Espartaco No. 49

Abril de 2018

 

Terror genocida en Myanmar

¡Por un estado rohinyá independiente!

Traducido de Workers Vanguard No. 1127 (9 de febrero).

A finales de agosto, el ejército de Myanmar (Birmania) emprendió una campaña sistemática de masacre, violaciones e incendios dirigida contra la profundamente oprimida minoría étnica musulmana rohinyá, matando a miles y produciendo un éxodo masivo al vecino Bangladesh. Cuando sus pequeñas aldeas fueron incendiadas, cerca de 700 mil personas, que constituyen dos terceras partes de la población rohinyá, huyeron de la región norte del estado de Rakáin (antes Arakán), que está ubicado en el oeste de Myanmar, donde sus aldeas fueron reducidas a cenizas. El pretexto para esta carnicería de tierra abrasada fue un ataque que los pobremente armados combatientes del Ejército de Salvación Rohinyá de Arakán (ARSA, por sus siglas en inglés) lanzaron contra puestos de policía y una base militar en Rakáin, que según se reporta produjo doce bajas entre el personal de seguridad y al menos 59 entre los rohinyá.

El terror genocida por parte de las fuerzas armadas no es nada nuevo para los sitiados rohinyás. Siguen subyugados y empobrecidos por los generales que pertenecen a la mayoría budista de etnia birmana (bamar), que permanecen como el poder real en Myanmar pese a la “transición democrática” que comenzó en 2011. Especialmente, desde el golpe de estado militar de 1962, los rohinyás han sido sometidos a la violencia estatal organizada, que ha incluido arrestos arbitrarios, trabajos forzados, restricciones de desplazamiento y matrimonio, destrucción de mezquitas y el robo de tierras. Para limitar su población, el gobierno les prohíbe tener más de dos hijos. En 1977, y una vez más en 1991, el ejército llevó a cabo “operaciones de limpieza” que resultaron en la expulsión de cerca de medio millón de personas. La última oleada de rohinyás que entró a los miserables campos de refugiados de Bangladesh, se sumó a los 300 mil que ya habían escapado de ataques anteriores, mientras que casi un millón adicional vive en otros países, mayormente musulmanes. Muchos de los que siguen en Rakáin han sido internados en campamentos, rodeados por fuerzas gubernamentales y comunidades budistas hostiles, sin acceso al empleo, la educación y la atención médica.

Myanmar es una prisión que alberga a más de 135 grupos etnolingüísticos. Los gobernantes, que en general son birmanos procedentes de las tierras bajas centrales de la cuenca del río Irrawaddy, mandan sobre una miríada de pueblos nacionalmente oprimidos, como los shan, los mon, los kachin, los karen, los chin y los wa. Desde que Myanmar logró independizarse de Gran Bretaña en 1948, muchos de estos grupos étnicos han participado en insurgencias de diversos niveles de intensidad con reclamos separatistas o bien para exigir un mayor grado de autonomía o más derechos. Entre ellos están los budistas rakaínes, el grupo más grande entre los que habitan el estado de ese nombre.

Si bien son muchos los grupos que sufren bajo el dominio birmano, los rohinyás, con sus distintivos rasgos sudasiáticos, su propio lenguaje y su religión, son los más vulnerables. A diferencia de otras minorías más numerosas, que tienen una mayor capacidad militar y habitan territorios fronterizos inaccesibles por montañosos o inhóspitos, los rohinyás son relativamente escasos y residen en la planicie costera del estado de Rakáin. Considerados intrusos extranjeros “bengalíes”, se les niega la ciudadanía de Myanmar —codificada como ley en 1982—, lo que los deja sin estado, aun cuando hayan vivido en Rakáin por generaciones. Bangladesh tampoco les concede la ciudadanía a los rohinyás. A mediados de los años noventa, cerca de 200 mil de ellos fueron repatriados por la fuerza a Myanmar, bajo la supervisión de las Naciones Unidas. Hoy, Bangladesh de nuevo quiere expulsar a los rohinyás.

Este pueblo sin estado necesita desesperadamente su propio estado independiente en lo que hoy es el norte de Rakáin, tanto para proteger a quienes aún viven ahí como para permitir el retorno seguro de los más de un millón de rohinyás que hoy viven en la diáspora. Los musulmanes rohinyás han expresado repetidamente su deseo de separarse de Myanmar desde la época de la independencia del país, cuando libraron una lucha armada por integrarse al este de Pakistán (hoy Bangladesh). En otros momentos, han exigido la autonomía. En los choques armados entre el ARSA u otros insurgentes rohinyás y el Tatmadaw (ejército de Myanmar), los revolucionarios marxistas tomamos lado militar con los rohinyás, que libran una lucha por su existencia. Estamos por plenos derechos democráticos, incluyendo el de la autodeterminación, e igualdad para los pueblos de Myanmar y levantamos el llamado: ¡Fuera el Tatmadaw de Rakáin! ¡Por un estado rohinyá independiente!

Los chovinistas budistas quieren borrar toda memoria de los rohinyás de acuerdo a la política de “birmanización”, una ideología ultranacionalista basada en afirmar la mítica pureza racial de la etnia birmana y profesar la conservadora fe budista theravada. (La misma clase de budismo es dominante en Sri Lanka, donde se promueve la violencia contra los tamiles hinduistas y los cristianos, y en Tailandia, donde se dirige contra los musulmanes.) Entre los exponentes más ardientes de la birmanización se cuentan los monjes extremistas de las organizaciones budistas 969 y el Comité para Proteger la Raza y la Religión (o Ma Ba Tha). Pero ellos no son los únicos que incitan a la guerra santa. En octubre, Sitagu Sayadaw, un monje supuestamente “pacifista”, pronunció un sermón ante un grupo de oficiales del ejército en el que invocó una parábola sobre un antiguo rey de Sri Lanka al que se le recomendó no afligirse por los muchos no budistas a los que había matado en batalla, porque no eran seres humanos.

Los monjes y sus organizaciones cuentan con el respaldo del Tatmadaw y del partido de Aung San Suu Kyi, la Liga Nacional por la Democracia. Una favorita de los estadounidenses y demás imperialistas, Suu Kyi ha recibido una lluvia de reconocimientos, desde el Premio Nobel de la Paz hasta la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos. Los liberales la celebran como una “adalid de la democracia y los derechos humanos”. En realidad, es una chovinista budista que denuncia a los rohinyás como “terroristas” y “extranjeros” bengalíes, y descarta la masacre que han sufrido como “un gran iceberg de desinformación”. Como consejera de estado, ha presidido la campaña de terror contra los rohinyás. Hace dos décadas, mucho antes de que Suu Kyi fuera liberada de su prisión domiciliaria y tomara posesión, nuestros camaradas de la Spartacist League of Australia describieron sucintamente su papel como “una muy delgada capa ‘democrática’ para la continuidad de la brutal explotación de los obreros y campesinos” (Australasian Spartacist No. 159, primavera de 1996).

Una de las naciones más pobres del sureste asiático, Myanmar ha sufrido décadas de estancamiento económico y aislamiento. Tras el retorno de un gobierno nominalmente civil, grandes porciones de las empresas propiedad del gobierno y del ejército fueron vendidas a los precios más bajos, mayormente a un pequeño círculo de compinches militares. El fin de las sanciones de Occidente y la proclamación de nuevas leyes en ese mismo periodo abrieron la economía al capital internacional. Grandes corporaciones como Coca-Cola, Chevron y General Electric están entrando para obtener su rebanada del pastel. Los barones textiles compiten para establecer maquiladoras con salarios de miseria en las que se emplean sobre todo obreras jóvenes.

Está en el interés de la pequeña pero creciente clase obrera del país, ella misma multiétnica, asumir la defensa de los rohinyás y otras minorías. El régimen de Myanmar azuza el fervor anti-musulmán para desviar a los obreros de las luchas contra los saqueos del capitalismo y la implacable violencia que desatan quienes están en la cima de la sociedad.

El imperialismo estadounidense y China en Myanmar

En septiembre, el gobierno de Trump instó al Consejo de Seguridad de la ONU a que tomara “acciones fuertes y rápidas” para acabar con la violencia contra los rohinyás. Esta retórica es hipocresía pura. Los imperialistas estadounidenses tienen un objetivo estratégico prioritario en Myanmar: contrarrestar a China, el mayor y más poderoso de los estados obreros burocráticamente deformados que aún quedan.

Cuando Barack Obama asumió la presidencia en 2009, emprendió una nueva política de participación con el ejército de Myanmar para sacar al país de la órbita china. Como el periodista sueco Bertil Lintner documentó en su libro de 2015, Great Game East [El gran juego de Oriente]:

“A principios de diciembre de 2011, la secretaria de estado estadounidense, Hillary Clinton, visitó Birmania, siendo la primera funcionaria estadounidense de alto nivel en hacerlo en más de medio siglo. Sin dejar de hacer referencias rituales a la democracia y los derechos humanos, dejó claro que la creciente influencia de China en Birmania era una preocupación importante. En sus conversaciones con el presidente birmano Thein Sein, Hillary sacó el tema de los lazos de Birmania con China —y Corea del Norte— y los intereses estratégicos volvieron a ocupar el lugar principal en la política birmana de Washington”.

Después, el propio Obama viajaría en dos ocasiones distintas a Myanmar para fortalecer las relaciones comerciales y de seguridad. En 2016, su Casa Blanca homenajeó a Suu Kyi, el principal activo del imperialismo estadounidense en Myanmar, y levantó las sanciones económicas que tenían sometido al país. La última de ellas se levantó ese diciembre, cuando el presidente demócrata declaró que Myanmar había “avanzado bastante en la promoción de los derechos humanos”. Mientras tanto, el Tatmadaw barría Rakáin en otra más de sus ofensivas contra los rohinyás.

Comenzando a finales de los años ochenta, los imperialistas impusieron sanciones a la empobrecida Myanmar en una maniobra cínica para aislar a su régimen militar. Como resultado, China se convirtió en el principal inversionista extranjero en Myanmar y estableció puntos de apoyo en todos los sectores de su economía. En años recientes, China inició ahí un extenso desarrollo de infraestructura. Como parte de la iniciativa “Un cinturón, un camino”, se construyeron ductos de petróleo y gas desde el suroeste de China hasta la costa de Rakáin. No lejos de ahí, en la Bahía de Bengala, se está construyendo un puerto de profundidad, de propiedad china, que le dará a este país una ruta para importar energéticos que le permita evadir el cuello de botella que representa el Estrecho de Malaca.

Como trotskistas, estamos por la defensa militar incondicional del estado obrero deformado chino frente al imperialismo y las fuerzas de la contrarrevolución capitalista. Pese al gobierno de una burocracia estalinista parasitaria, el derrocamiento del capitalismo en la Revolución de 1949 y el establecimiento de una economía basada principalmente en formas de propiedad colectivizada fueron conquistas históricas para los trabajadores del mundo. La clave de nuestra defensa de la Revolución China es la lucha por una revolución política proletaria que derroque al mal gobierno estalinista y lo remplace con un régimen de democracia obrera comprometido con la lucha por el socialismo mundial.

Aunque apoyamos el derecho de Beijing de establecer relaciones económicas con cualquier país capitalista si así lo desea, reconocemos que a la burocracia gobernante la guían intereses nacionalistas estrechos, cuyas raíces están en el dogma antirrevolucionario de “construir el socialismo en un solo país”. Así, China le da su apoyo militar y político a la junta militar de Myanmar, que tan cruelmente reprime a los obreros, las minorías étnicas y los pobres rurales.

Desde 1988, China ha sido el principal proveedor de equipo militar de los Tatmadaw, incluyendo vehículos blindados, artillería, aviones, misiles y transportes navales. (Apostándole a los dos bandos, Beijing también ha armado, aunque en menor medida, al Ejército del Estado Wa Unido y otros grupos insurgentes.) En mayo de 2017, la armada china llevó a cabo por primera vez en su historia ejercicios conjuntos con su contraparte de Myanmar. Hoy los estalinistas de Beijing están dando cobertura a los generales asesinos con el pretexto de estabilizar Rakáin, donde China tiene grandes inversiones en infraestructura. Nos oponemos a la ayuda militar que China proporciona a la junta de Myanmar y la condenamos.

El “divide y vencerás” colonial

Si bien es un término relativamente más moderno, “rohinyá” simplemente significa “habitante de Rohang”, el nombre musulmán del antiguo reino budista de Arakán. Desde principios del siglo XV, los rohinyás sirvieron en la corte de Arakán y se establecieron como comerciantes en sus dominios. El rey birmano, que ya había exigido sumisión, tributo y esclavos en gran parte de lo que actualmente constituye Myanmar, conquistó Arakán a mediados de la década de 1780.

El control birmano del territorio duró poco ya que los británicos les arrebataron Arakán en 1824 durante la primera de tres guerras anglo-birmanas. El dominio colonial agravó deliberadamente las tensiones entre los arakanos (budistas de Rakáin) y una población musulmana que crecía rápidamente. Con Arakán incorporado a la India británica, pronto cientos de miles de bengalíes emigraron ahí para trabajar en los campos que los amos coloniales les habían entregado a terratenientes que mayormente eran indios musulmanes.

Tras completar la conquista de los birmanos en 1886, los británicos trazaron las fronteras de Birmania como una provincia única dentro del imperio indio. Amontonando por la fuerza en un solo estado a pueblos extremadamente diversos y potencialmente antagónicos, y enfrentándolos entre sí al mismo tiempo de acuerdo a su política de dividir para subyugar mejor, los británicos apilaron la leña para la hoguera de la violencia comunal. En particular, se promovió a los indios —tanto hindues como musulmanes— a expensas de los birmanos y otros. Una nueva capa de funcionarios, que en general fueron traídos del subcontinente, mantenían el control policiaco, recolectaban impuestos y gobernaban en las unidades administrativas de la “Birmania Ministerial”. Se desplegaron unidades del ejército británico compuestas por tropas indias para suprimir toda resistencia birmana al dominio colonial. Para conformar sus tropas, los británicos también contaron con las minorías étnicas: las llamadas “razas marciales” como los karen, los kachin y los chin.

Las tensiones, entre todos estos grupos, que de por sí solían ser violentas, estallaron con la invasión japonesa de Birmania durante la Segunda Guerra Mundial. Los nacionalistas birmanos, dirigidos por Aung San —padre de Suu Kyi— pelearon del lado de los japoneses (antes de pasarse al bando británico al final de la guerra, cuando quedó claro que Japón perdería). Decenas de miles de indios que intentaban salir del país fueron masacrados, incluso por parte de las fuerzas de Aung San. En el curso del conflicto interimperialista, Arakán cayó en una brutal guerra civil que enfrentó a los musulmanes con los budistas. Cuando terminó la lucha, los musulmanes estaban acorralados en el norte de Arakán y los budistas en el sur.

Fueron principalmente los líderes de la combativa asociación nacionalista Dohbama Asiayone (“Nosotros los birmanos”), entre ellos Aung San, quienes en agosto de 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, fundaron el Partido Comunista de Birmania (PCB). Aunque había sido electo secretario general, Aung San desertó del PCB poco después. Este partido nunca estuvo comprometido con el principio marxista de la independencia de clase del proletariado frente a todas las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas. Durante la guerra, los comunistas, laxamente organizados, prestaron sus servicios al imperialismo británico, de acuerdo a la línea emanada de la burocracia estalinista de Moscú. Después de que Hitler atacara la Unión Soviética en junio de 1941 y la alianza bélica entre Gran Bretaña y la URSS quedó sellada, la Comintern promulgó la “guerra popular contra el fascismo” y el apoyo total al esfuerzo bélico de los países imperialistas aliados y sus colonias.

Al ayudar a los británicos a reconquistar Birmania, el PCB traicionó la lucha anticolonial. De hecho, al final de la guerra los comunistas fungieron como los primeros intermediarios entre Aung San y los británicos, y para ello establecieron un frente popular, es decir, un bloque político con los nacionalistas burgueses. La colaboración de clases del PCB tuvo el resultado previsible. Exactamente un año después de que el frente popular dirigido por Aung San —invitado por los británicos— tomó las riendas del gobierno capitalista de posguerra, los comunistas fueron expulsados de sus filas y sometidos a una severa represión estatal.

Desde mayo de 1945, las huelgas obreras en las ciudades y las revueltas campesinas en el campo estaban bajo dirección comunista. Mientras se celebraban las negociaciones de la independencia, la revista Time (3 de febrero de 1947) reportó que a Aung San “le gustaba la idea de que las tropas británicas se quedaran por un tiempo para ayudarlo a controlar a los rojos, algunos de los cuales no pueden ser controlados ni por Moscú”. Aunque esto no llegó a ocurrir, el año siguiente el hacha cayó sobre el PCB, que abandonó las ciudades para adoptar una estrategia guerrillera basada en el campesinado. En 1989, el PCB colapsó.

La lucha por la revolución permanente

La rica en recursos Myanmar está marcada por un desarrollo desigual y combinado, con agudos contrastes entre la riqueza y la pobreza, entre una industria nueva y una miseria increíble. Los imperialistas británicos añadieron combustible a todas las formas de opresión especial heredadas del pasado, y los generales siguen atizando el fuego del terror comunalista. Lo que hace falta es una oposición revolucionaria y proletaria tanto a las potencias imperialistas como a los gobernantes capitalistas locales. El camino hacia delante lo indica el programa de la revolución permanente, desarrollado por el líder bolchevique León Trotsky y verificado por la Revolución de Octubre rusa. Trotsky reconocía que en los países atrasados y semicoloniales, conseguir la modernización y la liberación del yugo imperialista exige aplastar el dominio burgués, lo que abriría el camino al desarrollo socialista.

La liberación socialista de Myanmar, donde el 70 por ciento de la población depende de la agricultura para vivir, requiere apelar no sólo a la creciente clase obrera del país, sino también a las masivas concentraciones proletarias de sus países vecinos: India, Bangladesh, Tailandia y China. Los explotados y oprimidos de Myanmar, desde los de origen sudasiático y chino hasta los grupos étnicos de la frontera tailandesa, tienen vínculos significativos con todos esos países. Lo que se plantea es la necesidad de forjar partidos proletarios e internacionalistas comprometidos con el derrocamiento del dominio capitalista en la región, así como con la revolución política en el estado obrero deformado chino. Dentro de la propia Myanmar, es vital plantar las semillas del marxismo y cohesionar a los cuadros que luchen por construir un partido genuinamente leninista que actúe como tribuno del pueblo, lo que incluye la defensa del derecho a la autodeterminación de todas las minorías nacionales oprimidas.

Esta perspectiva debe estar vinculada con la lucha por la revolución socialista en Estados Unidos y otros centros imperialistas. Luchamos por reforjar la IV Internacional de León Trotsky, partido mundial de la revolución socialista. Cuando los que trabajan gobiernen a escala global, la tecnología y el desarrollo industrial se usarán para sacar a las masas de la carencia y la miseria en el camino hacia la construcción de una sociedad comunista secular, sin clases, libre de conflictos comunales, nacionales y religiosos.