Espartaco No. 52 |
Diciembre de 2019 |
¡Defender a China! ¡Fuera manos imperialistas!
¡No a los disturbios contrarrevolucionarios!
Hong Kong: ¡Expropiar a los magnates!
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1160 (6 de septiembre), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.
2 DE SEPTIEMBRE—Por tres meses, turbas anticomunistas han llevado a cabo disturbios en todo Hong Kong. Han bloqueado calles y detenido el transporte público, han golpeado oponentes y chinos continentales, y le han arrojado piedras y bombas molotov a la policía. Los manifestantes levantan pancartas masivamente distribuidas con la leyenda: “Presidente Trump: Por favor libere Hong Kong”, mientras cantan el himno y ondean banderas de Estados Unidos. Los manifestantes antichinos vandalizaron la sede del Consejo Legislativo e izaron la bandera británica, exigiendo el regreso del antiguo amo colonial de Hong Kong. Buscando terminar con el control chino sobre su enclave capitalista de Hong Kong, los manifestantes piden abiertamente la intervención imperialista.
El Departamento de Estado estadounidense ha declarado repetidamente su apoyo a las protestas contrarrevolucionarias, al igual que las oficinas del exterior canadiense y británica. La líder demócrata en el congreso estadounidense, Nancy Pelosi, se sumó a varios republicanos en la exigencia de que Estados Unidos intervenga e impulse medidas punitivas contra Beijing. Los gobernantes estadounidenses han financiado, asesorado y ayudado a organizar a los manifestantes como parte de su meta estratégica de revertir la Revolución de 1949 y regresar a China a la esclavitud capitalista, con ellos mismos como los barones ladrones al mando.
China no es un país capitalista, sino un estado obrero. Sin embargo, el estado obrero ha estado deformado desde su origen por el gobierno de una casta burocrática parasitaria que suprime políticamente a la clase obrera. Desde que tomó el poder mediante una guerra de guerrillas campesina, el Partido Comunista Chino (PCCh) ha seguido el dogma estalinista del “socialismo en un solo país” y su corolario, la “coexistencia pacífica” con el imperialismo. Desde tiempos de Mao Zedong hasta el presente, el régimen del PCCh se ha opuesto al programa revolucionario e internacionalista del marxismo. Pero, pese a la mala administración y la corrupción burocráticas, el derrocamiento del capitalismo llevó a avances sociales históricos. Aunque cuatro décadas de “reformas de mercado” han llevado a inversiones extranjeras a gran escala y el surgimiento de capitalistas individuales en la China continental, la economía sigue bajo el control de Beijing, con los sectores más importantes colectivizados y bajo propiedad estatal.
Hoy en Hong Kong, nuestro lado militar es con las fuerzas del estado obrero deformado chino, incluyendo a la policía, contra las movilizaciones anticomunistas. Esta posición se deriva de nuestra defensa militar incondicional de China frente al imperialismo y la contrarrevolución interna. Esa defensa no implica el más mínimo apoyo político a la burocracia de Beijing, que, por su apoyo al capitalismo en Hong Kong bajo la rúbrica de “un país, dos sistemas”, es responsable en buena medida de la actual crisis. Como trotskistas que buscan hacer que la clase obrera cobre conciencia de su misión histórica de realizar un futuro socialista, nuestra perspectiva es la movilización de los trabajadores de Hong Kong y la China continental para detener a las fuerzas contrarrevolucionarias.
En 1997, la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista) se unió al festejo cuando los imperialistas británicos abandonaron su colonia de Hong Kong. Al mismo tiempo, advertimos que la promesa del PCCh de mantener el capitalismo ahí era una daga apuntando al corazón del estado obrero (ver “British Colonialist Rulers Leave, Finally—Beijing Stalinists Embrace Hong Kong Financiers” [Los gobernantes coloniales británicos se largan, al fin—Los estalinistas de Beijing abrazan a los financieros de Hong Kong] WV No. 671, 11 de julio de 1997). En 1984, el dirigente chino Deng Xiaoping prometió explícitamente a la primer ministro británica Margaret Thatcher que “el sistema y modo de vida capitalistas anteriores” se mantendrían intactos.
Desde 1997, Hong Kong ha sido integrado a la República Popular China como una Región Administrativa Especial capitalista, donde cada aspecto decisivo del gobierno está bajo el control de Beijing. El Ejército de Liberación Popular (ELP), que tiene una guarnición en el enclave, lo garantiza. El Congreso Nacional Popular de China estableció la Ley Básica de Hong Kong y el gobierno central de Beijing nombra a los principales funcionarios ejecutivos del territorio. Por su parte, los miembros de su corte suprema son nombrados por el ejecutivo en jefe aprobado por Beijing. El PCCh asumió directamente la responsabilidad de mantener el capitalismo en Hong Kong, donde la clase capitalista está políticamente organizada con sus propios partidos, periódicos y otros medios de comunicación. La política de Beijing ha fomentado que Hong Kong sea un terreno fértil para la contrarrevolución y un puesto de avanzada para el espionaje y las intrigas imperialistas. Proteger los intereses de la burguesía de Hong Kong contra aquellos a quienes explota y oprime es una traición enorme del PCCh, tanto a los trabajadores locales como a los de la China continental. Nosotros decimos: ¡Expropiar a los magnates!
La lucha contra los capitalistas obscenamente ricos de Hong Kong está directamente vinculada con la lucha del proletariado de toda China contra la corrupción y la desigualdad que genera la burocracia estalinista, que actúa como correa de transmisión de las presiones del mercado mundial capitalista hacia el interior del estado obrero. Lo que hace falta es una revolución política proletaria que barra a la burocracia estalinista y ponga el poder en manos de consejos de obreros, campesinos y soldados. Tal régimen se basaría en la perspectiva de la revolución proletaria internacional, preparando el terreno para la eliminación de la escasez en un orden socialista mundial.
Maquinaciones imperialistas
Como dice el dicho, el que paga manda. El National Endowment for Democracy (NED, Fundación Nacional para la Democracia) del gobierno estadounidense ha vertido millones de dólares en organizaciones que están detrás de las protestas, desde el Monitor de Derechos Humanos de Hong Kong y los partidos del campo “pandemocrático” hasta la Confederación de Organizaciones Sindicales de Hong Kong, filial de la anticomunista Confederación Sindical Internacional. Estas organizaciones componen el núcleo del Frente Civil de Derechos Humanos, el principal organizador de las actuales protestas. Joshua Wong, la estrella con quien los medios occidentales promueven las protestas contra China, también está vinculado al NED.
Como describió el periodista Dan Cohen en un útil reportaje publicado en Grayzone (17 de agosto), un personaje clave de las protestas (y su patrocinador) es el magnate de Hong Kong, Jimmy Lai. Conocido como el Rupert Murdoch de Asia, Lai construyó un imperio mediático basado en el amarillismo, los chismes de celebridades, el anticomunismo y el chovinismo antichino. Su prensa es conocida por haber llevado a cabo una campaña chovinista contra los “bebés ancla” de la China continental, describiendo a los continentales como hordas de langostas que descienden a devorar los recursos de Hong Kong. En julio, Lai viajó a Estados Unidos para reunirse con el asesor de Seguridad Nacional John Bolton, el vicepresidente Mike Pence y el Secretario de Estado Mike Pompeo, entre otros, para solicitar a Estados Unidos que siguiera ayudándolo a “resistir” a Beijing. Después declaró: “En Hong Kong estamos luchando por valores compartidos con Estados Unidos contra China. Estamos librando su guerra en el campo enemigo” (CNN, 28 de agosto).
Estados Unidos y otras potencias imperialistas siguen una estrategia de múltiples enfoques para conseguir una contrarrevolución capitalista en China. Uno de sus enfoques es financiar y promover movilizaciones reaccionarias como las protestas de Hong Kong. Washington también busca usar su poder económico como ariete, como en su actual guerra de aranceles, con la que el gobierno de Trump, con el sólido apoyo de los demócratas, busca minar el desarrollo económico y tecnológico de China (ver “U.S. Imperialists Ramp Up Trade/Tech War” [Imperialistas de EE.UU. redoblan la guerra comercial/tecnológica], WV No. 1157, 21 de junio). Al mismo tiempo, Estados Unidos está aumentando su presión militar sobre China, llevando a cabo ejercicios militares regulares cerca de sus costas, sobrevolando con bombarderos el Mar de China Meridional y enviando repetidamente barcos de guerra de la marina al Estrecho de Taiwán. Estas maniobras son parte de la estrategia de Estados Unidos y sus aliados de cercar militarmente a China.
El Departamento de Estado recientemente aprobó la solicitud de Taiwán para comprar tanques y misiles por un valor de 2.2 mil millones de dólares y aviones de combate avanzados por 8 mil millones. Desde el momento de la Revolución de 1949, cuando el régimen capitalista chino huyó a Taiwán, y con el principio de la Guerra de Corea al año siguiente, Estados Unidos ha considerado a esta isla como un “portaviones inhundible”, la línea del frente en una guerra futura. La LCI está por la reunificación revolucionaria de Taiwán con China, mediante una revolución social que derroque al capitalismo en Taiwán y una revolución política obrera contra la burocracia del PCCh en el continente.
Como una organización revolucionaria en la potencia imperialista predominante del mundo, la Spartacist League/U.S. se dedica a forjar un partido leninista de vanguardia que pueda conducir a la clase obrera multirracial estadounidense en la lucha por un gobierno obrero que expropie a los explotadores capitalistas. Algo central en esta perspectiva es convencer a las capas más avanzadas del proletariado de que se opongan a las maquinaciones de sus gobernantes en todo el mundo, particularmente las que se dirigen contra el estado obrero deformado chino. ¡Los obreros no pueden obtener nuevas conquistas si no pueden conservar las ya ganadas!
“Un país, dos sistemas”: Un peligro para la Revolución China
Para lanzar la actual ola de protestas contra China, a finales de la primavera sus organizadores aprovecharon una ley que se debatía en el Consejo Legislativo de Hong Kong, alegando que minaría la autonomía del territorio. La ley propuesta no hubiera hecho semejante cosa. La medida, que se suspendió en junio, simplemente hubiera establecido un proceso de extradición, no sólo entre Hong Kong y el resto de China, sino también entre Hong Kong y cualquier país con el que no tuviera ya un acuerdo así. Al tratar a la China continental como un país extranjero, la ley caía enteramente dentro del marco del PCCh de mantener un gobierno capitalista distinto en Hong Kong. La LCI no tiene posición respecto a esta ley, pues no buscamos aconsejar a la burocracia de Beijing sobre cómo administrar mejor el capitalismo en Hong Kong, puesto que nos oponemos a la supervivencia de este enclave capitalista.
Los manifestantes de Hong Kong y sus voceros en los medios de comunicación burgueses han hecho un escándalo respecto a la supuesta violencia policiaca. Viniendo de fuentes como el New York Times, esto es pura hipocresía. En realidad, la policía de Hong Kong se ha mostrado altamente moderada, enfocándose en contener y dispersar las protestas, en vez de detenerlas. ¡Compárese esta conducta con la del brutal estado de sitio policial impuesto en Ferguson, Missouri, cuando estallaron las protestas por el asesinato policiaco racista de Michael Brown en 2014!
En Hong Kong, la moderación de la policía expresa la política de la burocracia del PCCh. Los organizadores de las protestas aspiran a derrocar al estado obrero deformado chino. Pero Beijing se esfuerza mucho por mantener la autonomía formal de Hong Kong, inscrita en su pacto de “un país, dos sistemas” con los capitalistas del enclave y los amos imperialistas de éstos. Sin embargo, en vez de aplacar a los manifestantes, las concesiones del PCCh no han logrado más que envalentonarlos.
La burguesía de Hong Kong no es unánime respecto a las protestas. Si bien Jimmy Lai y los de su calaña apoyan abiertamente las movilizaciones, Li Ka-shing, el hombre más rico de Hong Kong, así como muchos magnates inmobiliarios y ciertos intereses bancarios han llamado recientemente a la calma. Les preocupa que el caos en torno a las protestas afecte sus negocios. Más ampliamente, varios analistas financieros burgueses han advertido que una intervención del ELP —o de la Policía Armada Popular, desplegada a lo largo de la frontera en Shenzhen— para detener el malestar produciría una fuga de capitales y otros daños a la economía de Hong Kong.
Bajo los magnates, Hong Kong se ha ganado la reputación de ser una maquiladora de cuello blanco, donde los empleados de oficina trabajan hasta doce horas al día por salarios de ocho horas. Con la bendición del PCCh, un frenesí de especulación inmobiliaria ha elevado los alquileres hasta el punto de que los adultos que trabajan son incapaces de dejar la casa paterna, y a veces comparten cuartos diminutos con mucha gente. En una de las ciudades más caras del mundo, llena de tiendas de diseñador y hoteles de lujo, un quinto de la población cae por debajo de la línea de pobreza. Los “inmigrantes” de la China continental constituyen uno de los sectores más oprimidos de la población, mientras que la difícil situación de los cientos de miles de empleados domésticos de Hong Kong, la mayoría originarios de Filipinas e Indonesia, arroja una luz especialmente dura sobre la división de clases en el enclave. Mientras tanto, los venales burócratas del PCCh, junto con sus compinches y parientes, usan a Hong Kong para guardar su dinero o canalizarlo fuera de China, así como para sus viajes de compras.
Los trabajadores de Hong Kong deberían ser un aliado natural del poderoso y combativo proletariado de la China continental. Un auténtico partido comunista en China movilizaría a la clase obrera contra las protestas contrarrevolucionarias sobre la base de los intereses de la clase obrera, enarbolando también los de la pequeña burguesía oprimida. Expropiar a los magnates y convertir sus propiedades en vivienda pública de bajo costo resonaría profundamente entre la población, como también el remplazo de las tiendas y restaurantes de lujo con comedores y cooperativas administradas por y para los obreros.
Estas exigencias contradicen la colaboración de clases del PCCh con la burguesía de Hong Kong, que ha sido la base política de las relativamente pequeñas contraprotestas pro-China que han tenido lugar en Hong Kong e internacionalmente. Las contraprotestas fueron diseñadas para ser compatibles con los intereses de los magnates, cuyo “patriotismo” depende de su posibilidad de cosechar ganancias de sus inversiones en China continental. El PCCh también apela al patriotismo para que se le ponga fin a las protestas. Los estalinistas no llaman a la acción a la clase obrera: siendo una casta gobernante frágil, la burocracia de Beijing teme que las movilizaciones obreras representen un desafío a su gobierno.
Para el PCCh, mantener el capitalismo en Hong Kong sirve para promover la inversión extranjera en la China continental al confirmarle a los capitalistas extranjeros que hacer negocios con China es seguro. Hong Kong sigue siendo un importante conducto que conecta China con la economía capitalista global. La política de Beijing respecto a Hong Kong es coherente con su apertura de áreas enteras de China a las inversiones de la burguesía china en el exterior y de las potencias imperialistas, incluyendo en las Zonas Económicas Especiales.
Cualquier estado obrero aislado necesitará buscar inversión extranjera. Bajo una dirección revolucionaria, esto tendría lugar bajo el control democrático de la clase obrera organizada en soviets (consejos), que en países como China estarían apoyados por consejos campesinos. Un gobierno revolucionario obrero y campesino en China renegociaría los términos de la inversión extranjera en interés de los trabajadores. A los capitalistas nacionales, por su parte, simplemente se les expropiaría para poner sus propiedades al servicio de los intereses del conjunto de la sociedad. Para defender y extender las conquistas de la Revolución de 1949, un régimen así fortalecería la planificación económica central y restablecería el monopolio estatal del comercio exterior.
¿Qué clase gobernará?
En Hong Kong, uno de los más apasionados luchadores por la contrarrevolución “democrática” es Socialist Action (SA, Acción Socialista), que fraudulentamente se hace pasar por trotskista. (Junto con U.S. Socialist Alternative, SA es parte de una autoproclamada mayoría del recientemente escindido Comité por una Internacional de los Trabajadores, CIT.) Descartando a China como capitalista, SA ha publicado una serie de volantes ofreciendo consejo táctico a los organizadores de las protestas y llamando “por lucha de masas unida de los pueblos de Hong Kong y China en contra de la dictadura del PCCh” (chinaworker.info, 19 de julio). La principal “contribución” de SA ha sido agitar por una huelga general de un día para tirar al gobierno de Hong Kong y derrotar al régimen del PCCh. Su programa, en corto, es vender a los obreros a sus enemigos de clase directos: la burguesía de Hong Kong y sus padrinos imperialistas.
De hecho, las protestas contrarrevolucionarias han estado basadas abrumadoramente en la pequeña burguesía y han sido hostiles a la clase obrera. La muy publicitada “huelga general” del 5 de agosto, precedida por una “huelga de banqueros” el 1° de agosto, fue principalmente una movilización de estudiantes, abogados, contadores, maestros y otros profesionistas. Muchos empleadores animaron a su personal a que tomaran el día libre y participaran. La ciudad fue paralizada cuando los manifestantes bloquearon el tránsito y detuvieron el transporte público, amenazando a los trabajadores del transporte. Igualmente, obreros fueron atacados durante la ocupación del aeropuerto los días 12 y 13 de agosto, cuando cientos de vuelos fueron detenidos en uno de los aeropuertos más transitados del mundo. Los manifestantes también vandalizaron las oficinas de la Federación Sindical de Hong Kong, favorable a Beijing.
Acogiendo el llamado por elecciones libres, que apunta a derrocar al gobierno local leal a Beijing, SA está sólidamente en el campo de la contrarrevolución en Hong Kong. Allí se une con la gente que demanda que el enclave se convierta en un protectorado del imperialismo estadounidense o que regrese a los días del dominio británico, cuando el grueso de la población china vivía en barrios miserables y era esclavizada como obreros extremadamente pobres, mientras que los comunistas y militantes sindicales eran reprimidos sistemáticamente. Fue solamente en vísperas del traspaso a China que los amos británicos concedieron un ápice de derechos democráticos, para ser usados como arma en contra del estado obrero chino.
El programa de SA para Hong Kong y China esta en línea con la despreciable historia de la CIT, que apoyó ávidamente las campañas imperialistas en contra del estado obrero degenerado soviético. En agosto-septiembre de 1991, los antepasados del CIT en la tendencia Militante se unieron a los restauracionistas capitalistas en las barricadas de Boris Yeltsin en Moscú. En contraste, nuestra tendencia trotskista internacional luchó en defensa del estado obrero, distribuyendo decenas de miles de volantes llamando a los obreros soviéticos a aplastar las fuerzas contrarrevolucionarias dirigidas por Yeltsin y respaldadas por la Casa Blanca de George H.W. Bush.
La cuestión planteada por la crisis en Hong Kong no es “dictadura o democracia”, sino “¿qué clase gobernará?” En su campaña para destruir la Unión Soviética y los estados obreros burocráticamente deformados de Europa Central y del Este, los imperialistas promovieron toda clase de fuerzas reaccionarias, incluyendo aquellas que ondeaban la bandera de la “democracia” en contra del “totalitarismo” estalinista. El propósito era derrocar los regímenes comunistas de una forma u otra, incluso usando elecciones en las cuales los campesinos y otras capas de la pequeña burguesía, así como obreros políticamente atrasados, pudieron ser movilizados en contra de los estados obreros.
Un atisbo de lo que le espera a las masas trabajadoras chinas si la Revolución de 1949 fuera derrocada puede verse hoy en los países del antiguo bloque soviético, donde los estándares de vida han retrocedido enormemente y en donde dicha “democracia”, si existe, es una fachada delgada para la dictadura de clase que define a todas las sociedades capitalistas. Un cuarto de siglo después de la contrarrevolución capitalista en la Unión Soviética, China es el más grande de los países que quedan donde el dominio capitalista ha sido derrocado. La contrarrevolución capitalista en China sería una victoria masiva más para el imperialismo mundial y una derrota para los obreros y los oprimidos alrededor del mundo.
El llamado por democracia burguesa es un llamado por la contrarrevolución. Estamos por la democracia proletaria: un gobierno de consejos electos de obreros, campesinos y soldados que tomaría decisiones acerca del desarrollo de la economía y la organización de la sociedad. Bajo la dirección de la gran clase obrera china, los sectores no proletarios, como los campesinos y los trabajadores de oficina de Hong Kong, tendrían, de hecho, mucha más voz acerca de cómo es administrada la sociedad que en cualquier república capitalista. Como Lenin explicó sobre la Revolución de Octubre de 1917 que puso a la clase obrera en el poder en Rusia:
“Se ha deshecho por completo el mecanismo burocrático, no dejando de él piedra sobre piedra, se ha dejado cesantes a todos los antiguos magistrados, se ha disuelto el parlamento burgués y se ha dado a los obreros y a los campesinos una repre- sentación mucho más accesible, sus Soviets han venido a ocupar el puesto de los funcionarios o sus Soviets han sido colocados por encima de los funcionarios, sus Soviets son los que eligen a los jueces. Este mero hecho basta para que todas las clases oprimidas proclamen que el Poder de los Soviets, o sea, esta forma de dictadura del proletariado, es un millón de veces más democrático que la más democrática de las repúblicas burguesas”.
—La revolución proletaria y el renegado Kautsky (1918)
El verdadero legado de Tiananmen
SA y todos los manifestantes respaldados por la CIA vinculan falsamente sus esfuerzos contrarrevolucionarios con el espectro del “4 de Junio”, la revuelta proletaria de 1989 centrada en la Plaza de Tiananmen de Beijing que fue sangrientamente reprimida por el régimen del PCCh de Deng Xiaoping. SA y cía. presentan la revuelta como un movimiento de masas por democracia (burguesa). ¡No fue nada de eso! Los acontecimientos empezaron con estudiantes que demandaban más libertades políticas y que protestaban por la corrupción de los burócratas de alto nivel del PCCh. A las protestas se unieron primero obreros individuales, y después contingentes de las fábricas y otros lugares de trabajo. Los obreros se motivaron a luchar por la alta inflación y la creciente inequidad que acompañó al programa del PCCh de construir el “socialismo” mediante reformas de mercado. Aunque algunos jóvenes volteaban a ver a la democracia capitalista occidental, las manifestaciones estaban dominadas por el canto de “La Internacional”, el himno de la clase obrera internacional, y otras expresiones de conciencia prosocialista.
Varias organizaciones obreras que aparecieron durante las protestas tuvieron el carácter de órganos embrionarios de dominio de la clase obrera. “Cuerpos de piquetes obreros” y grupos “preparados para morir” basados en las fábricas se organizaron para proteger a los estudiantes contra la represión, desafiando la declaración de ley marcial de Deng. Los grupos de obreros empezaron a tomar responsabilidad por la seguridad pública después de que el gobierno de Beijing casi desapareció y la policía se esfumó de las calles. Fue la entrada del proletariado chino en las protestas, en Beijing y a lo largo del país, lo que marcó una incipiente revolución política proletaria. Después de semanas de parálisis, el régimen del PCCh lanzó medidas represivas sangrientas los días 3 y 4 de junio en Beijing, motivadas no por el miedo a los estudiantes manifestantes sino a la clase obrera movilizada. Incluso después de la masacre, millones de obreros a lo largo de China siguieron llevando a cabo huelgas y manifestaciones.
Los obreros mostraron una enorme valentía y voluntad de luchar, y forjaron vínculos con soldados, quienes se veían a sí mismos como los defensores del socialismo. Siete comandantes de alto rango del ELP firmaron una petición oponiéndose a las medidas de ley marcial que fueron ordenadas en contra de la población. Por sí misma, sin embargo, la clase obrera no pudo llegar al entendimiento de la necesidad de una revolución política para derrocar el gobierno deformante de la burocracia. Imbuir a la clase obrera con tal conciencia requiere la intervención de un partido de vanguardia marxista revolucionario. Honramos la memoria de los héroes proletarios de 1989, cuya lucha demostró vívidamente el potencial revolucionario de la clase obrera.
SA y los de su calaña escupen en el legado de Tiananmen al servir a la campaña imperialista por contrarrevolución capitalista en China. 70 años después de su revolución, China no es más el país que era en 1949: una sociedad desesperadamente atrasada, mayormente campesina, saqueada por las potencias imperialistas y devastada por décadas de guerra civil. A pesar de sus enormes avances desde entonces, China continúa siendo económicamente atrasada en muchos aspectos comparada con las potencias imperialistas que dominan la economía mundial. Con su programa de apaciguar a los imperialistas y la burguesía china y de supresión política del proletariado, la burocracia del PCCh socava constantemente las conquistas de la Revolución de 1949.
La consecución del socialismo —una sociedad sin clases basada en la abundancia material— requiere una economía internacional planificada que aproveche y lleve más allá la tecnología y la capacidad productiva de los países capitalistas más avanzados de hoy en día. El camino al socialismo recae en revoluciones proletarias a través del mundo capitalista, incluyendo crucialmente a los centros imperialistas de EE.UU., Japón y Europa Occidental. Esta perspectiva está necesariamente conectada a la lucha por movilizar al proletariado chino para barrer a sus falsos gobernantes burocráticos. Pero la lucha revolucionaria necesita una dirección revolucionaria. Nuestro modelo histórico es el Partido Bolchevique que, bajo V.I. Lenin y León Trotsky, dirigió la Revolución Rusa de octubre de 1917 como la señal de arranque de la lucha por la revolución proletaria mundial. La LCI está comprometida con el reforjamiento de la IV Internacional de Trotsky para llevar la bandera bolchevique hacia adelante.