Spartacist (edición en español) Número 36 |
Noviembre de 2009 |
La mujer obrera y las contradicciones de China hoy día
¡Defender a China contra el imperialismo
y la contrarrevolución!
¡Por la revolución política obrera!
(Mujer y Revolución)
Traducido de Spartacist (Edición en inglés) No. 61, primavera de 2009, aunque incorpora una corrección factual menor.
La situación de la mujer hoy día en China es un indicador preciso de las enormes contradicciones en esa sociedad, un estado obrero burocráticamente deformado que los trotskistas defendemos incondicionalmente contra el imperialismo y la contrarrevolución social interna. En las condiciones de la mujer en China vemos las enormes conquistas de la Revolución de 1949, que contrastan con la vieja China atrasada, tradicionalista y dominada por el imperialismo. La destrucción del dominio de la clase capitalista sentó las bases para un vasto incremento de la producción social, los estándares de vida y los derechos de la mujer, y sacó a cientos de millones de mujeres y hombres chinos del atraso rural para integrarlos a la fuerza de trabajo de una sociedad cada vez más industrial.
El avance de China desde la Revolución de 1949 y la subsecuente colectivización de la economía, basada en la expropiación de la burguesía como clase, muestran las enormes ventajas de una economía cuya fuerza motriz no es la producción para la ganancia privada. Hasta la caída económica mundial de 2008, la tasa de crecimiento económico anual de China fue en promedio 10 por ciento a lo largo de dos décadas. Alrededor del 40 por ciento de la población está ya urbanizada. Más de la mitad de los trabajadores están empleados en la manufactura, el transporte, la construcción y el servicio público. Éstos son avances progresistas de gran significado histórico que superaron ampliamente el crecimiento de las neocolonias capitalistas de Asia. La India, por ejemplo, obtuvo su independencia nacional poco antes de la Revolución China, pero su economía siguió siendo capitalista. El producto interno bruto per cápita de la India apenas alcanza actualmente la mitad del de China, mientras que la tasa de pobreza de China es menos de la mitad de la de la India. El índice de malnutrición infantil en China es una cuarta parte del de la India. En China, casi el 90 por ciento de las mujeres saben leer y escribir, el doble de la tasa de la India.
La tasa de crecimiento de China ha sido particularmente dramática en contraste con las economías estancadas o en declive del Occidente capitalista y de Japón. Sin embargo, China de ninguna manera está completamente aislada de la irracionalidad destructiva del mercado capitalista mundial. El actual colapso financiero global ya ha tenido efectos adversos sobre la economía china. En particular, grandes números de obreros en las fábricas de propiedad privada que producen bienes destinados a la exportación para los consumidores en el “Primer Mundo” —como juguetes, ropa y artículos de consumo— perdieron sus empleos en 2008.
De manera más fundamental, China sigue siendo un estado obrero nacionalmente aislado con un amplio sector campesino en la pobreza. La reserva de capital por persona es 30 veces mayor en EE.UU. y Japón que en China. Esta persistente escasez material es una barrera fundamental para la liberación de las mujeres y los demás trabajadores de China. Una sociedad comunista puede ser construida sólo sobre la base de la tecnología más moderna y una división del trabajo internacional, lo que requiere revoluciones proletarias en al menos varios de los países capitalistas más avanzados. Pero desde Mao Zedong hasta Deng Xiaoping y sus sucesores, incluido el actual régimen de Hu Jintao, los dirigentes del Partido Comunista Chino (PCCh) han predicado la noción profundamente antimarxista de que el socialismo puede ser construido en un solo país. En la práctica, “el socialismo en un solo país” ha significado concesiones al imperialismo y oposición a la perspectiva de la revolución obrera internacional.
El socialismo —una sociedad igualitaria sin clases— no puede ser construido en un solo país sino únicamente a través de un salto enorme en la productividad dentro del marco de una economía planificada internacional. Como explicó Karl Marx: “El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado” (Crítica del programa de Gotha, 1875). La emancipación de la mujer requiere la sustitución de la opresiva familia patriarcal con la colectivización del cuidado de los niños y el trabajo doméstico. Hoy en día, la abrumadora mayoría de las mujeres chinas continúan atrapadas en la institución de la familia, en donde las trabajadoras están sujetas a la “doble jornada”: el trabajo doméstico después de su jornada laboral. La reivindicación por parte de los estalinistas de la familia como parte integral de una sociedad socialista agrega una barrera ideológica al obstáculo de por sí formidable de la escasez material.
La situación de las dagongmei (hermanas trabajadoras)—las decenas de millones de jóvenes mujeres de extracción campesina que han migrado a las ciudades para trabajar en empresas capitalistas, en su mayoría de propiedad extranjera— muestra estas contradicciones con particular agudeza. Una parte central de las “reformas” de mercado llevadas a cabo durante las últimas tres décadas por el PCCh gobernante fue la creación de las Zonas Económicas Especiales y otras áreas donde los obreros son explotados brutalmente en fábricas propiedad de capitalistas chinos de ultramar de Taiwán y Hong Kong, y de empresas estadounidenses, de Europa Occidental, japonesas y sudcoreanas. Estas empresas dependen de una fuerza laboral que consiste principalmente en migrantes provenientes del relativamente empobrecido campo de China.
En agosto de 2008, el sitio de Internet Stratfor calculaba que había entre 150 y 200 millones de estos trabajadores migrantes, la “población flotante”. Las líneas de ensamblaje de Dongguan en el Delta del Río Perla, una de las ciudades fabriles más grandes de China, por ejemplo, han sido un polo de atracción para jóvenes no calificados, y se calcula que están compuestas por mujeres en un 70 por ciento, aunque a escala nacional la mayoría son hombres. Estas mujeres solteras, la mayoría alrededor de los 20 años, abandonan por primera vez las condiciones embrutecedoras de la familia campesina tradicional para entrar a la producción social colectiva y, en algunos casos, a la lucha social colectiva.
Esta amplia fuerza de trabajo migrante complementa al estratégico y poderoso proletariado del sector de la industria pesada en China, en su mayoría de propiedad estatal. La perspectiva presentada en gran parte de los medios capitalistas, a la que hace eco la izquierda reformista, que muestra a China como un enorme taller de superexplotación dedicado a la manufactura ligera de exportación es falsa. También lo es la afirmación por parte de los grupos de la izquierda reformista de que China ha sido de algún modo transformada en un estado capitalista. A pesar de las grandes incursiones de los capitalistas imperialistas y chinos, tanto de ultramar como del país, los sectores clave de la economía china permanecen bajo la propiedad y el control estatal, al igual que el sistema bancario. Las empresas de propiedad estatal, directamente controladas por los ministerios centrales en Beijing, generan una tercera parte del producto nacional total de China. Y esa tercera parte constituye el núcleo estratégico de la economía industrial del país.
Durante más de una década, China se ha mantenido como el más grande productor de acero del mundo y actualmente genera una tercera parte de la producción mundial. El desarrollo masivo de la infraestructura —trenes, carreteras, transporte público— ha sido posible sólo gracias a la economía colectivizada. En respuesta al terremoto de Sichuan de mayo del 2008, el régimen puso en marcha planes para construir más de un millón de viviendas prefabricadas en tres meses, proporcionar comida a cinco millones de damnificados y reconstruir o reubicar los poblados y ciudades que fueron destruidos. Cientos de fábricas de propiedad estatal fueron orientadas a cumplir estas tareas y se ordenó que las grandes empresas estatales incrementaran la producción de los materiales necesarios. El contraste con el trato racista y antiobrero que mostraron los gobernantes capitalistas estadounidenses hacia las víctimas del Huracán Katrina, en su mayoría negras, es evidente por sí mismo.
Sin embargo, aunque el rápido crecimiento económico ha mejorado la vida de millones de chinos, la brecha entre ricos y pobres y entre la ciudad y el campo se ha ensanchado. Actualmente hay más recursos disponibles para satisfacer las necesidades básicas de la población, pero la burocracia gobernante ha privado de fondos a los servicios públicos de salud y a la educación primaria. La creciente desigualdad y el deterioro de los servicios sociales han alimentado protestas generalizadas. Las luchas obreras abundan: contra los cierres, contra la falta de pago de salarios, pensiones y prestaciones en las empresas estatales y contra las condiciones de explotación brutal en el sector privado. En las áreas rurales abundan las protestas campesinas contra las apropiaciones ilegales de tierras por parte de funcionarios locales, la corrupción, la contaminación y otros abusos. Tras el terremoto de Sichuan, padres y abuelos estremecidos por la pena organizaron manifestaciones contra la corrupción en torno a las escuelas mal construidas que colapsaron y mataron a varios miles de niños.
China necesita una revolución política proletaria dirigida por un partido revolucionario marxista (es decir, leninista-trotskista) para barrer con la burocracia estalinista, una casta parasitaria dominante. El gobierno burocrático debe ser remplazado por el dominio de consejos elegidos de obreros y campesinos comprometidos con la lucha por la revolución socialista internacional. La fuerza motriz de una revolución política de este tipo ha sido mostrada en las luchas defensivas de masas del proletariado chino, tales como la revuelta de 20 mil mineros y sus familias en Yangjiazhangzi, una ciudad industrial del noreste, en el año 2000. Mientras los mineros quemaban coches y levantaban barricadas en las calles para protestar contra la venta de una mina de molibdeno, de propiedad estatal, a los compinches de la administración, uno de ellos dijo amargamente: “Los mineros hemos estado aquí trabajando por China, por el Partido Comunista desde la revolución. Y ahora, de repente, mi parte de la mina es privada” (Washington Post, 5 de abril de 2000). Estos obreros entendieron que tal propiedad estatal pertenece a la clase obrera. ¿Quién le dio a los administradores derecho de venderla?
Tomando su lugar al lado de los batallones pesados del proletariado industrial en el sector estatal, los trabajadores migrantes —hombres y mujeres— en las empresas capitalistas pueden desempeñar un papel importante en la lucha por defender y extender las conquistas de la Revolución de 1949.
Existe un solo camino hacia la modernización social y económica de China y la correspondiente liberación plena de la mujer: el camino de la revolución proletaria internacional. Sólo la destrucción del dominio de la clase capitalista, en los centros económicamente más desarrollados del imperialismo mundial, puede sentar las bases materiales para acabar con la escasez y mejorar cualitativamente la calidad de vida de todos, a través de la creación de una economía planificada mundial en donde la producción social ya no sea para la ganancia privada. Un gobierno obrero y campesino en China promovería la igualdad social y económica para las mujeres en todos los aspectos de la vida, entendiendo al mismo tiempo que su completa liberación —y la de toda la humanidad— depende de la lucha por derrocar el dominio burgués a escala mundial y del vasto avance de la producción social resultante.
Los imperialistas ponen a China en la mira de la contrarrevolución
Desde la Revolución de 1949 y la Guerra de Corea de 1950-53 hasta el ininterrumpido flujo de armas a Taiwán, el imperialismo estadounidense jamás ha cesado en su ofensiva para derrocar al estado obrero deformado chino y recuperar la China continental para la explotación capitalista sin límites. Desde la destrucción de la Unión Soviética, resultado de la contrarrevolución capitalista en 1991-92, Estados Unidos y otras potencias imperialistas han hecho de China un blanco estratégico. Las bases estadounidenses en el Asia Central son parte de un intento de rodear a China con instalaciones militares estadounidenses. El Pentágono ha conducido activamente un programa de “defensa” antimisiles para neutralizar toda respuesta china a un primer ataque nuclear estadounidense. En 2005, EE.UU. convino un pacto con Japón para defender a Taiwán, un bastión de la burguesía china de ultramar.
Apoyamos el desarrollo de arsenales nucleares por parte de China y Corea del Norte como parte de la conservación de una medida disuasiva necesaria contra el chantaje nuclear imperialista. En una declaración conjunta que proclamaba “¡Abajo la alianza contrarrevolucionaria de EE.UU. y Japón!”, las secciones estadounidense y japonesa de la Liga Comunista Internacional escribieron: “estamos por la defensa militar incondicional de China y Corea del Norte —igual que de los otros estados obreros deformados restantes, Vietnam y Cuba— contra el ataque imperialista y la contrarrevolución capitalista interna... Nos oponemos al plan de reunificación con Taiwán de los estalinistas, encarnado en ‘un país, dos sistemas’. En cambio, promovemos un programa para la reunificación revolucionaria de China, que requiere de una revolución política obrera contra la burocracia estalinista en la China continental, una revolución proletaria socialista en Taiwán para derrocar y expropiar a la burguesía, y la expropiación de los capitalistas de Hong Kong” (“Defend the Chinese and North Korean Workers States!” [¡Defender a los estados obreros chino y norcoreano!], Workers Vanguard No. 844, 18 de marzo de 2005). En agudo contraste con la izquierda reformista internacional, también denunciamos las campañas de los imperialistas para “liberar al Tíbet” y por “los derechos humanos”, que están diseñadas para alentar a la opinión pública anticomunista contra la República Popular.
El régimen estalinista bonapartista en Beijing es un obstáculo para la defensa y extensión de las conquistas revolucionarias. El PCCh que bajo Mao dirigió la Revolución de 1949 estaba basado en el campesinado, no en la clase obrera; por ello, la Revolución dio como resultado un estado obrero deformado. El PCCh estalinista se cohesionó en una casta burocrática privilegiada que descansa de forma parasitaria sobre una economía que fue colectivizada poco después. Esta burocracia no desempeña ningún papel esencial en la producción social. Mantiene su posición privilegiada a través de una mezcla de represión y concesiones periódicas a sectores obreros intranquilos. Los oponentes del régimen estalinista se enfrentan no sólo al encarcelamiento, sino además al terrorismo estatal de la pena de muerte, consagrada en el código penal del país. Como marxistas nos oponemos a la institución de la pena capital por principio, tanto en los estados obreros deformados como en los países capitalistas.
Bajo la mira hostil del imperialismo estadounidense, el régimen de Mao adoptó inicialmente una postura “antiimperialista”, pero ésta se tradujo en la conciliación con regímenes nacionalistas burgueses en Asia y otros lugares y la promoción de los mismos. Mao respaldó el apoyo por parte del PC indonesio al gobierno capitalista de Sukarno, una desastrosa política de colaboración de clases que allanó el camino para la masacre de más de un millón de comunistas, obreros y campesinos por parte del ejército en 1965. En esos años estallaron las tensiones emergentes entre las burocracias nacionalistas de Moscú y Beijing, provocando una amarga escisión entre ambos regímenes en los años sesenta. Para principios de los setenta, Mao ya había forjado una alianza criminal con el imperialismo estadounidense contra la Unión Soviética, incluso mientras EE.UU. bombardeaba a los heroicos obreros y campesinos vietnamitas.
Para el momento de la muerte de Mao en 1976, China había construido un sector de industria pesada sustancial, pero aún era una sociedad abrumadoramente rural. La producción agrícola seguía siendo tecnológicamente atrasada y una amplia parte del campesinado vivía en la total miseria. La introducción de las “reformas” de mercado bajo Deng en 1978 siguió un patrón inherente al dominio bonapartista estalinista. Para funcionar de manera efectiva, una economía centralmente planificada debe ser administrada por un gobierno de consejos obreros democráticamente electos. Pero los gobernantes estalinistas son hostiles a cualquier expresión de democracia obrera, sustituyéndola con decretos administrativos arbitrarios. A la luz de los desequilibrios inherentes a una economía planificada administrada burocráticamente, hay una tendencia por parte de los regímenes estalinistas a remplazar la planificación y la administración centralizadas con los mecanismos del mercado. Dado que los administradores y los obreros no pueden estar sujetos a la disciplina de la democracia soviética (consejos obreros), la burocracia considera cada vez más que la sujeción de los actores económicos a la disciplina de la competencia de mercado es la única solución para la ineficiencia económica (ver el folleto espartaquista, “Market Socialism” in Eastern Europe [El “socialismo de mercado” en Europa Oriental], julio de 1988).
Las políticas adoptadas por la burocracia del PCCh han fortalecido enormemente las fuerzas de la contrarrevolución al interior de China, generando una nueva clase de ricos empresarios capitalistas chinos y una capa tecnocrática-gerencial, que disfrutan de un estilo de vida privilegiado. El nacionalismo de la “Gran China” (que coincide con el chovinismo Han) promovido por la burocracia dominante sirve para justificar el crecimiento de estas fuerzas de clase hostiles, al tiempo que infecta a las masas obreras y campesinas con ideología nacionalista burguesa. Este venenoso nacionalismo —salpicado con retórica ocasional sobre una sociedad socialista “armónica”—, compartido por los regímenes de Mao, Deng y Hu, es utilizado para alcanzar la cohesión social. Tanto el comandismo burocrático al estilo de Mao como el látigo del mercado utilizado por Deng y sus sucesores se encuentran enteramente dentro del marco del nacionalismo estalinista; ambos son hostiles y están contrapuestos a la democracia obrera y a la perspectiva esencial de la revolución socialista internacional. El partido obrero revolucionario necesario para dirigir una revolución política proletaria a la victoria sólo puede ser construido en irreconciliable oposición al nacionalismo inherente al estalinismo.
El camino revolucionario internacional hacia la liberación de la mujer
Los marxistas entendemos que la institución de la familia no es inmutable y eterna, sino una relación social sujeta al cambio histórico. En su obra clásica de 1884, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Friedrich Engels identificó el origen de la familia y el estado en la división de la sociedad en clases. Con el incremento del excedente social más allá de la subsistencia básica gracias al desarrollo de la agricultura, pudo desarrollarse una clase dominante ociosa fundamentada en la apropiación privada de ese excedente, sacando así a la humanidad del igualitarismo primitivo de la Antigua Edad de Piedra (Paleolítico). La centralidad de la familia comenzó con su papel en la transmisión de la propiedad a través de la herencia, lo que requería subordinación social y monogamia sexual por parte de las mujeres. En los 10 mil años desde el advenimiento de la sociedad de clases, la familia ha asumido muchas formas —desde la poligamia, hasta la familia extendida y la nuclear—, como reflejo de las distintas economías políticas y sus religiones. La opresión de la mujer, sin embargo, es una característica fundamental de todas las sociedades de clases.
Las políticas hacia las mujeres oprimidas de Rusia adoptadas por el gobierno soviético en sus primeros años, bajo V.I. Lenin y León Trotsky, eran un componente integral del programa libertador e internacionalista del marxismo. El estado soviético en sus primeros años era un país atrasado económicamente, en el que la subyugación de la mujer tenía profundas raíces en las relaciones productivas de una sociedad mayoritariamente campesina basada en el trabajo familiar. Además, la economía urbana industrial de la Rusia soviética había sido devastada por siete años de guerra, primero imperialista y después civil, que habían causado estragos en las filas de los obreros urbanos que hicieron la revolución. Sin embargo, frente a esta dura situación, los bolcheviques hicieron todo lo posible para llevar a cabo una mejora general de las condiciones de las mujeres. De forma simultánea, lucharon con todas sus fuerzas para romper el aislamiento del joven estado obrero, construyendo la Internacional Comunista (IC o Comintern) para promover y dirigir la lucha por la revolución proletaria mundial.
La legislación soviética de primera época otorgó a las mujeres completa igualdad en todas las esferas, incluyendo el derecho al voto, al divorcio y a la propiedad. La iglesia ortodoxa dominante fue oficialmente separada de todo poder estatal, en tanto que un decreto estableció la no injerencia del gobierno en todo asunto sexual que fuera privado y consensual. Los bolcheviques, no obstante, sabían que medidas democráticas como ésas eran insuficientes. Como enfatizó Lenin en un discurso de 1919 a las mujeres obreras: “Debido a sus tareas domésticas, la situación de la mujer sigue siendo penosa. Para lograr la total emancipación de la mujer y su igualdad real y efectiva con el hombre, es necesario que la economía nacional sea socializada y que la mujer participe en el trabajo general de producción” (“Las tareas del movimiento obrero femenino en la República Soviética”, septiembre de 1919).
El régimen soviético de los primeros años adoptó medidas de largo alcance para liberar a las mujeres de la esclavitud doméstica, entre ellas guarderías colectivas y cocinas comunales. Estas medidas, sin embargo, se estrellaron contra las barreras de la pobreza. El aborto libre y gratuito, por ejemplo, se convirtió en ley en 1920, pero el país carecía de los doctores, la medicina y los hospitales necesarios para proporcionar abortos a todas las que los solicitaran, particularmente en el campo. Se daba preferencia a las obreras, lo que ocasionaba grandes dificultades a las mujeres que eran rechazadas.
Los líderes bolcheviques entendían que el avance hacia el socialismo y la emancipación de la mujer de la opresión de la familia requerían de un enorme salto en la producción social, y por ello esperaban que pronto hubiera revoluciones en Europa Central y Occidental. Sin embargo, con la derrota de una oleada de convulsiones obreras en la estela de la Revolución Bolchevique, particularmente en Alemania en 1923, las masas trabajadoras fueron presa de la desmoralización. El aislamiento, la pobreza y la derrota impulsaron el ascenso de una casta burocrática conservadora alrededor de Iosif Stalin, que comenzó a controlar al Partido Comunista y al estado soviéticos para principios de 1924. Ese mismo año, la burocracia estalinista enarboló por primera vez el dogma nacionalista del “socialismo en un solo país” y, conforme consolidaba su poder en los años subsecuentes, fue abandonando la lucha por la revolución mundial. Esto habría de tener un impacto directo sobre el destino de la Revolución China de 1925-27. En su país, los estalinistas soviéticos revirtieron muchas de las conquistas obtenidas por las mujeres a través de la revolución. En 1936, el aborto fue ilegalizado y se declaró que la liberación de la mujer consistía en la “reconstrucción de la familia sobre una nueva base socialista” (tratamos este tema extensamente en “La Revolución Rusa y la emancipación de la mujer”, Spartacist No. 34, noviembre de 2006).
En su devastadora acusación de 1936 contra la burocracia, La revolución traicionada, León Trotsky explicó por qué los estalinistas habían acabado glorificando la opresiva institución de la familia. Enfatizando el atraso material de la Unión Soviética, Trotsky escribió: “La familia no puede ser abolida: hay que remplazarla. La emancipación verdadera de la mujer es imposible en el terreno de la ‘miseria socializada’”. Y continuó:
“En lugar de decir: Aún somos demasiado indigentes y demasiado incultos para establecer relaciones socialistas entre los hombres, nuestros hijos lo harán, los jefes del régimen recogen los trastos rotos de la familia e imponen, bajo la amenaza de los peores rigores, el dogma de la familia, fundamento sagrado del ‘socialismo triunfante’. Se mide con pena la profundidad de este retroceso”.
La polémica de Trotsky aplica con igual fuerza a los gobernantes estalinistas de China que, cuando emergió de la Revolución de 1949, estaba aun más atrasada que Rusia. Siguiendo el dogma estalinista, el PCCh gobernante también glorifica la familia como una institución “socialista”. A pesar de toda la retórica sobre la “igualdad”, las mujeres aún no reciben pago igual por trabajo igual, ni tienen acceso a los empleos altamente calificados o a la capacitación necesaria. En cambio, se inculcan en las masas los “valores familiares” chinos. Los programas de televisión chinos muestran historias alabando a los “hijos devotos”, quienes hacen enormes sacrificios para ocuparse de sus padres en la vejez. La Federación Nacional de Mujeres de China ofrece premios para las “diez madres más ejemplares” y para las “familias con cinco virtudes”.
China y la Revolución Permanente
La degradación extrema de las mujeres en la vieja China era integral al código confuciano que mantenía a la población china aplastada bajo tradiciones antiguas y relaciones sociales precapitalistas. La China confuciana tradicional, un ejemplo clásico de la integración entre las instituciones de la familia, las clases y el estado, exigía obediencia filial al padre, al terrateniente y al emperador. Para una mujer, eso significaba subyugación absoluta. No podía heredar o poseer tierra. Se le educaba para que fuera no sólo sumisa, sino invisible. Dominada por su padre, su esposo o su hijo, podía ser vendida para el matrimonio, el concubinato o la prostitución. Aunque la práctica deformante del vendaje de pies para impedir su crecimiento comenzó como una costumbre entre las clases altas, para el siglo XIX ya era “vigorosamente aceptada entre la pequeña nobleza y emulada en lo posible por el campesinado. Conforme se fue filtrando hacia las masas campesinas, la norma de los pies vendados perdió sus asociaciones elitistas y, en muchas partes de China, se convirtió en un criterio esencial para que una mujer pudiera casarse” (Susan Greenhalgh, “Bound Feet, Hobbled Lives: Women in Old China”, Frontiers: A Journal of Women Studies [“Pies vendados, vidas lisiadas: Las mujeres en la vieja China”, Fronteras: Una revista de estudios sobre la mujer], primavera de 1977).
Los marxistas consideramos que los logros históricos como la revolución agraria y los derechos democráticos básicos para las mujeres —como el de escoger un marido o poseer propiedad— eran tarea de las revoluciones democrático-burguesas, como las que ocurrieron en Europa a partir del siglo XVII. Pero China no podía seguir ese camino. Su burguesía nativa era demasiado débil, corrupta y dependiente del imperialismo, estaba demasiado conectada con los terratenientes rurales y tenía demasiado miedo de la clase obrera y las masas campesinas para resolver tareas democrático-burguesas como la liberación nacional y el aplastamiento de la clase terrateniente tradicionalista que oprimía y explotaba al campesinado.
En 1911, la Primera Revolución China condujo al derrocamiento de la dinastía Qing (manchú) por parte de un movimiento republicano nacionalista burgués. El nacionalista Guomindang (GMD), fundado al año siguiente, lidió con algunos aspectos de la espantosa situación de la mujer —oponiéndose, por ejemplo, al vendaje de pies— porque cualquier intento de modernizar la sociedad china acababa estrellándose con la cuestión de la mujer. Sin embargo, la Revolución de 1911, llevada a cabo con la ayuda de las potencias imperialistas, dejó al país dividido y bajo el dominio de los señores de la guerra y los imperialistas.
Durante la Primera Guerra Mundial y al terminar ésta, China fue testigo del desarrollo de la producción industrial, acompañada de un diminuto pero poderoso proletariado. Las mujeres obreras constituían una parte significativa de esta fuerza laboral, que para 1919 sumaba 1.5 millones de obreros, concentrados en grandes empresas en los centros urbanos. De ese modo, China se convirtió en un óptimo ejemplo del desarrollo desigual y combinado: la industria más avanzada dominaba las ciudades en crecimiento, mientras que en el vasto campo reinaban condiciones de miseria feudal. Esto planteó agudamente el programa de la revolución permanente, originalmente desarrollado por Trotsky para las condiciones particulares de la Rusia zarista, que sostiene que la realización de las tareas de la revolución democrática en los países de desarrollo capitalista atrasado es concebible sólo bajo la forma de la dictadura del proletariado apoyada por las masas de campesinos oprimidos.
Sólo la conquista del poder por parte del proletariado, que colocaría necesariamente las tareas socialistas en el orden del día, y la lucha por extender el dominio obrero a los países capitalistas avanzados, podrían liberar a China de sus cadenas. La posibilidad de una revolución de este tipo en China comenzó a perfilarse en 1919, cuando China estalló políticamente con el Movimiento del 4 de Mayo, una convulsión social centrada en los estudiantes contra la subyugación y la división del país por parte de los imperialistas. De allí vino la formación del Partido Comunista en1921, bajo la dirección de Chen Duxiu, un destacado intelectual chino que, inspirado por la Revolución Rusa de 1917, había encontrado su camino del liberalismo radical al marxismo. El partido tuvo un crecimiento constante por varios años, que se convirtió en explosivo después del estallido de la Segunda Revolución China en 1925, cuando se ganó la lealtad de cientos de miles de obreros y de algunas capas de la intelectualidad urbana radicalizada.
El PCCh de primera época hizo enormes esfuerzos para ganarse a las mujeres chinas. Enfatizó el entendimiento materialista de que la opresión de la mujer tenía sus raíces en la institución de la familia y sólo podía ser erradicada mediante la superación del atraso de la sociedad china entera. Incluso antes del congreso de fundación del PCCh, los comunistas de Guangzhou publicaban ya un periódico orientado hacia las mujeres, El trabajo y la mujer. En 1922, el PCCh estableció un comité para supervisar el trabajo entre las mujeres, que seguía el modelo de la sección del Partido Bolchevique para el trabajo entre las mujeres. Inicialmente, éste se encontraba concentrado en Shangai, donde las mujeres constituían más de la mitad de la clase obrera.
Sin embargo, el impulso inicial del PCCh de buscar una solución proletaria revolucionaria en la línea de la Revolución Bolchevique fue revertido rápidamente. En 1922 un representante de la Comintern instruyó al PCCh a que se uniera al Guomindang nacionalista burgués. A lo largo de los dos o tres años siguientes, esto se transformó en una liquidación completa del joven partido obrero. Ello significó la resurrección de una variante retrógrada de la teoría menchevique de la “revolución por etapas”, que había sido refutada por la Revolución Bolchevique en la Rusia zarista: subordinar los intereses del proletariado a los de una imaginaria burguesía “progresista”, que estaba de hecho atada a los imperialistas y los terratenientes. Trotsky luchó dentro de la Comintern contra la liquidación política del PCCh; un amplio sector de la dirigencia del partido chino, incluyendo a Chen Duxiu, también se opuso inicialmente a esta política desastrosa.
La masacre de Shangai de 1927 marcó la sangrienta derrota de la Segunda Revolución China, cuando el GMD bajo Chiang Kai-shek decapitó a la vanguardia de la clase obrera china, matando a decenas de miles y aplastando las organizaciones del proletariado. Un terror particularmente salvaje fue destinado a las organizaciones para el trabajo entre las mujeres dirigidas por comunistas, las cuales amenazaban los pilares —clase y familia— de la burguesía china. Miles de activistas comunistas fueron violadas, torturadas y asesinadas por el “crimen” de usar el cabello corto o “ropa de hombre”.
El desastre de 1927 llevó a Trotsky a concluir que la teoría de la revolución permanente aplicaba en general a los países de desarrollo capitalista atrasado con una concentración proletaria suficiente (ver “El desarrollo y la extensión de la teoría de la revolución permanente de León Trotsky”, Espartaco No. 29, primavera de 2008). Trotsky escribió ampliamente sobre la crisis en China y resumió las implicaciones internacionales que tuvo la promulgación por parte de la Comintern estalinizada del “socialismo en un solo país” en su Crítica al proyecto de programa de la Internacional Comunista de 1928, publicada más tarde en La Internacional Comunista después de Lenin (Madrid: Akal Editor, 1977) [también conocido como Stalin, El gran organizador de derrotas]. A su lucha contra la colaboración de clases y por la independencia de clase del proletariado frente a todas las alas de la burguesía se sumaron cientos de jóvenes comunistas chinos que estudiaban en Moscú y elementos clave del PCCh, incluyendo a Chen Duxiu, quien se convirtió en el dirigente central del trotskismo chino.
El ascenso de Mao a la dirección del PCCh tuvo lugar a lo largo de unos pocos años a partir de entonces. Al abandonar las ciudades para seguir la vía de la guerra de guerrillas campesina, el PCCh cambió su naturaleza misma (ver Benjamin I. Schwartz, Chinese Communism and the Rise of Mao [El comunismo chino y el ascenso de Mao, Nueva York: Harper and Row, 1967]). Como lo puso Trotsky, el partido se separó de la clase. En los años 30, el PCCh se convirtió en una fuerza militar basada en el campesinado con una dirección pequeñoburguesa desclasada. Los trotskistas, opuestos a esta perspectiva antimarxista, permanecieron en las ciudades, luchando en gran desventaja y bajo condiciones de persecución intensa por mantener raíces en la clase obrera (ver “Los orígenes del trotskismo chino”, Spartacist No. 28, enero de 1998).
La liberación de la mujer y la Revolución de 1949
El proceso de conversión del PCCh en un partido campesino necesariamente afectó su política sobre la cuestión de la mujer. La dirigencia de Mao no podía darse el lujo de confrontar la moral social tradicional del hombre campesino, especialmente de los que militaban en el Ejército Rojo del PCCh. De ese modo, el trabajo entre las mujeres en las áreas liberadas era conservador en comparación con el que se había hecho durante las luchas radicales de los años 20 por la liberación de la mujer, dirigidas por comunistas y centradas en las ciudades.
En 1931 Japón invadió y ocupó Manchuria. En 1935, en línea con la política colaboracionista de clases del “frente popular”, promulgada en el VII Congreso de la Comintern, el PCCh empezó a llamar por una amplia coalición “antijaponesa”, que incluyera a la burguesía “patriota” y a los terratenientes. Este llamado se consumó en un segundo “frente único” con el GMD de Chiang en 1937, después de que los imperialistas japoneses empezaran a extender su control al resto de China. Esta alianza entre el PCCh y el GMD era más bien un pacto de no agresión, por cierto muy inestable, pues las fuerzas de Chiang conducían repetidos ataques contra los ejércitos campesinos dirigidos por los comunistas. Aunque Mao aceptó (en el papel) desarticular los gobiernos “soviéticos” que había establecido el PCCh en las áreas que controlaba y compartir la administración con el GMD, en la práctica los comunistas mantenían control exclusivo sobre las mismas. Así, cuando el esfuerzo bélico de Chiang quedó subordinado al imperialismo estadounidense después de que EE.UU. entrara a la Guerra del Pacífico en diciembre de 1941, con el general estadounidense Joseph Stillwell al mando de las fuerzas armadas del GMD, el Ejército Rojo de Mao continuó librando una guerra independiente contra las fuerzas de ocupación japonesas, lo cual permitió el apoyo militar de los marxistas revolucionarios. El papel dirigente del Ejército Rojo de Mao en todas las luchas reales por la independencia nacional china incrementó en gran medida la autoridad e influencia del PCCh y extendió ampliamente el área que éste controlaba para finales de la Segunda Guerra Mundial.
Al mismo tiempo, a lo largo del periodo del “frente único”, Mao se aferró religiosamente a sus compromisos con los capitalistas y terratenientes “patriotas” en territorio del Ejército Rojo, oponiéndose a la confiscación de las propiedades de los terratenientes. Esto básicamente mantuvo congelado el viejo orden social en el campo, perpetuando la esclavitud de las mujeres campesinas al trabajo doméstico y al marido. Fue sólo cuando estalló la Guerra Civil contra el Guomindang en 1946 que el PCCh se colocó a la cabeza de una revolución agraria, sentando las bases para la emancipación social de la mujer campesina.
Las mujeres desempeñaron un papel crucial en la victoria final del ejército campesino de Mao. Jack Belden, un izquierdista estadounidense y testigo ocular de los eventos, escribió en esa época:
“En las mujeres de China, los comunistas tenían, casi ya formada, una de las masas más grandes de seres humanos desposeídos que el mundo jamás haya visto. Y como encontraron la llave a los corazones de estas mujeres, encontraron también una de las llaves para su victoria sobre Chiang Kai-shek”.
—Belden, China Shakes the World (China sacude al mundo, Nueva York: Harper & Brothers, 1949)
En las áreas rurales conquistadas por el PCCh, la Ley de la Reforma Agraria de 1947 le dio a los hombres y las mujeres derechos iguales sobre la tierra. El impacto de esta revolución sobre las relaciones de propiedad para las mujeres fue electrizante. Para 1949, en las áreas que habían pasado más tiempo liberadas, entre el 50 y el 70 por ciento de las mujeres trabajaban la tierra. En algunos poblados, las mujeres campesinas fueron las principales activistas en la confiscación de las propiedades de los terratenientes. Cuando los comunistas ganaron finalmente la guerra civil, barrieron con mucha de la basura feudal que sofocaba a las mujeres chinas (por ejemplo, los matrimonios arreglados, el infanticidio femenil y la venta de jóvenes campesinas para el concubinato a terratenientes, comerciantes y prestamistas adinerados).
La declaración de la República Popular China en octubre de 1949 marcó el nacimiento de un estado obrero burocráticamente deformado. El proletariado, atomizado después de dos décadas de represión tanto bajo el Guomindang como bajo los japoneses y debilitado aún más por el severo declive económico de los años 30, no desempeñó papel alguno como clase en la Revolución de 1949. Circunstancias históricas extraordinarias hicieron posible este derrocamiento basado en el campesinado, entre las que se encontraban la decadencia interna del corrupto régimen del GMD y la existencia de la Unión Soviética, que proporcionó ayuda material a las fuerzas de Mao. Al sumarse a la guerra contra Japón en sus últimas semanas, las fuerzas soviéticas rápidamente entraron a Manchuria (donde permanecieron hasta mayo de 1946) y a Corea del Norte (donde se quedaron hasta finales de 1948), al igual que a muchas otras zonas ocupadas por los japoneses.
La Revolución de 1949 llevó la alfabetización a la generación más joven de mujeres a través de la educación gratuita universal, un paso crucial hacia su integración a la vida económica y social. El Primero de Mayo de 1950, el gobierno promulgó una Ley Matrimonial que prohibía la posesión de concubinas y los matrimonios arreglados, al tiempo que daba a las mujeres el derecho al divorcio y a la propiedad. Muchas hijas, nueras o esposas de campesinos pudieron, por primera vez en la historia china, escoger a un compañero de matrimonio, rechazar a un marido violento o abandonar un hogar explotador. Estos derechos recién establecidos se publicitaron en campañas masivas de agitación y se popularizaron con consignas como “Las mujeres sostienen la mitad del cielo” y “Todo lo que pueda hacer un hombre también lo puede hacer una mujer”.
La Ley Matrimonial, sin embargo, tuvo que enfrentar una obstinada resistencia en el campo. En los años siguientes a su promulgación, se estima que 80 mil personas eran asesinadas cada año en asuntos relacionados con el matrimonio, en su mayoría mujeres jóvenes que querían ejercer sus derechos. Los cuadros del PCCh encargados de hacer cumplir la ley en los poblados muchas veces tenían relaciones familiares directas o indirectas con los jefes de familia de los hogares, y la mayoría se plegaron ante la abrumadora presión por mantener la familia tradicional. Los derechos formales de las jóvenes solteras y de quienes querían abandonar a sus maridos fueron socavados por la falta de independencia económica. La primitiva economía agrícola no sólo proporcionaba apenas lo suficiente para la subsistencia, sino que además, el jefe de familia —en la mayoría de los casos, el padre de la mujer, su suegro o marido— tenía el control de la tierra. Tampoco la colectivización de la agricultura ni el desarrollo de las comunas rurales entre mediados y finales de los años 50 redujeron de forma significativa la dependencia de las mujeres en la estructura familiar patriarcal. Incluso cuando se otorgaba el divorcio, las mujeres no recibían una parte de la propiedad de la familia de su antiguo esposo.
La mujer campesina bajo Mao
La China de Mao carecía de los recursos económicos para dar empleo en la industria y otros sectores económicos urbanos a las masas de campesinas (y campesinos). Sin embargo, incluso con estas limitaciones objetivas, las políticas y prácticas del régimen de Mao contribuyeron a que continuara la opresión de la mujer, particularmente en el campo. La estrategia económica seguida en este periodo buscaba maximizar el excedente extraído de la agricultura para reinvertirlo en tecnologías de capital intensivo en la producción industrial centrada en las ciudades. La producción industrial pasó del 20 al 45 por ciento del producto material neto de 1952 a 1975. En el mismo periodo, sin embargo, la fuerza de trabajo no agrícola sólo pasó del 16 al 23 por ciento de la fuerza de trabajo total (Carl Riskin, China’s Political Economy: The Quest for Development Since 1949 [La economía política de China: La búsqueda del desarrollo desde 1949, Oxford: Oxford University Press, 1987]).
Debido a que los métodos de producción agrícola seguían necesitando gran cantidad de mano de obra, las familias campesinas tenían un incentivo económico, reforzado por las actitudes confucianas tradicionales, para tener un gran número de hijos (preferiblemente varones). Esto incrementó aún más la carga sobre las mujeres campesinas. Dentro del marco de las comunas rurales, las familias obtenían gran parte de su ingreso de la venta de artesanías y de productos cultivados en parcelas privadas. Las reglas y prácticas que regían las comunas eran discriminatorias contra las mujeres, que recibían en promedio menos ingresos (puntos laborales) que los hombres, incluso por tareas similares. Aunque el ingreso obtenido por las mujeres era calculado por separado, el jefe de familia (tradicionalmente hombre) era quien recibía el ingreso familiar combinado.
Durante el Gran Salto Adelante de finales de los años 50, una aventura utópica cuyo objetivo era catapultar a China al nivel de los países capitalistas industrializados a través de la movilización del trabajo campesino masivo, se hizo el intento de establecer cocinas comunales. La mala calidad de éstas, sin embargo, generó enorme descontento y, tras el colapso del Gran Salto, fueron abandonadas rápidamente. Dicho colapso condujo a esta exhausta sociedad a una de las peores hambrunas de la historia. Nos oponemos a la comunalización forzada del campesino y a la eliminación de todas las limitaciones sobre la duración e intensidad del trabajo que caracterizaron al desastroso Gran Salto Adelante de Mao.
Como parte de las “reformas” de mercado posteriores a Mao, a principios de los años 80 las comunas agrícolas fueron disueltas y sustituidas por el sistema de “responsabilidad familiar”, un retroceso a la agricultura de familias individuales, basada en arriendos a largo plazo (de hasta 30 años). Esto condujo inicialmente a un incremento en la productividad. Las “reformas”, sin embargo, han tenido efectos negativos de gran importancia sobre las condiciones de las mujeres campesinas, incluyendo una marcada disparidad entre los niveles de educación de los hombres y las mujeres rurales y el regreso a escala significativa del infanticidio femenil y los abortos selectivos según el sexo.
Las comunas habían proporcionado educación primaria y secundaria gratuita a todos los niños. Cuando fueron eliminadas, esa responsabilidad fue transferida a los cantones rurales. El gobierno central, sin embargo, recortó drásticamente el financiamiento (que desde entonces se ha ido incrementando gradualmente), de modo que las autoridades locales impusieron rígidos costos de matrícula y otras cuotas. Como consecuencia, entre 1978 y 1993, el número de estudiantes inscritos en las escuelas primarias cayó de 129 a 90 millones y en las secundarias de 48 a 26 millones (Tamara Jacka, Women’s Work in Rural China: Change and Continuity in an Era of Reform [El trabajo de la mujer en la China rural: Cambio y continuidad en una era de reformas, Cambridge: Cambridge University Press, 1997]). Este declive se concentró en su enorme mayoría entre las niñas, dado que muchas familias campesinas estaban dispuestas a hacer el sacrificio económico por sus hijos varones. Un estudio más reciente, sobre el que escribió el periódico estatal China Daily (Diario de China, 2 de abril de 2007), muestra que de 2000 a 2005 el número de adultos chinos analfabetos creció en una tercera parte, de 87 a 116 millones —y se trata desproporcionadamente de mujeres—.
Aún hoy en día, al casarse, una joven típicamente se muda al poblado de su marido y, con frecuencia, al hogar de los padres de éste. De ese modo, la joven esposa queda sometida a la autoridad de sus suegros, particularmente de su suegra. El sistema anterior a 1949 de los matrimonios arreglados en las zonas rurales ha sido remplazado por el de los matrimonios semiarreglados. Aunque es infrecuente que las parejas sean obligadas o presionadas a casarse contra su voluntad, casarse sin el consentimiento de los respectivos padres es mal visto. Prácticas tradicionales como el precio de novia o la dote siguen siendo comunes y, de hecho, se han vuelto más extendidas en la era de “reformas” posterior a Mao, como consecuencia de la regresión a la agricultura de familias individuales. Recientemente, el gobierno anunció que los campesinos podrán vender sus derechos de usufructo sobre la tierra a otros campesinos o a diversas empresas privadas. Hasta la fecha no es claro cómo funcionará esto en la realidad.
El regreso del infanticidio femenil
A pesar de las crecientes desigualdades, hoy en día incluso la mujer campesina típica está en una situación significativamente mejor. La electrificación del campo fue un avance gigantesco que proporcionó un mayor acceso a los electrodomésticos que ahorran trabajo, como los refrigeradores y las lavadoras, y a la tecnología moderna básica (por ejemplo las televisiones). En las ciudades, las mujeres que han conquistado independencia financiera en alguna medida, correspondientemente tienen un mayor grado de libertad sexual. El sexo prematrimonial, otrora ilegal en el puritano código moral de los estalinistas, ya es común, en tanto que el divorcio es mucho más fácil de obtener. Según el Ministerio de Asuntos Civiles chino, la tasa de divorcios ha crecido más del triple a nivel nacional desde 1985.
Las fuerzas del mercado, sin embargo, han desatado las tendencias sociales retrógradas que son el gemelo natural de la explotación, llevando a un recrudecimiento de algunos de los aspectos opresivos más horrendos de la vieja China. Una manifestación dramática de ello es el resurgimiento del infanticidio femenil, indicado por el agudo incremento de la mortalidad infantil entre las niñas. Éste ha sido acompañado por la práctica, ahora común, del aborto selectivo según el sexo, hecho posible por la tecnología médica del ultrasonido. Según Liu Bohong, vicedirectora del instituto de estudios de la mujer bajo la Federación Nacional de Mujeres de Toda China, la proporción de los recién nacidos en 2005 era de 123 niños por cada 100 niñas. (El promedio internacional es de entre 104 y 107 niños por cada 100 niñas.)
A diferencia de Mao, Deng consideraba que el crecimiento descontrolado de la población era uno de los principales obstáculos para la modernización de China. A finales de los años 70, el gobierno impuso una política familiar restrictiva, impuesta mediante rígidas multas económicas, que limita a las parejas urbanas a un hijo y a las rurales a dos (pero sólo si el primero es una niña o nace con discapacidad; no hay límites sobre el número de hijos entre las minorías nacionales). A mediados de los años 80, el régimen de Deng comenzó a eliminar el empleo garantizado de por vida para los obreros de empresas de propiedad estatal, el “tazón de arroz de hierro”, que también garantizaba un nivel básico de prestaciones sociales. Salvo por una minoría de empleados de mayor edad, que tienen derecho a las pensiones financiadas por el estado, las masas de obreros ahora dependen de sus ahorros y del apoyo de sus hijos en su vejez; como las hijas típicamente se casan y van a vivir a casa del esposo, se hacen cargo de los padres de sus maridos en la vejez. De este modo, la política de “un solo niño”, combinada con la estructura familiar patriarcal y la mucho mayor capacidad de ingreso de los hombres comparada con la de las mujeres, ha resultado en un marcado desequilibrio entre los sexos, incluso en las ciudades. En Beijing, por ejemplo, nacieron 109 niños por cada 100 niñas en 2005.
Actualmente, la situación en el campo es incluso más extrema y se encuentra en agudo contraste con la del periodo inmediatamente posterior a la revolución, cuando la nacionalización de la tierra, su distribución igualitaria a los campesinos y la subsecuente colectivización agrícola proporcionaban una existencia económica mínima para todos. Durante las primeras tres décadas de la República Popular, la proporción entre los recién nacidos correspondía a la norma demográfica natural. Con la tecnología agrícola de las comunas, la cual requería gran cantidad de mano de obra, mientras más miembros de la familia, ya fueran hijos o hijas, estuvieran dedicados al trabajo agrícola o las actividades de construcción relacionadas con éste, más puntos laborales podían obtenerse y más grande era el ingreso disponible para el hogar campesino en su conjunto.
Hoy día, la eliminación de la atención médica gratuita, otro aspecto importante de las “reformas” orientadas al mercado, ha golpeado a las familias campesinas y los trabajadores migrantes con particular fuerza. Un niño típicamente nacerá en una clínica u hospital, una niña en casa; cuando esté enfermo, un hijo será llevado al doctor, pero ése no será el caso con una hija. Desde la abolición de las comunas, la mayor parte de las parcelas en China son tan pequeñas que pueden ser trabajadas de manera efectiva por uno o dos campesinos experimentados; tener más miembros del hogar que hagan trabajo agrícola es económicamente redundante.
La destrucción del sistema de atención médica gratuita también ha venido de la mano de un resurgimiento de las creencias supersticiosas y los cultos religiosos (tales como Falun Gong), conforme la gente recurre a la “medicina tradicional” y otros remanentes de los días de la vieja China (ver “Falun Gong: Force for Counterrevolution in China [Falun Gong: Fuerza para la contrarrevolución en China]”, Workers Vanguard No. 762, 3 de agosto de 2001).
El control natal —un instrumento clave para permitirle a las mujeres asumir control sobre sus propias vidas— es una cuestión crítica en un país con el 20 por ciento de la población mundial pero sólo el 7 por ciento de la tierra arable. Un gobierno obrero y campesino en China impulsaría, a través de la educación, la limitación voluntaria del tamaño de las familias. Estamos por el derecho de cada mujer a decidir si quiere tener hijos y cuántos. Como escribimos hace más de una década: “En el estado obrero deformado chino, con su brutal aparato represivo, el régimen ha usado toda clase de medios para limitar los nacimientos, desde los incentivos económicos hasta el rígido control burocrático sobre las masas de obreros y campesinos, que en el muy personal asunto de la maternidad pueden ser horriblemente invasivos” (“China: ‘Free Market’ Misery Targets Women” [China: La miseria del ‘libre mercado’ pone a las mujeres en la mira] Women and Revolution No. 45, invierno-primavera de 1996).
Un gobierno basado en consejos de obreros y campesinos elegidos democráticamente haría una prioridad clave el revertir el actual desequilibrio sexual. A través de la planificación económica centralizada, procuraría otorgar a todos los ciudadanos chinos atención médica gratuita de calidad y hacer que tanto los obreros urbanos como los trabajadores rurales accedan a las pensiones financiadas por el estado. Los recursos necesarios para mantener a quienes son demasiado viejos (o enfermos o discapacitados) para trabajar deberían venir del excedente económico colectivo generado por la población trabajadora, en vez de depender de los ahorros individuales o de los ingresos de los hijos de cada uno. Un gobierno obrero promovería métodos para impulsar la educación y capacitación de las mujeres jóvenes como instrumento para acabar con el prejuicio cultural a favor de los hijos varones, que ha sido reforzado por las políticas de la burocracia orientadas al mercado.
Para liberar a las mujeres de la familia patriarcal campesina se requiere la colectivización racional y la modernización de la agricultura. Dado que la mayoría de la población aún vive en el campo, donde los métodos de producción siguen siendo primitivos y hay poca infraestructura moderna, una colectivización de ese tipo traería consigo una profunda transformación de la sociedad china.
La introducción de tecnología moderna —desde cosechadoras hasta fertilizantes químicos y todo el complejo de la agricultura científica— requeriría una base industrial cualitativamente más alta de la que existe actualmente. A su vez, un incremento en la producción agrícola plantearía la necesidad de una enorme expansión de los empleos industriales urbanos para absorber el excedente de mano de obra que ya no sería necesario en el campo. Claramente, esto involucraría un proceso muy largo, particularmente dado el relativamente bajo nivel de productividad de la base industrial existente en China. Tanto el ritmo como, en última instancia, la viabilidad de esta perspectiva dependen de la ayuda que China recibiría de un Japón o unos Estados Unidos socialistas, subrayando la necesidad de la revolución proletaria internacional.
De joven campesina a obrera migrante
Después de la Revolución de 1949, la nacionalización de la economía y la inauguración de la planificación centralizada llevaron a las mujeres a la producción social por primera vez. Casi todas, sin embargo, fueron relegadas a los empleos menos mecanizados, peor pagados y que requerían menor capacitación. También constituían la mayoría entre los obreros de fábricas cooperativas, en contraste con la fuerza de trabajo predominantemente masculina en las empresas estatales, que requerían mayor capacitación, estaban más mecanizadas y pagaban mejor. Así mismo, más de la mitad de los aproximadamente 30 millones de obreros que perdieron el empleo cuando muchas de las empresas estatales fueron privatizadas o reestructuradas a mediados y finales de los 90 eran mujeres. Sin embargo, aunque el empleo de las mujeres en la industria estatal disminuyó, se disparó en la industria privada, particularmente en las fábricas de capital extranjero o chino de ultramar. Es probable que este acontecimiento sea revertido durante el actual colapso económico global.
Las trabajadoras migrantes son en su gran mayoría jóvenes y solteras; típicamente se mudan a las ciudades cuando aún son adolescentes. La mayoría sufren las agotadoras condiciones de los talleres de superexplotación. Su jornada laboral promedia entre once y doce horas, con frecuencia siete días a la semana. La disciplina laboral es muy severa: los salarios frecuentemente están basados en la productividad y cualquier defecto en el producto se descuenta del pago. La segregación residencial es muy común, con frecuencia en dormitorios abarrotados. Las precauciones y mecanismos de seguridad son primitivos o no existen. Un estudio del gobierno de mediados de los años 90 encontró que 40 por ciento de las empresas en Shenzhen, uno de los principales centros manufactureros en Guangdong, presentaba condiciones de toxicidad u otro tipo de inseguridad (Tao Jie, Zheng Bijun y Shirley L. Mow, editores, Holding Up Half the Sky: Chinese Women Past, Present, and Future [Sosteniendo la mitad del cielo: Pasado, presente y futuro de las mujeres chinas, Nueva York: Feminist Press at the City University of New York, 2004]).
Sin embargo, cada año millones de jóvenes mujeres parten de sus poblados hacia las fábricas de la China urbana. Y la mayoría saben lo que les espera, ya que frecuentemente buscan empleo en las empresas industriales o de otro tipo en las que ya trabajan parientes o amigos de su aldea. Incluso tomando en cuenta que el costo de la vida en las ciudades es más alto, las ventajas económicas de convertirse en obrero migrante son sustanciales. En 2007, según las estadísticas oficiales del gobierno, el ingreso anual neto per cápita entre las familias rurales era de 4 mil 140 yuanes. Ese mismo año, el ingreso promedio de los trabajadores migrantes era de 14 mil 400 yuanes —más del triple—. Una joven describió gráficamente lo escuálida que era la granja familiar de la que escapó: “Para disminuir [la] carga de trabajo [de sus padres], iba a las montañas a recolectar alimento para los cerdos y después alimentaba a los cerdos y a los patos; en la cosecha, ayudaba en los campos, todo el día en el lodo, como un simio de lodo; y aun así no podía comprarme ropa decente” (citado en Dorothy J. Solinger, Contesting Citizenship in Urban China: Peasant Migrants, the State, and the Logic of the Market [Disputando la ciudadanía en la China urbana: Los migrantes campesinos, el estado y la lógica del mercado, Berkeley: University of California Press, 1999]).
Muchas mujeres también tratan de evadir la presión de sus padres y de la comunidad para casarse jóvenes con el fin de experimentar, siquiera por unos cuantos años, las ventajas culturales de la vida urbana. Cuando les preguntaron por qué migraron originalmente, muchas jóvenes entrevistadas por la investigadora australiana Tamara Jacka contestaron “para desarrollarme”, “para ampliar mis horizontes”, “para ejercer mi independencia”, “por mi educación” y otras respuestas similares (Jacka, Rural Women in Urban China: Gender, Migration, and Social Change [Mujeres rurales en la China urbana: Género, migración y cambio social, Londres: M.E. Sharpe, 2006]).
En Made in China: Women Factory Workers in a Global Workplace (Hecho en China: Obreras fabriles en un lugar de trabajo global, Durham, North Carolina: Duke University Press, 2005), Pun Ngai, una académica de Hong Kong con simpatías feministas, cita las palabras de una de las pocas obreras relativamente mayores en la fábrica, una cocinera de la cafetería: “Nunca soñamos con abandonar la familia y la aldea. Las mujeres siempre se quedaban en casa, hacían siempre de comer y el quehacer, esperando casarse y tener hijos varones”. No obstante la dureza de las condiciones fabriles para las obreras migrantes, la vida en las aldeas empobrecidas antes de 1978 era incluso peor. La experiencia de trabajar en las ciudades subraya el contraste entre las áreas urbanas y las rurales. Como comentó una obrera migrante: “Cuando ya has vivido un tiempo en la ciudad, tu forma de pensar cambia y estás pensando siempre en cómo mejorar la vida en el campo” (citado en Leslie T. Chang, Factory Girls [Chicas de fábrica, Nueva York: Spiegel & Grau, 2008]).
Muchas trabajadoras migrantes experimentan un grado relativo de independencia económica y libertad social durante unos cuantos años, después de los cuales regresan a sus aldeas a casarse. Cuando lo hacen, sin embargo, poseen un nuevo sentido de conciencia social y del poder proletario, frecuentemente obtenidos a través de la experiencia directa de lucha colectiva contra los patrones capitalistas.
El inmenso poder potencial del proletariado industrial chino fue demostrado durante la primavera de 2007 en una serie de huelgas de los obreros portuarios de Shenzhen, el cuarto puerto de contenedores más grande del mundo. En 2004, Shenzhen fue testigo de protestas obreras que involucraron a 300 mil obreros. Cerca de allí, en Huizhou, fueron obreras quienes asumieron la dirección de una serie de combativas acciones laborales, deteniendo las líneas de producción y bloqueando las vías de acceso, en una lucha contra la Gold Peak Industrial Holding Ltd., una corporación con sede en Hong Kong y Singapur que poseía y operaba dos fábricas de baterías eléctricas en la ciudad.
¡Abolir el discriminatorio sistema estalinista del hukou!
El sistema de registro familiar (hukou) de la burocracia, que restringe severamente la residencia, la educación y los servicios de salud en las áreas urbanas para los chinos de las áreas rurales, hace de la estancia de los migrantes en las ciudades algo transitorio e inseguro. Los trabajadores migrantes reciben únicamente permisos de residencia temporales —a cambio de una cuota sustancial— y algunos ni siquiera tienen papeles. Si las migrantes se casan y especialmente si quedan embarazadas, es probable que sean despedidas y con dificultad encontraran empleo en otra parte. Los hombres de las áreas urbanas son reacios a casarse con una mujer con un hukou rural. Las parejas casadas migrantes con frecuencia pagan mucho más por los servicios de salud y las escuelas para sus hijos que las que tienen residencia urbana oficial permanente.
El sistema del hukou de la burocracia ha creado en los hechos una población inmigrante interna concentrada en los niveles más bajos de la clase obrera. El propósito original del hukou, establecido en 1955 bajo Mao, era el racionamiento de los bienes en una economía de la escasez, especialmente impidiendo que una masa de campesinos inundara las ciudades para buscar trabajo en las empresas estatales, en las cuales el empleo estaba restringido a los residentes urbanos legales. Con la apertura de China a la inversión extranjera, el hukou ha asumido una función diferente. La expansión de las instalaciones manufactureras de propiedad extranjera ha estado basada en la movilidad, el frágil estado legal y los muy bajos salarios de una enorme fuerza laboral migrante. Aunque algunos migrantes han sido contratados de forma temporal en las empresas de propiedad estatal, este sector clave de la economía china en su gran mayoría ha permanecido abierto sólo a los obreros con un hukou urbano. De ese modo, la burocracia ha servido como una suerte de contratista laboral para el capital imperialista y los capitalistas chinos de ultramar. El hukou también sirve para reforzar la familia: es heredado y los jefes de familia deben mantener registros para ser mostrados, por ejemplo, por los padres antes de que una persona pueda casarse.
La propia población migrante está dividida entre los que tienen un status legal y los que no. Casi todos los trabajadores migrantes en fábricas o en otras empresas importantes, como Wal-Mart, tienen permisos de residencia urbana temporales. Sin embargo, hay millones de migrantes “indocumentados” —nadie sabe exactamente cuántos— que apenas sobreviven como trabajadores eventuales, empleadas domésticas y niñeras, vendedores callejeros y cosas similares. La necesidad de contener el descontento social tanto en las áreas urbanas como las rurales y de asegurar un suministro estable de mano de obra ha llevado al régimen a considerar la reforma o el remplazo del sistema del hukou; en algunas áreas se han promulgado reformas de prueba. Sin embargo, en la antesala de las Olimpiadas de 2008, las autoridades de Beijing lanzaron una embestida contra los trabajadores migrantes, obligando a cientos de miles —muchos de los cuales habían construido las instalaciones olímpicas bajo condiciones brutales— a abandonar la ciudad. Nos oponemos al discriminatorio y arbitrario sistema del hukou y llamamos por que los trabajadores migrantes tengan los mismos derechos y el mismo acceso a las prestaciones que los residentes legalmente reconocidos.
Los obreros de China necesitan un partido trotskista que dirija una revolución política que barra con la privilegiada casta burocrática estalinista y establezca un gobierno basado en consejos democráticamente elegidos de obreros y campesinos que representen a todos los sectores del proletariado y a los trabajadores del campo. Las cuestiones cruciales que enfrenta el estado obrero sólo podrán ser resueltas de forma efectiva cuando los que trabajan tomen las decisiones. Estas cuestiones abarcan desde la política militar y la exterior hasta la económica interna, incluyendo las medidas administrativas que sean necesarias para lidiar con la movilidad de la población o con instancias particulares de escasez o desastre. Como planteó Trotsky: “No se trata de remplazar un grupo dirigente por otro, sino de cambiar los métodos mismos de la dirección económica y cultural. La arbitrariedad burocrática deberá ceder el lugar a la democracia soviética” (La revolución traicionada).
Los trabajadores migrantes y los “demócratas” procapitalistas
La burocracia del PCCh actualmente incluye un número sustancial de elementos con vínculos familiares o de otro tipo con empresarios capitalistas y, en 2007, el pelele Congreso Nacional del Pueblo promulgó una ley que fortalece los derechos de propiedad privada para los individuos y las empresas. No obstante, la burocracia aún descansa sobre la base material de la economía colectivizada, de la que deriva su poder e ingresos. Su defensa de las conquistas encarnadas en el estado obrero deformado chino, sin embargo, se da sólo en la medida en que teme al proletariado. De cara a la furia que hierve en la base de la sociedad, el régimen de Hu está avanzando con cuidado, reduciendo la marcha de algunas de las medidas de “libre mercado” en nombre de la construcción de una “sociedad armoniosa”, mientras encarcela e incluso ejecuta a algunos funcionarios por actos de corrupción descarada.
En 2006, el departamento oficial de propaganda del PCCh emitió una declaración expresando preocupación por los bajos salarios que pagan los patrones a los trabajadores migrantes (Face-to-Face with Theoretical Hot Spots [De cara a los puntos teóricos ríspidos, Beijing: Study Press and People’s Publishing House, 2006]). La burocracia, preocupada de que los terribles salarios y condiciones de trabajo produzcan un descontento más amplio entre los trabajadores migrantes, ha promulgado una nueva ley del trabajo que alienta los contratos laborales a largo plazo y un mayor acceso a prestaciones para los trabajadores migrantes. La Federación Nacional de Sindicatos de China (FNSCh), operada por el estado, ya está sindicalizando compañías propiedad de capitalistas chinos de ultramar y corporaciones extranjeras.
Así, Wal-Mart, el gigante estadounidense de la venta al menudeo, agresivamente antisindical, se ha visto obligado a reconocer a los sindicatos en sus más de 100 tiendas en China. Un artículo de 2006 en Japan Focus [Enfoque en Japón] describía cómo los trabajadores de una tienda de Wal-Mart en Fujian lucharon para organizar su sindicato: “A las 6:30 a.m. declararon constituido el local sindical y cantaron la Internacional bajo una bandera que decía, ‘¡Decididos a tomar el camino para desarrollar el sindicalismo con características chinas!’” (Anita Chan, “Organizing Wal-Mart: The Chinese Trade Union at a Crossroads” [Sindicalizando a Wal-Mart: El sindicato chino en la encrucijada], Japan Focus, 8 de septiembre de 2006).
Varios académicos feministas occidentales y chinos que han hablado a favor de las trabajadoras migrantes sostienen que éstas pueden encontrar aliados en las organizaciones no gubernamentales (ONGs) y otras agencias “humanitarias” patrocinadas y financiadas por fundaciones y gobiernos capitalistas. La idea de que instituciones imperialistas como éstas puedan actuar como amigas de las trabajadoras migrantes es peor que un mito: significa ponerse del lado de las fuerzas que representan al enemigo de clase de los trabajadores de China.
En el curso de sus luchas, algunos migrantes —por ejemplo los 12 mil obreros, en su mayoría mujeres, que llevaron a cabo una serie de huelgas contra Uniden, una compañía de productos electrónicos japonesa, en 2005— han exigido el derecho a formar sus propios sindicatos independientes. La lucha por sindicatos libres del control de la burocracia es importante para los asediados trabajadores chinos, pero la defensa del estado obrero que emergió de la Revolución de 1949 debe ser uno de los principios guías en esta batalla. Esto es particularmente importante dadas las maniobras de las fuerzas procapitalistas que promueven los supuestos “sindicatos independientes” en nombre de la “democracia” estilo occidental —es decir, el dominio de los explotadores capitalistas con una fachada parlamentaria—.
Los imperialistas y sus lugartenientes en el movimiento obrero procuran encauzar las justas luchas de los obreros en China en una dirección contrarrevolucionaria de este tipo; entre las fuerzas por las que han abogado se encuentra el China Labour Bulletin (Boletín Laboral Chino, CLB), con sede en Hong Kong, cuya figura dirigente, Han Dongfang, conduce un programa periódico en Radio Free Asia [Radio Asia Libre], financiada por la CIA, en el que se finge defensor de los obreros chinos. En fechas recientes, citando la nueva ley del trabajo, el CLB ha llamado por hacer trabajo al interior de los sindicatos oficiales de la FNSCh. El programa político seguido por Han y los de su calaña no está al servicio de los intereses del proletariado chino, sino de las fuerzas renovadas de la subyugación y explotación imperialistas. El tipo de sindicato que él y sus titiriteros quisieran construir es frecuentemente comparado con la Solidarność polaca. Este autoproclamado “sindicato libre”, apoyado por Washington y el Vaticano, fue la punta de lanza de la contrarrevolución capitalista en la esfera soviética en los años 80. Después de su llegada al poder en 1989, el régimen de Solidarność presidió la restauración de la brutal explotación capitalista, devastando los medios de subsistencia y los estándares de vida de la clase obrera —y en particular de las mujeres obreras— y lanzando un asalto frontal contra los derechos de la mujer, incluyendo una prohibición casi absoluta del aborto.
Varios grupos de la izquierda reformista a nivel internacional le otorgan una cubierta de izquierda a fuerzas flagrantemente procapitalistas como éstas. Así, la agrupación francesa Lutte ouvrière (LO, Lucha Obrera) invitó en mayo de 2007 a Cai Chongguo, portavoz oficial del CLB, para que hablara en un foro en el marco de su Feria anual cerca de París. Camaradas de la Liga Comunista Internacional intervinieron allí para denunciar la invitación hecha por LO a este contrarrevolucionario y la historia de apoyo de esa organización a Solidarność y otras fuerzas proimperialistas en la URSS y Europa Oriental.
El Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT), dirigido por Peter Taaffe, con sede en Gran Bretaña, es incluso más descarado, con su sitio de Internet China Worker [Obrero Chino]. El CIT llama por una “alternativa socialista democrática” al régimen del PCCh. Lo que esto significa en la práctica lo demuestra la participación del CIT en una marcha “a favor de la democracia” del 4 de junio de 2008, convocada por fuerzas abiertamente procapitalistas de Hong Kong supuestamente para conmemorar la masacre de Tiananmen de 1989. El reporte del China Worker (6 de junio de 2008) celebró a esta “excelente movilización” y citó sin crítica alguna el discurso de sus organizadores, la Hong Kong Alliance in Support of Patriotic Democratic Movements of China [Alianza de Hong Kong en Apoyo a los Movimientos Democráticos Patrióticos en China], una agrupación cuyos “objetivos operativos” incluyen el llamado por una “China democrática”.
En Gran Bretaña y otros países imperialistas, el CIT actúa como una organización socialdemócrata común y corriente, impulsando ilusiones en el parlamentarismo burgués: la dictadura de los explotadores disfrazada de “democracia”. Transplantado al estado obrero, esto se convierte en un programa para la contrarrevolución, como se demostró cuando los taaffistas aclamaron al “sindicato” Solidarność de Polonia en 1981. En 1991 estuvieron en las barricadas de Boris Yeltsin cuando éste inauguró el periodo de contrarrevolución capitalista abierta en la antigua Unión Soviética. A partir de la Revolución Bolchevique de 1917, la socialdemocracia ha condenado a los estados obreros en nombre de la “democracia”. El progenitor ideológico del CIT, el socialdemócrata alemán de “izquierda” Karl Kautsky, despotricó contra la dictadura proletaria y propagó la ilusión de la “democracia pura”. Para los marxistas, la pregunta es siempre: ¿democracia para qué clase? Como enfatizó Lenin, la lucha por liberar a la clase obrera implica combatir por “una democracia nueva, proletaria, que debe sustituir a la democracia burguesa y al sistema parlamentario” (Lenin, “Resolución relativa a las tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado”, marzo de 1919).
Taaffe sostiene que “las tareas que enfrentan los obreros hoy día en China son una confirmación, en forma nueva y original, de la teoría de la revolución permanente de Trotsky” y llama por “vincular la lucha por los derechos democráticos con la lucha por el socialismo” (“China at the Crossroads” [China en la encrucijada], China Worker en línea, 24 de mayo de 2007). Ésta es una falsificación escandalosa de la teoría de Trotsky: ¡replantea la revolución permanente en un disfraz capitalista “democrático”, la aplica a un estado obrero y termina convirtiéndola en un llamado por la contrarrevolución “democrática”! La lucha por una verdadera dirección leninista-trotskista y por la revolución política proletaria en China tiene como premisa la defensa militar incondicional del estado obrero contra las fuerzas de la contrarrevolución.
Por una dirección proletaria revolucionaria
El acomodamiento de la burocracia estalinista al imperialismo mundial fluye de la premisa falsa de que si China tiene la capacidad de “neutralizar” las posibilidades de intervención militar a través de la “coexistencia pacífica”, entonces podrá convertirse en una superpotencia mundial y construir de hecho el “socialismo en un solo país”. Los imperialistas, sin embargo, tienen otras armas además de las militares: uno de sus objetivos centrales es socavar el control del gobierno chino sobre la banca y el movimiento de divisas. El enorme superávit en la balanza comercial que tiene China ha ocasionado una presión sustancial al interior de los círculos gobernantes de EE.UU. y de algunos países europeos para ejercer un proteccionismo antichino, política que favorece el Partido Demócrata estadounidense. En China, la caída económica global actualmente en desarrollo podría desencadenar serias luchas sociales.
En algún momento, muy posiblemente cuando los elementos burgueses al interior de la burocracia y en su periferia actúen para eliminar el poder político del PCCh, las explosivas tensiones sociales que han estado acumulándose en la sociedad china harán pedazos la estructura política de la casta burocrática dominante. Cuando eso suceda, el destino de China quedará planteado a quemarropa. O los obreros barrerán con la élite parasitaria dominante a través de una revolución política proletaria que defienda y extienda las conquistas de la Revolución de 1949 y haga de China el bastión de la lucha por el socialismo mundial, o triunfará la contrarrevolución capitalista, trayendo de vuelta los efectos devastadores del yugo y la explotación imperialistas.
El potencial de un levantamiento obrero a favor del socialismo quedó demostrado en las convulsiones sociales de mayo y junio de 1989 centradas en la Plaza de Tiananmen. A las protestas, iniciadas entre los estudiantes que se oponían a la corrupción y buscaban liberalización política, se sumaron millones de obreros a lo largo de China, impulsados a la acción por sus propias reivindicaciones contra el creciente impacto de las medidas orientadas al mercado del régimen, particularmente la elevada inflación. Se erigieron asambleas de obreros y brigadas móviles motorizadas, demostrando el potencial para que emergieran auténticos consejos de obreros, campesinos y soldados.
La entrada de la clase obrera a la lucha aterrorizó a los gobernantes del PCCh, que finalmente desataron una furiosa represión. Sin embargo, la burocracia, incluyendo al cuerpo de oficiales, comenzó a fragmentarse bajo el impacto de la convulsión proletaria. Las primeras unidades militares movilizadas se negaron a actuar ante el enorme apoyo popular del que gozaban las protestas entre los trabajadores de Beijing. Las masacres de junio de 1989, que estuvieron abrumadoramente dirigidas contra los obreros, pudieron ser llevadas a cabo sólo después de que el régimen trajo unidades militares que eran más leales a Deng.
En la LCI cubrimos ampliamente estos sucesos en nuestra prensa, llamando a “¡Derrocar a los burócratas; por el comunismo de Lenin! ¡Los soviets de obreros y soldados deben gobernar!” (Ver: “Upheaval in China” [Levantamiento en China], Workers Vanguard No. 478, 26 de mayo de 1989, y “Beijing Massacre—Civil War Looms” [Masacre en Beijing: Se vislumbra la guerra civil] Workers Vanguard No. 479, 9 de junio de 1989.) Una revolución política proletaria en China habría planteado a quemarropa la necesidad de defender y extender las conquistas sociales del estado obrero contra la contrarrevolución capitalista. Lo que faltó fue una dirección leninista-trotskista.
Más tarde ese mismo año se mostró el papel que desempeñaría una dirección de este tipo, durante las convulsiones sociales en la República Democrática Alemana (RDA) influenciadas en no poca medida por la heroica lucha de los obreros y estudiantes chinos. Cuando la población de Alemania Oriental se rebeló contra los privilegios y la mala administración de la burocracia, el régimen estalinista comenzó a desintegrarse. Más de un millón de personas participaron en protestas masivas, levantando consignas como “Por los ideales comunistas; ningún privilegio”. En la LCI llevamos a cabo la intervención más grande de nuestra historia, luchando por el forjamiento de consejos de obreros y soldados y su llegada al poder. La fuerza de nuestro programa trotskista quedó demostrada en la manifestación de 250 mil personas el 3 de enero de 1990 contra la profanación fascista del monumento del Parque Treptow en Berlín Oriental, que honra a los soldados soviéticos, y en defensa de la URSS y la RDA. Nosotros iniciamos el llamado a esa movilización, que luego fue retomado por el partido gobernante estalinista porque temía lo mucho que nuestro programa resonaba entre los obreros de Berlín Oriental y se sintió obligado a movilizar a su base. Treptow fue el punto de inflexión: ante el potencial en desarrollo de una resistencia organizada de la clase obrera a la contrarrevolución, la burocracia soviética de Mijaíl Gorbachov actuó rápidamente para darle luz verde a la reunificación capitalista, y el régimen estalinista de la RDA siguió su ejemplo.
Nuestra lucha por una revolución política obrera en la RDA combinada con la revolución socialista en Alemania Occidental —es decir, por la reunificación revolucionaria de Alemania— fue un desafío directo a la venta entreguista de la RDA al imperialismo germano-occidental. Como escribimos en nuestro documento de conferencia de la LCI en 1992: “Pero como lo demostró más tarde Treptow, desde el comienzo estábamos en una lucha política con el abdicante régimen estalinista sobre el futuro de la RDA. Mientras que nosotros llamábamos por un gobierno de consejos obreros, los estalinistas actuaban conscientemente para impedir una insurrección obrera desmovilizando a todas las unidades del ejército que habían formado consejos de soldados como resultado de nuestra propaganda previa. Aunque condicionada por la desproporción de las fuerzas, había de hecho una competencia entre el programa de revolución política de la LCI y el programa estalinista de capitulación y contrarrevolución” (“¡Por el comunismo de Lenin y Trotsky!”, Spartacist No. 25, julio de 1993). Sin embargo, nos faltaron el tiempo y las fuerzas suficientes para echar las raíces necesarias en la clase obrera. Perdimos, pero aun así nuestra intervención demostró cómo, cuando una acumulación de acontecimientos en un estado obrero burocráticamente deformado produce finalmente convulsiones sociales y fracturas en el régimen burocrático, es posible que incluso un pequeño núcleo leninista-trotskista con un programa revolucionario internacionalista tenga un impacto masivo.
En la lucha por la revolución política proletaria en China, el combate por la liberación de la mujer debe ser un tema central. Un gobierno revolucionario de obreros y campesinos expropiaría a la clase recién creada de empresarios capitalistas chinos y renegociaría los términos de la inversión extranjera en interés de los trabajadores, insistiendo, por ejemplo, que los salarios, las prestaciones y las condiciones de trabajo para las mujeres y todos los obreros fueran los mismos que en el sector estatal. Pondría fin a la arbitrariedad y corrupción de la burocracia. Crearía una economía centralizada y planificada bajo las condiciones de la democracia obrera, que tomaría medidas para eliminar el desempleo que afecta a las obreras con especial fuerza, y para proporcionar un nivel básico de seguridad económica para el conjunto de la población, con el entendimiento de que alcanzar la prosperidad material de todos los trabajadores de China depende de la lucha por hacer pedazos el control del imperialismo en todo el mundo.
Luchar por un partido leninista-trotskista en China implica luchar por revivir el marxismo liberador e internacionalista que animaba a Chen Duxiu y a los demás fundadores del Partido Comunista Chino, cuyo punto de partida era la lucha mundial por la revolución socialista. En agudo contraste con la glorificación de la familia por parte de los estalinistas, los trotskistas entendemos que la completa emancipación de las mujeres sólo puede alcanzarse con el advenimiento de una sociedad comunista global que marque el fin de la escasez material para siempre. Las mujeres serán entonces participantes en una emancipación jamás soñada del potencial humano y en un monumental avance para la civilización. Como señalaron Marx y Engels hace más de 160 años: “La ‘liberación’ es un acto histórico y no mental, y conducirán a ella las relaciones históricas, el estado de la industria, del comercio, de la agricultura, de las relaciones” (La ideología alemana [1846]).
Una revolución política proletaria en China bajo la bandera del internacionalismo socialista sacudiría al mundo, y especialmente al Taiwán capitalista. Aplastaría el clima ideológico de la “muerte del comunismo”, propagado por los gobernantes imperialistas desde la destrucción de la Unión Soviética. Radicalizaría a la clase obrera de Japón, la potencia industrial y aspirante a amo imperialista de Asia, y detonaría una lucha por la reunificación revolucionaria de Corea a través de la revolución política en el estado obrero deformado en el norte y la revolución socialista en el sur capitalista. Reverberaría entre las masas del subcontinente indio, Indonesia, las Filipinas, Australia y más allá, incluyendo el sur de África y los centros imperialistas de Norteamérica y Europa Occidental. Y, además, volvería a encender la lucha por la revolución socialista en la antigua Unión Soviética y Europa Oriental, donde los estragos de la contrarrevolución causaron una catástrofe social de ruina, enfermedad y barbarismo que resultó en una caída dramática de la expectativa de vida. Es para otorgarle una dirección a estas luchas que la LCI combate por reforjar la IV Internacional de Trotsky como partido mundial de la revolución socialista. ¡Por la liberación de la mujer mediante la revolución socialista mundial!