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Espartaco No. 24

verano de 2005

Los ataques derechistas de Fox y las tareas de la clase obrera:

¡Romper con AMLO y el PRD!

¡Forjar un partido obrero!

En mayo de 2004, mientras las encuestas mostraban que la popularidad del jefe de gobierno de la Ciudad de México, el perredista Andrés Manuel López Obrador (AMLO), crecía y que él podría llegar a la presidencia en 2006, el gobierno panista, junto con un ala mayoritaria del PRI, lanzó una campaña transparentemente diseñada para hacer a un lado a AMLO: la PGR lo acusó de “desacato” a una orden judicial por haberse tardado demasiado en regresar un terreno que había expropiado para...¡construir un acceso a un hospital! A través del fraude electoral Porfirio Díaz se mantuvo en el poder durante 30 años y el PRI y sus predecesores durante 70. A lo largo de más de cien años la defensa del sufragio efectivo contra el fraude ha sido una de las demandas más recurrentes y sentidas por la población, y no es sorprendente que la maniobra foxista haya polarizado dramáticamente al país. El proceso de desafuero acaparó los titulares de los periódicos y los noticieros televisivos. En el D.F. se veían mantas caseras por doquier expresando repudio a la patraña del PAN y el PRI. Desde agosto del año pasado cientos de miles se han manifestado en las calles, especialmente en la capital, en contra del nuevo fraude. Más significativamente, muchos sindicatos obreros, sobre todo los llamados “independientes” que agrupan a muchos de los militantes sindicales más combativos, participaron en las manifestaciones.

Incluso la burguesía se encontró dividida en torno al desafuero. Mientras que importantes sectores burgueses apoyaron el ataque de Fox, otros sectores de la burguesía, e incluso de los imperialistas, estaban preocupados por el riesgo de “inestabilidad”, es decir, una explosión de lucha social como resultado de la intentona foxista. Así, algunos portavoces burgueses de entre los más “respetables” del mundo, como el New York Times, denunciaron también la maniobra. La amenaza de inestabilidad provocó una caída en la bolsa de valores. Según Proceso (No. 1487, 1° de mayo), el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, Richard Myers, se reunió con Fox a mediados de abril para advertirle de las consecuencias del desafuero, y el gobierno mismo de EE.UU. hizo pública su “preocupación” por la inestabilidad política. Finalmente, tras la movilización de 1.2 millones de personas en defensa de los derechos de AMLO el 24 de abril, Fox dio marcha atrás.

El ataque de Fox y cía. habría significado un golpe preventivo derechista, con la venia del congreso, para deshacerse del candidato que la pandilla clerical foxista identifica con la “izquierda”. Habría agrietado la delgada capa “democrática” que cubre al volátil régimen capitalista mexicano y reforzado la arbitrariedad estatal. Los espartaquistas nos opusimos a este ataque del PAN contra los derechos democráticos elementales de la población entera: esencialmente, el derecho a votar por quien le venga en gana. Como marxistas, defendemos los derechos democráticos ganados mediante duras batallas, entre ellos el sufragio universal. Tomamos esta posición sin darle ningún apoyo político al PRD y sin dejar de esclarecer en ningún momento su naturaleza de clase burguesa y por lo tanto inherentemente antiobrera. Como escribimos en un volante distribuido en las movilizaciones del 7 y el 24 de abril contra el desafuero (ver página 17):

“...si la clase obrera ha de romper con los partidos burgueses y avanzar hacia su independencia política, un punto de partida básico es que no permita que los dictados judiciales de Fox le impidan votar por quien quiera, pues si el gobierno logra hacer a un lado incluso a un tímido nacionalista burgués como López Obrador, destituirlo de su puesto electo e incluso encarcelarlo, ¿qué podría esperar una dirigencia clasista de la clase obrera?”

La población trabajadora está harta del “gobierno de empresarios” y sus políticas “neoliberales” transparentemente antiobreras. El PRD, un partido burgués nacionalista que combina sus denuncias al “neoliberalismo” con magras concesiones a los obreros y oprimidos, ha sabido aprovechar ese hastío para apuntalar su popularidad, especialmente entre las masas desposeídas. Así, en las manifestaciones en defensa de López Obrador del 7 y 24 de abril, las mantas en apoyo al “proyecto alternativo de nación” de AMLO eran recurrentes, así como otras declarando “No estás solo” o “Todos somos López”. Pero como marxistas entendemos que la principal división en la sociedad es entre la burguesía y el proletariado, dos clases con intereses propios irreconciliables; esclarecer esa división fundamental y combatir las ilusiones en la burguesía son nuestras principales tareas. PAN, PRI y PRD son todos partidos burgueses que difieren sólo en la forma de administrar el capitalismo, pero ninguno de ellos cuestiona —y no podría ser de otro modo— la explotación capitalista en sí. Para deshacerse de la rapacidad inherente a este sistema de explotación y opresión es necesario que la clase obrera tome el poder en sus manos mediante una revolución socialista que destruya el estado burgués —cuyo núcleo es la policía, el ejército, los tribunales y las cárceles— e instaure un estado obrero —la dictadura de clase del proletariado— basado en la propiedad colectiva de los medios de producción y poniendo éstos al servicio no ya de las ganancias de un puñado de capitalistas, sino de la satisfacción de las necesidades de la población.

“Neoliberalismo” y “populismo”: Dos caras de la explotación capitalista

Durante las últimas dos décadas, la economía mexicana ha sido administrada siguiendo políticas identificadas con lo que se conoce como el “neoliberalismo”: recortes brutales al gasto social, privatización de las industrias paraestatales y apertura irrestricta de la economía a los inversionistas extranjeros. El pomposo objetivo, según Salinas de Gortari, era llevar a México al “Primer Mundo”. Hoy no queda nada que privatizar excepto el sector energético y, sin embargo, la realidad es la devastación de la economía y el nivel de vida de las masas. El salario ha perdido 70 por ciento de su poder adquisitivo en los últimos 23 años. Las privatizaciones han lanzado a millones a la calle y debilitado significativamente los sindicatos. Incontables plantas maquiladoras han cerrado. La entrada en vigor del TLCAN y el desmantelamiento del ejido han provocado la ruina de millones de campesinos. A la par con las decenas de miles que arriesgan la vida cada año para ingresar a EE.UU. en busca de empleo, miles de campesinos siguen emigrando a las grandes ciudades para tratar de sobrevivir, sumándose al inmenso ejército de desempleados. Se estima que el 27 por ciento de la población total se dedica a la “economía informal”, es decir, al ambulantaje.

Además de ser el continuador de estas políticas económicas reaccionarias, el PAN —fundado por curas, empresarios y terratenientes en los años 30 como la versión “respetable” del movimiento cristero y en respuesta a las blasfemias callista y cardenista— es también el partido histórico de la reacción clerical. Así, la administración foxista se ha caracterizado por su atraso social general y ha lanzado campañas para reforzar los reaccionarios “valores familiares” a la par con ataques continuos contra la separación de la iglesia y el estado y los derechos de la mujer. Fox se jacta grotescamente de que los feminicidios de Cd. Juárez han sido resueltos, ante los oídos atónitos de los familiares de las víctimas y de la población horrorizada por más de una década de crímenes misóginos impunes. En el año 2000, el gobierno panista de Baja California negó a la joven Paulina su derecho elemental al aborto tras haber sido víctima de una violación, y en cambio la remitió...¡a un cura! (ver Espartaco No. 14, otoño-invierno de 2000). Hoy en día en México —el segundo país católico más grande del mundo—, 15 homosexuales son asesinados cada mes. Fox es el primer presidente en más de un siglo que le besa la mano a un Papa en un acto oficial.

El PAN está compuesto por derechistas abiertamente antiobreros, neocristeros ideológicamente motivados y lacayos obvios del imperialismo estadounidense. Fox mismo no es más que un Coca-Kulak —un latifundista ignorante con una pequeña dosis de urbanidad cortesía de The Coca-Cola Company—. El dirigente nacional del PAN, Manuel Espino, es un veterano de la organización fascistoide El Yunque. Ahora la política interna del país ha quedado en manos de Carlos Abascal, un fanático oscurantista, hijo y legítimo heredero ideológico de un dirigente del igualmente fascistoide movimiento sinarquista. Los principios republicanos de Fox y sus monjes probablemente se reducen a que sólo Cristo es Rey.

Por otro lado, no hay nada particularmente izquierdista en la política de López Obrador y el PRD, pero han logrado aprovechar el burdo conservadurismo del actual gobierno federal y su desprecio aristocrático e ignorante por los pobres y los obreros para presentarse como una alternativa más amigable a las masas y como un vehículo viable para conseguir las ansia-das demandas democráticas de la gente (el derecho a la educación, la emancipación nacional frente al imperialismo estadounidense, etc.). Gran parte de la popularidad de AMLO viene de sus declaraciones contra la privatización del sector energético. Hasta cierto punto, López Obrador ha traducido su retórica democrático-nacionalista en medidas populares, como lo son el aclamado subsidio a las personas de la tercera edad y las madres solteras y la inversión en proyectos de educación pública e infraestructura urbana, medidas tímidas y elementales que en el contexto de la brutal austeridad presupuestaria del PRI y el PAN parecen verdaderamente significativas. Ésta es una ilusión peligrosa.

La clase obrera no debe tener ninguna confianza en AMLO. Las posiciones particulares que lo distinguen de otros burgueses (sus denuncias del neoliberalismo, la oposición a la privatización del sector energético, etc.) son puramente coyunturales: promesas de campaña electoral o medidas para desactivar el potencial de lucha de los obreros. El populismo nacionalista y el neoliberalismo económico son simplemente políticas alternativas del régimen capitalista, a menudo seguidas por el mismo individuo según lo dicten las exigencias del momento. Como dijimos en nuestro volante: “...en caso de llegar a la presidencia, el mismo apoyo que López Obrador tiene entre el movimiento obrero lo pondrá en una mejor situación para llevar adelante las privatizaciones de los sectores eléctrico y petrolero que el ineficaz Fox no ha podido lograr”. Este mismo entendimiento es lo que se encuentra detrás del apoyo que AMLO tiene entre importantes burgueses como Carlos Slim —el hombre más rico de América Latina, que compró el antes estatal monopolio de comunicaciones Telmex—. El presidente de la Asociación de Bancos de México, Marcos Martínez Gavica, el día de su toma de posesión comentó, en clara alusión a López Obrador, que un político “de izquierda” no representa ningún obstáculo para el desarrollo del país: “Incluso, puede ser garantía de un mayor avance en las reformas para dotar de capacidad de competencia a la economía nacional” (La Jornada, 5 de marzo de 2005). Y cuando esta gente habla de “reformas” y de “capacidad de competencia” se refiere invariablemente a privatizaciones y medidas antiobreras. ¡Ni un voto a los partidos capitalistas! ¡Por la independencia política de la clase obrera! ¡Por un partido obrero que luche por un régimen obrero!

De Lázaro Cárdenas a López Obrador: El somnífero nacionalista

La historia del capitalismo latinoamericano ha sido una de constantes oscilaciones entre la apertura comercial del “libre mercado”, por un lado, y el populismo nacionalista por el otro. Tras décadas de “neoliberalismo”, en años recientes ha habido un viraje a través de Sudamérica de regreso al populismo nacionalista. Pero este viraje en el clima político y el balance de fuerzas no es anticapitalista, sino que fortalece el capitalismo latinoamericano al endurecer los lazos de la clase obrera con su propia burguesía nacional, la cual es experta en denunciar demagógicamente a Wall Street y Washington. Como dijimos en Espartaco No. 20 (primavera-verano de 2003), “las únicas constantes en esta inhumana rueda de la fortuna son la subyugación frente al imperialismo y la miseria humana de millones de campesinos y trabajadores.”

El papel fundamental del PRD ha sido encauzar las inevitables luchas cotidianas y espontáneas de las masas mexicanas a los marcos estériles de las boletas electorales. Su objetivo es estabilizar el volátil régimen capitalista mexicano y renegociar los términos de su subordinación al imperialismo. Fue ejemplífico que, en la manifestación del 7 de abril, el discurso de López Obrador pusiera particular énfasis en mantener el carácter pacífico de las movilizaciones y en respetar las instituciones del estado. Su discurso tuvo efecto no sólo en los manifestantes, sino también en la gran burguesía, que dio un respiro de alivio. Incluso la bolsa de valores se recuperó tras su discurso.

El PRD surgió como una fracción desencantada del PRI, la cual buscaba retornar a los “años dorados” de este partido. Así, en su libro Un proyecto alternativo de nación, López Obrador escribe, refiriéndose a los gobiernos priistas anteriores a Echeverría, que “aunque se padeció del mal endémico de la desigualdad, México creció a una tasa de casi 7 por ciento anual en forma constante, y con estabilidad macroeconómica en precios y finanzas públicas.” Para polemizar contra los “neoliberales”, ¡AMLO recurre al ejemplo de...Gustavo Díaz Ordaz y Adolfo López Mateos! El primero es tristemente célebre por la matanza de Tlatelolco, mientras que el segundo fue el responsable del aplastamiento brutal de la gran huelga ferrocarrilera de 1957-58, aunque muchos (como la dirigencia del SME) lo recuerdan hoy sólo por la nacionalización de la industria eléctrica. Pero eso significa el nacionalismo burgués populista: la combinación de concesiones a los obreros y oprimidos con la represión brutal, con el objetivo de disciplinar a la clase obrera e impulsar los intereses de la burguesía. Igualmente revelador, aunque ciertamente no sorprendente para los marxistas, es su referencia al “mal endémico de la desigualdad”. Lo que los obreros deben comprender es que la desigualdad, la explotación y la opresión son endémicos al dominio del capital.

Vale la pena analizar brevemente la política del ícono de los nacionalistas burgueses mexicanos, Lázaro Cárdenas. Durante su periodo presidencial, Cárdenas llevó a cabo una serie de reformas democráticas tales como la nacionalización del petróleo y los ferrocarriles y el reparto agrario. Los marxistas defendimos estas medidas contra los ataques derechistas. La expropiación petrolera en particular representó, en palabras del revolucionario ruso León Trotsky, “el único medio efectivo para salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia”.

Cárdenas aprovechó la coyuntura en la víspera de la Segunda Guerra Mundial y la existencia de la URSS como contrapeso a los imperialistas para expropiar a los magnates petroleros británicos y estadounidenses y los humilló al darle asilo al bolchevique Trotsky, organizador junto con Lenin de la Revolución de Octubre, fundador del Ejército Rojo y la IV Internacional. Al llevar a cabo esas medidas, el propósito de Cárdenas era consolidar el estado capitalista mexicano y detener las pretensiones excesivas del imperialismo, y para ello requería el apoyo de la clase obrera. En 1940, viviendo en el México de Lázaro Cárdenas y meses antes de ser asesinado por un esbirro estalinista, Trotsky explicó en “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”:

“Como en los países atrasados el papel principal no lo juega el capitalismo nacional sino el extranjero, la burguesía nacional ocupa, en cuanto a su ubicación social, una posición muy inferior a la que corresponde al desarrollo de la industria. Como el capital extranjero no importa obreros sino que proletariza a la población nativa, el proletariado nacional comienza muy rápidamente a jugar el rol más importante en la vida nacional. Bajo tales condiciones, en la medida en que el gobierno nacional intenta ofrecer alguna resistencia al capital extranjero, se ve obligado en mayor o menor grado a apoyarse en el proletariado.”

Esta cita explica de manera muy sucinta la esencia de las décadas del régimen bonapartista del PRI en México, donde el estado, por la debilidad inherente de la burguesía, a menudo parecía elevarse por encima de los intereses de las clases en conflicto y se basaba en el corporativismo, atando al estado las organizaciones políticas, sociales y sindicales.

Así, al otorgar esas concesiones, Cárdenas no sólo utilizó a la clase obrera como una poderosa carta para jugar contra sus rivales burgueses locales e imperialistas, sino que logró cooptarla, para después ponerla bajo la dirección de la férrea burocracia cetemista. Cárdenas no era ningún “socialista”. Cuando la demagogia nacionalista no bastaba, no dudaba en desatar la represión contra los obreros. Así, en 1940, por ejemplo, mandó a la policía a reprimir una huelga petrolera en Azcapotzalco. Con toda su retórica nacionalista, al final de su sexenio la economía mexicana dependía de EE.UU. más que nunca antes en la historia. El “Tata” Cárdenas fue, de hecho, el fundador de lo que Mario Vargas Llosa evocativamente llamó la “dictadura perfecta” del PRI, que habría de durar 60 años más.

El principal cemento ideológico que hizo posible la “alianza histórica” cardenista, es decir, la subordinación de la clase obrera al PRM/PRI, fue el nacionalismo burgués: la noción de que a fin de cuentas todos somos mexicanos y la cuestión central es sacar adelante al país. El PRD hoy emula la retórica nacionalista de Cárdenas. Esto no es más que una cortina de humo para encubrir la explotación capitalista. El proletariado luchará con éxito por la consecución de sus intereses históricos en la medida en que se desembarace de esta ideología burguesa, en la medida en que se dé cuenta de que la suya es una clase internacional, con intereses comunes independientes de las nacionalidades y contrapuestos a los de la burguesía, tanto nacional como extranjera. (Para un análisis más completo del cardenismo ver “¡Romper con todos los partidos burgueses: PRI, PAN, PRD!” en Espartaco No. 14, otoño-invierno de 2000.)

Un proyecto alternativo de subordinación

En su libro Un proyecto alternativo de nación, que en realidad es poco más que una gran colección de lugares comunes y sueños de opio sobre cómo México se convertirá en un paraíso de justicia social una vez que el PRD dirija sus destinos, AMLO presenta una serie de propuestas para resolver uno de los problemas más añejos y candentes del país: la tierra. Pero su programa para “reactivar el campo” es una burda broma. El objetivo es “armonizar y apoyar, al mismo tiempo, la producción de autoconsumo, la producción para el mercado interno y la producción para exportar”. ¿Cómo lograrlo?:

“Habría que promover el fortalecimiento de la economía de autoconsumo en las comunidades. El propósito es que, con pequeños apoyos, se fomenten las actividades productivas tradicionales...

“Hay casos excepcionales en comunidades indígenas donde todavía se produce casi todo lo que se consume. Está también, por ejemplo, lo que históricamente ha sucedido en pueblos como los de Tlaxcala donde los campesinos, en pequeñas porciones de tierra, cultivan maíz, con buena productividad, y tienen en sus patios borregos, chivos, vacas y el telar dentro de la casa.”

¡A los campesinos tlaxcaltecas les va tan bien que arriesgan su vida para emigrar en masa a EE.UU.! Además, AMLO dice: “La acción gubernamental que proponemos debe orientarse al otorgamiento de créditos a la palabra, para la compra de animales, granos y semillas, materiales de trabajo, insumos y todo aquello destinado a fortalecer las actividades productivas y las tecnologías tradicionales.” ¿Qué significa “tecnologías tradicionales”? ¿Bueyes famélicos para jalar arados? ¿Lodo para construir chinampas?

La agricultura mexicana, en gran parte de autoconsumo, no puede competir con las grandes plantaciones industrializadas estadounidenses, que además abarcan inmensas extensiones de tierra fértil que simplemente no existen en México. Para dar un ejemplo de las enormes diferencias, aquí hay un tractor por cada 100 personas involucradas en la agricultura, mientras que en Estados Unidos hay 1.5 tractores por cada trabajador rural. Hacer productivo al campo mexicano no requiere “tecnología tradicional” sino tecnología moderna: tractores, sistemas de riego, plantas procesadoras, fertilizantes y educación científica para los campesinos. Pero ésta es una meta imposible en el marco del capitalismo subdesarrollado; para hacerla realidad se necesita una revolución obrera apoyada por la guerra campesina, expropiando a la burguesía y a los latifundistas. Esta perspectiva no puede estar separada de la lucha por la extensión de la revolución al coloso del Norte, que haría posible obtener la tecnología necesaria para sacar al campo y sus habitantes del atraso y la miseria.

La emancipación nacional que las masas añoran y AMLO promete supone una economía industrial moderna. Pero el capitalismo mexicano no puede desembarazarse del imperialismo. En cuanto a la industria maquiladora, AMLO sostiene:

“Proponemos un trato directo con empresarios para detener la emigración de las maquiladoras. Es cierto que en China o en otras partes del mundo hay más ventajas comparativas, sobre todo por el bajo costo que representa la mano de obra, pero es posible ofrecer otros incentivos y revalorar la importancia que reviste la cercanía de nuestro país con el mercado más grande del mundo.”

La única forma de hacer competitiva la industria maquiladora es abaratar aún más la mano de obra, ofrecer mayores ventajas fiscales a los inversionistas chupasangre y continuar el régimen laboral draconiano establecido por los llamados “contratos de protección”.

¡Por la revolución obrera!

Las políticas reaccionarias del PRD no son el resultado de una traición encubierta ni de la corrupción de tal o cual dirigente, sino la consecuencia lógica e ineludible de su carácter de clase. En un país capitalista atrasado y dependiente como México —en el que la clase dominante nacional depende abrumadoramente de los créditos y la inversión de sus amos en Estados Unidos— toda alternativa política que, como el PRD, plantee la conservación del capitalismo mexicano, es decir, que defienda en última instancia el dominio y los intereses de algún ala de la burguesía nacional, se verá obligada a rechazar en los hechos las reivindicaciones democráticas que promete. Así, enfrentando en su propio territorio un proletariado moderno y socialmente poderoso y un vasto campesinado descontento, en última instancia la burguesía nacional es mucho más hostil a “sus propias” masas que a sus amos estadounidenses. Independientemente de su retórica, no existe un ala antiimperialista de la burguesía. Lo único que pueden plantear los nacionalistas burgueses es negociar de mejor manera los términos de su propia subordinación al imperialismo y de la consecuente cancelación de los derechos democráticos de su población. El PRD ni siquiera se opone al TLCAN, que por naturaleza es un “tratado” para la rapiña unilateral de la economía mexicana por los imperialistas, sino que sólo lo quiere “renegociar”.

La vinculación inseparable de las amplias reivindicaciones democráticas no resueltas con la lucha internacional y socialista del proletariado está en el centro de la teoría de la revolución permanente de León Trotsky. En una de sus “Tesis Fundamentales” de la revolución permanente, explicó:

“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder, como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.”

El campesinado, sumido en las regiones más remotas y atrasadas, es parte de la heterogénea capa que los marxistas llamamos pequeña burguesía. Los campesinos sin tierras se encuentran reducidos, en el mejor de los casos, a la producción de autoconsumo y carecen de poder social. Los minifundistas compiten entre sí por colocar sus productos en el mercado. Su interés se encuentra en la propiedad privada de la tierra. Por ello, el campesinado es incapaz de reorganizar la sociedad, de desempeñar un papel revolucionario independiente. El campesinado actual es producto del rezago inherente al capitalismo tercermundista; lucha contra las grandes plantaciones mecanizadas, cuyo avance convierte a muchos campesinos en proletarios rurales. Los comunistas tomamos lado con los campesinos en sus luchas contra los latifundistas y el gobierno y buscamos ganar su apoyo a la revolución socialista, pero entendemos que, en tanto que lucha por mantener su existencia contra el capitalismo industrial moderno, el campesinado pretende echar atrás la rueda de la historia. El campesinado pobre, todavía compuesto por millones de personas, puede desempeñar un papel importante en la revolución, pero éste estará necesariamente subordinado a la dirección del proletariado industrial urbano.

La clase obrera o proletariado es la encargada de echar a andar, colectivamente, todos los engranajes de la economía industrial moderna —las fábricas, las comunicaciones, los transportes—. Al no poseer más que su propia fuerza de trabajo, la clase obrera no tiene interés en la continuidad del régimen de la propiedad privada; su interés histórico está en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la cual pondría la economía entera al servicio de las necesidades humanas y sentaría la base fundamental para erradicar la explotación, la opresión y la miseria. Por ello, la clase obrera es la única clase genuinamente revolucionaria de nuestra época capaz de dirigir a los campesinos, las masas urbanas empobrecidas y todos los oprimidos en la lucha por su emancipación.

La Revolución Rusa señala el camino hacia adelante en México. En efecto, la perspectiva trotskista fue confirmada en la práctica por la Revolución Bolchevique de Octubre de 1917. En esa fecha la clase obrera rusa tomó en sus manos las tareas de la revolución democrática que el régimen burgués no había podido resolver: liberó a su país del yugo imperialista al desconocer la deuda externa contraída por el zar y la burguesía, sentó las bases para la emancipación de la mujer y dictó leyes prohibiendo todo tipo de discriminación contra homosexuales y minorías étnicas. También abolió la propiedad privada sobre la tierra y llamó al campesino pobre a emprender una revolución agraria que destruyera el latifundio y los restos del peonaje feudal. Pero para hacer esto realidad fue necesario emprender la expropiación de los medios de producción y establecer una economía colectivizada y planificada, así como el monopolio estatal del comercio exterior. En lugar del parlamentarismo burgués, la Revolución Rusa instauró la democracia obrera a través de los soviets, consejos de diputados obreros y soldados encargados de dirigir la economía y la sociedad entera. Esto es lo que significó un gobierno obrero: el gobierno basado en el proletariado y apoyado por el campesinado. Estas medidas sentaron las primeras bases para la reorganización socialista de la sociedad. Ciertamente, con el grado de interpenetración de la economía moderna, y como lo mostró el ejemplo de la Unión Soviética, ningún país puede crecer aislado del intercambio mundial. Así, desde su nacimiento mismo, un partido revolucionario victorioso en un país atrasado —y más en uno que comparte una frontera con EE.UU.— tendría que luchar, como parte de un solo partido internacional, por la revolución proletaria dentro del monstruo imperialista estadounidense y a escala internacional. De hecho, sólo el triunfo de la revolución obrera en EE.UU. podría asegurar la genuina emancipación nacional de México. La clase obrera multirracial estadounidense, en particular su estratégico componente negro, es potencialmente el aliado más poderoso de los obreros mexicanos. Como escribieron recientemente nuestros camaradas estadounidenses en un artículo denunciando las atrocidades racistas de los paramilitares “Minutemen” y exigiendo plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes:

“Una defensa efectiva de la clase obrera requiere un programa internacionalista que exprese los intereses de clase comunes en ambos lados de la frontera trazada cuando EE.UU. robó de México en 1848 gran parte del actual suroeste estadounidense. La lucha por los derechos de los inmigrantes debe verse como parte de la lucha contra todas las formas de opresión. En EE.UU. esto significa una lucha contra la opresión de los negros, la piedra angular del capitalismo estadounidense. Los obreros deben luchar contra los intentos de los gobernantes capitalistas de enfrentar a un grupo oprimido contra otro, como la reciente declaración grotesca del presidente derechista mexicano Vicente Fox de que los trabajadores mexicanos ‘hacen el trabajo que ni siquiera los negros quieren hacer en EE.UU.’”

Los millones de obreros y campesinos mexicanos y centroamericanos que emigran “ilegalmente” a EE.UU., sorteando toda clase de peligros, carecen de derechos y se ven obligados a tomar los trabajos más arduos y peor pagados. Pero al racista e hipócrita Fox no podrían importarle menos los trabajadores mexicanos y los negros. ¡Por lucha de clases conjunta en México y EE.UU. contra los gobernantes capitalistas!

La LTS: Reformismo “Libre y Soberano”

Dentro de los que se reclaman “trotskistas”, la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) se opuso a los ataques antidemocráticos del PAN y el PRI sin dejar de enfatizar correctamente su denuncia tanto del PRD como partido burgués como de los grupos “socialistas” que colaboran con éste (Estrategia Obrera No. 43, 16 de abril de 2005). Sin embargo, el fin estratégico al que la LTS vincula su posición sobre el desafuero es explícitamente reformista y no revolucionario: que las masas mexicanas se movilicen para “imponer una Asamblea Constituyente Libre y Soberana en la que se discutan las grandes demandas de las mayorías obreras y campesinas del país”. Esta asamblea constituyente estaría abierta “no sólo al PRD y a AMLO sino también al conjunto de las organizaciones sociales, sindicales y de izquierda”, y “discutiría” cuestiones democráticas candentes como la “reforma agraria radical”, “empleo y salarios dignos”, el dejar de pagar la deuda externa y la cancelación de “todos los tratados, como el TLC, que nos subordinan al imperialismo norteamericano” (Ibíd.). La LTS asigna a una asamblea constituyente, es decir, un cuerpo parlamentario burgués —¡prometiendo de antemano que incluiría al PRD!—, la tarea de resolver las justas aspiraciones de las masas. Echando por la borda la revolución permanente, el plan de la LTS no menciona ni de pasada que la solución de estas cuestiones requiere la revolución socialista: la implantación de una economía colectivizada y planificada y la lucha por extender el poder obrero a nivel internacional.

Para los comunistas, el llamado por una asamblea constituyente —es decir, una asamblea legislativa dentro del marco de la democracia burguesa— se justifica en situaciones en las que las leyes vigentes no formalizan ni siquiera las libertades democráticas más básicas (como es el caso de las dictaduras militares o bajo gobiernos democrático-burgueses no consolidados como el “Gobierno Provisional” ruso de febrero de 1917). En esos casos, este llamado puede usarse para vincular las aspiraciones concretas e inmediatas de la gente con la necesidad de la lucha por la revolución socialista: es, pues, una “consigna de transición” de la conciencia espontánea de las masas a la conciencia revolucionaria. Sin embargo, si este llamado se usa, como lo hace la LTS, como un medio para simplemente “mejorar” la democracia capitalista existente en un país atrasado, funciona exactamente como lo opuesto, consolidando la ilusión de que la democracia capitalista es susceptible a mejorías cualitativas. Vincular las aspiraciones de las masas a una democracia más plena no con la lucha por la revolución socialista sino con una “Asamblea Constituyente Libre y Soberana” implica un programa “de transición” de la lucha espontánea de las masas...al reformismo consciente.

El GI: De la ruptura con el trotskismo a la ruptura con la realidad

Pero sin duda el más pintoresco de los grupos seudotrotskistas es el (mal) llamado Grupo Internacionalista (GI), cuyo núcleo dirigente está formado por antiguos miembros de nuestra organización. Durante años nos han acusado estridentemente de “abstencionismo” y “propagandismo abstracto”, mientras que ellos prometen encontrar el camino hacia las masas. Habiendo roto, en los hechos, con el marxismo revolucionario, para justificar su existencia el GI se deshizo primero de la honestidad básica, pero ahora también ha tenido que romper con la realidad.

En su más reciente publicación en español (El Internacionalista No. 5, mayo de 2005) este grupúsculo se jacta de la más absoluta indiferencia frente a la campaña jurídica contra López Obrador. Lo extraordinario del caso es que, en el mismo artículo, el propio GI asegura que defiende “el elemental derecho democrático de que cualquier partido político se presente en las elecciones con los candidatos que decida” y reconoce que:

“Lo que [el gobierno de Fox y el PRI] quieren es que, una vez que esté sujeto a proceso penal, según Artículo [sic] 111 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, ‘AMLO’ carezca del derecho a participar en las elecciones.”

¿Cómo explican esa contradicción evidente? Pues con este absurdo argumento, que dan inmediatamente después:

“Pero pasarán meses hasta que esto se concrete. En este momento, [López Obrador] ni siquiera es candidato del PRD (hay otros, incluyendo el sempiterno candidato perredista Cuauhtémoc Cárdenas, que disputan la candidatura), y ningún partido ha presentado, ni mucho menos inscrito, a su abanderado... En caso de que Fox y el PRI se atrevan a realizar su locura...entonces defenderíamos el derecho de López Obrador a presentarse como candidato presidencial...

“...hasta ahora no se ha negado el derecho de AMLO de presentar su candidatura. Pretender lo contrario es entrar de plano en la jugada electorera del PRD...”

¿O sea que el GI sólo defendería los derechos democráticos de un candidato oficial del PRD? ¡Vaya criterio marxista! En realidad, la “locura” de Fox y el PRI que el artículo del GI situaba en un futuro hipotético (“en caso de que se atrevan...”) ya llevaba más de quince días de haber llegado a su punto culminante (el desafuero) para cuando el GI fechó este artículo (25 de abril de 2005). No deja de ser cómico que apenas dos días después de la fecha de este artículo, y tres días antes de la fecha del periódico en que aparece por primera vez, el propio Fox reconoció implícitamente que sí estaba atentando contra los derechos políticos de López Obrador, y dio marcha atrás. Al negar que el ataque a los derechos democráticos era ya una realidad vigente, los charlatanes del GI hubieran entrado en un bloque de facto con el gobierno foxista...de no ser porque llegaron demasiado tarde. Pero tal vez el depuesto procurador, el general Macedo de la Concha, todavía aprecie sus argumentos.

El GI nos regaña también por oponernos al desafuero de AMLO porque el fuero de funcionarios del poder ejecutivo, sostiene, es una “medida antidemocrática”. Para justificar su negativa a defender un derecho democrático elemental en lo concreto, el GI recurre a abstracciones democráticas. Nosotros tomamos posición contra el desafuero de López Obrador con base en los intereses de la clase obrera en el caso concreto, no en generalizaciones sobre formalidades de la ley burguesa tales como si debería o no la cámara de diputados votar para que se procese a un funcionario cualquiera con base en cualquier acusación. La cuestión es bastante simple: 1) expropiar un predio para construir un acceso a un hospital no es ningún crimen contra el proletariado; 2) la acusación no era más que una patraña antidemocrática del clerical Fox y cía. para deshacerse del nacionalista burgués AMLO como contendiente a la presidencia.

Entendiblemente, muchos jóvenes izquierdistas que están hartos del lodazal de la política capitalista sienten que los revolucionarios nunca deben tomar lado en rencillas “interburguesas” ni oponerse a las injusticias estatales cuando sus víctimas sean políticos capitalistas, ya que, desde el punto de vista moral, estos tipos “se lo merecen”. Estos son los sentimientos a los que el GI apela. Sin embargo, este criterio no ha sido nunca el del marxismo. La labor de los comunistas no es adaptarse a la conciencia existente, sino elevarla, diciendo la verdad con toda su complejidad. La polarización en la sociedad a raíz de la maniobra foxista planteó a quemarropa la aplicación concreta de la revolución permanente. El GI podrá citar al derecho y al revés los escritos de Trotsky pero, al rehusarse a oponerse al ataque de Fox, renuncia a la esencia de la perspectiva trotskista: la lucha por las demandas democráticas de la población en los países subdesarrollados es una fuerza motriz de la revolución socialista. En los hechos, este grupo le da la espalda a los millones de obreros que luchan por sus derechos democráticos.

El GI afirma: “Lejos de que la embestida contra AMLO sea resultado de un complot entre Fox y los imperialistas norteamericanos (como afirman falsamente los seudomarxistas de Militante), en su visita a principios de marzo la mismísima secretaria de estado de EE.UU., la halcona Condoleezza Rice, afirmó que el gobierno de EE.UU. aceptaría con beneplácito un gobierno de izquierda en México. Según reportó Reforma (10 de marzo), ‘Rice descartó que a Estados Unidos le generen preocupación los triunfos electorales y los gobiernos encabezados por políticos de izquierda.’” ¡Que fe tan conmovedora muestra el GI en las promesas del gobierno de Bush! No sabemos qué negociaciones secretas sucedieron entre Fox y sus amos imperialistas. Si por ahora los imperialistas estadounidenses encuentran expedito restringir a Fox por preocupación de que su campaña por el desafuero podría desestabilizar México, sólo alguien muy inocente concluiría que los imperialistas han renunciado a su práctica de muchas décadas de usar a la CIA y otras fuerzas para fomentar las intervenciones militares en América Latina contra regímenes que les displacen.

La poca importancia que el GI da a los muy reales peligros planteados por las provocaciones del gobierno derechista de Fox recuerdan el gentil trato que este grupo dio a los dirigentes de la federación sindical venezolana CTV, quienes están estrechamente ligados a la CIA y han desempeñado un papel activo en los fallidos golpes de estado patrocinados por los imperialistas contra el populista-bonapartista Hugo Chávez. En un artículo de noviembre de 2000, el GI minimizó los peligros de la intervención imperialista en Venezuela y las conexiones entre la CTV y los imperialistas. Su doble discurso es evidente en el hecho de que el GI considera que la corporativista CTV es una federación sindical genuina, mientras que afirma que la igualmente corporativista CTM mexicana (que en ocasiones lleva a cabo huelgas contra los patrones) “representa al enemigo de clase” (El Internacionalista/Edición México, mayo de 2001). Según las concepciones del GI, los únicos sindicatos verdaderos en México son los “independientes”, dirigidos por burócratas afines al PRD. (Ver “El Grupo Internacionalista sobre Venezuela: El oportunismo une las parejas más extrañas”, Espartaco No. 19, otoño-invierno de 2002.) Al tropezar a menudo con la línea de clases y oscilar entre la conciliación de nacionalistas burgueses de izquierda del PRD y la ceguera ante provocaciones derechistas, el GI es incapaz de defender la independencia de clase del proletariado.

El GI también nos acusa de repetir “la propaganda electoral del PRD y unirse a su campaña” por haber escrito en Workers Vanguard (No. 846, 15 de abril), en la introducción a una traducción de nuestro volante del 7 de abril, que Fox es un “añejo aliado de Bush y un favorito de los imperialistas estadounidenses”. El que el GI arremeta contra una afirmación tan obvia es un testimonio de su alejamiento de la realidad. No hace falta ser un marxista para darse cuenta de que Fox es un lamebotas del imperialismo estadounidense, y sus políticas económicas derechistas y atraso religioso oscurantista se identifican con los de la actual administración republicana. El PRD denuncia estos hechos demagógicamente para apuntalar su propia popularidad al tiempo que deja claro a sus amos en el norte que AMLO no es un “Chávez mexicano”, como sostienen sus oponentes en la derecha.

Polemizando contra nosotros, el GI también escribe:

“Tomar partido por López Obrador en contra del ataque de Fox, no importan las salvedades que añaden aparte, es darle apoyo político. Pensamos en casos paralelos: ‘¡Abajo con el ataque de los republicanos contra el presidente Clinton!’ durante el impeachment, por ejemplo. O, ‘¡Abajo con el ataque de Bush contra Gore!’ luego de las elecciones de 2000 cuando la presidencia de EE.UU. fue decidida por un derechista Tribunal Supremo. No importaría cuántas veces se dijera ‘Romper con el Partido Demócrata!’ [sic] esto habría implicado indiscutiblemente dar apoyo político a un sector de la burguesía.”

El GI implica, en retrospectiva, que fue indiferente al ataque derechista de los republicanos contra Clinton. En 1998 los republicanos sometieron a Clinton a un impeachment, similar a un juicio político, por haber mentido sobre sus relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Este juicio fue parte de una cruzada moralista reaccionaria —que Clinton mismo había promovido ampliamente— para apuntalar los “valores familiares”. Como escribieron nuestros camaradas estadounidenses entonces en un artículo titulado “La campaña del impeachment amenaza el derecho de todos a la privacía”:

“La campaña para destituir a Bill Clinton de la presidencia por su relación sexual consensual con la antigua empleada de la Casa Blanca, Monica Lewinsky, plantea una amenaza para cada uno de nosotros. Lo que está en entredicho es uno de los más elementales derechos democráticos, el derecho a la privacía, que en la práctica se reduce al derecho a tener una vida sexual privada sin que las autoridades estatales y eclesiásticas se entrometan o espíen. Los políticos y medios de comunicación están persiguiendo a Clinton por la única cosa que ha hecho que no es un crimen desde el punto de vista de la clase obrera.”

Workers Vanguard No. 697, 25 de septiembre de 1998

En general, una de las marcas más distintivas y únicas del comunismo es la capacidad de distinguir entre la oposición a ataques reaccionarios y el apoyo político a las víctimas de estos ataques. Pero el GI encuentra muy difícil hacer esta distinción.

Norden vs. Norden

El GI tiene en verdad mucho que explicar para justificar su línea. En julio de 1988, ante el evidente fraude electoral que llevó a Salinas a la presidencia por encima de Cuauhtémoc Cárdenas, incluso antes de que se diera a conocer el resultado de las elecciones escribimos en Workers Vanguard, cuyo editor era nada menos que Jan Norden, hoy el principal dirigente internacional del GI:

“Si Cárdenas fue elegido presidente, los marxistas defendemos su derecho a asumir el cargo. Pero no sumamos nuestras fuerzas al bloque político cardenista burgués, sino que defendemos los derechos democráticos de los obreros por medios proletarios.”

—“México: Erupción sobre elecciones”, Spartacist No. 21, octubre de 1988

Ésta fue una posición genuinamente trotskista en contradicción con la actual indiferencia del GI a los mismos derechos democráticos. Los pretextos absurdos que el GI presenta hoy para justificar su posición agnóstica respecto a la intentona de fraude foxista sólo sirven para ocultar deshonestamente su ruptura con esta tradición.

En un caso similar, en 1984 ofrecimos contribuir con un equipo de seguridad compuesto de sindicalistas y partidarios de la Spartacist League para defender la Convención Nacional Demócrata contra crecientes amenazas de ataques por parte de los republicanos del beligerante lunático Reagan. Entonces escribimos: “La profunda diferencia política y de clase entre la Spartacist League y el Partido Demócrata en ninguna manera contradice nuestra posición de que el Partido Demócrata tiene el derecho de reunirse y nominar a sus candidatos” (ver Workers Vanguard No. 358, 6 de julio de 1984). ¿Norden ha cambiado de parecer? Irónicamente, nuestros oponentes seudotrotskistas en aquel entonces nos acusaron de capitular a los demócratas al inventar una “amenaza ficticia” a la Convención Demócrata, como hoy el GI declara inexistente el ataque bonapartista de Fox.

Si bien el caso de AMLO se trata de un ataque jurídico y no un golpe militar, nuestra posición en defensa de derechos democráticos bajo un ataque derechista tiene un precedente fundamental en la lucha de los bolcheviques contra Kornílov en agosto-septiembre de 1917, en la víspera de la Revolución Rusa. En ese entonces Rusia era aún gobernada por el Gobierno Provisional burgués encabezado por Aleksandr Kerensky. El gobierno de Kerensky, carente de una base social, trataba de balancearse entre el proletariado y la burguesía autocrática. El descontento creciente entre los obreros y la oposición de los soviets obreros maniataba al Gobierno Provisional. La burguesía y los monarquistas estaban también hartos de la “inestabilidad” social y la debilidad del gobierno, incapaz de aplastar a los obreros. Bajo estas circunstancias, el general Kornílov —un Pinochet antiguo— se aventuró en un intento de golpe de estado para derrocar al gobierno de Kerensky y aplastar a los soviets. Lenin argumentó por un cambio de táctica: había que luchar con las tropas de Kerensky contra Kornílov, sin dar ningún apoyo político al primero y sin dejar de denunciar el carácter burgués de su gobierno, pues el ataque de Kornílov estaba dirigido, a fin de cuentas, contra las masas. Lenin escribió:

“¿En qué consiste, pues, nuestro cambio de táctica después de la rebelión de Kornílov?

“En que cambiamos la forma de nuestra lucha contra Kerenski. Sin aflojar un ápice nuestra hostilidad hacia él, sin renunciar a la tarea de derrocar a Kerenski, decimos: hay que tener en cuenta la situación actual. No vamos a derrocar a Kerenski ahora. Encararemos de otra manera la tarea de luchar contra él, o más precisamente, señalaremos al pueblo (que lucha contra Kornílov) la debilidad y las vacilaciones de Kerenski. Eso también se hacía antes. Pero ahora pasa a ser lo fundamental; en esto consiste el cambio.”

Según la nueva línea del GI, Lenin estaba dándole apoyo político a Kerensky, “no importa las salvedades que añaden aparte”.

¡Por un partido obrero revolucionario!

Como lo demuestra toda la historia del movimiento obrero, ninguna generación aislada de militantes obreros puede, por sí sola, acumular en carne propia la experiencia suficiente para construir una política propia plenamente desarrollada, y por muy combativa que sea su conciencia espontánea no cuestionará el dominio social de la burguesía y necesariamente tenderá a buscar su complemento político en uno u otro partido capitalista.

Es urgentemente necesario que los obreros más avanzados y los intelectuales radicalizados dispuestos a tomar el lado del proletariado sobre la base de un programa marxista se organicen como tendencia independiente y disciplinada, es decir, como partido. Sólo así podrán combatir al colaboracionismo de clases, al nacionalismo y a todos los demás medios ideológicos con los que la clase dominante encadena y desarma al proletariado. Sólo el marxismo, que encarna la combinación de la más alta cultura de la humanidad con la experiencia de más de un siglo de lucha en el movimiento obrero, puede armar al proletariado con la capacidad de defender sus intereses históricos en el plano político. Por eso, hablar de independencia política de la clase obrera implica necesariamente hablar de forjar un partido obrero revolucionario.

Por ahora, las ilusiones en el burgués López Obrador son dominantes en las conciencias de las masas en lucha, incluyendo a la clase obrera, y mientras eso siga así, por masiva que sea su movilización, estarán condenadas a mantenerse dentro de los marcos estériles de una gigantesca campaña electoral. Sabemos que hoy en día nuestra política revolucionaria no será la más popular en el movimiento de masas, pero cuando en un futuro no tan lejano las masas obreras mexicanas, en lucha por sus propios intereses, encuentren frente a ellas la oposición clasista del PRD burgués y empiecen a considerar alternativas de izquierda, los obreros más conscientes recordarán quiénes defendieron sus derechos democráticos básicos cuando la derecha los tenía bajo ataque en 2005, pero también y sobre todo quiénes se atrevieron a denunciar la naturaleza reaccionaria de López Obrador cuando éste estaba en la cima de su popularidad. Por eso hoy invitamos a los jóvenes y a los trabajadores izquierdistas más conscientes a que consideren seriamente estos argumentos y a que se unan a la lucha del Grupo Espartaquista por construir un partido obrero y revolucionario.

Espartaco no. 24

Espartaco No. 24

verano de 2005

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Los ataques derechistas de Fox y las tareas de la clase obrera:

¡Romper con AMLO y el PRD!
¡Forjar un partido obrero!

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En defensa del sexo y la ciencia

Kinsey

por Helen Cantor

(Mujer y Revolución)

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¡Defender a los pueblos iraquíes!
¡EE.UU. fuera ahora!

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¡Viva Juárez! ¡Abajo Wojtyla!
¡Por la separación de la iglesia y el estado!

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¡Gloria Trevi vence cacería de brujas antisexo!

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¡Libertad inmediata a Antonio y Héctor Cerezo y Pablo Alvarado!

(Joven Espartaco)

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¡Abajo el desafuero de López Obrador!

¡Romper con el PRD y los demás partidos de la patronal!
¡Por la independencia política de la clase obrera!