Espartaco No. 45

Mayo de 2016

 

¡No a la reacción derechista respaldada por Estados Unidos!

Venezuela en crisis

¡Romper con el populismo burgués!

¡Por un partido obrero revolucionario!

El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1084 (26 de febrero).

Venezuela se encuentra sometida a una crisis económica alimentada en gran parte por el colapso de los precios mundiales del petróleo. La economía se contrajo en un diez por ciento el año pasado y se calcula que este año se reducirá un ocho por ciento adicional. Más del 95 por ciento de los ingresos estatales provienen de las exportaciones petroleras, mientras que para la mayoría de los alimentos, abastecimientos médicos y otras necesidades el país se apoya en importaciones.

Hay escasez de varios productos básicos —como arroz, frijoles, pañales y papel de baño— que, aunque sometidos a controles de precios, están estrictamente racionados. A los venezolanos se les asigna un día para formarse en las tiendas e intentar obtener estos productos, pero es frecuente tener que esperar hasta seis o siete horas para quedar con las manos vacías. Los especuladores acaparan varios de estos productos para revenderlos en el mercado negro a precios mucho más altos. La inflación ha llegado a ser de tres cifras y para el final del año podría superar el 700 por ciento. Aunque la tasa de cambio bancaria oficial de la moneda nacional, el bolívar, es de diez con respecto al dólar, en el mercado negro cada dólar cuesta más de mil bolívares: cerca de tres días de salario mínimo.

Los imperialistas estadounidenses ya están salivando ante la posibilidad de derrocar al régimen nacionalista burgués que ha gobernado Venezuela por mucho tiempo, presidido por Hugo Chávez desde 1999 hasta su muerte en 2013 y que ahora dirige su sucesor designado, Nicolás Maduro. Chávez, un oficial del ejército convertido en caudillo populista, usó parte de las ganancias petroleras del país para instituir programas sociales que beneficiaban a los pobres y consolidó su apoyo denunciando las bárbaras medidas económicas y militares que Washington lleva a cabo en Latinoamérica y el resto del mundo.

A la crisis económica en la que está sumido el país ya se ha sumado una crisis política. Una coalición opositora derechista respaldada por Estados Unidos ganó las elecciones legislativas de diciembre y ahora amenaza con un ataque demoledor contra los obreros y los pobres. El colapso económico del país y los triunfos de los reaccionarios exponen la bancarrota del populismo nacionalista de Chávez y Maduro. Durante la presidencia de Chávez, toda una gama de reformistas de izquierda internacionalmente celebró sus medidas como modelo de supuesta resistencia contra el imperialismo estadounidense e incluso del “socialismo del siglo XXI”. Aunque estuvo en la mira de los gobernantes estadounidenses y era odiado por los sectores dominantes de la burguesía local, íntimamente vinculados a Washington y Wall Street, Chávez, como enfatizamos desde el principio, encabezaba un gobierno capitalista, al igual que Maduro hoy. Pese a su barata retórica “socialista” y sus pretensiones demagógicas de estar dirigiendo una “Revolución Bolivariana”, el propio Chávez dejó claro durante más de diez años que su “revolución” “no contradecía la propiedad privada”.

La principal preocupación de Chávez al asumir el poder fue apuntalar las vacilantes ganancias petroleras del país, que siempre habían sido el salvavidas del capitalismo venezolano. Procedió a disciplinar al sindicato de trabajadores petroleros y a aumentar la eficiencia de la industria petrolera estatal, mientras presionaba al cártel petrolero de la OPEP para que incrementara los precios. Gracias a esos esfuerzos, y en interés de la estabilidad política, en un principio contó con el apoyo de gran parte de la clase dominante venezolana.

Conforme subían los precios del petróleo, Chávez usó parte de las inmensas ganancias para financiar sus reformas. Triplicó el presupuesto educativo, instituyó licencias de maternidad pagadas de seis meses y estableció clínicas de salud gratuitas atendidas por médicos cubanos bien capacitados, así como programas de distribución alimentaria entre los pobres. Sin embargo, lejos de representar una revolución social, estas medidas buscaban atar a las masas desposeídas más firmemente al estado capitalista venezolano. Las políticas de Chávez también permitieron a un sector de los capitalistas locales —la llamada boliburguesía— llenarse los bolsillos.

Hace dos años advertimos:

“Chávez tuvo suerte: los precios del petróleo se incrementaron de 10.87 dólares por barril en 1998 a 96.13 en 2013. Sin embargo, el precio del petróleo es notoriamente inestable y Estados Unidos, el mayor comprador de petróleo venezolano, ha reducido sus importaciones. Los programas de bienestar social que Chávez introdujo no pueden sostenerse a largo plazo bajo el capitalismo”.

—“Venezuela: Imperialismo estadounidense alimenta protestas derechistas”, Espartaco No. 41, junio de 2014

Este pronóstico se ha cumplido. Ahora que los precios del petróleo se han desplomado a menos de 30 dólares por barril, la situación de los obreros y los pobres de Venezuela empeora y los programas sociales se desmoronan. En 2008, cerca del 26 por ciento de los hogares estaban en la pobreza, mucho menos que al principio de esa década. Pero para finales de 2014, la tasa había aumentado de nuevo hasta cerca del 50 por ciento. Con muchos precios disparándose, el gas se había mantenido lo suficientemente barato como para que las masas pudieran pagarlo, pero ahora el régimen ha aumentado su precio en un 6 mil por ciento. Encima de todo esto está la cada vez más grave crisis de la deuda del país. Se le deben decenas de miles de millones de dólares a los banqueros de Estados Unidos y otros países imperialistas, y el 26 de febrero Venezuela tiene que pagar 2 mil 300 millones de dólares, especialmente a fondos de inversión y otros fondos buitre capitalistas [pagó mil 543 millones].

La amplia coalición que ganó las elecciones legislativas de diciembre —una alianza inestable dominada por fuerzas reaccionarias proestadounidenses— logró aprovechar el descontento de las masas que luchan por sobrevivir ante la escasez, la corrupción y el crimen. Ahora está tratando de usar su control de la legislatura para revertir las reformas de Chávez. Una ley recién aprobada reduciría y privatizaría la construcción de vivienda para los pobres, acabando con un programa que le dio departamentos a miles de personas que antes vivían en casuchas con techos de lámina sin electricidad ni agua corriente. Con la promesa de resistir esas maniobras, el mes pasado Maduro declaró el estado de emergencia económica.

Los gobernantes estadounidenses por mucho tiempo han visto a Latinoamérica como su patio trasero privado, y tienen un historial sangriento de apoyo a dictadores militares de derecha, derrocamiento de gobiernos que no les gustan y pillaje de los recursos de la región. En Venezuela, han trabajado sin descanso con sus sátrapas locales para derrocar a los gobiernos de Chávez y su sucesor. En 2002 los imperialistas estadounidenses respaldaron un golpe militar fallido, al que siguió inmediatamente un lockout [cierre patronal] organizado por la oposición derechista con el fin de debilitar la industria petrolera. Hace dos años,Washington impulsó las protestas callejeras en los barrios prósperos de Caracas y otras ciudades exigiendo la salida de Maduro. El año pasado, el gobierno de Obama le impuso sanciones punitivas a Venezuela y emitió una orden ejecutiva que declaraba al país “amenaza inusual y extraordinaria” a la seguridad nacional de Estados Unidos. ¡Abajo las sanciones! Imperialismo estadounidense: ¡manos fuera de Venezuela!

El populismo nacionalista y el imperialismo estadounidense

Si bien el ascenso de la derecha proestadounidense es ominoso, el populismo nacionalista asociado con Chávez y Maduro es un obstáculo a cualquier lucha contra la dominación imperialista y la explotación capitalista. Semejante lucha requiere la movilización clasista independiente del proletariado al frente de todos los oprimidos. Nunca podrán aliviarse definitivamente los sufrimientos de los pobres urbanos y rurales si no se remplaza el estado capitalista y su orden social con el gobierno de la clase obrera. Se necesita una serie de revoluciones obreras internacionalmente para abrir el camino a una sociedad global sin clases en la que todas las formas de explotación y opresión hayan sido eliminadas. Los jóvenes con mentalidad radical y los obreros deben sacar las lecciones de la actual crisis. Lo que se necesita urgentemente es romper con el populismo burgués chavista y forjar un partido obrero revolucionario.

La coalición anti-Maduro dista mucho de ser homogénea. Incluye fuerzas que van desde los reaccionarios proestadounidenses recalcitrantes hasta antiguos simpatizantes del régimen hoy desafectos. La fuerza dominante de la nueva legislatura, Acción Democrática (AD), es uno de los partidos burgueses tradicionales de Venezuela, conocido por recibir financiamiento de Washington. El núcleo de la blanca clase dominante venezolana siempre ha mirado con desprecio a las masas indígenas y negras que apoyaban a Chávez, quien tenía herencia de zambo (mezcla de negro con indígena). Expresando su desprecio, el líder de AD Henry Ramos Allup ordenó que todas las imágenes de Chávez se retiraran de la legislatura, afirmando que deberían ser arrojadas a los arrabales o dadas al personal de limpieza del edificio. Ramos está impulsando un referéndum para deponer a Maduro, declarando que no hay necesidad de esperar a las elecciones de 2019 (Diario ABC, 3 de febrero). Es revelador que incluso el anterior embajador estadounidense haya llamado repelente, en privado, a este individuo, quejándose de sus constantes peticiones de dinero y otros favores (“Acción Democrática: un caso perdido”, wikileaks.org, 17 de abril de 2006).

La creciente influencia de China en Latinoamérica es otra preocupación del imperialismo estadounidense, y varios de sus economistas culpan a China de la crisis venezolana. Durante la última década, Venezuela ha recibido de China cerca de 60 mil millones de dólares en préstamos e inversiones a cambio de cargamentos de petróleo frecuentemente diferidos. China no es capitalista, sino un estado obrero burocráticamente deformado. Así, en agudo contraste con lo que ocurre con Estados Unidos, sus inversiones en el extranjero no están motivadas por la ganancia capitalista, sino por el impulso de obtener recursos para el desarrollo económico.

Chávez fue uno más en la larga serie de oficiales militares de Latinoamérica y otros lados (como Juan Perón en la Argentina de los años cuarenta) que llegaron al poder sobre la base del populismo nacionalista. La historia de Venezuela y otros países latinoamericanos lleva mucho tiempo marcada por las dos caras del dominio capitalista: la reforma populista y la austeridad dictada por Estados Unidos e impuesta mediante la brutal represión de los trabajadores. Estas recetas alternativas a las que pueden recurrir las burguesías nacionales frecuentemente son encarnadas por un mismo líder que pasa de una a otra. Un ejemplo de ello fue el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, que en su primer periodo de los años setenta nacionalizó (con compensación) la industria petrolera. Los altos precios del petróleo generaron recursos que él invirtió parcialmente en programas sociales, educación y salud. Pero en su segundo periodo, de 1989 a 1993, hizo lo opuesto: ante la caída del mercado petrolero, llevó a cabo recortes generalizados y privatizaciones en nombre del FMI.

Los marxistas apoyamos las reformas sociales favorables a los oprimidos y defendemos las nacionalizaciones en los países dependientes frente al cerco imperialista. No obstante, ésas no son medidas socialistas. De hecho, los regímenes capitalistas frecuentemente recurren a las nacionalizaciones para mantener atada a la clase obrera. Y, especialmente en países subdesarrollados como Venezuela, las reformas en interés de los obreros y los pobres son siempre temporales y sujetas a ser revertidas.

Reveladoramente, Maduro despidió el 15 de febrero a su vicepresidente de economía, Luis Salas, que había atribuido la crisis venezolana a la “estrategia de desestabilización económica” de Estados Unidos. En su lugar, Maduro nombró a Miguel Pérez, quien fuera presidente de la asociación empresarial Fedeindustria y se considera más “amigo de los empresarios”.

El gobierno de Chávez formó parte de una ola de regímenes burgueses con retórica izquierdista que inundó Latinoamérica la pasada década y media, incluyendo a Lula da Silva en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua. Sin duda, estos regímenes fueron distintos de aquéllos de los neoliberales años noventa, que abrieron una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres y dirigieron una ola de privatizaciones y tratados de “libre comercio” en beneficio directo del imperialismo estadounidense. Pero todos estos gobiernos se mantuvieron cabalmente dentro del marco del sistema capitalista-imperialista. Últimamente, Latinoamérica ha experimentado otro giro a la derecha. Recientemente, el lacayo de Washington, Mauricio Macri, fue electo presidente de Argentina, mientras que el gobierno brasileño, dirigido por el socialdemócrata Partido de los Trabajadores, dio una vuelta hacia la austeridad y es cada vez más impopular.

Los consejeros “socialistas” de Chávez

Entre la gama de grupos reformistas que apoyaron a los regímenes de Chávez y Maduro, uno de los más descarados es la Corriente Marxista Internacional (CMI) de Alan Woods, un grupo que se proclama trotskista cuya publicación estadounidense es Socialist Appeal. Escupiendo sobre los postulados fundamentales del trotskismo, Woods pasó una década aconsejándole al demagogo burgués Chávez cómo dirigir su gobierno. Hoy, la CMI sigue dándole a Maduro una cobertura de izquierda, mientras se queja de una “quinta columna del capitalismo dentro del movimiento bolivariano” (marxist.com, 7 de diciembre).

En una de sus salutaciones a Chávez, un artículo titulado “La transición al socialismo en Venezuela”, Woods afirma que el gobierno venezolano “tiene el poder de llevar a cabo un programa socialista revolucionario”, pero “lo que falta es la voluntad necesaria” (marxist.com, 9 de febrero de 2015). Semejante embellecimiento de un gobierno capitalista desarma políticamente a la clase obrera y las masas oprimidas, dejándolas indefensas ante el resurgimiento de las fuerzas derechistas.

Pese a toda su retórica populista, Chávez no era menos oponente de clase de la victoria de los obreros y los pobres de la ciudad y el campo que sus adversarios neoliberales, y lo mismo aplica a su sucesor Maduro. Hemos luchado por romper las ilusiones que poseen los trabajadores y los oprimidos —tanto en Venezuela como internacionalmente— de que esos regímenes burgueses puedan llevar a cabo una transformación social fundamental. En cambio, nuestros oponentes políticos reformistas se han acomodado a esas ilusiones y las han profundizado. Como escribimos hace más de una década: “La historia tiene reservado un severo veredicto para aquellos ‘izquierdistas’ que promueven a uno u otro caudillo capitalista con retórica izquierdista” (“Venezuela: Nacionalismo populista vs. revolución proletaria”, Espartaco No. 25, primavera de 2006).

Como el régimen de Chávez se alineó con Cuba, la CMI y otros reformistas comparan erróneamente a Venezuela con la Revolución Cubana. El vocero de la CMI, Jorge Martín, afirmó que la “dinámica de acción y reacción de la revolución venezolana nos recuerda poderosamente los primeros años de la revolución cubana” (marxist.com, 1° de marzo de 2005).

Pero la naturaleza de clase de Venezuela era y es completamente distinta a la de Cuba, que es un estado obrero burocráticamente deformado. Cuando las guerrillas de Fidel Castro entraron a La Habana en enero de 1959, el aparato estatal capitalista encabezado por Fulgencio Batista, quien era respaldado por EE.UU., fue destruido. Ante las amenazas del imperialismo estadounidense, en 1960-1961 el régimen de Castro llevó a cabo una revolución social desde arriba, nacionalizando toda la propiedad capitalista, tanto estadounidense como nacional, y eliminando a la burguesía cubana como clase social en la isla. Esto fue posible, en buena parte, gracias a la existencia de la Unión Soviética, que actuaba como contrapeso militar a Estados Unidos y le dio a Cuba un apoyo económico esencial.

Los trotskistas estamos por la defensa militar incondicional de Cuba y de los demás estados obreros deformados que quedan: China, Laos, Corea del Norte y Vietnam. Los burócratas estalinistas que gobiernan esos países sostienen el dogma nacionalista de construir el “socialismo en un solo país”, lo que se contrapone directamente al programa de la revolución socialista internacional que animó la Revolución de Octubre rusa de 1917 dirigida por Lenin y Trotsky. Luchamos por revoluciones políticas obreras que derroquen a los gobernantes burocráticos y establezcan regímenes basados en la democracia obrera y el internacionalismo revolucionario. Nuestra defensa de los estados obreros deformados es parte de nuestra lucha por nuevas revoluciones de Octubre en todo el mundo.

Por la revolución permanente

El modo en que los obreros y oprimidos de Venezuela pueden liberarse de la dominación imperialista, la pobreza y la opresión se encuentra en la teoría de la revolución permanente de León Trotsky. Latinoamérica, víctima del saqueo colonial y neocolonial, es una región de desarrollo desigual y combinado, donde las industrias más modernas coexisten lado a lado con la pobreza y el atraso rural más profundos. Las débiles burguesías nacionales están atadas por mil lazos al orden económico y político imperialista. Dependen demasiado del capital extranjero y son demasiado hostiles y temerosas del proletariado como para resolver alguno de los problemas sociales fundamentales.

La tarea vital es forjar partidos obreros revolucionarios e internacionalistas que arranquen a la clase obrera de todas las variantes del nacionalismo burgués y abanderen la causa de todos los oprimidos: los negros, los indígenas, los campesinos, las mujeres, los pobres. Latinoamérica cuenta con numerosas concentraciones de obreros con poder social potencial, desde los petroleros venezolanos hasta los obreros automotrices de México y Brasil, pasando por los mineros de Chile, Perú y otros lugares. Debido a su centralidad en la producción capitalista, la clase obrera tiene el poder estratégico para derrocar el dominio de clase capitalista mediante la revolución socialista.

Una revolución social que llevara a la clase obrera al poder en Venezuela con el apoyo de las masas rurales emprendería tareas democráticas urgentes, como la de darle tierra a los campesinos. También repudiaría la deuda externa del país y expropiaría a la burguesía como clase para establecer una economía planificada y colectivizada en la que la producción se basara en la necesidad social y no en la ganancia. Estados Unidos y las demás potencias imperialistas sin duda intentarían aplastar ese régimen revolucionario. La clave para la supervivencia de una revolución obrera en Venezuela sería su extensión internacional al resto de Latinoamérica y al mismo Estados Unidos.

Como parte de una federación socialista latinoamericana, un gobierno obrero y campesino venezolano podría empezar a resolver la necesidad de programas masivos para construir infraestructura, como hospitales, escuelas, carreteras y transporte público y elevar las capacidades productivas de la sociedad. Pero la conquista del poder por el proletariado no completaría la revolución socialista; simplemente la comenzaría, al cambiar la dirección del desarrollo social. Sin la extensión internacional de la revolución a los centros imperialistas avanzados e industrializados, ese desarrollo social quedaría trunco y en última instancia sería revertido.

El internacionalismo proletario y revolucionario está al centro de la perspectiva de Trotsky. Las luchas del proletariado en los países semicoloniales están necesariamente entrelazadas con la lucha por el poder obrero en el corazón del imperialismo mundial, principalmente en Estados Unidos, con sus millones de proletarios, incluyendo sus poderosos componentes negro y latino. La Liga Comunista Internacional lucha por construir secciones nacionales de una IV Internacional reforjada, partido mundial de la revolución socialista, que organice y eduque a la clase obrera en un espíritu de hostilidad intransigente a las depredaciones del imperialismo y todas y cada una de las caras del dominio capitalista.