Spartacist (edición en español) Número 39

Agosto de 2015

 

Una corrección a nuestro folleto de 1994 sobre Militant Labour

La policía y la Revolución Alemana de 1918-1919

La derrota militar de las fuerzas del káiser Guillermo II en noviembre de 1918, con la cual terminó la Primera Guerra Mundial, estremeció profundamente el orden capitalista alemán. Una oleada revolucionaria azotó el país, desencadenada por un motín de marineros en Kiel, cuyos emisarios por toda Alemania levantaron a las masas trabajadoras y las llamaron a establecer consejos obreros. El proletariado alemán se inspiró en el ejemplo de la Revolución de Octubre rusa un año antes, en la cual la clase obrera, dirigida por el Partido Bolchevique de Lenin, tomó el poder y barrió con la autocracia zarista y la clase capitalista.

La abdicación forzada del káiser, que fue tramada por el príncipe Max von Baden para decapitar la revolución, tuvo como resultado que las riendas del gobierno fueran confiadas al Partido Socialdemócrata (SPD), cuyos líderes habían probado ser traidores de clase francos mediante su ardiente apoyo al lado alemán en la guerra imperialista. Con el estallido de la Revolución de Noviembre, la sociedad se balanceaba precariamente entre los nacientes consejos obreros y el gobierno capitalista encabezado por los socialdemócratas. Esta situación de poder dual planteó tajantemente la cuestión de qué clase gobernaría: los obreros o la burguesía.

El Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) otorgó una invaluable ayuda al SPD en sus esfuerzos contrarrevolucionarios al unirse al gobierno del SPD el día después de que éste tomó posesión. Dominado por centristas como Karl Kautsky, quienes anhelaban reunirse con su partido madre, el USPD fue el principal obstáculo político a la revolución proletaria. En ausencia de un partido comunista con autoridad, el USPD tenía la lealtad de decenas de miles de obreros combativos.

Por su valiente oposición a la guerra, los dirigentes espartaquistas Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg, Clara Zetkin, Leo Jogiches y Franz Mehring pasaron considerable tiempo en las prisiones del káiser. Aunque combatieron ferozmente la orgía socialpatriota del SPD durante la guerra, permanecieron dentro de la socialdemocracia. Los espartaquistas salieron del SPD en 1917, sólo cuando fueron echados junto con los centristas. Y aun entonces los espartaquistas se incrustaron en el USPD, sin salirse para formar el Partido Comunista (KPD) hasta finales de diciembre de 1918.

A pesar de la gran autoridad de Liebknecht y Luxemburg como dirigentes revolucionarios, el KPD era desconocido para las masas obreras cuando las luchas callejeras estallaron unos días después de su fundación. El partido tenía a lo más unos cuantos miles de miembros en total, centrados en Berlín, con pequeños grupos virtualmente autónomos dispersos a través del país. Una dirección revolucionaria se forja, se prueba y se afila a través de la intervención en la lucha. Sin tal experiencia, el joven KPD encaró la desalentadora tarea de cohesionar una organización mientras navegaba a través de una situación revolucionaria. (Para un contexto y documentos históricos, ver John Riddell, ed., The German Revolution and the Debate on Soviet Power [La Revolución Alemana y el debate sobre el poder soviético, Anchor Foundation, 1986].)

Los eventos de enero

Después de que el SPD tomó el timón del gobierno, Emil Eichhorn, miembro del ala izquierda del USPD, se convirtió en el jefe de policía de Berlín, actuando bajo la falsa noción de que este brazo del estado burgués podía transformarse en un instrumento revolucionario. El 4 de enero de 1919, el Ministerio del Interior prusiano despidió a Eichhorn en una provocación deliberada. Una edición del 5 de enero del periódico del KPD, Die Rote Fahne, convocó a una protesta el día siguiente contra el despido de Eichhorn. La declaración también fue firmada por el USPD y por los Delegados Obreros Revolucionarios (DOR), un grupo de sindicalistas radicales con base en las fábricas que estaba asociado políticamente con el USPD.

La respuesta fue abrumadora. Cientos de miles de obreros iracundos, muchos de ellos armados, inundaron el centro de Berlín, listos para la acción. Pero nadie tomó el mando. Esa tarde, representantes del USPD, los DOR y el KPD, intoxicados por la enorme concurrencia y esperando contar con el apoyo de algunos regimientos y de marineros, emitieron una declaración. Ésta anunciaba que el gobierno del SPD de Friedrich Ebert y Philipp Scheidemann quedaba depuesto y que el poder estaba provisionalmente en manos de un “Comité Revolucionario” (CR), que consistía en representantes de los tres grupos, entre ellos Liebknecht.

La mañana siguiente, los obreros salieron en masa a las calles de nuevo, esperando que se les dirigiera a la batalla. Pero otra vez no hubo dirección. Las esperadas tropas no se materializaron para reforzar las líneas. Las masas se embarcaron en luchas callejeras espontáneas y ocupaciones armadas, incluyendo las oficinas de Vorwärts, periódico del despreciado SPD.

En realidad, el USPD —que sólo abandonó el gobierno después de que el SPD lanzara un asalto sangriento contra los marineros izquierdistas de la División Naval del Pueblo el 24 de diciembre— no tenía la intención de derrocar al régimen de sus recientes colaboradores. De manera patética, ¡la mayoría del CR votó negociar con el mismo gobierno del SPD cuyo derrocamiento había anunciado dos días antes! El KPD denunció correctamente esta maniobra, anunciando finalmente su renuncia al CR el 10 de enero.

Pero se le había dado tiempo precioso al gobierno para organizar la contraofensiva. El líder del SPD Gustav Noske fue designado comandante en jefe en el área de Berlín. Declarando que “uno de nosotros debe ser el perro de caza”, Noske ayudó a preparar a los Freikorps, batallones fascistoides de voluntarios reclutados por oficiales derechistas y financiados por industriales. Los Freikorps, así como unos pocos regimientos del ejército en desintegración que permanecieron leales al gobierno, barrieron las calles, aplastando a los obreros insurgentes y matando a muchos de los mejores militantes obreros.

No acabó ahí. La dirección del KPD fue un blanco particular. Declarando un estado de sitio, Noske pegó proclamas calumniando a los espartaquistas como saqueadores a los que había que dispararles en cuanto se los viera. Vorwärts apuntó explícitamente contra Liebknecht y Luxemburg. El 15 de enero, los Freikorps los asesinaron actuando bajo las órdenes del SPD. El asesinato de Leo Jogiches ocurrió algunas semanas después. Al eliminar a los mejores dirigentes del KPD, el SPD asestó un paralizante golpe al movimiento obrero revolucionario en Alemania. También acabó con las esperanzas inmediatas de extender la Revolución Rusa internacionalmente, incluyendo en el frágil estado obrero soviético.

Corrigiendo nuestro error

En nuestro folleto de 1994, Militant Labour’s Touching Faith in the Capitalist State [La conmovedora fe de Militant Labour en el estado capitalista] declaramos incorrectamente:

“Ni Eichhorn ni el núcleo de sus fuerzas eran policías burgueses. En una situación de efervescencia revolucionaria, Eichhorn y sus milicias buscaban remplazar a la policía burguesa existente y se consideraban a sí mismos responsables ante los consejos obreros y la izquierda, no ante el gobierno capitalista”.

Pudo haber sido la ilusión de Eichhorn (y de los obreros) que simplemente se podía “remplazar a la policía burguesa existente”, pero no compartimos esta perspectiva. Contradice la esencia entera de nuestro folleto, el cual refuta la falsedad de que los policías son “trabajadores uniformados”, una patraña impulsada por socialistas reformistas de entonces y de ahora (entre ellos los sucesores de la tendencia Militante: el Comité por una Internacional de los Trabajadores de Peter Taaffe, así como la Corriente Marxista Internacional de Alan Woods y la Corriente Marxista Revolucionaria centrada en España, ambas de las cuales reclaman el legado del difunto Ted Grant). Los supuestos socialistas a veces citan el caso de Eichhorn para enfatizar su punto.

La realidad demuestra exactamente lo contrario. Muchos de los policías del káiser tiraron sus armas y huyeron cuando Eichhorn tomó el puesto, pero la mayoría regresó al trabajo cuando Eichhorn les solicitó que lo hicieran. Sí reclutó a un par de miles de policías “socialistas” a finales de diciembre para formar una nueva guardia de seguridad (la Sicherheitswehr), a la cual se le asignó patrullar las calles junto con la vieja policía. Pero la Sicherheitswehr abandonó a Eichhorn en medio de las tumultuosas batallas en torno a su despido, siendo sobornados con promesas de recompensa monetaria y temiendo a la perspectiva de un enfrentamiento con las tropas progubernamentales del ejército (ver Hsi-huey Liang, The Berlin Police Force in the Weimar Republic [La policía de Berlín en la República de Weimar, Universidad de California, 1970]).

La historia de la policía de Eichhorn subraya la afirmación de León Trotsky en ¿Y ahora? (1932) de que “el obrero, convertido en policía al servicio del estado capitalista, es un policía burgués y no un obrero”. Trotsky continuó: “todo policía sabe que los gobiernos pasan, pero la policía continúa”. Esto describe perfectamente los eventos de 1918-1919 en Berlín.

El pasado diciembre, el Comité Ejecutivo Internacional de la LCI votó corregir el error en el folleto, señalando:

“El rompimiento de los espartaquistas con la socialdemocracia había sido parcial, de manera notable en la cuestión del estado, como lo demostró su continua defensa de Eichhorn como presidente de la policía. Nosotros no habríamos llamado por la reinstalación de Eichhorn. Habríamos defendido a los obreros en el efímero levantamiento de enero de 1919 contra la campaña del SPD para aplastar a los consejos de obreros y soldados y desarmar al proletariado, al tiempo que habríamos luchado por ganar a los obreros a un entendimiento de que el estado capitalista es un instrumento de la represión burguesa que debe ser aplastado”.

El 5 de enero de 1919, Die Rote Fahne del KPD escribió, “la policía estaba tratando de ser una policía revolucionaria, más que servir activa o pasivamente a la contrarrevolución”, reforzando así en la clase obrera la falsa y extendida concepción de que Eichhorn y sus policías podían ser los garantes de la revolución. Esto está equivocado. Lo que debió decirse es que en un gobierno capitalista dirigido por el SPD a instancias de la contrarrevolución, la policía tenía que servir a la contrarrevolución.

Los espartaquistas alemanes tenían el deber de defender a las masas que tomaron las calles para protestar por el despido de Eichhorn. Al mismo tiempo, el carácter gigantesco de las manifestaciones indicaba que los obreros veían el hecho de tener un jefe de policía proveniente del USPD como una conquista de la revolución. Si se pudiera simplemente tomar los órganos existentes del estado burgués, no habría razón para que los obreros forjaran su propia fuerza insurreccional, una milicia obrera para barrer con ese estado.

Esta ilusión fatal ayudó a determinar el curso de los eventos en enero de 1919. Los obreros, muchos de los cuales estaban armados, no estaban organizados para luchar por el poder. Una vez que esto se hizo evidente, incluso las unidades militares con más simpatías por la revolución, como la División Naval del Pueblo, vacilaron. Se abrió la puerta para que la contrarrevolución pasara a la ofensiva.

Como V.I. Lenin explicó en El estado y la revolución (1917), el estado es “un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra”. Posteriormente en esta obra, que apunta en gran medida contra Kautsky y los de su calaña en la II Internacional, Lenin reiteró una lección clave que Karl Marx y Friedrich Engels sacaron de la experiencia de la Comuna de París de 1871: “la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines”. Lenin enfatizó: “La idea de Marx consiste en que la clase obrera debe destruir, romper ‘la máquina del estado tal y como está’”. Aunque los espartaquistas estaban bien familiarizados con el libro de Lenin, todavía no se habían deshecho de todo el viejo bagaje socialdemócrata cuando se encontraron cara a cara con la revolución.

La policía “socialista” de Eichhorn no tenía conexión alguna con el socialismo porque la clase obrera no había tomado el poder, instaurado un gobierno obrero y aplastado el estado capitalista. Bajo el capitalismo, la policía no puede ser “reformada” ni los ciudadanos la pueden “vigilar” para que actúe en el interés de los explotados y oprimidos. Junto con los tribunales y las prisiones, los policías tienen un trabajo que hacer: proteger y defender la propiedad privada y el sistema capitalista mismo.

Por una dirección revolucionaria

Aunque la insurrección obrera de enero es llamada el “Levantamiento Espartaquista”, el KPD no la anticipó ni la dirigió. En vez de eso, el nuevo partido se dejó llevar por la revuelta de masas. Liebknecht en particular quedó atrapado en el vacilante Comité Revolucionario controlado por el USPD. Una versión de los eventos dice que cuando Liebknecht volvió de la reunión donde se firmó la declaración que “deponía” al gobierno, Luxemburg le reprochó: “Karl, ¿es ése nuestro programa?”.

A lo largo de los años, los socialistas se habían adaptado profundamente a las restricciones estatales bajo el káiser. Por ejemplo, una ley aprobada en 1853 requería que en todas las reuniones políticas estuviera presente un agente de policía, quien podía terminar con la reunión a discreción. Los socialistas se acomodaron a ello, cambiando su lenguaje y su trabajo para ajustarse a la ley. Aunque cualquier organización habría tenido que tomar en cuenta la ley, crear una organización clandestina era parte de la respuesta necesaria que el SPD y sus predecesores directos no dieron.

En contraste, los bolcheviques habían desarrollado su fracción en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso aparte de los reformistas mencheviques. Mediante años de lucha, para 1917 los bolcheviques habían forjado un equipo de cuadros programática y organizativamente cohesionado, así como su propio aparato clandestino. A las pocas semanas de estallar la guerra, Lenin había resuelto escindirse de la socialdemócrata II Internacional y luchar por una nueva Internacional revolucionaria.

Los espartaquistas lucharon contra la guerra sobre una base internacionalista, pero el no haber apreciado el enorme golfo entre la revolución y el oportunismo los condujo a permanecer dentro de la socialdemocracia. Como lo puso Lenin después en su “Carta a los comunistas alemanes” (agosto de 1921): “Pero cuando se produjo la crisis, los obreros alemanes no tenían un auténtico partido revolucionario, debido al hecho de que la división se produjo demasiado tarde y debido al peso de la maldita tradición de ‘unidad’ con la venal (los Scheidemann, Legien, David y compañía) y cobarde (los Kautsky, Hilferding y compañía) banda de lacayos del capital”.

Desde los primeros días de la Revolución de Noviembre, el SPD vilipendió a “Espartaco”, pintándolo en Vorwärts como una banda de violadores e incendiarios y a Luxemburg como una bestia salvaje sedienta de sangre. Pero a pesar de que se estaba apretando el nudo de la soga, Luxemburg, Liebknecht y Jogiches se quedaron en Berlín. Sosteniendo todavía que la organización y conciencia necesarias brotarían de las masas mismas, y no pudiendo apreciar el carácter indispensable de la dirección, no salieron de la línea de fuego cuando tuvieron oportunidad. Esto fue muy diferente de lo que hizo Lenin, quien se retiró a Finlandia cuando las fuerzas contrarrevolucionarias ganaron predominancia temporalmente en Rusia en julio de 1917.

Alemania en 1918-1919 clamaba por un partido revolucionario templado como el de los bolcheviques, basado en la independencia absoluta de la clase obrera respecto al estado capitalista. Cuando los obreros se levantan en una lucha revolucionaria contra el dominio capitalista, deben tener sus propios cuerpos de autodefensa y sus propios órganos de dominación, bajo la dirección de los comunistas. Al calor de los eventos, la dirección del KPD se movía cada vez más hacia este entendimiento leninista, pero fue demasiado tarde. La sangrienta tragedia de enero de 1919 subraya el peligro de depositar confianza en la posibilidad de hacer uso del estado burgués para avanzar los intereses de la clase obrera, una ilusión que puede ser fatal para la revolución.

—Adaptado de Workers Vanguard No. 1060 (23 de enero de 2015)