Espartaco No. 48 |
Diciembre de 2017 |
Negligencia criminal capitalista
Terremotos cimbran México
¡Por un gobierno obrero y campesino!
Otro 19 de septiembre, esta vez a las 13:14 horas, un sismo de 7.1 grados sacudió el centro del país. Ese día se conmemoraba el aniversario del terremoto que devastó la Ciudad de México en 1985 y dejó un saldo estimado de unos 20 mil muertos y 100 mil damnificados. Parecería crueldad calculada: el nuevo sismo ocurrió poco más de dos horas después de que se hubo llevado a cabo un simulacro nacional. Apenas doce días antes, un sismo aún más potente, de 8.2 grados, había estremecido Oaxaca y Chiapas.
En la Ciudad de México, las escenas del 85 se repetían: por un lado, el terror y la consternación de la población, para millones de la cual aquella tragedia marcó sus vidas; por el otro, miles de jóvenes y trabajadores se movilizaban voluntariamente para comenzar labores de rescate y acopiar y distribuir víveres y herramientas. Un contingente de inmigrantes centroamericanos, camino a la frontera norte, hizo escala en Oaxaca —arriesgándose a la deportación— para ofrecer su ayuda, en tanto que el estado obrero deformado cubano envió un destacamento de médicos, pese a la escasez de sus recursos y a la hostilidad de Peña Nieto (un peón del imperialismo yanqui).
Si bien la magnitud de la tragedia quedó lejos de la del 85, según cifras oficiales los nuevos sismos dejaron un saldo de 471 decesos, principalmente en la Ciudad de México, donde perdieron la vida 228 personas, en Oaxaca 83 y en Morelos 74. Aunque el desastre en las exclusivas colonias Roma y Condesa de la Ciudad de México acaparó los noticieros, zonas pobres del sur de la capital, así como municipios miserables de Oaxaca, Morelos, Chiapas y Puebla quedaron prácticamente devastados. Cientos de miles de habitantes de la Ciudad de México quedaron sin agua potable. Según el secretario de gobernación, en Oaxaca y Chiapas hay 2.3 millones de damnificados. Pero no es a la naturaleza a quien hay que achacar la responsabilidad central por la pérdida de vidas humanas, sino al sistema capitalista que genera necesariamente la desigualdad de clases y subordina la vida misma de los pobres a la producción de ganancias.
Cuando la burguesía y su gobierno hablan de “desastres naturales”, simplemente están tratando de encubrir la negligencia y prioridades criminales del sistema capitalista. Algunos de los edificios colapsados en la capital eran multifamiliares construidos pobremente y destinados a albergar a familias de trabajadores; otros edificios tenían apenas unos meses de haber sido inaugurados cuando se desplomaron. En las zonas rurales y semirrurales, muchas de las viviendas que se derrumbaron habían sido construidas o ampliadas por los propios campesinos y obreros, con los materiales que podían costear y con escasa planeación estructural.
Los terremotos pusieron al descubierto una pequeña parte del enorme entramado de corrupción que une a todos los niveles del gobierno, los partidos capitalistas (PAN, PRI, PRD, Morena, etc.) y consorcios privados, asociado a la especulación inmobiliaria desenfrenada. Tan sólo entre 2000 y 2012, bajo los gobiernos federales panistas se habían construido unas 7 millones de viviendas de “interés social” (para los pobres), el grueso de las cuales era simplemente inhabitable —ínfimas pocilgas carentes de cualquier servicio, propensas a incendios, que se caen con el viento y la lluvia en urbanizaciones remotas—.
A través de estos esquemas, que involucran a Wall Street e instituciones imperialistas como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (ver “La debacle de la vivienda en México”, LA Times, 26 de noviembre de 2017), un puñado de capitalistas ha aumentado sus ya de por sí groseras fortunas. Al fondo de la sociedad, debido a las onerosísimas hipotecas cientos de miles de familias trabajadoras lo han perdido todo o han quedado atrapadas en estos guetos insalubres. Hace casi 150 años Friedrich Engels, fundador junto a Marx del socialismo científico, nos enseñó que en esta sociedad “la miseria de la vivienda no es en modo alguno producto del azar: es una institución necesaria que no podrá desaparecer con sus repercusiones sobre la salud, etc., más que cuando todo el orden social que la ha hecho nacer sea totalmente transformado” (La cuestión de la vivienda, 1872).
Explotadores criminales —¡Por lucha de clases!
Ahora los medios burgueses hablan de “solidaridad” en una insultante campaña de cursilería patriotera. Pero los sismos mostraron, una vez más, la ineptitud, la insaciable búsqueda de ganancias, y el desprecio por la vida y el sufrimiento humanos de la clase capitalista, su estado y su sistema entero. En 1985, el terremoto sacó a la luz la inhumana situación de los trabajadores, sobre todo mujeres, de la industria textil, cuando en pleno centro de la ciudad perdieron la vida alrededor de mil 600 obreros, carentes de sindicatos y con salarios raquíticos, que trabajaban hacinados en fábricas improvisadas en endebles edificios atestados de maquinaria pesada. Ahora, en la deplorable colonia Obrera se desplomó un edificio que albergaba un taller de confección y otros negocios. A la fecha no queda claro cuántos obreros perecieron, dado que las más de las veces los trabajadores textiles carecen de cualquier prestación legal, y por lo tanto no existe un padrón fidedigno de la fuerza de trabajo.
De la catástrofe del 85 nació el Sindicato de Costureras 19 de Septiembre, hoy prácticamente destruido por los embates del gobierno y la burguesía. En efecto, desde los años 80 las organizaciones obreras mexicanas han sido blanco de una incesante ofensiva patronal, ante la cual el grueso de las burocracias sindicales simplemente ha agachado la cabeza. Así, a diferencia de 1985, cuando sindicatos como el SME —destruido en 2009 por el panista Calderón— y el minero-metalúrgico se movilizaron para efectuar tareas de rescate, en esta ocasión las golpeadas organizaciones de la clase obrera estuvieron ausentes; la extensa solidaridad desplegada careció de la disciplina, la experiencia, el oficio y el contenido de clase que sólo el movimiento obrero podía darle.
Es necesario revitalizar y fortalecer a los sindicatos, organizando a la gran masa de obreros que carece hoy de representación. Las dirigencias sindicales actuales, sin excepción, son burocracias procapitalistas que atan a los trabajadores a uno u otro partido burgués e inculcan en la clase obrera la inamovilidad del estado capitalista. Para desatar el enorme poder social del proletariado se requiere una lucha que remplace a estas burocracias con dirigencias clasistas comprometidas a movilizar la fuerza de la clase obrera en el interés de todos los explotados y oprimidos.
El estado burgués “al rescate”
Con los servicios médicos y de rescate atestados, las autoridades pedían a la población donaciones de todo, desde agua, leche y herramientas hasta adrenalina. Se improvisaron albergues, a menudo insalubres y expuestos a las inclemencias del clima, sobre todo en el medio rural. Al menos gran parte de los víveres y enseres indispensables para los damnificados vino de las donaciones de la población —mismas que fueron objeto de innumerables corruptelas gubernamentales y de los partidos burgueses—.
En esta sociedad cada vez más militarizada, ante situaciones de desastre el único plan del gobierno consiste en la movilización masiva de las fuerzas del estado capitalista (el ejército, la marina y la policía); apenas existen bomberos, paramédicos u otros cuerpos de salvamento. Si bien los militares participaron en tareas de rescate, en su aplastante mayoría soldados y marinos no tienen el menor entrenamiento para tales tareas: su labor es reprimir. De hecho, en tanto que los fusiles de asalto no faltaban, los destacamentos de soldados carecían de palas, picos y cualquier herramienta básica para retirar escombros en busca de sobrevivientes atrapados. La policía, por otro lado, es simple y llanamente el perro guardián de la burguesía.
El estado burgués es una máquina de coerción dirigida contra los explotados y oprimidos, al servicio de los capitalistas y su régimen. Un propósito central de las fuerzas estatales era pues otro: amedrentar a la población y proteger la propiedad privada contra los “saqueos”, es decir, la procuración de bienes de consumo indispensables por parte de la población desesperada —¡los verdaderos saqueadores son los capitalistas, que extraen hasta la última gota de sudor y sangre de los trabajadores!—. Igual que en 85, el cuerpo de granaderos pronto acordonó las zonas de desastre para contener la indignación y rabia de vecinos que desconocían aún la suerte de familiares y amigos cuando el gobierno decidió dar por terminadas las labores de rescate e introdujo maquinaria pesada.
“Reconstrucción” estatal y filantropía burguesa
Exudando elitismo, el presidente priísta Peña Nieto, de la mano del perredista Miguel Mancera (jefe de gobierno de la Cd. de México), anunció con bombos y platillos que entregaría a los damnificados capitalinos 3 mil pesos mensuales para pagar renta hasta por tres meses —una suma que a duras penas alcanza para un cuarto—. Los dueños de viviendas colapsadas en la ciudad recibirán créditos hipotecarios de hasta 2 millones de pesos a 20 años con 9 por ciento de interés anual. Quienes lo perdieron todo, quizá incluso a sus familias, podrán ahora obtener una deuda más con el gobierno capitalista y los bancos chupasangre.
A los campesinos de Oaxaca y Chiapas se les prometió la entrega de 120 mil pesos en el caso de que su vivienda haya sido destruida y 15 mil si sólo sufrió “daños parciales”: tan sólo en Chiapas, casi 17 mil viviendas se desplomaron. El racista Peña Nieto sermoneó que con ese dinero debería alcanzar para construir una vivienda “digna y decorosa con dos cuartos”, siempre y cuando no se lo gasten en otra cosa —aludiendo al vil estereotipo de los indígenas que se lo gastan todo en alcohol—.
Habiendo prometido los 120 mil pesos, el cruel gobierno reconsideró que, dado que quedaba en pie algún muro de buen número de viviendas, tales daños eran finalmente “parciales”, y les descontó 105 mil pesos a estos afectados. En cualquier caso, muchos damnificados del sureste han denunciado que no han recibido ni un peso, pues se les entregaron tarjetas bancarias sin fondos.
Las mismas constructoras centralmente responsables —al lado del gobierno— por la tragedia ahora harán un nuevo agosto con la reconstrucción, incluyendo de los templos católicos, la cual correrá a cargo del erario público. Pero, en un despliegue de cristiana compunción, la “iniciativa privada” (la patronal) donó 4 mil millones de pesos, y el Vaticano dio una limosna de 150 mil dólares (lo cual no alcanza para reconstruir ni uno solo de los fastuosos templos). Esa alma de dios llamada Carlos Slim “recaudó” unos 2 mil 300 millones de pesos, donados principalmente por cientos de miles de víctimas de las tarifas telefónicas monopólicas que le permitieron convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo. ¡Dulce filantropía! Como escribió Engels sobre los hipócritas filántropos burgueses en la Inglaterra del siglo XIX:
“¡Como si al proletariado le fuese de utilidad que vosotros les chupéis la sangre hasta la última gota, para poder ejercitar vuestros pruritos de vanidosa y farisaica beneficencia, y mostraros ante el mundo cual potentes benefactores de la humanidad, cuando restituís al desangrado la centésima parte de lo que le pertenece! Beneficencia que envilece más al que la hace que al que la recibe, beneficencia que echa aun más en el polvo al aplastado, beneficencia que pretende que el paria, degradado y arrojado fuera de la sociedad, deba renunciar a su último derecho de humanidad, deba mendigar la clemencia de la burguesía, para que ésta tenga la bondad de imprimir en la frente del pobre, con la limosna, la marca de la degradación”.
—La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845)
¡Ninguna ilusión en los partidos capitalistas!
Ahogado el niño, quieren tapar el pozo. Ante la presión popular, López Obrador y su Morena prometieron donar poco más de 100 millones de pesos para los damnificados, y los demás partidos capitalistas donarán también parte de sus millonarios subsidios a los afectados por los sismos —una propuesta que fue originalmente recibida con indignación por los otros partidos burgueses y las autoridades—. Ante el creciente descontento, López Obrador quiere ofrecer un poco más de zanahoria sin por ello aflojar el garrote. AMLO es un populista burgués comprometido con el orden capitalista, y él y su Morena no son menos enemigos de la victoria proletaria que el PRI, el PAN o el PRD.
AMLO basa toda su campaña electoral para las elecciones presidenciales de 2018 en la retórica contra la “corrupción” de la “mafia en el poder”, pero la corrupción es inevitable bajo el capitalismo. Y no debe olvidarse que fueron los sucesivos gobiernos perredistas capitalinos —empezando con López Obrador en el año 2000, cuando aún estaba en el PRD— los que dieron rienda suelta a la especulación inmobiliaria. La criminal corrupción en los permisos y la supervisión de la construcción de inmuebles en la Ciudad de México ocurrió en su mayor parte bajo los gobiernos capitalinos del PRD, así como los gobiernos delegacionales del Morena (Cuauhtémoc, Tláhuac y Xochimilco) y el PAN (Benito Juárez).
Existe sin duda entre las masas mexicanas hartazgo y rabia contra los gobernantes capitalistas. Así lo pudieron confirmar el secretario de gobernación Osorio Chong y uno de los jefes delegacionales del Morena, Avelino Méndez Rangel, cuando tuvieron que poner pies en polvorosa para salvar el pellejo ante la furia de vecinos de la colonia Obrera y Xochimilco, respectivamente, tras el 19 de septiembre. Pero lo que está ausente es un entendimiento de clase. La miserable situación de las grandes masas, así como el desdén general por el bienestar humano, no son el producto de las políticas de tal o cual partido o individuo, sino que son características ineludibles del sistema capitalista, basado en la propiedad privada de los medios de producción.
¡Por un gobierno obrero y campesino!
Medio México se encuentra en una zona de intensa actividad sísmica, y prácticamente todo el litoral está bajo la amenaza anual de huracanes; en la Ciudad de México, una de las más pobladas del mundo, el peligro de terremotos es potenciado por el hecho de que gran parte de ella está construida sobre terreno lacustre. Tanto las instituciones científicas como el gobierno mexicanos estaban plenamente conscientes de que un nuevo y potencialmente catastrófico terremoto era cuestión de tiempo. Si bien los sismos, como otros fenómenos naturales, son impredecibles, existe la tecnología para dar aviso a la población con alguna anticipación, dependiendo de la distancia al epicentro. Pero la prevención de desastres está lejos de las prioridades del capitalismo, ya que en esta sociedad todo, incluso la ciencia, está subordinado al enriquecimiento de unos cuantos. El organismo encargado de la famosa (y las más de las veces inaudible) alerta sísmica es una entidad privada, una oscura “asociación civil” llamada CIRES que ofrece sistemas de alerta por más de 50 mil pesos —y las supuestamente estrictas normas de construcción antisísmicas de la Ciudad de México no valen nada cuando se trata de hacer dinero—.
El capitalismo, incapaz de proporcionar a la gente seguridad, salud, vivienda decente ni empleo, merece perecer. Contra la especulación y los fraudes de la burguesía, para reconstruir las zonas de desastre y abatir el desempleo, estamos por un extenso plan de obras públicas y dignificación de la vivienda bajo control sindical —que sean los obreros mismos quienes se aseguren de la calidad de los materiales y de la construcción— y por una escala móvil de salarios y horas de trabajo. Una lucha por metas como ésas señalaría el camino hacia el necesario derrocamiento revolucionario del capitalismo. Un gobierno obrero y campesino —la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado— pondría la ciencia al servicio de la sociedad, lo cual al menos minimizaría los desastres naturales.
Ante la miseria rural, los trabajadores se ven obligados a amontonarse en las ciudades en busca de algún medio de subsistir, y tienen que aceptar vivir en cuartos tan lúgubres como caros, a menudo carentes de servicios básicos. Como una medida elemental e inmediata para comenzar a resolver el problema de la vivienda, un estado obrero expropiaría las opulentas residencias de las clases poseedoras y organizaría su ocupación por los trabajadores, hasta ese momento sin techo o hacinados. Los comunistas trabajamos para ver el día en que los verdaderos productores de la riqueza de la sociedad ocupen las mansiones y lujosos departamentos de Polanco, Las Lomas de Chapultepec, ...¡y la residencia oficial de Los Pinos!
Los obreros y campesinos en el poder lucharían por suprimir la contradicción entre la ciudad y el campo, es decir, por eliminar el atraso rural ancestral, llevando todos los avances de la sociedad moderna al campo: vivienda digna y cómoda, caminos, escuelas, telecomunicaciones, industria y agricultura científica, etc. De esta manera, paulatinamente se eliminarían también las ciudades inmensas, caóticas, sobrepobladas, sucias y contaminadas, que se desploman y se hunden como México.
Esta perspectiva es irrealizable sin la extensión internacional de la revolución, especialmente a los países avanzados como EE.UU. y otras potencias, lo cual pondría los enormes recursos heredados del capitalismo imperialista al servicio de las grandes masas desposeídas y oprimidas del mundo entero. Es necesario forjar partidos leninistas-trotskistas, siguiendo el modelo y la experiencia de los bolcheviques que llevaron al poder a los obreros y campesinos rusos en 1917, para luchar por revoluciones socialistas internacionalmente que destruyan el capitalismo y sienten las bases para una sociedad nueva, donde quienes trabajen gobiernen, sobre la base de la colectivización de los medios de producción. La lucha de la humanidad contra la naturaleza ciega requiere la expropiación de los expropiadores capitalistas, y el establecimiento de una economía planificada internacional dedicada a satisfacer las necesidades humanas.