Espartaco No. 50 |
Octubre de 2018 |
Liberación de los dalits: Clave para la revolución obrera en la India
Hormigas entre elefantes
Una reseña
¡Por un partido leninista que combata la opresión de casta!
El siguiente artículo ha sido traducido de WV No. 1132 (20 de abril).
En la India moderna, con sus deslumbrantes centros de tecnologías de la información y núcleos manufactureros, se ha extendido la ilusión de que la existencia de intocables es cosa del pasado. Nada podría estar más lejos de la verdad. La existencia de intocables está en el corazón del sistema de castas, que se ha perpetuado y atrincherado en cada esfera de la sociedad capitalista india. El libro de 2017 de Sujatha Gidla, Ants Among Elephants: An Untouchable Family and the Making of Modern India [Hormigas entre elefantes: Una familia intocable y la construcción de la India moderna], destroza muchos de los mitos que sirven para invisibilizar la intocabilidad. Esta obra es un retrato agudo de la opresión de casta y de las interminables luchas que su familia libró contra ella. Es una lectura poderosa y ha sido ampliamente aclamada por la crítica.
Ser intocable no es meramente una condición de pobreza que pueda superarse mediante la educación y la movilidad social. Como afirma Gidla ateniéndose a los hechos: “Nací en una familia de clase media baja. Mis padres eran conferencistas universitarios. Nací siendo intocable”. La autora elige la palabra “intocable” en lugar de “dalit” para enfatizar la realidad de lo que significa pertenecer a esa población. La condición de intocable fue formalmente abolida por la constitución de la India, que obtuvo su independencia de Gran Bretaña en 1947, y desde entonces muchas cosas han cambiado en el país. Sin embargo, poco ha cambiado para la vasta mayoría de los 220 millones de dalits que hay en la India, que aún no se liberan del yugo de la opresión de casta.
Ants Among Elephants es tanto un volumen de memorias familiares como una historia política del tío de la autora, K.G. Satyamurthy (1931-2012), quien se convirtió en un famoso dirigente de un grupo guerrillero maoísta. Así pues, el libro expone con severidad el atroz historial de los partidos estalinistas de la India respecto a la cuestión de los intocables. El Partido Comunista de la India (PCI) y su retoño, el Partido Comunista de la India (Marxista) (PCI[M]) rechazan la lucha por la independencia proletaria, y por lo tanto la lucha por la revolución socialista. En cambio, subordinan los intereses de las masas oprimidas y explotadas a una alianza con la burguesía nacional. Desde su origen, el PCI ha actuado como un apéndice del Partido del Congreso, que siempre ha estado permeado por el nacionalismo hindú brahmánico (es decir, de la casta superior). Tanto el PCI como el PCI(M) se niegan por completo a luchar contra la opresión de casta, contraponiendo falsamente esa lucha a la lucha de clases. Esto es lo opuesto del leninismo. Nosotros reivindicamos la tradición del líder bolchevique V.I. Lenin, quien insistía en que el partido obrero revolucionario debe abanderar la causa de todos los oprimidos de la sociedad, actuando como “tribuno del pueblo”.
La intocabilidad es una forma de opresión especial que no puede reducirse simplemente a la explotación de clase, aunque se traslapa con ella. Un ejemplo clásico de opresión especial es la subyugación de la mujer, que constituye un sostén clave del dominio capitalista; una mujer obrera, por ejemplo, soporta la doble carga de su opresión como mujer y como obrera. La India está permeada de una miríada de formas de opresión, incluyendo las que se basan en la religión, el idioma, la etnicidad y la nacionalidad. En la mayoritariamente musulmana Cachemira, que está dividida entre la India y Pakistán, este mes el ejército indio abatió a tiros a doce personas en un día.
Para los marxistas, enfrentar la opresión de los dalits es una cuestión de importancia estratégica. Sin un programa para la liberación de los dalits, no habrá revolución socialista en la India. Los dalits son un componente central de la clase obrera. Hasta la fecha, no hay una historia o tradición de leninismo genuino aplicado a la cuestión de la opresión de casta. Como parte de la lucha por forjar un partido genuinamente leninista en la India, los marxistas de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista) estamos comprometidos con la lucha por acabar con el sistema de castas y por la liberación de los dalits.
Las humillaciones de la opresión de casta
El milenario sistema de castas está históricamente enraizado en la economía rural de las aldeas indias. Las ricas castas superiores dominan a las inferiores y a las incontables subcastas, cada una de las cuales se inclina ante los que están arriba y desprecia a los que están abajo. Pero ninguna de estas divisiones de casta es tan fundamental ni está tan envenenada como el abismo entre los que tienen casta y los descastados. Existe un lugar especial en el infierno reservado para los “intocables”, que están segregados por la fuerza, socialmente y a veces físicamente, por debajo de todas las castas. Como escribe Gidla:
“A los intocables, cuyo papel especial —cuyo deber hereditario— es trabajar la tierra ajena o realizar otro tipo de trabajo que la sociedad hinduista considera sucio, no se les permite vivir en la aldea. Deben vivir fuera de los límites de la aldea propiamente dicha. No se les permite entrar a los templos. No se les permite acercarse a las fuentes de agua potable que usan las otras castas. No se les permite comer al lado de un hindú de casta ni usar los mismos utensilios. Hay otras miles de restricciones y humillaciones como ésas que varían de un lugar a otro. Cada día, la prensa india reporta que algún intocable fue golpeado o asesinado por usar sandalias o por andar en bicicleta”.
El año pasado en Guyarat, matones de castas superiores apalearon a un hombre dalit por “lucir un bigote”. A finales de marzo, un joven dalit fue asesinado a golpes por poseer un caballo y montarlo.
Los bisabuelos de Gidla, pobladores tribales de los bosques, nacieron a finales de la década de 1880. No eran hindúes, sino que veneraban a sus propias deidades. Pero los gobernantes coloniales británicos expulsaron a la familia de su entorno para despoblar los bosques y dedicarlos a la producción de madera de teca. Sus ancestros se dedicaron a labrar porciones de tierra que nadie utilizaba, pero aun así tenían que pagarle una cuota al odiado zamindar (terrateniente), que recolectaba impuestos en nombre de los británicos. La familia contrajo deudas y fue obligada a cederle su tierra al zamindar, por lo que sus miembros se convirtieron en campesinos sin tierra. La esclavización de los pueblos tribales (los adivasi) continúa hasta la fecha.
La familia de Gidla se convirtió al cristianismo y Sujatha, la autora, creció en un barrio pobre dalit en lo que entonces era parte del estado de Andhra Pradesh, donde ser cristiano es sinónimo de ser “intocable”. Según dice, nunca conoció “a un cristiano que no se comportara servilmente ante los hindúes” ni “a un hindú que no mirara a través de un cristiano que tuviera delante, como si éste no existiera”. Fue sólo a los quince años de edad cuando, para su sorpresa, Gidla descubrió que había cristianos brahmanes, la casta nambudiripad, que existe principalmente en Kerala.
El sistema de castas está tan arraigado en el subcontinente indio, que lo ejercen prácticamente todos los grupos religiosos de la región, incluyendo a los musulmanes, los cristianos, los sikhs y los budistas. En su gran mayoría, a los musulmanes de la India se les considera “intocables” y son blanco de violencia comunalista. Este mes, estallaron protestas de indignación por la tortura, violación y asesinato de Asifa —una niña de ocho años de una familia musulmana nómada—, un depravado y calculado acto de terror por parte de chovinistas hindúes en Cachemira. En Bangladesh, los descastados incluyen a los rohinyá, muchos de los cuales han sido masacrados en Myanmar. Los empobrecidos cristianos de Pakistán, que enfrentan el terror chovinista musulmán, incluso por “blasfemia”, también se consideran en su mayoría descastados. La opresión basada en la casta existe también en Nepal y Sri Lanka, donde la practican tanto los tamiles como los cingaleses. Gidla, quien vive en Nueva York y trabaja como conductora en el sistema del metro, señala que los prejuicios de casta son rampantes entre los indios que viven en Estados Unidos.
A los abuelos de Gidla se les permitió asistir a una escuela administrada por misioneros cristianos. La educación les dio la posibilidad, a ellos y a sus hijos, de alzarse por sobre la indecible pobreza que afecta a la vasta mayoría de los dalits. Pero la familia no pudo escapar de la carga de su intocabilidad. La historia de Manjula, la madre de la autora y uno de los personajes principales del libro, da una noción de la opresión que enfrentan las mujeres dalit: franca discriminación por casta y sexo. Manjula y las demás mujeres de su familia tenían que limpiar, cocinar y cuidar a la familia extendida. Fue su hermano mayor el que eligió al marido de Manjula, quien la golpeaba para complacer a su madre. Superando estos inmensos obstáculos, Manjula consiguió un posgrado académico.
La familia de Gidla vivía en la ciudad, por lo que se libró de los ejemplos más atroces de la violencia intrínseca al sistema de castas en las aldeas. Las mujeres son un blanco particular de los crímenes sádicos de los hombres de las castas superiores que recurren a la violación como un medio para humillar tanto a la mujer como a su casta. Al mismo tiempo, las relaciones entre las castas son mortalmente peligrosas. En febrero, una mujer de veinte años agonizó durante horas antes de morir por el veneno que su padre, con la ayuda de su madre, le obligó a tragar. El padre le dijo a la policía que eso era un “justo castigo por haber amado a un hombre ajeno a la comunidad”, es decir, a un dalit.
En la ciudad, la casta de uno es menos obvia. Pero, por tradición, todos tienen derecho a saber cuál es, y si uno miente hay miles de pistas que pueden delatar a qué casta perteneces. Cuando ingresan a las universidades, los estudiantes dalit entran a verdaderas ciudadelas del brahmanismo. En 2016, Rohith Vemula, un estudiante dalit de la Universidad Central de Hyderabad, fue orillado al suicidio por la cacería de brujas que inició el gobierno del partido chovinista hinduista Bharatiya Janata (PBJ), del primer ministro Narendra Modi. La carta de suicidio de Vemula decía: “Mi nacimiento fue un accidente fatal”. Este febrero, en Uttar Pradesh, un estudiante universitario dalit, llamado Dileep Saroj, fue asesinado a golpes por haber tocado accidentalmente a un hindú de casta. Como dice Gidla: “tu vida es tu casta, y tu casta es tu vida”.
En promedio, cada quince minutos tiene lugar un crimen contra dalits, quienes han encarado un incremento de ataques desde que el PBJ llegó al poder en 2014. El 2 de abril, dalits llevaron a cabo un enorme bandh (paro de protesta) en toda la India en contra de un fallo judicial que debilitaba la Ley de Prevención de Atrocidades, que supuestamente facilita el castigo a los crímenes contra dalits. Los manifestantes enfrentaron una represión masiva por parte de la policía, que mató al menos a doce personas, hirió a decenas y arrestó a miles. Si de por sí la ley hacía poco por impedir que los dalits fueran impunemente asesinados y mutilados, el fallo del tribunal le da luz verde a las pandillas chovinistas de casta para realizar más ataques violentos. De hecho, los políticos y voceros de las castas superiores llevan un buen rato exigiendo que la ley sea derogada.
El estalinismo: Una tradición podrida respecto a la casta
El tío de Sujatha Gidla, K.G. Satyamurthy, uno de los personajes centrales de Ants Among Elephants, era un estudiante universitario cuando se vio atraído a la campaña Quit India [Abandonen la India] que el Partido del Congreso dirigía contra el dominio británico. Rápidamente desilusionado por el Partido del Congreso, Satyamurthy decidió unirse al Partido Comunista de la India. Al hacerlo, aceptó la posición de que “uno debía pensar sólo en términos de clase, y no de casta. Cuando triunfáramos en la lucha de clases, la discriminación de casta desaparecería”. Con esta línea podrida, los partidos estalinistas de la India mancharon la bandera del comunismo sobre la cuestión de casta, como en todas las demás cuestiones de la revolución. El profundo chovinismo de casta que domina la sociedad constituye un enorme obstáculo para forjar la unidad que la clase obrera necesita en sus luchas contra el capital. La lucha por la liberación socialista en la India requiere la construcción de un partido de vanguardia leninista que dirija al proletariado en la lucha contra la opresión de las masas dalit.
Satyamurthy ingresó al PCI porque —cosa rara entre los estalinistas— el partido se unió a una revuelta de oprimidos en Telangana (que entonces formaba parte de Andhra Pradesh). La lucha de Telangana (1946-1951) fue una insurrección dirigida contra el monstruoso dominio del nizam de Hyderabad. El dominio del nizam había sido reforzado por los británicos, ofreciendo un ejemplo clásico de cómo el domino colonial reforzó el sistema de castas. Como escribe Gidla: “En toda India había sistemas de servidumbre, pero ninguno era tan despiadado como el sistema vetti de Telangana, capital del reino del nizam en el Decán”. Bajo el sistema vetti “cada familia intocable debía entregar a su primogénito varón en cuanto éste aprendía a hablar y caminar”. Entonces el niño se volvía esclavo en la casa del dora, que era el agente local del nizam. Del mismo modo, todas las mujeres de la aldea eran propiedad del dora. Gidla señala que si el dora “llamaba a una mujer cuando estaba comiendo, ésta tenía que dejar la comida en el plato y acudir a la cama del señor”.
En Andhra Pradesh el PCI participó en la lucha armada de Telangana y construyó un ejército guerrillero que pronto llegó a controlar amplias áreas rurales. En 1948, el gobernante Partido del Congreso, entonces encabezado por Jawaharlal Nehru, despachó al ejército a Telangana. Originalmente, el nizam se había negado a que su reino se incorporara al recién independizado estado indio, pero pronto cedió su “principado” al ejército indio, que procedió a llevar a cabo su misión principal: aplastar la rebelión dirigida por los comunistas. Durante los siguientes tres años, el ejército masacró a innumerables musulmanes, campesinos y miembros de los pueblos tribales. Tras la masacre, el PCI volvió a su papel histórico como apéndice del Partido del Congreso, el mismo que poco antes había ordenado colgar a los comunistas de los árboles. Gidla señala con amargura que la dirección del PCI “cedió ante Nehru sin exigir siquiera la amnistía para los diez mil militantes del partido que se pudrían en los campos de detención”.
Satyamurthy quedó devastado cuando el PCI abandonó la lucha armada, y tanto más cuando supo que el giro había sido autorizado por Stalin. En 1964, cuando el PCI se escindió en un ala prosoviética y una pro-China, Satyamurthy tomó el lado de esta última, la cual se convertiría en el PCI(M), con la esperanza de que la “vía china” significara seguir el ejemplo de Mao, quien había dirigido un ejército campesino a la victoria. Pero en su primera conferencia, el PCI(M) votó seguir la vía parlamentaria.
Cuando en 1967 el PCI(M) se integró al gobierno capitalista en Bengala Occidental, una capa de cuadros del partido se escindió y lanzó un levantamiento armado en Naxalbari, por lo que serían conocidos como “naxalitas”. La escisión atrajo a una porción considerable de los militantes del PCI(M) en Andhra Pradesh, incluyendo a Satyamurthy y a muchos veteranos de la lucha de Telangana. Tanto el PCI como el PCI(M) trazaron una línea de sangre contra los naxalitas. En los años setenta, el PCI apoyó su implacable represión a manos de la dirigente del Partido del Congreso, Indira Gandhi. En agosto de 1971, cuadros del PCI(M) se unieron a los matones del Partido del Congreso en la masacre de sospechosos y simpatizantes naxalitas en Calcuta.
Y en lo que respecta a los crímenes contra los dalits, durante las décadas en que el PCI(M) tuvo el poder en Bengala Occidental, reflejó como un espejo a la clase dominante india. En 1979, el gobierno dirigido por el PCI(M) masacró a cientos de dalits hindúes que habían huido de Bangladesh y se habían refugiado en la isla de Marichjhapi. En 2007, en Nandigram, Bengala Occidental, matones del PCI(M) se unieron a la policía en la masacre de unas cien personas que protestaban contra el robo de tierras para empresas capitalistas.
En 1980, Satyamurthy cofundó el Grupo Guerra Popular (GGP) en Andhra Pradesh con Kondapalli Seetharamayya, un hindú de casta y veterano del PCI y el levantamiento de Telangana. El GGP, que se convirtió en uno de los más conocidos grupos naxalitas, —y los naxalitas en general— obtuvo un apoyo significativo entre los dalits, para quienes las guerrillas armadas ofrecían un grado muy necesario de protección contra la violencia de los terratenientes de las castas superiores y del estado. Sin embargo, el programa maoísta no ofrece un camino hacia delante. Los maoístas no tienen otro programa político que el de buscar una alianza con burgueses “progresistas”, sacrificando invariablemente los intereses de los campesinos más pobres en aras de la unidad con “fuerzas más amplias”. Según los naxalitas, los dalits deben unirse a las castas “intermedias” en la lucha contra los grandes terratenientes “feudales”. En realidad, las castas “intermedias” suelen ser amarga y violentamente hostiles a los dalits y a los pueblos tribales que poseen tierra.
Si bien tradicionalmente los naxalitas han obtenido apoyo sobre todo de los dalits (y hoy principalmente del pueblo adivasi), siempre se han negado a enfrentar políticamente la cuestión de la intocabilidad. El asunto explotó dentro del GGP en 1984 cuando jóvenes militantes dalit se quejaron ante Satyamurthy de prácticas chovinistas de casta en el funcionamiento del partido: a los camaradas de la casta de los barberos se les asignaba a afeitar a otros camaradas; a los de la casta de los lavanderos a lavar la ropa; a los militantes dalits se les ordenaba que trapearan pisos y limpiaran baños.
Satyamurthy, que había experimentado personalmente el chovinismo de casta de sus camaradas, convocó a una reunión del Comité Central para discutir el asunto. Los líderes del partido respondieron “expulsándolo ahí mismo por ‘conspirar para dividir el partido’”, como informa Gidla. Al rehusarse a discutir siquiera el prejuicio de casta en sus propias filas, el maoísta GGP fue fiel a sus raíces políticas en el PCI.
Las distorsiones del leninismo de M.N. Roy
Ants Among Elephants expone de manera brillante la bancarrota de los supuestos marxistas indios respecto a la cuestión de la opresión de casta. La tarea que los comunistas genuinos enfrentan es la de trazar una perspectiva bolchevique para la India. Los marxistas deben lidiar con la opresión cotidiana de los dalits y el pueblo adivasi ahora y después de la victoria de la revolución socialista. La LCI reivindica las lecciones de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (IC). Buscamos forjar un partido en la India armado con el programa de la revolución permanente, el programa que sentó las bases de la victoria de la Revolución de Octubre de 1917, dirigida por los bolcheviques. Bajo la dirección de Lenin y Trotsky, los bolcheviques establecieron la dictadura del proletariado con el apoyo de los campesinos más pobres y las minorías étnicas oprimidas. El gobierno soviético emitió decretos trascendentales que concedían el derecho a la autodeterminación a las naciones oprimidas, la plena igualdad legal a la mujer y la tierra a los campesinos que no la tenían.
En 1920, Lenin redactó un esbozo de tesis sobre la cuestión agraria que podrían haber sido escritas para la India actual. A diferencia de la estrategia maoísta de una guerra campesina divorciada de la lucha obrera, las tesis estipulan que “no hay salvación para las masas trabajadoras del campo si no es en alianza con el proletariado comunista”. Y más adelante: “los obreros industriales no pueden cumplir su misión histórica de emancipar a la humanidad del yugo del capital y de las guerras, si se encierran en sus estrechos intereses corporativos o gremiales y se limitan diligentemente a mejorar su propia situación”.
El fundador del Partido Comunista en India, M.N. Roy, introdujo una distorsión al leninismo para el subcontinente y puso al naciente movimiento en un curso de capitulación al nacionalismo burgués. Ya en 1922, Roy redactó un manifiesto dirigido al nacionalista-burgués Partido del Congreso, instándolo a ponerse a la cabeza de la clase obrera y las masas campesinas. Bajo la guía de Roy, el PCI se propuso desde su fundación, en diciembre de 1925, construir un partido obrero y campesino en Bengala. En lugar de luchar por un partido proletario que pudiera guiar a las masas campesinas, Roy buscó construir un partido de dos clases (es decir, un partido burgués), donde los intereses de la clase obrera necesariamente se subordinarían a los del campesinado pequeñoburgués.
El programa político de Roy se contrapone a la perspectiva trazada en el II Congreso de la IC de 1920, en el que Roy mismo participó. Lenin insistió: “la Internacional Comunista debe realizar una alianza temporaria con la democracia burguesa en los países coloniales y atrasados, pero no debe fusionarse con ella y tiene que mantener en todas las circunstancias la independencia del movimiento proletario, aunque se halle en sus formas más embrionarias” (“Primer esbozo de las tesis sobre los problemas nacional y colonial”, 1920).
Cuando la IC cayó bajo la dirección de la nacionalista burocracia estalinista, Roy actuó como representante de Stalin en China en 1927. Por instrucciones de este último, el Partido Comunista Chino se mantuvo dentro del Guomindang nacionalista burgués, aun cuando su líder, Chiang Kai-shek, dio un golpe de estado en abril de 1927, desarmando y masacrando a decenas de miles de obreros dirigidos por los comunistas en Shanghai (ver “M.N. Roy: Menchevique nacionalista”, Spartacist [Edición en español] No. 37, febrero de 2012). La masacre en China fue el fruto amargo del programa estalinista de subordinar al proletariado a los nacionalistas burgueses. Dos décadas después, los estalinistas indios obtuvieron su recompensa por el apoyo que le habían dado a los nacionalistas indios con la sangrienta represión del alzamiento campesino dirigido por los comunistas en Telangana, a manos de Nehru y su ministro del interior, Vallabhbhai Patel, conocido como el “hombre de hierro de la India”.
La capitulación del PCI al chovinismo brahmánico imposibilitó que combatiera contra la opresión de los dalits. Esto se hizo evidente a finales de los años veinte, cuando el Dr. B.R. Ambedkar, líder histórico de los dalit, dirigió protestas masivas contra la intocabilidad en el estado de Maharashtra. En esa época, los comunistas habían adquirido una significativa base de apoyo entre el combativo proletariado de las plantas textiles de Bombay, en las que a los obreros dalit se les prohibía trabajar en el departamento de tejido, donde se pagaba mejor, y se les obligaba a beber agua de jarras aparte. Un partido leninista hubiera combatido con uñas y dientes por ganar a todos los obreros a la exigencia de acabar con la intocabilidad en el trabajo y por salarios iguales para todos.
Pero los líderes del PCI no quisieron librar esa lucha y ni siquiera se movilizaron en las protestas contra la intocabilidad. Exasperado, Ambedkar descartó a los líderes del PCI como “en su mayoría un montón de niños brahmanes”, y concluyó: “Los rusos cometieron un grave error confiándoles a ellos el movimiento comunista en la India. O los rusos no desean el comunismo en India —sino sólo un grupo de porristas—, o no entendieron” (citado en Selig S. Harrison, India: The Most Dangerous Decades [India: Las décadas más peligrosas], 1960).
Conforme crecía la campaña por independizar a la India del dominio británico, el PCI grotescamente desdeñó la lucha contra la opresión de casta como una distracción de la lucha “antiimperialista”. Además, siguiendo la funesta tradición de Roy, el PCI le cedió la dirección de la lucha anticolonial a los nacionalistas burgueses dirigidos por Mohandas (“Mahatma”) Gandhi. Al hacer oídos sordos a la lucha contra la intocabilidad, el PCI llevó a muchos dalits al callejón sin salida de la política de Ambedkar de reformar el capitalismo.
En 1931, los británicos, expertos en el arte de “divide y vencerás”, ofrecieron a Ambedkar un electorado separado para las “clases deprimidas”, como el que habían concedido a los musulmanes. Esto le hubiera permitido a los dalits, que están geográficamente dispersos, formar un solo bloque electoral. Reconociendo astutamente que los seguidores de Ambedkar podían unirse a los musulmanes para formar un contrapeso al Partido del Congreso, Gandhi declaró un “ayuno a muerte” contra la propuesta británica. En su oposición a Ambedkar, Gandhi se proclamó a sí mismo líder de los que llamaba paternalistamente “harijans” (hijos de Dios). Aunque hizo campaña contra ciertos aspectos de la intocabilidad —exigiendo, por ejemplo, que se les permitiera entrar a los templos—, Gandhi era un firme partidario del sistema de castas brahmánico.
Por su parte, Ambedkar sembraba ilusiones en que los británicos podrían constituir una defensa contra los nacionalistas indios de las castas superiores. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, apoyó a los imperialistas y se integró al Consejo Ejecutivo del virrey. Y no fue el único. Gandhi también apoyó a los británicos al principio de la guerra, aunque no logró ganar a los líderes del Congreso a su posición. No fue sino hasta 1942 que el Partido del Congreso lanzó el movimiento Quit India. En cuanto al PCI, los estalinistas indios también apoyaron a los imperialistas “democráticos” a partir del momento en que Hitler invadió la Unión Soviética en 1941, traicionando los intereses de las masas coloniales.
Tras la independencia, el gobernante Partido del Congreso aceptó concederle asientos en el parlamento a las tribus y castas “programadas” y cooptó a Ambedkar para que redactara la nueva constitución. Además de prohibir la intocablidad, el documento escrito prometía muchas libertades, incluyendo para las mujeres, pero sus promesas fueron principalmente letra muerta. El propio Ambedkar señaló después: “la misma vieja tiranía, la misma vieja opresión, la misma vieja discriminación que existía antes, y quizá bajo una forma peor”.
Por una perspectiva trotskista
La transición de la India desde una sociedad preindustrial no ha llevado a la disolución de las relaciones de casta. Los gobernantes coloniales británicos —apoyados por los grandes terratenientes y por la incipiente burguesía local— preservaron, manipularon y reforzaron el atraso rural y el sistema de castas. El periodo postindependencia ha mostrado que los gobernantes capitalistas indios son incapaces de resolver cuestiones democráticas básicas. Las reformas agrarias que introdujo el Congreso restringieron en gran medida la redistribución a las castas terratenientes.
Hasta la fecha, es frecuente que los dalits que consiguen comprar tierra sean atacados por turbas, y la transferencia legal de la propiedad queda rutinariamente atascada en disputas por años. La proporción de gente sin tierra en la India rural aumentó del 28 por ciento en 1951 a casi el 55 por ciento en 2011, y sigue aumentando.
El capital indio depende del capital financiero imperialista. Casi el 70 por ciento de la población vive en pequeñas aldeas. Sin embargo, las áreas rurales ya no son la fuente principal de acumulación de capital para las castas rurales dominantes, que cada vez invierten más en la industria. Este hecho subraya que la lucha por expropiar a los terratenientes, y darle tierra a las masas que carecen de ella, es inseparable de la lucha por expropiar a la burguesía como clase.
Al lado de su atraso rural, la India es hoy la quinta potencia manufacturera del mundo. El proletariado indio es pequeño en comparación con la población rural, pero tiene el poder social para dirigir a las masas campesinas y todos los oprimidos en una lucha por derrocar la explotación capitalista. Ejercer ese poder requerirá una lucha por superar las insidiosas divisiones de casta al interior de la clase obrera.
Como leninistas, en la LCI luchamos por construir un partido de vanguardia que imbuya en el proletariado el entendimiento de que la lucha contra la opresión de los dalits está en el interés de toda la clase obrera india. Un buen ejemplo sería movilizarse por la libertad de los trece dirigentes sindicales presos de la planta de Maruti Suzuki en Gurgaon-Manesar, cerca de Delhi. En 2012, un supervisor atacó a un obrero dalit con insultos de casta. El sindicato defendió al obrero. Pero la compañía, que desde hacía mucho buscaba el modo de aplastar al sindicato, contrató golpeadores que provocaron un altercado, tras el cual los dirigentes sindicales fueron escandalosamente incriminados en un asesinato. El año pasado, los trece militantes sindicales fueron condenados a cadena perpetua (ver “India: Free Maruti Suzuki Union Leaders!” [India: ¡Libertad a los dirigentes sindicales de Maruti Suzuki!], WV No. 1112, 19 de mayo de 2017).
El movimiento obrero también debe pronunciarse en defensa del Ejército de Bhim, una organización por los derechos de los dalit que ha sido víctima de una represión feroz por parte del gobierno del PBJ en Uttar Pradesh. El líder del Ejército de Bhim, Chandrashekhar Azad, está encarcelado bajo la draconiana Ley de Seguridad Nacional, pese a haber sido exonerado de todos los (espurios) cargos en su contra. Los sindicatos y organizaciones de los oprimidos deben exigir: ¡Libertad inmediata a Chandrashekhar Azad!
Ants Among Elephants de Sujatha Gidla ilustra poderosamente el papel central que desempeña la opresión de casta en la actual sociedad india. La liberación de las masas dalit requiere el forjamiento de un partido obrero revolucionario dedicado a luchar contra todas las formas de opresión. Por su parte, los marxistas comprometidos con la construcción de un partido así deben luchar por superar la vergonzosa herencia del estalinismo y plantar la bandera del programa trotskista de la revolución permanente. Este programa es totalmente internacionalista, pues aspira a la revolución proletaria no sólo en la India y el resto de Asia del Sur, sino también en los centros imperialistas de Norteamérica, Europa Occidental y Japón. El verdadero partido leninista que queremos construir estará compuesto en su mayoría de dalits y de minorías oprimidas. Ganarse la confianza de los dalits y de los pueblos adivasi requiere demandas y formas de organización especiales. Un partido leninista-trotskista en la India, sección de una IV Internacional reforjada, abrirá la posibilidad de escapar de los interminables ciclos de opresión brutal, injusticia y pobreza.