Espartaco No. 47

Agosto de 2017

 

Fidel Castro 1926-2016

¡Defender las Conquistas de la Revolución Cubana!

¡Por la revolución política obrera contra la burocracia estalinista!

Traducido de Workers Vanguard No. 1101 (2 de diciembre).

Habiendo sobrevivido a cientos de intentos de asesinato por parte de EE.UU. y sus gusanos contrarrevolucionarios, Fidel Castro, dirigente histórico de la Revolución Cubana, murió en su cama el pasado 25 de noviembre, a los 90 años de edad. Mientras los cubanos reaccionarios de Miami festejaban su muerte en las calles, el presidente electo Donald Trump describió a Castro como un “dictador brutal” y afirmó que su legado incluyó “la negación de los derechos humanos fundamentales”. Esto lo dice un hombre que pronto será director ejecutivo del imperialismo estadounidense, que retiene a decenas de prisioneros en las cámaras de tortura de la Bahía de Guantánamo, una importante base militar estadounidense construida sobre terreno robado a Cuba.

Desde que el gobierno de Fidel Castro expropió a la clase capitalista en Cuba en 1960, estableciendo un estado obrero burocráticamente deformado, la clase dominante estadounidense ha tratado incansablemente de derrocar la Revolución Cubana y restablecer la dictadura de la burguesía en ese país. Entre estos ataques se cuenta la invasión a Playa Girón (Bahía de Cochinos) de 1961, bajo el gobierno del presidente demócrata John F. Kennedy, y el financiamiento de terroristas contrarrevolucionarios en Miami y la isla, así como el hambreador bloqueo económico.

La eliminación del dominio de la clase capitalista en Cuba llevó a enormes conquistas para su pueblo trabajador. Con la ayuda de la Unión Soviética, se construyó una economía centralizada y planificada, que garantiza empleos, vivienda, alimentación, atención médica y educación. La revolución benefició especialmente a las mujeres y los negros, derribando barreras de género y raza. Pese a décadas de embargo estadounidense, el sistema de salud de Cuba, que incluye el aborto entre sus servicios gratuitos, sigue siendo el mejor de los países económicamente subdesarrollados. La tasa de mortandad infantil es menor que en EE.UU. Cuba tiene más médicos y maestros per cápita que cualquier otro lugar, y doctores cubanos han dado asistencia médica en muchos otros países (por ejemplo, cientos de médicos fueron enviados al África Occidental durante el brote de ébola de 2014).

La destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética en 1991-1992 tuvo consecuencias desastrosas para Cuba. La economía cubana recibía fuertes subsidios de la URSS, hasta el punto de que en los años ochenta éstos llegaron a constituir el 36 por ciento del ingreso nacional cubano. Para 1993, el producto interno bruto per cápita había sufrido una caída del 40 por ciento, produciendo apagones, escasez de bienes de consumo básicos y un apretado racionamiento alimentario. En respuesta, el gobierno instituyó una serie de “reformas de mercado”, que han aumentado la desigualdad, golpeando especialmente a las mujeres y los negros. Esta desigualdad subsiste debido a la escasez material, reforzada por el atraso tecnológico y el aislamiento nacional, y agravada por la mala administración de la burocracia estalinista de La Habana.

Como trotskistas que luchan por la revolución socialista mundial, estamos por la defensa militar incondicional del estado obrero deformado cubano contra el ataque imperialista y la contrarrevolución capitalista, igual que por la de los demás estados obreros deformados que quedan: China, Corea del Norte, Vietnam y Laos. Al mismo tiempo, nos oponemos políticamente al mal gobierno burocrático de los estalinistas —una capa parasitaria asentada sobre las formas proletarias de propiedad—, cuyo dogma nacionalista del “socialismo en un solo país” y su ideología complementaria de “coexistencia pacífica” con el imperialismo mundial constituyen obstáculos para la defensa de los estados obreros. La lucha por defender y extender la Revolución Cubana requiere una revolución adicional, una revolución política proletaria que barra con la burocracia castrista y establezca un régimen basado en la democracia obrera y el internacionalismo revolucionario.

Nos oponemos al bloqueo estadounidense —que se ha atenuado pero aún subsiste— y exigimos la devolución inmediata de la Bahía de Guantánamo a Cuba. Defendemos el derecho de Cuba a comerciar y tener relaciones diplomáticas con estados capitalistas, incluido Estados Unidos. Si bien el aumento de empresas privadas a pequeña escala y de los vínculos comerciales y financieros con Estados Unidos y otros imperialistas no ha implicado una restauración gradual del capitalismo, sí plantea el peligro de socavar la economía colectivizada. También fortalece a las fuerzas contrarrevolucionarias internas, que seguramente estarán operando desde la recién establecida embajada esta-dounidense en La Habana.

Fidel Castro era para muchos un personaje monumental, un David que se enfrentó al Goliat estadounidense. Tras haber hablado contra el racismo en Estados Unidos, fue admirado por muchos activistas negros durante el movimiento de los derechos civiles y después. Cuando visitó Nueva York para hablar ante las Naciones Unidas en 1960 insistió en alojarse en el Hotel Theresa de Harlem. Varios militantes negros hallaron refugio en Cuba, incluyendo a Robert F. Williams, quien tuvo que huir de Estados Unidos por su militancia a favor de la autodefensa armada de los negros. En 1961 escapó a Cuba, desde donde trasmitió “Radio Free Dixie” hasta que su estación fue clausurada cuando Williams desarrolló diferencias políticas con el régimen de Castro. Hasta el día de hoy, la militante negra Assata Shakur vive en Cuba, tras haber escapado de las garras de las autoridades estadounidenses, que aún quieren su cabeza. En el sur de África muchos recuerdan el papel que tuvo Cuba en la lucha contra el apartheid, incluyendo a los valerosos soldados cubanos que, con apoyo de los soviéticos, combatieron en Angola a las fuerzas respaldadas por la CIA y contra las invasiones del régimen sudafricano del apartheid en los años setenta y ochenta.

Recordamos todo eso y más. Pero también sabemos que el régimen cubano que encabezó Fidel Castro y que desde 2006 dirige su hermano, el presidente Raúl Castro, es fundamentalmente nacionalista y se opone a la revolución proletaria internacional. Una y otra vez, el régimen de Castro exhortó a los insurgentes de izquierda latinoamericanos a que no siguieran la “vía cubana”, es decir, que no derrocaran el poder capitalista. Cuando las masas nicaragüenses aplastaron la dictadura de Somoza en 1979, Fidel Castro recomendó al gobierno sandinista: “Eviten los errores que al principio cometimos en Cuba, el rechazo político del Occidente, los ataques frontales prematuros a la burguesía, el aislamiento económico”. En su propio país, el gobierno cubano se ha acomodado al creciente poder de la reaccionaria Iglesia Católica, incluso recibiendo con calidez al papa de la contrarrevolución, Karol Wojtyla (Juan Pablo II), en 1998 y más recientemente al papa actual, quien tuvo un papel clave en las negociaciones del régimen con el gobierno de Obama.

Si bien recordamos las heroicas batallas que las tropas cubanas libraron en Angola, también reconocemos que el objetivo de los estalinistas cubanos y soviéticos nunca fue derrocar el dominio capitalista en África. A esa guerra le siguió la ejecución en 1989 del general cubano Arnaldo Ochoa Sánchez, un héroe de guerra en Angola, tras un juicio montado por Castro que recordaba los procesos de Moscú de los años treinta.

Orígenes del estado obrero deformado cubano

Bajo el dictador Fulgencio Batista, Cuba era esencialmente una sucursal de la mafia estadounidense y de la United Fruit Company (un punto que la película El padrino II retrata bien). Cuando las fuerzas guerrilleras pequeñoburguesas del Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro entraron a La Habana el día de año nuevo de 1959, el ejército burgués y el resto del aparato estatal capitalista que había sostenido a la dictadura de Batista se desintegró. Las primeras medidas del gobierno pequeñoburgués de Castro fueron proscribir las apuestas, suprimir la prostitución y confiscar los bienes de Batista y sus secuaces. A estas medidas siguieron modestas reformas agrarias en línea con la constitución burguesa cubana de 1940.

Las fuerzas de Fidel Castro se vieron temporalmente alienadas de la burguesía e independientes del proletariado. En condiciones normales, esos rebeldes en el poder hubieran seguido el patrón de otros movimientos similares en América Latina, esgrimiendo retórica radical-democrática para reafirmar el control burgués. Pero, con el aparato del estado capitalista destruido y bajo la implacable presión de la hostilidad del imperialismo estadounidense, el régimen de Castro nacionalizó las propiedades estadounidenses y de los capitalistas locales, creando un estado obrero deformado.

La existencia de la Unión Soviética tuvo un papel crucial en este desarrollo, dando al régimen de Castro no sólo un modelo, sino, de manera más importante, ayuda económica y un escudo militar que repelía los ataques de la bestia imperialista a sólo 145 km de distancia. Fue sólo como resultado de circunstancias excepcionales —la ausencia de una clase obrera contendiendo por el poder, el cerco imperialista, la huida de la burguesía nacional y el salvavidas que lanzó la Unión Soviética— que el gobierno pequeñoburgués de Castro aplastó las relaciones capitalistas de propiedad (ver “Cuba y la Teoría Marxista”, Cuadernos Marxistas No. 2, 1974).

Este entendimiento trotskista de la Revolución Cubana fue una cuestión programática clave en la fundación de nuestra organización como la Revolutionary Tendency (RT, Tendencia Revolucionaria) del Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) a principios de los años sesenta. Tras la victoria de los rebeldes de Castro en 1959, la mayoría del SWP ensalzó a las fuerzas encabezadas por Fidel Castro y el Che Guevara, equiparando falsamente al régimen cubano con el gobierno revolucionario de los bolcheviques de Lenin y Trotsky que emergió de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia. Esta capitulación política vino de la mano con el creciente abandono por parte del SWP de la lucha por la revolución obrera en Estados Unidos.

De hecho, el régimen cubano es cualitativamente similar al que emergió en la Unión Soviética cuando la burocracia estalinista le arrebató el poder político a la clase obrera en una contrarrevolución política, que empezó en 1923-1924 y se fue consolidando a lo largo de los siguientes años. Con el desarrollo de la Revolución Cubana, el SWP afirmaba y esperaba que la guerra de guerrillas fuera la ola del futuro y el medio para derrocar al capitalismo. En contraste, en el documento programático “Hacia el renacimiento de la Cuarta Internacional, proyecto de resolución sobre el movimiento mundial”, sometido a la convención del SWP de 1963, la RT afirmó:

“La experiencia desde la Segunda Guerra Mundial ha demostrado que la guerra de guerrillas basada en los campesinos bajo una dirección pequeño-burguesa no puede llevar más allá de un régimen burocrático antiobrero. La creación de tales regímenes ha sido posible bajo las condiciones de decadencia del imperialismo, la desmoralización y desorientación causadas por la traición estalinista, y la ausencia de una dirección revolucionaria marxista de la clase obrera. La revolución colonial puede tener un signo inequívocamente progresista sólo bajo una tal dirección del proletariado revolucionario. Para los trotskistas el incorporar a su estrategia el revisionismo sobre la cuestión de la dirección proletaria en la revolución es una profunda negación del marxismo-leninismo, cualquiera que sea el beato deseo expresado al mismo tiempo de ‘construir partidos marxistas revolucionarios en los países coloniales’. Los marxistas deben oponerse resueltamente a cualquier aceptación aventurista de la vía al socialismo a través de la guerra de guerrillas campesina—análoga históricamente al programa táctico social-revolucionario contra el que luchó Lenin. Esta alternativa sería un curso suicida para los fines socialistas del movimiento, y quizá físicamente para los mismos aventureros”.

Si bien la Cuba de Castro nunca tuvo órganos democráticos de poder obrero —soviets (consejos obreros)—, el que la burocracia gobernante estuviera apenas en proceso de formación en los primeros meses y años tras la toma del poder en 1959, dejó a Cuba abierta a la intervención de los trotskistas. Ésta fue una oportunidad transitoria, pero que tenía que ser puesta a prueba. Así, la RT le dio al programa de la revolución política para Cuba una formulación transicional, llamando por: “Hacer a los ministros del gobierno responsables ante, y revocables por organizaciones democráticas de obreros y campesinos”. Pero, al poco tiempo, la burocracia consolidó su poder sobre las masas trabajadoras.

Un ejemplo de ello fue la represión que sufrió la organización de los trotskistas cubanos, el Partido Obrero Revolucionario (POR, afiliado a la tendencia internacional dirigida por Juan Posadas). En mayo de 1961, el gobierno de La Habana confiscó su periódico y destruyó las pruebas para una edición de La revolución permanente de Trotsky. Dirigentes del POR fueron arrestados y enviados a prisión. Pese a nuestras diferencias políticas con el POR, los defendimos vigorosamente contra la represión estalinista (ver “Freedom for Cuban Trotskyists!” [¡Libertad a los trotskistas cubanos!], Spartacist [Edición en inglés] No. 3, enero-febrero de 1965).

Hoy, tras la muerte de Castro, muchos líderes imperialistas “democráticos” están enfatizando sus denuncias a la represión en Cuba y su llamado por “elecciones libres”. Esto último, es decir, la democracia parlamentaria, no es otra cosa que un llamado a la contrarrevolución “democrática”: el ascenso al poder, mediante elecciones, de las fuerzas de la restauración capitalista. Eso se contrapone tajantemente a la democracia de los soviets, que incluiría a todos los partidos que los obreros y sus aliados pequeñoburgueses elijan y que estén por construir y defender el orden socialista. Defendemos que el régimen de La Habana encarcele a verdaderos colaboradores activos del imperialismo estadounidense. Al mismo tiempo, nos oponemos a la represión de los críticos y oponentes políticos que no estén trabajando activamente por la contrarrevolución.

No obstante sus muchos logros y su supervivencia por casi sesenta años, la Revolución Cubana sigue estando en la mira del orden imperialista mundial. Estados Unidos y los demás imperialistas no aspiran a otra cosa que volver a someter a la isla y su gente a su yugo, convirtiéndola en una neocolonia de pobreza, opresión racial y sexual y explotación brutal.

Los revolucionarios en Estados Unidos, bastión del imperialismo mundial, tienen un deber especial de defender a Cuba contra la restauración capitalista y el imperialismo estadounidense. Aislado, el estado obrero deformado cubano no podrá resistir por siempre la inmensa presión económica y militar que ejercen Estados Unidos y el mercado capitalista mundial. La defensa genuina de la Revolución Cubana exige una perspectiva revolucionaria e internacionalista que vincule la lucha contra el mal gobierno estalinista con el combate por destruir desde dentro al imperialismo estadounidense mediante la revolución socialista. El requisito clave para la victoria es construir partidos obreros revolucionarios como secciones de una IV Internacional reforjada que Trotsky reconocería como suya.