Spartacist (edición en español) Número 34 |
Noviembre de 2006 |
La Revolución Rusa y la emancipación de la mujer
(Mujer y Revolución)
TRADUCIDO DE SPARTACIST (EDICIÓN EN INGLÉS) NO. 59, PRIMAVERA DE 2006
“La ‘liberación’ es un acto histórico y no mental, y conducirán a ella las relaciones históricas, el estado de la industria, del comercio, de la agricultura, de las relaciones.”
— Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana (1846)
Hoy en día, millones de mujeres incluso en las “democracias” capitalistas avanzadas tienen que soportar vidas espantosas y brutales de miseria y trabajo arduo. En Estados Unidos, para nombrar sólo dos ejemplos del prejuicio contra la mujer, el derecho al aborto se encuentra bajo un ataque cada vez mayor y las guarderías de calidad son escasas y demasiado costosas para la mayoría de las mujeres trabajadoras. Las condiciones de la mujer en el Tercer Mundo son muchísimo peores. Sin embargo, incluso hace 15 años, la mujer en la Unión Soviética disfrutaba de muchas ventajas, como guarderías sostenidas por el estado, pleno derecho al aborto, acceso a una amplia gama de oficios y profesiones y un alto grado de igualdad económica con sus compañeros de trabajo hombres; en pocas palabras, tenían un estatus que en muchos aspectos era mucho más avanzado que el de las sociedades capitalistas actuales.
La Revolución Bolchevique de 1917 hizo posibles estas conquistas. Lejos de ser un mero maquillaje cosmético y superficial, la Revolución Rusa fue, en palabras del historiador Richard Stites,
“[una] revolución social clásica; un proceso, no un suceso, un fenómeno que no puede ser activado, desatado o puesto en marcha por un mero recambio de poder que se confina al centro y confina sus esfuerzos a decretos y leyes que enuncian los principios de la igualdad. Una verdadera revolución social en una sociedad subdesarrollada no termina con el traspaso de la propiedad como tampoco con el traspaso de las carteras de gobierno; es el resultado de una movilización social. Puesto en términos llanos, significa organismos que surgen del pueblo con planes bien trazados, con capacidades y con euforia revolucionaria; significa enseñar, impulsar, aguijonear, halagar al obstinado, al ignorante, al atrasado, por medio del componente supremo de toda propaganda radical: el mensaje y la convicción de que la revolución es relevante para la vida cotidiana.”
—Stites, The Women’s Liberation Movement in Russia: Feminism, Nihilism and Bolshevism,
1860-1930 [El movimiento de liberación de la mujer en Rusia: El feminismo, el nihilismo y el bolchevismo, 1860-1930] (Princeton: Princeton University Press, 1978)
Este esfuerzo exhaustivo por reinventar la sociedad fue posible gracias al derrocamiento del dominio zarista-capitalista y la toma del poder por los soviets —consejos obreros y campesinos— bajo la dirección bolchevique en octubre de 1917. Los latifundios de la nobleza terrateniente fueron abolidos y la tierra se nacionalizó: la industria pronto sería colectivizada. El nuevo estado obrero dio los primeros pasos rumbo a una economía planificada a favor de los trabajadores. Esto trajo enormes beneficios a la mujer obrera. La Revolución Rusa procuró llevar a la mujer a la participación plena en la vida social, económica y política.
Tras la contrarrevolución que restauró el capitalismo en 1991-92, las mujeres de la ex Unión Soviética enfrentan condiciones enormemente deterioradas que en cierto modo se asemejan a las del Tercer Mundo. El desempleo masivo, el desplome en la esperanza de vida y un resurgimiento del atraso religioso —tanto ortodoxo ruso como musulmán— son sólo tres ejemplos. Entre 1991 y 1997, el producto interno bruto se redujo en un 80 por ciento; según estadísticas oficiales (que subestiman la caída), la inversión de capital cayó en más de un 90 por ciento. Para mediados de la década, el 40 por ciento de la población de la Federación Rusa estaba viviendo por debajo de la línea oficial de pobreza, mientras que otro 36 por ciento estaba apenas por encima. Millones sufrían hambruna.
La liberación de la mujer y la revolución socialista mundial
Los bolcheviques reconocían que sin un desarrollo económico cualitativo, la liberación de la mujer era una fantasía utópica. Mientras trabajaba para maximizar los recursos con los que contaba, el joven régimen bolchevique hizo cuanto pudo por cumplir la promesa de la emancipación de la mujer, incluyendo la creación de un departamento del partido dirigido a las necesidades de la mujer, el Zhenotdel. Sin embargo, a cada paso sus esfuerzos se toparon con el hecho de que, sin una inyección masiva de recursos, los resultados estaban limitados en todos los aspectos. León Trotsky, líder junto con Lenin de la Revolución Rusa, explicó que desde el principio los bolcheviques reconocían que:
“Los recursos reales del estado no correspondían a los planes y a las intenciones del partido comunista. La familia no puede ser abolida: hay que remplazarla. La emancipación verdadera de la mujer es imposible en el terreno de la ‘miseria socializada’. La experiencia reveló bien pronto esta dura verdad, formulada hacía cerca de 80 años por Marx.”
—La revolución traicionada (1936)
La horrible pobreza del primer estado obrero del mundo partió del atraso económico y social heredado del viejo imperio zarista. La inversión extranjera había construido fábricas modernas en las grandes ciudades, creando un proletariado compacto y poderoso que fue capaz de hacer la revolución en un país mayoritariamente campesino. En la mayoría de los casos, los obreros revolucionarios venían de familias que habían abandonado el campo apenas una o dos generaciones antes. Los obreros apoyaron a sus primos del campo cuando éstos tomaron los latifundios y dividieron la tierra entre quienes la trabajaban. La alianza entre los obreros y los campesinos (smychka) fue clave para el éxito de la revolución; pero la masa de pequeños propietarios campesinos era también una reserva de atraso económico y social. La devastación causada por la Primera Guerra Mundial se sumó a la de la sangrienta Guerra Civil (1918-20) en la que el gobierno bolchevique tuvo que combatir los ejércitos de la contrarrevolución y la intervención imperialista, arrojando décadas atrás la economía del país. Los imperialistas también impusieron un bloqueo económico, aislando a la Unión Soviética de la economía y la división del trabajo mundiales.
Los marxistas siempre hemos entendido que la abundancia material que hace falta para sacar de raíz a la sociedad de clases y toda la opresión que ésta trae consigo sólo puede venir del más alto nivel de ciencia y tecnología con base en una economía internacionalmente planificada. La devastación económica y el aislamiento del estado obrero soviético produjeron fuertes presiones materiales hacia la burocratización. En los últimos años de su vida, Lenin, frecuentemente en alianza con Trotsky, libró una serie de batallas en el partido contra las manifestaciones políticas de estas presiones burocráticas. Los bolcheviques sabían que el socialismo sólo podría construirse sobre una base mundial, y lucharon por extender la revolución internacionalmente, especialmente a las economías capitalistas avanzadas de Europa; la idea de que el socialismo podía construirse en un solo país fue una perversión posterior introducida como parte del intento de justificar la degeneración burocrática de la revolución.
A principios de 1924, una casta burocrática bajo la dirección de Stalin llegó a dominar al Partido Comunista y al estado soviético. Como consecuencia, la igualdad de las mujeres tal como los bolcheviques la habían concebido nunca llegó a establecerse plenamente. La burocracia estalinista abandonó la lucha por la revolución internacional y envileció de tal modo los grandes ideales del comunismo con mentiras y distorsiones burocráticas que finalmente, en 1991-92, la clase obrera no combatió el estrangulamiento de la revolución y la restauración capitalista bajo Boris Yeltsin.
La Revolución Rusa marcó el comienzo de la gran ola de luchas revolucionarias que inundó el mundo en oposición a la carnicería de la Primera Guerra Mundial. La Revolución de Octubre fue una poderosa inspiración para la clase obrera a nivel internacional. Alemania, el país capitalista más avanzado y poderoso de Europa, entró a una situación revolucionaria en 1918-19; gran parte del resto del continente estaba siendo sacudido. Los bolcheviques pusieron una buena parte de los recursos del estado soviético en la lucha por la revolución socialista mundial, creando para este propósito la Internacional Comunista (IC). Sin embargo, los jóvenes partidos de la IC en Europa habían roto muy recientemente con las dirigencias reformistas de las organizaciones obreras de masas que habían apoyado a sus propios gobiernos burgueses en la Primera Guerra Mundial, y no lograron actuar como partidos revolucionarios de vanguardia comparables a los bolcheviques. La dirección reformista, procapitalista y profundamente chovinista del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) logró suprimir la oportunidad de revolución proletaria en Alemania en 1918-19, con la colaboración activa de las fuerzas policiaco-militares.
Los partidos socialdemócratas como el SPD alemán y el Partido Laborista británico tienen la responsabilidad principal por la degeneración de la Revolución Rusa. Sin embargo, ahora aúllan junto a sus amos capitalistas que el régimen bolchevique inicial bajo Lenin llevó inevitablemente al despotismo estalinista, que el comunismo fracasó y que la “democracia” capitalista es infinitamente preferible al comunismo. Esto hace eco hoy entre muchos jóvenes de mentalidad izquierdista que equiparan al comunismo con la degeneración estalinista del estado obrero soviético. Los jóvenes influenciados por el anarquismo sostienen que toda jerarquía es inherentemente opresiva y que la producción a pequeña escala, la descentralización y el llevar una “vida liberada” individualmente ofrecen un camino hacia adelante. Esto es un callejón sin salida.
Pese al triunfo de la casta burocrática en 1924 y la consiguiente degeneración de la Revolución Rusa, sus principales conquistas —encarnadas en el derrocamiento de las relaciones de propiedad capitalistas y el establecimiento de una economía planificada— sobrevivieron. Estas conquistas eran evidentes, por ejemplo, en la situación material de la mujer. Es por eso que nosotros, en la Liga Comunista Internacional, con base en la herencia de la Oposición de Izquierda de Trotsky que luchó contra Stalin y la degeneración de la revolución, estábamos por la defensa militar incondicional de la Unión Soviética contra el ataque imperialista, y por una lucha intransigente contra toda amenaza de contrarrevolución capitalista, ya fuera externa o interna. Al mismo tiempo, entendíamos que la casta burocrática que tenía encima era una amenaza mortal a la supervivencia del estado obrero. Llamábamos por una revolución política en la URSS que derrocara a la burocracia, restaurara la democracia obrera soviética e impulsara la lucha por la revolución proletaria mundial necesaria para construir el socialismo.
La herencia del trabajo bolchevique entre las mujeres
Durante los últimos 15 años se han publicado varios libros acerca de las enormes conquistas obtenidas por las mujeres tras la Revolución Rusa. Los bolcheviques implantaron inmediatamente leyes civiles que barrieron con siglos de leyes de propiedad y privilegios masculinos. La valiosa obra de Wendy Goldman, Women, the State and Revolution: Soviet Family Policy and Social Life, 1917-1936 [Las mujeres, el estado y la revolución: Las políticas sobre la familia y la vida social soviéticas, 1917-1936] (Cambridge: Cambridge University Press, 1993), se enfoca en los Códigos Familiares de 1918, 1926 y 1936 como puntos decisivos de la política soviética que sirven como indicadores del programa del estado y del partido sobre la cuestión de la mujer. El Código de 1918, “la legislación más progresista que el mundo había visto jamás”, dio paso al Código de 1926 que tuvo efecto en un periodo de intensa lucha política entre la burocracia estalinista y las corrientes opositoras que la enfrentaron, principalmente la Oposición de Izquierda de Trotsky. El Código Familiar de 1936, que rehabilitó a la familia en la ideología estalinista oficial e ilegalizó el aborto, codificaba la retirada general bajo Stalin de la lucha por la igualdad de la mujer.
El libro de Goldman no es sino una de las muchas publicaciones que desde 1991 se han beneficiado del mayor acceso a los archivos de la antigua Unión Soviética. Bolshevik Women [Mujeres bolcheviques] (Cambridge: Cambridge University Press, 1997) de Barbara Evans Clements, es una biografía colectiva que se enfoca en una selección de militantes de mucho tiempo del partido. Clements reunió una base de datos de varios cientos de cuadros femeninos de la Vieja Guardia (bolcheviques que militaban desde antes de 1917), la cual analizó en busca de tendencias en cuanto a orígenes, educación y actividad partidista.
Bolshevik Women se enfoca en militantes prominentes como Elena Stasova, miembro del Comité Central y secretaria del CC en Petrogrado en 1917. Otra es Evgeniia Bosh, a quien Víctor Serge (quien fuera parte de la Oposición de Izquierda, pero luego rompió con Trotsky) describió como “uno de los líderes militares más capaces que emergieron en esta primera etapa” de la Guerra Civil (citado en Clements, Bolshevik Women). Bosh se suicidó en enero de 1925 cuando la fracción de Stalin purgó a Trotsky como Comisario del Pueblo para la Guerra. Otra más es la íntima amiga y colaboradora de Lenin, Inessa Armand, la primera directora del Zhenotdel hasta su muerte en 1920.
Menos conocidas son Konkordiia Samoilova, otra antigua militante, cuyo trabajo después de 1917 se enfocó en actividades del Zhenotdel; Klavdiia Nikolaeva, que fue depuesta como directora del Zhenotdel en 1925 debido a su apoyo a la Oposición antiburocrática; Rozaliia Zemliachka, que se convirtió en una burócrata endurecida y fue la única mujer que formó parte del Consejo de Comisarios del Pueblo bajo Stalin; y Alexandra Artiujina, que dirigió el Zhenotdel desde 1925 hasta que Stalin lo suprimió en 1930.
El trabajo de la Liga Comunista Internacional entre las mujeres se ubica en las tradiciones establecidas por los bolcheviques de Lenin. Algunos de los primeros números de Women and Revolution [Mujer y Revolución] incluyeron la investigación original de Dale Ross, la primera editora de Women and Revolution, sobre la Revolución Rusa y el trabajo bolchevique entre las mujeres. Los artículos se basaron en su tesis doctoral: The Role of the Women of Petrograd in War, Revolution and Counterrevolution, 1914-1921 [El papel de las mujeres de Petrogrado en la guerra, la revolución y la contrarrevolución] (1973). El segundo y tercer números de Women and Revolution (septiembre-octubre de 1971 y mayo de 1972) incluyeron en dos partes las “Tesis sobre el trabajo entre las mujeres” del III Congreso de la Internacional Comunista (1921) [publicadas en español en Spartacist No. 16, marzo de 1985]. La nueva información disponible ha confirmado y enriquecido más aún nuestra solidaridad con el camino bolchevique a la emancipación de la mujer.
Los números subsiguientes de Women and Revolution exploraron otros aspectos de la lucha por la liberación de la mujer en la URSS. Especialmente significativo fue “Early Bolshevik Work Among Women of the Soviet East” [El trabajo bolchevique de los primeros años entre las mujeres del oriente soviético] (Women and Revolution No. 12, verano de 1976). Este artículo detalla los heroicos esfuerzos del gobierno bolchevique por transformar las condiciones de las horriblemente oprimidas mujeres del Asia Central musulmana, donde las propias activistas del Zhenotdel se ponían el velo para llegar a esas mujeres confinadas. Tratar este importante tema va más allá del alcance del presente artículo.
Marxismo vs. feminismo
Para los marxistas, la opresión especial de las mujeres se origina en la sociedad de clases misma y sólo puede ser arrancada de raíz mediante la destrucción de la propiedad privada de los medios de producción. El ingreso de las mujeres al proletariado les abre el camino a la liberación: su ubicación en el centro de producción les da el poder social, junto a sus compañeros hombres, para cambiar el sistema capitalista y sentar las bases para la independencia social de la mujer frente a los confines de la institución de la familia. El marxismo difiere del feminismo centralmente sobre la cuestión de cuál es la división fundamental de la sociedad: los feministas sostienen que es hombres vs. mujeres; para los marxistas, es de clase, es decir, explotadores vs. explotados. Una mujer obrera tiene más en común con sus colegas hombres que con una patrona, y la emancipación de la mujer es la tarea de la clase obrera en su conjunto.
El entendimiento marxista de la familia como la principal fuente de opresión de la mujer viene desde La ideología alemana, donde Marx y Engels formularon por primera vez la concepción de que la familia no era una institución atemporal e inmutable, sino una relación social sujeta al cambio histórico. En el clásico El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884), Engels (trabajando con el material disponible en ese entonces) rastreó el origen de la institución de la familia y del estado en la división de la sociedad en clases. Con el surgimiento del excedente social más allá de la subsistencia básica, una clase dominante ociosa se pudo desarrollar basándose en la apropiación privada de ese excedente, sacando así a la humanidad del igualitarismo primitivo de la Edad de Piedra. La centralidad de la familia se derivó de su papel en la sucesión de la propiedad, que exigía la monogamia sexual de la mujer y su subordinación social. Engels llamó a esto “la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”.
Una economía colectivizada y planificada procuraría emplear productivamente a todos los adultos con el fin de maximizar la riqueza, incluyendo el tiempo libre, disponible para todos. Por el contrario, en el ciclo auge-crisis de una economía capitalista, cada empresa capitalista procura maximizar su tasa de ganancia. Inevitablemente, las firmas capitalistas procuran reducir costos (y aumentar utilidades) recortando tanto los salarios como los empleos, lo que conduce a una clase obrera empobrecida, a una reserva de obreros crónicamente desempleados y a jornadas largas para los que sí trabajan. Aisladas en la familia, las mujeres constituyen un gran componente del ejército de reserva de desempleados, contratadas durante los auges económicos y enviadas “de vuelta a la cocina” en los tiempos difíciles. Cuando las mujeres son integradas a la fuerza laboral en grandes números, los capitalistas tratan de reducir los salarios reales de los hombres de manera que haga falta el salario de dos trabajadores adultos para criar una familia.
El papel necesario de la familia —la función que no puede ser abolida sino que debe ser remplazada— es el cuidado de la siguiente generación. Bajo el capitalismo, las masas de jóvenes son destinadas a la esclavitud asalariada y a servir como carne de cañón en el ejército burgués, y la familia desempeña un papel importante enseñándoles a obedecer a la autoridad. También es una gran fuente de atraso religioso como freno ideológico a la conciencia social.
Si bien muchos aspectos del sistema capitalista sirven para minar y erosionar a la familia (el empleo de mujeres y la educación pública son dos ejemplos), el capitalismo no puede ofrecer una solución sistemática al doble peso que cargan las mujeres y debe tratar de reavivar su debilitada institución. Los feministas burgueses, cuya querella contra el sistema capitalista es su propio estatus subordinado dentro de ella, enfrentan este problema abogando por una redivisión de las tareas domésticas dentro de la familia, aumentando las responsabilidades del hombre en el cuidado de la casa. Los marxistas queremos transferir el conjunto de las tareas domésticas a la esfera pública. Como dijo el dirigente bolchevique Evgeny Preobrazhensky (quien más tarde se aliaría con Trotsky): “Nuestra labor no consiste en buscar la justicia en la división del trabajo entre los sexos. Nuestra labor es liberar al hombre y a la mujer del mezquino trabajo doméstico” (citado en Goldman, Women, the State and Revolution). Así, una de las tareas de la revolución socialista es el remplazo pleno de la institución de la familia con comedores, lavanderías y guarderías comunales, así como la licencia por maternidad, un sistema de salud gratuito y esfuerzos especiales para llevar a las mujeres a la más plena participación política y social.
En Rusia, el movimiento feminista era parte de la corriente democrático-burguesa más amplia que se oponía al zarismo y quería modernizar a Rusia como una sociedad capitalista industrial. Por ejemplo, en 1906, en pleno fermento de la primera Revolución Rusa, las tres principales organizaciones feministas, la Unión por los Derechos Iguales de la Mujer, el Partido Progresista de la Mujer y la Sociedad Filantrópica Mutua de la Mujer, dirigían sus esfuerzos a propugnar leyes por la igualdad de derechos y el derecho al sufragio para las mujeres en la recién establecida Duma (parlamento). Cuando la Primera y Segunda Dumas, predominantemente liberales, fueron disueltas por la autocracia, el movimiento feminista ruso entró en declive.
En 1917, el primer “asunto de la mujer” a ojos de las trabajadoras era oponerse a la sangrienta guerra imperialista que llevaba ya tres años. La guerra desató la revuelta de febrero, que empezó con una manifestación masiva de mujeres el Día Internacional de la Mujer. Tras la abdicación del zar y el establecimiento del Gobierno Provisional democrático-burgués, la mayor parte de los partidos de la supuesta izquierda y de la reforma —incluyendo a los feministas rusos— consideraban que las principales conquistas de la revolución ya se habían logrado y, por lo tanto, abandonaron su oposición a la guerra y apoyaron la renovación de la masacre imperialista en nombre de la “democracia”.
Los bolcheviques luchaban por que los soviets de diputados obreros y campesinos se convirtieran en órganos del dominio de los explotados y oprimidos, incluyendo a las mujeres, y por terminar la guerra inmediatamente sin anexión de otros países. Los mejores combatientes por la liberación de la mujer eran los bolcheviques, que entendían que ésta no puede darse aislada de la liberación de toda la clase obrera. Tampoco podría lograrse, y menos en un país atrasado —aun en un país con un gobierno revolucionario— en aislamiento político, social y económico del resto del mundo.
La primera época del trabajo bolchevique entre las mujeres
La sociedad rusa estaba saturada de los más asquerosos prejuicios contra las mujeres. En 1917 apenas habían pasado 50 años desde la abolición de la servidumbre y los campesinos constituían el 85 por ciento de la población. Éstos vivían en un sistema de aldeas con una rígida jerarquía patriarcal, sin siquiera la más rudimentaria infraestructura moderna, sin drenaje centralizado, electricidad ni caminos pavimentados. La ignorancia y el analfabetismo eran la norma y la superstición era endémica. Las antiguas instituciones de la familia campesina (dvor) y las aldeas comunales determinaban la propiedad de la tierra y el sustento, y aseguraban la degradación de la mujer. Esta opresión extrema era el corolario inevitable de la baja productividad de la agricultura rusa, que usaba técnicas de siglos de antigüedad. Las mujeres campesinas eran prácticamente esclavas; por ejemplo, una batrachka era una campesina que se alquilaba una temporada como “esposa” y era botada cuando quedaba embarazada. Una campesina describió su vida así: “En el campo ven a las mujeres como caballos de tiro. Trabajas toda la vida para tu esposo y toda su familia, soportas golpizas y toda clase de humillaciones, pero no importa, no tienes a dónde ir; estás encadenada al matrimonio” (citado en Ibíd.).
Sin embargo, para 1914 las mujeres ya formaban una tercera parte de la pequeña pero poderosa mano de obra industrial de Rusia. El programa bolchevique respondía a sus necesidades más apremiantes mediante demandas como pago igual por trabajo igual, licencia por maternidad pagada e instalaciones de guardería en las fábricas, cuya falta aumentaba severamente la mortalidad infantil. Hasta dos terceras partes de los bebés de las obreras fabriles morían en su primer año. El partido hizo esfuerzos por defender a las trabajadoras del abuso y los golpes de sus esposos, y se oponía a toda instancia de discriminación y de opresión dondequiera que apareciera, actuando como el tribuno del pueblo, según el concepto establecido por Lenin en ¿Qué hacer? (1902). Esto implicó librar una lucha dentro de los sindicatos, tras la Revolución de Febrero, en contra de una propuesta de aliviar el desempleo despidiendo primero a las mujeres casadas cuyos esposos trabajaran. Esta medida se aplicó en la fábrica de municiones de Putilov y en las siderúrgicas de Viborg, entre otras, y los bolcheviques se opusieron a ella por ser una amenaza a la unidad política del proletariado. Cientos de mujeres militaban en el Partido Bolchevique antes de la revolución, y participaban en todos los aspectos de la vida partidista, tanto legales como clandestinos, como funcionarias de los comités locales, mensajeras, agitadoras y escritoras.
Confinadas al hogar y a la familia, muchas mujeres estaban aisladas de la interacción social y política, así que podían ser reservas de conciencia atrasada; pero, como dijo Clara Zetkin en el Congreso de la Internacional Comunista de 1921, “Si la revolución no tiene masas de mujeres, las tendrá la contrarrevolución” (Protokoll des III. Kongresses der Kommunistischen Internationale [Actas del III Congreso de la Comintern]). Antes de la Primera Guerra Mundial, los socialdemócratas en Alemania fueron los primeros en construir una “organización de transición” para mujeres: un organismo especial ligado al partido a través de sus cuadros más conscientes, que asumió la lucha por los derechos de la mujer y otras cuestiones políticas clave, llevaba a cabo educación y publicaba un periódico. Los bolcheviques rusos avanzaron más allá del trabajo de sus camaradas alemanes, de manera más importante al hacer trabajo partidista entre las mujeres en las fábricas. Mediante la construcción de organizaciones de transición, la fundación del periódico Rabotnitsa (Obrera) y, tras la Revolución de Octubre, el Zhenotdel, los bolcheviques lograron movilizar masas de mujeres obreras y campesinas a las que de otro modo el partido no habría podido llegar.
En Petrogrado, Rabotnitsa convocaba a mítines de masas y manifestaciones contra la guerra y el alza de los precios, las dos principales cuestiones que galvanizaban a las obreras. La I Conferencia Metropolitana de Trabajadoras de Petrogrado, convocada por Rabotnitsa en octubre de 1917, tuvo que clausurarse antes de lo previsto para que las delegadas participaran en la insurrección; más tarde fue continuada. Entre sus principales logros estuvieron las resoluciones a favor de la jornada de trabajo estandarizada de ocho horas y la prohibición del trabajo de niños menores de 16 años. Uno de los fines de la conferencia era movilizar a las obreras que no pertenecían al partido para el levantamiento y ganarlas a las metas que el gobierno soviético quería realizar tras establecer la dictadura del proletariado.
La causa revolucionaria en Rusia echó raíz en buena medida debido al despertar político de las mujeres trabajadoras de la ciudad y la aldea frente a su misión histórica. Incluso los más encarnizados oponentes políticos de la Revolución de Octubre, como los mencheviques rusos, propugnadores “socialistas” del regreso al dominio capitalista, reconocieron a regañadientes el éxito de los bolcheviques. El líder menchevique Yuli Mártov escribió a su camarada Pável Axelrod, demostrando también su propio desdén por las masas proletarias:
“Te sería difícil imaginar hasta qué punto recientemente (justo antes de mi partida) había un fuerte y genuino fanatismo bolchevique, con una adoración de Lenin y Trotsky y un odio histérico hacia nosotros entre un gran número de mujeres obreras de Moscú, tanto en las fábricas como en los talleres. Esto se explica, en una medida considerable, por el hecho de que las mujeres del proletariado ruso, debido a su analfabetismo y desamparo, sólo podían haber sido atraídas en masa a la ‘política’ mediante los mecanismos estatales (cursos educativos sin fin e instituciones ‘culturales’ de agitación, celebraciones y manifestaciones oficiales, y —last not least [por último pero no menos importantemente]— mediante privilegios materiales). Así, las palabras que uno encuentra en las cartas de las obreras a Pravda, como ‘sólo tras el derrocamiento de Octubre las obreras hemos visto la luz del sol’ no son palabras vacías.”
—“Carta a P.B. Axelrod, 5 de abril de 1921”, Yu.O. Mártov, Letters 1916-1922 (Benson, Vermont: Chalidze Publications, 1990) (nuestra traducción)
La primera época del gobierno soviético y el código familiar de 1918
La revolución desató una oleada de optimismo y expectativas de una sociedad construida sobre principios socialistas. Entre los jóvenes había muchísimas discusiones sobre las relaciones sexuales, el cuidado de los niños y la naturaleza de la familia en la transición al socialismo. La energía creativa también se apoderó del campo de la cultura, donde las prioridades y las tareas cambiaron para reflejar la muy extendida concepción de que la familia se extinguiría en poco tiempo (ver: “Planning for Collective Living in the Early Soviet Union: Architecture as a Tool of Social Transformation” [Planificando la vida colectiva en los primeros años de la Unión Soviética: La arquitectura como herramienta de la transformación social], Women and Revolution No. 11, primavera de 1976).
La legislación soviética de entonces dio a la mujer de Rusia un grado de igualdad y libertad que no ha sido alcanzado ni siquiera por los países capitalistas “democráticos” económicamente más avanzados de hoy; pero había un problema, al que se refirió sucintamente A.T. Stelmajovich, presidente de los tribunales provinciales de Moscú: “La liberación de la mujer...en ausencia de una base económica que garantice a cada trabajador una total independencia material es un mito” (citado en Goldman, Women, the State and Revolution).
Apenas poco más de un mes después de la revolución, dos decretos establecieron el matrimonio civil y permitieron el divorcio a petición de cualquiera de los cónyuges, logrando mucho más de lo que el Ministerio de Justicia prerrevolucionario, los periodistas progresistas, los feministas o la Duma jamás habían siquiera intentado. En el siguiente periodo el número de divorcios subió a niveles altísimos. En octubre de 1918 el Comité Ejecutivo Central (CEC), el órgano estatal de gobierno, ratificó todo un Código sobre el Matrimonio, la Familia y la Custodia que barría con siglos de poder patriarcal y eclesiástico, y establecía una nueva doctrina basada en los derechos individuales y la igualdad entre los sexos.
Los bolcheviques también abolieron las leyes contra los actos homosexuales y todas las formas de actividad sexual consensual. El director del Instituto de Higiene Social de Moscú, Grigorii Batkis, explicó la posición bolchevique en un folleto de 1923 titulado La revolución sexual en Rusia:
“La legislación soviética se basa en el siguiente principio: declara la absoluta no interferencia del estado y la sociedad en asuntos sexuales, en tanto que nadie sea lastimado y nadie se inmiscuya con los intereses de alguien más.”
—citado en John Lauritsen y David Thorstad, The Early Homosexual Rights Movement
(1864-1935) [La primera época del movimiento por los derechos homosexuales (1864-1935)] (Nueva York: Times Change Press, 1974)
En agosto de 1918 se estableció un comité encabezado por A.G. Goijbarg, un profesor de derecho y ex menchevique, para redactar el proyecto del nuevo Código Familiar. Los juristas describían al código como “no legislación socialista sino legislación del periodo de transición”, así como el propio estado soviético, en tanto dictadura del proletariado, era un régimen preparatorio de transición del capitalismo al socialismo (citado en Goldman, Op. cit.).
Los bolcheviques anticiparon la capacidad de “eliminar la necesidad de ciertos registros, como el registro de los matrimonios, ya que la familia pronto será remplazada por otras diferenciaciones más razonables, más racionales, basadas en los individuos separados”, como dijo Goijbarg con demasiado optimismo. Luego añadió: “El poder proletario construye sus códigos y sus leyes dialécticamente, de manera que cada día de su existencia va minando su razón de ser.” Cuando “los grilletes entre marido y mujer” se hayan vuelto “obsoletos”, la familia se extinguirá, remplazada por relaciones sociales revolucionarias basadas en la igualdad de la mujer. Sólo entonces, en palabras de la socióloga soviética S.Ia. Volfson, la duración del matrimonio “estaría definida exclusivamente por la mutua inclinación de los cónyuges” (citado en Ibíd.). El divorcio se lograría con sólo cerrar una puerta, según lo pronosticaba el arquitecto soviético L. Sabsobich.
Las nuevas leyes de matrimonio y divorcio fueron muy populares. Sin embargo, dadas las responsabilidades tradicionales de la mujer para con los niños y su mayor dificultad de encontrar y conservar empleos, para ellas el divorcio frecuentemente resultaba más problemático que para los hombres. Por esta razón, se estableció la cláusula de sustento para los discapacitados pobres de ambos sexos, ya que el estado era incapaz por el momento de garantizar el empleo para todos. El código de 1918 eliminó la distinción entre los hijos “legítimos” e “ilegítimos” usando en su lugar la formulación cuidadosamente redactada “hijos cuyos padres no estén en un matrimonio registrado”. Así, una mujer podía reclamar la manutención infantil de un hombre con el que no estuviera casada.
El Código también establecía el derecho de todos los niños a la manutención por parte de los padres hasta la edad de 18 y el derecho de cada cónyuge a conservar su propia propiedad. Al llevar a cabo las medidas del Código, los jueces favorecían a las mujeres y a los niños sobre la base de que establecer la manutención del hijo tenía prioridad sobre la protección de los intereses financieros de la parte masculina. En un caso, un juez dividió la manutención de un niño entre tres, pues su madre se había estado acostando con tres hombres diferentes.
Durante el debate sobre el proyecto, Goijbarg tuvo que defenderlo contra los críticos que querían abolir el matrimonio completamente. Por ejemplo, N.A. Roslavets, una delegada ucraniana, recomendó que el CEC rechazara la sección del Código acerca del matrimonio, argumentando que representaría un paso atrás en el “camino a la libertad de las relaciones matrimoniales como una de las condiciones de la libertad individual”. “No puedo entender por qué este Código establece la monogamia obligatoria”, decía; también se oponía a la (muy limitada) cláusula de sustento por ser “nada más que un pago a cambio de amor” (citado en Ibíd.).
Tiempo después, Goijbarg recordaba: “Nos gritaban ‘registro matrimonial, matrimonio formal; ¿qué clase de socialismo es esto?’” Su principal argumento era que el registro civil de los matrimonios era crucial en la lucha contra el dominio medieval de la iglesia ortodoxa rusa. Sin el matrimonio civil, la población recurriría a las ceremonias religiosas y la iglesia florecería. Goijbarg caracterizó las críticas de Roslavets como “radicales en palabras” pero “reaccionarias en los hechos” y señaló que el sustento estaba limitado a los discapacitados pobres, y que era imposible abolir todo de una vez: “Debemos aceptar este [código] —argumentaba— sabiendo que no es una medida socialista, ya que la legislación socialista a duras penas existirá. Sólo quedarán ciertas normas limitadas” (citado en Ibíd.).
Desarrollo desigual y combinado
La Revolución de Octubre puso el poder en manos de una clase obrera numéricamente pequeña, en un país relativamente atrasado, de manera que los bolcheviques enfrentaron problemas que Marx y Engels, que proyectaban que la revolución proletaria ocurriría primero en los países más industrializados, no habrían podido prever. Los bolcheviques esperaban que la Revolución Rusa inspirara a los obreros de los países europeos económicamente avanzados a derrocar a sus burguesías, y que a su vez estas nuevas revoluciones vinieran en auxilio del proletariado ruso. Esos estados obreros no producirían sociedades socialistas sino serían regímenes de transición que sentarían los cimientos del socialismo basándose en una economía internacionalmente planificada en la que ya no habría distinciones de clase y en que el estado mismo se extinguiría.
La toma del poder en Rusia vino tras tres años de guerra mundial, que había desarticulado el abastecimiento alimenticio, causando hambruna en las ciudades. Para el final de la Guerra Civil, el país estaba en ruinas. El sistema de transporte colapsó, y el abastecimiento de petróleo y de carbón ya no alcanzaba las áreas urbanas. Niños hambrientos y sin hogar, llamados besprizorniki, rondaban en pandillas por el campo y las ciudades. El escritor Viktor Shklovsky escribió que, debido a la falta de combustible en el brutal invierno ruso: “La gente que vivía en edificios con calefacción central moría por montones. Los habitantes de departamentos enteros morían congelados” (citado en Ibíd.).
El colapso de las fuerzas productivas sobrepasó cualquier cosa que la historia hubiera visto nunca. El país y su gobierno estaban al borde mismo del abismo. Pese a que los bolcheviques ganaron la Guerra Civil, el ingreso nacional de Rusia se había reducido a un tercio de los niveles anteriores a la guerra, y la producción industrial a menos de una quinta parte. Para 1921 Moscú había perdido la mitad de su población; Petrogrado, dos terceras partes. Entonces el país recibió el golpe de dos años seguidos de sequía, una tormenta de arena y una invasión de langostas que condujeron a la hambruna en las regiones meridionales y occidentales. En esas áreas, entre el 90 y el 95 por ciento de los niños menores de tres años murieron; los niños que sobrevivían quedaban abandonados cuando uno de sus padres o ambos morían, dejándolos hambrientos y sin hogar. Hubo incidentes de canibalismo.
El costo fue terrible en todos los niveles de la sociedad. De las militantes bolcheviques incluidas en el estudio de Clements, el 13 por ciento murió entre 1917 y 1921, la mayoría de enfermedades infecciosas. Entre ellas estuvieron Inessa Armand, presidenta del Zhenotdel, y Samoilova. Ambas murieron del cólera. Samoilova contrajo la enfermedad haciendo activismo del partido en el río Volga. Horrorizada por las condiciones que se vivían en el delta, pasó sus últimos días urgiendo al comité local del partido a que tomara acción.
Como decía Marx, “El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado” (“Crítica al programa de Gotha”, 1875). Los bolcheviques sabían que, debido a los siglos de opresión y devastación del país, ni siquiera las leyes más democráticas podrían proteger a los más vulnerables, las obreras y sobre todo las campesinas, que seguían sufriendo la miseria y la degradación. Hasta que la familia fuera completamente remplazada por las guarderías y la vida comunal, las leyes que respondían a las condiciones sociales existentes eran parte integral de la lucha política por una nueva sociedad.
La protección de la maternidad
Inmediatamente después de la revolución, el gobierno lanzó una campaña para brindarle a las trabajadoras instalaciones sociales y culturales y servicios comunales, y para atraerlas a programas educativos y de capacitación. El Código Laboral de 1918 garantizaba un receso pagado de media hora al menos cada tres horas para alimentar a un bebé. Para su protección, durante el embarazo y la lactancia las mujeres tenían prohibido el trabajo nocturno y las horas extras. Esto implicó una lucha constante contra algunos administradores estatales que veían en estas medidas una carga financiera adicional.
La mayor conquista legislativa de las mujeres trabajadoras fue el programa de seguro de maternidad de 1918 diseñado e impulsado por Alexandra Kollontai, primera Comisaria del Pueblo para el Bienestar Social y presidenta del Zhenotdel de 1920 a 1922. La ley otorgaba ocho semanas de licencia de maternidad plenamente remunerada, recesos para la lactancia e instalaciones de descanso en las fábricas, servicios médicos gratuitos antes y después del parto y bonos en efectivo. El programa estaba administrado por una Comisión para la Protección de Madres e Infantes —adjunta al Comisariato de Salud— y encabezado por una doctora bolchevique, Vera Lebedeva. Con su red de clínicas de maternidad, consultorios, estaciones de alimentación, enfermerías y residencias para madres e infantes, este programa fue quizá la innovación más popular de todas las del régimen soviético entre las mujeres rusas.
En las décadas de 1920 y 1930, frecuentemente se permitía a las mujeres tomarse un descanso de unos cuantos días en forma de licencia menstrual. En la historia de la protección a la mujer obrera, la URSS fue probablemente única en esto. Los especialistas investigaban los efectos del trabajo pesado en la mujer. Una académica escribió: “Mantener la salud de los obreros parece haber sido una preocupación central en la investigación relacionada con la protección laboral en este periodo (Melanie Ilic, Women Workers in the Soviet Interwar Economy: From “Protection” to “Equality” [Trabajadoras en la economía soviética de la entreguerra: De la “protección” a la “igualdad”], Nueva York: St. Martin’s Press, 1999). El trabajo extenuante podía llevar a la interrupción o el retraso en el ciclo menstrual especialmente entre las campesinas. La solución a este problema —tecnología de máquinas que limitara lo más posible la tensión y el peligro potencial a todos los trabajadores industriales y agrarios, tanto hombres como mujeres— estaba más allá de las capacidades de la economía soviética de entonces.
El aborto: Gratuito y a quien lo solicitara
En 1920 el gobierno soviético emitió un decreto anulando la penalización criminal del aborto. Fue el primer gobierno del mundo en hacerlo:
“Mientras los remanentes del pasado y las difíciles condiciones del presente obliguen a algunas mujeres a practicarse el aborto, el Comisariato del Pueblo para la Salud y el Bienestar Social y el Comisariato del Pueblo para la Justicia consideran inapropiado el uso de medidas penales y por lo tanto, para preservar la salud de las mujeres y proteger la raza contra practicantes ignorantes o ambiciosos, se resuelve:
“I. El aborto, la interrupción del embarazo por medios artificiales, se llevará a cabo gratuitamente en los hospitales del estado, donde las mujeres gocen de la máxima seguridad en la operación.”
—“Decreto del Comisariato del Pueblo para la Salud y el Bienestar Social y del Comisariato del Pueblo para la Justicia en la Rusia Soviética”, traducido de Die Kommunistische Fraueninternationale [La Internacional Comunista de las Mujeres], abril de 1921, en Women and Revolution No. 34, primavera de 1988
Al llevar a cabo este decreto, una vez más la enorme demanda chocó con recursos inadecuados y, debido a la escasez de anestésicos, los abortos, horrible y frecuentemente, se llevaban a cabo sin ellos. La ley exigía que todos los abortos fueran practicados por médicos en hospitales, pero el país no tenía las instalaciones adecuadas. Las mujeres trabajadoras tenían prioridad. En el campo, muchas mujeres no tenían acceso a las instalaciones estatales. El resultado fue que los abortos inseguros siguieron practicándose, especialmente por parteras, y miles de mujeres fueron hospitalizadas por los efectos de estos peligrosos procedimientos.
Los médicos y los funcionarios de salud pública argumentaban que había una necesidad urgente de anticonceptivos de calidad, que en la atrasada Rusia en general no eran accesibles. A mediados de la década de 1920, la Comisión para la Protección de Madres e Infantes proclamó oficialmente que la información sobre el control de la natalidad debía trasmitirse en todos los consultorios y centros ginecológicos. La escasez de anticonceptivos se debía en parte a la falta de acceso a las materias primas como el caucho: un resultado directo del bloqueo imperialista contra la Rusia soviética.
Aunque reconoce que la Unión Soviética fue el primer país del mundo en conceder el aborto legal y gratuito, Goldman dice que los bolcheviques nunca reconocieron el aborto como un derecho de la mujer, sino sólo como una necesidad de salud pública. Ciertamente, las referencias al aborto como “este mal” que hay en otras partes del decreto suenan extrañas a los oídos del siglo XXI, acostumbrados a oír ese lenguaje sólo de boca de los fanáticos religiosos. Sin embargo, el aborto era mucho más peligroso en la década de 1920, antes del descubrimiento de los antibióticos y en un país donde la higiene básica seguía siendo un problema serio. Los bolcheviques estaban preocupados por mejorar la protección de las madres y de los niños, que consideraban una responsabilidad del estado proletario y un propósito central del remplazo de la familia con métodos comunales.
El alegato de Goldman queda minado por la declaración de Trotsky de que, por el contrario, el aborto es “uno de los derechos cívicos, políticos y culturales esenciales” de la mujer. Trotsky fustigó a la vil burocracia estalinista por haber criminalizado el aborto en 1936, lo que mostró la “Filosofía de cura que dispone, además, del puño del gendarme”:
“Estos señores han olvidado evidentemente que el socialismo debería eliminar las causas que empujan a la mujer al aborto en vez de hacer intervenir bajamente al policía en la vida íntima de la mujer, para imponerle ‘las alegrías de la maternidad’.”
—La revolución traicionada
El Zhenotdel moviliza las masas de mujeres
Fundado en 1919, el Zhenotdel le infundió energía a las frágiles y dispersas comisiones de la mujer del partido y desempeñó un papel importante en la movilización de las mujeres en la lucha por el socialismo en Rusia. En 1920 Samoilova informó que había gente que se refería a “una segunda Revolución de Octubre” entre las mujeres (citado en Carol Eubanks Hayden, Feminism and Bolshevism: The Zhenotdel and the Politics of Women’s Emancipation in Russia, 1917-1930 [El feminismo y el bolchevismo: El Zhenotdel y la política de la emancipación de la mujer en Rusia, 1917-1930], tesis de doctorado inédita, University of California, Berkeley, 1979). El precepto organizativo fundamental del Zhenotdel era la “agitación mediante la acción”. El historiador Richard Stites lo describió como “el esfuerzo deliberado y abnegado de cientos de mujeres ya ‘liberadas’ de inyectar sus propias creencias, programas y confianza en sí mismas en el flujo sanguíneo de la Rusia rural y proletaria” (Stites, The Women’s Liberation Movement in Russia). El que tantas mujeres hayan ingresado al gobierno soviético y al partido ilustra la extraordinaria movilidad social que el partido estaba alentando.
Un importante vehículo de este trabajo fue el sistema de “reuniones delegadas” elaborado por el Zhenotdel y diseñado como una escuela de política y de liberación. Las obreras de una fábrica celebraban elecciones para escoger a una de entre sus filas como delegada al Zhenotdel por un periodo de tres a seis meses. La elección misma era un paso adelante en la conciencia. La delegatka, usando un pañuelo rojo como distintivo de su puesto, servía como observadora y aprendiz en diversas ramas de la actividad pública como la fábrica, el soviet, los sindicatos, las escuelas, los hospitales y los centros de abasto. Tras este paso por el mundo de la política práctica, ella volvía para rendir un informe al Zhenotdel y a sus compañeras de trabajo sobre lo que había aprendido en el proceso de actuar como administradora, propagandista, crítica y política electa. Un observador describió a las delegatki como “una amenaza a los burócratas, borrachos, kulaks, subkulaks y a todos los que se oponían a las leyes soviéticas” (citado en Ibíd.).
Además de la revista Kommunistka, que publicaba artículos sobre los grandes aspectos teóricos y prácticos de la cuestión de la mujer, el Zhenotdel publicaba unas páginas sobre la mujer (stranichki) en muchos de los periódicos nacionales y locales del partido. Se alentaba a las obreras a volverse corresponsales enviando cartas e informes a la prensa. Las conferencias y congresos reunían a mujeres de diferentes regiones en gran número y de gran variedad. La última reunión importante fue el Congreso de Mujeres Diputadas a los Soviets de 1927, un testimonio masivo del trabajo que se había realizado durante los diez años anteriores en el que las mujeres desplegaron “su sentido de poder y de logro” (Ibíd.).
La vida comunal y el remplazo de las tareas domésticas
Las primeras medidas por implantar la vida comunal en la Rusia soviética estuvieron fuertemente influenciadas por la Guerra Civil. En su esfuerzo por movilizar a la población para pelear en la guerra, los bolcheviques instituyeron el “comunismo de guerra”, que incluía el racionamiento estatal, comedores públicos, comida gratis para los niños y salarios en especie. Para enero de 1920, las cafeterías públicas de Petrogrado atendían a un millón de personas; en Moscú, el 93 por ciento de la población las utilizaba. La comida era de baja calidad pero, con el optimismo revolucionario del momento, este problema se veía como un problema transitorio. En años posteriores, muchos expresaron nostalgia por el futuro idealista que prometía la vida comunal del “comunismo de guerra”, tan distinto de la dura realidad que estaba por venir. El dirigente del partido I. Stepanov lo expresó así:
“Todos los adultos estábamos loca y terriblemente hambrientos, pero podíamos decirle al mundo entero: los niños son los primeros ciudadanos privilegiados de nuestra república. Podíamos decir que estábamos avanzando hacia la meta de liberar al amor...de la economía y a la mujer de la esclavitud doméstica.”
—citado en Goldman, Op. cit.
Un componente clave de la liberación de la mujer de la prisión doméstica era socializar el cuidado de los niños. El programa bolchevique descansaba sobre el concepto de que todos los individuos debían tener pleno acceso a todos los beneficios culturales y sociales de la sociedad, a diferencia de las restricciones dictadas por el estatus socioeconómico. En 1919 se reunió un Congreso de Toda Rusia para la Protección de la Niñez. Los delegados debatieron teorías sobre la crianza de los niños y sobre el grado de la participación de los padres y del estado en la formación de los muy jóvenes. El entendimiento general de la mayoría fue captado en las palabras de Anna Elizarova, que formaba parte del presidium del congreso: “No debe haber niños abandonados que no sean de nadie. Todos los niños son hijos del estado” (citado en Ibíd.).
Una cláusula del Código Familiar aprobado el año previo prohibía totalmente la adopción a favor de que el estado asumiera el cuidado de los huérfanos. Esta medida fue especialmente importante dado que se sabía que la adopción en Rusia era usada por los campesinos como fuente de mano de obra barata. En su lugar, el estado asumiría la tarea de la crianza de calidad de todos los niños.
Sin embargo, la enorme contradicción entre los deseos y la realidad persistía. El estado no podía cuidar a los millones de huérfanos sin hogar de Rusia, los besprizorniki. Este problema antecedía a la revolución, y para 1922, tras siete años de guerra seguidos de hambruna, se calculaba que su cantidad llegaba a los siete millones y medio. El gobierno autorizó repartir comida gratuita para todos los niños menores de 16 años; se erigieron cocinas y alojamientos, y las fincas de la antigua nobleza fueron transformadas en hogares para huérfanos, con un éxito parcial. Goldman captó el círculo vicioso creado por la falta de recursos para satisfacer las necesidades: “Sin guarderías, muchas madres solteras estaban impedidas de buscar trabajo y sin trabajo no podían alimentar a sus hijos, que a su vez huían de sus pauperizados hogares para unirse a los besprizorniki en las calles” (Ibíd.). Pese a que su cantidad disminuyó en la década que siguió a la hambruna de 1921, los besprizorniki siguieron siendo un problema del gobierno soviético hasta bien entrados los años 30.
Retirada temporal: La Nueva Política Económica
Conforme la Guerra Civil terminaba a finales de 1920, los límites de la política del “comunismo de guerra” se hicieron claros. La industria prácticamente había colapsado. Los obreros más avanzados políticamente habían muerto en la Guerra Civil o habían sido llevados a la administración del estado y el partido; muchos de los obreros que quedaban habían regresado al campo para poder sobrevivir de la tierra. Los campesinos del sur empezaban a rebelarse contra la requisición forzosa de grano (ver: “Kronstadt 1921: Bolchevismo vs. contrarrevolución”, p. 8 en este número).
Para reavivar la producción y mantener la alianza con el campesinado, a principios de 1921 Lenin propuso la Nueva Política Económica (NEP), en la que la requisición forzosa de grano sería remplazada por un impuesto en productos agrarios; ahora se permitiría a los campesinos vender gran parte de su cosecha en el mercado abierto. El gobierno se esforzó por estabilizar la moneda, terminó el racionamiento de la comida y los bienes de consumo escasos y se permitió la producción y distribución a pequeña escala de bienes de consumo con fines de lucro. Si bien estas concesiones a las fuerzas del mercado revivieron la economía en buena medida, también tendieron a exacerbar los desequilibrios existentes: la industria pesada recibió poca o ninguna inversión, y los campesinos acomodados (kulaks) se enriquecieron a expensas de los aldeanos más pobres. Una nueva capa de productores y comerciantes ricos (hombres de la NEP) floreció.
Como era de esperarse, la NEP tuvo un impacto negativo para las mujeres y los niños. Las mujeres sufrieron un alza general en el desempleo que duró hasta 1927 y fueron empujadas a replegarse a los sectores “tradicionales” como los textiles y la industria ligera. Las prácticas de “libre mercado” significaron la discriminación contra las mujeres en contrataciones y despidos, especialmente dado el costo de las licencias de maternidad y la protección en el trabajo durante el embarazo y la lactancia. Se instituyeron cuotas por servicios que habían sido gratuitos, como los comedores comunales. La mitad de las guarderías y hogares para madres solteras se vieron obligados a cerrar, minando cualquier intento de liberar a la mujer: las madres tenían pocas oportunidades de estudiar, de capacitarse o de participar en la vida social y política.
Acaso la consecuencia más trágica de la NEP para la mujer haya sido el resurgimiento de la prostitución. La prostitución no era ilegal en la Rusia soviética. Más bien, el gobierno procuraba “incorporar a las prostitutas al trabajo productivo, a la economía social”, en palabras de Lenin según las recordaba Clara Zetkin (Recuerdos sobre Lenin). En 1921, una comisión del gobierno reafirmó su oposición a la interferencia estatal en asuntos privados:
“En su lucha contra la prostitución, el gobierno no intenta de ningún modo entrometerse en la esfera de las relaciones sexuales, pues en esa área toda influencia reguladora obligatoria no lleva sino a una distorsión de la autodeterminación sexual de los ciudadanos libres y económicamente independientes.”
—citado en Elizabeth A. Wood, The Baba and the Comrade: Gender and Politics in Revolutionary Russia [La baba y la camarada: Género y política en la Rusia revolucionaria] (Bloomington: Indiana University Press, 1997)
Las mujeres desempleadas y los besprizorniki conformaban los grupos más grandes de la prostitución urbana durante los años de la NEP.
Goldman señala que los delegados a una reunión de 1922 sobre trabajo femenino llamaron la atención con rabia a “la posición catastrófica de los servicios diseñados para proteger a las madres y los infantes debido a las presiones presupuestales del estado bajo la NEP” (Goldman, Op. cit.). Los delegados subrayaron que los problemas de la mujer estaban “estrechamente relacionados a la posición general de la clase obrera y bajo ninguna circunstancia deben ser considerados aparte del estado proletario”. El gobierno trató de suplir los recursos perdidos mediante trabajo y donaciones voluntarios, y los comisariatos emitieron decretos destinados a detener la discriminación contra la mujer.
Pero estas medidas surtieron poco efecto. A principios de 1923 estalló un debate entre las mujeres dirigentes sobre si se debería tomar medidas adicionales para resolver estos problemas. Vera Golubeva y Alexandra Kollontai arguyeron que debería ampliarse el alcance del trabajo partidista entre las mujeres. Golubeva, vicedirectora del Zhenotdel, argumentaba que con el incremento del desempleo entre las mujeres, el partido debía extender su alcance a sectores de la población más allá de la clase obrera, trayendo a mujeres desempleadas y campesinas a organismos especiales (“transicionales”) de trabajo ligados al partido. La cuestión se discutió en el congreso del partido celebrado en abril de 1923.
Al final el gobierno soviético no tuvo otra opción que recurrir a la NEP. La alternativa, mantener las medidas del comunismo de guerra bajo condiciones de colapso social, habría llevado a una revuelta campesina masiva y a la contrarrevolución; pero la NEP trajo consigo sus propios peligros a ese respecto. Como dijo Trotsky, “Con la NEP, las tendencias burguesas disfrutaron un terreno más favorable” (La revolución traicionada). Sin embargo, incluso dentro de los límites impuestos por el aislamiento nacional y la debilidad económica, la degradación del estatus de la mujer no estaba predeterminada, sino que estuvo condicionada por una lucha política respecto a medidas gubernamentales modificables.
De hecho, las medidas más amplias que propugnaba la Oposición de Izquierda pudieron haber abierto el camino a una mejora real en la situación de la mujer aun dentro del marco de las condiciones materiales existentes. La ejecución de un plan sistemático de industrialización como el que planteó la Oposición en 1923 habría contrarrestado las tendencias burguesas alimentadas por la NEP, al tiempo que habría aumentado enormemente el empleo de la mujer en la industria y modificado el funcionamiento de los gerentes de las fábricas. La discriminación contra las trabajadoras en salarios y en empleo fue una manifestación de degeneración burocrática dentro del aparato gerencial industrial que pudo haber sido combatida y revertida.
El “mar de estancamiento campesino”
Los conflictos más intensos entre los objetivos de la Revolución Bolchevique en cuanto a la liberación de la mujer y las condiciones reales de la sociedad rusa tuvieron lugar en el campo. El Código Agrario de 1922 abolió la propiedad privada sobre la tierra, el agua, los bosques y los minerales y puso la tierra en manos del estado. Por ley, todos los ciudadanos, sin distinción de sexo, religión o nacionalidad, tenían derechos a la tierra, y todos los adultos tenían voz en el sjod o asamblea de la aldea. El Código Familiar garantizaba a los individuos el derecho a vivir aparte de su pareja, a divorciarse y a recibir pensión y manutención para los niños. La pobreza extrema exacerbó la brecha entre la ley y la vida real, haciendo casi imposible que muchos hogares campesinos pagaran a las mujeres lo que legalmente les correspondía. Mientras la familia siguiera siendo la unidad básica de producción, mientras el patriarcado siguiera determinando las instituciones de la vida en la aldea, ni las campesinas ni los campesinos podían alcanzar la libertad individual prometida por la ley civil soviética.
Las contradicciones no podían resolverse por ley; el problema era inherente a la naturaleza misma de la Revolución Rusa. El proletariado, relativamente pequeño, pudo llevar a cabo su dictadura revolucionaria porque asumió la lucha del campesinado contra la barbarie feudal; pero una vez en el poder, se vio obligado a ir más allá de las tareas democrático-burguesas planteadas por la abolición del absolutismo zarista. Como había previsto Trotsky desde antes incluso del estallido de la Revolución de 1905, al dirigirse a cuestiones como la jornada laboral, el desempleo y la protección del proletariado agrícola, “el antagonismo entre sus partes integrantes [las del campesinado] crecerá en la medida en que la política del gobierno obrero sea consciente de su propio destino y se convierta, de una política democrática general, en una política de clase” (recapitulado en Resultados y perspectivas [1906]). El proceso de eliminar de raíz las relaciones sociales feudales en el campo requería una enorme inversión de recursos para construir la infraestructura necesaria de escuelas, carreteras y hospitales, así como la mecanización de la agricultura. Los bolcheviques confiaban en que la revolución obrera en los países europeos avanzados podría proporcionar los recursos tecnológicos para que el proletariado ruso demostrara los beneficios de la agricultura colectiva a las masas campesinas.
El Comisariato para la Justicia estableció varias comisiones para investigar los problemas interrelacionados que enfrentaban las mujeres y los niños del campo. Los juristas sostuvieron su compromiso con los derechos iguales aun ante una fuerte oposición campesina. Por ejemplo, la propiedad de la tierra se basaba en el dvor, la unidad familiar dominada por el hombre, y las pensiones se asignaban según los bienes familiares. Frente a la exigencia de pensiones, los campesinos se ingeniaron modos de evitar los pagos creando divisiones ficticias de la unidad familiar, reduciendo así la propiedad que un tribunal podía asignar a una mujer divorciada. Los funcionarios de los Comisariatos para la Agricultura y la Justicia rechazaron repetidas exigencias de los campesinos de abolir el divorcio y la pensión, y siguieron apoyando los derechos de las débiles, vulnerables y desposeídas mujeres campesinas. Los códigos agrario y familiar establecieron derechos para la mujer que podían resultar en terrenos más pequeños y una producción menor, en un momento en el que aumentar la producción de grano era una prioridad del estado. Según declaró la comisión de Moscú: “Aceptar que el dvor no asuma ninguna responsabilidad por la pensión significa hundir nuestra legislación soviética en un mar de estancamiento campesino” (citado en Goldman, Op. cit.).
Pese a las dificultades, las leyes impuestas por el estado soviético sí tuvieron impacto. Melnikova, una batrachka empobrecida echada del dvor de su marido, acudió a un juez diciendo: “Escuché en la aldea que ahora hay una ley que ya no se permite que se insulte así a la mujer” (citado en Ibíd.). Aunque frecuentemente había mucha resistencia basada en el miedo, la ignorancia y la inercia de la tradición, una vez en función, las instituciones y cambios en la vida cotidiana de principios y mediados de los años 20 ganaron el creciente apoyo del campesinado, especialmente de las mujeres.
Una minoría pequeña pero significativa de campesinas vio su vida transformada mediante los esfuerzos educativos del partido, las actividades del Zhenotdel y sus nuevos derechos legales. Hubo delegadas a uno de los congresos de mujeres que hablaron orgullosamente de su lucha como mujeres solteras por conservar su porción de tierra, por asistir a las reuniones del sjod y por organizar cooperativas agrícolas para mujeres. Las madres de hijos ilegítimos y las mujeres campesinas divorciadas desafiaron siglos de tradición patriarcal para combatir al hogar en el tribunal por el derecho a la pensión y la manutención de los niños.
Problemas de la vida cotidiana
En 1923 se desarrolló una discusión al interior del Partido Bolchevique sobre la cuestión de cómo mejorar la calidad de byt (vida diaria). Este asunto aparentemente mundano estaba en el corazón mismo de la lucha por crear relaciones económicas y sociales enteramente nuevas. En su centro está la cuestión de la emancipación de la mujer, el prisma político de las “relaciones cotidianas” en un sentido social más amplio. Ninguna otra cuestión penetra tan profundamente en la vida diaria de las masas, oprimidas por siglos de costumbre y hábitos de obediencia social y reacción religiosa, especialmente en un país tan atrasado y pobre como lo era Rusia a principios del siglo XX, comparable con el Irán o la India de hoy. Como dijo Trotsky dos años después: “La mejor forma de determinar nuestro adelanto es a través de las medidas prácticas que se llevan a cabo para el mejoramiento de la situación de la madre y el niño... La profundidad de la cuestión de la madre se pone de manifiesto en el hecho de que ella es en esencia un punto vivo donde se cruzan las fibras decisivas del trabajo económico y cultural” (“To Build Socialism Means To Emancipate Women and Protect Mothers” [Construir el socialismo significa emancipar a la mujer y proteger a la madre], diciembre de 1925, Women and the Family [La mujer y la familia]).
Vergonzosamente, incluso había miembros del partido que se mofaban del Zhenotdel, llamándolo “bab-com” o “tsentro-baba” (baba es un término peyorativo para referirse a la mujer). Zetkin recuerda que Lenin decía:
“Nuestro trabajo comunista entre las masas femeninas, nuestra labor política comprende una parte considerable de trabajo educativo entre los hombres. Debemos extirpar hasta las últimas y más pequeñas raíces el viejo punto de vista propio de los tiempos de la esclavitud. Debemos hacerlo tanto en el partido como en las masas. Esto afecta a nuestras tareas políticas, lo mismo que la imperiosa necesidad de formar un núcleo de camaradas —hombres y mujeres— que cuenten con una seria preparación teórica y práctica para realizar e impulsar la labor del partido entre las trabajadoras.”
—Zetkin, “My Recollections of Lenin” [Recuerdos sobre Lenin]
No existían aún ni la reorganización social ni las condiciones materiales para inaugurar un orden de vida familiar nuevo y superior, que en cualquier caso habría requerido varias generaciones para evolucionar. De hecho, la igualdad de la mujer, en un sentido social, puede que sea la última emancipación en lograrse plenamente dentro de una sociedad sin clases, así como la opresión de la mujer fue la primera subordinación social no clasista de la historia.
Trotsky comenzó a escribir una serie de ensayos sobre la cuestión de la byt, como “De la vieja a la nueva familia” y “El alcohol, la iglesia y el cinematógrafo” (ambos fechados en julio de 1923), reunidos más tarde en un volumen titulado Problemas de la vida cotidiana. Desde luego, Trotsky enfatizaba la importancia de la abundancia material en el logro de la “cultura”, a la que no definía en el sentido estrecho de literatura y arte, sino como todos los campos del empeño humano. Sólo en una sociedad comunista avanzada podría hablarse de “opciones” y de “libertad”. Mientras tanto, sin embargo, abogaba por alentar las iniciativas voluntarias en la vida cotidiana.
Los escritos de Trotsky provocaron una reacción airada por parte de Polina Vinogradskaia, una miembro del Zhenotdel que argumentaba que el problema podía reducirse a la falta de iniciativa gubernamental y se oponía a abrir una discusión más amplia sobre el byt; pero Trotsky insistió en que esa lucha era una parte necesaria del desarrollo social:
“Las bases materiales heredadas del pasado son parte de nuestro modo de vida, pero también lo es una nueva actitud sicológica. El aspecto culinario-doméstico de las cosas es parte del concepto de la familia, pero también lo son las relaciones mutuas entre esposo, esposa y niño como están tomando forma bajo las circunstancias de la sociedad soviética, con nuevas tareas, objetivos, derechos y obligaciones para los esposos y los niños
“El objetivo de adquirir conocimiento consciente de la vida cotidiana es precisamente el ser capaz de revelar de manera gráfica, concreta y persuasiva, ante los ojos de las masas obreras, las contradicciones entre el armazón material caduco del modo de vida y las nuevas relaciones y necesidades que han surgido.”
—“Contra la burocracia, progresista y no progresista”, agosto de 1923, Problems of Everyday Life [fragmento no reproducido en la edición en español, Problemas de la vida cotidiana]
Las masas trabajadoras no fueron meros objetos pasivos en el proceso revolucionario, sino sus actores necesarios. Trotsky sugirió, por ejemplo, que la “gente más progresista y emprendedora se agrupara en unidades colectivas para el trabajo doméstico”, planteándolo como “una de las primeras tentativas, todavía muy incompleta, del modo de vida comunista” (“De la vieja a la nueva familia”). Si bien estas iniciativas prosocialistas no eran centrales en la lucha política contra la degeneración estalinista del partido y del estado, eran enteramente viables dentro de la difícil realidad de la Rusia soviética de los años 20.
La degeneración de la revolución
Estos debates de 1923 sobre cómo lidiar con la desgarradora contradicción entre el programa comunista por la liberación de la mujer y las terribles carencias materiales del país tuvo lugar en la cúspide de la batalla decisiva respecto a la degeneración de la revolución. La pobreza del país creó fuertes presiones hacia las deformaciones burocráticas. Las inequidades sociales de la NEP no hicieron sino exacerbar estas presiones. Como explicó posteriormente Trotsky en su obra seminal sobre la degeneración estalinista:
“La autoridad burocrática tiene como base la pobreza de artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando hay bastantes mercancías en el almacén, los parroquianos pueden llegar en cualquier momento; cuando hay pocas mercancías, tienen que hacer cola en la puerta. Tan pronto como la cola es demasiado larga se impone la presencia de un agente de policía que mantenga el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. ‘Sabe’ a quien hay que dar y quien debe esperar.”
—La revolución traicionada
Con el tiempo, e inevitablemente, estas presiones materiales encontraron una expresión dentro del propio Partido Bolchevique. Stalin, que había sido nombrado secretario general del partido en marzo de 1922, aumentó sustancialmente los salarios, beneficios y privilegios materiales de los funcionarios del partido, y se convirtió en el exponente de los intereses de la nueva capa burocrática. Poco después del nombramiento de Stalin, Lenin sufrió una grave embolia, y no regresó a trabajar sino por unos pocos meses al final de 1922, cuando instó a Trotsky a que diera una lucha resuelta contra la influencia de la creciente capa burocrática dentro del partido (ver: “Un balance crítico: Trotsky y la Oposición de Izquierda rusa”, Spartacist No. 31, agosto de 2001). A partir de diciembre, una serie de embolias dejó a Lenin incapacitado hasta su muerte en enero de 1924.
Stalin se unió con otros dos miembros del Buró Político, Lev Kámenev y Grigori Zinóviev en un “triunvirato” secreto dentro de la dirección soviética, el cual trabajó asiduamente para bloquear el ascenso de Trotsky. Éste entendía que la alianza entre los obreros y los campesinos seguiría siendo frágil mientras el régimen soviético no les proporcionara a estos últimos bienes industriales y de consumo a bajo costo. Por eso abogó por aumentar la inversión en la industria pesada y la planificación gubernamental central. La burocracia se resistió a esta perspectiva, prefiriendo que la NEP siguiera su curso, cediendo cada vez más a las presiones económicas de los kulaks y los hombres de la NEP.
En el verano de 1923 el creciente descontento económico estalló en la forma de huelgas en Moscú y Petrogrado. En una serie de cartas al Comité Central, Trotsky exigió que el partido abriera inmediatamente una campaña contra el burocratismo y que desarrollara un plan de inversión industrial. Cuarenta y seis dirigentes del partido (incluyendo a la dirigente militar Evgeniia Bosh) firmaron una declaración en el mismo sentido. Hubo una abundancia de apoyo en las páginas del periódico del partido, Pravda, a favor de esta oposición antiburocrática poco organizada y por el “Nuevo Curso” propuesto.
Al mismo tiempo, una crisis revolucionaria en Alemania planteó la posibilidad de una revolución obrera en ese país, y con ella la esperanza de que terminara pronto el aislamiento del estado obrero soviético. Cuando la dirección de la Internacional Comunista, encabezada por Zinóviev, y el Partido Comunista Alemán dejaron pasar la oportunidad revolucionaria que se había abierto en el verano de 1923, y cancelaron ignominiosamente una insurrección planeada para finales de octubre, la desmoralización cundió por Rusia (ver: “Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, Spartacist No. 31, agosto de 2001).
En la subsiguiente discusión dentro del partido, el triunvirato recurrió a todo para destruir a la Oposición. Las elecciones a la XIII Conferencia del Partido, celebrada en enero de 1924, estuvieron tan manipuladas que, pese al enorme apoyo que Trotsky y sus partidarios tenían en las organizaciones partidistas de Petrogrado, Moscú y otras poblaciones más pequeñas, sólo obtuvieron tres de los 128 delegados. La victoria del triunvirato en esta conferencia marcó el punto decisivo en la degeneración de la revolución. Tras la muerte de Lenin ese mismo mes, el triunvirato abrió una campaña masiva de reclutamiento (la “campaña leninista de enrolamiento”) permitiendo la entrada al partido de obreros atrasados, arribistas diversos, hombres de la NEP y otros elementos inadecuados. Esto comenzó el proceso que transformaría al partido de una vanguardia proletaria consciente en un aparato burocrático y caprichoso en la cima del estado soviético.
Al final de 1924, la victoria burocrática tomó forma programática cuando Stalin promulgó la absurda idea de que la URSS podía construir sola el socialismo, sin la revolución en otros países. A lo largo de la siguiente década y media, la burocracia soviética osciló entre la conciliación abierta con diversas potencias imperialistas y el irresponsable aventurerismo destinado a la derrota, pero la teoría del “socialismo en un solo país” se mantuvo como la base de la evolución del dogma estalinista. La Internacional Comunista fue transformada de un partido que buscaba la revolución obrera mundial a una herramienta al servicio de la diplomacia del Kremlin.
Dentro de la propia URSS, la burocracia comenzó a relajar la legislación original de la NEP que, aunque permitía el libre comercio de productores agrícolas, restringía severamente la contratación de mano de obra y la adquisición de tierra. El socialismo debía construirse en la URSS “a paso de tortuga”, en palabras de Nikolai Bujarin, entonces aliado de Stalin. La conciliación con los pequeños comerciantes de la NEP y con el atrasado dvor campesino tuvo consecuencias graves y perjudiciales para la mujer y los niños soviéticos. En abril de 1924 se promulgó una orden para poner a adolescentes a trabajar en la agricultura. La ley contra la adopción fue revertida en la práctica. En 1926 cerca de 19 mil niños de la calle fueron expulsados de las casas-hogar financiadas por el estado y reubicados en hogares campesinos para trabajar la tierra con arados de madera como hace siglos y para cosechar con hoces y guadañas.
Desde mediados de 1926 hasta finales de 1927, Trotsky se unió con Zinóviev y Kámenev, quienes, respondiendo a su base de apoyo proletaria en Leningrado (antes Petrogrado) y Moscú, habían roto con Stalin. La Oposición Unificada (OU) luchó contra la política del “socialismo en un solo país” y por una perspectiva de revolución internacional. Además de un impuesto a los kulaks para financiar la inversión en la industria pesada, la OU luchó por una política de colectivización voluntaria del campesinado y por “introducir sistemática y gradualmente al grupo campesino más numeroso [los campesinos medios] los beneficios de la agricultura colectiva, mecanizada y a gran escala” (“La plataforma de la Oposición”, septiembre de 1927, en Trotsky, The Challenge of the Left Opposition [1926-27] [El reto de la Oposición de Izquierda, 1926-27], Nueva York: Pathfinder Press, 1980).
A partir de 1924, el Zhenotdel se involucró directamente en las luchas fraccionales del partido; muchas activistas prominentes apoyaban a la Oposición, entre ellas la presidenta del Zhenotdel, Klavdiia Nikolaeva. En 1925 Stalin la remplazó por Alexandra Artiujina. Durante la lucha contra Zinóviev y su organización de Leningrado, Artiujina movilizó a las obreras del Zhenotdel por la fracción de Stalin para mantener un “partido leninista unido, sólido y disciplinado” (citado en Hayden, Op. cit.). Artiujina afirmó que de la consigna “igualdad” las obreras podían entender incorrectamente que debían recibir los mismos salarios que los obreros hombres más calificados, y argumentó que correspondía al Zhenotdel explicarles por qué las diferencias salariales eran necesarias. En tajante contraste, la plataforma de la Oposición Unificada llamaba por que las mujeres recibieran “pago igual por trabajo igual” y por que se tomaran “medidas para que las mujeres obreras aprendan oficios calificados” (“La plataforma de la Oposición”).
El firme control que Stalin mantenía sobre el partido y el aparato estatal le permitió insultar y después aplastar a la OU, muchos de cuyos principales líderes fueron expulsados del partido a finales de 1927. Aunque Zinóviev y Kámenev capitularon ante Stalin, Trotsky y muchos otros miembros dirigentes de la OU fueron enviados al exilio interno. La burocratización de la vida interna del partido tuvo un efecto desmoralizador sobre el Zhenotdel. A partir de 1927, la asistencia a las reuniones delegadas cayó drásticamente y llegó a ser de entre un 40 a un 60 por ciento, comparado con el 80 a 95 por ciento que había sido antes.
El Código Familiar de 1926
La burocratización del estado y partido soviéticos no fue un proceso simple y unitario. Hicieron falta varios años para que la burocracia lograra sofocar del todo la conciencia revolucionaria, que también se debilitó ante la devastación del país. El apasionado debate sobre el Código Familiar de 1926 es apenas un ejemplo de la intensa discusión pública que todavía tenía lugar en algunos sectores de la vida política soviética. Los bolcheviques reconocían que las relaciones sociales seguirían evolucionando después de la revolución. Redactado deliberadamente como un conjunto transitorio de leyes, el Código Familiar de 1918 nunca se consideró definitivo. El debate y la discusión sobre política familiar siguieron siendo muy controversiales a lo largo del periodo de la Guerra Civil y la NEP. En 1923 se nombró un comité para redactar un nuevo código. En octubre de 1925, después de varios borradores y de un intenso debate público, se le presentó un proyecto al CEC. De ahí siguió otro año de intensa discusión a escala nacional.
El Código Familiar de 1926 marca un punto intermedio en la degeneración de la política familiar soviética del fermento liberador de los primeros años revolucionarios a la rehabilitación estalinista de la institución de la familia en 1936. Para 1925-26, los argumentos por abolir todos los códigos matrimoniales habían retrocedido. En su lugar, los partidarios de una política más laxa como el reconocimiento del matrimonio “de facto” (de derecho común) chocaron con fuerzas más conservadoras. Los partidarios de un código civil más estricto, predominantemente provenientes del campesinado, incluían también algunas mujeres obreras que hablaban de la vulnerabilidad de las mujeres y los niños en una sociedad donde el remplazo total de la familia con métodos socializados no era todavía posible.
Los cambios entre la ley de 1918 y el Código Familiar de 1926 incluyeron la extensión del pago de pensiones a los desempleados sanos, y ya no sólo a los discapacitados, y la adición de derechos de propiedad común para bienes adquiridos a lo largo del matrimonio, a diferencia del código anterior que estipulaba que cada cónyuge conservaba sólo la propiedad de cada cual. El Código de 1926 también facilitó más el divorcio: el “divorcio postal” consistía simplemente en poner por escrito el deseo de disolver el matrimonio por una de las partes; el requisito de comparecer ante el tribunal ya no era necesario. La mayor controversia fue la que propició el reconocimiento gubernamental del matrimonio de facto, es decir, el conceder el mismo estatus legal a quienes vivieran juntos en relaciones no registradas así como a las parejas casadas oficialmente.
La dificultad jurídica se basaba en el problema de definir el matrimonio fuera del registro civil del mismo, ya que, naturalmente, una vez en el tribunal, un hombre y una mujer bien podían estar en desacuerdo con respecto a si su matrimonio existía. El 45 por ciento de las demandas judiciales de pensión eran de mujeres no casadas abandonadas por haber quedado embarazadas.
Para muchas mujeres, menos calificadas, menos educadas y menos capaces de conseguir un salario decente o incluso un empleo, con demasiada frecuencia el divorcio fácil significaba, para ellas y para sus hijos, el abandono en la miseria por parte de un marido que ejercía su derecho a la “unión libre”. Su condición de dependencia no podía resolverse con leyes de divorcio fácil a falta de empleos, educación e instalaciones estatales decentes para el cuidado de los hijos. Como explicaba un artículo de Rabotnitsa: “Las mujeres, en la mayoría de los casos, son más atrasadas, menos calificadas, y por lo tanto menos independientes que el hombre... Casarse, tener hijos, verse encadenada a la cocina, y luego ser abandonada por su esposo: esto es muy doloroso para una mujer. Por eso estoy contra el divorcio fácil.” Otro señalaba: “Necesitamos luchar por la preservación de la familia. La pensión es necesaria mientras el estado no pueda tomar a todos los niños bajo su protección” (citado en Wendy Z. Goldman, “Working Class Women and the ‘Withering Away’ of the Family” [La mujer obrera y la ‘extinción’ de la familia], en Russia in the Era of NEP [Rusia en la era de la NEP], ed. Fitzpatrick, Rabinowitz y Stites [Bloomington: Indiana University Press, 1991]). Estas desgarradoras contradicciones subrayaban la simple verdad de que la familia debe ser remplazada y no puede ser simplemente abolida.
Si bien las diferencias respecto al proyecto de código no se ubicaban claramente entre izquierda y derecha, la discusión se desarrolló paralelamente a los debates generales del partido y de igual modo reflejó las presiones de fuerzas de clase. Los que se oponían al proyecto de Código Familiar tendían a reflejar la influencia del campesinado, que se oponía tajantemente al reconocimiento del matrimonio de facto y al divorcio fácil como amenazas a la estabilidad y unidad económica del hogar, y como productos de “hembras astutas”, “caos social y moral” y “libertinaje” (Goldman, Women, the State and Revolution).
Hasta donde sabemos, la Oposición Unificada no tenía una posición formal respecto al Código; pero los oposicionistas sí tomaron parte en el debate. Alexander Beloborodov, quien fue expulsado del partido junto con Trotsky en 1927, tuvo muchas reservas respecto al Código; le preocupaba particularmente el efecto de la inestabilidad familiar en los niños “en la medida en que no podamos ofrecer educación comunitaria para los niños y exijamos que los niños sean educados por sus familias” (citado en Rudolph Schlesinger, Changing Attitudes in Soviet Russia: The Family in the U.S.S.R. [Actitudes cambiantes en la Rusia soviética: la familia en la URSS], Londres: Routledge and Kegan Paul, 1949). El propio Trotsky denunció la oposición al reconocimiento del matrimonio de facto en un discurso del 7 de diciembre de 1925 a la III Conferencia sobre la protección de las madres y los niños:
“Camaradas, esta [oposición] es tan monstruosa que hace pensar: ¿Estamos realmente en una sociedad que se transforma hacia una manera socialista...? Aquí la actitud hacia la mujer no sólo no es comunista sino [que es] reaccionaria y filistea en el peor sentido de la palabra. ¿Quién podría pensar que los derechos de la mujer, sobre la que recaen las consecuencias de cualquier unión, por muy transitoria, estarían demasiado celosamente guardados en nuestro país?... Esto es sintomático y atestigua el hecho de que en nuestros criterios, conceptos y costumbres tradicionalistas, hay mucho que es verdaderamente torpe y que debemos destruir con un ariete.”
—Trotsky, “La protección de la maternidad y la lucha por la cultura” en La mujer y la familia
La colectivización forzosa y el plan quinquenal
Para 1928, las políticas de la burocracia de alentar a los kulaks a “enriquecerse” habían provocado el desastre que la Oposición había previsto: los campesinos ricos habían comenzado a acaparar grano, pues no tenían ningún incentivo para vendérselo al estado ya que no había mucho que pudieran comprar con los réditos. Incapaz de alimentar las ciudades, Stalin dio un giro en redondo. Rompió con su aliado Bujarin y colectivizó por la fuerza a la mitad del campesinado del país en cuatro meses. El campesinado respondió con sabotajes y matando a los animales de granja incluyendo al 50 por ciento de los caballos del país. Durante la convulsión social que se desató a principios de los años 30 murieron más de tres millones de personas.
Al mismo tiempo, Stalin abandonó la política de construir el socialismo “a paso de tortuga” y adoptó un plan de industrialización desesperadamente necesario, aunque acelerado a un ritmo inmisericorde y criminal. El desarrollo económico resultante trajo consigo un cambio cualitativo en las condiciones de la mujer trabajadora. Para que éstas pudieran trabajar, las guarderías y los comedores florecieron de la noche a la mañana en vecindarios y fábricas. “¡Abajo la cocina!” gritaba un propagandista:
“¡Destruiremos esta pequeña cárcel! Liberaremos a miles de mujeres del trabajo doméstico. Ellas quieren trabajar como el resto de nosotros. En una cocina de fábrica, una persona puede preparar de cincuenta a cien cenas diarias. Haremos que las máquinas pelen las papas, laven los trastes, corten el pan, remuevan la sopa y hagan helado.”
“La cacerola es enemiga de la célula partidista” y “Abajo los sartenes y las ollas” se convirtieron en consignas del partido (citado en Stites, Women’s Liberation Movement in Russia).
Sin embargo, la planificación económica en la URSS no se basaba en la contribución democrática de los obreros, sino en el decreto burocrático. Si bien las conquistas de la industrialización fueron enormes, éstas se lograron a costa de la calidad de los bienes y con gran ineficiencia burocrática. Pese a estos problemas, la Unión Soviética fue el único país del siglo XX en desarrollarse de un país atrasado y abrumadoramente campesino a una potencia industrial avanzada. Esto es una confirmación del tremendo ímpetu al bienestar humano —particularmente la condición de la mujer— que resulta de la abolición del capitalismo y el establecimiento de una economía colectivizada y planificada, incluso en un solo país. Fue sólo gracias a este desarrollo industrial que la URSS pudo echar atrás el ataque de los ejércitos de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, aunque al costo de 27 millones de vidas soviéticas. Al mismo tiempo, la burocracia tapó hasta el último poro de la sociedad, lo que trajo desperdicio, represión y arbitrariedad, mientras se esforzaba por impedir la extensión internacional de la revolución, que hubiera sido la única defensa a largo plazo de las conquistas de Octubre.
Pese a los importantes avances de las mujeres mediante la industrialización, la burocracia ya había abandonado el compromiso comunista por luchar por la liberación de la mujer. Para cubrir esta retirada, usó la retórica aventurera de ese periodo. Grotescamente, el gobierno anunció en 1930 que la cuestión de la mujer quedaba oficialmente resuelta. Al mismo tiempo, el Zhenotdel fue disuelto; el preludio a esto había sido la liquidación en 1926 del Secretariado Internacional de la Mujer, que había sido degradado a departamento de la mujer del Comité Ejecutivo de la Comintern. La disolución del Zhenotdel fue planteada en 1929 bajo el disfraz de una “reorganización” partidista, argumentando que el trabajo entre las mujeres debía ser una tarea del conjunto del partido. Pero estas palabras, tomadas de los años revolucionarios, eran ahora una cubierta para la inacción y la retirada.
1936 y el triunfo de la “familia socialista”
En 1929 el Partido Comunista todavía llamaba por la extinción de la familia. Para 1936-37, cuando la degeneración del PC ruso ya estaba completa, la doctrina estalinista declaró eso un “craso error” y llamó por una “reconstrucción de la familia sobre una nueva base socialista”. El tercer Código Familiar, que se hizo ley en 1936, también hacía el divorcio más difícil, exigiendo la comparecencia en el tribunal, mayores tarifas y el registro del divorcio en el pasaporte interno de los divorciados, para impedir “un uso criminalmente irresponsable de este derecho, que desorganiza la vida comunitaria socialista” (Schlesinger, The Family in the U.S.S.R.).
La glorificación oficial de la vida familiar y la retirada de la política bolchevique respecto al divorcio y el aborto fueron parte esencial de la contrarrevolución política que usurpó el poder político de la clase obrera. Trotsky trató esto en detalle:
“La rehabilitación solemne de la familia que se llevó a cabo —coincidencia providencial— al mismo tiempo que la del rublo, ha sido una consecuencia de la insuficiencia material y cultural del estado. En lugar de decir: Aún somos demasiado indigentes y demasiado incultos para establecer relaciones socialistas entre los hombres; nuestros hijos lo harán, los jefes del régimen recogen los trastos rotos de la familia e imponen, bajo la amenaza de los peores rigores el dogma de la familia, fundamento sagrado del ‘socialismo triunfante’. Se mide con pena la profundidad de este retroceso.”
—La revolución traicionada
Repudiando el compromiso bolchevique de no interferencia en la vida personal, se declaró que la teoría de la “extinción de la familia” llevaba al libertinaje sexual, mientras que las alabanzas a las “buenas amas de casa” empezaron a aparecer en la prensa soviética a mediados de los años 30. Un editorial de Pravda de 1936 denunciaba un plan habitacional sin cocinas individuales como una “desviación de izquierda” y un intento por “introducir artificialmente la vida comunal”. Como dijo Trotsky: “El retroceso reviste formas de una hipocresía desalentadora y va mucho más lejos de lo que exige la dura realidad económica.”
Para el gran perjuicio de las mujeres soviéticas, el Código Familiar de 1936 criminalizó el aborto y la tasa de muertes por aborto aumentó mucho. Al mismo tiempo, el gobierno empezó a emitir “condecoraciones a heroínas” para las mujeres que tuvieran un gran número de hijos, mientras que los funcionarios de gobierno decretaban que en la Unión Soviética “la vida es feliz” y que sólo el egoísmo llevaba a las mujeres al aborto. El Código Familiar de 1944 retiró el reconocimiento de los matrimonios de facto, restauró el humillante concepto de “ilegitimidad”, abolió la coeducación en las escuelas y prohibió las demandas de paternidad. El aborto no volvió a ser legal en la URSS sino hasta 1955.
1991-92: La contrarrevolución capitalista pisotea a las mujeres
En los años 30, Trotsky predijo que la burocracia del Kremlin llegaría a un impasse en el frente económico cuando se hiciera necesario virar de los aumentos cuantitativos brutos al mejoramiento cualitativo, del crecimiento extensivo al intensivo. Trotsky llamó por la “revisión, de pies a cabeza, de la economía planificada en interés de los productores y los consumidores” (Programa de Transición, 1938). Reflejando en buena parte la inflexible presión del imperialismo mundial sobre el estado obrero soviético, estos problemas económicos pasaron a primer plano en las décadas de 1970 y 1980.
Sucediendo al moderado Mijaíl Gorbachov, que no se atrevió a ejecutar las medidas necesariamente duras de la restauración plena del capitalismo, Boris Yeltsin tomó el poder en agosto de 1991. A lo largo del siguiente año, dada la ausencia de resistencia por parte de la clase obrera, la contrarrevolución capitalista triunfó en Rusia, una derrota histórico-mundial para la revolución proletaria. La URSS fue fragmentada en varios regímenes nacionalistas mutuamente hostiles. Excepto para una pequeña minoría en la cima, desde entonces las cosas se han vuelto mucho peores para todos, pero especialmente para las mujeres y los niños. La gran mayoría de la población ha caído en la pobreza extrema y el desempleo crónico. El extenso sistema de guarderías y ayuda a las madres ha desaparecido, los besprizorniki han vuelto, la prostitución florece y las mujeres del Asia Central han retrocedido siglos.
La Liga Comunista Internacional reconoce la dura realidad de que la conciencia política ha retrocedido frente a estas derrotas sin precedentes. Una de nuestras tareas clave es luchar por explicar y aclarar el programa marxista, liberándolo de la suciedad de las traiciones estalinistas y las mentiras de los ideólogos capitalistas. Este estudio de la lucha bolchevique por la emancipación de la mujer, que muestra lo mucho que pudo lograrse a pesar de la pobreza, el estrangulamiento imperialista y la posterior degeneración estalinista de la URSS, atestigua la promesa que una economía planificada mundial, nacida de nuevas revoluciones de Octubre, le hace a los explotados y oprimidos del mundo. La amplitud de nuestra perspectiva histórica a largo plazo de un futuro socialista, un nuevo modo de vida que sólo puede evolucionar tras arrancar de raíz la reacia desigualdad y opresión que genera la explotación capitalista, fue descrita por Trotsky:
“El marxismo considera el desarrollo de la técnica como el resorte principal del progreso, y construye el programa comunista sobre la dinámica de las fuerzas de producción. Suponiendo que una catástrofe cósmica destruyera en un porvenir más o menos próximo a nuestro planeta, tendríamos que renunciar a la perspectiva del comunismo como a muchas otras cosas. Fuera de este peligro, problemático por el momento, no tenemos la menor razón científica para fijar de antemano cualquier límite a nuestras posibilidades técnicas, industriales y culturales. El marxismo está profundamente penetrado del optimismo del progreso y esto basta, digámoslo de pasada, para oponerlo irreductiblemente a la religión.
“La base material del comunismo deberá consistir en un desarrollo tan alto del poder económico del hombre, que el trabajo productivo, al dejar de ser una carga y una pena, no necesite de ningún aguijón, y que el reparto de los bienes, en constante abundancia, no exija —como actualmente en una familia acomodada o en una pensión ‘conveniente’— más control que el de la educación, el hábito y la opinión pública.”