Spartacist (edición en español) Número 38

Diciembre de 2013

 

Los neokautskianos: Reciclando la II Internacional

La bancarrota política de Karl Kautsky quedó definitivamente al descubierto al principio de la Primera Guerra Mundial, cuando apoyó el voto del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) a favor de los créditos de guerra, y en su papel subsecuente como ideólogo “de izquierda” de la contrarrevolución respaldada por el imperialismo contra la Revolución Bolchevique de 1917. Sus posiciones anticomunistas y su práctica parlamentaria reformista fueron completamente expuestas y demolidas en obras como El estado y la revolución (1917) y La revolución proletaria y el renegado Kautsky (1918) de Lenin y Terrorismo y comunismo (1920) de Trotsky, por nombrar sólo las más exhaustivas.

Hoy Kautsky es el nuevo héroe de todo un espectro de grupos reformistas de la izquierda, entre los que destacan los que están asociados a la revista Historical Materialism y a sus diversos proyectos de libros y conferencias. Un ejemplo de primer orden es la efusiva respuesta que recibió el libro Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record (Testigos de la revolución permanente: El registro documental, Chicago: Haymarket Books, 2011), una compilación de documentos escritos en la época de la Revolución Rusa de 1905 y publicados como parte de la Historical Materialism Book Series (Serie de Libros de Materialismo Histórico). Los editores, Richard B. Day y Daniel Gaido, expresan la esperanza de que su trabajo de dar a conocer materiales de Kautsky, hasta entonces no disponibles en inglés, “ayude a superar la visión estereotípica y errónea que se tiene de Kautsky como apóstol del quietismo y como reformista encubierto bajo un manto de fraseología revolucionaria”, que según ellos es una vieja “generalización precipitada que fue trazada a partir de las polémicas antibolcheviques de Kautsky después de 1917”.

Tras haber hecho causa común con el imperialismo “democrático” en contra de la Unión Soviética, gran parte de la izquierda (apenas) nominalmente marxista se siente cada vez más a gusto en la democracia parlamentaria burguesa. Estos oponentes del movimiento obrero revolucionario internacionalista son hostiles, en los hechos y cada vez más de palabra, a la Revolución Bolchevique y a su significación histórico-mundial como modelo para la revolución socialista. El bolchevismo se fortaleció con las ricas experiencias no sólo del movimiento revolucionario ruso, sino también de las mejores prácticas de todo el movimiento obrero europeo anterior a la Primera Guerra Mundial. Los neokautskianos contemporáneos desechan esa herencia para aplaudir las prácticas oportunistas de la socialdemocracia alemana. Para ello, intentan negar el vasto océano que separó a la III Internacional de la II.

Una reseña escrita por Paul LeBlanc, de la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional) de Estados Unidos, afirma que “es Karl Kautsky quien surge como el héroe teórico revolucionario” del libro, y añade: “La calidad de sus análisis marxistas —tal y como aparecen en estas páginas— es de alto calibre” (International Socialist Review, marzo-abril de 2012). Ben Lewis, del Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB), elogia al libro especialmente por refutar “el desprecio demasiado frecuente” con que se trata “el legado de Karl Kautsky y del ‘marxismo de la II Internacional’ de manera más general” (“Permanent Revolution and the Battle for Democracy” [La revolución permanente y la batalla por la democracia], Weekly Worker, 9 de agosto de 2012).

De entre el medio de Historical Materialism destacan los partidarios de la ISO, el Secretariado Unificado (S.U.) y el Socialist Workers Party (SWP) británico. El PCGB y otros promueven las opiniones de Lars T. Lih, un académico con base en Montreal que ha hecho carrera del negar que Lenin hubiera roto fundamentalmente con la concepción de Kautsky y la II Internacional del “partido de toda la clase”, es decir, de un partido que represente a la clase obrera entera.

Si bien a veces recurrió a una fraseología más izquierdista con respecto a la Rusia de 1904-06, Kautsky nunca dejó de cumplir en Alemania el papel que le era característico: el de aplacar a las fuerzas de izquierda al interior del SPD para facilitarle el trabajo a la derecha. Como señaló con ironía Paul Frölich en su biografía de Rosa Luxemburg de 1939, en ese periodo “Kautsky estaba siempre dispuesto a sacar conclusiones revolucionarias si éstas aplicaban a otros países, al pasado o al futuro distante” (Rosa Luxemburg: Her Life and Work [Rosa Luxemburg: Su vida y obra, Londres: Pluto Press, 1972]).

Day y Gaido se apoyan en omisiones, verdades a medias y distorsiones para robustecer las credenciales revolucionarias de Kautsky en el periodo anterior a 1914. Por ejemplo, en la introducción a su libro, afirman que en su obituario de Kautsky de 1938 Trotsky concluyó que “en el último análisis sólo fue ‘un semirrenegado’”. En realidad, la intención de Trotsky era subrayar la continuidad del oportunismo de Kautsky:

“Pero en lo que respecta a sí mismo solamente semirrenegó, por así decirlo, de su pasado: cuando los problemas de la lucha de clases se plantearon con toda su agudeza, Kautsky se vio obligado a llevar hasta las últimas conclusiones su oportunismo orgánico”.

— “Karl Kautsky” (noviembre de 1938)

De manera similar, Day y Gaido mencionan la condena del Congreso de Ámsterdam de la II Internacional en 1904 a la entrada del socialista francés Alexandre Millerand al gobierno burgués en 1899. Pero no dicen que el Congreso de París de 1900, donde la cuestión se planteó tajantemente, aprobó una resolución redactada por Kautsky que no condenaba a Millerand, sino que aprobaba semejante traición de clase siempre y cuando fuera un “expediente excepcional” (ver “Los principios marxistas y las tácticas electorales”, Spartacist No. 36, noviembre de 2009). Day y Gaido también afirman que Kautsky “enfrentó”, junto con Luxemburg, la dirigente de la izquierda del SPD, “a los revisionistas teóricos y sindicales de Alemania”. Pero no dicen que Kautsky abandonó a Luxemburg en la lucha de 1906 en torno a la huelga de masas, aceptando un pacto con la dirección sindical oportunista para sepultar la decisión de una conferencia partidista a favor de dicha táctica (ver Carl E. Schorske, German Social Democracy, 1905-1917 [La socialdemocracia alemana, 1905-1917; Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1955]).

Antes de 1914, los dirigentes de la socialdemocracia revolucionaria rusa consideraban a Kautsky el principal teórico marxista desde Engels y, en efecto, las obras históricas de Kautsky habían ayudado a educar a una generación de marxistas. Pero después, Lenin (y Trotsky un poco más tarde) empezó a rastrear las raíces de la perfidia de Kautsky en su historia política previa. En 1919, Lenin señaló que bajo la II Internacional el movimiento proletario había crecido en amplitud, pero “a costa de un descenso temporario del nivel revolucionario, de un fortalecimiento temporario del oportunismo, que en definitiva condujo a la ignominiosa bancarrota de esa Internacional” (“La III Internacional y su lugar en la historia”, abril de 1919). Luego continuó: “La III Internacional ha recogido los frutos de la labor de la II Internacional, ha eliminado de ella toda la basura oportunista, socialchovinista, burguesa y pequeñoburguesa, y ha comenzado a llevar a la práctica la dictadura del proletariado”.

Esa “basura” es lo que define a los diversos reformistas postsoviéticos que promueven la unidad sobre la base de la democracia liberal o cosas peores: grupos como el S.U., el SWP y la ISO apoyan a Syriza en Grecia, a Québec Solidaire en Canadá y más (por ejemplo, a la Hermandad Musulmana en Egipto). Lewis, vocero del PCGB, lo expresa bastante abiertamente: “La interpretación particularmente burda de la III Internacional que hace la izquierda contemporánea, combinada con su desdén por las tradiciones revolucionarias de la II Internacional, ha contribuido a traernos hasta donde nos encontramos hoy: organizados en un embrollo de proyectos de sectas que compiten entre sí sin prácticamente ninguna perspectiva inmediata de unidad en un partido revolucionario” (“Debating the Republic and Extreme Democracy” [Debatiendo la república y la democracia extrema], Weekly Worker, 17 de noviembre de 2011). Lewis espera infundirle un nuevo aliento a un “cadáver putrefacto”, como Rosa Luxemburg llamó con razón a la II Internacional.

Trotsky, Kautsky y la revolución permanente

Confundiendo el cretinismo parlamentario con la revolución permanente, Day y Gaido afirman que Kautsky “fue el primer marxista de Europa Occidental en emplear la teoría de la revolución permanente con respecto a los sucesos del Imperio Ruso”. Semejante conclusión no se deriva en absoluto de los ocho artículos de Kautsky incluidos en el libro. Si bien periódicamente usaba la frase “revolución permanente” al citar los escritos de Marx y Engels de la década de 1850, Kautsky nunca trascendió la concepción de una revolución democrático-burguesa radical en Rusia.

Para finales de 1905, Trotsky afirmaba categóricamente: “La revolución rusa, como hemos dicho ya, no permite el establecimiento de ningún tipo de orden burgués constitucional que pueda resolver siquiera las más elementales tareas de la democracia” y, añadía, “por la lógica misma de su posición” el proletariado en el poder “se verá obligado a avanzar directamente hacia prácticas colectivistas” (Prólogo a Karl Marx, Parizhskaya Kommuna [La Comuna de París], diciembre de 1905). En cambio Kautsky, incluso en su artículo que suena más radical, “Las fuerzas motrices de la revolución rusa y sus perspectivas” (noviembre de 1906), se basa en la “ambigüedad deliberada”, como admiten Day y Gaido. Si bien advertía contra las ilusiones en la burguesía liberal, Kautsky escribía que “parece impensable que la actual revolución en Rusia esté conduciendo ya a la introducción de un modo socialista de producción, incluso si lleva a la socialdemocracia a ocupar el poder temporalmente”.

Aunque Lenin forjó el partido que confirmaría en la práctica la perspectiva de la revolución permanente, Day y Gaido no lo incluyen entre sus “testigos”. Antes de 1917, Lenin tenía un entendimiento algebraico de la relación necesaria entre los obreros y los campesinos en el curso de la revolución rusa, expresado en su fórmula de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”. Pero el Partido Bolchevique se había forjado en constante oposición a la burguesía liberal y en el entendimiento de que los obreros debían armarse para un levantamiento revolucionario contra sus enemigos de clase. Así, para Lenin, el punto álgido de la Revolución de 1905 fue la insurrección de Moscú a finales de ese año.

Eso está lejísimos de Kautsky, cuyos escritos, ya desde principios de la década de 1890, están llenos de ilusiones parlamentarias y glorificación de la revolución pacífica. En “El parlamentarismo, los referéndums y la socialdemocracia” (1893), Kautsky escribió explícitamente: “Ya desde ahora va quedando claro que un régimen parlamentario genuino puede servir de instrumento tanto a la dictadura del proletariado como a la dictadura de la burguesía” (citado en Massimo Salvadori, Karl Kautsky and the Socialist Revolution, 1880-1938 [Karl Kautsky y la revolución socialista, 1880-1938; Londres: NLB, 1979]). En uno de los escritos incluidos en Witnesses to Permanent Revolution, Kautsky argumenta: “La revolución debe suceder con los métodos de la paz, no con los de la guerra” (“To What Extent Is the Communist Manifesto Obsolete?” [¿Hasta qué punto es obsoleto el Manifiesto Comunista?], 1903).

El año siguiente, en “Cuestiones revolucionarias” Kautsky descartaba la perspectiva de una insurrección armada en una respuesta a la polémica de Michal Lu´snia “¿Revolución desarmada?”. Como autoridad, Kautsky citó desvergonzadamente la introducción de Engels de 1895, falsificada por el SPD, a Las luchas de clases en Francia de Marx. Engels había protestado enérgicamente contra las modificaciones no autorizadas que sufrió su introducción; un ejemplo notable es la carta que dirigió a Kautsky el 1° de abril de 1895, en la que denunciaba el intento, por parte de los líderes del SPD, de “presentarme como un pacífico defensor de la legalidad quand même [a toda costa]”.

Las opiniones de Kautsky contrastan fuertemente con el entendimiento que desarrollaron Marx y Engels tras el aplastamiento de la Comuna de París de 1871, cuando concluyeron que el proletariado no podría simplemente tomar posesión de la maquinaria existente del estado capitalista, sino que debía destruirla mediante la revolución socialista. Comenzando con la crítica de Marx al Programa de Gotha de 1875 y su llamado por un “estado libre”, la dirigencia del partido alemán, con el acuerdo o la aceptación de Kautsky, suprimió o censuró diversos escritos de Marx y Engels en los que se criticaba la suavidad del SPD hacia el estado burgués.

Ésa es una de las “tradiciones de la II Internacional” que hoy adoptan los neokautskianos. Describiendo a la Comuna de París como “la república democrática de 1871”, Lewis del PCGB argumenta: “La cuestión del republicanismo importa porque para Kautsky ‘cuando era marxista’ —al igual que para Lenin, Marx y Engels— la república democrática (la elección anual de funcionarios, la revocabilidad, el salario de obrero para los burócratas, el pueblo en armas, etc.) era la culminación de las exigencias del programa mínimo, es decir, el dominio de la clase obrera. Por eso los soviets no son sino una forma de la república democrática. Lo decisivo es el contenido” (“Debating the Republic and Extreme Democracy”).

El contenido de todo esto es 100 por ciento democrático (burgués), ¡sin la menor señal de la expropiación política y económica de la burguesía! En una nota al pie, Lewis cita la introducción de Engels de 1891 a La guerra civil en Francia de Marx, pero sólo para ocultar lo que decía Engels. Explicando que “la fe supersticiosa en el estado”, que era aún evidente entre muchos obreros alemanes, hacía necesario enfatizar el punto de Marx de que la Comuna tenía que destruir el poder estatal previo, Engels escribió:

“Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la república democrática. En realidad, el estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía”.

Partido y programa

Mientras presentan engañosamente a Kautsky como un avatar de la revolución permanente y encubren su papel al servicio del oportunismo del SPD, Day y Gaido desdeñan la lucha de Lenin por un partido marxista disciplinado. Su introducción ataca la “autoritaria concepción de Lenin del control partidista centralizado”. Sin crítica alguna, citan las acusaciones contra Lenin por “fetichismo organizativo”, “sectarismo” y “culto a la personalidad” que lanzó David Riazánov, quien en 1901-03 dirigía el pequeño grupo oportunista Borba (Lucha) y se opuso a los bolcheviques hasta 1917. En esos años Trotsky lanzaba contra Lenin ataques similares, pese al abismo que separaba la perspectiva de Trotsky acerca de la revolución permanente del oportunismo menchevique a la cola de la burguesía liberal.

Por su parte, Lars Lih intenta trazar una continuidad ficticia entre Kautsky y Lenin en cuanto a la cuestión del partido a través de un árido análisis textual de un puñado de escritos de Lenin. Lih descarta la significación que tuvo la conferencia de Praga de 1912, en la que los bolcheviques, a los cuales se unieron unos cuantos de los “mencheviques propartido” de Gueorguii Plejánov, llevaron a cabo la escisión organizativa definitiva con el liquidacionismo menchevique. Pasando por alto toda la historia previa del bolchevismo desde 1903, Lih argumenta: “Lenin y los bolcheviques no se proponían organizar a su fracción como partido aparte; después de la conferencia negaron vehementemente que ésa fuera su intención, y al negarlo estaban justificados” (Lih, “Falling Out Over a Cliff” [Disputa al borde de un precipicio], Weekly Worker, 16 de febrero de 2012).

En un artículo anterior, Lih había tomado una postura similar respecto al llamado de Lenin por una nueva Internacional, la III, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, al afirmar: “Si uno toma los escritos de Lenin a partir de 1914 y los lee, se queda con la impresión de un rechazo total de la II Internacional y en particular de su principal representante teórico, Karl Kautsky” (Lih, “Lenin’s Aggressive Unoriginality, 1914-1916” [La agresiva falta de originalidad de Lenin, 1914-1916], Socialist Studies, otoño de 2009). Lih argumenta que ésta es una “impresión engañosa” y alega que “Lenin compartía aspectos centrales de su perspectiva con Kautsky y otros”: “Incluso el proyecto de escindir a la socialdemocracia en caso de que el oportunismo se volviera demasiado poderoso contaba con la autoridad de Kautsky”.

Ésta es una broma de mal gusto. Lo que Kautsky planteó como una posibilidad hipotética y distante al lidiar con la corriente revisionista del SPD personificada por Eduard Bernstein (de quien Kautsky jamás se escindió) se contrapone a lo que fue su práctica real, tanto antes como después de la Revolución de Octubre.

Decir que Lih no enfoca el desarrollo del bolchevismo de manera dialéctica sería arrojar perlas a los cerdos. Como señalamos en Lenin and the Vanguard Party (Lenin y el partido de vanguardia, folleto de Spartacist, 1978; segunda edición, 1997), el cual hace un recuento exhaustivo de la evolución del bolchevismo, para 1912 Lenin aún no había comprendido la significación histórico-mundial de la escisión con el menchevismo. Entonces, entendía “meramente” que el partido ruso no podría avanzar hacia la meta de la revolución socialista sin una ruptura plena y decisiva con el oportunismo. En 1914 Lenin generalizó su entendimiento en el plano internacional. Como escribimos: “A las pocas semanas del estallido de la guerra, Lenin estaba ya determinado a escindirse de los socialchovinistas y a trabajar por una internacional nueva y revolucionaria. Pero no presentó inmediatamente una explicación teórica (es decir, histórica y sociológica) de cómo y por qué los partidos de masas del proletariado de Europa Occidental habían sucumbido al oportunismo” (Ibíd.).

Totalmente ausente de los artículos de Lih que hemos citado está el hecho de que Lenin, ese hombre “falto de originalidad”, desarrolló un entendimiento teórico de por qué la escisión con las tendencias oportunistas era absolutamente esencial para el forjamiento de una internacional revolucionaria. Para principios de 1915, Lenin había comenzado a analizar la base material del oportunismo y el socialchovinismo en los países imperialistas: “Ciertas capas de la clase obrera (la burocracia del movimiento obrero y la aristocracia obrera, a cuyas manos iba a dar una reducida parte de los beneficios procedentes de la explotación de las colonias y de la situación privilegiada de sus ‘patrias’ en el mercado mundial), así como los compañeros de ruta pequeñoburgueses de los partidos socialistas, representaron el principal apoyo social a esas tendencias y fueron vehículo de la influencia burguesa sobre el proletariado” (“La Conferencia de las secciones del POSDR en el extranjero”, marzo de 1915).

Lih deja ver su juego cuando se solidariza con el líder menchevique Iulii Mártov (y con Kautsky) contra la Internacional Comunista (IC) y su vocero Grigorii Zinóviev en la conferencia de Halle de 1920 de los Socialdemócratas Independientes alemanes (USPD), cuya gran mayoría votó a favor de la afiliación a la IC. La introducción de Lih al discurso de Mártov llega a ser un endoso de sus posiciones, incluyendo su afirmación de que “la revolución rusa está enferma y no podrá curarse con sus propios medios” (Martov and Zinoviev: Head to Head in Halle [Mártov y Zinóviev: Frente a frente en Halle, Londres: November Publications, 2011]). Parafraseando a Zinóviev, Lih también condena tácitamente el argumento de que “el ‘centro’, representado por los independientes alemanes, era en el mejor de los casos terminalmente vacilante y, en el peor, cripto-oportunista”.

David North se une al coro

Colgados de los faldones de la camarilla antileninista de adoradores de Kautsky se encuentran los bandidos políticos de la World Socialist Web Site de David North. Aunque consigue hacer algunas críticas a las posiciones de Day y Gaido, la elogiosa reseña de North celebra que rehabiliten a Kautsky:

“Si debe enfatizarse la contribución vital que hizo Kautsky a la elaboración de Trotsky de la teoría de la revolución permanente, ello se debe a toda la tinta que ha desperdiciado la izquierda pequeñoburguesa y antimarxista en pos de sus esfuerzos por desacreditar del todo la herencia teórica del socialismo, en cuyo desarrollo Kautsky desempeñó un papel importante”.

— “A Significant Contribution to an Understanding of Permanent Revolution” [Una contribución significativa al entendimiento de la revolución permanente] (wsws.org, 19 de abril de 2010)

El artículo de North está lleno de alabanzas a la “larga carrera revolucionaria” de Kautsky y a sus “escritos revolucionarios”, a los que llama “notablemente perceptivos, visionarios y resueltos”. North llega a hacer la afirmación estrambótica de que “la denuncia al conjunto de la obra de Kautsky”, incluida la que han hecho “diversas variantes del radicalismo pequeñoburgués, viene de la derecha, y no está destinada a explicar la naturaleza y fuente objetiva de las debilidades de la socialdemocracia anterior a 1914, sino que se dirige contra su mayor fortaleza: el haberse apoyado en la clase obrera y el haber procurado educarla política y culturalmente”.

Sólo la torcida mentalidad de los northistas podía concebir la ficción de que “el conjunto” de la obra de Kautsky sufre el ataque de diversos “radicales pequeñoburgueses”. El hecho es que el propio North reza ante el altar de la socialdemocracia kautskiana (ver “El liberalismo burgués contra la Revolución de Octubre” en la página 4).

Es, pues, revelador que North dé tan poca importancia a la implacable lucha de Lenin por construir el partido bolchevique contra toda clase de oportunistas y conciliadores, incluyendo a Trotsky, entre los años 1905 y 1917, un periodo en el que los mencheviques se mostraron claramente como seguidistas de la burguesía liberal. En su libro In Defense of Leon Trotsky (En defensa de León Trotsky, Oak Park, Michigan: Mehring Books, 2010), North en efecto acude a defender a Trotsky...de Lenin: “En ese momento de la historia del movimiento socialdemócrata ruso, las identidades fraccionales eran mucho más fluidas de lo que serían para 1917. En efecto, la posición política de Trotsky se vio fortalecida por su relativa independencia de las principales fracciones políticas”.

Dejemos que el propio Trotsky responda a esta tontería. Refiriéndose al Bloque de Agosto de 1912, la cúspide de sus esfuerzos conciliadores, escribió:

“En la trayectoria general de la política me encontraba mucho más cerca de los bolcheviques. Pero estaba contra el ‘régimen’ leninista porque todavía no había llegado a comprender que para realizar la meta revolucionaria es indispensable un partido firmemente centralizado y unido...

“Sin importar el concepto de la revolución permanente que indudablemente revelaba la perspectiva correcta, no me había liberado en aquella época, especialmente en la esfera organizativa, de los rasgos del revolucionario pequeñoburgués. Estaba infectado con la enfermedad del conciliacionismo hacia el menchevismo, y de una actitud de desconfianza hacia el centralismo leninista”.

— “De un rasguño al peligro de gangrena”, En defensa del marxismo (1940)

Lenin logró trascender su inadecuado marco teórico y trazar la ruta hacia la revolución obrera en 1917, mientras que Trotsky puso fin a sus vacilaciones centristas sobre la cuestión del partido y se volvió un dirigente bolchevique clave. En el combate por el auténtico comunismo, es crucial retomar las lecciones de la lucha de Lenin por forjar un partido proletario de vanguardia. En cambio, resucitar el legado de Kautsky no puede llevar a los obreros sino a otro callejón sin salida “democrático”. Reconociendo que “Kautsky fue sin duda el principal teórico de la II Internacional”, en 1919 Trotsky resumió así su papel histórico:

“Aceptó el marxismo como un sistema ya hecho y lo popularizó como un profesor del socialismo científico. El apogeo de su actividad vino en medio de la profunda depresión entre el aplastamiento de la Comuna de París y la primera revolución rusa. El capitalismo se expandía con poderío invencible. Las organizaciones de la clase obrera crecieron casi de manera automática, pero la meta final, es decir, la tarea social revolucionaria del proletariado, quedó separada del movimiento mismo y llevó a una existencia puramente académica...

“Al mismo tiempo, la tensión en las relaciones internacionales entre los principales países capitalistas continuó incrementándose. El desenlace se acercaba. Y cada partido socialista estaba obligado a tomar una posición completamente clara: ¿Estaba con su propio estado nacional o contra él? Era necesario sacar la conclusión apropiada de la teoría revolucionaria o llevar el oportunismo práctico a su final lógico. Sin embargo, toda la autoridad de Kautsky descansaba en la reconciliación del oportunismo en la política con el marxismo en la teoría...

“La guerra llevó las cosas a un punto crítico, exponiendo la completa falsedad y podredumbre del kautskismo desde el primer día”.

— “Karl Kautsky”, marzo de 1919, Portraits, Political and Personal (Retratos, políticos y personales; Nueva York: Pathfinder Press, 1977)