Espartaco No. 47

Agosto de 2017

 

La inquisición papal va tras los periodistas

El Vaticano: Cáncer de Italia

¡Por la separación de la iglesia y el estado! ¡Expropiar al Vaticano!

Spartaco

El siguiente artículo fue publicado originalmente en Spartaco No. 79 (abril de 2016), periódico de nuestros camaradas de la Lega Trotskista d’Italia.

A finales de noviembre de 2015, el tribunal del Vaticano llevó a juicio a los periodistas Emiliano Fittipaldi y Gianluigi Nuzzi, autores de los libros Avarizia y Via Crucis, respectivamente. Estas dos obras revelan la riqueza y los escándalos de la Santa Sede e incluyen documentos secretos e investigaciones en torno al banco del Vaticano (IOR), así como a los negocios de obispos y cardenales. También se juzgó a la supuesta fuente de los periodistas: Lucio Vallejo Balda, un prelado español que fuera secretario de la COSEA, la comisión encargada de investigar las finanzas del Vaticano, y a sus colaboradores Francesca Immacolata Chaouqui y Nicola Maio. [El 7 de julio de 2016, el tribunal vaticano condenó a Vallejo Balda a 18 meses de prisión —de los cuales cumplió seis antes de ser indultado por el papa en diciembre— y dio a Chaouqui una sentencia suspendida de diez meses. El tribunal exoneró a Nicola Maio y resolvió que no tenía competencia para juzgar a Fittipaldi ni a Nuzzi.]

Via Crucis y Avarizia detallan las finanzas del Vaticano, cuyas instituciones administran fondos propios y ajenos que suman entre 9 y 10 mil millones de euros. Entre los embustes financieros que se documentan se incluyen fraudes, el estilo de vida dispendioso de los cardenales, extensas inversiones internacionales, el inmensamente lucrativo negocio de los hospitales eclesiásticos, las estafas e intrigas bancarias del Vaticano y el valor real de las finanzas del papa. El 18 de febrero, el London Review of Books describió bien las revelaciones de estos libros:

“Las anécdotas son inagotables: el monseñor que se apropia de un cuarto del apartamento vecino de un cura más pobre simplemente derribando la pared mientras el otro estaba en el hospital; el cura diplomático que aprovecha la valija diplomática para cruzar la frontera suiza con dinero de la mafia; la organización Propaganda Fide, instituida para evangelizar al mundo, que dedica relativamente poco tiempo a esa misión pero que es dueña de cerca de mil propiedades valiosas en Roma y sus alrededores, muchas de las cuales alquila a amigos y favoritos por debajo de los precios del mercado.

“Es pasmoso cómo muchas organizaciones católicas parecen llevar a cabo toda una gama de actividades lucrativas que no estaban entre sus funciones, sin dejar por ello de gozar de exenciones fiscales en su calidad de instituciones religiosas. Cuando se le concedió a los curas de Salerno 2.3 millones de euros de dinero público para construir un orfanato en una zona urbana empobrecida, en lugar de ello construyeron un hotel de lujo. Cuando en 2012 el arzobispo de Salerno fue hallado culpable de apropiación de fondos con motivos falsos, logró evadir el castigo al dejar que el delito prescribiera mientras preparaba su apelación”.

La codicia y la corrupción de la curia romana ha sido bien conocida desde los días de Dante y Lutero, cuando el Vaticano se ganó el apodo de “la puta de Babilonia”. Los años setenta y ochenta del siglo XX estuvieron marcados por interminables escándalos en torno a los vínculos del Vaticano con la logia masónica P2, los regímenes militares de Sudamérica, los banqueros corruptos como Michele Sindona y Roberto Calvi, y el crimen organizado. Así, nadie debería sorprenderse con lo que revelaron Avarizia y Via Crucis. Sin embargo, siempre es bueno que de vez en cuando alguien le recuerde a la gente cómo es el verdadero rostro que hay bajo la máscara hipócrita del Vaticano.

El tribunal del Vaticano no juzgó la veracidad de las afirmaciones de los autores, sino la acusación de “divulgar información confidencial”, que el Vaticano considera un crimen de lesa patria castigable con penas de cuatro a ocho años de cárcel. Nuzzi describió la primera audiencia como “un procedimiento medieval: enloquecido, absurdo, kafkiano”. No se acusó a los periodistas de ningún hecho específico que debiera ser probado; no se les entregó la documentación del proceso sino unas pocas horas antes de la audiencia; no se les permitió usar sus propios abogados, sino que tuvieron que elegir de entre los abogados oficialmente registrados en el tribunal del Vaticano.

Parecería que habíamos viajado en el tiempo hasta 1864, cuando el papa Pío IX (a quien los romanos de su tiempo llamaban el “papa porco”, pero a quien el Vaticano beatificó en 2000) emitió su encíclica contra el comunismo, el socialismo, el matrimonio civil, la libertad de culto y el derecho a la educación pública, llamando “delirio” el creer “que la libertad de conciencia y cultos es un derecho propio de todo hombre, derecho que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a la libertad omnímoda de manifestar y declarar públicamente y sin rebozo sus conceptos, sean cuales fueren, ya de palabra o por impresos, o de otro modo, sin trabas ningunas por parte de la autoridad eclesiástica o civil” (Encíclica Quanta Cura y Syllabus, 8 de diciembre de 1864).

Pero estamos en 2016. El instigador del juicio es Jorge Mario Bergoglio (alias papa Francisco), monarca del estado vaticano con plenos poderes legislativos, ejecutivos y judiciales. Su objetivo es silenciar a los denunciantes internos del Vaticano y a los periodistas que publican sus testimonios.

Exigimos: ¡Abajo todos los cargos contra Nuzzi, Fittipaldi y sus fuentes! Nos oponemos a que la Iglesia Católica se arrogue el derecho a someter a juicio a quien sea, especialmente a periodistas que han denunciado los negocios sucios del Vaticano.

¡Por la abolición del Concordato y la rescisión del Tratado de Letrán!

El gobierno italiano aprobó el juicio del Vaticano contra los periodistas, declarando a través de su vocero, el ministro del interior Angelino Alfano: “El Vaticano tiene su propio sistema judicial. No se debe olvidar que en este tipo de situaciones, prevalecen las reglas de los derechos internacionales”. ¿Qué derechos internacionales? El Tratado de Letrán de 1929, firmado por el régimen fascista de Mussolini, el cual concedió a la Iglesia Católica la soberanía sobre un enclave de 44 hectáreas en el centro de Roma. Esta maniobra le dio a la iglesia derechos de extraterritorialidad, incontables privilegios ante las instituciones públicas italianas, adoctrinamiento católico en las escuelas públicas y jugosos fondos enmascarados como prerrogativas “internacionales”. Pero el que la Iglesia Católica Romana pueda reclamar el derecho de encarcelar a sus empleados y a juzgar periodistas es un ejemplo más de la interpenetración reaccionaria entre la Iglesia Católica y el estado capitalista italiano.

En cuanto al orden judicial del Vaticano, no es más que basura remanente de la Edad Media. El Vaticano aún tiene una “Congregación para la Doctrina de la Fe”, que, como dice la página web del Vaticano, “Fundada en 1542 por el papa Paulo III...se llamó originalmente Congregación de la Sacra Romana y Universal Inquisición y tenía el deber de defender a la Iglesia de la herejía”. Por siglos, la Inquisición fue el medio por el cual los “herejes”, judíos, musulmanes, etc., fueron condenados a horribles torturas, la cárcel y la muerte. Para citar otro ejemplo: el presidente del Tribunal de la Ciudad del Vaticano, que juzgó a Nuzzi y Fittipaldi, no es otro que el conde Giuseppe Dalla Torre del Tempio di Sanguinetto, teniente general y caballero de la Gran Cruz de la orden ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, fundada en 1099 por Godofredo de Bouillón durante la Primera Cruzada...pero este “tribunal” tiene el reconocimiento legal de la República Italiana “fundada en la Resistencia”. Amén.

Lo que está en juego no sólo es proteger la libertad de prensa de la intromisión clerical, sino luchar por la abolición de todos los privilegios que el estado italiano concede a la Iglesia Católica.

El marxismo es una concepción del mundo materialista y atea, hostil a todas las religiones. Todas las iglesias, cualesquiera que sean, son instrumentos de la reacción burguesa para defender la explotación y para drogar a la clase obrera. Reivindicamos los ideales de libertad expuestos por la Ilustración. Los marxistas luchamos por el principio democrático de igualdad de los ciudadanos, que exige que las creencias religiosas se consideren un asunto privado. Si alguien quiere adorar a Jesucristo, Mahoma, Satán o al divino Otelma [una personalidad de la TV italiana], debe poder hacerlo sin interferencia del gobierno, pero también sin apoyo estatal. No queremos que ningún tipo de religión determine la política pública ni se imponga en las escuelas. Eso es lo que significa la separación de la iglesia y el estado.

Nos oponemos a toda clase de persecución y opresión de todos los ciudadanos no católicos —sean ateos o practicantes de otras religiones— y particularmente del millón y medio de inmigrantes y ciudadanos musulmanes que suelen ser víctimas de ataques racistas y discriminación. Por ello, tanto en Francia como en Italia, nos oponemos a los intentos gubernamentales de prohibir la mascada islámica o hijab en las escuelas y edificios públicos. También nos oponemos a las leyes como las que se aprobaron en Lombardía y ahora se proponen en el Véneto, que obstaculizan la construcción de mezquitas y otros lugares de culto para minorías religiosas. (Todo esto en un país donde hay una iglesia católica en cada esquina y donde a nadie le sorprende que haya 90 mil monjas caminando en la calle con los hábitos de sus órdenes religiosas.)

El papa Francisco se hace el inocente

El ascenso de Bergoglio al papado tuvo lugar entre grandes fanfarrias de los medios, impulsadas por una buena parte de la izquierda reformista y liberal, que lo presentaban como un reformador “progresista” de la Iglesia Católica por supuestamente haber abierto los brazos a los pobres, los inmigrantes, las mujeres y los homosexuales. The Advocate (un periódico LGBT estadounidense) lo nombró “persona del año 2013”. Mientras tanto, en Italia, Nichi Vendola, dirigente del partido Izquierda Ecología Libertad, escribió extasiado en Facebook: “Si la vida política tuviera una millonésima parte de la capacidad de Bergoglio de escuchar y respirar, entonces realmente podría transformarse a sí misma y a la vida de los que sufren”. ¿Pero acaso ha cambiado en algo el papel de la Iglesia Católica como baluarte de la reacción bajo el capitalismo?

En 2013, Francia se vio sacudida por masivas manifestaciones reaccionarias contra el matrimonio gay organizadas por fuerzas católicas. El 30 de enero de este año, fanáticos católicos organizaron en Roma un inmenso evento llamado “Día de la Familia” para tratar de bloquear una ley que reconoce las uniones civiles gay. El detestable papel de la Iglesia Católica también se vio recientemente en Brasil, donde la creciente epidemia del virus de Zika ha producido un dramático aumento en el número de bebés nacidos con microcefalia. En un país donde millones viven en la pobreza abyecta sin ningún acceso a atención médica y donde los abortos siguen siendo ilegales salvo en casos que involucren violación, incesto, encefalitis o peligro para la vida de la madre, el virus de Zika ha producido un gran aumento en la demanda de abortos terapéuticos como medida de emergencia. En respuesta, la Iglesia Católica de Brasil despotricó contra el aborto y la anticoncepción, predicando cínicamente la “abstinencia”.

Paradójicamente, tanto Avarizia como Via Crucis son parte de la supuesta campaña que Francisco lanzó en Buenos Aires para reformar la iglesia contra la corrupción. Fittipaldi describe la lucha en curso dentro de la “jungla del Vaticano” de los “desprestigiados y voraces cardenales italianos”, unidos en torno al cardenal Bertone, contra los partidarios de Bergoglio por el control de las dos instituciones financieras del Vaticano: el IOR (el banco del Vaticano) y la APSA (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica). Este conflicto refleja las tensiones entre la jerarquía eclesiástica italiana, que históricamente ha controlado el Vaticano, y la Iglesia Católica internacional, particularmente de Sudamérica y África, donde actualmente se encuentra la mayoría de los curas activos. Para fortalecer su posición, Bergoglio ha resucitado la gastada retórica eclesiástica de “bienaventurados los pobres”, que resuena en el mundo subdesarrollado, y lanzó la campaña “contra la corrupción” en el establishment del Vaticano. Hay muchas razones para la nueva postura del Vaticano. Por un lado, es un intento de detener la hemorragia de la Iglesia en Latinoamérica, donde decenas de millones de fieles (cerca del 30 por ciento en Honduras y Nicaragua y del 15 en Brasil), especialmente entre los más pobres, han desertado del catolicismo a favor de las iglesias pentecostal o evangélica en los últimos 20 años. Por otro lado, en este periodo histórico, en el que un puñado de explotadores capitalistas están amasando una riqueza inconcebible mientras miles de millones viven en la más desesperada miseria, la Iglesia Católica está tratando de recuperar sus niveles de aprobación ofreciendo una pizca de caridad y grandes dosis de opio religioso.

Como escribimos cuando Bergoglio visitó Cuba por primera vez:

“El actual papa, el primero proveniente de América Latina, ha tratado de construirse una imagen de progresista por medio de sus homilías a favor de los pobres y los oprimidos. Pero, a pesar de las halagadoras declaraciones de los burócratas del PCC, la cara detrás de la máscara de Francisco es profundamente reaccionaria. En su juventud, Jorge Bergoglio fue miembro de la Guardia de Hierro, una organización derechista y clerical en Argentina. En la década de 1970 y principios de la de 1980 fue parte de la jerarquía católica en ese país, cuando la iglesia respaldaba la junta militar del general Jorge Videla. El sangriento régimen del general, que fue apoyado de principio a fin por el imperialismo estadounidense, asesinó o “desapareció”, al menos, a 30 mil obreros e izquierdistas. Un obispo o un cardenal estaba presente en todos y cada uno de los eventos públicos y los días nacionales para bendecir a los dictadores”.

—“El régimen de Castro da la bienvenida al reaccionario Vaticano”, Espartaco No. 46, octubre de 2016

En el mismo periodo, el Vaticano encabezó la ofensiva anticomunista de la Guerra Fría de los imperialistas contra la Unión Soviética. Elegir papa a Karol Wojtyla [también conocido como Juan Pablo II] en 1978 fue un claro signo de la avidez de la iglesia por ubicarse en la primera línea de los esfuerzos por restaurar el capitalismo en el estado obrero degenerado soviético y en toda Europa Oriental. El Vaticano resultó especialmente útil para canalizar enormes sumas de dinero a Solidarność, el “sindicato” patronal polaco también financiado por la CIA.

Argentina era uno de los destinos de la tristemente célebre “línea de ratas”: el sistema mediante el cual el Vaticano y la Cruz Roja, con la complicidad de las Fuerzas de Ocupación Aliadas, rescataron a miles de criminales de guerra nazis y fascistas al final de la Segunda Guerra Mundial y los reciclaron para la lucha contra el comunismo. Algunos individuos que llegaron a salvo a Argentina pasando por los conventos italianos del Tirol y el puerto de Génova fueron: Adolf Eichmann, el infame “arquitecto” del Holocausto; Josef Mengele; Erich Priebke, el carnicero de la masacre de las Fosas Ardeatinas; y Ante Pavelic, el sanguinario “Duce” de la Ustasha croata.

El Vaticano: Cáncer de Italia

La existencia del Vaticano, para tomar la expresión del demócrata revolucionario Giuseppe Garibaldi, es “el cáncer de Italia”. Es una reliquia medieval que se transformó en un bastión del sistema capitalista. Históricamente, la Iglesia Católica ha funcionado como centro mundial de la reacción social y política. La lucha de las clases burguesas emergentes por forjar los estados nacionales modernos y la democracia política fue sobre todo una lucha contra la Iglesia Católica, centro económico e ideológico del feudalismo. Esto fue doblemente cierto en Italia, donde la iglesia tenía su propio estado y donde, para tomar otra frase de Garibaldi, “lo primero que hay que hacer en Italia es sacudir el catafalco podrido del Vaticano, hacerlo pedazos y deshacerse de él” (Carta a Melari, 14 de marzo de 1870).

Sin embargo, a diferencia de la Revolución Francesa de 1789, la revolución burguesa italiana no fue ni radical ni democrática. Para mediados del siglo XIX, la burguesía italiana llegaba ya con retraso y era demasiado débil para ubicarse a la cabeza de una revolución agraria. Al igual que otras clases capitalistas europeas tras las insurrecciones de 1848, temía tanto a los levantamientos proletarios y campesinos que prefirió aliarse a los remanentes de la aristocracia para contener o reprimir cualquier movimiento del campesinado o del proletariado de las ciudades. El resultado fue una revolución burguesa no democrática realizada desde arriba, privada de las cualidades radicales, democráticas y populares de la Gran Revolución Francesa. Si, por un lado, la unificación de Italia sentó las bases para el desarrollo de una economía capitalista moderna, despejando ciertas estructuras feudales obsoletas y pequeños estados absolutistas, por otro lado aseguró el poder a la monarquía de la Casa de Saboya. Ésta estaba aliada a los terratenientes del sur de Italia y concedió el sufragio a un pequeño estrato de la élite propietaria, que abarcaba apenas un 2 por ciento de la población (y excluía a las mujeres). Aunque eliminó el poder papal en asuntos seculares y anuló muchos de los privilegios feudales de los que gozaba el clero, el estado italiano le permitió a la iglesia mantener un asidero vital: apenas un año después de que las tropas piamontesas tomaran Roma en 1870, la Casa de Saboya introdujo la Ley de Garantías, concediendo al papa una pequeña ciudad-estado con derechos de extraterritorialidad en el Vaticano.

Si bien originalmente la iglesia boicoteó al nuevo estado italiano, poco a poco abandonó esta postura cuando les quedó claro tanto al Vaticano como a los capitalistas italianos que tenían que hacer causa común contra la marea ascendente de las luchas proletarias y campesinas que sacudieron Italia en distintos momentos de principios del siglo XX. Este proceso culminó en el matrimonio entre la Iglesia Católica y el estado italiano, que se celebró oficialmente el 11 de febrero de 1929, cuando el Vaticano y el régimen fascista de Benito Mussolini firmaron el Tratado de Letrán, que terminaba formalmente el conflicto entre el Vaticano y el reino de Italia. Lo que cimentó la alianza entre la iglesia y el fascismo fue la necesidad de unir fuerzas contra la clase obrera. Los obreros habían tomado el poder en Rusia en 1917, dirigidos por el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky, y su ejemplo inspiró una ola revolucionaria en toda Europa, incluyendo el biennio rosso italiano de 1919-1920.

El Tratado de Letrán sancionó la formación del Vaticano como un verdadero estado independiente en el centro de Roma y concedió a la Iglesia Católica varios derechos extraterritoriales. El Concordato hizo del catolicismo la religión estatal oficial y exclusiva, lo impuso como base de la educación pública y le concedió autoridad legal a los matrimonios religiosos. Además, el Vaticano recibió una lluvia de oro mediante el pago de jugosas “indemnizaciones” por la “conquista” de Roma en 1870 y mediante el compromiso estatal de pagar el salario de los curas. A cambio, el clero apoyó con entusiasmo al fascismo en todas sus acciones represivas, la imposición de leyes raciales y sus aventuras imperialistas, desde la invasión de Etiopía hasta la Guerra Civil Española.

Para el final de la Segunda Guerra Mundial, el orden burgués estaba desacreditado a los ojos de la clase obrera y vastos sectores de la población. De igual modo, la Iglesia Católica estaba desacreditada por su colaboración con el fascismo y el capital. Ambos se salvaron sólo gracias al papel traicionero de los líderes del Partido Comunista Italiano (PCI).

A mediados de los años treinta, tras su degeneración bajo Stalin, la Internacional Comunista asumió la política del “frente popular”, es decir, la alianza con una supuesta ala “antifascista” de la burguesía. En Italia, esta colaboración de clases se concretó al final de la Segunda Guerra Mundial cuando, en lugar de conducir a la clase obrera al poder, el PCI desarmó a los partisanos y se asoció en una serie de gobiernos burgueses con los monárquicos del general [Pietro] Badoglio y la Democracia Cristiana. Parte del sacrificio que la clase obrera italiana tuvo que hacer en el altar de la colaboración de clase fue el apoyo del Partido Comunista a la Iglesia Católica como iglesia de estado. En 1947, el PCI apoyó la inclusión del Tratado de Letrán como parte integral (artículo 7) de la constitución italiana. Unos meses después, en mayo de 1947, cuando la ola revolucionaria inmediata había pasado y el imperialismo estadounidense había comenzado su Guerra Fría contra la Unión Soviética, el PCI fue arrojado del gobierno. En 1949, el Vaticano lanzó una campaña ferozmente anticomunista, que incluyó la excomunión de los miembros, votantes y aliados del PCI.

Las formulaciones teocráticas originales del Tratado de Letrán y los múltiples modos en que el estado quedó subordinado de hecho a la iglesia resultaron cada vez más intolerables conforme la sociedad italiana se modernizaba e industrializaba en los años sesenta. Además, su industrialización vino acompañada de un ascenso en la lucha de la clase obrera, que culminó en la situación prerrevolucionaria del Otoño Caliente de 1969. De hecho, la lucha por derechos como el aborto y el divorcio, que se consiguieron a finales de los años setenta, fue un aspecto importante de la lucha obrera. Pero, una vez más, gracias a la colaboración de clases del Partido Comunista, que en los años setenta abandonó su alianza con el estado obrero degenerado soviético y abrazó a la OTAN y al “compromiso histórico” con la Democracia Cristiana, muchas conquistas se perdieron o se desgarraron para honrar los deseos de la iglesia.

En 1984, el Concordato se revisó formalmente y se le cubrió con algo de retórica, como la afirmación de que el catolicismo “no es la única religión” del estado italiano. Pero la sustancia del Tratado de Letrán subsistió. Y, de hecho, algunos privilegios de la iglesia se reforzaron: por ejemplo, hoy se enseña religión en las escuelas públicas, empezando en el jardín de niños. El financiamiento estatal de la iglesia se ha multiplicado, y se introdujo la ley fiscal del “ocho de cada mil”, que permite a los sacerdotes embolsarse cerca de mil millones de euros al año. Y el financiamiento de la iglesia no se detiene ahí. Según una meticulosa investigación de la Unión de Ateos y Agnósticos Racionalistas (UAAR), si se toman en cuenta todas las exenciones fiscales, la Iglesia Católica recibe del estado aproximadamente 6 mil 500 millones de euros al año, incluyendo los salarios, a cuenta del estado, que se pagan a los maestros de religión elegidos por los obispos, el financiamiento estatal de las escuelas católicas y una miríada de rubros adicionales (icostidellachiesa.it).

Además del maná que le llueve del estado, la iglesia está muy ocupada con la especulación financiera, las enormes transacciones en bienes raíces y los negocios a escala mundial: el fruto de la explotación de esos mismos pobres que la iglesia supuestamente ayuda. Sólo en Italia, la iglesia es el mayor terrateniente, y posee cerca del 20 por ciento de los inmuebles. En 1977, una investigación europea calculó que el 25 por ciento de la ciudad de Roma pertenece a la iglesia. Además, administra la mitad de los hospitales e instalaciones de salud de Italia, la mayoría con el generoso subsidio del plan nacional de salud. ¡Expropiar todas las propiedades vaticanas!

Marxismo y religión

La burguesía nunca y en ningún país consiguió separar del todo la iglesia del estado, por la sencilla razón de que la religión tiene un papel muy importante en la supervivencia del dominio burgués. El capitalismo tiene mucho que ganar con la preservación de misticismos feudales y prefeudales como el catolicismo romano y en explotar sus “valores” patriarcales para esclavizar a los oprimidos. Gracias a sus profundas raíces en la sociedad, la religión es un baluarte crucial de la familia como institución social y promueve toda clase de oscurantismo, atraso y reacción social para fomentar el respeto a la autoridad de la clase dominante. Todas las religiones modernas sirven a la reacción capitalista para defender el sistema de explotación y confundir la mente de los trabajadores.

La actitud que como marxistas tenemos hacia la religión se define por el hecho de que somos materialistas dialécticos, es decir, ateos irreconciliables. Como dijo Lenin:

“La socialdemocracia basa toda su concepción del mundo en el socialismo científico, es decir, en el marxismo. La base filosófica del marxismo, como declararon repetidas veces Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, que hizo plenamente suyas las tradiciones históricas del materialismo del siglo XVIII en Francia y de Feuerbach (primera mitad del siglo XIX) en Alemania, un materialismo incondicionalmente ateo y decididamente hostil a toda religión... El marxismo ha considerado siempre a todas las religiones e iglesias modernas, a todas y cada una de las organizaciones religiosas, instrumentos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera”.

—“La actitud del partido obrero hacia la religión” (13 de mayo de 1909)

Pero, como nos recuerda Lenin, si la lucha contra la religión es el ABC del materialismo, “el marxismo no es un materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va más allá. Afirma: hay que saber luchar contra la religión, y para ello es menester explicar desde el punto de vista materialista los orígenes de la fe y la religión entre las masas. La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la prédica ideológica abstracta: hay que vincular esta lucha a la práctica concreta del movimiento de clase, que tiende a eliminar las raíces sociales de la religión”. Sabemos que en una sociedad dividida en clases, la religión existe como una ilusión reconfortante para el sufrimiento tangible y a veces terrible de la vida real. Como Karl Marx dijo en su frase célebre, es “el opio del pueblo”. Así, sabemos que la religión no puede ser simplemente abolida por decreto, mediante la propaganda, la educación o una “guerra contra la religión”, sino sólo mediante la organización y la adquisición de una conciencia superior por parte de la clase obrera mediante la lucha de clases.

Eliminar la religión requerirá que los seres humanos tomen el control de las condiciones sociales (y naturales) de su propia existencia. Eso, a su vez, requiere el derrocamiento del capitalismo mediante una revolución proletaria que permita construir una sociedad comunista basada en la abundancia material, una sociedad en la que los trabajadores planifiquen racionalmente las fuerzas sociales y económicas y donde, hasta donde sea posible, la ciencia y la tecnología dominen las fuerzas de la naturaleza. La nueva humanidad que se desarrolle en este tipo de sociedad, donde las clases sociales, las divisiones nacionales, el estado represor y la sofocante institución de la familia nuclear hayan sido superados, no tendrá necesidad de religión. Los ejemplos de la Unión Soviética y los estados obreros deformados de Europa Oriental demuestran que en poblaciones donde el estado deja de imponer valores y comportamientos religiosos, emergen altos niveles de ateísmo.

En la Italia actual hay un claro contraste entre el control que la Iglesia Católica ejerce sobre la vida política y una población cada vez más secular, especialmente los jóvenes, que están hartos de la “hora de religión” [de adoctrinamiento en las escuelas públicas] y seguramente no quieren esperar a que los curas les digan si pueden casarse y cuándo, cómo deben vestir o con quién pueden acostarse. Y, sin embargo, la religión sigue teniendo una gran influencia en las opiniones políticas de muchos de estos mismos jóvenes. La derecha usa la religión como una “tradición” chovinista para agitar contra el derecho de millones de inmigrantes no católicos de vivir en este país con plenos derechos de ciudadanía.

En cuanto a la izquierda reformista, siempre ha difundido el mito de que, sin importar cuán horrenda, corrupta y servil a los poderosos sea la iglesia hoy, los obreros deben guiarse por el verdadero espíritu del cristianismo, la “doctrina social de la iglesia”. En un ejemplo reciente, durante un debate público organizado en noviembre pasado por Ferrero, secretario de Rifondazione Comunista, que incluía al obispo de Asti, el primero repitió por enésima vez que “la doctrina social católica, con su insistencia en la necesidad de redistribuir la riqueza y limitar el lucro, representa algo positivo y es un poderoso elemento de convergencia en una sociedad que glorifica al rico y culpa al pobre” (rifondazione.it, 16 de noviembre de 2015). Dejemos que Karl Marx responda:

“Los principios sociales del cristianismo justificaron la esclavitud en la antigüedad, glorificaron la servidumbre en la Edad Media y son capaces, si es preciso, de defender la opresión del proletariado, aunque sea con aire compungido.

“Los principios sociales del cristianismo predican la necesidad de que exista una clase dominante y una clase oprimida, y a esta última lo único que le ofrecen es el piadoso deseo de que la clase dominante sea caritativa.

“Los principios sociales del cristianismo sitúan en el cielo la compensación que prometen los asesores del Consistorio por todas las infamias, justificando así la continuidad de estas infamias en la tierra.

“Los principios sociales del cristianismo declaran que todos los actos viles de los opresores contra los oprimidos constituyen bien un justo castigo por el pecado original u otros pecados, bien pruebas a las que el señor, en su sabiduría infinita, supedita la redención.

“Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el desprecio de uno mismo, la humillación, sumisión y humildad; en suma, todas las virtudes del populacho, y el proletariado, que no permitirá ser tratado como chusma, necesita más su valentía y autoestima, su orgullo y sentido de independencia que el pan que come.

“Los principios sociales del cristianismo son cobardes e hipócritas, y el proletariado es revolucionario”.

—“El comunismo del Rheinischer Beobachter” (1847)

Rechazando la concepción marxista de la naturaleza y la sociedad, e incluso el materialismo idealista de la Ilustración, la izquierda reformista no tiene nada que ofrecer a quienes luchan por cambiar la realidad profunda y radicalmente. La LegaTrotskista d’Italia está comprometida con la liberación de todos los oprimidos del yugo de la religión. Como escribimos en “Marxismo y religión” (Espartaco No. 12, primavera-verano de 1999):

“Para ganar a una nueva generación a la lucha por el socialismo, basada en la concepción materialista de la sociedad, los socialistas debemos combatir incesantemente a la religión y otras formas de idealismo que miran hacia lo sobrenatural, explicando que la liberación de la opresión se encuentra en este mundo y no en otro”.