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La Sexta Declaración zapatista: Un programa populista pequeñoburgués

¡Sólo la revolución obrera puede emancipar a los explotados y oprimidos!

¡Fuera ejército de Chiapas! ¡Alto al terror paramilitar blanco!

En el contexto de las venideras elecciones presidenciales y la evidente popularidad del PRD burgués —que encabeza las encuestas y ha afianzado su apoyo en la clase obrera—, la Sexta Declaración y “La otra campaña” zapatistas han despertado renovadas ilusiones entre muchos jóvenes de mentalidad izquierdista a través de su retórica “radical” y sus críticas al circo electoral y a los partidos burgueses —especialmente el PRD, desacreditado entre muchos estudiantes radicalizados de la Ciudad de México—. El giro de los zapatistas, después de once años de depositar su confianza en el PRD burgués, no es de sorprender. La rebelión zapatista surgió en 1994 como respuesta a la entrada en vigor del TLCAN —un tratado de rapiña de la economía mexicana por parte de los imperialistas—, que ha sumido al campesinado aún más en la miseria, y contra la ancestral opresión racista antiindígena. Las tímidas políticas nacionalistas del PRD (que ni siquiera se opone al TLCAN) han decepcionado a los zapatistas, y de hecho los senadores perredistas mismos aprobaron la infame ley antiindígena en el año 2001. Además, según ha documentado el mismo EZ, el PRD ha participado directamente en la represión asesina contra los zapatistas. Como sucedió con el CGH estudiantil en 1999, las críticas del EZLN al PRD son empíricas, basadas en el incumplimiento de promesas y la represión, no en un entendimiento del PRD y los demás partidos burgueses como instrumentos del capital, enemigos de los obreros y todos los oprimidos independientemente de sus políticas coyunturales.

Tras décadas del llamado “neoliberalismo” —que ha sumido a las masas en la más completa miseria—, a través de América Latina el populismo se encuentra en ascenso, con Hugo Chávez como su más célebre exponente y en México representado también por el PRD. El populismo es simplemente una política alternativa del capitalismo que no busca más que renegociar los términos de la subordinación de la burguesía tercermundista en cuestión al imperialismo. Mediante sus concesiones a los obreros y los pobres y su retórica nacionalista “antineoliberal”, el populismo fortalece las ataduras de los explotados a sus explotadores y ayuda a perpetuar este brutal régimen. El programa zapatista, que se reduce a reformas democráticas burguesas opuestas al llamado “neoliberalismo” pero de ninguna manera contrarias al sistema capitalista mismo, es en realidad una variante pequeñoburguesa del populismo nacionalista burgués. De hecho, Marcos mismo ha dejado en claro que votar por el PRD o cualquier otro partido burgués no se contrapone al zapatismo, al afirmar que “Las preferencias o simpatías electorales no son de ninguna manera impedimento para ser de la otra campaña” (La Jornada, 19 de enero). “La otra campaña” es un movimiento pequeñoburgués políticamente amorfo cuyo propósito es presionar a la burguesía nacionalista y que encauza a quienes rompen con el PRD desde la izquierda a mantenerse dentro de los límites de la política burguesa.

Los espartaquistas nos solidarizamos con la lucha del campesinado indígena contra las ancestrales opresión y miseria y llamamos a los obreros a defender al EZ contra la represión estatal y paramilitar. Sin embargo, no abrazamos el zapatismo, sino el programa del marxismo revolucionario —dos perspectivas del mundo contrapuestas—. Marcos habla de que “El problema del país no es un partido, sino el sistema capitalista” al cual “tenemos que transformar” (La Jornada, 15 de enero), pero no hay nada en la Sexta que atente contra la base del sistema capitalista: el régimen de la propiedad privada. El llamado más prominente en la Sexta es por una nueva constitución “que reconozca los derechos y libertades del pueblo, y defienda al débil frente al poderoso” que será impuesta por un “movimiento civil y pacífico”. Es utópico pensar que mediante nueva legislación, o de cualquier otra forma, se puede reformar el régimen capitalista para ponerlo al servicio de los explotados y oprimidos. En cualquier sociedad, las leyes no son más que la superestructura que descansa sobre el régimen de propiedad. Bajo el capitalismo, toda la economía está al servicio de la extracción de ganancias por un puñado de burgueses que poseen los medios de producción. Además, las burguesías tercermundistas como la mexicana están atadas inextricablemente a los imperialistas, y son incapaces incluso de romper con ellos y alcanzar los logros obtenidos por las revoluciones burguesas de antaño (por ejemplo, la Revolución Francesa de 1789), como la construcción de una economía fuerte (la base para la emancipación nacional) y la modernización del campo.

Hay que derrocar el capitalismo mediante una revolución socialista que abola la propiedad privada —es decir, que colectivice los medios de producción—, y planifique la economía para satisfacer las necesidades de la población. Esta revolución debe extenderse internacionalmente, para eliminar la amenaza contrarrevolucionaria imperialista y poner al servicio de los explotados y oprimidos del mundo entero los inmensos recursos y fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo y alcanzar así el socialismo —que requiere la abundancia generalizada—. La clase obrera, debido a su relación con los medios de producción, es la única con el interés histórico y el poder social para acaudillar a las masas oprimidas hacia ese fin. No teniendo sino su fuerza de trabajo para vender, la clase obrera no tiene interés objetivo alguno en la conservación del régimen de la propiedad privada; al contrario, su interés está en la colectivización de los medios de producción. Además, los proletarios producen la riqueza de la sociedad colectivamente, lo cual les da una enorme fuerza social. Los trabajadores petroleros, telefonistas o electricistas, por ejemplo, tienen el poder de trastornar la economía entera y hasta de paralizarla de plano.

En contraste, el campesinado es una capa heterogénea que forma parte de la pequeña burguesía —que incluye también, por ejemplo, a los estudiantes, los ambulantes, etc.—. Los campesinos pobres están reducidos a la producción de autoconsumo, carecen de poder social y añoran su propia parcela; los campesinos minifundistas compiten entre sí para colocar sus productos en el mercado. El interés objetivo del campesinado como estrato social está en la propiedad privada de la tierra. Debido a estas características, el campesinado —y la pequeña burguesía entera— es incapaz, por sí mismo, de plantear un programa revolucionario propio: siempre sigue a una de las dos clases fundamentales del capitalismo —el proletariado o la burguesía—. En ausencia de un partido obrero revolucionario en una lucha franca por el poder, el campesinado hoy día necesariamente limita su lucha a los marcos del capitalismo.

Buscamos construir una alianza revolucionaria entre el proletariado y el campesinado pobre, pero ésta sólo es posible bajo la dirección de la vanguardia obrera organizada en un partido comunista. Así, nuestro propósito es construir un partido obrero como el de los bolcheviques de Lenin y Trotsky capaz de dirigir a la clase obrera en esta tarea histórica. En esto consiste, a grandes rasgos, la perspectiva de la revolución permanente desarrollada por el bolchevique León Trotsky y vindicada en la práctica por la Revolución Rusa de octubre de 1917.

Varias organizaciones que se reclaman “trotskistas” ven en la Sexta una oportunidad más para echar por la borda el genuino programa trotskista. La Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), por ejemplo, dice tener diferencias con la Sexta que ameritan no suscribirla, ¡y sin embargo se ha sumado a “La otra campaña”! Esto es absurdo: “La otra campaña” no es sino la concretización del programa expresado en la Sexta Declaración. No hay forma de sumarse a dicha campaña sin adaptarse al programa zapatista. Pero la LTS está entusiasmada porque “La otra campaña” se ha “pronunciado por la más amplia unidad de obreros, campesinos e indígenas y de la izquierda anticapitalista” (Carta al EZLN, sin título, 4 de enero). Una unidad muy “amplia” en verdad, que incluye a los partidarios “radicales” del PRD. Es revelador también que la LTS adopte la engañosa jerga en boga. Aludir como “anticapitalistas” a quienes tienen en realidad un programa nacional-populista significa embellecer y adaptarse a sus ilusiones. Las críticas que la LTS hace de la Sexta son apenas una cobertura “izquierdista” para su adaptación, en los hechos, al zapatismo.

La LTS, a fuerza de costumbre, recurre a una retórica marxistoide hueca de que la clase obrera debe “conquistar el poder”, “quitándoselo a los explotadores”. Pero, al mismo tiempo —y dejando en claro su real convergencia política con los zapatistas— llama por una “Asamblea Constituyente” que “debe tener el norte claro de comenzar a discutir la resolución de las reivindicaciones históricas de obreros, campesinos e indígenas” y que “tendría que resolver el problema de la tierra y la dominación imperialista en primer lugar” (Ibíd). La LTS asigna a una asamblea constituyente —es decir, un parlamento burgués— la tarea de resolver las cuestiones candentes que sólo pueden ser resueltas por la revolución obrera (dos palabras que la LTS cuidadosamente omite en su carta, con tal de no enajenar a quienes espera serán sus nuevos compañeros de ruta).

En su carta al EZLN la LTS pretende hacer una gran distinción entre su llamado y el de los zapatistas, pidiéndoles simplemente que aclaren “si lo que se propone es luchar contra las instituciones del régimen burgués, lo que es opuesto a lo que sostienen muchas direcciones llamadas ‘antineoliberales’ que sólo buscan reformarlas.” “Por el contrario”, añade, “la legislación impuesta por Zapata (como la ley agraria de 1915), fue sobre la base de las milicias campesinas y la lucha contra el mal gobierno.” Habiendo de hecho derrotado a la burguesía, los ejércitos campesinos de Villa y Zapata simplemente se retiraron de la Ciudad de México, sin tocar siquiera los cimientos del régimen capitalista, ilustrando la incapacidad del campesinado de reorganizar la sociedad. Lo que los explotados y oprimidos necesitan no es una guerrilla campesina más combativa que el EZ, sino un partido obrero leninista-trotskista que luche por la revolución socialista, movilizando tras de sí no sólo al campesinado pobre, sino también a la inmensa masa de la pequeña burguesía urbana pauperizada.

Por otro lado, toda una manada de intelectuales supuestamente izquierdistas están decepcionados por lo que ven como un excesivo radicalismo de la Sexta. Entre ellos, Guillermo Almeyra regañó a los zapatistas por criticar al PRD y preguntó al EZ retóricamente: “¿Qué se recomienda? ¿La abstención, o sea, dejar en el poder a las trasnacionales y sus agentes?” (La Jornada, 10 de agosto). Aunque Marcos ya aclaró que ésa no era su intención, lo que Almeyra recomienda, en otras palabras, es votar por el PRD burgués, pues su perspectiva se reduce a apoyar al “mal menor”. No se necesita un doctorado en historia para darse cuenta de que sólo derrotas pueden venir de la confianza en la burguesía —por ello la premisa para cualquier actividad revolucionaria es la independencia política del proletariado—. Como escribimos en un volante de abril del año pasado oponiéndonos a la patraña foxista del desafuero de AMLO sin darle ningún apoyo político a éste: “en caso de llegar a la presidencia el mismo apoyo que López Obrador tiene entre el movimiento obrero lo pondrá en una mejor situación para llevar adelante las privatizaciones de los sectores eléctrico y petrolero que el ineficaz Fox no ha podido imponer.”

Siendo nuestro propósito, como sección mexicana de la Liga Comunista Internacional, construir un partido obrero revolucionario capaz de dirigir una nueva revolución de Octubre en esta parte del mundo, nuestra tarea es elevar la conciencia de la clase obrera, introduciendo en ella el entendimiento de su misión histórica de emancipación universal —como única clase capaz de dirigir hacia su emancipación a todos los oprimidos: los campesinos, los indígenas, las mujeres, las paupérrimas masas pequeñoburguesas urbanas—. En la actualidad, una parte importante de esta lucha es combatir las ilusiones generadas por el utopismo pequeñoburgués zapatista.

—Grupo Espartaquista de México, enero de 2006