Suplemento de Espartaco, Abril de 2014 |
Abril de 2014 |
El golpe en Ucrania: Encabezado por fascistas y respaldado por los imperialistas de EE.UU. y la UE
Crimea es rusa
El siguiente texto se basa en artículos publicados en Workers Vanguard Nos. 1041 y 1043, periódico de nuestros camaradas de la SL/U.S.
Conforme el caudillo ruso Vladímir Putin desplegaba tropas en Crimea, siguiendo una resolución del parlamento ruso, la maquinaria de propaganda occidental se puso histérica. El secretario de estado estadounidense, John Kerry, declaró que Rusia pagaría “muy caro” su incursión, amenazando con expulsarla del imperialista Grupo de los 8 y con congelar sus propiedades en el extranjero. Sin la menor ironía, Kerry pontificó: “Nadie puede, en el siglo XXI, comportarse como en el siglo XIX e invadir un país con un pretexto totalmente inventado”. Afganistán, Irak, Libia: la lista de países que el imperialismo estadounidense ha amenazado e invadido “en el siglo XXI” sigue y sigue. Y los sucesos de Ucrania ciertamente contaron con la participación de los imperialistas estadounidenses en particular, así como de la Unión Europea (UE).
La movilización militar rusa en Crimea responde directamente al derrocamiento del gobierno en Kiev, la capital ucraniana. El 22 de febrero, el corrupto presidente prorruso Viktor Yanukovich fue derrocado por un golpe de estado derechista encabezado por fascistas y respaldado por Estados Unidos y la UE; posteriormente, Yanukovich huyó a Rusia. Los matones que arrojaban cocteles molotov, que habían estado al frente de las manifestaciones masivas y que por tres meses ocuparon las calles de Kiev tomando instalaciones de gobierno y enfrentando con violencia a la policía, hoy están al mando. Los fascistas del partido Svoboda tienen un viceprimer ministro y varios ministerios del nuevo gobierno. Uno de los fundadores de Svoboda, Andriy Parubiy, ahora encabeza el Consejo de Seguridad Nacional y Defensa, que supervisa las fuerzas armadas. El nuevo viceprimer ministro en asuntos económicos es Oleksandr Sych, de Svoboda, un miembro del parlamento tristemente célebre por sus intentos de prohibir todos los abortos, incluyendo en caso de violación. Si bien Arseniy Yatsenyuk, el favorito de Washington y líder del Partido de la Patria, está ahora a cargo como primer ministro, los matones de la Plaza Maidán siguen dictando la política.
El éxito del golpe de estado nacionalista de derecha alarmó profundamente a la población de habla rusa, en particular de las regiones del oriente y el sureste de Ucrania. Y, en efecto, uno de los primeros actos del nuevo régimen fue abolir una ley de 2012 que permitía el uso oficial del ruso y otros idiomas minoritarios. Esto justificadamente se tomó como un ataque a las minorías no ucranianas, produciendo amplias protestas, incluso en Lviv, donde los fascistas cuentan con una base considerable. De las 27 regiones en las que está dividida Ucrania, trece, principalmente en el oriente, habían adoptado el ruso como su segunda lengua oficial, y dos regiones del occidente adoptaron el rumano, el húngaro y el moldavo. En Crimea —donde el 58.5 por ciento de la población es étnicamente rusa, el 24.4 es ucraniana y el 12.1 es tártara— la nueva ley chovinista de Kiev golpeó particularmente duro, dado que la aplastante mayoría de la población de dos millones de personas de la región usa el ruso como su lengua principal, independientemente de sus antecedentes étnicos.
El ejército ruso, con ayuda de las fuerzas locales de “autodefensa”, estableció su control sobre la República Autónoma de Crimea. Hay en la Península de Crimea numerosos soldados y marinos rusos. Por un acuerdo con los gobiernos ucranianos anteriores, la ciudad de Sebastopol es la base de la flota rusa del Mar Negro. Sobre esta base, el nuevo gobierno prorruso de Crimea convocó a un plebiscito, llevado a cabo el 30 de marzo, para decidir el estatus del territorio: seguir siendo parte de Ucrania, o buscar una independencia de facto y una afiliación más estrecha a Rusia. Casi el 97 por ciento votó a favor de la secesión de Ucrania y por la absorción por Rusia, con cálculos de participación del electorado en 83 por ciento.
Como era de esperarse, el nuevo gobierno ucraniano denunció la intervención de Putin como una apropiación rusa de territorio ucraniano, y los voceros de la burguesía la han comparado con la Guerra Ruso-Georgiana de 2008. La movilización militar de Rusia en Crimea no es equivalente a esa guerra, en la que las fuerzas rusas penetraron en territorio georgiano. En ella, los marxistas adoptamos una línea derrotista, oponiéndonos a ambos ejércitos burgueses. (Georgia estaba respaldada por el imperialismo occidental.)
Fortaleciendo nuestra posición
El pueblo de Crimea tiene todo el derecho a la autodeterminación, incluyendo la independencia o la incorporación a Rusia. En la actual coyuntura, el ejercicio de ese derecho fue posible por el apoyo de las fuerzas rusas. De hecho, fue el nuevo gobierno de Crimea el que solicitó la movilización militar rusa. Al interior de Crimea, la principal oposición a separarse de Ucrania viene de los tártaros, un pueblo turco mayoritariamente musulmán. El 26 de febrero hubo enfrentamientos en Simferópol, capital de Crimea, entre manifestantes prorrusos y tártaros, dejando dos muertos y 30 heridos. La desconfianza de los tártaros ante las autoridades rusas se remonta al periodo de Iosif Stalin, quien en 1944 deportó en masa a los tártaros de Crimea, su patria histórica, al Asia Central y otras partes de la Unión Soviética.
Como explicaron nuestros camaradas estadounidenses en WV No. 1041 (7 de marzo), para los marxistas es principista apoyar la movilización militar rusa en Crimea. Sin embargo, nuestra posición contenía un error significativo que fue señalado por un simpatizante de la Liga Comunista Internacional, Jonah, en una carta del 14 de marzo. El problema —escribió Jonah— es la afirmación en ese artículo de que el apoyo a la movilización militar rusa era principista “siempre y cuando Rusia implemente derechos especiales para la minoría tártara de Crimea, muy oprimida bajo el dominio ucraniano”.
El mismo artículo declaró además que “si las fuerzas rusas utilizaran la toma de Crimea para profundizar la opresión de los tártaros, sería entonces aprincipista apoyar la movilización militar rusa”. Jonah escribió:
“Esa oración y el requisito sobre los ‘derechos especiales para la minoría tártara de Crimea’ parece condicionar la autodeterminación de los crimeos rusos al trato que reciban los crimeos tártaros de parte de Rusia en el momento en que Crimea vote ser parte de Rusia, en caso de que ello ocurra. Si ése es el criterio para la autodeterminación, no veo cómo se pueda apoyar la autodeterminación en ningún lugar (énfasis en el original)”.
Nuestro simpatizante tuvo razón al señalar este problema. La condición que pusimos para apoyar la movilización militar rusa, y por ende al ejercicio de la autodeterminación por parte de la mayoría crimea, fue una concesión a la presión de la propaganda imperialista dirigida contra Rusia y su caudillo burgués, Vladímir Putin. Tras haber apoyado el golpe infestado de fascistas que derrocó al régimen de Yanukovich en Ucrania, los imperialistas estadounidenses y europeos, así como sus mercenarios en los medios, pusieron el grito en el cielo sobre una inexistente “invasión” de Crimea —de hecho, las tropas rusas de la flota del Mar Negro estacionadas en Sebastopol ya estaban allí— y condenaron la “anexión” de Crimea llegando a compararla con la Anschluss de Austria por parte de la Alemania nazi.
Contra lo que normalmente se presenta en los medios occidentales, la movilización militar rusa en Crimea no es la intervención de un “país extranjero”, pese al estatus formal de Crimea como parte de Ucrania. Crimea ha sido rusa desde finales del siglo XVIII, cuando le fue arrebatada al Imperio Otomano. No fue sino hasta 1954 cuando el premier soviético Nikita Jruschov se la cedió a la República Soviética de Ucrania —un estúpido error administrativo que contradijo tanto la historia como la configuración nacional y lingüística de Crimea—. Después, con el colapso de la Unión Soviética, este error cobró significación, pues la suerte de la región quedó sujeta a las enconadas disputas entre los ahora estados burgueses de Rusia y Ucrania. En 1991, los habitantes de Crimea intentaron celebrar un referéndum sobre su independencia, pero las autoridades ucranianas se lo prohibieron indefinidamente.
En Rusia, una tarea crucial para los marxistas es luchar por los derechos de los tártaros musulmanes y de otras minorías étnicas y nacionales. Al apoyar la movilización militar rusa en Crimea, no hemos dado ni un ápice de apoyo político al régimen capitalista y chovinista ruso de Putin. Es el deber de los marxistas oponerse a todo tipo de nacionalismo y chovinismo de grandes potencias. Desde la destrucción contrarrevolucionaria del estado obrero degenerado soviético en 1991-92, hemos enfatizado la necesidad de que los trabajadores se unan en la lucha contra la explotación capitalista y contra toda manifestación de opresión y subyugación nacional, así como contra el fanatismo antijudío. En una declaración que la Liga Comunista Internacional emitió el 3 de abril de 1995, cuando fuimos proscritos en Ucrania como parte de una cacería de brujas anticomunista, enfatizamos que “hoy, en nuestra lucha por que se afirmen y se defiendan los derechos democráticos de los trabajadores de todas las nacionalidades, creemos que se justifica un plebiscito sobre la afiliación nacional en Crimea y en Chechenia” (WV No. 620, 7 de abril de 1995).
¡Por el derecho de todas las naciones a la autodeterminación!
El derecho a la autodeterminación y demás derechos nacionales se aplican a los pueblos de todas las naciones, incluyendo a los de grandes potencias como Rusia. Como marxistas, siempre hemos rechazado la metodología de que los derechos democráticos aplican sólo a ciertos pueblos “progresistas”, y no a los que se consideran “reaccionarios”. Por ejemplo, el estado sionista oprime cruelmente a los palestinos, pero nosotros le reconocemos derechos nacionales tanto a los judíos israelíes como a los palestinos y nos oponemos a la concepción de que hay que arrojar a los judíos al mar. En Irlanda del Norte, la minoría católica esta oprimida por la (apenas) mayoría protestante y por el estado británico. Pero reconocemos que los protestantes constituyen una comunidad aparte y nos oponemos a la reunificación forzosa con un estado católico irlandés. Estamos por una república obrera irlandesa que forme parte de una federación voluntaria de repúblicas obreras de las islas británicas.
Como subrayó el dirigente bolchevique V.I. Lenin, reconocer el derecho a la autodeterminación es un modo de sacar la cuestión nacional del orden del día para favorecer la unidad combativa del proletariado, permitiendo así que los trabajadores de las distintas nacionalidades comprendan quiénes son sus verdaderos enemigos: sus respectivas clases capitalistas. Somos oponentes implacables del nacionalismo ruso, tal como nos oponemos a todas las formas de nacionalismo. Por eso apoyamos al pueblo checheno en sus luchas militares por la independencia contra los brutales opresores burgueses rusos, tanto bajo Boris Yeltsin como bajo Vladímir Putin.
Al intervenir en Crimea, Putin busca defender los intereses de la Rusia capitalista frente a los imperialistas de Occidente, que quieren establecer un estado cliente en su frontera. Al mismo tiempo, en el contexto del aumento de las hostilidades contra la etnia rusa en Ucrania, las maniobras militares de realpolitik de Rusia coinciden con los muy justificados temores nacionales que enfrentan los rusos de Crimea.
¡Los obreros deben barrer a los fascistas de las calles!
Así como nuestra actitud con respecto a la movilización militar rusa en Crimea no implica ni el menor apoyo político al régimen capitalista de Putin, nuestra oposición al golpe de Ucrania tampoco implica ningún apoyo político a Yanukovich y sus secuaces. Lo que hacía falta mientras se preparaba el golpe era afirmar la unidad de clase del proletariado por encima de las divisiones nacionales y étnicas que atormentan al país. Habría estado en el interés del proletariado internacional el que la clase obrera de Ucrania se movilizara para barrer a los fascistas de las calles de Kiev. Hoy, ciertamente está en el interés del proletariado que se formen milicias obreras multiétnicas y no sectarias para aplastar a los fascistas y repeler todas y cada una de las expresiones de violencia comunal.
En nuestro artículo “Ukraine Turmoil: Capitalist Powers in Tug of War” (Descontento en Ucrania: Potencias capitalistas en juego de tira y afloja, WV No. 1038, 24 de enero), señalamos el importante papel que tuvieron los fascistas en las manifestaciones contra el gobierno en Ucrania. Pero, pese a la abundante evidencia de que los neonazis tenían un firme control sobre la oposición que ahora es gobierno, el New York Times y otros voceros de la clase dominante estadounidense siguen sin llamarlos por su verdadero nombre. Los medios occidentales siguen vendiendo la mentira de que el golpe fue resultado de una “revolución pacífica” por la democracia y contra la corrupción.
Svoboda es un partido fascista y antijudío cuyo líder, Oleg Tyagnibok, afirma que una “mafia judeo-moscovita” controla Ucrania. Este partido tiene sus orígenes en los nacionalistas ucranianos que dirigía Stepan Bandera, quienes durante la Segunda Guerra Mundial colaboraron militarmente con los nazis y llevaron a cabo asesinatos masivos de judíos, comunistas, soldados del Ejército Rojo y polacos. Originalmente, el partido se llamaba Partido Social-Nacionalista de Ucrania, en una referencia deliberada al Partido Nazi (Nacional-Socialista) de Alemania. En enero, Svoboda dirigió una marcha de 15 mil personas con antorchas en Kiev y otra en su bastión Lviv, en el occidente de Ucrania, en memoria de su héroe Bandera.
Grupos aún más extremistas, como Sector Derecho, que considera a Svoboda demasiado “liberal” y “conformista” rebasaron a Svoboda en las protestas. Al introducir pandillas paramilitares, inclinaron la balanza en las protestas en Kiev a favor de ataques contra la policía, con el propósito de derrocar al gobierno. Tras el golpe, los partidarios de Sector Derecho en Stryi, una ciudad en la región de Lviv, destruyeron un monumento nacional a los soldados del Ejército Rojo que murieron liberando a Ucrania de la Alemania nazi. (En el último mes, también han sido desmanteladas decenas de estatuas de Lenin.) Aleksandr Muzychko, líder de este grupo en el oeste de Ucrania, juró combatir “la escoria rusa, judía y comunista hasta morir”. Afirmando el control que tiene Sector Derecho sobre la situación, Muzychko declaró que, ahora que el gobierno ha sido derrocado, “habrá orden y disciplina” o “los escuadrones de Sector Derecho fusilarán ahí mismo a los bastardos”.
En la medida en que existe un gobierno en Ucrania desde el golpe, sus leyes están mayormente dictadas por estos grupos neonazis, rusófobos, antijudíos y ultranacionalistas. Además de arrebatarles su estatus semioficial a los idiomas minoritarios, el nuevo régimen también ha ilegalizado en el occidente del país al Partido “Comunista” (PC) de Ucrania, que colaboraba abiertamente con el régimen burgués de Yanukovich y con su Partido de Regiones. El PC, que dice tener 115 mil miembros y más de dos millones de votantes, ha reportado que sus partidarios han sido golpeados y acosados y que la casa de su dirigente fue quemada. Mientras tanto, citando “amenazas constantes respecto a las intenciones de atacar las instituciones judías”, un rabino de Kiev llamó a la población judía a evacuar la ciudad y, de ser posible, el país. De hecho, el 24 de febrero una sinagoga de Zaporozhye, al sureste de Ucrania, fue atacada con bombas incendiarias. En una declaración del 3 de marzo, el Ministerio del Exterior ruso señalaba: “Los aliados de Occidente son ahora neonazis abiertos que atacan iglesias ortodoxas y sinagogas”.
Lo que precipitó la actual crisis en Ucrania fue la decisión de Yanukovich de rechazar una “sociedad” con la UE. Eso hubiera implicado un préstamo del FMI que hubiera sometido a la clase obrera ucraniana a raciones de hambre, como ocurrió en Grecia y otros lugares. La asistente del secretario de estado estadounidense para asuntos euroasiáticos, Victoria Nuland, la representante de la UE para asuntos exteriores, Catherine Ashton, el senador estadounidense John McCain y muchos otros políticos estadounidenses y europeos se apresuraron a la Plaza Maidán en Kiev para alentar a los manifestantes y mostrarles su apoyo. El 17 de diciembre, el presidente ruso Putin ofreció al desesperado Yanukovich un préstamo por 15 mil millones de dólares y una reducción en el precio del gas. Aunque eso no es ni remotamente suficiente para sacar al país de la pobreza, le hubiera dado un respiro a Ucrania, que está a punto de declararse en quiebra. Inmediatamente, el senado estadounidense denunció el préstamo de Putin como “coerción económica rusa”.
En todos los niveles, lo que está ocurriendo en Ucrania es producto de la contrarrevolución capitalista que destruyó al estado obrero burocráticamente degenerado soviético y destrozó las economías y los pueblos de las antiguas repúblicas soviéticas. La economía ucraniana, que estaba integrada a la división económica del trabajo de toda la Unión, recibió un severo golpe. Los estándares de vida se desplomaron en todo lo que había sido la URSS. En Ucrania, los salarios reales llegaban en 2000 cuando mucho a un tercio de lo que habían sido en 1991, y el empleo industrial cayó en un 50 por ciento entre 1991 y 2001.
Como antigua república soviética, Ucrania sigue dependiendo mucho económicamente de Rusia. El grueso de la industria —la producción de acero, metales, vagones de tren y equipamiento nuclear— se localiza en el muy rusificado y ortodoxo oriente del país, y no en el occidente más rural y católico uniato. Estas industrias, cruciales para Rusia, no les sirven a los imperialistas occidentales, que planean liquidarlas.
La población ucraniana, compuesta por 46 millones de personas, está profundamente dividida, con gran parte del occidente propugnando por mayores vínculos con la UE mientras el oriente y el sur voltean hacia Rusia en busca de apoyo. El país también se ha polarizado entre pandillas corruptas de magnates capitalistas que antes se apoyaban mutuamente mientras se atiborraban con el robo de la riqueza industrial que la clase obrera multinacional soviética construyó a lo largo de décadas. Algunos de estos oligarcas, con un apetito de más inversiones europeas, se orientan al Occidente. Mientras tanto, la base de apoyo de Yanukovich está en el oriente de Ucrania y en Crimea, que comercian con Rusia.
La clase obrera ucraniana, que a principios de los años noventa mostró su combatividad en la región oriental e industrial de Donetsk, ha guardado silencio como clase. Sin duda, los obreros no le tienen mucho afecto al capo mafioso Yanukovich. Pero el golpe proimperialista en Ucrania, facilitado por los fascistas, deja a la clase obrera inerme ante una explotación aún más salvaje por parte de los imperialistas.
Rivalidad entre las grandes potencias
Aliarse con ultrarreacionarios y fascistas nunca ha molestado a los “democráticos” imperialistas estadounidenses. De hecho, los seguidores de Bandera son viejos amigos de Washington. Tras la Segunda Guerra Mundial, la inteligencia occidental protegió a las unidades de Bandera para convertirlas en guerrillas en contra de los soviets y un sostén principal de Radio Europa Libre. Hoy, cuando necesitan medidas de austeridad aun más severas para mantener el flujo de las ganancias, la clase gobernante ucraniana y sus padrinos imperialistas pueden encontrar a los fascistas útiles para desviar el descontento social, de los oligarcas y los capitalistas extranjeros, a las minorías como los judíos y los inmigrantes, o bien para aplastar a los militantes obreros e izquierdistas. Cuando Barack Obama acababa de asumir la presidencia, dijo que intentaría “comenzar de nuevo” sus relaciones con Rusia. Sin embargo, hoy la actitud estadounidense hacia Rusia recuerda en cierto modo los días de los hermanos Dulles durante la Guerra Fría de los años cincuenta, con los políticos y los medios estadounidenses denigrando constantemente a Rusia. Pero la hostilidad de los imperialistas estadounidenses hacia Rusia ya no se trata de derrocar las relaciones de propiedad colectivizadas que estableció la Revolución de Octubre de 1917. Por el contrario, es una expresión de la política de “gran potencia”.
Siete décadas de economía planificada convirtieron a la Rusia soviética, de un país mayormente campesino, en uno básicamente urbanizado, con una capacidad militar análoga a la de Estados Unidos, una mano de obra calificada y un numeroso y altamente entrenado personal científico y técnico. Gracias en buena parte a los elevados precios del petróleo y el gas en los últimos años, la economía rusa se ha recuperado de la catástrofe de la “terapia de choque” que vino con la contrarrevolución capitalista. Rusia es el mayor productor mundial de petróleo y gas, y todavía tiene un arsenal nuclear considerable. También tiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y la capacidad de ser una espina en el costado de Estados Unidos, como cuando Obama amenazó con atacar Siria el año pasado.
En su constante campaña por la hegemonía mundial, Estados Unidos ha estado tratando de minar la fuerza de Rusia como potencia regional, continuamente extendiendo la OTAN hacia Europa Oriental e intentando instalar regímenes dóciles mediante una serie de “revoluciones” de diferentes colores en las antiguas repúblicas soviéticas. Estados Unidos también ha instalado bases en toda el Asia Central y toda la periferia de Rusia. Esta extensión militar busca cercar no sólo a la Rusia capitalista, sino también a China, el mayor y más poderoso de los estados obreros burocráticamente deformados que quedan. Rusia, por su parte, ha colaborado en numerosas ocasiones con el imperialismo estadounidense. Por ejemplo, desde 2009 Rusia ha permitido que Estados Unidos cruce su espacio aéreo para trasladar tropas y armamento a Afganistán, cuando hasta entonces sólo había permitido el traslado de suministros “no letales”.
Con pasmosa hipocresía, Estados Unidos y la UE —llevando a remolque a sus voceros mediáticos— condenan a Rusia por su “interferencia” en los asuntos ucranianos. Son en realidad los imperialistas quienes tienen sus sucias manos metidas en toda Ucrania. Cuando, el mes pasado se filtró una conversación telefónica entre Victoria Nuland y Geoffrey Pyatt, embajador estadounidense en Ucrania, todo el énfasis de la prensa estuvo en la frase “Fuck the EU” (que se joda la UE). En cambio se pasó por alto el hecho de que la disputa era respecto a quién debería ocupar el poder tras Yanukovich, con Nuland rechazando de plano el proyecto del antiguo boxeador Vitali Klitschkó, a quien estaba promoviendo el imperialismo alemán (Klitschkó de hecho paga impuestos en Alemania). Como bien describió la llamada telefónica el profesor Stephen Cohen en una entrevista para Democracy Now! del 20 de febrero, “la más alta funcionaria del Departamento de Estado, que supuestamente representa al gobierno de Obama, y el embajador estadounidense en Kiev, para ponerlo en términos llanos, están tramando un golpe de estado contra el presidente electo de Ucrania”.
En el reciente golpe, la UE —encabezada por Alemania, Francia y Polonia— ha hecho el papel de ariete para la austeridad del FMI. La UE es un bloque comercial imperialista dominado por Alemania, y su “oferta” de membresía sólo significa profundizar la pobreza de la clase obrera ucraniana. El préstamo del FMI atado al acuerdo con la UE estipula que Ucrania no podrá aceptar ningún apoyo económico de Rusia. Eso significaría recortar los subsidios de petróleo y gas para los ucranianos, haciendo imposible a muchos de ellos calentar sus hogares en el gélido invierno y exigiría nuevas y más drásticas privatizaciones de los servicios y las industrias públicas. En pocas palabras, aseguraría la privación económica de la clase obrera ucraniana, en el oriente y el occidente.
Irónicamente, Yanukovich, que se había mostrado más que dispuesto a colaborar con la UE, probablemente rechazó el acuerdo de préstamo porque temía no sobrevivir políticamente a las consecuencias sociales del paquete de austeridad que lo acompañaba. Ucrania necesita unos 35 mil millones de dólares sólo para pagar sus deudas durante los próximos dos años. Pero en realidad, no es gran cosa lo que ofrecen los imperialistas de Estados Unidos y la UE.
Socialistas del Departamento de Estado
Mientras los medios burgueses de Occidente trabajan horas extras para presentar las manifestaciones reaccionarias de Kiev como una “lucha por la democracia”, la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional) de EE.UU. se suma al coro con su propia variación del mismo tema. Un artículo del socialistworker.org del 24 de febrero reconocía que los fascistas como Sector Derecho estaban “cada vez más en la primera línea de los choques con las fuerzas del gobierno” y señalaba que “no puede subestimarse la amenaza de la extrema derecha en Ucrania”. Sin embargo, continúa el artículo, “sería un error descartar todo el movimiento de protesta debido a su presencia”, describiendo las protestas de Kiev como una “acción desde abajo”. ¡También lo eran los saqueos de las fuerzas de asalto nazis!
La ISO no se detiene ahí y llama por “un esfuerzo de base que incluya organizaciones obreras independientes, sindicatos y una izquierda fortalecida que establezca una atmósfera de solidaridad al interior de Maidán, en la que el mensaje tóxico de odio se marchite y muera” [énfasis nuestro]. Para decirlo claramente, aquí la ISO está llamando a los obreros a unirse y ayudar a un movimiento controlado por fascistas y fuerzas de extrema derecha. Cualquier obrero con la desgracia de encontrarse bajo la influencia de la ISO se hubiera visto a sí mismo participando en un golpe de estado dirigido por fascistas.
Los grupos de izquierda ingenuos, los militantes sindicales y los activistas gays que intentaron unirse a la protesta fueron golpeados y expulsados de la plaza mediante la fuerza de las armas. La ISO está acostumbrada a la compañía de archireaccionarios. Desde su origen en los años cincuenta, la tendencia internacional de la ISO —incluyendo a sus viejos socios del Socialist Workers Party [Partido Obrero Socialista] británico— siempre se ha alineado con el imperialismo “democrático”. Al estallar la Guerra de Corea, abandonó el trotskismo al negarse a defender a la Unión Soviética, China y Corea del Norte, procediendo a apoyar a todas y cada una de las fuerzas que se movilizaran contra el estado obrero soviético en nombre del “antiestalinismo”. Eso incluye el embellecimiento del general Andrey Vlasov, líder de los fascistas rusos que durante la Segunda Guerra Mundial luchó del lado de Hitler.
La Revolución Rusa y la cuestión nacional
El Partido Bolchevique que dirigió la Revolución de Octubre de 1917 defendía firmemente la igualdad de todas las naciones, pueblos e idiomas. Los bolcheviques se oponían a cualquier forma de desigualdad o privilegio nacional. Eso les permitió movilizar a los trabajadores —rusos, judíos, armenios, azerbaiyanos, ucranianos, etc.— para derrocar el dominio de los capitalistas y los terratenientes.
Durante los años que siguieron a la Revolución de Octubre, los bolcheviques defendieron asiduamente los derechos de los diversos pueblos y nacionalidades del país. Por ejemplo, en 1921 se estableció la República Autónoma de Crimea dentro de la Federación Rusa; aproximadamente una quinta parte de su población la constituían tártaros de Crimea. En los primeros años del poder soviético hubo un marcado desarrollo de la cultura nacional de los tártaros de Crimea: los tártaros fundaron centros de investigación, museos, bibliotecas y teatros. Sin embargo, con el triunfo y consolidación de la burocracia estalinista comenzando en 1923-24, el chovinismo granruso comenzó a florecer. Con el paso de los años terminó la enseñanza de la lengua y la literatura tártara y todas las publicaciones en ese idioma fueron prohibidas.
Cuando los nazis invadieron la Unión Soviética en 1941, un sector de los tártaros los recibió como a libertadores. Pero otros muchos tártaros pelearon en el ejército soviético contra Alemania. Después, vengativamente Stalin recurrió al castigo colectivo de la población tártara de Crimea. En 1944, cerca de 180 mil tártaros fueron deportados al Asia Central y otras regiones de la Unión Soviética. Los chechenos y los alemanes del Volga recibieron un tratamiento similar. Casi la mitad de los tártaros murieron en su camino al exilio. No fue sino hasta 1967 cuando las autoridades soviéticas comenzaron la “rehabilitación” de los tártaros. Tomó otras dos décadas para que se les permitiera comenzar a regresar a Crimea, creando una gran animadversión entre la población tártara.
Sin embargo, sería equivocado considerar las relaciones nacionales en el estado obrero degenerado soviético como una mera continuación de la cárcel de los pueblos zarista. Las políticas de la burocracia estalinista tuvieron un impacto contradictorio. La existencia de una economía socializada con planificación central sentó las bases materiales para el desarrollo de las áreas más atrasadas de la URSS, como el Asia Central soviética. Ucrania pasó por una industrialización y un desarrollo sustanciales. El logro del pleno empleo, la atención médica para todos y demás conquistas minaron las formas más virulentas de nacionalismo burgués y antisemitismo, que son alimentados por los malestares de la sociedad capitalista. El Ejército Rojo aplastó a los invasores nazis durante la Segunda Guerra Mundial, liberando a Ucrania de la escoria fascista.
Con la restauración del capitalismo en la antigua Unión Soviética, toda la “vieja porquería” regresó, lo que llevó a una aguda intensificación del comunalismo y a la proliferación de odios nacionales enfrentando entre sí a trabajadores en una lucha fratricida por la supervivencia. Como hemos señalado en el pasado, la ruptura de la Unión Soviética reveló una situación de considerable interpenetración de pueblos y de unidades de producción económica engranadas y heredadas de una economía planificada y burocráticamente centralizada. Ésa es la situación en Ucrania, particularmente en sus regiones orientales.
Sin embargo, el término “pueblos interpenetrados” no aplica a Crimea, a diferencia de lo que habíamos afirmado erróneamente en un artículo anterior (WV No. 1038). Cuando hablamos de pueblos interpenetrados, no nos referimos a cualquier mezcla de nacionalidades y etnias dentro de un estado, que es la norma en el mundo. Nos referimos a situaciones en que dos o más pueblos reclaman el mismo territorio, por ejemplo Israel/Palestina e Irlanda del Norte, y abordamos las implicaciones para los leninistas. En estos casos, como señala la Declaración de Principios internacional de la LCI, “el derecho democrático a la autodeterminación nacional no puede ser logrado por un pueblo sin violar los derechos nacionales del otro. Por eso, estos conflictos no pueden ser resueltos equitativamente dentro de un marco capitalista. La condición previa para una solución democrática es barrer con todas las burguesías de la región” (Spartacist No. 29, agosto de 1998).
El 97 por ciento de la población de Crimea habla ruso, e incluso la minoría étnica ucraniana está muy rusificada. Lo anterior contrasta con el caso del Cáucaso, poblado por muchos pueblos que hablan distintas lenguas. El reciente referéndum en Crimea y su secuela han subrayado que la región está definida centralmente por su historia y conformación rusas. Además, la reabsorción de Crimea por parte de Rusia se llevó a cabo prácticamente sin derramamiento de sangre ni resistencia real alguna. El grueso de las tropas y los oficiales ucranianos en Crimea simplemente se pasaron al bando ruso.
El futuro bajo el capitalismo es sombrío. El creciente empobrecimiento económico podría llevar a un aumento en la hostilidad y las luchas entre los diferentes grupos étnicos, dándole una “solución” sangrienta al problema nacional. Como señalamos al concluir nuestro último artículo sobre Ucrania:
“La tarea principal es forjar partidos leninistas-trotskistas que libren una lucha permanente contra todas las manifestaciones de nacionalismo y chovinismo de gran potencia, como parte de una propaganda paciente pero persistente dirigida a ganar al proletariado al programa de la revolución socialista”.