Espartaco No. 50

Octubre de 2018

 

Feminismo vs. marxismo: El origen del conflicto

(Mujer y Revolución)

A continuación, presentamos una traducción de un artículo publicado originalmente en el No. 5 de la revista Women and Revolution, correspondiente a la primavera de 1974. Esta revista fue el órgano de la Comisión de Trabajo entre las Mujeres del Comité Central de la Spartacist League desde 1973 hasta 1996. La presente traducción se basa en una reedición ligeramente corregida del artículo, publicada en Workers Vanguard No. 982, 10 de junio de 2011.

Contra lo que aún se piensa en ciertos círculos, el feminismo moderno no surgió ya totalmente maduro del fértil vientre de la Nueva Izquierda, sino que fue un producto ideológico del igualitarismo utópico de principios del siglo XIX, producto a su vez de la revolución democrático-burguesa. Cabe señalar que el teórico más original del socialismo utópico, Charles Fourier, fue también el primero en defender la liberación de la mujer mediante el remplazo de la familia nuclear por la crianza colectiva. Dado que el socialismo utópico (incluyendo su solución al problema de la opresión de la mujer) encarnaba los ideales de la revolución democrático-burguesa llevados más allá de la propiedad privada, fue históricamente progresivo. Sin embargo, con la génesis del marxismo y la comprensión de que una sociedad igualitaria podía surgir solamente del dominio de la clase obrera, el feminismo (como otras formas de igualitarismo utópico), perdió su aspecto progresista y se convirtió en una ideología del ala izquierda del individualismo liberal, posición que sigue ocupando hasta el presente.

La mujer en la visión democrático-burguesa

Sin duda, la obra democrático-burguesa más importante sobre la liberación de la mujer fue Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, escrita en 1792. Wollstonecraft formaba parte de un círculo de demócratas radicales ingleses que incluía a William Blake, Tom Paine y William Godwin, cuyas vidas políticas estuvieron dominadas por la Revolución Francesa. Un año antes de escribir su clásico sobre la igualdad entre los sexos, Wollstonecraft había escrito A Vindication of the Rights of Man [Vindicación de los derechos del hombre], una polémica contra los escritos contrarrevolucionarios de Edmund Burke. Unos años después, intentaría escribir una historia de la Revolución Francesa.

Si bien la obra procedía de la indignación moral de la autora ante su propia experiencia como mujer soltera de clase media (trabajaba como maestra e institutriz) y estaba imbuida de ella, Vindicación es esencialmente una extensión de los principios de la Ilustración y la Revolución Francesa a las mujeres. El primer capítulo, titulado “Derechos y deberes de la humanidad”, establece el marco teórico. Vindicación se apoya fuertemente en analogías entre la base de la igualdad de la mujer y la igualdad social en general.

Al lector actual, Vindicación le parecerá una obra muy desbalanceada. Si bien la descripción que hace Wollstonecraft del papel de la mujer sigue siendo pertinente, las soluciones que propone parecen tibias. Su principal exigencia programática, a la que dedica el capítulo final, es la educación uniforme para niñas y niños. Incluso cuando escribió Vindicación, ésta era ya una propuesta sólo moderadamente radical. De hecho, el mismo año en que escribió Vindicación, se propuso un programa educativo similar en la asamblea francesa. Sin embargo, han pasado generaciones desde el establecimiento de la coeducación e incluso desde la más radical reforma del sufragio femenino, y la descripción que hiciera Wollstonecraft del papel de la mujer sigue sonando veraz.

Aunque Wollstonecraft fue una de las activistas más radicales de su tiempo (poco después de escribir su clásico sobre los derechos femeninos, cruzó el Canal para participar en el gobierno revolucionario francés), su Vindicación tiene un carácter inesperadamente moralizante y personalista. Como muchas feministas actuales, apela a los hombres para que reconozcan a las mujeres su plena humanidad, y a las mujeres para que dejen de ser objetos sexuales y se desarrollen. Y contiene la misma convicción de que si tan sólo hombres y mujeres creyeran realmente en estos ideales y se comportaran correspondientemente, la mujer conseguiría la igualdad.

El énfasis en las relaciones individuales no es único de Wollstonecraft, sino que surge de las contradicciones inherentes al enfoque democrático-burgués de la opresión de las mujeres. Wollstonecraft aceptaba la familia nuclear como la institución central de la sociedad y defendía la igualdad sexual dentro de ese marco.

Al aceptar la maternidad como una función básica de las mujeres, Wollstonecraft aceptaba una división del trabajo en la que las mujeres no pueden sino depender económicamente de sus maridos. Por lo tanto, la igualdad de la mujer depende esencialmente de cómo se traten las parejas casadas. En buena parte, Vindicación es un argumento de que los padres, los hombres en particular, deben criar a sus hijas más como lo hacen con sus hijos para que puedan realizar su verdadero potencial. Pero si los padres se niegan a educar a sus hijas, no hay nada qué hacer. He ahí los límites tanto de la democracia burguesa como de la visión de Wollstonecraft.

Charles Fourier y la abolición de la familia

El estatus de las mujeres en el siglo XIX representa la expresión más aguda y manifiesta de la contradicción entre la sociedad capitalista y sus propios principios. Fue esta contradicción lo que dio origen al socialismo utópico. A principios de ese siglo, quienes seguían comprometidos con los ideales de la Revolución Francesa se dieron cuenta de que la libertad, la igualdad y la fraternidad no eran compatibles con la propiedad privada en una economía de mercado competitiva. Como lo puso el más incisivo de los pioneros socialistas, Charles Fourier:

“La filosofía tenía razón en celebrar la libertad; es el principal deseo de todas las criaturas. Pero la filosofía olvidó que en la sociedad civilizada la libertad es ilusoria si la gente común carece de riqueza. Cuando las clases asalariadas son pobres, su independencia es tan frágil como una casa sin cimientos. Los hombres libres que carecen de riqueza inmediatamente vuelven a hundirse bajo el yugo de los ricos”.

—Beecher y Bienvenu (Eds.), The Utopian Vision of Charles Fourier

Y cuando Fourier aplicó las mismas concepciones críticas al estatus de la mujer, llegó a conclusiones igualmente radicales y antiburguesas. La importancia que Fourier le atribuía a la situación de la mujer es bien conocida:

“El progreso social y los cambios de periodo se dan en virtud del progreso de la mujer hacia la libertad, y el retroceso social ocurre como resultado de la disminución en la libertad de la mujer... En suma, la extensión de privilegios a la mujer es la causa fundamental de todo progreso social”.

Ibíd.

La importancia decisiva que tuvo la preocupación de Fourier por la opresión de la mujer radica en que planteó el programa de una reconstrucción total de la sociedad que acabara con la histórica división del trabajo entre hombres y mujeres. En la comunidad socialista que Fourier proyectaba, a los hijos se les criaba colectivamente sin que tuvieran ninguna relación particular con sus padres biológicos, hombres y mujeres hacían el mismo trabajo y se alentaba una total libertad sexual (él consideraba la monogamia heterosexual como la extensión de los conceptos de la propiedad burguesa a la esfera sexual).

Si Fourier era tan hostil a la familia patriarcal, era en buena parte porque se había dado cuenta de que ésta era inherentemente represiva en lo sexual. En esto se anticipó a mucho del freudismo radical. Por ejemplo, observó que “Aún hay muchos padres que prefieren dejar que sus hijas solteras sufran y mueran de deseo sexual insatisfecho” (Ibíd.).

Pese a la naturaleza fantástica de las comunidades socialistas o “falansterios” que proyectaba, el programa de Fourier contenía el núcleo racional de la reorganización de la sociedad que se necesita para liberar a la mujer. Él fue el único responsable de formular la exigencia de la liberación de la mujer mediante la abolición de la familia nuclear que formaría parte del programa socialista que los jóvenes Marx y Engels heredaron. Engels estuvo más que dispuesto (por ejemplo, en Del socialismo utópico al socialismo científico) a rendirle homenaje al autor original del programa socialista para la liberación de la mujer.

El igualitarismo utópico y la liberación de la mujer

Si bien no le concedían a la cuestión de la mujer la misma centralidad que el fourierismo, las otras dos grandes corrientes del socialismo de principios del siglo XIX, el owenismo y el saint-simonismo, también estaban cabalmente comprometidas con la igualdad sexual y se oponían a la imposición legal de la monogamia. La vida política de ese periodo se caracterizaba por la total interpenetración de la lucha por la liberación de la mujer y la lucha general por una sociedad igualitaria. Las mujeres que luchaban por los derechos de la mujer (igual que los hombres que lo hacían) no veían esa cuestión como algo separado del movimiento general por un orden social racional, ni mucho menos como algo contrapuesto. Las mujeres que enarbolaban la igualdad sexual eran socialistas o demócratas radicales cuya actividad en pos de los derechos de la mujer ocupaba sólo una fracción de su vida política. Las más aguerridas radicales de la igualdad sexual —como las estadounidenses Frances Wright y Margaret Fuller, y la francesa Flora Tristán— encajaban en este perfil político.

Frances Wright comenzó su carrera como reformadora liberal con un folleto en favor de la abolición de la esclavitud. Robert Dale Owen, hijo de Robert Owen que había emigrado a Estados Unidos y se había convertido en el socialista radical más importante en los años veinte y treinta del siglo XIX, la ganó al socialismo. Wright estableció una comuna owenista en Tennessee, siguiendo el modelo de otra famosa en New Harmony, Indiana. En 1828-1829, editó junto con Robert Dale Owen el Free Enquirer, un periódico asociado con el Workingman’s Party [Partido del Obrero] de Nueva York, que enarbolaba el sufragio universal, la educación pública y gratuita, el “amor libre” y el control natal.

Margaret Fuller, cuyo libro Women in the Nineteenth Century [Las mujeres en el siglo XIX] fue la obra más influyente sobre derechos femeninos de su generación, era un producto del trascendentalismo de Nueva Inglaterra, y había editado un periódico junto con Ralph Waldo Emerson. Como Wollstonecraft, Margaret Fuller enfocaba la cuestión de la mujer desde el punto de vista del radicalismo religioso (la igualdad de las almas).

Fuller estuvo asociada con la comuna trascendentalista Brook Farm, alrededor de la época en que ésta se transformó en una comunidad fourierista o “falansterio”, un año antes de que escribiera su obra clásica sobre la igualdad de la mujer. Poco después partió a Europa y se vinculó con los movimientos nacional-democráticos que desembocaron en las revoluciones de 1848. Ese año decisivo, Fuller fue a Italia para dirigir un hospital para el movimiento Joven Italia de Giuseppe Mazzini.

La más importante socialista de la era anterior a 1848 fue Flora Tristán. Ella empezó su carrera revolucionaria con un folleto a favor de la legalización del divorcio, que había sido proscrito en Francia después de la reacción de 1815. (Siendo joven, Tristán había dejado a su esposo, un acto que la condujo al ostracismo social y a otras dificultades a lo largo de su vida.) Su obra sobre el divorcio la llevó a entablar correspondencia con el viejo Fourier y a comprometerse con el socialismo. Como una de las militantes más cosmopolitas, Tristán cruzó varias veces el Canal y cumplió funciones clave tanto en el movimiento owenista como en el cartista. Resumiendo su situación política en una carta a Victor Considerant, que dirigía el movimiento fourierista tras la muerte del maestro, Tristán escribió: “Casi todo el mundo está en contra mía, los hombres porque exijo la emancipación de la mujer, y las clases propietarias porque exijo la emancipación de los asalariados” (Goldsmith, Seven Women Against the World [Siete mujeres contra el mundo]).

En la década de 1840, los viejos gremios franceses, los compagnons, se estaban transformando en sindicatos modernos. Este proceso produjo un embrionario movimiento obrero revolucionario socialista cuyos principales líderes eran Pierre Jo-seph Proudhon, Auguste Blanqui y Etienne Cabet. Flora Tristán formaba parte de este naciente movimiento proletario socialista. La unión obrera, escrito por ella en 1843, fue hasta entonces la declaración proletaria socialista más avanzada. El tema central de esta obra era la necesidad de una organización obrera internacional. (Cuando estaba en París, Marx conoció a Tristán y sin duda recibió la influencia de su obra.) El pasaje final del texto de Tristán La unión obrera afirma: “La unión hace la fuerza si nos unimos en el terreno social y político, en el terreno de los derechos iguales para ambos sexos, si organizamos a quienes trabajan, obtendremos el bienestar para todos”.

La unión obrera consagra una sección a los problemas de la mujer y en su pasaje final indica el papel integral que tiene la igualdad sexual en la concepción que tenía su autora del socialismo: “Hemos resuelto incluir en nuestra Carta los sagrados e inalienables derechos de las mujeres. Deseamos que los hombres den a sus esposas y madres la misma libertad y absoluta igualdad que ellos mismos disfrutan”.

Flora Tristán murió de tifoidea en 1844, a los 41 años. De haber sobrevivido a la catástrofe de 1848 y de haberse mantenido políticamente activa, la historia del socialismo europeo pudo haber sido distinta, pues ella estaba libre del jacobinismo residual de Blanqui y del filisteísmo artesano de Proudhon.

Los historiadores burgueses y feministas contemporáneos tienden a llamar feminista a cualquier mujer que a principios del siglo XIX haya defendido la igualdad sexual. Este es un análisis totalmente ilegítimo: una proyección de categorías actuales a una época en las que éstas no significaban nada. Como movimiento delimitado e ideología distinguible, el feminismo no existía a principios del siglo XIX. Prácticamente todos los que abogaban por una plena igualdad entre los sexos lo consideraban una parte integral del movimiento por una sociedad libre e igualitaria en general enraizada en los principios de la Ilustración y continuando las revoluciones Estadounidense y, especialmente, Francesa. La owenista estadounidense Frances Wright no era más feminista que el owenista inglés William Thompson, quien escribió Un llamado de una mitad de la humanidad, las mujeres, contra las pretensiones de la otra mitad, los hombres, de mantenerlas en la esclavitud doméstica y civil. Flora Tristán no era más feminista que Fourier.

En la década de 1840, una trascendentalista radical como Margaret Fuller, un demócrata nacionalista como Giuseppe Mazzini y un organizador obrero socialista como Etienne Cabet podían considerarse parte de un movimiento político común cuyo programa estaba encapsulado en la consigna “Libertad, igualdad, fraternidad”. En sus expresiones más radicales, este movimiento contaba con una sola revolución total que simultáneamente estableciera la democracia, eliminara las clases, lograra la igualdad para las mujeres y acabara con la opresión nacional.

Esta visión fue derrotada en las barricadas en 1848. Y con su derrota, los elementos que componían el radicalismo de principios del siglo XIX (la democracia liberal y el socialismo, el sindicalismo, la igualdad de la mujer y la liberación nacional) se separaron y empezaron a competir y a chocar entre sí. A partir de 1848, parecía que la sociedad burguesa seguiría existiendo durante algún tiempo, y que los intereses de los oprimidos —fueran trabajadores, mujeres o naciones— tendrían que realizarse dentro de ese marco. El feminismo (como el sindicalismo y la liberación nacional) surgió como un movimiento delimitado con su propia audiencia, ideología y organización sólo cuando la gran catástrofe de 1848 disipó temporalmente la visión de un orden social fundamentalmente nuevo.

Marx contra el igualitarismo utópico

Se ha escrito que Fourier consideraba el socialismo como un medio para superar más la opresión de la mujer que la de clase. Este modo de ver la política es posmarxista y Fourier no lo hubiera compartido. Habría dicho que proyectaba una sociedad que satisficiera las necesidades humanas y que lo más llamativo de ella sería un cambio radical en el papel de la mujer. En contraste con la visión materialista de que los diferentes movimientos políticos representan a diferentes clases, el socialismo utópico compartía la concepción racional idealista de la motivación política que caracterizaba a la Ilustración: que los diferentes movimientos políticos representaban diferentes concepciones de lo que sería la mejor organización social posible. Es probable que el idealismo del socialismo temprano fuera inevitable, pues era producto de revolucionarios democrático-burgueses que mantuvieron sus principios cuando la burguesía real abandonó la democracia revolucionaria. La base social del socialismo temprano eran los radicales pequeñoburgueses que habían ido más allá de los intereses de su clase y de sus posibilidades históricas reales. Eso se aplica especialmente al “socialismo verdadero” alemán, que, en una nación en la que prácticamente no había obreros industriales y donde la pequeña burguesía era conservadora y tradicionalista, era un movimiento puramente literario. Al que menos aplicaba era al owenismo inglés, que había intersecado al embrionario movimiento obrero, mientras que retuvo un elemento considerable de filantropía liberal.

Para la década de 1840, en Francia, Bélgica e Inglaterra había surgido un movimiento obrero atraído a las ideas y la organización socialistas. Sin embargo, la relación de las recién nacidas organizaciones obreras socialistas con las corrientes socialistas anteriores, así como con la democracia liberal y las expresiones políticas de los derechos de la mujer y la liberación nacional, seguía siendo confusa en todas las teorías socialistas existentes. Fue Marx quien cortó el nudo gordiano y ofreció un análisis coherente y realista de la base social del movimiento socialista dentro de la sociedad burguesa.

Marx afirmó que la clase obrera era el grupo social que podía cumplir el papel principal y distintivo en el establecimiento del socialismo. Eso se debía a que la clase obrera era el grupo social cuyos intereses y condición armonizaban mejor con una economía colectivista o, de manera inversa, el que tenía menos que ganar en el modo capitalista de producción.

Marx no le debía su reconocimiento del papel del proletariado a la filosofía alemana, sino a la experiencia que vivió en Francia en la década de 1840. Era claro que el socialismo había polarizado a la sociedad francesa sobre líneas de clase, siendo su principal base la clase obrera industrial, con las clases propietarias implacablemente hostiles a él y la pequeña burguesía vacilando y con frecuencia buscando una utópica tercera vía.

Para Marx, la predominancia de los intelectuales en el movimiento socialista temprano no probaba que el movimiento socialista pudiera basarse en la razón universal. Por el contrario, era necesariamente un fenómeno que en parte reflejaba las contradicciones de la revolución democrático-burguesa y en parte anticipaba una nueva alineación de las fuerzas de clase: “una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros” (El manifiesto comunista).

Las clases propietarias y educadas no podían ser ganadas al socialismo sobre la base de los ideales racionales y democráticos, aun cuando objetivamente esos ideales sólo puedan ser realizados bajo el socialismo. Similarmente, las mujeres de las clases privilegiadas y los estratos dominantes de las nacionalidades oprimidas no pueden en general ser ganadas al socialismo aun cuando objetivamente la igualdad sexual y la liberación nacional sólo puedan realizarse bajo el socialismo.

Una cuestión estrechamente relacionada con la base clasista del movimiento socialista es la de las condiciones materiales en las que el socialismo puede establecerse. Reflexionando sobre el socialismo premarxista, en años posteriores Engels bromeaba diciendo que los utopistas creían que la única razón por la que el socialismo no se había implantado hasta el momento era que a nadie se le había ocurrido. Que el chiste de Engels no era muy exagerado lo demuestra la importancia que el movimiento socialista temprano concedía a los experimentos comunitarios, indicación de la creencia de que el socialismo podía establecerse bajo cualesquiera condiciones si un grupo realmente lo deseaba. Una vez más, la primacía que los primeros socialistas concedían al voluntarismo reflejaba el hecho de que su pensamiento estaba enraizado en el idealismo individualista del siglo XVIII, que, a su vez, derivaba del protestantismo, una ideología burguesa temprana.

Distinguiéndose de manera tajante y deliberada de los utopistas, Marx afirmaba que la desigualdad y la opresión eran consecuencias inevitables de la escasez económica y que intentar eliminarlas mediante el escapismo comunitario o la coerción política no llevaría a ningún lado:

“…este desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la vida puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior…” [énfasis en el original].

—Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana

La afirmación de Marx de que la desigualdad y la opresión son históricamente necesarias y sólo pueden ser superadas mediante el desarrollo total de la sociedad, centrado en el aumento de las fuerzas productivas, representa su ruptura más fundamental con la ideología burguesa progresista. Por lo tanto, hasta el día de hoy, estas concepciones siguen siendo la parte más inaceptable del marxismo para quien se siente atraído al socialismo desde una perspectiva liberal humanista:

“No se comprende que este desarrollo de las capacidades del género humano, aunque por el momento se logre a expensas de la mayoría de los individuos e incluso de clases enteras de hombres, acaba a la postre rompiendo este antagonismo y coincide con el desarrollo del individuo y que, por tanto, el desarrollo superior de la individualidad sólo puede lograrse a costa de un proceso histórico en que los individuos sean sacrificados”.

—Karl Marx, Teorías sobre la plusvalía

“...la liberación real no es posible si no es en el mundo real y con medios reales, que no se puede abolir la esclavitud sin la máquina de vapor y la mule jenny [tipo de hiladora], que no se puede abolir el régimen de la servidumbre sin una agricultura mejorada, que, en general, no se puede liberar a los hombres mientras no estén en condiciones de asegurarse plenamente comida, bebida, vivienda y ropa de adecuada calidad y en suficiente cantidad. La ‘liberación’ es un acto histórico y no mental, y conducirán a ella las relaciones históricas, el estado de la industria, del comercio, de la agricultura, de las relaciones...”.

La ideología alemana

Es evidente que la palabra “mujeres” puede remplazar a las palabras “individuos” y “clases” en estos pasajes sin que se pierda su significado, pues Marx consideraba la opresión de la mujer un aspecto necesario de la etapa del desarrollo humano asociada con la sociedad de clases.

Marx encapsuló sus diferencias programáticas con los utopistas en el concepto de “dictadura del proletariado”, que él consideraba una de sus pocas contribuciones importantes originales a la teoría socialista. La dictadura del proletariado es el periodo que sigue al derrocamiento del estado capitalista, en el que la clase obrera administra la sociedad para crear las condiciones económicas y culturales para el socialismo.

Durante la dictadura del proletariado, la restauración del capitalismo sigue siendo posible. Esto no se debe principalmente a las maquinaciones de los reaccionarios irreductibles, sino que surge de los conflictos y tensiones que genera el que siga habiendo escasez económica global.

Esta escasez económica no se debe sólo a la insuficiencia de los medios de producción físicos. En un nivel incluso más importante, deriva de la insuficiencia y la extrema disparidad del nivel cultural heredado del capitalismo. La superabundancia socialista supone un enorme aumento del nivel cultural de la humanidad. Bajo el socialismo, la persona “promedio” tendría los conocimientos y las capacidades para varias profesiones calificadas en la sociedad contemporánea.

Sin embargo, en el periodo que siga inmediatamente a la revolución, la producción tendrá necesariamente que ser administrada en gran medida por la élite entrenada en la sociedad burguesa, puesto que entrenar a sus remplazos requerirá tiempo. Por lo tanto, los especialistas calificados, como el director de un aeropuerto, el cirujano en jefe de un hospital o el encargado de una estación de energía nuclear, tendrán que salir de las clases educadas y privilegiadas de la vieja sociedad capitalista. Aunque en una medida cualitativamente disminuida, la dictadura del proletariado seguirá exhibiendo desigualdad económica, una división jerárquica del trabajo y aquellos aspectos de la opresión social enraizados en el nivel cultural heredado de la sociedad burguesa (por ejemplo, las actitudes racistas no terminarán al día siguiente de la revolución).

Estos principios generales concernientes a la dictadura del proletariado aplican también a la cuestión de la mujer. En la medida en que descansan en el nivel cultural heredado del capitalismo, ciertos aspectos de desigualdad y opresión sexual continuarán existiendo en la dictadura del proletariado. La población no puede ser totalmente reeducada, como tampoco puede eliminarse o revertirse un patrón sicológico inculcado en hombres y mujeres desde la infancia.

En la era del marxismo, rechazar la dictadura del proletariado como el periodo necesario de transición al socialismo es la justificación central del igualitarismo utópico (incluyendo al feminismo radical o “socialista”).

La batalla en torno a la legislación laboral protectora

El feminismo fue una de las tres grandes extensiones del igualitarismo utópico en la era post-1848, siendo las otras dos el anarquismo y el cooperativismo artesano (proudhonismo). De hecho, a finales del siglo XIX el feminismo radical y el anarquismo se traslapaban fuertemente, tanto en su posición respecto a la cuestión de la mujer como en sus miembros. El elemento decisivo que feminismo, anarquismo y cooperativismo tenían en común era un compromiso con un nivel de igualdad social y libertad individual imposible de lograr no sólo bajo el capitalismo, sino incluso tras su derrocamiento. A un nivel ideológico general, el feminismo era individualismo burgués en conflicto con las realidades y límites de la sociedad burguesa.

Mientras vivieron, Marx y Engels tuvieron dos conflictos notables con el feminismo organizado: continuos choques en el contexto de la lucha por la legislación laboral protectora y una breve lucha fraccional dentro de la sección estadounidense de la I Internacional. Si bien la cuestión de la legislación laboral protectora cubría un vasto terreno en muchos niveles de concreción, la diferencia central entre marxistas y feministas en este asunto también era la diferencia central entre marxismo e igualitarismo utópico, es decir: la cuestión de la primacía entre el bienestar material de las masas y los intereses históricos del movimiento socialista frente a la igualdad formal dentro de la sociedad burguesa.

La oposición feminista a la legislación laboral protectora argumentaba —y sigue haciéndolo— que ésta significaría desigualdad legal en el estatus de la mujer y que estaba motivada en parte por prejuicios paternalistas y machistas. Marx y Engels reconocían estos hechos, pero sostenían que el bienestar físico de las trabajadoras y el interés de toda la clase en reducir la intensidad de la explotación compensaban con creces esta desigualdad formal e ideológica. Escribiéndole a Gertrud Guillaume-Schack, una feminista alemana que después se volvería anarquista, Engels defendió su punto:

“Me parece obvio que la trabajadora necesita una protección especial contra la explotación capitalista debido a sus funciones fisiológicas especiales. Las inglesas que abanderaron el derecho formal de sus hermanas a permitirle a los capitalistas que las explotaran tan intensamente como a los hombres están en su mayoría, directa o indirectamente, interesadas en la explotación capitalista de ambos sexos. Admito que me interesa más la salud de la siguiente generación que la absoluta igualdad formal entre los sexos en los últimos años del modo capitalista de producción. Estoy convencido de que la verdadera igualdad entre mujeres y hombres sólo podrá darse cuando la explotación de ambos haya sido abolida y el trabajo doméstico haya sido transformado en una industria pública”.

—Carta a Guillaume-Schack, 5 de julio de 1885

Así Engels reconocía en el feminismo la falsa conciencia de las clases privilegiadas de mujeres que creían que, como ellas mismas estaban oprimidas sólo como mujeres, la desigualdad sexual era la única forma significativa de opresión.

La conversión de Guillaume-Schack al anarquismo no fue accidental, pues los anarquistas también se oponían a la legislación laboral protectora por considerarla una reforma incoherente e inequitativa. Escribiendo una polémica contra los anarquistas italianos a principios de la década de 1870, Marx ridiculizó la “lógica” de “no hay que molestarse en obtener la prohibición legal de emplear en fábricas a niñas menores de diez años porque ello no impedirá la explotación de los niños menores de diez años”… pues eso sería “un compromiso que daña la pureza de los principios eternos” (citado en Hal Draper, International Socialism [Socialismo internacional], julio-agosto de 1970).

Woodhull contra Sorge en la I Internacional

Debido a la naturaleza amplia de la I Internacional, la tendencia marxista tuvo que librar grandes luchas fraccionales internas contra las corrientes de izquierda más características en varios países (como el reformismo sindical en Gran Bretaña, el cooperativismo de Proudhon en Francia, el socialismo estatal de Lasalle en Alemania y el anarquismo en Europa oriental y meridional). Es por tanto altamente sintomático que la principal lucha fraccional de la sección estadounidense estuviera centrada en el feminismo, una variante del radicalismo pequeñoburgués. En el sentido más general, la importancia de la tendencia de Woodhull reflejaba el peso de la clase media liberal, relativamente mayor al del proletariado en Estados Unidos con respecto a las alineaciones de clase europeas. Históricamente, el moralismo pequeñoburgués había sido más influyente en el socialismo estadounidense que en el de casi cualquier otro país. Esto fue particularmente pronunciado en el periodo que siguió a la Guerra Civil, cuando el abolicionismo sirvió como modelo del radicalismo estadounidense nativo.

El relativo atraso político de la clase obrera estadounidense tiene sus raíces principalmente en el proceso de su desarrollo por medio de oleadas sucesivas de inmigración de distintos países. Esto creó divisiones étnicas tan intensas, que impidieron incluso la organización sindical elemental. Además, muchos de los obreros inmigrantes con antecedentes campesinos estaban imbuidos de fuertes prejuicios religiosos, raciales y sexuales, y en general tenían un nivel cultural bajo que impedía una conciencia de clase, por no hablar de una conciencia socialista. En general, la pequeña burguesía de las distintas etnias canalizaba el descontento de los obreros estadounidenses hacia la lucha por un lugar propio en el aparato parlamentario-estatal.

La falta de una organización fuerte de la clase obrera estadounidense, su política étnica-electoral y sus actitudes sociales relativamente atrasadas crearon un clima político propicio para el florecimiento de un “socialismo de la clase media ilustrada”. A este respecto también tuvo una importancia considerable el hecho de que las clases medias liberales fueran protestantes mientras la clase obrera industrial era católica. En efecto, un aspecto importante de la lucha entre Woodhull y Sorge fue en torno a la orientación hacia los obreros católicos irlandeses.

Victoria Woodhull era la más conocida (o, mejor dicho, la más infame) defensora del “amor libre” de su tiempo, ambiciosa y dotada para el espectáculo político. Al ver que la I Internacional se ponía de moda, organizó su propia sección (la 12) junto con remanentes de la Nueva Democracia, una organización electoral-reformista de clase media dirigida por Samuel Foot Andrews, un antiguo abolicionista. Así, los woodhullistas entraron a la I Internacional como una fracción liberal radical, con un énfasis en los derechos de la mujer y una estrategia electoralista.

Rápidamente, la Sección 12 tradujo los principios de la I Internacional al lenguaje de la democracia liberal estadounidense. No hace falta decir que apoyaban un total federalismo organizativo, en el que cada sección fuera libre de seguir sus propias actividades y línea enmarcadas por los principios generales de la Internacional. La línea política y las actividades de la organización (su periódico oficial, el Woodhull and Claflin’s Weekly, predicaba entre otras cosas el espiritismo) rápidamente crearon un conflicto con la tendencia marxista, dirigida por el veterano alemán de la Revolución de 1848, Friedrich Sorge. La Sección 12 logró causar muchos problemas fraccionales, no sólo en Estados Unidos sino también en el extranjero, pues su liberalismo radical alimentó las crecientes tendencias anarquistas, electoral-reformistas y federalistas de la Internacional. En 1871-1872, los woodhullistas formaron parte de un bloque podrido que se consolidó contra la dirección marxista de la I Internacional. En 1873, Woodhull gozó de una breve estancia en la Internacional anarquista antes de convertirse en una rica excéntrica.

El asunto inmediato de la lucha fraccional era la prioridad que debía darse a los derechos de la mujer, y en particular al sufragio, sobre los derechos laborales, especialmente la jornada de ocho horas. Tras su escisión con Sorge, los woodhullistas hicieron explícito que para ellos no era tanto una cuestión de énfasis programático, sino una contraposición con el socialismo proletario: “La extensión de una ciudadanía igual para las mujeres en todo el mundo debe preceder cualquier cambio general en la relación vigente entre capital y trabajo” [énfasis en el original] (Woodhull and Claflin’s Weekly, 18 de noviembre de 1871).

Tras separarse del ala de Sorge, aunque aún se decía leal a la I Internacional, la Sección 12 organizó el Partido de Derechos Iguales para postular a Woodhull para presidenta en las elecciones de 1872. El programa era directamente liberal de izquierda, sin el menor rastro de espíritu proletario. Llamaba por “…un gobierno verdaderamente republicano que no sólo le reconozca derechos iguales a hombres y mujeres, sino que los garantice, y que se asegure de que todos los niños y niñas tengan la misma oportunidad de educarse” (Woodhull and Claflin’s Weekly, 20 de abril de 1872).

Los woodhullistas expresaron sus principios políticos generales en el llamado que dirigieron al Consejo General de la I Internacional contra el ala de Sorge:

“[El objetivo de la Internacional] implica, primero, la igualdad política y la libertad social de hombres y mujeres por igual… La libertad social significa la absoluta inmunidad frente a toda intrusión impertinente en los asuntos de incumbencia exclusivamente personal, como la creencia religiosa, las relaciones sexuales, los hábitos de vestido, etc.” [énfasis en el original].

Documents of the First International, The General Council; Minutes 1871-72 (Documentos de la I Internacional, Consejo General; minutas 1871-1872)

La respuesta a ese llamado fue una resolución, redactada por Marx, en la que se suspendía a la Sección 12. Tras catalogar sus abusos organizativos y lo podrido de su política, Marx concluye reafirmando el entendimiento que distingue al socialismo proletario del igualitarismo democrático: que el fin de toda opresión debe pasar por la victoria de la clase obrera sobre el capitalismo. Marx llamó la atención sobre documentos anteriores de la Internacional:

“…respecto a las ‘secciones sectarias’ o ‘cuerpos separatistas que fingen cumplir misiones especiales’ distintas al fin común de la Asociación [I Internacional], es decir, emancipar a las masas obreras de su ‘sujeción económica respecto a quienes monopolizan los medios de trabajo’, que yace en el fondo de todo tipo de servidumbre, de la miseria social, la degradación mental y la dependencia política”.

Ibíd.

Si bien la acusación de Marx contra los woodhullistas se centró en su electoralismo, su orientación a la clase media y su charlatanería, el papel del “amor libre” en el movimiento socialista tuvo un significado definitivo en la lucha. Si bien incluían la libertad sexual personal en su programa, los marxistas insistían en un enfoque cauteloso de esta cuestión cuando trataban con los sectores más atrasados de la clase obrera. Al jactarse de un estilo de vida “liberado”, los woodhullistas hubieran creado una barrera casi impenetrable para ganar a los obreros convencionales y religiosos. Uno de los cargos que Sorge levantó contra la Sección 12 en la Conferencia de La Haya de 1872 fue que sus actividades le dificultaban mucho a la Internacional el alcanzar a los obreros católicos irlandeses, estratégicamente ubicados.

La importancia histórica de la lucha fraccional Woodhull/Sorge está en que demostró, de una manera bastante pura, la base del feminismo en los principios democrático-burgueses, y particularmente del individualismo. También demostró que las corrientes feministas tienden a ser absorbidas por el reformismo liberal o el radicalismo anarquizante pequeñoburgués, y que ambos se unen invariablemente contra el socialismo revolucionario proletario.