Espartaco No. 48

Diciembre de 2017

 

El populismo burgués en crisis

Venezuela: ¡EE.UU., manos fuera!

Adaptado de Workers Vanguard No. 1117 (8 de septiembre).

El régimen nacionalista burgués de Venezuela ha estado en la mira del imperialismo estadounidense desde que el fallecido Hugo Chávez tomó posesión en 1999. ¿Su crimen a los ojos de los gobernantes estadounidenses? Chávez, un oficial del ejército convertido en caudillo populista, usó parte de las ganancias petroleras del país para instaurar programas sociales que benefician a los pobres, mientras denunciaba las bárbaras políticas económicas y militares de Washington en Latinoamérica y otros lugares. Ya en 2002, EE.UU. y sus títeres locales de la reaccionaria oposición burguesa orquestaron un fallido golpe de estado contra Chávez. En 2015, Barack Obama ridículamente declaró a Venezuela una amenaza a la seguridad nacional estadounidense, imponiendo sanciones contra el gobierno de Nicolás Maduro, quien asumió la presidencia tras la muerte de Chávez en 2013. Ahora el demagogo racista Donald Trump está amenazando con recurrir a la “opción militar” y ha impuesto nuevas sanciones contra el régimen en respuesta a las elecciones del 30 de julio a una asamblea constituyente —convocada por Maduro para asegurar su poder suplantando al parlamento controlado por sus oponentes derechistas—.

Los imperialistas estadounidenses y europeos —que por más de un siglo han condenado a millones de venezolanos a la pobreza atroz saqueando la riqueza del país— se quejan hoy hipócritamente de la “crisis humanitaria” y de las violaciones a la “democracia”. Estamos contra todo intento de los imperialistas estadounidenses de llevar a cabo un “cambio de régimen” en Venezuela —sea mediante la intervención militar directa o a través de un golpe de estado con respaldo imperialista—, mientras mantenemos nuestra oposición política al régimen chavista. La oposición venezolana es un grotesco amasijo derechista de fuerzas apoyadas por los imperialistas, que incluye partidos infames por haber desatado la represión sangrienta contra los obreros y los pobres, como la masacre de hasta 3 mil personas durante las protestas de 1989, conocidas como el Caracazo, contra el aumento estratosférico de los precios. Al mismo tiempo, subrayamos que el gobierno de Maduro, como antes el de Chávez, es un gobierno burgués, y por tanto enemigo de clase del proletariado y los oprimidos.

Como marxistas, nos oponemos políticamente tanto a los nacionalistas burgueses “bolivarianos” como a sus rivales neoliberales. El proletariado venezolano, en cuyo centro están los obreros petroleros, debe movilizarse como fuerza independiente en defensa de todos los explotados y los oprimidos en la lucha por el poder obrero. Esto requiere forjar un partido revolucionario de vanguardia en oposición a los imperialistas e independiente de todas las alas de la política burguesa.

Desde que la oposición derechista consiguió en 2015, por primera vez en 16 años, la mayoría de la Asamblea Nacional, ha procurado derribar al gobierno de Maduro mediante un referéndum revocatorio y elecciones anticipadas. También ha organizado manifestaciones callejeras repletas de ataques asesinos contra gente de piel oscura y otros presuntos chavistas, así como ataques a edificios donde se proporcionan servicios sociales a los pobres. En respuesta, Maduro y su gobierno han endurecido su control bonapartista, prohibiendo las protestas, declarando el estado de emergencia y fortaleciendo las facultades del poder ejecutivo del estado capitalista y de la Corte Suprema designada por Maduro. Estas medidas represivas representan un peligro mortal para la clase obrera, especialmente cuando ésta levante la cabeza como fuerza independiente.

Estados Unidos quiere restablecer el control sobre su “patio trasero”

Pese a los informes de acciones locales contra el régimen de Maduro por parte de elementos descontentos del ejército, parece que Maduro, por ahora, cuenta con el apoyo de los generales y de la policía. El régimen también tiene una milicia chavista, la cual según se reporta, cuenta con unos 400 mil efectivos. Al mismo tiempo, la situación económica y política, cada vez más insostenible, ha disminuido el apoyo de los obreros y los pobres al régimen de Maduro y su “Revolución Bolivariana”. Es precisamente la incapacidad de los populistas burgueses de satisfacer las necesidades de las masas lo que abre la puerta a las fuerzas opositoras reaccionarias que, de llegar al poder, impondrán una represión feroz, una austeridad salvaje y un sangriento ajuste de cuentas con quienes considere partidarios de Chávez.

Recientemente, el vicepresidente estadounidense Mike Pence recorrió Latinoamérica para alinear a los títeres neocoloniales de Washington. La CIA ha estado trabajando junto con los gobiernos colombiano y mexicano para derrocar a Maduro, mientras otros regímenes brutales de Latinoamérica se han sumado a los imperialistas estadounidenses en su prédica de “democracia” a Venezuela. El jefe de la CIA, Mike Pompeo, invocó recientemente al típico “coco” internacional para justificar la intervención estadounidense: “Los cubanos están ahí, los rusos están ahí, los iraníes y Hezbollah están ahí”. Pompeo sólo olvidó incluir a China en su lista negra.

El estado obrero burocráticamente deformado chino ha remplazado a EE.UU. y sus instituciones, como el Banco Mundial, como el principal proveedor de préstamos a Latinoamérica, de los cuales Venezuela recibe cerca de la mitad. EE.UU. siente esto como una bofetada y quiere restablecer el control sobre su “patio trasero”. Dado que China no es un país capitalista, su inversión extranjera no está impulsada por la necesidad de maximizar la ganancia, sino de adquirir recursos para su desarrollo económico. Por eso le permite a Venezuela pagar sus préstamos con cargamentos de petróleo, los cuales con frecuencia se retrasan.

Hay sectores de la burguesía estadounidense que quisieran derrocar a Maduro recortando todas las importaciones petroleras de Venezuela, pero esta medida ha encontrado la oposición no sólo de las refinerías estadounidenses que dependen del petróleo venezolano, sino también de quienes no quieren que el precio del petróleo se eleve. Su prioridad es mantenerlo bajo para contener a países como Rusia, Irán y la propia Venezuela. La burguesía estadounidense también apunta contra Maduro porque sabe que sin el petróleo que Venezuela ha estado enviando al estado obrero deformado cubano a cambio de personal médico, éste se vería aún más estrangulado económicamente. El fin de los imperialistas es fomentar la contrarrevolución capitalista en Cuba.

A diferencia de la fraudulenta “Revolución Bolivariana” de Venezuela, las revoluciones sociales de Cuba, China, Corea del Norte, Vietnam y Laos derrocaron el domino capitalista en esos países. Estamos por la defensa militar de estos estados obreros deformados ante el ataque imperialista y la contrarrevolución capitalista interna. También reconocemos que los falsos gobiernos estalinistas son castas parasitarias asentadas sobre las formas proletarias de propiedad. Su dogma nacionalista de construir el “socialismo en un solo país” y su correspondiente ideología de “coexistencia pacífica” con el imperialismo son obstáculos en la defensa de los estados obreros y la extensión de la revolución social hacia los países capitalistas. Luchamos por revoluciones políticas proletarias que barran a las burocracias estalinistas y establezcan regímenes basados en la democracia obrera y el internacionalismo revolucionario.

Líneas divisorias de raza y clase

Como sucedió recurrentemente a lo largo del siglo XX, Venezuela se halla en medio de una profunda crisis social, producto de la caída en picada que ha sufrido su economía tras el colapso de los precios del petróleo, industria de la cual proviene más del 95 por ciento de los ingresos del gobierno, especialmente a través de la compañía petrolera nacionalizada PDVSA. Esta situación, junto con la necesidad de pagar las masivas deudas a los financieros internacionales chupasangre, ha producido una severa contracción económica en Venezuela, con escasez generalizada de alimentos, productos básicos y medicamentos —la aplastante mayoría de todos los cuales son importados—. La inflación se ha disparado, dejando la moneda nacional sin valor. El mercado negro de dólares ha florecido, junto con los acaparadores y especuladores. Los obreros en EE.UU. deben exigir: ¡Cancelar la deuda!

Chávez creía que la estabilidad capitalista podría comprarse usando parte de las riquezas petroleras de Venezuela para financiar programas sociales que sacarían a los más pobres del país de la más abyecta miseria en que vivían, un programa que sólo fue viable mientras los precios del petróleo se mantuvieron altos. Como otros gobiernos populistas latinoamericanos, Chávez recurrió a la retórica antiimperialista para cimentar el apoyo a su régimen. Esto indignó a un sector de la burguesía venezolana, la blanquísima “oligarquía” que, si bien no dejó de enriquecerse bajo Chávez, odiaba la idea de dar algo a los pobres. Incluso en medio de la actual crisis, los capitalistas y los pequeños burgueses más pudientes del país se encuentran muy cómodos, con su fácil acceso a los dólares estadounidenses, sus casas en Miami y sus muy vigilados clubes campestres. Mientras miles de trabajadores hacen fila para obtener comida, se reporta un auge en la venta de autos de lujo en Caracas.

En un país en el que menos de la mitad de la población se identifica como blanca, el racismo más cruel —herencia de la historia nacional de esclavitud, que se mantuvo hasta el siglo XIX— es inseparable del odio de clase que la burguesía y las capas superiores de la pequeña burguesía sienten por los trabajadores. De manera repugnante, la oposición caricaturizaba a Chávez, el primer presidente no blanco en la historia del país, como un simio, y a sus partidarios como changos. Más de veinte personas negras y pobres sospechosas de ser chavistas fueron quemadas vivas en las protestas contra Maduro, linchamientos racistas que recuerdan al sistema Jim Crow del Sur de EE.UU.

El callejón sin salida del populismo burgués

La mayoría de los autoproclamados marxistas promueven la mentira de que Venezuela bajo Chávez se encontraba en el camino al socialismo, y por lo tanto llamaban a completar la “revolución”. Pese a su retórica “socialista” barata, Chávez dejó claro hace más de una década que su “Revolución Bolivariana” “no contradice la propiedad privada”. La prioridad de Chávez era mantener las tambaleantes ganancias petroleras del país. Procedió a disciplinar al sindicato de obreros petroleros y aumentar la eficiencia de la industria petrolera estatal, mientras presionaba al cártel petrolero de la OPEP para que mantuviera los precios altos. Gracias a eso, y en interés de la estabilidad política, originalmente contó con el apoyo de gran parte de la clase dominante venezolana.

Al igual que Maduro, Chávez no era ajeno a la represión de las luchas obreras. En 2007, la policía estatal y las fuerzas militares dispararon contra los obreros de la fábrica Sanitarios Maracay quienes llamaban por la nacionalización de su compañía, hiriendo a catorce y arrestando a 21. Chávez también buscó fortalecer el poder represivo del estado con su (fallido) referéndum constitucional de 2007, que habría ampliado sus facultades, tales como el derecho a proclamar un estado de emergencia ilimitado. Nosotros llamamos a votar por el “no” en ese referéndum, basándonos en nuestra oposición marxista de principios a toda medida destinada a fortalecer al estado burgués (ver “¡Romper con el populismo burgués! ¡Por la revolución obrera!”, Espartaco No. 30, invierno de 2008-2009).

Los programas sociales de los chavistas, destinados a atenuar la pobreza, son totalmente defendibles, pero de ningún modo representan una transformación socialista. El que el país con las mayores reservas petroleras conocidas en el mundo esté en medio de una crisis como ésta demuestra que Venezuela sigue subordinada al orden imperialista. Las burguesías nacionales de los países de desarrollo tardío dependen del capital extranjero y están ligadas a los imperialistas por mil lazos; son incapaces de romper con el yugo imperialista. Por encima de todo, odian y temen a la clase obrera, la única fuerza capaz de conseguir una genuina emancipación nacional.

Oponentes reformistas al poder obrero

Durante los “años dorados” del régimen de Chávez, el grueso de la izquierda seudotrotskista saltó al vagón de la “Revolución Bolivariana”. Particular entusiasmo mostró la Corriente Marxista Internacional (CMI) de Alan Woods (antes dirigida por el fallecido Ted Grant), que se jactaba de actuar como los asesores “trotskistas” de Chávez. Ahora que la bonanza petrolera se ha ido, que Chávez ha muerto y sus sucesores se tambalean, la organización venezolana de la CMI, Lucha de Clases, se queja de la “incompetencia” de la “burocracia reformista” —es decir, del régimen capitalista de Maduro—. Sin embargo, ellos mismos —como parte del partido burgués del propio Maduro, el Partido Socialista Unido de Venezuela— buscan reformarlo desde dentro, jurando defender el “legado de Chávez”. Como escribimos en nuestro artículo de 2006:

“Al retratar a Chávez como el campeón de los pobres y los oprimidos, la CMI y otros ayudan a preparar a los obreros para una masacre. Atar a la clase obrera y sus organizaciones a cualquier gobernante burgués no sirve sino para impedir la lucha proletaria independiente. A diferencia de grupos como la CMI, los marxistas buscamos preparar a la clase obrera venezolana para combatir exitosamente las fuerzas asesinas de la reacción burguesa, dirigidas ya sea por Chávez o por sus oponentes burgueses”.

Conforme la popularidad de Maduro se desploma, la mayoría de los seudotrotskistas están desertando del campo chavista al que pertenecían. Desde Argentina, el Partido Obrero (PO) de Jorge Altamira llamó a “Derrotar a la derecha sin darle ningún apoyo político al chavismo oficial” (Prensa Obrera, 27 de julio) y argumentó que “la lucha contra la reacción derechista sólo puede triunfar con los métodos de la lucha de clases de los obreros, con total independencia de la camarilla gobernante de facto”. Esto viene de una organización que solía jactarse de haber apoyado el intento de golpe de estado del teniente coronel Chávez en 1992 y de haberle dado apoyo político en el referéndum revocatorio orquestado por los reaccionarios venezolanos en 2004; el PO también llamó a votar por el nacionalista burgués boliviano Evo Morales en 2005 y apoyó a los populistas burgueses griegos de Syriza en 2012.

En las elecciones de 2012, el PO se negó a apoyar a Chávez, y en cambio votó por Orlando Chirino, un burócrata sindical chavista, pupilo del fallecido seudotrotskista Nahuel Moreno, que a veces era crítico de Chávez. La organización de Chirino, el Partido Socialismo y Libertad (PSL) —según el propio PO— estaba ya entonces tratando de acercarse a la racista oposición de derecha. Hoy, de manera grotesca, el PSL apoya las manifestaciones de la oposición, afirmando que en ellas se despliega “la tremenda voluntad de lucha de los obreros y el pueblo venezolanos” (uit-ci.org, julio de 2017).

Apenas dos días antes del último referéndum revocatorio derechista en julio, el propio Altamira llamó cínicamente a boicotearlo, así como a la asamblea constituyente de Maduro, a la que denunció como “pseudo constituyente”, importándole poco que la repulsiva oposición fuera la única fuerza capaz de poner en práctica este último propósito —el llamado de Altamira fue una capitulación encubierta a los títeres del imperialismo—. Por otro lado, los copensadores venezolanos de Altamira, Opción Obrera, no pensaron igual y llamaron a defender la asamblea constituyente para impedir un “golpe fascista” por parte de la oposición burguesa (Opción Obrera, 18 de julio). En las elecciones a la asamblea constituyente, apoyaron a un tal Julio Polanco, otro burócrata sindical que se describe a sí mismo como “leal al legado del comandante Chávez”. Sea en Argentina o en Venezuela, las pretensiones de los altamiristas a la “independencia política proletaria” tienen tanta sustancia como las pretensiones al “socialismo” de Chávez/Maduro.

Al igual que el PO, la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) neomorenista, sección venezolana de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI), con sede en Argentina, se rasgaba las vestiduras denunciando el carácter antidemocrático de la asamblea constituyente de Maduro, y llamó por abstenerse en las elecciones. Pero la FT-CI no mostró tanto recato en México, un país no exactamente célebre por su transparencia electoral: el año pasado lanzaron candidatos en una campaña fallida a la asamblea constituyente de la Ciudad de México, un circo antidemocrático en el que los políticos burgueses designaron a 40 de sus 100 miembros. Tampoco tuvieron ningún escrúpulo en tomar dinero del estado capitalista para su campaña (ver “Ciudad de México: El circo antidemocrático de la asamblea constituyente”, Espartaco No. 46, octubre de 2016). En esto siguen los pasos de sus camaradas argentinos, cretinos parlamentarios ya experimentados que también obtienen subsidio del estado burgués argentino. Pero aparentemente Maduro no les ofreció tanta cortesía.

Asamblea constituyente vs. poder soviético

Comprometidos con el orden capitalista y la democracia burguesa, ante la polarización en Venezuela, los seudotrotskistas latinoamericanos llamaron por una u otra variante de una asamblea constituyente “revolucionaria”. La LTS llamó por “una verdadera Asamblea Constituyente Libre y Soberana”, supuestamente como un “puente para que los trabajadores y los pobres se alcen con su propia política como clase”. Sin importar cuán “soberana” sea, una asamblea constituyente es un parlamento burgués. En contraposición a estos llamados, los marxistas genuinos nos oponemos, como cuestión de principios, a la consigna por una asamblea constituyente, que es un llamado por un nuevo gobierno capitalista en el que la farsa parlamentaria de la democracia burguesa sirve para enmascarar la dictadura de la burguesía. Nuestra meta es movilizar a la clase obrera para que barra al estado capitalista y su aparato represivo (la policía, los tribunales, las cárceles y el ejército), junto con todo el edificio de la democracia burguesa, mediante la revolución socialista (ver “Por qué rechazamos la consigna por una ‘asamblea constituyente’”, Spartacist [Edición en español] No. 38, diciembre de 2013).

¡Por la revolución permanente!

El llamado por una asamblea constituyente está contrapuesto a la perspectiva de León Trotsky de la revolución permanente. Las aspiraciones de los trabajadores a la liberación nacional y los derechos democráticos —incluyendo la tierra al campesino—, así como el fin de la explotación capitalista, sólo pueden realizarse mediante la revolución socialista. Al levantar el llamado por una asamblea constituyente, los supuestos marxistas no hacen sino repetir como pericos la concepción menchevique/estalinista de la revolución “por etapas”: la primera etapa consiste en una supuesta revolución democrático-burguesa; la segunda, supuestamente la lucha por la revolución socialista, nunca ha consistido más que en el aplastamiento de los obreros por parte de los gobernantes burgueses.

En su obra La revolución permanente (1930), León Trotsky, quien junto con V. I. Lenin dirigió la Revolución Bolchevique de 1917, describió cómo resumía Lenin esa revolución:

“En la sociedad burguesa con contradicciones de clase ya desarrolladas, puede haber únicamente la dictadura de la burguesía, descarada o encubierta, o la dictadura del proletariado. No cabe ningún régimen transitorio. Toda democracia, toda ‘dictadura de la democracia’ (comillas irónicas de Lenin), no será más que una envoltura del régimen de la burguesía, como lo ha mostrado la experiencia del país más atrasado de Europa, Rusia, en la época de su revolución burguesa, esto es, en la época más favorable para la ‘dictadura de la democracia’”.

La clase obrera debe luchar por remplazar la dictadura del capital con la dictadura del proletariado, en la que los obreros y campesinos gobernarán mediante soviets sobre la base de una economía planificada y colectivizada.

Eliminar todas las formas de explotación y opresión de los obreros, los campesinos y los pobres urbanos y rurales requiere de la revolución socialista y su extensión internacional, especialmente a los centros imperialistas, para establecer una economía colectivizada e internacionalmente planificada. Siguiendo el ejemplo de los bolcheviques de Lenin y las lecciones de la Revolución de Octubre de 1917, la Liga Comunista Internacional lucha por construir secciones nacionales para reforjar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista, que organizará y dirigirá a la clase obrera en un espíritu de hostilidad intransigente hacia las depredaciones del imperialismo y en oposición a todas las formas de populismo burgués.