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El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 868 (14 de abril de 2006), periódico de la SL/U.S., sección de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista).

Bolivia:

Trotskismo vs. nacionalismo burgués

La elección de Evo Morales como presidente de Bolivia en diciembre pasado fue aclamada internacionalmente por sectores de activistas liberales “antiglobalización” y socialdemócratas como un golpe contra el imperialismo estadounidense, basados en gran parte en la promesa de Morales de nacionalizar el petróleo y las reservas de gas. Al frente del Movimiento Al Socialismo (MAS), Morales ganó con una absoluta mayoría de votos y la más grande y aplastante victoria desde el fin del militarismo en 1982. Mucho del apoyo a Morales proviene del hecho de que es un indígena aimará, hijo de un pastor, en un país marcado por un profundo racismo antiindígena. El New York Times, en un reportaje sobre la toma de posesión de Morales (22 de enero) comentaba que su elección puede representar “el vuelco más radical en la persistente inclinación hacia la izquierda en Sudamérica hasta el momento, con un potencial para tener un gran impacto más allá de las fronteras de esta nación andina sin salida al mar”.

El gobierno de Bush, que ha regañado a Morales por su apoyo a los productores de hoja de coca en Bolivia, ha respondido cautelosamente a su elección. El Washington Post (21 de febrero) opinó en un artículo titulado “Funcionarios de EE.UU. suavizan actitud hacia el nuevo presidente izquierdista de Bolivia” que “al menos por ahora, el gobierno de Bush tiene la esperanza de que Evo Morales, quien alguna vez amenazó con convertirse en ‘la peor pesadilla para Estados Unidos’, sea alguien con quien puedan hacer negocios”. Los imperialistas están también conscientes de que Bolivia es un país muy pobre y que Morales tiene menos recursos a su disposición que Hugo Chávez en una Venezuela rica en petróleo.

Morales, un nacionalista burgués, está comprometido con un “capitalismo andino” y el “libre comercio”. Inmediatamente después de su elección viajó a Santa Cruz, un centro de la elite de negocios boliviana en el oriente del país, donde expresó simpatía a su demanda por la autonomía de esta zona respecto de la empobrecida región occidental. Morales también aceptó privatizar El Mutún, una de las minas de hierro más grandes del mundo, y ha buscado reforzar el respaldo de la burguesía nombrando en su gabinete a una galería de auténticos delincuentes entre hombres de negocios sombríos y seguidores de sus predecesores “neoliberales”. Así, Morales otorgó el Ministerio de Minería a Walter Villarroel, quien en un periodo anterior en el gobierno tuvo un papel de suma importancia en el desmantelamiento de la estatal Corporación Minera Boliviana (COMIBOL) y en la privatización de operaciones mineras. Tan sólo el mes pasado, trabajadores del Lloyd Aéreo Boliviano, la principal aerolínea del país, que estaban en huelga exigiendo que se nacionalice la compañía, tuvieron un enfrentamiento con la policía después de que Morales ordenara a las fuerzas policiales y militares tomar el control de los aeropuertos del país para romper la huelga.

Al llamar por “nacionalizar” los recursos naturales de Bolivia, Morales hace eco a un programa que tiene mucho tiempo ya en América Latina. La demanda principal de las protestas del año pasado en Bolivia por la nacionalización del petróleo y el gas es apoyable como medida de autodefensa nacional por parte de un país semicolonial frente a los imperialistas, a pesar de no tener un carácter socialista en absoluto. Con respecto a la expropiación de la industria petrolera por el régimen nacionalista burgués de Cárdenas en México en 1938, el dirigente marxista revolucionario León Trotsky escribió:

“El México semicolonial está luchando por su independencia nacional, política y económica. Tal es el significado básico de la revolución mejicana en esta etapa. Los magnates del petróleo no son capitalistas de masas, no son burgueses corrientes. Habiéndose apoderado de las mayores riquezas naturales de un país extranjero, sostenidos por sus billones y apoyados por las fuerzas militares y diplomáticas de sus metrópolis, hacen lo posible por establecer en el país subyugado un régimen de feudalismo imperialista, sometiendo la legislación, la jurisprudencia y la administración...
La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista.”

—“México y el imperialismo británico”, 5 de junio de 1938

Bolivia misma no es una extraña a las nacionalizaciones, aun en la industria petrolera. El gobierno militar de David Toro (1936-37) nacionalizó la Standard Oil Company de Bolivia sin compensación, creando una compañía petrolera estatal. Esta compañía se apoderó la Gulf Oil Company de Bolivia en 1969. Fue hasta 1996 que porciones significativas de las operaciones petroleras y del gas natural fueron privatizadas. Hoy la compañía brasileña Petrobras controla alrededor del 51 por ciento de las extensas reservas bolivianas de gas natural y 95 por ciento de su capacidad de refinería. Sin embargo, la mayoría de las reservas de gas natural no están siendo explotadas. La Asociación de Organizaciones de Productores Ecológicos de Bolivia señaló en un informe de 2005 que “Bolivia tiene ocho sectores que generan más empleo que el gas” y además “el sector petrolero en su totalidad proporciona trabajo a unas 600 personas, en su mayor parte extranjeros”.

El llamado actual de Morales por “nacionalizaciones” implica muy probablemente simples incrementos en los impuestos. Morales dijo al socialdemócrata In These Times (enero de 2006): “Nosotros queremos imponer impuestos a las transnacionales de una manera justa, y redistribuir el dinero a las pequeñas y medianas empresas.” En las elecciones presidenciales de diciembre, no sólo Morales sino cada uno de los candidatos propuso en alguna forma el llamado por la nacionalización de la industria del gas natural. Como hábil político, Morales busco sonar más radical que sus competidores, mientras simultáneamente trataba de no distanciarse demasiado de la burguesía boliviana ni de los imperialistas.

La “revolución” boliviana de 2005

El precursor inmediato de la elección de Morales consistió en una serie de levantamientos populares desde mayo hasta junio del año pasado. Los manifestantes protestaron contra el “neoliberalismo”: las privatizaciones generalizadas de instalaciones estatales y las medidas de austeridad dictadas por el FMI. La derrota de la huelga general de 1985 permitió estas medidas, lo que tuvo como resultado la privatización de minas bolivianas y otros recursos naturales, así como de las telecomunicaciones y el transporte. Mineros despedidos y campesinos fueron forzados a sobrevivir mediante pequeños negocios familiares u otras formas de autoempleo. Muchos de estos se mudaron a El Alto, originalmente un suburbio de la ciudad capital de La Paz, pero que es ahora una entidad independiente con una población aproximada de 800 mil personas.

El levantamiento de 2005 fue la última en una serie de luchas desesperadas de las masas empobrecidas de Bolivia. En el año 2000 hubo protestas plebeyas a gran escala en la tercera ciudad más grande de Bolivia, Cochabamba, luego de que el gobierno de Hugo Banzer accediera a las demandas del Banco Mundial y vendiera el sistema de agua de la ciudad a la Bechtel y otras corporaciones de países imperialistas, lo que condujo a incrementos en los precios del agua de al menos 200 por ciento. Esta “guerra del agua” llevó a que Bechtel abandonara su parte y demandara a Bolivia por pérdidas ante los tribunales estadounidenses. Otra revuelta explotó en septiembre de 2003 ante el anuncio de que las recientemente descubiertas reservas de gas natural serían conducidas por un oleoducto a través de Chile, un blanco histórico del nacionalismo boliviano desde la victoria de Chile en la “Guerra del Pacífico” de 1879-83, en la que Bolivia perdió su costa y su salida al mar. La “guerra del gas” de 2003 terminó con la designación del vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, Carlos Mesa, como presidente, en una jugada en la que Morales fue pieza clave.

Las protestas y huelgas de mayo-junio de 2005 estallaron en El Alto luego de que el Congreso aprobara la ley de hidrocarburos propuesta por Mesa, la cual favorecía a los imperialistas. Los manifestantes hicieron numerosas demandas, incluyendo la de nacionalizar el gas y otros recursos, oponerse a la autonomía de la provincia más rica de Santa Cruz, y enjuiciar a Sánchez de Lozada por el asesinato de manifestantes en la “guerra del gas”. Mesa renunció el 6 de junio y se lanzó una convocatoria a elecciones para diciembre.

Las protestas de El Alto reflejaron la determinación de las masas oprimidas por resistir la explotación imperialista. Pero romper las cadenas de la opresión imperialista requiere una revolución proletaria dirigida por un partido programáticamente suficiente, es decir, un partido leninista-trotskista, para aplastar el dominio capitalista y establecer un estado obrero. Tal revolución ha de tener la perspectiva de extenderse por toda América Latina y, crucialmente, a los países capitalistas avanzados, particularmente EE.UU. Pero lo que ha faltado desde los inicios de las protestas en Bolivia es la participación de un proletariado organizado. A su vez, esto refleja no sólo la visión nacionalista pequeñoburguesa de los dirigentes de las protestas, sino también la devastación material y atomización de la clase obrera desde los años 80. Así, una de las razones de la burguesía para cerrar las minas estatales de estaño fue deshacerse de los miles de mineros, que habían estado entre los obreros con mayor conciencia de clase en América Latina.

El cambio en la composición social de las recientes protestas ha sido notado por numerosos individuos, incluyendo algunos que aplauden los “movimientos sociales” de Bolivia. Así, en un articulo que se encuentra en el website de la organización reformista Left Turn, “El Alto: Epicentro de la nueva resistencia boliviana” (19 de enero de 2005), Jim Straub escribió:

“Las ‘reformas’ económicas del FMI y el Banco Mundial barrieron con sectores enteros de la economía Boliviana —minería, manufactura y el sector público— que empleaban grandes números de revolucionarios organizados…

Denegada la supervivencia en sectores como la minería o el servicio público, los bolivianos desempleados gravitaron en torno a las pocas industrias donde había alguna oportunidad económica: el sector informal —que significa básicamente el masivo mercado negro y las ventas callejeras que dominan América Latina hoy día— y el cultivo de coca…

Mientras que antes mineros y obreros fabriles armados derrocaban gobiernos, el año pasado fueron las asociaciones indígenas de trabajadores de mercados informales y cocaleros combativos quienes forzaron al corrupto presidente Sánchez de Lozada a renunciar y abandonar el país.”

La revolución permanente y Bolivia

En países de desarrollo desigual y combinado, la debilidad de la burguesía nacional y la dependencia en el imperialismo hacen imposibles los logros alcanzados por la Revolución Francesa y otras revoluciones burguesas clásicas, las cuales sentaron las bases para la modernización económica y la creación de una sociedad industrial. Como Trotsky escribió en La revolución permanente (1931):

“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.”

Al explicar la perspectiva de la revolución permanente, Trotsky subrayó que: “La conquista del Poder por el proletariado no significa el coronamiento de la revolución, sino simplemente su iniciación. La edificación socialista sólo se concibe sobre la base de la lucha de clases en el terreno nacional e internacional.” La Revolución Rusa de 1917 rompió el imperialismo en su “eslabón más débil”: un país atrasado y principalmente campesino. Generalizando a partir de esta experiencia, Trotsky insistió en que el orden socialista, que proveerá abundancia material para todos, no puede ser construido en los confines de un solo estado. A fin de cuentas, el sistema capitalista tenía que ser destruido en sus puntos más fuertes, los estados industrializados avanzados. Había que vincular a los proletarios de los países más atrasados con sus hermanos de clase en Occidente a través de un partido revolucionario internacional.

La lucha de las masas obreras en Bolivia ha sido una confirmación negativa de la perspectiva de la revolución permanente. En 1952, en 1970-71 y de nuevo en 1985 el proletariado, con los mineros del estaño a la cabeza, llevó a cabo acciones poderosas, casi hasta e incluyendo la insurrección tal cual. Pero estas luchas fueron traicionadas por los falsos dirigentes obreros, quienes ataron al proletariado a su enemigo de clase sermoneando que es necesario aliarse con la supuesta burguesía “antiimperialista”. Los gobiernos de coalición (frentes populares) en los que los falsos dirigentes obreros participaron junto con los nacionalistas burgueses fortalecieron las fuerzas de la reacción capitalista, llevando una y otra vez a golpes militares y gobiernos bonapartistas.

Si bien las luchas pasadas fueron derrotadas debido a las traiciones de la dirigencia obrera, la devastación material de Bolivia —en particular el cierre de las minas de estaño y gran parte de la industria— plantea otro problema. El instrumental proletario para derrocar al capitalismo ha sido cualitativamente reducido. Echando un vistazo tan sólo a la relación de fuerzas dentro de Bolivia, este periodo no ofrece buenos augurios en la lucha contra el imperialismo y sus agentes de la burguesía local. Como Trotsky subrayó en La revolución permanente:

“En las condiciones de la época imperialista, la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al Poder como director de las masas populares. ¿Y si no es así? Entonces, la lucha por la emancipación nacional dará resultados muy exiguos, dirigidos enteramente contra las masas trabajadoras...”

Los militantes radicalizados por las depredaciones del imperialismo y el capitalismo en Bolivia deben entender la necesidad de vincular las luchas de las masas bolivianas con las de países vecinos como Brasil, Chile y Argentina, donde existen concentraciones proletarias más viables, así como con las luchas de la clase obrera norteamericana. Esta perspectiva proletaria-internacionalista está dolorosamente ausente entre los seudomarxistas que se han entusiasmado con las recientes protestas y sus dirigencias pequeñoburguesas y nacionalistas burguesas.

Un caso ejemplífico en EE.UU. es el de la reformista International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional), que celebró la renuncia de Mesa en un artículo del Socialist Worker (17 de junio de 2005) titulado “¡Victoria en Bolivia!” donde exclamaron: “A pesar de que la lucha por la nacionalización del gas y el petróleo aún no está resuelta, los movimientos sociales han dado un golpe espectacular a la oligarquía boliviana y el imperialismo estadounidense.”

También fatuamente entusiasmado por el levantamiento de 2005 está el Grupo Internacionalista (GI), cuyos miembros fundadores terminaron fuera de la Liga Comunista Internacional (LCI) a mediados de los años 90 debido a sus apetitos incontenibles por echar porras a fuerzas muy lejanas a la clase obrera. El GI nos señala con el dedo acusador en su Internationalist (diciembre de 2005). Pontifican:

“Por su parte, la ahora centrista tendencia espartaquista ha alcanzado un nuevo nadir histórico: los miembros de su grupo mexicano nos han criticado por plantear la formación de soviets en los sucesos bolivianos de mayo-junio. Dicen que se trata de algo imposible pues, según ellos, ‘no existe en Bolivia hoy en día una clase obrera’ (olvídense de las miles de fábricas que se ubican tan sólo en la ciudad de El Alto). En otras palabras, estos seudotrotskistas creen que es imposible una revolución socialista en Bolivia.”

A pesar de que el GI evoca “miles de fábricas que se ubican tan sólo en la ciudad de El Alto”, éstas no son, en su mayoría, “fábricas” en el significado usual de la palabra, sino pequeños talleres textiles y maquiladoras familiares. Como lo pone Straub, se trata de “gente sin un trabajo regular, sin representación sindical o incluso sin el proverbial Patrón contra el cual luchar”. Todo esto además de la gran tasa de desempleo en El Alto.

Escribiendo en CounterPunch (14 de octubre de 2005), Raúl Zibechi señala:

“Con respecto al empleo, El Alto se caracteriza por el autoempleo. Setenta por ciento de la población empleada trabaja en negocios familiares (50%), o sectores de seminegocios (20%). Estos trabajos son en su mayoría en los negocios de ventas y restaurantes (95% de la población empleada), seguidos por la construcción y la manufactura.”

Lo que frecuentemente pasa como “sindicatos” son en verdad grupos de artesanos y de autoempleados. Uno de estos casos es la Central Obrera Regional (COR), que fue un componente principal de las protestas de El Alto. Notando el surgimiento de federaciones de trabajo para mercaderes y artesanos en los años 70 con “una fuerte identidad obrera territorial”, Zibechi escribió: “Así, emergieron sindicatos y organizaciones de artesanos y vendedores, panaderos y carniceros, que en 1988 crearon la COR, que ahora incluye empleados de bares locales, casas de huéspedes y municipales. Estos grupos están mayoritariamente compuestos de dueños de negocios pequeños y trabajadores autoempleados, un sector social que en otros países no suele organizarse.”

Al leer la narrativa grandilocuente del GI sobre los sucesos ocurridos en Bolivia (tomados de su website bajo el pomposo nombre de “Bolivia: Batallas de clase en los Andes”), uno nunca sabría que ha habido cambios en el mundo en los últimos 20 años, ni en Bolivia ni en ningún otro lugar. El GI niega la magnitud de la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética y el retroceso en la conciencia proletaria alrededor del mundo que acompaña esta derrota. El propósito de esto es embellecer una realidad existente con la esperanza de hacer pasar como “revolucionarias” las extrañas fuerzas de clase a las que se acomodan —ya sean desgastados traidores estalinistas del estado obrero deformado de la RDA en Alemania oriental, sindicalistas oportunistas en Brasil, o similares (ver “El ‘grupo’de Norden: Vergonzosos desertores del trotskismo”, Boletín Internacional No. 38, diciembre de 2000, que se puede ordenar a la dirección dada al final de la presente traducción)—.

El GI es un maestro consumado en negar la realidad. Puede conjurar una sección fraternal en Ucrania con base en falsedades (ver “La idiotez de las villas Potemkin del GI ad absurdum”,   Workers Vanguard No. 828, 11 de junio de 2004). El GI puede conjurar un proletariado donde a duras penas existe, si acaso, mientras por otro lado ignora poderosas concentraciones de clase obrera. Así, es notable que mientras el GI ha escrito toneladas de artículos sobre Bolivia (literalmente siete en solamente su publicación del verano de 2005), en gran medida ha ignorado el oriente asiático —China, Japón y Corea— que se ha convertido en el corazón industrial del mundo.

La Revolución de 1952

En 1952 la clase obrera boliviana, bajo la dirección de los mineros del estaño organizados en el sindicato minero FSTMB, fueron la punta de lanza de una oportunidad prometedora de revolución obrera. En abril de ese año una intentona de golpe detonó una insurrección en la que los obreros armados derrotaron al ejército. Se formó una poderosa federación obrera, la Central Obrera Boliviana (COB), que se convirtió en la autoridad principal no sólo para los obreros sindicalizados sino también para la mayoría del campesinado y la pequeña burguesía urbana. Mientras los mineros exigían el control obrero de las recientemente nacionalizadas minas de estaño y los campesinos se anticipaban a la prometida reforma agraria tomando extensos terrenos, el dirigente de la COB, Juan Lechín, se unía al gobierno burgués de Víctor Paz Estensoro y su Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Así, Lechín y otros “ministros obreros” se convirtieron en el instrumento de la burguesía utilizado para subordinar a las masas que se levantaban para enfrentar al régimen capitalista.

En ese momento, el POR (Partido Obrero Revolucionario), una organización autoproclamada trotskista, disfrutaba de gran influencia en la dirección ejecutiva de la COB. El POR estaba dirigido por Guillermo Lora, quien se hizo famoso por su menchevismo nacional y su desprecio por cualquier cosa fuera de las fronteras de Bolivia, vociferando que “Bolivia constituye la experiencia más rica del trotskysmo mundial”. Lora demostró su  desprecio por las lecciones de la Revolución Rusa, y no en menor medida por la necesidad de la independencia política de la clase obrera. El POR apoyó la entrada de Lechín al gobierno burgués, manifestando que “apoya a la fracción de izquierda del nuevo gabinete” y pidieron a Paz Estensoro “consumar las expectativas de los obreros constituyendo un gabinete compuesto exclusivamente por hombres de izquierda de su partido [¡burgués!].” En contraposición, los bolcheviques en 1917 se rehusaron a dar apoyo alguno al gobierno burgués de Kerensky, denunciaron a los traidores de clase reformistas, mencheviques y socialrevolucionarios que se unieron al gobierno, y dirigieron a las masas obreras al aniquilamiento del gobierno burgués mediante una revolución proletaria (ver “Revolución y contrarrevolución en Bolivia”, Spartacist [Edición en español] No. 18, octubre de 1986).

La nacionalización de las minas de estaño y una modesta reforma agraria fueron algunas de las concesiones de la burguesía boliviana en 1952 como medio para contener la revolución. Sin embargo, como los eventos posteriores lo demostraron, tales reformas son eminentemente reversibles. De hecho, en cuanto la amenaza de revolución social se alejó, los capitalistas empezaron a movilizarse contra los obreros. El ejército fue reconstruido con dólares y consejeros estadounidenses, con base en un decreto firmado por Lechín, entre otros. Este ejército se hizo tristemente célebre por sus sangrientas matanzas de mineros combativos. Para 1957 el MNR estaba lo suficientemente seguro como para invitar a EE.UU. a que tomara las riendas de la economía boliviana bajo el “Plan Triangular” de austeridad y rompimiento de sindicatos.

Cuando el GI habla hoy de manera efusiva sobre la participación de los mineros de la FSTMB en las protestas, sólo está tratando de engañar a los lectores desinformados para que crean que la FSTMB es aún la punta de lanza de un proletariado combativo. Esto es pura chicanería. Entre 1985 y 1987 la compañía minera estatal del estaño redujo su número de trabajadores de 30 mil a 7 mil; luego las operaciones fueron privatizadas. La Biblioteca del Congreso [de EE.UU.], en su estudio sobre Bolivia, señala, “La reestructuración del sector minero nacionalizado, en especial los despidos masivos, había diezmado la FSTMB.” De hecho, la mayoría de la gente que hoy trabaja en la industria se dedica, junto a sus familias, a pepenar lo que queda de las minas cerradas o a la búsqueda de minerales en los ríos, vendiendo lo que encuentran en el mercado negro o en la calle. Su posición atomizada los acerca más a los buscadores de minas pequeñoburgueses que a los proletarios.

La COB, la histórica federación sindical de 1952, también ha cambiado radicalmente. Como Herbert S. Klein comenta en A Concise History of Bolivia [Una historia concisa de Bolivia] (2003): “La base de la izquierda radical ha sido transformada con el declive de la vieja central obrera, la COB, y la FSTMB minera y el surgimiento de las nuevas organizaciones campesinas… Pronto la CSUTCB [confederación campesina] obtuvo una mayoría en la COB y al final dominó su dirección y reorientó sus demandas hacia nuevos temas.”

Es una consecuencia lógica de las recientes protestas que el nuevo dirigente de Bolivia sea un campesino. Su cosecha, así como la de su base social, es la hoja de coca, que luego del colapso del mercado del estaño se ha convertido en un producto de exportación clave. ¡De hecho, el “sindicato” de cocaleros ha remplazado a la FSTMB como el componente más fuerte de la COB!

Los programas de erradicación de drogas impuestos por EE.UU. —llevados a cabo tanto por los gobiernos Demócratas como por los Republicanos— han arruinado financieramente a los cocaleros de Bolivia. Morales busca cooperar con EE.UU. para erradicar la producción de cocaína con la esperanza de que Washington le permita “despenalizar” la hoja de coca. La coca tiene muchos usos tradicionales. Muchos la mastican para aliviar dolores ocasionados por el hambre —un poderoso aliciente en el segundo país mas pobre del Hemisferio Occidental—. El gobierno de Bush, sin embargo, es previsiblemente hostil a cualquier cosa que tenga que ver con la coca. Esto pone a Morales en una situación difícil entre su base social y los imperialistas a quienes busca calmar. Como marxistas, nos oponemos a la “guerra de las drogas” de los gobernantes estadounidenses y llamamos por despenalizar el uso de drogas.

¡Por la revolución socialista en toda América!

Un gran número de comentadores ha predicho que si Morales no lleva a cabo sus promesas electorales, caerá como los dos presidentes anteriores. Esto puede ser verdad. Pero, de nuevo, Bolivia ha tenido casi 200 gobiernos desde que se independizó de España en 1825, y cada uno ha administrado la explotación económica y la miseria. Es debido a lo débil de la burguesía boliviana que un presidente puede ser derrocado principalmente por actividades tan simples como bloqueo de las rutas principales. En el contexto de un enorme atraso, la inestabilidad de Bolivia recuerda lo que Trotsky, refiriéndose a la ebullición social crónica en España, llamó “convulsiones crónicas en las cuales halla su expresión la enfermedad inveterada de una nación que se ha quedado atrás” (“La Revolución en España”, 24 de enero de 1931).

Confinados a las fronteras de Bolivia y con el proletariado ausente como fuerza organizada, los levantamientos sociales que se derivan de la inestabilidad del país sólo pueden terminar en alguna variante de gobierno capitalista. Lo que es crucialmente necesario es la construcción de un partido obrero revolucionario que pueda unir las luchas de las masas empobrecidas de Bolivia —particularmente las de los proletarios existentes— con la poderosa clase obrera que existe en otros países de América Latina, EE.UU. y otros lugares. Tal partido tiene que ser establecido en América Latina en oposición tajante a los nacionalistas burgueses y políticos reformistas de todo tipo.

También tiene que ser construido en oposición al chovinismo nacional que ha caracterizado por mucho tiempo incluso a la política “izquierdista” boliviana. El POR de Guillermo Lora concentró en gran medida su oposición a la dictadura de Hugo Banzer en los años 70 acusándolo de que había vendido la “madre patria” a Chile y Perú. El POR también acusaba a Banzer de traicionar la “gran tarea nacional” de recuperar el acceso al océano —un llamado implícito para la guerra con el afán de revertir la derrota de Bolivia frente a Chile a finales del siglo XIX—. La última vez que la encerrada Bolivia intento conquistar un “camino al mar”, la intentona culminó en la sangrienta Guerra del Chaco de 1932-35, en la que Bolivia enfrentó a Paraguay por la región potencialmente rica en petróleo de El Chaco y el acceso al Río Paraguay como ruta al Océano Atlántico. Con la Standard Oil en apoyo de Bolivia y la Shell Oil del lado de Paraguay, la guerra terminó en una derrota para Bolivia e intensificó el nacionalismo boliviano. Cuán enraizado está este sentimiento nacionalista se demostró en las recientes protestas de la “guerra del gas”, cuando las denuncias chovinistas contra Chile por “robar” el gas natural de Bolivia fueron rampantes.

La tarea de arrancar a Sud y Centroamérica del atraso y la subyugación al imperialismo recae en el proletariado de la misma región. Como Trotsky subrayó en el “Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial” (mayo de 1940):

“La consigna que presidirá la lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la sangrienta explotación de las camarillas compradoras nativas será, por lo tanto: Por los estados unidos soviéticos de Sud y Centro América…

“Sólo bajo su propia dirección revolucionaria el proletariado de las colonias y las semicolonias podrá lograr la colaboración firme del proletariado de los centros metropolitanos y de la clase obrera mundial. Sólo esta colaboración podrá llevar a los pueblos oprimidos a su emancipación final y completa con el derrocamiento del imperialismo en todo el mundo.”