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Espartaco No. 30 |
Invierno de 2008-2009 |
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El seudotrotskismo y el fetichismo del control obrero de Pemex
Sintomatología menchevique
Citando una carta de Lassalle a Marx, Trotsky escribió hace casi un siglo:
“‘Las masas no entran en el movimiento, tanto en la práctica como en el aspecto subjetivo, sino por la fuerza de los acontecimientos.’
“El oportunismo no comprende esto. Se tomaría por una paradoja la afirmación de que el rasgo sicológico del oportunismo es su ‘incapacidad para esperar’ y, sin embargo, es así.”
—“Nuestras diferencias” (1909)
Esta desesperación se refleja en los delirios de la izquierda reformista, que se ve a sí misma envuelta en “situaciones revolucionarias” por doquier. En realidad, esto es sólo una excusa para adaptarse a fuerzas y movimientos ajenos al proletariado —en México, al populismo burgués de AMLO—. Correspondientemente, trata de maquillar su seguidismo a fuerzas burguesas mediante el uso de retórica seudorradical y consignas grandilocuentes.
Un caso de estudio de esta patología lo da el Grupo Internacionalista (GI), que nos fustigó hace unos meses:
“Llama la atención también que el año pasado, el GEM no se atrevió a pronunciar las palabras control obrero en medio del tortillazo. En su lugar llamaron por huelgas para pedir subsidios a la tortilla, o sea, por acciones obreras para realizar el programa del PRD... El GEM y el PRD llaman por tortibonos para todos, añorando la Conasupo de antaño.”
—Suplemento de El Internacionalista, mayo de 2008
En medio de la brutal alza del precio de la tortilla —base de la alimentación de la población empobrecida del país— hace casi dos años, el GI denunció los subsidios a este alimento básico porque según este grupo significaban subsidiar a los capitalistas al aminorar “el costo de reproducción de ‘su’ fuerza laboral” (El Internacionalista, enero de 2007). Como explicamos entonces, esta posición es simple y llanamente reaccionaria (ver Espartaco No. 27, primavera de 2007). Sintiéndose exhibido, hoy el GI pudorosamente nos asegura que “no se opone a los subsidios” —sólo se opone a nuestro llamado por la movilización del poder social de la clase obrera a la cabeza de todos los pobres para exigirlos—.
Nuestro llamado no le pareció suficientemente r-r-radical al GI, que le contrapone el “control obrero de toda la cadena de producción y comercialización de la tortilla”, así como llama también por “¡imponer el control obrero!” en Pemex, LyF y la CFE. En verdad, este llamado está de moda: desde el GI hasta la Liga de Trabajadores por el Socialismo-ContraCorriente (LTS-CC) y el Grupo de Acción Revolucionaria (GAR) —entre otros—, el espectro entero del seudotrotskismo mexicano llama por el “control obrero” de Pemex.
El control obrero de la producción significa el poder dual al nivel de la producción —es decir, una situación en la que los obreros, mediante comités de fábrica u otras organizaciones, imponen al patrón directrices como, por ejemplo, el empleo de más obreros que los que el patrón quiere, etc.—. Esta consigna sólo es apropiada en el contexto de un nivel de lucha de clases cualitativamente distinto y más álgido que el que existe hoy. En un artículo de 1931, Trotsky explicó que “el régimen de control obrero, un régimen provisional y transitorio por su misma esencia, sólo puede corresponder al periodo de las convulsiones del estado burgués, de la ofensiva proletaria y el retroceso de la burguesía, es decir, al periodo de la revolución proletaria en el sentido más completo del término”. Esto no tiene nada que ver con la situación actual en México. Si bien la sociedad mexicana ha demostrado ser altamente explosiva en los últimos años, los estallidos de lucha de clases proletaria no sólo han sido escasos, sino fundamentalmente defensivos, y el proletariado se encuentra firmemente atado ideológicamente a la burguesía, sobre todo mediante el nacionalismo burgués impulsado por AMLO, a quien ve como su dirección.
No se puede engañar al proletariado para que lleve a cabo una revolución mediante trucos de palabrería. La invención del GI y los demás seudotrotskistas de situaciones revolucionarias por doquier —desde Venezuela, donde el proletariado está atado al populismo chavista, hasta Oaxaca (en 2006), donde a duras penas hay proletariado— es un reflejo de su desesperación menchevique, de su renuncia a la ardua tarea de nadar contra la corriente en este periodo postsoviético reaccionario, a la lucha por mantener vivo el programa del marxismo y reforjar la IV Internacional trotskista como partido mundial de la revolución socialista.
Quienes llaman hoy por el “control obrero” no hacen sino denigrar esta consigna. Como Trotsky sentenció en una polémica de 1932 contra centristas alemanes que hacían del “control obrero” un fetiche:
“En todo caso, alcanzan el colmo del cinismo político quienes han avanzado la consigna de control obrero en un periodo no revolucionario, confiriéndole así un carácter puramente reformista...”
Por otro lado, el control obrero de la producción no es una exigencia dirigida al patrón o al estado, sino una condición de lucha; es un aspecto generalmente secundario de una crisis revolucionaria, y nada preestablece que el proletariado mexicano habrá de pasar por esa experiencia antes del derrocamiento general de la burguesía. El fetichismo del “control obrero” de los seudotrotskistas los conduce al absurdo de llamar tanto por una “huelga general” (o “huelga nacional”) como por el “control obrero”. Pero éstas son dos tácticas económico-militares mutuamente excluyentes. Para que exista el control obrero de la producción debe haber, evidentemente, producción. Dado el enorme poder social del proletariado, una huelga general plantearía, por sí misma, la cuestión de quién gobierna esta sociedad —el proletariado o la burguesía—, cuestión que sólo puede resolverse a favor del proletariado mediante la dirección de un partido leninista-trotskista. En el contexto de una huelga general, el llamado por el “control obrero” sería liquidacionista —significaría detener la lucha en favor de un compromiso con la burguesía—.
La LTS-CC: ¿Personalidad múltiple o mera hipocresía reformista?
En un artículo de mayo pasado (Estrategia Obrera No. 66, 1º de mayo de 2008), la LTS-CC regaña al grupo Militante por su apoyo al PRD y hace un esfuerzo hercúleo por aparentar una careta de izquierda, llegando incluso a referirse a la “independencia política” del movimiento obrero y a mencionar el carácter de clase burgués del PRD —cosa muy rara tratándose de esta organización—. La LTS-CC no pudo haber escogido un blanco más fácil: consecuente con su oportunismo, el también seudotrotskista Militante lleva casi dos décadas siendo parte integral del PRD. Pero ni sus críticas a Militante ni sus llamados frenéticos por el “control obrero” pueden ocultar el verdadero yo de la LTS. Dado que sus llamados en realidad se enmarcan dentro de los límites de las reformas burguesas —fraudes de “cogestión” al estilo del populista Hugo Chávez (ver “¡Romper con el populismo burgués! ¡Por la revolución obrera!”, p. 12)—, ni por error encontraremos en su artículo una explicación de la necesidad de la revolución socialista. De hecho, la LTS se ve a sí misma como parte del movimiento de AMLO:
“La enorme movilización popular en defensa del petróleo, dirigida por López Obrador y el Frente Amplio Progresista, le plantea a las organizaciones que se reivindican de la izquierda revolucionaria, el desafío de hacerse parte sin ningún sectarismo de este progresivo fenómeno, pero sin ceder a la política de su dirección, sino marcando a cada paso los límites de ésta, con miras a que la vanguardia obrera y popular tienda a superarlos.”
El movimiento actual en defensa del petróleo es un movimiento con un programa y propósitos burgueses. A diferencia de la LTS, nuestra defensa clasista de la industria energética nacionalizada se basa en la revolución permanente trotskista: la necesidad de que la clase obrera se ponga al frente de la nación oprimida en lucha por la consecución de sus demandas democráticas —particularmente la emancipación nacional frente al imperialismo— en contraposición a todas las alas de la burguesía nacional mediante el derrocamiento revolucionario del capitalismo (ver “¡Abajo la reforma privatizadora de Pemex!”, p. 1). Los genuinos trotskistas luchamos por que la clase obrera rompa con AMLO y el PRD y adquiera conciencia de sus propios intereses de clase y de la necesidad de su propio partido revolucionario. En tanto la poderosa clase obrera mexicana siga atada a su propia burguesía nacional-populista, jamás se detendrá el círculo vicioso de regímenes populistas y neoliberales, de dictaduras militares sangrientas y planes de austeridad hambreadores, de demagogia nacionalista y opresión imperialista que ha esclavizado a América Latina y todo el mundo semicolonial a lo largo del siglo XX y hasta hoy. Pero, para la LTS, todo esto es “sectarismo”.
En otro artículo del mismo periódico, la LTS se lamenta:
“Las organizaciones sindicales opositoras y democráticas, aunque sus dirigentes son en muchos casos parte del PRD y la CND (e incluso tienen curules), no han buscado que las organizaciones participen como tales; de esta forma, los trabajadores son parte del movimiento sólo a título individual, quedando diluidos en las movilizaciones convocadas por la CND y AMLO y sin poder poner en juego su poderosa fuerza social.”
A esto se reducen sus balbuceos sobre “independencia política y organizativa”: para la LTS el problema fundamental no está en que los dirigentes de los sindicatos “opositores y democráticos” (¡sic!) sean “parte del PRD”, sino en la contradicción de que, siéndolo, no movilicen a sus bases en apoyo a AMLO. A este tipo de dirigentes sindicales los marxistas genuinos los llamamos lugartenientes del capital en el movimiento obrero. Sus intereses no son los del proletariado, sino los de una capa pequeñoburguesa que obtiene sus privilegios de su posición al frente de las organizaciones obreras, a las que encabezan con base en un programa burgués. Estos dirigentes procapitalistas sólo movilizan la fuerza social del proletariado en la medida en que ven sus propias prerrogativas amenazadas. Los trotskistas luchamos por forjar una dirección revolucionaria para remplazar a estas burocracias —tanto las perredistas del SME y la UNT como las venales burocracias priístas, como la del sindicato petrolero, que apoyó la reforma privatizadora y es un aliado prominente del gobierno panista—, por transformar a los sindicatos en órganos de la revolución proletaria. En cambio, la LTS, “sin ningún sectarismo”, prefiere tratar de presionarlas, para que a su vez presionen a AMLO, quien quizá algún día administre el capitalismo mexicano.
El GAR: Mitomanía nacionalista “impecable y diamantina”
El GAR es una organización estudiantilista de reciente formación que por alguna razón se hace llamar trotskista, pero cuya política nada tiene que ver con el marxismo proletario internacionalista; su política es puro y simple populismo radical nacionalista. El GAR no escatima muestras retrógradas de indignación nacionalista, como su condena a los capitalistas Alfonso Romo, Lorenzo Zambrano y Carlos Slim porque “a pesar de ser Mexicanos [sic], a ellos tres no les importa la nación”, y llama también, de manera muy conmovedora, por “una reforma con un consenso mayoritario de la población”. Esto simple y llanamente no tiene nada que ver con el marxismo. Contrario a los mitos nacionalistas del GAR —al estilo de la “Suave patria” de Ramón López Velarde—, los marxistas partimos del entendimiento de que toda sociedad capitalista está dividida en clases con intereses antagónicos; el proletariado es la única clase con intereses comunes al nivel internacional, incluyendo el interés objetivo de derrocar el capitalismo mediante la revolución socialista. No nos basamos en el “consenso mayoritario de la población”, sino en los intereses de la clase obrera.
El GAR y el GI sobre los sindicatos: La “línea de clases” según AMLO
La premisa para la lucha por la genuina independencia política del movimiento obrero es la defensa de los sindicatos contra el ataque del estado burgués independientemente de la política de sus burocracias. Pero esta verdad evidente está fuera de la realidad alterna del GI y del GAR. Así, el GAR se lamenta:
“Ese es el ingrediente ausente en la política lopezobradorista: un programa con el cual salir a las calles que reorganice a la dispersa clase trabajadora que participa de sus movilizaciones, definiendo un carácter anticapitalista en torno a un asunto tan importante para todos en este país.”
El propósito de López Obrador es avanzar los intereses de la burguesía nacional —su clase—, para lo cual requiere el apoyo del proletariado, al que procura mantener bajo su control a través de concesiones y retórica nacional-populista. Pedir a AMLO que “reorganice” a la clase obrera y se defina “anticapitalista” es como pedirle al papa que defienda a los homosexuales y se declare ateo. El GAR también llama a AMLO a “reorganizar al sindicato” petrolero “y luchar contra la dirección pro patronal”. El del GAR sólo puede ser un llamado por romper el sindicato petrolero. El único interés de la burguesía respecto a los sindicatos es mantenerlos bajo su control a través de las burocracias, si no es que destruirlos de plano. Llamar a un político burgués a “reorganizar” a la clase obrera o a cualquier sindicato no es sólo el colmo de la estupidez reformista, es una traición al proletariado.
Por su parte, y haciendo también causa común con la campaña del PRD mismo contra el sindicato petrolero, el GI dirige sus esfuerzos a tratar de “demostrar” que los sindicatos priístas —particularmente el petrolero— no son sindicatos obreros, sino meras “agencias policíacas de control laboral al servicio directo del estado burgués”. El GI, siempre “radical”, ha dado un nuevo giro a su añeja posición rompesindicatos: ahora las burocracias sindicales priístas no son ya meros policías al servicio de la burguesía, sino, además, patrones capitalistas ellas mismas. Si bien el GAR carece de mayor justificación “teórica”, para el GI, en los hechos, la naturaleza de clase de los sindicatos está dictada por la lealtad política de sus burocracias: si siguen al PRD son obreros, de otra forma, burgueses.
Las elucubraciones “teóricas” del GI tienen el propósito de justificar su negativa rompesindicatos y propatronal a defender a los sindicatos priístas bajo el ataque del estado burgués —como ha sido el caso del sindicato minero y del petrolero en el pasado reciente—. En los hechos, el GI se muestra —en el mejor de los casos— agnóstico ante los brutales ataques antisindicales por la “flexibilización laboral” de las últimas décadas, una posición verdaderamente grotesca. Quien se niega a defender a los sindicatos contra el ataque del estado burgués, así como quien se niega a defender a los estados obreros —China, Corea del Norte, Cuba y Vietnam— contra el ataque imperialista y la contrarrevolución interna (ver “¡Defender a Cuba!”, p. 17), es un traidor, no un trotskista.
Hasta donde nos concierne, la invención de una realidad alterna por parte de los seudotrotskistas no es un problema médico, sino político. No estamos seguros de lo que diría Freud. Pero, ante estos casos clínicos, creemos que el diagnóstico de Trotsky sería claro, simple y breve: menchevismo.
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