la clase obrera es la única agencia de la revolución social contra el orden capitalista. Más aun, el capitalismo es en general identificado con un conjunto particular de medidas económicas conocido como “neoliberalismo”: la privatización extensa de instalaciones públicas, la destrucción de los programas de bienestar social, y el engrandecimiento imperialista implacable.

La historia reciente de Venezuela demuestra bastante bien que el neoliberalismo y el populismo no son sino dos caras de la misma moneda, a veces llevadas a cabo por el mismo régimen burgués en distintos periodos. Carlos Andrés Pérez de Acción Democrática (AD), por ejemplo, es recordado como el presidente que nacionalizó el petróleo y la minería a mediados de los años setenta y también como el presidente que introdujo la terapia de choque del FMI. AD declamaba con retórica socialdemócrata y controlaba la federación sindical corporativista, CTV. Levantada por un aumento en los réditos del petróleo en los años 60, la burguesía amasó una inmensa fortuna. Al mismo tiempo, AD y el partido burgués y procatólico COPEI, que en distintos momentos ha sido tanto socio como rival de AD, presidieron sobre los salarios obreros más altos de Latinoamérica, así como unos extensos controles a los precios y subsidios a la alimentación, el transporte, la educación, la salubridad y otras necesidades.

Pero en la década de 1980, el boom petrolero terminó y la bomba de la enorme deuda imperialista explotó, lo que llevó a un desplome en los estándares de vida de los trabajadores, recortes masivos en los servicios sociales y otras medidas de austeridad severa. La porción de la población que vivía bajo la línea de pobreza casi se duplicó, de 36 a 66 por ciento entre 1984 y 1995. Conforme la industria y la agricultura declinaban, una gran cantidad de obreros anteriormente sindicalizados y de pobres rurales fue lanzada a la “economía informal” de bajos ingresos, tratando de ganarse la vida como vendedores ambulantes, sirvientes, obreros eventuales, etc. La tasa de membresía sindical cayó del 26.4 por ciento en 1988 al 13.5 por ciento en 1995, dejando a la CTV como el coto vedado de una capa relativamente privilegiada de obreros petroleros y otros empleados públicos.

En 1989, Pérez introdujo su paquetazo de medidas de austeridad. Esto provocó protestas masivas, el Caracazo, que fueron brutalmente reprimidas. En un ensayo en Venezuelan Politics in the Chávez Era [La política venezolana en la era de Chávez] (ed. Steve Ellner and Daniel Hellinger [2003]), Kenneth Roberts escribe:

“La combinación de la polarización social y el desinterés político resultó ser altamente inflamable después de 1989, cuando los venezolanos le dieron la espalda a la política oficial y dieron su apoyo a una serie de líderes independientes y partidos de protesta. Para finales de los años noventa, la extendida desilusión produjo un suelo fértil para el actor externo político consumado: un antiguo comandante de paracaidistas que capturó la imaginación popular dirigiendo un golpe de estado fallido contra el desacreditado régimen democrático.”

Éstas eran las condiciones clásicas para el surgimiento de un hombre fuerte populista como Chávez.

Otro ejemplo de un populista nacionalista latinoamericano es Lázaro Cárdenas de México, que nacionalizó las compañías petroleras extranjeras e hizo una significativa distribución agraria a los campesinos en la década de 1930. También rompió huelgas y subordinó a la clase obrera mediante la federación sindical corporativista CTM. En un artículo de mayo de 1939 titulado “La industria nacionalizada y la administración obrera”, Trotsky señaló:

“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno gira entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista de índole particular. Se eleva, por así decirlo por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capitalismo extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros.”

El bonapartismo en Venezuela

En Venezuela, el fundador de AD, Rómulo Betancourt, que hablaba de socialismo, gobernó coaligado con los militares en la década de 1940 y purgó los sindicatos de comunistas, haciendo de la CTV un mero adjunto laboral, dócil y corporativista, de AD. Leyendo del mismo guión, Chávez llevó a cabo reformas sociales destinadas a consolidar una base de apoyo entre el pueblo pobre. Su objetivo era usar esta base como un ariete no sólo contra sus enemigos en la oligarquía, sino particularmente contra la federación sindical CTV, cuya dirigencia, además de formar parte de AD, está vinculada a la CIA mediante la burocracia sindical de la AFL-CIO de Estados Unidos.

Bajo el grito de llevar la “democracia” a la CTV, Chávez buscó poner a los sindicatos a raya. En 1998 tomó posesión declarando que la CTV “debe ser demolida” y trató, sin éxito, de imponer un referendo antisindical dos años después. Por su parte, los notoriamente pro-imperialistas líderes sindicales de la CTV, se aliaron con los patrones petroleros y otros sectores opuestos a Chávez de la burguesía y el ejército en el fallido golpe de 2002 y la extensa huelga sindical y patronal de la industria petrolera que comenzó meses después.

En abril de 2003, la Fuerza Bolivariana de Trabajadores (FBT) de la CTV y otros burócratas sindicales chavistas establecieron una nueva central sindical bajo los auspicios del gobierno. La Unión Nacional de Trabajadores (UNT) gestionó hasta un 76.5 por ciento de los contratos laborales firmados en 2003-04, según el ministerio del Trabajo de Chávez, mientras que la CTV capturó apenas un 20 por ciento. La UNT ya obtuvo el visto bueno de la Organización Internacional del Trabajo de la ONU y de los líderes proimperialistas del Congreso Sindical británico. También ha sido recibida con entusiasmo por la falsa izquierda internacionalmente, incluyendo a los grupos que ofrecen una tímida crítica a Chávez. En particular, estos grupos celebran las ocasionales ocupaciones de plantas y el llamado de la UNT a la “cogestión” (mal identificada con el “control obrero”) como evidencia de que la “Revolución Bolivariana” no es simplemente producto de las medidas del gobierno sino que está conducida por la lucha de la clase obrera en el fondo de la sociedad venezolana.

El Socialist Worker (5 de agosto de 2005), periódico de la International Socialist Organization (ISO) estadounidense, reportó exultante que los líderes de la UNT llamaron por “la formación de un partido obrero de masas que pueda luchar por una revolución socialista en Venezuela”. Aparentando una pose ligeramente más crítica, el Grupo Internacionalista escribe en The Internationalist (septiembre-octubre de 2005): “La UNT ha adoptado un discurso socialista, y hasta critica los planes gubernamentales de ‘cogestión’, abogando por el ‘control obrero’. Sin embargo, ninguno de los principales sectores de la UNT ha adoptado un programa revolucionario orientado a preparar una revolución socialista. Buscan en cambio presionar al gobierno de Chávez a la izquierda.” Particularmente viniendo del GI, ésta es una manera particularmente benévola de describir una central sindical que fue establecida bajo la tutela del gobierno de Chávez.

Leyendo su último artículo nadie podría adivinarlo, pero en noviembre de 2000 el GI entonaba una melodía diferente en un artículo llamado “Contra Chávez, la bolsa de valores y el FMI—Venezuela: Movilizar el poder obrero para derrotar el referéndum antisindical!”. El artículo, que apareció en español en su página web, retrataba al populista venezolano como un mero títere de la bolsa de Caracas y de los imperialistas y minimizaba los peligros de una intervención imperialista estadounidense, así como los lazos orgánicos de la CTV con la burguesa AD y sus contactos históricos con los frentes “laborales” de la CIA en Latinoamérica.

Lo que llamó nuestra atención en particular era que entonces el GI no describía a la CTV como corporativista, una omisión especialmente notable dado el uso que dan a esta etiqueta para no defender a la central sindical mexicana CTM contra los ataques del gobierno. Observamos que “Dada su historia de alinearse tras nacionalistas ‘antiimperialistas’ desde México hasta Puerto Rico y más allá, podría haberse esperado que el GI se acomodara al nacionalista-populista Chávez” (El GI sobre Venezuela: El oportunismo une las parejas más extrañas” Espartaco No.19, otoño invierno de 2002). Ya que finalmente olfateó de qué lado sopla el viento, el GI ahora se está apresurando a ubicarse en el flanco izquierdo del club de admiradores de la Revolución Bolivariana. Ahora el GI consigna a la CTV al basurero.

Los líderes de la UNT ciertamente hablan de manera más radical que los de la CTV —conectados a la CIA—, pero no están menos atados al gobierno capitalista. En septiembre, la UNT y la FBT organizaron un “taller de educación política” en Caracas “con la colaboración del Ministerio del trabajo”, según un reporte de Jorge Martín (www.handsoffvenezuela.org, 26 de septiembre de 2005). Ahí se aprobó una resolución que hablaba de “la lucha histórica por la emancipación de la clase obrera”, “el socialismo como la esperanza de las clases oprimidas del mundo” y la necesidad de expropiar los medios de producción. Precediendo toda esta fogosa retórica, había una promesa servil de “ratificar el papel dirigente de nuestro presidente, Hugo Chávez Frías, en la revolución democrática y participativa”. Todo lo que se diga de la revolución socialista y de un partido obrero de masas no es sino aire caliente en ausencia de una lucha por la independencia completa e incondicional del proletariado frente al estado capitalista y sus partidos políticos.

El fraude de la “cogestión”

Al cantar sus alabanzas al fraude de la “cogestión”, al que Chávez y la UNT anuncian como “control obrero”, la izquierda reformista ayuda a fortalecer el control del estado capitalista sobre el movimiento obrero venezolano. En EE.UU., el Workers World Party anuncia exultante que “Los obreros están tomando el control en Venezuela”: “En todas partes de Venezuela los obreros avanzan en la formación de nuevas organizaciones obreras. Toman fábricas aquí y experimentan con la cogestión allá. Los obreros están desafiando las viejas relaciones de clase y están llegando a la realización colectiva de su misión histórica en la lucha por el socialismo.” (Workers World, 5 de mayo de 2005).

En términos marxistas, el control obrero no es una institución ni una exigencia que la burguesía deba cumplir. Es el poder dual en el lugar de la producción durante una crisis revolucionaria; es decir, los obreros tienen el poder de vetar las acciones de la administración a las que se opongan. Sólo puede terminar con la toma del poder estatal por parte de los obreros mediante una revolución socialista, o en la reafirmación, por parte de los capitalistas, de su poder mediante la contrarrevolución. Lo que la cínica “izquierda” pro-Chávez presenta como “control obrero” es en realidad un esquema para institucionalizar la colaboración de clases y apretar el nudo que ata a las organizaciones obreras con los capitalistas y su estado. No hay nada nuevo en esto. En su artículo inconcluso de 1940 “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”, Trotsky escribió:

“La administración de los ferrocarriles, de los campos petroleros, etc., por medio de organizaciones obreras, no tienen nada en común con el control obrero sobre la industria, pues, la esencia de la cuestión en esta administración es que se realiza por medio de la burocracia obrera que es independiente de los obreros, pero que al contrario, depende completamente del estado burgués.”

En la Venezuela actual, el principal ejemplo de “control obrero” es la fábrica de suministros de papel Venepal (ahora Invepal). Habiendo empleado mil 600 trabajadores, para el momento de su nacionalización en enero de 2005, esta fábrica en bancarrota ya sólo tenía 350. La compañía, que tenía dificultades desde 1997, simplemente no pudo reanudar la producción tras haber apoyado la huelga patronal de 2002 contra Chávez. Los obreros finalmente acudieron a éste, que procedió a nacionalizar la compañía. Sin embargo, al principio sería administrada directamente por el estado, y sólo en una etapa posterior se transformaría en una estructura de cogestión entre los obreros y el estado bajo supervisión directa de la ministra del trabajo, María Cristina Iglesias. Seis meses después de que la TMI gritara “¡socialismo!” por la nacionalización de Venepal, los grantistas fueron forzados a reconocer en un artículo en internet (18 de julio de 2005) que “los líderes del sindicato han dado el paso de dispersar al sindicato y esperan comprar la parte estatal de la compañía para ser los únicos dueños y quedarse con todas las ganancias de la producción” (Jorge Martín, “Chávez anuncia la expropiación de fábricas cerradas”).

Otro ejemplo de “cogestión” es la planta de aluminio ALCASA en Ciudad Guayana, cuyo consejo de administración ahora incluye a dos directores electos por los obreros y cuatro nombrados por el estado, según un reporte del Militant (15 de agosto de 2005), periódico del Socialist Workers Party estadounidense. Un dirigente local del sindicato Sintralcasa dijo que él no estaba por la nacionalización a gran escala, explicando: “dependemos mucho de la economía estadounidense, así que no proponemos derrumbar al imperio.” Otro dijo, “ahora que tenemos la cogestión, el sindicato ya no habla sólo de aumentar los salarios.” Y continuó: “tenemos que aumentar la producción y bajar los costos.”

El Socialist Worker de la ISO asegura a sus lectores que “la cogestión no tiene nada que ver con la coadministración socialdemócrata”. De hecho, eso es exactamente lo que es, una variante de lo que en Alemania se llama Mitbestimmung (codeterminación), llevada a cabo mediante consejos de fábrica (Betriebsräte) que por ley, si bien no siempre en la práctica, incluyen representantes de la administración. Acaso un ejemplo más pertinente a la actual situación en Venezuela sea el de la “autogestión” en la Argelia poscolonial de principios de la década de 1960. La Union Générale des Travailleurs Algériens (UGTA) organizaba comités de autogestión de obreros independientes en las fábricas y en las fincas rurales abandonadas por los colonialistas franceses que se habían ido. Temeroso de un reto a su dominio, el régimen nacionalista-burgués, de lenguaje muy izquierdista, del FLN (Frente de Liberación Nacional) de Ahmed Ben Bella impulsó la institucionalización de la autogestión y una regimentación estatal cada vez mayor de la UGTA. Una vez que el poder de la clase obrera había sido encadenado, el “socialista” Ben Bella fue derrocado en un golpe de estado palaciego.

Un papel central en la traición de los obreros argelinos fue el que desempeñó Michel Pablo, que era asesor del gobierno capitalista del FLN. En su folleto World in Revolution [El mundo en revolución], Pablo presumía de haber “ayudado a codificar e institucionalizar la autogestión en Argelia, y a redactar la Ley de Reforma Argelina así como las medidas sociales y económicas del país entre 1962 y 1965” (ver: “Nunca aprenderán”, WV No. 86, 21 noviembre de 1975). Años antes, siendo líder de la IV Internacional (CI) trotskista, Pablo elaboró el programa liquidacionista que fue responsable de la destrucción de la CI. Hoy, la TMI de Alan Woods, cuyo linaje político viene directamente de Pablo, aspira a repetir su papel en Venezuela.

La historia tiene reservado un severo veredicto para aquellos “izquierdistas” que promueven a uno u otro caudillo capitalista con retórica izquierdista. El camino hacia adelante para los oprimidos de todas las Américas no está en pintar a los hombres fuertes nacionalistas como revolucionarios, ni a las incursiones populistas como revoluciones. Está, por el contrario, en la construcción de secciones nacionales de una IV Internacional reforjada en el espíritu de una hostilidad revolucionaria intransigente a todas y cada una de las formas del domino capitalista. Al sur del Río Bravo, estos partidos habrán de construirse en combate político contra las extendidas ilusiones en el populismo y el nacionalismo. En Estados Unidos, las entrañas del monstruo imperialista, el partido obrero revolucionario se construirá en la lucha por arrancar al proletariado de los partidos capitalistas Demócrata y Republicano y por remplazar a los proimperialistas líderes de la AFL-CIO con una dirección clasista.