Spartacist (edición en español) Número 35

Agosto de 2008

¡Abajo los puestos ejecutivos!

A continuación publicamos una sección del documento de la V Conferencia de la LCI, “Manteniendo un programa revolucionario en el periodo postsoviético”, de febrero de 2007.

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Un elemento necesario en el mantenimiento de nuestra continuidad revolucionaria es asimilar las lecciones de las luchas en el movimiento obrero internacional a través de la educación de cuadros y la revisión crítica del trabajo de nuestros predecesores revolucionarios, lo cual es vital para formular nuestras posiciones programáticas hoy día. Nos basamos en los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (IC). Sin embargo, no somos acríticos de la primera época de la IC; desde sus primeros años nuestra tendencia expresó reservas respecto a los resolutivos sobre el “frente único antiimperialista” y el “gobierno obrero” en el IV Congreso. “Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern” (Spartacist No. 31, agosto de 2001) investigó los errores de las dirigencias del KPD y la IC, los cuales condujeron al aborto de la Revolución Alemana. En Lecciones de Octubre Trotsky señaló cómo el Partido Bolchevique, bajo la dirección de Lenin, se sobrepuso a la resistencia de los Kámenevs, Zinóvievs y Stalins que retrocedieron cuando se planteó la cuestión del poder. En Alemania, sin embargo, la política de la capitulación triunfó y se desperdició una oportunidad revolucionaria, lo cual tuvo consecuencias desastrosas. Dicha obra de Trotsky puede haber sido en parte una autocrítica personal: Trotsky había sido un componente de la dirigencia de la IC que tuvo su parte de responsabilidad por la debacle alemana. Sin embargo, ni Trotsky ni sus partidarios llevaron a cabo jamás una revisión sistemática, amplia y profunda de la intervención de la IC y el KPD en los sucesos de Alemania en 1923, ni criticaron el resolutivo defectuoso sobre los gobiernos obreros del IV Congreso. Este resolutivo abrió la puerta para la política del KPD de unirse a los gobiernos provinciales en Sajonia y Turingia en 1923, lo cual Trotsky había apoyado incorrectamente por ser un “campo de entrenamiento” para la revolución. Pero la maniobra en Sajonia y Turingia simplemente reforzó los prejuicios existentes acerca del estado burgués. Si éstos hubieran sido en verdad “gobiernos obreros”, como se les dijo a las masas, entonces presumiblemente la lucha revolucionaria extraparlamentaria, la formación de consejos obreros y milicias obreras habría sido totalmente superflua. El fiasco de 1923 ejemplifica de manera transparente que buscar atajos al programa, en lugar de adoptar una posición leninista clara respecto al estado, conducirá al desastre.

La IV Conferencia de la LCI aprobó una línea de que los comunistas podríamos postularnos para puestos ejecutivos como presidente o alcalde de una ciudad siempre y cuando declaráramos que no teníamos intención de asumir tales puestos. El camarada Robertson cuestionó esta línea en la Conferencia de la SL/U.S. de 2004. Señaló la contradicción entre nuestra negativa principista a postularnos para alguacil (sheriff) de condado en EE.UU. y el hecho de que decimos que podemos postularnos para alguacil del imperialismo estadounidense. Nuestra actitud debería ser: “¡Abajo los puestos ejecutivos!” Presentar candidatos para puestos ejecutivos está contrapuesto al entendimiento leninista del estado. La discusión sobre los puestos ejecutivos debería revisar críticamente la práctica de la Comintern en su primera época, cuando sus secciones postulaban candidatos para puestos ejecutivos y regularmente asumían puestos como presidentes municipales o, en el caso de Alemania, incluso tenían ministros en gobiernos burgueses regionales. No vemos ninguna diferencia de principio entre los gobiernos capitalistas nacionales, regionales o locales —las instituciones burguesas de gobierno local son parte de los mecanismos del estado capitalista, que debe ser destruido y remplazado por órganos de poder obrero, es decir, soviets—.

La línea divisoria entre la reforma y la revolución es la actitud hacia el estado burgués —es decir, el punto de vista reformista de que se puede tomar el aparato estatal existente y administrarlo en interés de los obreros, contra el entendimiento leninista de que el aparato estatal capitalista debe ser aplastado mediante la revolución proletaria—. El problema con postularse para puestos ejecutivos es que legitima las concepciones prevalecientes y reformistas sobre el estado. Existe un vil historial de reformistas socialdemócratas y estalinistas que han administrado el estado en interés del capitalismo. La autoridad ejecutiva está al mando de los “cuerpos de hombres armados” que forman el núcleo del aparato estatal; la destrucción revolucionaria de ese estado implica inevitablemente un ajuste de cuentas con el ejecutivo. Incluso en las grandes revoluciones burguesas en Inglaterra y Francia, los cromwellianos y los jacobinos, quienes establecieron una base en el parlamento, tuvieron que deshacerse del rey y establecer un nuevo órgano ejecutivo.

El caso Dreyfus en la década de 1890 provocó una seria crisis social en Francia; también polarizó al movimiento obrero francés, pues algunos socialistas no comprendían la necesidad de defender al oficial militar judío Dreyfus contra la reacción burguesa y el antisemitismo. Para apaciguar la crisis social y poner fin al caso Dreyfus, el nuevo primer ministro (président du conseil) hizo un llamado para que el socialista Alexandre Millerand ocupara un puesto en un gobierno de burgueses —de radicales y republicanos—, con el carnicero de la Comuna de París, el general Galliffet, como ministro de guerra. Millerand les hizo el favor, uniéndose al gabinete de Waldeck-Rousseau como ministro de comercio e industria en 1899. La traición de Millerand, apoyada por Jean Jaurès, dividió a los socialistas franceses. De modo característico, la II Internacional dio una respuesta ambigua al ministerialismo. En el Congreso de París de 1900 una moción de compromiso presentada por Kautsky triunfó. Esta moción criticaba al millerandismo...excepto cuando se trataba de una cuestión de supervivencia nacional: “El hecho de que un socialista aislado entre a un gobierno burgués no se puede considerar el inicio normal de la conquista del poder político, sino sólo un recurso forzado, de transición y excepcional. Si en un caso particular la situación requiere este peligroso experimento, se trata de una cuestión de tácticas, no de principios.” Una enmienda presentada por Guesde con la intención de prohibir la participación bajo cualesquiera circunstancias fue rechazada. El ala revolucionaria de la socialdemocracia, incluyendo a Lenin y Luxemburg, se opuso vehementemente al millerandismo. Luxemburg escribió: “La entrada de un socialista a un gobierno burgués no es, como se piensa, una conquista parcial del estado burgués por parte de los socialistas, sino una conquista parcial del partido socialista por parte del estado burgués” [“The Dreyfus Affair and the Millerand Case” (El caso Dreyfus y el caso Millerand), 1899].

El Partido Socialista estadounidense de primera época no tenía entendimiento alguno de la importancia de la cuestión del estado. El ala reformista, incluyendo a chovinistas vulgares como Victor Berger, se entregó a la práctica de dirigir municipios, a lo cual los socialistas más combativos se referían despectivamente como “socialismo de las cloacas”. Si bien más de izquierda, Eugene Debs tenía ilusiones en que el estado capitalista existente podía ser usado para avanzar la causa del proletariado y argumentaba que la tarea del Partido Socialista era “conquistar el capitalismo en el campo de batalla político, tomar el control del gobierno y, a través de los poderes públicos, tomar posesión de los medios de la producción de riqueza, abolir la esclavitud asalariada y emancipar a todos los obreros” (“The Socialist Party and the Working Class” [El Partido Socialista y la clase obrera]). Las campañas de Debs por la presidencia estadounidense fijaron un patrón que más tarde siguieron los comunistas estadounidenses y los trotskistas de Cannon.

La II Internacional no podía resolver la cuestión de los puestos ejecutivos porque no era revolucionaria. El Partido Bolchevique de Lenin claramente demostró su completa hostilidad al ministerialismo mediante su hostilidad intransigente al Gobierno Provisional de frente popular. Sin embargo, Lenin hizo una distinción tajante entre asumir puestos ejecutivos —que necesariamente significa la administración del capitalismo y por ello una traición de clase— y la utilización revolucionaria del parlamento. Refiriéndose al trabajo bolchevique en la Duma zarista, Lenin observó: “En una época cuando casi todos los diputados ‘socialistas’ (¡perdónese la adulteración de esta palabra!) de Europa resultaron chovinistas o sirvientes de los chovinistas, cuando el famoso ‘europeísmo’ que sedujo a nuestros liberales y liquidadores se vio reducido a un torpe acostumbrarse a una legalidad de esclavos, Rusia supo encontrar un partido obrero cuyos diputados, si bien no brillaron por su vana elocuencia, ni por tener ‘acceso’ a los salones burgueses e intelectuales, ni por su habilidad como experimentados abogados o parlamentarios ‘europeos’, se destacaron por sus vínculos con las masas obreras, por su labor abnegada entre ellas, por sus funciones modestas, deslucidas, duras, ingratas y, sobre todo, peligrosas de propagandistas y organizadores ilegales” (“¿Qué ha demostrado el proceso contra el grupo OSDR?”).

Sin embargo, la Comintern no dio seguimiento a la cuestión del millerandismo para llegar a una conclusión satisfactoria. Las “Tesis sobre el Partido Comunista y el parlamentarismo” del II Congreso contienen lenguaje contradictorio respecto a si es apropiado que los comunistas dirijan ayuntamientos. La Tesis 5 señala correctamente que “las instituciones municipales o comunales de la burguesía...[e]n realidad también forman parte del mecanismo gubernamental de la burguesía. Deben ser destruidas por el proletariado revolucionario y remplazadas por los soviets de diputados obreros” (Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Primera Parte [Ediciones Pasado y Presente, 1981]). Pero la Tesis 13 declara que los comunistas, “si obtienen mayoría en los municipios, deben...formar una oposición revolucionaria en relación al poder central de la burguesía”. Esta estipulación se propuso particularmente en relación al “modelo” de los comunistas búlgaros y sirvió como justificación para la práctica de dirigir ayuntamientos. La administración de ayuntamientos ha sido usada históricamente como un mecanismo mediante el cual la burguesía ha cooptado partidos reformistas al orden capitalista, como fue el caso del Partido Comunista en la Italia de la posguerra. Nuestra oposición a postularnos y asumir puestos ejecutivos se aplica tanto al nivel local como al nacional. Si bien algunos de los dirigentes de primera época del comunismo estadounidense hicieron una distinción entre postularse para puestos legislativos y ejecutivos, en algún momento después de la formación del Partido Comunista Unificado en 1920 esta distinción dejó de existir. En 1921 los comunistas llevaron a cabo una campaña para alcalde de Nueva York y a partir de 1924 participaron en cada elección presidencial. El Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) presentó candidatos a la presidencia desde 1948 en adelante. El PC francés llevó a cabo una campaña para presidente en 1924 y numerosas campañas para alcaldías. En Alemania, el KPD postuló a Ernst Thälmann para presidente en 1925 y otra vez en 1932. A pesar de la estridente retórica del Tercer Periodo, la campaña electoral del KPD para la presidencia en 1932, así como sus campañas para el Reichstag (parlamento) a principios de los años 30, no fueron un campo de preparación para la lucha extraparlamentaria, sino que fueron, de hecho, un ruidoso disfraz para la bancarrota de la IC y el KPD, que se rehusaron a tomar parte en frentes unidos con los socialdemócratas y movilizar milicias obreras para aplastar a los nazis. Notablemente, cuando los nazis marcharon contra las oficinas centrales del KPD en Berlín el 22 de enero de 1933, los dirigentes comunistas ignominiosamente se rehusaron a movilizar a los obreros para defender la Casa de Karl Liebknecht, diciéndoles en cambio que apelaran a la policía prusiana mientras los llamaban a votar por el KPD en las elecciones para el Reichstag que sucederían en marzo; pero para entonces Hitler había proscrito al KPD. A Hitler se le permitió tomar el poder sin que se disparara un solo tiro. Cuando la Comintern pasó a la línea del frente popular un par de años más tarde, esto eliminó cualesquiera pretensiones remanentes de que la IC no hacía concesiones en cuanto a la cuestión del estado.

Si bien Trotsky por supuesto denunció tajantemente la política del frente popular, no se declaró en contra de postularse para puestos ejecutivos. En 1940, expresando preocupación por que el SWP se estaba adaptando a la burocracia sindical pro-Roosevelt, Trotsky propuso que el SWP lanzara su propia campaña para la presidencia o luchara por que el movimiento obrero lanzara tal campaña. Cuando el SWP no hizo nada para poner en práctica estas medidas, Trotsky propuso que considerara darle apoyo crítico al candidato del PC, Browder, en el contexto del pacto Hitler-Stalin, cuando el PC se oponía a Roosevelt. También necesitamos revisar nuestra propia práctica anterior, incluyendo el hecho de que hemos postulado candidatos para puestos locales como alcalde.

Al argumentar contra postularnos para puestos ejecutivos no queremos descartar el otorgar apoyo crítico a otras organizaciones obreras en casos apropiados, cuando tracen una línea de clases burda. Éste fue el caso con la propuesta de Trotsky en torno a Browder. Cuando una organización leninista otorga apoyo crítico electoral a un oponente, claramente no es porque pensemos que éste aplicará los mismos principios que nosotros. Ciertamente, de otra forma jamás podríamos otorgar apoyo crítico a un partido reformista de masas, porque al ganar una elección inevitablemente procurará formar un gobierno, es decir, administrar el capitalismo. El punto en tales casos es demostrar que tales partidos traicionan los intereses de los obreros, a pesar de sus pretensiones de representarlos.

La discusión en la V Conferencia de la LCI es extremadamente importante. Al adoptar la posición contra postularnos para puestos ejecutivos, estamos reconociendo y codificando lo que debe verse como un corolario a El estado y la revolución y La revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin, que en realidad son los documentos de fundación de la III Internacional. Este entendimiento estaba atenuado para cuando tuvo lugar el II Congreso de la IC, que no distinguió entre los puestos parlamentarios y ejecutivos en el curso de la actividad electoral. Así, seguimos completando el trabajo teórico y programático de los cuatro primeros congresos de la IC. Es muy fácil prometer que uno no asumiría un puesto ejecutivo cuando la posibilidad de ganarlo es remota. Pero la cuestión es: ¿qué pasa cuando uno gana? El SWP de Cannon nunca abordó esta cuestión en realidad. Hay mucho en juego: si no podemos llegar a una respuesta correcta sobre cómo abordar la cuestión de los puestos ejecutivos, inevitablemente nos inclinaremos en la dirección del reformismo cuando ésta se plantee.

Nuestra práctica anterior estaba acorde con la de la Comintern y la IV Internacional. Ello no significa que hayamos actuado de manera antiprincipista en el pasado: ni nuestros antecesores ni nosotros mismos habíamos reconocido jamás tal principio. Los programas evolucionan conforme surgen nuevas cuestiones y hacemos un escrutinio crítico del trabajo de nuestros predecesores revolucionarios. En particular, nuestro estudio de los sucesos alemanes de 1923, así como de los defectos de la Política Militar Proletaria, ha preparado la posición que aquí tomamos, que representa una profundización del entendimiento de la relación entre los comunistas y el estado burgués. Continuar la práctica anterior de postularnos para puestos ejecutivos, ahora que su carácter defectuoso ha sido revelado, sería oportunismo.