Espartaco No. 49 |
Abril de 2018 |
¡No a los juicios por los medios de comunicación!
Sexo, escándalos y poder
La manía de #MeToo y la resistencia demócrata
(Mujer y Revolución)
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1126 (26 de enero), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.
Desde que la exposición de Harvey Weinstein como depredador sexual serial estremeciera Hollywood el otoño pasado, la búsqueda de presuntos depredadores se ha ampliado. Lo que comenzó como una versión potenciada del proceso típico de contratación en Hollywood rápidamente se convirtió en una gama de denuncias de malas conductas sexuales que han hundido a hombres de todo tipo —desde Garrison Keillor de la serie Prairie Home Companion a conductores de programas de entrevistas como Charlie Rose y Tavis Smiley, desde el demócrata negro John Conyers al fanático religioso y racista Roy Moore, desde el comediante Louis C.K. al magnate de la música Russell Simmons—. Se está mezclando un gran rango de comportamiento —incluyendo coqueteos e insinuaciones, un mensaje de texto vulgar o un chiste burdo, sin mencionar sexo no placentero— con crímenes reales de coerción y agresión. Quienes han sido acusados de indecencia sexual, sin importar qué tan trivial, qué tan poco probada o qué tanto tiempo haya pasado, son arrojados al linchamiento mediático, declarados culpables y sus carreras son arruinadas.
Los partidarios de los movimientos liberales de #MeToo [yo también] y #TimesUp [ya basta] presentan esto como un ajuste de cuentas y una respuesta catártica a la inequidad sexual. Sí, existen crímenes generalizados contra las mujeres, pero la mayoría no está siendo plasmada en Twitter y la prensa de Estados Unidos hoy en día. En las fábricas, el ejército y las prisiones, el acoso y las violaciones se encubren rutinariamente. Las mujeres pobres, negras e inmigrantes, así como las trabajadoras sexuales, tienen pocos recursos contra la depredación sexual. Mientras tanto, no ha habido ni una sola palabra sobre cuestiones urgentes, como los ataques al derecho al aborto —que ha sido reducido a una formalidad inaccesible para la mayoría—, el incremento en el costo de los servicios de salud y la falta de acceso al cuidado de niños. El revuelo por estos pecadillos “inapropiados” minimiza el horror de la violación y trivializa el abuso sexual, como el que sufrieron por décadas varias gimnastas olímpicas por parte del doctor Larry Nassar. Tal revuelo tampoco hace nada para lidiar con la subordinación y la opresión de las mujeres, intrínsecas a la sociedad capitalista.
La campaña de #MeToo es tanto sobre sexo como de poder y política. El Partido Demócrata se ha movilizado para cohesionar la llamada resistencia a Donald J. Trump, quien es acusado de acoso por más de una decena de mujeres. Para facilitar toda esta campaña, las líderes demócratas Nancy Pelosi y Kirsten Gillibrand tuvieron que lavarle las manos a su partido por su propia carga de mala conducta sexual y deshacerse del senador de Minnesota, Al Franken. Fue un cálculo político que les costó poco y les permitió erigirse como defensores de las mujeres, una mentira que los demócratas aman explotar en beneficio de su fortuna electoral.
La lucha contra el “manoseo de vaginas” por parte del presidente es una prioridad en la agenda política del Partido Demócrata. Las manifestaciones más grandes durante la toma de poder presidencial del año pasado se enfocaron en cómo los asquerosos disparates sexuales de Trump lo hacían “inapto” para gobernar el sangriento imperialismo estadounidense. El grito de guerra de esas Marchas de las Mujeres, dominadas por mujeres blancas de la pequeña burguesía y burguesía con sus sombreros rosas, era sobre el hecho de que una mujer calificada, halcona imperialista y apoyada por Wall Street, perdió ante un descarado misógino. Las Marchas de las Mujeres de este año siguieron aclamando a Hillary Clinton como su pastora con la consigna: “Todo el poder a las urnas”.
A tono con la vieja tradición puritana estadounidense, se ha desatado una histeria antisexo que sirve para desviar la atención de las pasmosas brutalidades cometidas por la clase gobernante contra los trabajadores: las redadas antiinmigrantes, el respaldo a supremacistas blancos, los ataques contra los sindicatos, la amenaza de desatar el arsenal nuclear de EE.UU. En un comentario mordaz, “The Great American Sex Panic of 2017” [“El gran pánico sexual estadounidense de 2017”] (counterpunch.org, 22 de noviembre), William Kaufman acertadamente llama a esto un “pánico moral”, que es “irónicamente, inmoral en su núcleo: represivo y distractor, una orgía de política identitaria de energías morales mal dirigidas que engendra una escalofriante conformidad de palabras y hechos”. También señala una “rara inversión de valores”. Como comandante en jefe imperialista, el Clinton varón masacró a cientos de miles en el extranjero y domésticamente quitó a millones de mujeres y niños la asistencia social, pero es estigmatizado por una felación. Como secretaria de estado, la Clinton ayudó a convertir a Libia en escombros y disfrutó la tortura y asesinato de Kadafi (que incluyó la sodomización con un arma), pero es elogiada como un símbolo de la diversidad.
Como marxistas, sabemos que la discriminación y la opresión antimujer tienen una base material en la sociedad capitalista, derivada de la familia patriarcal, apoyada por el conservadurismo religioso y la represión estatal, y protegida por prácticamente cada institución social. Ambos partidos burgueses, Demócrata y Republicano, representan este sistema motivado por la producción de ganancias y basado en la explotación de clase, y promueven una agenda social reaccionaria —incluso si su retórica es distinta a causa de sus electores—. La erradicación de los arraigados estereotipos y discriminación sexuales requiere de una revolución socialista que derroque al capitalismo, un sistema económico que genera degradación, represión y violencia en la vida cotidiana.
Miedo, aversión sexual y represión racista
Fundado por la activista negra Tarana Burke hace más de una década, #MeToo se hizo viral en Twitter post-Weinstein al ser retomado por la actriz Alyssa Milano. Poco tiempo después, la revista Time declaró a quienes “rompieron el silencio” como Personas del Año. Los Globos de Oro estuvieron dominados por personalidades adineradas que proclamaban “Time’s Up” [“ya basta”], e incluyeron un muy aclamado discurso de la millonaria Oprah Winfrey, cuyo nombre ha sido mencionado para candidata demócrata a la presidencia.
Aunque a algunos les parezca increíble, no todas las mujeres piensan igual. Ahora están apareciendo fisuras dentro del medio de #MeToo. Al principio, feministas convencionales como la escritora Katha Pollitt de Nation expresaron preocupación por una reacción conservadora, en particular considerando que la mayoría de los acosadores descubiertos eran demócratas. En un artículo editorial del New York Times del 5 de enero, “Publicly, We Say #MeToo, Privately, We Have Misgivings” [“Públicamente decimos #MeToo, en privado tenemos dudas”], Daphne Merkin, una apasionada partidaria de Hillary Clinton, se preocupaba de que las condenas que terminan con carreras y la automática presunción de culpabilidad podrían ser el comienzo de “mandar a la hoguera a la gente por el contenido de sus fantasías”. (Demasiado tarde: la gente es encarcelada actualmente por poseer pornografía de menores.) La estimada autora Margaret Atwood fue virtualmente atada a una estaca por defender los juicios justos en su artículo “Am I a Bad Feminist?” [“¿Soy una mala feminista?”]. Más recientemente, ha surgido un debate sobre si una mala cita con el comediante Aziz Ansari lo convierte en un “depredador sexual”.
Una carta abierta que denuncia la ola de purgas, firmada por la actriz Catherine Deneuve y un grupo de cien intelectuales y profesionistas francesas, provocó un desenfrenado clamor feminista. La carta se opone al neovictorianismo que retrata a las mujeres como frágiles niñas: “La característica del puritanismo es tomar prestado, en nombre de un supuesto bien general, los argumentos de la protección de las mujeres y de su emancipación para encadenarlas más fácilmente a un estado de víctimas eternas, pobres cositas bajo el control de demonios machistas, como en los tiempos de la brujería”. Pocas horas después, partidarios de #MeToo acusaron a las firmantes francesas de ser “apologistas de la violación”. Ningún crítico es inmune. El actor Matt Damon enfrentó una feroz reacción por su evidentemente obvia afirmación de que la violación es distinta de una palmada en el trasero.
Si los castigos son instantáneos y draconianos contra cualquier cosa que se considere ofensiva, el efecto neto será vigilar todo comportamiento, en particular el que no es convencional (cualquier cosa que sea más pervertida que Cuando Harry conoció a Sally). Definir el comportamiento inapropiado es tan subjetivo como definir el comportamiento “inmoral”. En la medida en que existen códigos de decencia, son establecidos por la religión y regulados por los guardianes racistas de la virtud de antaño, los gobernantes burgueses.
Al nivel universitario, la campaña de décadas contra la supuesta epidemia de violaciones en citas ha incrementado los poderes in loco parentis [en lugar de los padres] de la administración para imponer una conducta “aceptable”. Prácticamente cualquier encuentro, desde un ligue en estado de ebriedad hasta un romance lamentable, puede considerarse como no consensual, llevando a consecuencias punitivas de acuerdo con las iniciativas del campus implementadas bajo el gobierno de Obama. (Para más al respecto, ver la reseña del libro de Laura Kipnis Unwanted Advances [Propuestas indeseadas] en “Title IX Witchhunts, Anti-Sex Frenzy and Bourgeois Feminism” [“Cacería de brujas del Título IX, frenesí antisexo y feminismo burgués”], WV No. 1121, 3 de noviembre.)
Tal es el grado de manía de #MeToo que la autora feminista Laura Kipnis, quien se opone a la regimentación de los campus, ahora celebra el hecho de que “se han abierto las compuertas” (New York Review of Books, 21 de diciembre). Que gente inocente quede “atrapada en el fuego cruzado” es tratado como simplemente irrelevante. Kipnis hace eco de la opinión de que si un par de desafortunados estúpidos son perseguidos por la horda, son daños colaterales en la guerra contra el patriarcado.
La venganza masiva, sin duda, es impulsada por el hecho de que la mayoría de las estrellas caídas son hombres poderosos, ricos y blancos; los feministas dicen adiós y hasta nunca. Pero en la racista sociedad estadounidense, los que van a quedar “atrapados en el fuego cruzado” tienen un nivel mayor de melanina y una dosis más baja de prestigio; en otras palabras: gente negra y morena. Decir que los pánicos sobre el sexo, que fomentan un miedo colectivo excesivo contra un depredador imaginario, tienen una tendencia a legitimar el castigo y deshacerse de la presunción de inocencia, sería una gran subestimación. Esto es potencialmente una grave amenaza a los derechos de toda la población.
La policía y los tribunales han usado regularmente el sexo para perseguir a cualquier enemigo percibido. El comediante Dave Chappelle señaló en su reciente monólogo humorístico, “The Bird Revelation”, cómo el programa COINTELPRO del FBI espió las aventuras sexuales de Martin Luther King para socavar su autoridad. Los estragos de la guerra contra los “desviados” sexuales de hoy se suman a la anterior “guerra contra el crimen” y la actual “guerra contra las drogas”: palabras clave para la racista persecución legal que ha incrementado la población penitenciaria en 500 por ciento, unos 2.2 millones de personas actualmente, de las cuales casi el 40 por ciento son negras. Un estudio de la Universidad de Albany de 2006 encontró que uno de cada 120 hombres negros está registrado como delincuente sexual (el doble de la tasa para hombres blancos), marcados como parias de por vida.
Los linchamientos promovidos por acusaciones de violación tienen una espantosa historia en este país que fue construido con mano de obra esclava. Las revueltas racistas en Tulsa, Oklahoma, de 1921 y la masacre de Rosewood, Florida, de 1923 fueron precipitadas por rumores falsos de hombres negros que abusaban de mujeres blancas. En 1955, el joven Emmett Till fue asesinado por supuestamente haberle chiflado a alguien.
En su artículo, “A City on a Hill (or the Weinstein Effect)” [“Una ciudad en un monte (o el Efecto Weinstein)”] (counterpunch.org, 1° de diciembre), el dramaturgo John Steppling comenta cómo la raza se oculta tras bambalinas:
“Existe algo curioso e inquietante en no ver los peligros del disfrute de las masas por el castigo. Pues eso es lo que me perturba más. El placer de la multitud... Había vendedores ambulantes y souvenirs en los linchamientos. Esto no es lo mismo, y sin embargo hay similitudes. Y la fabricación de la identidad del superviviente (que se originó con los casos de los preescolares) se reparte aunque lo único a lo que se haya sobrevivido sea a una propuesta indeseada. ¿Qué efecto tendrá esto en el futuro sobre las decisiones sexuales que no sean consideradas convencionales? La narrativa pública hasta el momento está ligada a Hollywood. Eso debería provocar la sospecha de todos por un momento”.
Steppling trae a la memoria la histeria masiva por el juicio del preescolar McMartin en 1987-1990 —el juicio más largo de la historia— en el que niños testigos relataban historias fantásticas sobre sacrificios de animales, orgías y abuso satánico ritual que ocurría en guarderías. La cruzada fue parte de la reaccionaria campaña de “valores familiares” de los años de Reagan que, entre otras cosas, intentaba regresar a las mujeres al hogar. Mientras los casos sobre abuso satánico arrasaban el país, cientos de personas fueron injustamente condenadas, perdieron su libertad, sus familias y su reputación. Hace 30 años el estribillo era “créanles a los niños”; hoy, ese lema se está aplicando a todas las mujeres.
Servidumbre de la clase obrera y opresión de la mujer
Si la turba le ayuda al gobierno a decidir qué es aceptable en la recámara, las consecuencias serán malas para hombres y mujeres. Como marxistas, nos oponemos a todo intento del estado de regular las variadas expresiones consensuales de sexualidad humana. Las relaciones consensuales entre individuos son solamente de su incumbencia, y no son del interés de nadie más (incluso cuando se trata de aquéllos en Hollywood que llevan vidas muy públicas). No apoyamos las regulaciones que imponen el “consentimiento afirmativo”, que dicta que los participantes de cualquier acto sexual deben obtener permiso verbal explícito por cada caricia. El principio guía en cualquier encuentro sexual debería ser el consentimiento efectivo, es decir, nada más que el acuerdo y el entendimiento mutuos, sin importar la edad, el género, o la preferencia sexual.
Por supuesto, determinar qué es verdaderamente consensual en esta sociedad brutalmente dividida en clases, racista y sexista, sin mencionar religiosa, es complicado. Las actitudes e instituciones de la sociedad capitalista en que vivimos influyen en las relaciones interpersonales, y a menudo existen ambigüedades. Las relaciones pueden ser explotadoras y desiguales, incluyendo el matrimonio. La violación, sin embargo, no está en el espectro del sexo. Es un acto degradante, brutal y horrendo de violencia. Tratar cualquier encuentro desagradable como violación significa exigir una venganza legal o alguna forma de justicia extralegal.
El acoso sexual y la discriminación están extendidos en esta sociedad antimujer, desde insinuaciones a cambio de favores hasta desigualdad de salarios. Bajo la presión de ser bonitas y dóciles para sus superiores varones, las mujeres son expuestas a humillación e intimidación. Pero el Hollywood de las artistas adineradas que buscan hacer progresar sus carreras está a un mundo de diferencia de la situación de las mujeres de la clase obrera, que están desesperadas por sobrevivir económicamente y son mucho más susceptibles a los caprichos de sus patrones.
La clase capitalista, con la complacencia de los falsos dirigentes sindicales, ha librado una guerra unilateral contra la clase obrera organizada para crear una mano de obra más barata, con obreros no sindicalizados de medio tiempo que comúnmente llenan vacantes que alguna vez fueron de tiempo completo y sindicalizadas. La muy frecuente indiferencia por parte de los burócratas sindicales al acoso en el trabajo le abre todavía otra puerta a las fuerzas liberales antisindicales para incitar la vigilancia gubernamental de los sindicatos con el pretexto de defender a las mujeres. Los sindicatos deben luchar por los derechos de la mujer, incluyendo guarderías gratuitas las 24 horas, licencia por maternidad pagada y aborto libre y gratuito como parte de servicios médicos de calidad para todos. Para revitalizar al movimiento obrero, los sindicatos necesitan una dirigencia clasista que luche por sindicalizar a los no sindicalizados, por salario igual por trabajo igual y por el control sindical sobre la contratación y la capacitación, esto haría mucho por lidiar con la posición económica precaria que hace vulnerables a las mujeres de la clase obrera.
Los movimientos de #MeToo y #TimesUp recientemente han hablado de dientes para afuera sobre las mujeres que se encuentran al fondo. Antes de los Globos de Oro, una carta abierta firmada por más de mil personalidades de televisión, teatro y cine expresó solidaridad con las obreras agrícolas y fabriles, las amas de casa, las meseras y las trabajadoras domésticas. En una muestra de condescendencia durante la ceremonia de premios, estrellas a la moda con vestidos negros de Gucci invitaron activistas para demostrar qué tan “despiertas” están. Dado el añejo romance entre Hollywood y el Partido Demócrata, la virtud política de este espectáculo de sororidad es obvia.
Las mujeres burguesas enfrentan opresión sexual, pero no opresión de clase. Para los feministas, la división más importante en la sociedad es la de hombres contra mujeres, no la de los capitalistas explotadores contra los obreros explotados. El feminismo como ideología refleja las preocupaciones de mujeres profesionistas y pequeñoburguesas que aspiran a superar los obstáculos ocultos que existen e integrarse a las capas altas de la estructura de poder del capitalismo estadounidense. La era actual de feminismo “lean in”, que promueve el éxito en el ambiente empresarial y el liderazgo político, está dirigida directamente a mujeres blancas, con preparación universitaria y de clase alta.
Y éstas son las mismas mujeres que la burguesía considera las víctimas “fiables” de agresión sexual. Otras mujeres —pobres, negras, madres solteras e inmigrantes— la mayoría de las veces se ven vilipendiadas o sujetas a mayor abuso cuando buscan la protección del estado. También corren riesgo al defenderse. Véase el caso de Marissa Alexander, una mujer negra de Florida que hizo un disparo de advertencia cerca de su esposo abusivo, del que estaba separada, y que la estaba amenazando. Aunque nadie resultó herido, en 2012 fue condenada a 20 años de prisión por asalto agravado. Después de casi seis años de infierno, Alexander fue puesta en libertad hace un año.
Feminismo burgués y represión antisexo
El feminismo estadounidense siempre ha reflejado los valores racistas, conservadores y puritanos de este país. (La más grande e influyente organización de comienzos del siglo XX era la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza, que se manifestaba en contra del alcohol y la lujuria.) Hace décadas, los feministas formaron una alianza impía con la derecha religiosa al declarar la pornografía como la causa de la violencia contra las mujeres. En el proceso, tuvieron un papel al apoyar la campaña de censura del gobierno que promovía redadas a tiendas de películas pornográficas y ataques al arte erótico. Recurrir al estado para que regule el comportamiento personal e imparta castigos corre por las venas del feminismo, en particular del que se conoce como feminismo carcelario, que exige más vigilancia policial, juicios y prisión para reducir la violencia contra las mujeres.
En diciembre pasado, dos feministas de la Ciudad de Nueva York pidieron al Museo Metropolitano de Arte remover o “contextualizar” una obra de 1938 del artista polaco-francés Balthus. La pintura, Thérèse soñando, retrata a una modelo juvenilmente vestida y pensativa, sentada con su ropa interior ligeramente expuesta. La petición, que ha recaudado unas 11 mil firmas adicionales, hace referencia al clima actual de “agresión sexual” y acusa al museo de “apoyar el voyerismo y la cosificación de los niños”. Con esa lógica, todo comercial que anuncie juguetes o ropa para niñas pequeñas debería ser prohibido. También se podrían deshacer de obras maestras como Alicia en el país de las maravillas, que fue inspirada por el amor que el autor Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carroll) tenía por una preadolescente.
Medios feministas como la revista Ms. tuvieron un papel principal en la cacería de brujas contra los maestros de guarderías al pintarlos como pedófilos perturbados, y en la subsecuente transformación del abuso de niños en cualquier cosa que oliera a sexo que involucrara a personas sin edad para votar. Esto no sólo minimiza el verdadero abuso de niños (que ocurre principalmente dentro de la familia), sino que criminaliza en general a los jóvenes que tienen sexo. Así, la persecución contra el director Roman Polanski, quien huyó del país en 1978 para evadir cargos criminales por tener sexo consensual con una niña experimentada de trece años, ha sido revivida como consecuencia del escándalo Weinstein. (Deneuve es odiada, entre otras cosas, por su defensa de Polanski.)
También existe una renovada inquisición contra Woody Allen por alegatos infundados de que abusó de su hija adoptiva Dylan Farrow, acusaciones lanzadas por su vengativa expareja, Mia Farrow. Allen siempre ha negado las acusaciones de Farrow, y nunca se le levantaron cargos legales. Como dijo Allen en 1992: “A fin de cuentas, de lo único que soy culpable es de haberme enamorado de la hija adulta de Mia Farrow [Soon-Yi Previn] en los últimos años en que estuvimos juntos”. En las mentes de los maniáticos acusadores debe ser culpable, ya que terminó casándose con Soon-Yi, quien es 35 años menor que él. Ella era una joven adulta cuando empezó su relación con Allen y han estado casados desde 1997. Uno podría señalar que Mia Farrow tenía 21 años y Frank Sinatra 50 cuando se casaron. (Ver “Woody Allen Crucified on ‘Family Values’” [“Woody Allen es crucificado por los ‘valores familiares’”], WV No. 558, 4 de septiembre de 1992.)
Las leyes que definen los “crímenes sexuales” hoy en día tienen el propósito fundamental de fortalecer el brazo represivo del estado y promover la prisión de la familia. La lucha por la emancipación de la mujer, incluyendo en el lugar de trabajo, no puede separarse de la lucha por emancipar a la mujer de la familia. La base material para la liberación de la mujer sólo puede sentarse mediante la victoria de la revolución obrera, la cual requiere el forjamiento de un partido leninista de vanguardia que actuará como el tribuno de todos los oprimidos, movilizándose para combatir todo atraso social. Como parte de la construcción de una sociedad socialista igualitaria, la familia como institución será remplazada con la socialización del cuidado de los niños y de las tareas domésticas, liberando a las mujeres para que puedan tener un rol igualitario en la vida social y política. En un futuro mundo comunista, la violencia y la discriminación antimujer, las restricciones reaccionarias de la familia y la religión serán recuerdos barbáricos del pasado.