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mayo de 2016

 

El frente popular del PT pavimentó el camino a la reacción derechista

El impeachment en Brasil: Los obreros no tienen lado

¡Romper con el PT! ¡Por un partido obrero revolucionario!

Traducido de Workers Vanguard No. 1089 (6 de mayo), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S. El 12 de mayo el senado votó apartar a Rousseff de la presidencia.

Con un escándalo de corrupción sacudiendo al país, la cámara baja del congreso brasileño votó el mes pasado iniciar un proceso de impeachment [similar al juicio político en México] contra la presidenta Dilma Rousseff. Desde 2002, el Partido dos Trabalhadores (PT), primero bajo su fundador Luiz Inácio Lula da Silva, y luego bajo Rousseff, ha gobernado Brasil en una serie de coaliciones de colaboración de clases. Hoy, se acusa a Rousseff de alterar la contabilidad para ocultar déficits en el presupuesto estatal. Los antiguos socios de coalición del PT —muchos de los cuales están bajo investigación o enfrentan cargos criminales por corrupción— están entre los que dirigen la embestida contra Rousseff, incluyendo al vicepresidente Michel Temer, del burgués PMDB, que se convertiría en presidente si a ella la suspenden o la deponen.

El bloque gobernante de Brasil es un ejemplo de “frente popular”, una coalición de colaboración de clases en la que un partido obrero o varios se unen a fuerzas burguesas para gobernar en nombre de los capitalistas. Nos oponemos a estas formaciones burguesas como cuestión de principios. Los partidos obreros reformistas como el PT tienen una contradicción de clase entre su base proletaria y el programa procapitalista de su dirigencia. Sin embargo, cuando estos partidos se integran a alianzas frentepopulistas, la contradicción de clase se suprime a favor de la burguesía, garantizando que, mientras estén en el poder, no rebasarán los límites de lo que es aceptable para la clase dominante. La experiencia del gobierno del PT lo ha confirmado una vez más.

Por más de cinco años, el gobierno de Rousseff ha infligido a los trabajadores toda una larga serie de ataques, desde la imposición de medidas de austeridad y recortes al gasto social hasta la represión contra obreros en huelga y campesinos que se resisten al despojo de sus tierras. Estos ataques vinieron tras casi una década de severas disposiciones ordenadas por el FMI bajo el antiguo líder obrero Lula, que como presidente fue un sirviente confiable tanto de los imperialistas como de la burguesía brasileña. El PT de Lula usó su autoridad sobre el movimiento obrero para llevar a cabo medidas neoliberales que ni siquiera sus predecesores derechistas pudieron conseguir. Al mismo tiempo, la primera etapa del gobierno del PT coincidió con un auge global en el precio de las materias primas, de las que Brasil es uno de los principales exportadores. El PT pudo repartir algunas migajas, como pagos en efectivo a los pobres (Bolsa Família) y aumentos en el salario mínimo.

Pero hace mucho que el auge terminó. Durante el último par de años, Brasil ha sufrido su mayor declive económico en décadas. Junto con la campaña por el impeachment, los aliados de Rousseff tanto como sus enemigos están envueltos en la investigación del Lava Jato (lavado de autos) por corrupción y ardides de lavado de dinero en torno a la compañía petrolera estatal, Petrobras. Gran parte de la población considera que los políticos del país constituyen un nido de ladrones. Con el telón de fondo de la inestabilidad política y el empobrecimiento creciente, el PT se ha desacreditado mucho ante su base obrera. Este descontento pudo verse en las protestas de 2013, detonadas inicialmente por el aumento en las tarifas del transporte y que luego se extendió al extravagante gasto del gobierno en estadios para el Mundial, el pésimo estado de los servicios de salud y educación y la violencia policiaca. Los partidos opositores de derecha aprovecharon el descontento popular para lanzar una gran campaña contra el PT.

Con las elecciones programadas para el siguiente año, Rousseff trató de movilizar apoyo entre la base del PT prometiendo mejorar las condiciones de vida de los obreros y los pobres. Reelegida en 2014 por un estrecho margen, inmediatamente renegó de sus promesas e impuso la austeridad conforme el país se hundía más y más en la recesión. Ello sirvió para desmovilizar y desmoralizar a los trabajadores y los oprimidos, alentando aún más a la derecha, incluyendo a los aliados de bloque del propio PT. Hoy, las protestas contra el gobierno, que movilizan a millones, están encabezadas por fracciones políticas reaccionarias respaldadas por la oligarquía de los medios y los grupos empresariales proestadounidenses.

Rousseff y quienes se mantienen leales al PT denuncian los procedimientos del impeachment como un “acto violento” contra la “democracia” y lo presentan falsamente como un golpe de estado. Esas afirmaciones son una potente táctica de amedrentamiento, evocando el miedo en una sociedad donde sigue siendo vívido el recuerdo de las heridas causadas por el sangriento régimen militar iniciado por el golpe de 1964. Muchos trabajadores, temerosos de que las fuerzas derechistas lleguen al poder, se han movilizado en manifestaciones contra la revocación de Rousseff. El PT está utilizando estas protestas, llenas de banderas rojas y contingentes izquierdistas y sindicales —principalmente de la Central Única dos Trabalhadores (CUT), asociada al PT—, para canalizar el enojo obrero de vuelta al apoyo al frente popular. Mientras tanto, los líderes del PT procuraron detener el impeachment ofreciendo carteras ministeriales a pequeños partidos burgueses a cambio de un voto por el “no” en el congreso.

En este momento, lo que Brasil enfrenta no es un golpe militar para derrocar al gobierno, sino una serie de sórdidas maniobras al interior del congreso para revocar a la presidenta. Oponerse al impeachment de Rousseff significaría un voto de confianza al frente popular dirigido por el PT, es decir, sería apoyarlo políticamente. Favorecer el impeachment implicaría apoyar a las fuerzas derechistas movilizadas contra Rousseff. Como marxistas que estamos por la independencia política del proletariado, nosotros decimos que la clase obrera no tiene lado en este conflicto.

Lo que la burguesía pueda lograr con sus ataques a los obreros dependerá del nivel de la resistencia y la lucha obreras. El proletariado brasileño es la única fuerza con el poder social para dirigir la lucha en nombre de todos los oprimidos, desde los pobres urbanos de las favelas hasta las mujeres y los campesinos sin tierra. Esta perspectiva requiere que se forje un partido obrero revolucionario, que lucharía por arrancar a la base proletaria del PT y los sindicatos de sus dirigencias actuales como parte del combate por la revolución socialista y el poder obrero.

El Grupo Internacionalista: Apéndice de izquierda del frente popular

Una de las versiones más combativas del colaboracionismo de clases en Brasil es la que plantea la Liga Quarta-Internacionalista do Brasil (LQB), afiliada al Grupo Internacionalista (GI) de EE.UU. [y de México]. Al igual que el grueso de la izquierda brasileña, su línea es “No al impeachment”, que es un voto de apoyo político al gobierno de frente popular de Rousseff (www.internationalist.org, abril de 2016). Aunque no usa esa frase, el GI/LQB ofrece otra versión del bombo publicitario de gran parte de la izquierda sobre un “golpe judicial”, al advertir que un “estado bonapartista fuerte, judicial-policiaco” —es decir, una dictadura policiaco-militar— llegaría al poder si Rousseff fuera depuesta del cargo. Para oscurecer su defensa de un gobierno burgués, el GI/LQB lanza llamados por ocupaciones de fábricas y una huelga general, e incluso dice oponerse políticamente al gobierno.

En realidad, su posición no es más que una versión apenas velada del oportunismo típico de “combatir a la derecha”. Si bien el GI/LQB manotea y despotrica contra el “bonapartismo”, él mismo admite que un golpe de estado en Brasil es improbable, dado que “con el impeachment la derecha habrá obtenido su meta prioritaria”. Denunciando ritualmente al frente popular y llamando a no votar por él, el centrista GI/LQB no ofrece más que justificaciones de apariencia marxista para impulsar la misma línea de gran parte de la izquierda reformista: salvar al gobierno de Rousseff.

El GI/LQB admite que el PT ha perpetrado ataques contra la clase obrera, “incluyendo algunos que ni la dictadura militar se atrevió a llevar a cabo”. Al mismo tiempo, argumenta que un régimen de los partidos parlamentarios a la derecha del PT sería cualitativamente más peligroso que el frente popular. En la medida de sus limitadas fuerzas, el GI/LQB está ayudando a impulsar la misma alianza de colaboración de clases que pavimentó el camino a la reacción derechista.

EL GI/LQB declama que “si gana la derecha bonapartista, va a proceder con todo el peso del aparato judicial-policiaco”. ¡Como si el gobierno de frente popular del PT no hubiera movilizado una y otra vez al “aparato judicial-policiaco” contra los obreros y los pobres! ¡Díganselo a las masas empobrecidas predominantemente negras de las favelas, que diariamente enfrentan el terror policiaco! Este mismo año, el gobierno de Rousseff aprobó una draconiana ley antiterrorista que fortalece las facultades represivas del estado contra la protesta social.

El estado burgués —cuyo núcleo se compone del ejército, la policía, el sistema penitenciario y los tribunales— existe para defender los intereses de los gobernantes burgueses contra los trabajadores y los oprimidos. Por su parte, en 1996 la LQB no tuvo empacho en invitar al estado capitalista, mediante una serie de demandas, a dirimir asuntos sindicales (ver: “El encubrimiento del IG en Brasil: Manos sucias, mentiras cínicas”, en Espartaco No. 10, otoño-invierno de 1997).

Toda la historia del leninismo y del trotskismo ha sido una lucha contra la colaboración de clases y por la independencia política de la clase obrera. Fue así como el Partido Bolchevique logró conducir a los obreros de Rusia al poder en octubre de 1917. Tras la Revolución de Febrero que derrocó a la monarquía zarista, los mencheviques y los socialrevolucionarios entraron a un gobierno de coalición con fuerzas burguesas. Los bolcheviques de V.I. Lenin denunciaron esto como una traición al proletariado y se negaron a darle cualquier apoyo al gobierno bajo Aleksandr Kerensky.

Para darle un brillo de apariencia ortodoxa a su posición contra el impeachment, el GI/LQB invoca en un breve artículo (hasta ahora sólo disponible en portugués) un aspecto de la Revolución Rusa: el intento de golpe de estado que el general Kornílov emprendió en agosto para derrocar al gobierno burgués de Kerensky, barrer con los soviets y aplastar la revolución. Los bolcheviques respondieron llamando por un frente unido de todas las organizaciones obreras para aplastar la ofensiva contrarrevolucionaria, luchando militarmente al lado de las tropas de Kerensky sin dejar de lado su oposición al gobierno.

El artículo del GI/LQB sobre el golpe de Kornílov reconoce la posición bolchevique pero, como por arte de magia, ¡desaparece la clara distinción entre la defensa militar y el apoyo político con el fin de justificar su propia capitulación al gobierno de frente popular en Brasil! Su artículo enumera varias diferencias entre el Brasil de hoy y Rusia en agosto de 1917: Rusia estaba en guerra, había una situación revolucionaria, había soviets y un partido revolucionario de masas. Pero engañosamente omite una diferencia significativa: lo que enfrentaban los obreros rusos era un verdadero golpe militar, mientras que los obreros brasileños enfrentan la retórica vacía sobre un golpe para encarrilarlos a apoyar a un gobierno burgués.

Un año después de que la Internacional Comunista estalinizada hubo adoptado la política del frente popular en su VII Congreso de 1935, el dirigente bolchevique León Trotsky afirmó:

“Desde febrero hasta octubre, los mencheviques y los social-revolucionarios, que presentan un excelente paralelo con los ‘comunistas’ y socialdemócratas, mantuvieron una alianza estrechísima y una coalición permanente con el partido burgués de los Cadetes, con quienes integraron una serie de gobiernos de coalición. Bajo el signo de este Frente Popular se agrupaba la masa popular en su conjunto, incluidos los soviets de obreros, campesinos y soldados. Es cierto que los bolcheviques participaron en los soviets. Pero no le hicieron la menor concesión al Frente Popular. Su consigna era romper el Frente Popular, destruir la alianza con los Cadetes e instaurar un auténtico gobierno obrero y campesino”.

—León Trotsky, “La sección holandesa y la Internacional”, julio de 1936

Para los marxistas, la distinción entre la defensa militar y el apoyo político es de vital importancia. Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), el frente popular colaboró en la supresión de la revolución obrera, pavimentando el camino a la victoria de las fuerzas del general Francisco Franco. En esa época, los trotskistas le daban apoyo militar al lado republicano contra Franco y los fascistas españoles. En 1937, Max Shachtman, un cuadro del Socialist Workers Party estadounidense, argumentó por apoyar los créditos de guerra para el gobierno de frente popular bajo el primer ministro socialista Juan Negrín. Shachtman preguntó cómo podrían los trotskistas negarse a “dedicar un millón de pesetas para la compra de fusiles para el frente”.

En una carta de 1937, Trotsky insistió en que la única política correcta sería un “voto negativo” sobre el presupuesto militar. Trotsky explicó:

“Un voto favorable al presupuesto en el parlamento, no es un acto de ayuda ‘material’, sino un acto de solidaridad política...

“Todas las acciones del gobierno [de] Negrín están dictadas por las necesidades de la guerra. Si nosotros aceptamos una responsabilidad política por su propia administración de las necesidades de la guerra, votaríamos a favor de cualquier proposición gubernamental seria... ¿Cómo podríamos prepararnos para derrocar al gobierno [de] Negrín?”

—“Carta a James P. Cannon” (21 de septiembre de 1937)

Al oponerse al impeachment, el GI entierra la línea de clases, aceptando el marco de los reformistas de “lo progresista vs. lo reaccionario” que una y otra vez se ha usado para afirmar que la oposición de los marxistas a los gobiernos burgueses de izquierda le hace el juego a la derecha. Esa acusación se planteó en un caso clásico de oposición al frente popular. En 1964, el alguna vez líder trotskista Edmund Samarakkody y uno de sus camaradas votaron en el parlamento a favor de una enmienda propuesta por un político derechista que llevó a la caída de un gobierno de frente popular en Ceilán (hoy Sri Lanka). Aquella acción principista y valerosa se debatió en la I Conferencia Internacional de la tendencia espartaquista internacional en 1979. Para entonces, Samarakkody ya había repudiado equivocadamente su voto de 1964. Nuestros camaradas defendieron su voto de 1964, aunque una mejor opción para Samarakkody habría sido denunciar el procedimiento parlamentario y abandonar el parlamento. Contra la retractación de Samarakkody, en 1979 Jan Norden, el actual líder del GI que en aquel entonces era un cuadro dirigente de nuestra tendencia, afirmó correctamente:

“Otra objeción frecuente a nuestra política de oposición proletaria al frente popular es la acusación de que ésta ayuda a la derecha. Pero hasta el momento en que estamos listos a derrocar al gobierno existente, toda clase de oposición al frente popular en el poder es expuesta al ataque de ayudar a la derecha”.

Spartacist (Edición en español) No. 8, agosto de 1980

Pero eso era entonces. Desde que condujo a un pequeño grupo de seguidores hacia fuera de nuestra organización hace dos décadas, Norden ha evolucionado cada vez más a la derecha, mientras cubre su rastro con retórica seudocombativa.

La clase obrera no tiene intereses en común con sus explotadores y opresores capitalistas. A lo largo del periodo reciente de gobiernos burgueses de izquierda en Latinoamérica —ya sean frentepopulistas como el de Brasil o populistas como el de Venezuela y otros lados—, éste es el entendimiento que sólo la LCI ha llevado de manera constante al proletariado. Los más de trece años de gobierno del PT ofrecen un ejemplo gráfico de la lección que Marx obtuvo de la experiencia de la Comuna de París de 1871: el proletariado no puede tomar en sus manos las riendas del estado capitalista para sus propios intereses, sino que debe aplastarlo mediante una revolución socialista que lo remplace con un estado obrero.

Para desatar el potencial revolucionario del proletariado brasileño se requiere forjar un partido revolucionario internacionalista que se base en la perspectiva de la revolución proletaria en toda América, especialmente en el corazón del imperialismo: Estados Unidos. Sólo la revolución socialista mundial, sentando las bases de la planificación socialista internacional, puede asegurar el desarrollo económico cualitativo de los países que hoy están bajo la bota del imperialismo. La LCI lucha por reforjar la IV Internacional de Trotsky como el instrumento necesario para llevar la conciencia comunista al proletariado y para conducirlo al poder a la cabeza de todos los oprimidos.